APUNTES SOBRE DESARROLLO COMUNITARIO

Arizaldo Carvajal Burbano

1. Sobre el concepto de comunidad

Ezequiel Ander-Egg, en su conocido texto Metodología y práctica del desarrollo de la comunidad (2005), habla a fondo sobre ¿Qué es el desarrollo de la comunidad?
Señala que el ámbito operativo del desarrollo de la comunidad –como lo indica la misma expresión- es la comunidad. No cualquier comunidad, sino aquella o aquellas sobre las cuales y con las cuales se quiere llevar a cabo un programa con el fin de atender a sus necesidades y problemas, lograr su desarrollo y mejorar su calidad de vida (p.25).

Así, detengámonos en este polémico concepto de comunidad. Al respecto, Ander-Egg comenta:

El término “comunidad” es uno de los conceptos más utilizados en las ciencias sociales. Pero, como ocurre con otras palabras que tienen amplio uso dentro de estas disciplinas, se trata de un vocablo dotado de extensa polisemia, es decir, hace referencia a realidades muy diversas. Esta multiplicidad de significados no se da sólo en el lenguaje científico, sino también en el lenguaje corriente.

En su acepción originaria, el término “comunidad” hace referencia a un ámbito espacial de dimensiones relativamente reducidas, en el que existía una compenetración y relación particular entre territorio y colectividad. En un sentido lato, la palabra denota la cualidad de “común”, o bien la posesión de alguna cosa en común. Alude, pues, a lo que no es privativo de uno solo, sino que pertenece o se extiende a varios.

A veces, el término se utiliza para designar un pequeño grupo de personas que viven juntas con algún propósito común; también se puede hablar de comunidad aludiendo a un barrio, pueblo, aldea, o municipio. En otras ocasiones se aplica a un área más amplia: comarca, provincia, región, nación, continente…, hasta llegar al conjunto de la humanidad. La palabra sirve para designar algún aspecto de esas realidades, que son muy diferentes en cuanto a la amplitud espacial de “aquello” que designan. Sin embargo, hay que suponer que en todas esas realidades deben existir algunos rasgos o características, por las que se las puede denominar con este vocablo. (Ander-Egg, 2005:26).

El autor constata esa diversidad a través de una revisión de los diferentes aspectos que suele destacarse:

 

 

 

De ahí la importancia –señala el autor- de delimitar el alcance que se da en el campo de los métodos de intervención social, aunque este sea tributario de los que se le da en los campos de la sociología, antropología y psicología social. “De todo ello, y seleccionando aquellos aspectos o factores que interesan a un método de acción social con el significado y alcance del desarrollo de la comunidad, diremos que los elementos estructurales más importantes son”:

 

El autor concluye que “una comunidad es una agrupación o conjunto de personas que habitan un espacio geográfico delimitado y delimitable, cuyos miembros tienen conciencia de pertenencia o identificación con algún símbolo local y que interaccionan entre sí más intensamente que en otro contexto, operando redes de comunicación, intereses y apoyo mutuo, con el propósito de alcanzar determinados objetivos, satisfacer necesidades, resolver problemas o desempeñar funciones sociales relevantes a nivel local”. (Ander-Egg, 2005:34).

Robertis y Pascal (2007) expresan que según la definición de diccionario el término comunidad se refiere al carácter de lo que es común…similitud, identidad…reunión de personas que viven juntas, que tienen intereses comunes. En otras palabras, comunidad = común unidad.

El concepto de “comunidad” ha sido utilizado con dos significaciones: una es la definición de un espacio delimitado donde existe una organización de vida social parcial (barrio, aldea); la otra hace referencia a la calidad de las relaciones que se entretejen entre las personas y los grupos---esta significación espacial y cualitativa vuelve impreciso el término comunidad. –de ahí que usaremos el término colectivo. (Robertis y Pascal, 2007:31).

Maritza Montero (2007) expresa que como muchas de las palabras clave en el campo de lo social, “comunidad” es un término polisémico, complejo y confuso.

