EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

Avances de la Ciencia y la Tecnología (C&T)

La C&T no sólo son lucubraciones abstractas sobre la cuadratura del círculo, el peso del vacío o sobre la manera de ganar más trabajando menos; son también existencias reales de la aplicación de un adelante científico al proceso de producción, mediante la innovación o simplemente a través del modo de hacer mejor las cosas. En todo caso, las mejoras en el equipo, la administración, la organización y la evolución de la Curva de Experiencia hacen que el trabajador produzca más y mejor en una misma unidad de tiempo, con menor esfuerzo; es decir, con una productividad incrementada. Aquí no hay ningún sortilegio escondido por ningún velo ni metafísico ni matemático; al contra-rio, el concepto de productividad surge diáfano y espontáneo.

Los académicos herederos del marginalismo, llegan a varios conceptos, si útiles en la sustancia, pero aparatosos y artificiales en la forma. Por ejemplo, para explicar el concepto de la relación entre el capital y la mano de obra en una empresa, hacen un amasijo de las maquinarias, equipos y enseres, lo reducen a valores monetarios, lo convierten en “capital” y lo dividen entre el número de trabajadores de la empresa, a la relación así obtenida se le pone el nombre de  “Densidad de Capital”, un coeficien-te muy útil, como veremos después. De inmediato explican que, de acuerdo con las funciones de producción , en las que los factores se pueden sustituir infinitesimalmen-te, si el Capital (K) aumenta más que proporcionalmente al trabajo (L) entonces ésta aumentará su productividad. Si, por el contrario, el trabajo se incrementa con mayor rapidez que el K, éste será más productivo, lo que nos muestra que aún sin la par-ticipación del trabajo, el capital, según los  neoclásicos, es “productivo” como si fuera un ser con vida, con inteligencia, con voluntad y con habilidades. Ahora bien, para los académicos, los ingresos de los factores de producción dependen de su productivi-dad; en consecuencia, mientras mayor sea la productividad de L mayor será su salario y, mientras mayor sea la “productividad” del K, mayores serán sus ganancias. Es por eso que, cuando el académico quiere ayudar al trabajador, con el libro de Malthus como guía le aconseja que no tenga más hijos, puesto que eso hará crecer el número de trabajadores con relación al K, haciendo que el salario se reduzca para todos ellos. Las duchas frías, se supone, serán los mejores aliados del proletario y sus “merecidos incrementos en su nivel de vida”. Esto es lo que se conocía como “La Ley de Bronce del Salario”, la que “establecía” que habiendo un fondo fijo de salarios, si la población aumenta, la cantidad de trabajadores también aumentará, con lo que el salario tenderá siempre al nivel de subsistencia. Es triste, muy triste, constatar que ya al final de la primera década del siglo XXI, estas teorías estrafalarias continúen vigentes, claro está que está vigentes sólo para los defensores del modelo neoclásico.

Para completar la teoría se explica que a una relación dada de Capital/Trabajo (K/L) le corresponde otra relación única Salario/Ganancia; si el salario aumenta, entonces el empresario preferirá sustituir L con K. La utilización de sistemas más intensivos de K, en detrimento de L ha sido siempre una de las amenazas constantes por parte del empresario para desalentar pedidos de incrementos salariales; sin embargo, es aquí donde se nota una de las más grandes debilidades de la Teoría Económica actual, puesto que al despedir trabajadores para sustituirlos por capital, hace que el K sea relativamente abundante con relación al L, por lo que la productividad de este último aumentará y será acreedor a un incremento salarial. Observando este curioso enfren-tamiento entre la belleza de la academia teórica y la triste figura de la realidad, una economista inglesa neokeynesiana ha afirmado que, de acuerdo con la teoría neoclási-ca, la productividad dependería del salario y no el salario de la productividad, puesto que al haber un aumento de salarios habrá despidos de trabajadores, sustitución del trabajo por el capital, y por lo tanto, incremento de la productividad del trabajo.

