PROPUESTA DE ACCIONES PARA POTENCIAR EL FUNCIONAMIENTO FAMILIAR EN NIÑOS DIAGNOSTICADOS TRASTORNO DE CONDUCTA

María Isabel Sosa Cervantes
Ondina Medina Arias
Yadelsis Aguilera Segura

mariasc@ult.edu.cu

CAPITULO 1: FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA SOBRE EL MANEJO DE LA SITUACIÓN FAMILIAR, EN NIÑOS CON TRASTORNO DE CONDUCTA.

1.1 Consideraciones sobre el funcionamiento familiar en la formación de la personalidad.

La familia constituye el grupo social más importante, al cual se vincula la existencia humana. En su seno el hombre aprende lo necesario para vivir y buscar su bienestar y felicidad, pues es la familia la encargada de cumplir entre otras funciones la de satisfacer las necesidades emocionales de sus miembros, contribuyendo así a su salud y estabilidad.

Se entiende por creencias parentales aquellas afirmaciones que se transmiten a cada integrante del núcleo familiar sobre el significado, y que muchas veces pueden interferir ya sea de manera negativa o positiva en nuestras vidas, siendo la familia uno de las principales influencias de las creencias, ya que es aquí donde el individuo va absorbiendo de padres, hermanos entre otros la creencia de cómo actuar en el mundo, moldeando así nuestras conductas con respecto a ciertos puntos de vistas que pueden limitar nuestro desempeño en la sociedad. De modo tal que si las creencias que tiene una persona esta basada en supersticiones como: "si quiebro un espejo o me veo en un espejo roto tendré 7 años de mala suerte", "si paso por debajo de una escalera me ira mal por mucho tiempo". Dichas creencias repercutirán de manera negativa en cada faceta que desempeña la persona, ya que estará mentalmente agobiado por lo que hizo y hasta cierto punto lo limitará. Quedando en evidencia que las creencias parentales son una fuerza poderosa dentro de la conducta humana, debido a que si una persona que puede hacerlo lo hará sin ningún inconveniente, pero si cree que es imposible hacerlo, ningún esfuerzo por grande que este sea, lo convencerá de lo contrario. De allí pues que es de gran importancia que el docente eleve las potencialidades del niño, y que a su vez esté en constante cambio de opiniones en cuanto a la actuación de estos sobre sus hijos, teniendo como base que la educación es un vehículo que le proporciona al ser humano herramientas cognitivas y axiológicas para enfrentar de manera eficaz las exigencias que se le presenten en su vida, y así sus pensamientos, ideas y/o actuaciones no estarán arbitrariamente regidas por sus creencias parentales.

Según el Diccionario Filosófico de Comunismo Científico: “La Familia es una forma de comunidad de personas unidas por vínculo matrimonial y consanguíneo. Tiene principios biológicos de reproducción y es una forma de comunidad social”. La célula fundamental de la vida y en ella están presentes e íntimamente relacionadas, el interés social y el personal. Es el medio en que se desarrolla la vida en común entre padres e hijos, por lo que  satisface hondos sentimientos humanos, afectivos y sociales de las personas. (Leyva Pagán. Georgina y Gspert Jiménez. Oreste, 2004)[10]

La familia es la célula básica de la sociedad y se le atribuyen responsabilidades y funciones en la educación de sus hijos;  la familia además tiene el deber de prestar especial atención a la formación integral de la niñez y la juventud.

Según Patricia Arés Muzio la familia es el  grupo de intermediación entre el individuo y la sociedad. Constituye el núcleo primario del ser humano, en ella el hombre inscribe sus primeros sentimientos,  sus primeras vivencias, incorpora las primeras pautas de comportamiento y le da un sentido a  su vida. También la familia es una categoría histórica, está determinada por el sistema social que le sirve de  marco.

En la familia se desarrolla la primera socialización del niño y es allí donde adquiere la información esencial para incorporarse al mundo de relaciones sociales, aprende hábitos, costumbres, normas sociales de convivencia, como proteger su salud y un mejor disfrute de la vida.