Así, en muchas definiciones (Chavis y Newbrough, 1986; Giuliani, García y Wiesenfeld, 1994; Sánchez, 2000) se indica que la comunidad supone relaciones, interacciones tanto de hacer y conocer como de sentir, por el hecho de compartir esos aspectos comunes. Y esas relaciones no son a distancia, se dan en un ámbito social en el cual se han desarrollado histórica y culturalmente determinados intereses o ciertas necesidades; un ámbito determinado por circunstancias específicas que, para bien o para mal, afectan en mayor o menor grado a un conjunto de personas que se reconocen como partícipes, que desarrollan una forma de identidad social debido a esa historia compartida y que construyen un sentido de comunidad (SdeC), igualmente definido en mayor o menor grado entre los componentes de ese grupo social, pero identificable en el pronombre personal de la primera persona del plural: nosotros.

Es importante, en este sentido, recordar algo que advirtió Heller en 1988: la necesidad de enfocar la comunidad como “sentimiento” y no la comunidad como “escena o lugar”. Al trabajo comunitario no le interesa el sitio donde está la comunidad en tanto tal, sino los procesos psicosociales de opresión, de transformación y de liberación que se dan en las personas que por convivir en un cierto contexto, con características y condiciones específicas, han desarrollado formas de adaptación o de resistencia y desean hacer cambios. Esta posición ha sido calificada en la literatura especializada como “relacional” o “de la relación”. Entonces, si bien se trabaja para facilitar y catalizar esa transformación y liberación, no se puede ignorar el contexto en el cual se da y que puede ser parte del problema. (Montero, 2007: 198 -199).

Señala Montero que igualmente es necesario destacar el aspecto dinámico, en constante transformación, de las comunidades. Una comunidad, como todo fenómeno social, no es un ente fijo y estático, dado bajo una forma y una estructura. Una comunidad es un ente en movimiento, que es porque está siempre en el proceso de ser, así como ocurre con las personas que la integran. Lo que permite definirla es la identidad social y el sentido de comunidad que construyen sus miembros y la historia social que igualmente se va construyendo en ese proceso, que trasciende las fronteras interactivas de la comunidad y le otorga a veces un nombre y un lugar en los sistemas de nomenclatura oficial e informales de la sociedad. Este aspecto identificador ha sido ligado al de sentido de común y se ha llagado a hablar de una identidad de sentido de comunidad.

La autora, con base en su experiencia de trabajo y de otros investigadores definía la comunidad como:

Un grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y desarrollado, preexistente a la presencia de los investigadores o de los interventores sociales, que comparte intereses, objetivos, necesidades y problemas, en un aspecto y un tiempo determinados y que genera colectivamente una identidad, así como formas organizativas, desarrollando y empleando recursos para lograr sus fines (Montero, 2007).

Así, Montero presenta un cuadro sobre los Aspectos constitutivos del concepto de comunidad:

  • Aspectos comunes, compartidos:

- Historia
- Cultura
- Intereses, necesidades, problemas, expectativas socialmente construidos por los miembros del grupo.

  • Un espacio y un tiempo (Montero, 1998a; Chasis y Wandersman, 1990).
  • Relaciones sociales habituales, frecuentes, muchas veces cara a cara (Montero, 1998a; Sánchez, 2000).
  • Interinfluencia entre individuos y entre el colectivo  y los individuos (McMillan y chasis, 1986).
  • Una identidad social construida a partir de los aspectos anteriores.
  • Sentido de pertenencia a la comunidad.
  • Desarrollo de un sentido de comunidad derivado de todo lo anterior.
  • Un nivel de integración mucho más concreto que el de otras formas colectivas de organización social, tales como la clase social, la etnia, la religión o la nación (Montero 1998a).
  • Vinculación emocional compartida (McMillan y chasis, 1986; León y Montenegro, 1993).
  • Formas de poder producidas dentro del ámbito de relaciones compartidas (Chasis y Wandersman, 1990).
  • Límites borrosos.

FUENTE: Montero, 2007:200.

En su análisis, Montero se refiere a la locación y relación en la definición de comunidad, donde se define la comunidad como “el conjunto de relaciones sociales que se encuentran vinculadas por un sentido de comunidad”. Se comparten expectativas socialmente construidas, necesidades o problemas que crean un sentido de grupo más o menos grande según circunstancias compartidas, y de esa interacción surge un sentido de comunidad que está íntimamente ligado a una identidad social comunitaria (p.203).

La autora toca otro problema: la relación entre comunidad y sentido de comunidad. “Lo que ocurre es que quizás se ha puesto demasiado énfasis en la noción de territorio, y en tal caso es necesario advertir que el sólo compartir un espacio, un lugar, no necesariamente genera una comunidad”.

