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Cuando, auxiliado por Francia, el  monarca Fernando VII vuelve a reinar, suprimiendo la  constitución, viaja a Cuba como apoderado del Barón de Kessel y maestro de sus hijos., temeroso de la  venganza de los reaccionarios, A poco de estar en Cuba es nombrado  contador del crédito público, cargo del que no llega a tomar posesión, debido a  que el jefe de hacienda, que había de ser su superior jerárquico, no quiso aceptarlo  como subordinado, dado sus ideas progresistas.  Pensar libremente y no tolerar vejámenes, así  como ser un ferviente partidario de la justicia  no le permitía tener cabida dentro de la  administración del gobierno español en Cuba. Obligado, para poder vivir, a  agenciar distintos negocios, se desempeña  al cabo de poco tiempo como director del Liceo de La Habana, y redactor del Diario de la Marina. Durante el primer período  del mando del General Concha, supo ganarse la amistad de éste. Palpa la  injusticia de España en Cuba, sometida a la más inicua esclavitud, y valora  positivamente la justicia en la aspiración de los cubanos a la plena libertad.  Puesto en tal dilema, prefiere estar con los oprimidos. Su plan era conquistar  y atraer, por medio de la persuasión, la unidad por  la causa independentista a blancos y  negros,  ricos y pobres,  siervos y amos.. Enamorado de su idea, no  pierde oportunidad para buscar adeptos e formando el ejército con que ha de  hacerla triunfar. Así, cuando por haberse declarado contrario a la trata de  negros, el General Pezuela, Capitán General de la Isla, suspende su entrada a Cuba,  los españoles intransigentes que, con la misma se habían enriquecido, pedían su  relevo, Pintó cree llegado el momento de actuar para materializar sus ideas.  Intenta convencer a sus propios paisanos, en tanto que se comunica con los  cubanos desterrados,  hombres de tanto  valer como Gaspar Betancourt (El Lugareño), Pozos Dulces, Valiente, Goicouría y  otros, y les envía recursos monetarios para preparar la expedición del general  norteamericano Quitman, en realidad un nuevo intento anexionista. Relevado  Pezuela,   es enviado a Cuba, como nuevo Capitán General  el reaccionario general Concha. Pintó continúa  conspirando,  y le acompaña  como Director de la Caja de Ahorros de la Junta Revolucionaria,  a Carlos del Castillo; a Cecilio Arredondo como  encargado de comprar las armas necesarias y a Juan Cadalso como propagandista en  la provincia de Villa Clara. La organización toma forma y son  designados  los hombres que han de  dirigir el movimiento en sus distintas ramificaciones,  para actuar en el lugar donde gozan de más  prestigio y buenos  conocedores del  terreno. La conspiración es descubierta por las autoridades por una delación, obra,  según unos de presidiario nombrado Claudio González, escapado de Ceuta, donde  había estado con algunos cubanos deportados; según otros, por un norteamericano  al servicio del Gobierno de Washington, conocedor de los planes revolucionarios  por otros compatriotas complicados en la empresa, y para otros, por uno de los  españoles ricos a quienes le había hablado de su empeño. El 6 de  febrero de 1855,  el coronel Hipólito Llorente comienza a  instruir la causa por conspiración para hacer la independencia de la isla de Cuba, ordenando el  mismo día numerosas detenciones tanto en La Habana como en el interior. Los primeros en ser detenidos  Pintó, Juan Cadalso y el doctor Nicolás Pinelo. Constituido el  Consejo de Guerra, después de deliberar, pide pena de muerte para los tres. El  auditor, Miguel G. Gamba, estimando  injusta la sentencia, pide que se suspenda su aprobación y que de nuevo se vea  la causa por un consejo de revisión, pasando entonces la causa a manos de los  magistrados de la   Audiencia Pretorial, y éstos, a pesar de no ser tantos ni tan  convincentes los datos que contra los tres procesados arroja el sumario,  solicitan pena de muerte para Pintó y cadena perpetua para Cadalso y Pinelo.  Contra este nuevo fallo, el auditor García Gamba insiste en su dictamen  anterior. De lo expuesto por el auditor hace caso omiso  el general Concha, quien aprueba la condena a  muerte, en garrote vil, de  Pintó, y la  de diez años de prisión, en Ceuta, de Cadalso y Pinelo. Vanos fueron los  esfuerzos hechos para lograr que Pintó revelara el nombre de sus demás  compañeros de ideales. Más de una vez intentan las autoridades  ofrecerle a éste la suspensión de la pena de  muerte a cambio de revelar la identidad de los otros complotados. “Dejadme  morir tan honradamente como he vivido”, respondía a las preguntas que se le  hacían. El 21 de marzo de 1855 es ejecutado. 
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