“Las funciones de la familia derivadas de su naturaleza como institución social, al igual que los diferentes roles que interjuegan en su seno derivadas de su status grupal, se asientan y dependen de las necesidades de reproducción que tiene el sistema del cual emergen, lo que coloca a la familia como unidad de reproducción económica, biológica e ideológica al servicio de dichas necesidades, instrumentando los procesos que le permitan articular sus fines. O sea que la familia formará un modelo de hombre, de mujer, de relaciones, de elección del proyecto vital acorde con el lugar que ocupe en la sociedad”.  (Cucco, Mirtha, 1995) [11]

La autora concuerda con García Batista, al plantear que si se prepara mejor a la familia para que cumpla mejor sus funciones, tanto sociales, educativas como biológicas, se obtendrá un pleno desarrollo de la personalidad del niño. (García Batista Gilberto, 2004) [12]

Por su parte, Blanco Pérez (2001) reconoce a la familia como unos de los factores de mayor incidencia  en la educación de los niños, adolescentes y jóvenes. La influencia de la educación familiar, esencial durante los primeros años de vida, transciende ese marco inicial y se manifiesta, con mayor o menor fuerza, a lo largo de toda la vida. (Blanco Pérez Antonio, 2001) [13]

La concepción pedagógica reconoce a la familia como uno de los factores de mayor incidencia en la educación de la personalidad de los niños, adolescentes y jóvenes. La influencia de la educación familiar, esencial durante los primeros años de vida, transciende ese marco inicial y se manifiesta, con mayor o menor fuerza, a lo largo de toda la vida

Las relaciones entre padres e hijos son únicas e intensas. Por lo general, las familias son felices cuando padres e hijos saben relacionarse y comunicarse de manera afectuosa y positiva, cuando los padres se sienten capaces de ayudar a que sus hijos se comporten bien, y cuando los hijos pueden expresar sus emociones y tener una conducta adecuada.

Según Aguilar Morales y Vargas Mendoza (Morales, J. E. y Vargas-Mendoza J.E. ,2006)[14]. En muchos hogares  los padres enseñan a sus hijos de forma  accidental a portarse mal. De igual forma muchos niños enseñan a sus padres a ser regañones. Lo irónico  es que en muchas familias  los padres sin darse cuenta premian las conductas indeseables   de sus hijos e ignoran las apropiadas. En otras ocasiones es el medio quien provoca el problema. 

Las mayores dificultades surgen cuando los padres no saben cómo manejar la conducta de sus hijos de manera eficaz. La  conducta oposicionista y desafiante es frecuente entre los niños pequeños, entre los más grandes y los adolescentes. Este tipo de comportamiento solo constituye un problema cuando interfiere en el funcionamiento general diario en la casa y en la escuela, con los compañeros o con otros adultos.
Teniendo en cuenta lo anterior reconocemos el papel que juega cada uno de los miembros del núcleo familiar en el funcionamiento de este, ya sea para bien o para mal. La bibliografía recoge una serie de crisis normativas y paranormativas que pueden afectar el funcionamiento familiar a partir de la incidencia que puedan tener los individuos que la conforman de manera particular.

Los fundamentos psicológicos responden a las concepciones del Enfoque Histórico Cultural de L.S Vigotsky (1896-1934) por la alta estima que da a la formación de la personalidad del individuo en el proceso de actividad del medio histórico-concreto en que se desarrolla, razón por la cual podrá regular su conducta a partir del ejemplo y la educación que le brindan la familia y la escuela.

De igual forma se basa la teoría que él denominara Situación Social del Desarrollo, basada en el desarrollo psíquico como resultado de la relación dialéctica entre las influencias externas que le proporcionan las personas que le rodean, entre las que se encuentran de forma más cercana, la familia y la escuela; y las internas propias del estudiante en las diferentes etapas por las que transita.

L.S Vigotsky y A. Berge implican, la falta de atención a las características individuales del niño durante su desarrollo, la ausencia de estimulación y en algunos casos el freno a las potencialidades de desarrollo y por otras a la carencia de un mundo emocional positivo, de adecuada comunicación entre los adultos y el niño a una defectuosa educación familiar y su papel en la formación de trastorno de la conducta.  A   partir de sus estudios, Berge, determinó algunas condiciones que pueden dar lugar a alteraciones en el funcionamiento familiar y afectar directamente a los más pequeños. Las mismas, en dependencia del número e intensidad de las influencias negativas que actúen sobre el niño y de acuerdo con las condiciones individuales de éste, pueden producir alteraciones severas en su formación al punto de convertirlo en un niño difícil de educar. (Berge, A. 2008) [15]. Entre ellas cita:

Cuando los padres tienen tantos problemas que ya no se pueden concentrar en los problemas de sus hijos; cuando además no se ponen de acuerdo en cómo ayudarlos con sus problemas; cuando ambos discuten y pelean delante de sus hijos; o cuando involucran a estos en sus peleas; cuando sus hijos se preocupan por la seguridad y felicidad de sus padres, estamos entonces en presencia de problemas familiares que inciden en el bienestar del hogar y por ende en la conducta de sus hijos.

