REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

9 La epistemología y el turismo

Hasta ahora hemos visto cómo las saturadas aguas del turismo han venido recibiendo naves que compiten entre sí y con las que llevan surcando el estanque nada menos que siglo y medio, las de la economía y la sociología.

Las naves más recientes proceden de tres astilleros: la epistemología, la filosofía y la antropología (o sociología cualitativa). A cada una de ellas dedicaremos comentarios. Hoy tocan los que se refieren a la nave de la epistemología surcando las aguas estancadas del turismo. En este ilustre astillero viene laborando de un tiempo a esta parte un animoso y laborioso ejército interesado en el turismo formado por licenciados, doctorandos, doctores, profesores e investigadores esparcidos por el ancho mundo. Entre ellos destacaré los “aportes” de un prolífico argentino que no se arredra en exhibirse a cuerpo gentil y a cualquier hora por las aguas del turismo en las que trata de navegar con innegable originalidad. Me refiero a Maximilano Korstanje. Sus “aportes” se encuentran en diferentes revistas, pero sobre todo en Turismo y desarrollo (www.eumed.net), en la que apareció a mediados de 2009 (vol. 2, nº 5) el aporte titulado Turismo. Un nuevo enfoque disciplinario para la enseñanza académica. Repárese en que el texto se orienta explícitamente a la “enseñanza académica”, ese objetivo mimado por los turisperitos, siempre dispuestos a navegar en las procelosas aguas de lo conceptual, esas en las que tantos desmanes se viene cometiendo en la búsqueda y captura no en la mejora de la praxis sino de créditos académicos y canonjías varias.
Korstanje, pues, se propone indagar con su trabajo “en forma [dizque] teórica” lo que considera que son (copio literalmente):
“los tres componentes doctrinarios (sic) que caracterizan gran parte de los abordajes en la disciplina turística; y que de  alguna u otra manera han sido importados de otras disciplinas de mayor antigüedad. A lo largo de los años, la disciplina se ha nutrido de algunos puntos en común con las llamadas Ciencias Sociales, aunque con sus aciertos también aparecieron sus vicios y problemas metodológicos. Esto nos lleva a la idea de definir qué se entiende por turismo”.
Y es que el aportador también quiere echar su cuarto a espadas buscando una nueva definición, que las que tenemos le parecen pocas y mal avenidas.
Explicitadas las intenciones, el aportador sostiene que en el turismo (vuelvo a copiar literalmente):
“existen dos grupos bien distintos a la hora de definir al turismo; uno de ellos (el más conocido) adquiere una naturaleza acumulativa, toma por supuesto varias estructuras y las junta en forma indistinta. Por lo general, esta clase de definiciones obedece a intereses y dinámicas comerciales específicas”. (Repárese en la expresión dinámicas comerciales, en la que late el rechazo al lucro espurio que adorna a los espíritus más nobles.
El otro grupo de definiciones, continúa aportando el aportador, el que llama exhaustivo, es el que:
“hace referencia a una definición crítica y científica del término. En realidad, no por lo que incluye sino por lo mutuamente excluyente. (…) uno de los grandes inconvenientes que demuestran los estudios en turismo es poder integrar estas dos definiciones en forma armoniosa [la verdad es que no sé por qué habría que integrarlas ni para qué, así que sigamos]. Pero ¿cuales son las limitaciones que las propias Ciencias Sociales han transmitido al turismo?”, [se pregunta el autor para responder con el antropólogo sirio Jafar Jafari] que existe una postura científico-técnica” que tiene sus puntos flojos, los cuales son los que llevan a reconocer que el turismo no ha alcanzado todavía un nivel científico”
Y es que la cada vez más abigarrada y multifacética disciplina que se ocupa con tanto esmero del turismo no es una ciencia convencional sino un nutrido arsenal de diferentes ciencias, como ordenadamente vamos viendo aquí. La cuestión, sin embargo, que no es que la impostada disciplina turística no sea todavía una ciencia sino que, digámoslo sin ambages, nunca lo será. Las razones para ello son de enjundia pero que no las voy a desarrollar ahora.
El geógrafo yugoslavo Zivadin Jovicic se sacó de la manga, en 1975, una simpleza descomunal a la que llamó turismología, y a la que otorgó alegremente el carácter de una nueva ciencia a la que consideró específica, autónoma e independiente. Nadie en su sano juicio le hizo el menor caso (ya sé que en Brasil hace años que está haciendo fortuna académica la propuesta, pero las veleidades son libres). Todas las ciencias sociales ya consolidadas lo son en tanto disponen de su propio e intransferible método, no en función de un objeto de estudio propio. Todas ellas están perfectamente capacitadas para estudiar el turismo, claro, pero, eso sí, cada una por su lado, nunca en ese totum revolutum al que aspira la multidisciplinariedad canónica, y en función de lo que se pretenda.
Frente a esta tesis, Korstanje afirma  que las ciencias sociales que estudian el turismo lo distorsionan. Digámoslo con sus propias palabras: que “el [estudio del] turismo toma de las ciencias sociales ciertos presupuestos metodológicos que deberíamos problematizar” ¿Problematizar? Sí, han leído bien: pro-ble-ma-ti-zar.
De aquí que el aportador aspire nada menos que a aportar una nueva visión conceptual del turismo, hecha sobre las críticas posmodernas al viejo positivismo. Desde ellas niega la capacidad de las ciencias sociales para aumentar el conocimiento “científico” del turismo. ¿Por qué? Muy sencillo: por ser hijas legítimas del hoy denostado positivismo. Postula que hay que esforzarse en construir una nueva visión conceptual exenta de debilidades metodológicas. No obstante, termina atascado en la mera crítica sin aportar la nueva visión prometida. Se limita a insinuar que convendría superar la archibendecida multidisciplinariedad e ir más allá. ¿A dónde?, cabe preguntarse. Pues a la transdisciplinariedad, obviamente. ¿Y qué es la transdisciplinariedad? ¡Ah!, pues la verdad es que esa sí que es una inquietante pregunta. Me huelo que la transdisciplinariedad es la superación de las viejas disciplinas actuales para transitar por ignotas vías a su definitivo conocimiento. Tal vez la intuición, la creación artística, lo mítico, quizás. ¿También lo místico?
Y es que el futuro del turismo se presenta lleno de apasionantes arcanos, los cuales, una vez desvelados por la transdisciplinariedad, nos lo mostrarán, por fin, en todo su esplendor. ¡¡Habrá que esperar sentados!!