Volviendo al subtítulo de este acápite, usaremos la frase “estado de la ciencia y de la tecnología, para incluirlos como partes constitutivas de lo que comúnmente se llama Capital (K) Desde este punto de vista, fácil es deducir que para aumentar la productivi-dad de L es imprescindible acelerar el avance de la C&T. Cualquier trabajador conoce esa ley por experiencia propia. Cuando el minero se queja de que el equipo con el que trabaja es viejo y obsoleto y cuando el fabril se frustra al utilizar la maquinaria por demás depreciada, están gritando a voz en cuello: “el estado tecnológico por unidad de trabajo es muy bajo y por ello nuestro rendimiento no es el más alto”, esta afirma-ción nada tiene que ver con una sustitución perfecta de factores de producción; por ejemplo, una compresora neumática nunca podrá ser sustituida por una cantidad de obreros, puesto que no podrán taladrar la roca con los dedos; del mismo modo, una compañía de aviación no podrá reemplazar a todos sus trabajadores, pues nadie podría poner a volar los aviones. Pero todo esto no cuenta para una buena parte del empresariado nacional, el mismo que parece haber copiado de sus homólogos de otras latitudes la avidez por recibir las ganancias, pero no la capacidad de correr riesgos. Es notoria su falta de convicción en el papel que la historia le asigna como el operador más calificado para lograr el desarrollo del país, dentro de un sistema capitalista regulado; cegado por el afán de recuperar su inversión en el menor tiempo posible, la mayor parte del empresariado nacional da la impresión de que siempre está inaugurando fábricas provisionales y haciendo bendecir plantas y equipos volátiles. ¡Qué decir de los banqueros! Ya sea porque nuestro consideran que Bolivia es un país de muy alto riesgo o porque su cosmopolitismo es mucho más fuerte que su decantado nacionalismo, el hecho es que, en vez de reinvertir sus utilidades en suelo nacional, las exporta en busca de asilo financiero, con gran eficiencia y poca nostalgia.

La gran diferencia se nota a la legua. Los empresarios de los países desarrollados no sólo han acumulado (reinvertido) sino que, en su natural afán de lograr mayores utili-dades, han desarrollado la ciencia y la tecnología a extremos vastos; en cambio los nuestros, en su afán de exportar sus utilidades no hacen casi nada para mejorar el estado de nuestra C&T. En este sentido, en este sentido, nuestro empresariotipo no es un verdadero burgués, simplemente es un aburguesado, es decir, ha tomado las fór-mulas de consumo del verdadero burgués, pero se ha resistido a absorber su espíritu de acumulador de capital y de desarrollador de tecnologías. Hasta hace muy poco no  ha cumplido con el papel que de él se esperaba; no ha acumulado, sólo ha exportado utilidades; ha rehusado la responsabilidad que tiene un burgués de cepa y meca. Es por eso que el estado de la C&T bolivianas es tan rutinaria y nuestra mano de obra, tan improductiva. Pero el empresario-tipo nacional parece que ha encontrado una especie de panacea a todas las observaciones a su ineficiencia: “no habrá aumento de salarios porque no ha habido incremento de la productividad”   

Por otra parte, hay también una gran diferencia de actitud mental entre la mayoría del empresariado nacional y el de las naciones desarrolladas tiene. Éste tiene el objetivo de maximizar beneficios y el de incrementar el valor de la empresa. Para ello utiliza todos los medios permitidos para elevar la eficiencia empresarial, entre ellos, su capa-cidad de innovación; en cambio, el papel del empresario boliviano es hacer saber que es él y no otro el que manda en la institución. Esta actitud de absolutismo feudal no sólo riñe con la calidad humana de cada persona, sino que se convierte en un obstácu-lo en contra de la propia productividad, sobre todo en los tiempos actuales cuando los principios fundamentales de la buena administración exigen una actitud compartida en el proceso de tomar decisiones. En su necesidad psicológica de distinguirse de sus empelados, ensalza el trabajo “intelectual” y desprecia el trabajo manual, aunque esta  actitud está cambiando con la generación joven de empresarios. Obsesionado como está en mantenerse firme en su sillón de dictador empresarial, teme instintivamente a todo aquello que ponga en peligro su autoridad, muy arbitraria, desde luego. Por lo general, el trato que da a sus empleados es déspota y carente de toda consideración y respeto que se debe a los demás. ¿Por qué es así nuestro empresario-tipo? Pues por-que cuando era un subalterno tuvo que aguantar a sus jefes. Cuando estaba en el llano aprendió por experiencia que la mejor manera de promo-cionarse era “no dejándose sentir”, no contrariando al jefe presentando alternativas o planes de mejoramiento. Ha visto el ostracismo  y el exilio empresarial que su sufrie-ron todos aquellos espíritus inquietos que trataron de ejecutar cambios administrativos o de organización. Es por eso que el ejecutivo-tipo tradicional del país, en el mejor de los casos, no sabe nada sobre teorías de la administración (esto no es tan grave, puesto que basta con ponerle un asesor al lado) en el peor de los casos, se resiste a la implementación de cualquier sistema ajeno a la tradición (esto sí es grave) Se burlan de lo que consideran “bueno en teoría pero inservible en la práctica”. En síntesis: diremos que el burgués legítimo explota un país; el empresariado transnacional, en los países subdesarrollados simplemente lo expolia.

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