En su desarrollo la familia debe cumplir una serie de funciones, cuando esto no sucede puede dar lugar a la aparición de una familia disfuncional. La misma tiene diversas características específicas, investigadas por los terapeutas familiares y otros especialistas en la materia los que reconocen el impacto de la disfuncionabilidad sobre el desarrollo de la personalidad de sus miembros, entre ellos los niños. La familia es un sistema organizado que tiene finalidades claras: alimentación, adaptación al medio, protección, socialización de sus miembros. La familia que no logra cumplir con sus objetivos básicos es una familia disfuncional. Su fun­cionamiento no le permite el desarrollo y consecución de sus fines.

Según Patricia Arés, en su artículo “Familia y Sociedad: Reflexiones en torno a su evaluación e intervención desde la Psicología” entiende como familia funcional a aquella en cuyas interrelaciones como grupo humano se favorece el desarrollo sano y el crecimiento personal, familiar y social de cada uno de los miembros.
Son muchos los autores que han hablado del tema Autores como Virginia Satir, Watzlawick  y Salvador Minuchin., haciendo énfasis en los indicadores que hacen a una familia más funcional. Todos coinciden en reconocer como indicadores de la misma: (Rosetti, 1991)[16]

Presencia de límites y jerarquías claras

Por su parte, la familia disfuncional tiene serias dificultades para resolver problemas. Sus procesos interaccionales se encuentran paralizados y fijos. Se sitúa los problemas existentes en un individuo (chivo expiatorio). Se evitan los conflictos. Se niega que exista problema alguno. Repiten estrategias de resolución de conflictos que resultan ineficaces. Culpan a alguien. De esta manera dichos conflictos no estimulan el desarrollo y transfor­mación de la familia, sino su rigidez y poca capacidad de cambio. Eptein, en 1982, diferencia tres esferas de tareas básicas de la familia.(Fishman Charles, 1989)[17].

La autora del presente trabajo coincide en que cualquiera de estas tareas puede convertirse en un área de disfunción en dependencia de cómo se maneje, sin embargo consideramos más adecuado hablar de funciones que de tareas a la hora de manejar la funcionabilidad familiar, encontrándose estas últimas dentro de las primeras.

En las familias disfuncionales se observa con regularidad un desdibujamiento de las fronteras generacionales, la suspensión de la organización jerárquica y la formación de una triangulación patológica. Este tipo de organización estructural promueve y sostiene una alteración comunicativa entre sus miembros, una marcada dificultad en el manejo del eje proximidad – distancia entre sus miembros (discriminación “self – objeto”) y un desequili­brio de la justicia familiar. (Lassiter, 2007)[18].

Dentro de una familia disfuncional existe una incapacidad para reconocer y satisfacer las necesidades emocionales básicas de cada uno de sus miembros; aunque pueda existir el deseo de encargarse y proteger a los niños, no se sabe o no se entiende claramente cómo hacerlo en una forma natural y espontánea.

Ambos padres o uno de ellos se siente íntimamente presionado a cumplir con su tarea, y tal presión interna se convierte en ansiedad, en desasosiego y exigencias hacia el propio niño para que cumpla su desarrollo de acuerdo a lo que los padres esperan y no de acuerdo al ritmo natural evolutivo propio.

Cuando esta presión interna es muy intensa y persistente, los participantes caen en la desesperación que suele convertirse en castigos físicos y/o malos tratos psicológicos que dañan profundamente la psiquis del niño. Que lo confunden, lo angustian y lo atemorizan porque el niño necesita oír a su alrededor voces acogedoras, tiernas y tranquilas.

Los miembros de una familia disfuncional, generalmente son personas psicológicamente rígidas, exigentes, críticas y desalentadoras; que no pueden, no quieren, o no saben reforzar y recompensar cálidamente los logros paulatinos de los niños y premiar sus esfuerzos, si este se comporta bien. Seres que piensan, rígida y equivocadamente, que es deber del propio niño cumplir correctamente y a tiempo todas sus operaciones.

Siendo personas rígidas, éstas adoptan gestos, aficiones e intereses que tratan de imponer a toda costa a los demás miembros, mientras asignan cerradamente sus criterios a los demás destruyendo la comunicación y la expresión natural y personal de cada uno y con ello, anulan su desarrollo como persona.

