Las anteriores páginas tienen una sola intención: plantear la tesis de que es posible y urgente que los pueblos latinoamericanos maduren la conciencia de su realidad socioeconómica y se enfrenten a su propio e impostergable destino: Una América Latina unida y desarrollada, una zona de libre comercio con países democráticos y latinoamericanos sin carencias.
Hemos tratado de avanzar en cinco direcciones:
Es verdad que de nación a nación se palpan diferencias básicas en los niveles del desarrollo de la región latinoamericana. Las desigualdades se extienden a otros factores geoeconómicos. Pero esto no quiere decir gran cosa como no sea la evidencia de que los tiempos y medios son disímbolos en el crecimiento de los individuos como en el de los pueblos –y no niega, sino afirma, la presencia de un denominador común: la necesidad del cambio estructural en América Latina. Es cierto, los países latinoamericanos son diferentes, sin embargo, se acepta las condiciones geográficas especiales, las raíces étnicas, cultura, lengua, los índices de desarrollo demográfico, la situación especial de los recursos naturales, la fisonomía histórica, el carácter sui generis del individuo americano, que lo distingue de otros hombres del orbe.
Es factible, por lo tanto, concluir de que sí es posible la unión paulatina de las naciones latinoamericanas. Las fronteras de los países de la región son recientes, son tan sólo líneas políticas trazadas por los gobernantes en turno, personas que vivían en tiempos diferentes, con problemas y oportunidades diferentes, por lo que es posible redefinir las fronteras económicas y políticas. Tsto lo están demostrando los países europeos en este camino en que se han embarcado para lograr la paz continental y el crecimiento conjunto.
Estamos viviendo una etapa de independencia de las supervivencias colonialistas. La lucha contra el colonialismo –por supuesto– está acorde con el ritmo de crecimiento económico y la estructura económica y política de cada región. El proceso está en auge y no es factible frenar las corrientes de defensa de la soberanía y de la autodeterminación. En el largo plazo, este autor espera de que la comunidad internacional se una en reprobar todo intento de intervencionismo, tome éste el cariz que sea: armado o pacífico.
El respeto a los pueblos comienza con el auto respeto. Cada uno de los países de América Latina tiene que establecer procesos democráticos y elegir libremente a sus gobernantes. No se puede lograr el cambio de las estructuras económicas sin cambiar las estructuras mentales. Se trata de una auténtica revolución evolutiva que eventualmente ha de reflejarse en las estructuras sociales, políticas, institucionales y científicas de cada país.
América Latina debe saltar por encima de las trabas que le han impuesto el yugo imperialista y sus malos gobernantes. En todos los países de la zona existen ya nutridos sectores que han alcanzado una comprensión excepcional de las limitaciones y posibilidades de la región.
Tener conciencia de un conflicto ya es entrar en la vía de combatirlo y superarlo.
La existencia de los bloques capitalista y socialista, así como la incipiente creación de un tercer bloque, el de la Unión Europea, abre un espacio de maniobra para lograr la apertura económica de los países latinoamericanos y mejores términos de intercambio.
Los países de la América Latina no necesitan del tipo de ayuda económica que hasta la fecha han recibido. Tal ayuda no siempre ha sido conveniente, ni ha contribuido a resolver los aspectos de su problemática interna, pero frecuentemente se ha dado condicionada a recibir a cambio favores y prebendas. La ayuda de este tipo siempre humilla, menosprecia y mantiene la diferencia en la jerarquía de los valores. En lugar de haber agradecimiento de quien recibe la ayuda, lo que queda es el resentimiento.
Hay que reconocer que América Latina no se puede desarrollar sin el apoyo y asistencia del capital y tecnología externa, pero ésta debe venir en beneficio mutuo, sin la arrogancia de la imposición imperialista. El tipo de capital externo que se requiere es el de la ayuda económica de los organismos multilaterales, préstamos concesionarios a largo plazo y el de las inversiones privadas que crean empleos y traen nuevas tecnologías.
Ahora bien, adquirir conciencia social y proclamar los principios que de ella dimanan es parte de la evolución (el cambio revolucionador) que se señaló como necesaria, o de la revolución (el cambio revolucionario) que hay que tratar de evitar.
El cambio de estructuras en la América Latina beneficia no sólo a los pueblos latinoamericanos, sino también a los países que integran los puntos neurálgicos de la política internacional, en particular, la seguridad de los Estados Unidos. Los conceptos de desarrollo y seguridad están íntimamente vinculados: sin progreso no hay seguridad. América Latina requiere la apertura de espacios para alcanzar su desenvolvimiento económico y social. Esta será la forma más viable y segura para el mantenimiento del orden y de la paz a escala continental.
Los Estados Unidos tiene, a su vez, que convencerse de que la política agresiva contra sus vecinos cercanos –nosotros– es a la larga mal negocio. El área de primordial preocupación para EE. UU. debe ser América Latina y no otras regiones del mundo, empezando porque en su puerta trasera, la América Ibérica se extiende por varios millones de kilómetros, con selvas impenetrables y regiones montañosas. Un Vietnam a escala continental influiría de modo radical en la economía norteamericana y en la posición de EE. UU. como potencia mundial.
Nadie puede vivir separado en la actualidad. Ninguna nación es autosuficiente y, en cuanto a la vecindad, es preferible, como se ha expuesto en reiteradas ocasiones, que el vecino no sea un aprovechado ni, mucho menos, un maleante, pues como contrapartida tendrá un enemigo en potencia, un enemigo al acecho.
La lucha contra lo que se denomina el peligro de una era de violencia civil está, por fuerza, en suprimir los focos de descontento individual y multitudinario: la pobreza, las necesidades inmediatas, la ignorancia, la falta de empleo, etc. La lucha será en torno al desarrollo económico integral para beneficio de las grandes mayorías.
México ha proclamado, como esencia de su política internacional, tres principios: el de no intervención, el derecho de autodeterminación y una política de cooperación humana. Esto último podría ser la base de una línea de conducta. De la misma manera que no es concebible el hombre aislado, el individuo sólo, los pueblos han menester de la cooperación de los demás pueblos. Esta colaboración debe ser prestada en forma amplia, adecuada y permanente, a fin de que contribuya a promover el desarrollo de los pueblos atrasados y no constituya sólo una apariencia destinada a favorecer los intereses de los países que la prestan.
Los pueblos altamente desarrollados tendrán que abandonar el viejo sistema –residuo del colonialismo– de aprovecharse de las naciones débiles, como simple fuente de recursos naturales o como mercado obligado, para iniciar una secuela de respeto recíproco y de apoyo doblemente útil: técnico y económico.
El autor de estas líneas sabe hasta dónde es factible su punto de vista y hasta dónde no ha podido evitar caer en la tentación de lo especulativo y hasta de lo utópico; pero, viéndolo bien, cualquier acción humana, hasta aquéllas que se rigen por leyes económicas, tiene que proyectarse hacia los linderos de “lo que debería ser” y “lo que quisiéramos que fuese”.
América Latina está en la edad de las definiciones, de la conformación total, a fin de ubicarse en el tiempo y el espacio que le corresponden.
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