LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

Raúl Quintana Suárez (CV)
Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona

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5.- Nuestros Padres Fundadores: las ideas que nos sustentan.

En el complejo contexto en que les corresponde vivir, donde coexisten tendencias ideológicas que reflejan las contradicciones epocales, el ideario ético-político de los justamente reconocidos por José Martí como los Padres Fundadores, sirve de basamento al nacimiento de nuestra identidad cultural y nacional, en ininterrumpido  proceso de formación, consolidación y desarrollo.
Su pensamiento, aunque signado por  diferentes matices,  desde el reformismo, el anexionismo hasta el independentismo, nos revelan  ya del nacimiento del sentir como criollos que transita gradualmente a la asunción a la más plena cubanía, con sus peculiares intereses y necesidades de clase.

5,1.- José Agustín Caballero (1762-1835)

Maestro de Varela y tío materno y preceptor de Luz, José Agustín Caballero, promotor del reformismo liberal en nuestra patria, de creencias religiosas profundamente arraigadas en una acendrada eticidad, al margen de sus vínculos con la clase privilegiada, trazó el camino, con su conducta ejemplar, a una juventud escudriñadora de su propio futuro, ejercitándola en el deber de pensar con cabeza propia, liberada de tabúes obsoletos, que obstaculizaran la búsqueda del conocimiento científico y el cultivo de un acendrado patriotismo.
En el siguiente escrito del sacerdote  José Agustín Caballero   uno de los fundadores del pensamiento filosófico cubano y personalidad relevante del  Reformismo  Ilustrado de fines del siglo XVIII, no obstante su pertenencia a la ideología de los ricos hacendados, se vislumbra su rechazo a la esclavitud, en ocasiones disfrazada en lenguaje conciliador y contradictorio cuando expresa como…“…no es mi ánimo hacer una descripción patética y horrible de estos calabozos, ni poner en sus coloridos sangrientos, para pintarlos más crueles que mazmorras de mahometanos: ya se ve que siendo prisioneros no pueden aspirar un olor santo, ni tener camas de rosas; pero al mismo tiempo que proscribe su práctica, me guardo de acreditar con mi pluma las imposturas que se han elevado a la Corte representándonos más crueles que con los cristianos, los enemigos antiguos del nombre de Jesús….”.
Al describir los mismos expresa como…“…estas prisiones son muy malsanas; el aire demasiado craso e impuro de tales encierros, las espurcicias que exhalan los cuerpos negros, el gran calor, la vecindad a la casa de calderas, los excrementos que dejan, todo esto produce efectos perniciosos e influye mucho en su salud.  Yo he visto sacar uno sofocado del calabozo, vivir muy pocas horas y expirar sin confesión. Cuando he visto a estos miserables que, después del peso del día,  haraposos, encadenados,  y tal vez hambrientos, bajan las escalerillas de la casa de molienda para entrar en su prisión, no he podido menos que volver el rostro para no mirarlos, horrorizado de que los antiguos nos dejasen esta práctica. Práctica nociva que a la madrugada les extrae de aquellos lúgubres encierros, y exhalados en sudor, abiertos los poros, los saca al campo, al aire húmedo, al frío y les produce constipaciones, pulmonías, dolores pleuráticos que acaban con ellos y nuestro dinero. Tan tristes efectos y el clamor de estas infelices víctimas de la malicia humana (que así los llamo porque creo es la esclavitud la mayor maldad civil que han cometido los hombres cuando la introdujeron)”. (36)
Éste también se destacó por sus críticas al escolasticismo como concepción filosófica, que subordinaba el papel de las ciencias al teologicismo más burdo y conservador.
Para Caballero… “…una ciencia que no contiene más que frívolas cuestiones sin decidir las que parecen importantes, sino únicamente con probabilidades apoyadas sobre hipótesis, solo puede ser útil a un pequeño número de ignorantes, siendo como imposible que extienda sus límites, porque el deseo de saber que nace con el hombre, naturalmente lo condujo hacia la verdad y por lo mismo todo lo que carezca de ella no le puede fijar la atención.  Cerca de veinte siglos no fue otra cosa la Física, que un ridículo laberinto de sistemas apoyados unos sobre otros, y por lo común opuestos entre sí. Cada filósofo se creía en la obligación de formar uno nuevo, y con esa multiplicidad de errores redundaba en descrédito de las opiniones filosóficas. Se añadirá a estos que los profesores de esta ciencia ponían particular cuidado en producirse con expresiones enigmáticas que solo ofrecía ideas confusas, inteligibles únicamente a los que querían convencerse, no por razón, sino por capricho. Los maestros se valían en sus explicaciones de palabras, que carecían de sentido y una docilidad mal entendida las admitía ciegamente, sin más razón que porque se introducían”. (37)