Tampoco saben cómo discutir abierta y naturalmente los problemas que aquejan al grupo familiar y se recurre, entonces al mecanismo de negar u ocultar los problemas graves. Se imponen sutil o abiertamente prohibiciones o tabúes dentro del grupo, se desarrolla una sobreprotección melosa que impide que el niño pueda aprender de sus propios errores.

El sentimiento de fracaso de los padres en su tarea puede llevarlos, y muchas veces lo tienen de antes, a un vacío interior y a un estado de angustia que suelen paliar a través de consumo de tranquilizantes, alcohol o drogas, o a comportamientos adictivos, como son el trabajo excesivo, el comer en exceso, o la actividad sexual promiscua,  lo que, por sí, sólo agrava el problema. Cuando el vacío es mayor, y se produce un distanciamiento anormal y el abandono real del niño, la familia se quiebra y se descompone y se pierden los objetivos vitales.

La familia disfuncional es una familia donde los conflictos crecen en la medida que las comunicaciones cesan o desaparecen enteramente. Cuando un niño se desarrolla dentro de una familia disfuncional lo que más siente es el abandono emocional y la privación. Cuando esto sucede, el niño responde con una vergüenza tóxica muy arraigada que engendra ira inicial, ya que no hay nadie que lo acompañe y se dé cuenta de su dolor. En estas familias los niños sobreviven acudiendo a todas las defensas de su juego y su energía emocional queda congelada y sin resolver.

Dentro de una familia disfuncional se produce un desorden y confusión de los roles individuales, llegándose a una real inversión de papeles por lo cual los padres se comportan como niños y éstos recibiendo exigencias de adultos, se siente obligados a confortar a sus inmaduros padres y al no lograr hacerlo, los niños se sienten culpables de los conflictos de los mayores.

Se esfuma así la inocencia, la creatividad, la transparencia de la niñez y se desarrollan actitudes de culpabilidad, fracaso, resentimiento, ridículo, depresión, auto-devaluación e inseguridad ante el mundo social que les rodea. Según la Dra. Arés Muzio. Patricia, las familias disfuncionales presentan algunos, varios o todos de los siguientes indicadores.

Actitudes potencialmente generadoras de alteraciones psicológicas en el ámbito familiar.

Según la  Dr. María Teresa García Eligio, el Dr. Guillermo Arias Beatón y Aurora García Morey;  algunas de las actitudes potencialmente generadoras  de alteraciones o las más frecuentes  son:

Sobreprotección: afecto con ansiedad. Se trata de un exceso de cuidado que limita el desarrollo psicológico y el validismo del niño, por lo que su resultado es el sentirse asfixiado de tanto amor, no propiciando el validismo. La socialización y la separación  paulatina de los vínculos estrechos que le ofrecían seguridad por razones de sobrevivencia.

Rigidez  y autoritarismo: la esencia de esta actitud está en la imposición  inflexible de las reglas de conducta al niño sin tomar  en cuenta su edad, estado de ánimo, tipo de personalidad o circunstancias presentes. Una familia rígida puede someter a un niño pequeño a normas incomprensibles para su edad, como puede ser interrumpir el juego sin previo aviso o preámbulo, para comer, dormir.

Permisividad: afecto sin autoridad. El familiar que no es capaz de establecer  ningún tipo de norma educativa, dejando hacer al niño sin importar las normas y los límites.

Rechazo: la falta de afecto encubierto o manifiesto. Consiste en falta de afecto o antipatía de la madre, el padre o ambos hacia el niño  Puede ser de carácter manifiesto o latente. La madre rechazante  critica y castiga en demasía al niño, lo compara desfavorablemente con otros y destaca sus malas cualidades, sin reconocer los rasgos positivos de este, limitando sus demostraciones de afecto.

Maltrato: método educativo vinculado a la agresividad, que puede ser física, verbal, sexual, psicológica. Las familias que utilizan como método educativo el maltrato estiman que la obediencia se logra a través de gritos, amenazas constantes y castigos corporales.

Inconsistencia: premiar, castigar y/o ignorar alternativamente la misma conducta. Son actitudes frecuentes en familias funcionalmente  inmaduras no preparadas para ejercer su papel como formadores. Establecen un sistema de premios y castigo de la misma conducta. En estos casos, su actuación hacia el niño no está estructurada, sino que depende del estado de ánimo o humor del momento.