Expresa que en definiciones dadas desde dentro de las comunidades se deben resaltar los siguientes aspectos que marcan el concepto de comunidad:

 

 

 

Una comunidad, entonces, -señala la  autora- está hecha de relaciones, pero no sólo entre personas, sino entre personas y un lugar que, junto con las acciones compartidas, con los miedos y las alegrías, con los fracasos y los triunfos sentidos y vividos otorga un asiento al recuerdo, un nicho a la memoria colectiva e individual. Un lugar construido física y emocionalmente del cual nos apropiamos y que nos apropia, para bien y para mal.

Krause (citado en Montero, 2007:206-207) considera que hay un número mínimo de componentes que permiten construir el concepto de comunidad o reconocer la comunidad en algún grupo social concreto. Esos componentes son la pertenencia, la interrelación y la cultura común.

Todo lo anterior muestra que a pesar de la dificultad para definir lo que es una comunidad, hay un cierto número de coincidencias en cuanto a lo que constituye el núcleo fundamental que la caracteriza.

Montero revisa su definición de dos décadas atrás y presenta la siguiente: una comunidad es un grupo en constante transformación y evolución (su tamaño puede variar), que en su interrelación genera un sentido de pertenencia e identidad social, tomando sus integrantes conciencia de sí como grupo, y fortaleciéndose como unidad y potencialidad social. (Montero, 2007:207-208).

Agrega que la comunidad es, además, un grupo social histórico, que refleja una cultura preexistente al investigador; que posee una cierta organización, cuyos grados varían según el caso, con intereses y necesidades compartidos; que tiene su propia vida, en la cual concurre una pluralidad de vidas provenientes de sus miembros; que desarrolla formas de interrelación frecuentes marcadas por la acción, la afectividad, el conocimiento y la información. No debe olvidarse que, como parte de su dinámica, en esas relaciones internas puede también llegar a situaciones conflictivas conducentes a su división, su disgregación y a la pérdida de identidad.

Pallí (citado en Montero, 2007) coloca el concepto de comunidad bajo el prisma crítico para analizar tres enfoques que han tenido cierta influencia en algunas formas de trabajo comunitario.

El primero de esos enfoques considera a la comunidad como algo contaminante, ilustrado por esos modos de aproximación a la comunidad en los que los interventores o investigadores mantienen un discurso que habla de igualdad, pero toman medidas que mantienen la separación entre lo que hacen y la comunidad. Personalmente, he visitado lugares construidos en el centro de una comunidad y, a la vez, rodeados de cercas y muros, dentro de los cuales se llevan a cabo actividades y se prestan servicios para las personas de la comunidad, que a la vez nada tienen que ver con ella. Eso podría ser una ilustración de la posición antes descrita. Pallí atribuye esta concepción a lo que la antropóloga Mary Douglas (1985/1996) llama la “lógica de la higiene”: no contaminarse con la comunidad; algo que sería expresión del temor que ella inspira, pero que además nos parece que refleja la incapacidad de mirar a la comunidad y de relacionarse con ella.

Otro enfoque limitante de la comunidad consiste en verla como deficiente. Es decir, como incapaz y minusválida, como débil o enferma. Este tipo de visión es el que predominada bajo lo que se ha llamado el “modelo médico”: ver sólo las carencias, no las fortalezas, generar relaciones paternalistas, clientelistas, en las cuales la comunidad está siempre en la situación de minoría, de invalidez. Y, a decir verdad, no es sólo el modelo médico el que promueve tal visión, es también el modelo “misionero” que puede verse el algunas ONG y en ciertos grupos religiosos, para los cuales la comunidad es una especie de ente frágil, proclive a ser presa de peligros e incapaz de superar sus males sin ayuda externa.

Y, finalmente, el tercer enfoque es aquel que ve a la comunidad como algo puro, que podría ser contaminado por la acción de los agentes externos, por lo cual todo lo que proviene de ella es perfecto, intocable e inmutable. En el fondo, esta posición es no menos debilitante que la anterior pues esa “pureza” supone una fragilidad que desecha toda forma de discusión, de aprendizaje y de transformación, como si la comunidad no fuese capaz de reflexionar sobre nuevas ideas y modos de acción (pp. 211-212).