La escolástica imperaba incluso en los planes de estudio y metodología educativa en la enseñanza universitaria. Para el  filósofo, profesor e investigador cubano Pablo Guadarrama…“…aunque la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana fue la décima en América en fundarse por el poder colonial español en 1728 en el convento dominico de San Juan de  Letrán,  ya con anterioridad existían  varias expresiones de educación superior en el seno de algunas de las órdenes religiosas establecidas en la Isla. Uno de los primeros antecedentes de la necesidad  de crear una universidad en La Habana data de la solicitud con ese fin  del dominico Fray Diego Romero presentada en  1670. Aunque no fue negada, tampoco fue propiciada de inmediato. Una segunda solicitud infructuosa también fue posteriormente procurada en 1688  por el teniente Luis de Soto. Solo en 1717 el dominico Bernardino de Membrive retomó  la gestión realizada en 1700 por  el también dominico Diego de la Maza, que tuvo mayor efecto. Una expresión de las obstáculos que encontró dicha fundación en algunos sectores de la Iglesia puede apreciarse en el hecho de que no obstante haber otorgado el Papa Inocencio XIII en 1721 un Breve Pontificial,  por la cual autorizaba al Convento de San Juan y Letrán  a otorgar grados académicos, hubo que esperar hasta el 5 de enero de 1728, para  solucionar  los aplazamientos  presentados por el Obispo Fray Jerónimo Valdés, para poder inaugurar la Universidad oficialmente aunque hubo que esperar hasta el 23 de septiembre de ese año  para  su confirmación y  aprobación final”. (38)
Para los investigadores y profesores universitarios doctores Enrique Sosa Rodríguez y Alejandrina Penabad Félix en su enjundiosa obra  Historia de la educación en Cuba…”….como resultado  de la fundación en 1728  de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y del significado de esta, transformada en 1842 en Universidad Literaria, para la historia social, política y cultural de Cuba, la enseñanza superior  recibió siempre mayor atención de los investigadores que los niveles primario y secundario de la educación. [...] No obstante, desde los inicios, su existencia fue bastante conflictiva a causa del género de estudios imperantes por sus Estatutos; nació en pleno siglo XVIII el de las luces  como universidad de hechura medieval  atrasada para la época, no sólo por su proyección escolástica y dogmática sino por hallarse completamente desvinculada de los requerimientos socio-económicos de la colonia. En la Universidad de San Gerónimo, como en los seminarios existentes en la isla, los textos continuaron siendo las Sagradas Escrituras, los escritos de los Padres de la Iglesia, Aristóteles o la Summa de Santo Tomás. El griego Galeno (131-210) predominaba en Medicina y en Derecho, los Códigos del emperador Justiniano, cuyo gobierno había concluido desde el año 561 d.n.e. En el siglo XVIII la Universidad habanera no poseía cátedras de Matemática, Física y Química y toda la enseñanza se impartía en latín” (39)
Al respecto el propio José A. Caballero valora en su discurso pronunciado  en la Clase de Ciencia y Artes de la Sociedad Patriótica de La Habana, el 6 de octubre de 1795 y publicado posteriormente en el Papel Periódico de la Havana con el título ”Sobre la reforma de los estudios universitarios” que…”… el sistema actual de la enseñanza pública en esta ciudad, retarda y embaraza los progresos de las artes y ciencias, resiste el establecimiento de otras nuevas, y por consiguiente en nada favorece las tentativas y ensayos de nuestra clase. Esta no es paradoja; es una vergüenza clara y luminosa como el sol en la mitad del día. Más confieso simultáneamente que los maestros carecen de responsabilidad sobre este particular, porque ellos no tienen otro arbitrio ni acción que ejecutar y obedecer. Me atrevo a decir en honor a la justicia que le es debida, que si se les permitiese regentear sus aulas libremente sin previa obligación a la doctrina de la escuela, los jóvenes saldrían mejor instruidos en la latinidad, estudiarían la verdadera filosofía, penetrarían el espíritu de la iglesia en sus cánones y el de los legisladores en sus leyes; aprenderían una sana y pacífica teología, conocerían la configuración del cuerpo humano, saber curar sus enfermedades con tino y circunspección y los mismos maestros no lamentarían la triste necesidad de condenar sus propios juicios y explicar contra lo mismo que siente. ¿Qué recurso le queda a un maestro, por iluminado que sea a quien se le manda enseñar la latinidad por un escritor del siglo de hierro, jurar ciegamente las palabras de Aristóteles y así en las otras facultades? (40)
Iniciador de los estudios filosóficos en Cuba, influido por los aires renovadores de la ilustración europea, enfrenta Caballero asimismo en este campo a la escolástica desde su libro Philosofía Electiva, considerada la primera obra que versa sobre esta rama del saber, de autoría cubana. En la misma expresa como…“…confieso con franqueza que no hay nada que me irrite más que el método seguido por algunos de hablar de filosofía sin que los jóvenes, incluso después de haber terminado su enseñanza, sepan qué es, cuál fue su origen, a quién se comunicó por primera vez y con qué aportaciones se fue enriqueciendo así como otras nociones necesarias, mejor diría que preliminares, para los que se dedican a esta disciplina; extremos todos que hemos tenido buen cuidado de no pasar por alto. He prescindido en cambio de gran  número de cuestiones inútiles y hueras que con razón podríamos llamar minucias de la Filosofía y que se enseñan comúnmente en las escuelas al explicar nuestra ciencia. ¿A qué conduce, por ejemplo, a discutir con tanto encono como profusión acerca del objeto de la Lógica? ¿Para qué nos sirve saber si lo universal depende  del entendimiento o no? ¿Quién podría soportar aquellas disquisiciones sobre el principio de individuación, sobre la diferencia entre la cantidad y la cosa cuanta, lo máximo y lo mínimo, o acerca de otras mil cuestiones de igual naturaleza, de que yo mismo,  que no me considero torpe y que he dedicado largas horas y mi mayor empeño en comprenderlas, no me atrevería ni a intentar dar cuenta siquiera? Y yo me avergonzaría de decir que no las entiendo, si las entendieran aquellos mismos, que han tratado de ellas”. (41)