Perfeccionismo: Exigencias superiores a la edad mental y/o emocional del niño. Se trata de familias en las que se mezclan la rigidez, el exceso  de exigencia y un mecanismo en el cual se pone de manifiesto el querer a su hijo, “pero” no como es, como si existiera un molde prefabricado en el que la familia fue depositaria de sus deseos, expectativas, fantasías y el hijo no se ajusta a este modelo por lo que en muchas ocasiones se les exige de manera indiscriminada sin tener en cuenta sus características. En general el resultado es un niño inseguro, con problemas en su autoestima y pendiente siempre de la aprobación de padres-jueces que siempre ponen condiciones para tener su aceptación.

La familia es la institución social que más influye en el desarrollo del niño, debido a que al agrupar las influencias genéticas y ambientales, esta influencia traspasa el ámbito familiar y repercute en el mundo escolar y social, por ello es necesaria la información y formación de los padres.

La familia es  “la unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia en común que se quiere duradero, en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a dicho grupo, existe compromiso personal entre sus miembros y se establecen intensas relaciones de reciprocidad e interdependencia”. (Rodrigo, María José y Jesús Palacios, 1998) [21].

La familia, es el espacio donde principalmente se transmite la educación, los valores y creencias, la visión del mundo, por lo que es importante que sea desde este ámbito de donde parta la reflexión profunda que lleve al conocimiento y a la convicción de lo que se quiere para los hijos y cómo hay que comunicárselo. Ser padres supone educar. Lo que se requiere es amor, lógica, arte, técnica y conocimiento. Hay que tener en cuenta, que se educa más con los actos que con las palabras, ya que los padres son el ejemplo a seguir de los hijos. Los padres han de mostrar entrega y que poseen debilidades humanas, inevitables pero muy humanas. Deben ser conscientes de sus derechos pero también de sus deberes, educándoles en el respeto, la igualdad de sexos y auto responsabilidad. Se hace necesario aportar consejos y experiencias, servirles de apoyo y guía pero no entrometerse sino dejar un margen de libertad de decisión y elección.

Ser padre o madre es una tarea vital, un oficio para el que se necesita información y posibilidad de ponerla en práctica. Es una responsabilidad que hay que asumir y que ayuda a madurar, ya que permite revivir el pasado familiar y, desde él, impulsa a mejorar para adaptarse a las necesidades que tienen y que tendrán los hijos en el futuro.

Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les dicen que ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la vida? No es suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos. Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital también para el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las normas de convivencia.

Para los niños, sus padres son el punto de referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños, perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que ellos tienen la culpa. Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.

Para que se sientan queridos y respetados, es imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su edad, con actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas! Tampoco debemos prometerles nada que luego no podamos cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.

Existen muchos modos de decirles a nuestros hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como poner en práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes resultados. No olvidemos que ellos nos observan constantemente y "toman nota". No está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre nuestras reacciones y el modo de encarar los problemas. Los niños imitan los comportamientos de sus mayores, tanto los positivos como los negativos, por eso, delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice y cómo se dice.

Hablar con ellos, contestar sus preguntas, enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos. Es una excelente manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto más pequeño sea el niño, más fácil resulta establecer con él unas relaciones de amistad y confianza que sienten las bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario, exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos como para nosotros. A ellos les da seguridad saber que siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al máximo los fines de semana.

Cada niño posee una personalidad propia que hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él; entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes. No hay que crear demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.

Un niño es lo suficientemente inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus padres. No es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una buena dosis de constancia y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y hacerse daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le rodean. Muchos niños tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres quienes, como respuesta a las carencias que ellos tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal sería que poseyeran sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y mantener cierto interés. Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una buena medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.

Los niños suelen recordar muy bien los castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa habitual, nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta aceptable con otras alternativas.

Para un niño es tremendamente estimulante saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que además se sienten orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo para regañar. Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan realizado, obtendremos mejores resultados.

Difícil, pero no imposible, Por más que parezcan estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas, nuestro objetivo prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que podemos hacerles es muy grande. Decirles: "No te aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué no habrás salido como tu hermano" merman terriblemente su autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están muy interesados en conocer su nivel de competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su autoconfianza. Contar hasta diez, salir de la habitación, cualquier técnica es válida antes de reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas. En caso de que se nos escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos.

A modo de conclusión,  en este capítulo se han introducido conceptos indispensables para la comprensión de la investigación. De lo anterior nos parece oportuno destacar el papel que debe jugar la familia en la formación de las nuevas generaciones, a partir de sus propios comportamientos y del manejo educativo que utilicen con el menor, por ser estos una vía importante para el desarrollo de la personalidad que en ellos está aún formándose.

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