¿Qué significa eso? Para Montero la respuesta reside en que la idea homogeneizante y unificadora de la comunidad, más que generarse en la literatura  especializada, forma parte del imaginario popular. Para muchos investigadores nóveles suele ser un descubrimiento sorprendente, y a veces un aprendizaje duro de aceptar, el que las comunidades tengan su propio tiempo, su ritmo, su lenguaje, sus flujos y reflujos de acción y de pasividad; que las cosas no sucedan cuando los agentes  externos las planifican, sino cuando la comunidad considera y siente  que debe, quiere y puede hacerlas. Que el tiempo de latencia, el tiempo de preparación y el de actuar respondan a condiciones internas de la comunidad, intrínsecas a la comunidad y a la manera que ella tiene de asimilar los factores externos. Para usar una metáfora, la comunidad se expende y se contrae y también reposa y parece no oír, ni ver, viendo y oyendo. Por eso la participación aumenta o disminuye según las actividades, según cómo sea la actividad de los grupos y las personas dirigentes. Y los límites dependerán del alcance de las relaciones y redes que se pueden tejer dentro de ellas mismas. (pp. 212-213).

Mireya Zárate (2007), dice que para hablar de desarrollo comunitario es necesario definir los conceptos que forman parte de la construcción teórica; así, partiendo del concepto de comunidad, algunas cuestiones generales que no deben perderse de vista son:

Lo anterior hace referencia a que la comunidad, independientemente de cómo se defina o conceptualice, existe, tiene una dinámica particular que le ha permitido a lo largo de los años existir y mantenerse, generar cambios y crecer.

Con base en esto, ¿cómo se define comunidad? Zarate señala que infinidad de definiciones al respecto se encuentran en la literatura; sin embargo, todas coinciden en puntos esenciales que a continuación se enumeran:

Así, concluye que comunidad “es un conjunto de personas que se ubican en un espacio geográfico determinado, que se concibe como unidad social, donde la interacción se da de manera intensa a partir de la atención a intereses comunes, lo que propicia la idea de crear conciencia de pertenencia entre sus miembros” (p.194). Añade que comunidad es integralidad, totalidad, heterogeneidad, a veces conflicto, pero en definitiva: vida cotidiana y relaciones directas en un escenario geográfico determinado, donde los sujetos en esa vida social encuentra, reciben y toman lo necesario para desarrollarse. Y que un concepto que es inherente a comunidad y sin el cual no se habla de ella es el sentido de comunidad, elemento indispensable para la interacción de los sujetos. En el sentido de comunidad se encuentran implicados intereses, afectos y sentimientos entre los miembros integrantes del grupo y hacia la comunidad como contexto.

Joaquín García Roca (2001) considera que en el interior de la crisis actual vuelve a afirmar su vigencia y actualidad el modo comunitario de abordar los problemas sociales. “La comunidad es la tradición más porfiada, la más obstinadamente viva a pesar de la persecución incesante que sufre en la actual organización social. La tradición comunitaria está empeñada en perpetuar un modo de producción y de vida basado en la solidaridad, la igualdad de derechos y la participación colectiva” (p.68).

Hay un modo comunitario de producción y de vida fundado en la solidaridad y no en la codicia, en la relación de identidad entre el hombre y la naturaleza y no en la competitividad, en la colaboración y no en el desprecio. A la ley capitalista de la ganancia opone el interés colectivo, la reciprocidad y la solidaridad.

Hace quince días sentado junto al lago Peten, en Guatemala, escuché de boca de uno de los indios maya-quichés explicar así la cacería que su pueblo padece por parte del ejercito: “nos matan porque trabajamos juntos, comemos juntos, vivimos juntos, soñamos juntos”. En esta dimensión solidaria es donde la gestión integrada encuentra su potencial emancipador más radical (p.68).  

 

Para Barcellona (1996) la comunidad no es “nostalgia”. Se requiere la comunicación con el otro, como base necesaria para la confirmación de la identidad.

Para Zygmunt Bauman, palabras como comunidad inspiran sensaciones agradables. Es un “lugar cálido, un lugar cómodo y acogedor. Es como un techo bajo el cual nos abrigamos de la lluvia pesada, como un hogar delante del cual calentamos las manos en un día helado”. Sabemos que la comunidad, sus lazos, sus relaciones, no existen por sí solos. Hay que construirlos colectivamente.

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