10 La antropología y el turismo


La antropología cuenta con varios siglos de antigüedad. Hay quien cree que sus inicios arrancan con las aportaciones del español fray Bernardino de Sahagún (1499 – 1590). Por su método de trabajo, basado en la recolección de testimonios de los mexicanos nativos, el análisis de esos testimonios y los resultados obtenidos hay quien considera a este religioso el primer antropólogo de América. Hoy se reconoce que Sahagún fue un genial precursor de la antropología no por lo ya dicho sino porque desarrolló el método en el que se basa esta ciencia. Desde entonces, la antropología ha alcanzado ya niveles de excelencia gracias a la consolidación de una metodología propia y específica.
Sintiéndose dueños de ella, muchos cultores de esta ciencia social han creído de interés ocuparse del estudio del turismo. En el vol. 4, nº 9 de la revista digital Turismo y desarrollo aun no publicado (www.eumed.net9) el otras veces citado Maximiliano Korstanje ofrece un estudio cuyo título es La seguridad en Virilo y Augé. De la tesis de los no lugares a la ciudad-pánico, trabajo del que cito por partes un largo párrafo con el fin de someterlo después al bisturí implacable de la crítica.
En primer lugar, el autor cae en la aceptación del esquema simplistamente descriptivo, propio de la visión conceptual disponible del turismo desde hace siglo y medio, y que no es otro que el que vienen aplicando secularmente todos los turisperitos que en el mundo han sido y son, y que el autor repite como un mantra: el turista, (sin especificar qué entiende por tal); el medio de locomoción, porque “no hay turista sin desplazamiento”; y el anfitrión, porque tampoco “hay turista sin consumo de servicios de hospitalidad”.
Estamos, pues, ante quien, aunque se presenta como antropólogo, se acerca al estudio del turismo con idénticos planteamientos que los economistas, los sociólogos, los geógrafos, los filósofos, los biólogos, los agrónomos, y todo ese largo etcétera de titulaciones que hemos visto ya, por lo que procede preguntarse dónde radica la especificidad de su supuesto análisis antropológico del turismo.
En segundo lugar, el antropólogo inocente asume la plena aceptación, una vez más, de la asimilación del turista al vacacionista, ya que da por admitido y confirmado que lo que busca el sujeto, ese del que parte su supuesta visión antropológica, no es otra cosa que “la evasión y el descanso”. Como tantas veces tengo dicho, a pesar de que los guardianes de la ortodoxia admitieron, por fin, en Ottawa y en 1991 que el turismo ya no es sólo vacacionismo, aun sigue habiendo, como estamos comprobando, turisperitos, cualquiera que sea su titulación, que son más papistas que el Papa. Resulta harto pintoresco, por no decir pedante, que el autor citado diga que la necesidad de evasión y descanso del hombre es una realidad ontológica, y que sostenga que, según la bibliografía especializada, la división del trabajo impone cierta disciplina de la cual el individuo busca desprenderse temporalmente, para acceder a lo que vulgarmente se llama “el disfrute de unas merecidas vacaciones”, lo cual es nada menos que un “espacio mítico consagrado a la restitución”, frase en la que, como digo, late una terminología tan pintoresca como pedantesca.
Porque ¿cómo se puede decir que es la división del trabajo la que impone cierta disciplina (sic) y que es de esta disciplina de la que el turista busca desprenderse porque es en ese desprendimiento en lo que consisten las vacaciones? ¿Cabe mayor retorcimiento? ¿Creerá el antropólogo inocente que la antropología es una disciplina que obliga a ser pedante?
Pues, puede que sí, porque en cuarto lugar hay que resaltar la siguiente frase: “por regla general, el interés del turista o viajero no es otra cosa más que su propia visión del mundo”. Sin duda, una frase tan oscura como grandilocuente con la más que originalidad y claridad su autor cae de bruces en lo flagrantemente pseudocientífico.

Y, en quinto lugar, en el que me planto, aunque hay más, el autor sostiene que “las vacaciones [son un] espacio mítico consagrado a la restitución”. Y sigue diciendo sin mover un músculo de la cara: “El vacacionar turístico no implica quedarse a vivir en un lugar específico –aunque pueda suceder -, ese accionar se configura como un acción dialéctica de relación con ese otro –hombre o lugar- visitado”

Creo profundamente que la frase supera hasta las heces todo lo que cabía esperar de quien, pensando que habla desde la valiosa antropología, en realidad lo hace desde los más manidos lugares comunes de la literatura especializada disponible, los cuales, como es obvio, nada aportan al conocimiento del turismo. Pero, qué más da si de lo que se trata es de publicar lo que sea y como sea ya que si se consigue la meta también se consiguen los créditos académicos, ese maná del que viven los turisperitos que militan en las universidades del ancho mundo.

(Este texto fue el único que mereció la atención de los lectores, algunos de los cuales dejaron comentarios airados contra su contenido y contra el autos. Junto a M. Korstanje hicieron comentarios adversos otros antropólogos. Sin embargo, al final, el mismo Korstanje reconoció la posibilidad de que el turismo se viera como un producto específico para cuyo análisis el método adecuado es la microeconomía. El cambio de opinión de M. Korstanje propició un acercamiento mutuo al tiempo que se iniciaban unas relaciones amistosas y una fructífera colaboración científica entre ambos)


Nótese que el autor confunde al turista con el emigrante: el primero regresa, el emigrante se queda. O, al menos, eso es lo que pretende.

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