Defensa y Resistencia: secretos, silencios,  apariencias, disimulos, verdades a medias. 
  Algunos historiadores estudiosos de esa época consideran que no obstante  la imposición del Discurso Oficial Católico con respecto a las relaciones  sentimentales y al comportamiento sexual, sobre la sociedad novohispana; una  buena parte de los diversos grupos sociales no se comportaron como víctimas  pasivas de la ideología dominante, que por medio de sus normas de coacción, los  obligaban a obedecer. Sino que fueron artesanos de diminutas revoluciones a  escala íntima, individuos deseosos de desenvolverse con más libertad en un  mundo en que la transgresión pareció a muchos la única salida a una norma  rígida, sin alternativa y desadaptada, respecto a la realidad que pretendía  regir.
  La única defensa, y resistencia en contra de la normatividad, era la de  transgredir, la de subvertir (de subvertere, que significa trastornar, omitir,  revolver) la norma.  Pero esta  subversión, esta discrepancia con el orden sentimental impuesto, no podía  hacerse abiertamente, en una forma directa, clara y frontal ya que hacerlo así  podría significar: la marginación, el repudio, la exclusión, la pérdida de los  bienes, y a veces hasta la vida.
  Por lo que los métodos de transgresión eran: los secretos, las verdades  a medias, el silencio, la apariencia y disimulo. Como pudimos observar en el  caso de los sacerdotes y las religiosas en el que las relaciones sentimentales,  los encuentros, las cartas, las poesías, las citas, las caricias  tenían que hacerse en forma clandestina, en  sigilo, con discreción, con prudencia, con disimulo, cuidando los detalles, las  apariencias. Lo mismo sucedía en todos los casos en que la normatividad, el  orden sentimental consideraba que se trataba de relaciones ilícitas desviadas,  profanas, sensuales.
  Por lo que para librarse de tan absurdas y ridículas normatividades, los  lemas, las divisas de la resistencia y defensa contra el Discurso Oficial  sentimental impuesto era: “Del dicho al hecho hay un trecho” y “Obedézcase pero  no se cumpla”. Si bien este último lema sirvió como método libertario en la  vida privada; en la administración política y económica de la vida pública, fue  causa de una mayor ineficiencia y corrupción, pero sin embargo, fue de gran  ayuda en la vida intima de las personas, puesto que les permitía abrir un  espacio ante la estrechez y angostura de los cauces en que la absurda y  errónea  normatividad, derivada de la  ideología  dominante, quería encerrar  a  los sentimientos.
  Se podía decir que existía una especie de acuerdo tácito, en el que la  sociedad aparentaba que todo se cumplía al pie de la letra, tal como lo dictaba  el orden sentimental. Se hacía como que se obedecía, como que se cumplía, pero  en la oscuridad, en el silencio, en la clandestinidad, en el secreto, se  podían  dar los versos y los besos  furtivos.     
  Gran parte de la población guardaba secretos de unos y otros, aunque a  veces se podían convertir en secretos a voces, pero que de alguna manera  permanecían ocultos para proteger o para protegerse de alguien. En algunos  casos se decía que no era verdad, sino que sólo era un rumor, un chisme  inventado; pero como de cualquier manera unos y otros se conocían sus mutuos  secretos, generaba toda una red de complicidades, de apariencias, de disimulos.
  1.1. La  historia oficial sentimental y la historia real sentimental. Fuentes: los secretos, rumores, chismes,  cartas, diarios íntimos, novelas, literatura.
  Se podía decir que una era la historia oficial sentimental de la  sociedad, que era de acuerdo al discurso oficial del orden sentimental  impuesto, y otra era la historia sentimental que las personas en realidad  vivían y experimentaban en la cotidianeidad.
  Lo que se conocía como historia oficial era la ficción, en cambio lo que  nos permite conocer lo que sucedía en las historias sentimentales reales de los  personajes que componían la sociedad novohispana eran los secretos, las cartas,  la correspondencia familiar, los chismes, los rumores, la revelación de diarios  íntimos, muchos de ellos transformados en literatura, en novela que si  correspondía a la realidad sentimental vivida por las personas.
  La literatura es hasta cierto punto una verdad traducida a una mentira  llamada novela. “Una mentira que no es más que un modo indirecto de revelar una  verdad profunda, oculta, a veces indecible directamente”, afirma Vargas Llosa.
  Por lo que la literatura ha sido una fuente muy importante para conocer  la verdadera historia sentimental y no sólo la ficción oficial. Como es el caso  de Artemio de Valle Arizpe, historiador, escritor, que con su novela sobre la  vida de la Güera   Rodríguez nos recrea parte de la vida real del México  colonial, en su narración nos devela los secretos, los chismes, los rumores,  las costumbres de estos tiempos de finales de siglo XVIII y principios del XIX.
  Costumbres de las que dieron testimonio en sus cartas, los viajeros que  describen el mundo de América, entre ellos la marquesa Calderón de la Barca que estuvo en México  en una  etapa posterior a la Colonia y la independencia  entre 1839 y 1842, donde se puede observar como continuaba la misma resistencia  para evadir la absurda y estricta normatividad heredada de la época colonial.  Ella expresaba en una de sus cartas, “…es cierto que ha de pasar mucho tiempo  antes que un extranjero pueda darse cuenta como es el comportamiento íntimo  entre las personas de este país, pues cualquiera que sea la condición privada  de estos individuos, prevalece el decoro más absoluto en la conducta exterior,  mientras una mujer asista a la   Iglesia asiduamente, patrocine alguna institución de caridad  y no cause escándalo en su conducta exterior, bien puede hacer lo que le venga  en gana privadamente”. En esto se daba cuenta que existía un desfase entre los  comportamientos requeridos, ostentados y aquellos que se ejercían  en la vida diaria.
  Pero gracias a la defensa y resistencia del “obedézcase pero no se  cumpla”, la vida cotidiana se desarrollaba de acuerdo con escalas más  permisivas y flexibles, más cercana a los gustos y deseos de las personas, con  el único método de transgresión en ese momento posible: la apariencia, el  disimulo, el secreto, el silencio ya que de no hacerlo así, las personas podían  ir a dar a la cárcel, al panteón o a la inquisición.
  Como nos lo ilustra Artemio del Valle Arizpe, en otro pasaje de su  novela histórica sobre la vida de la Güera Rodríguez, a quien el Virrey J. Vicente  Guemes segundo conde de Revillagigedo, obligó a casarse, cuando ella era  todavía muy joven.
  “La donairosa y vibrante Güera Rodríguez, duró en la sujeción de casada  con el calatravo (de Calatrabia) don José Jerónimo López de Perlada de Villar  Villamil y Primo, hasta once largos años. En los primeros años fue toda  agradable a su marido, de hermosura  verdaderamente  viril, en esos tiempos no  tenía más querer o no querer que el de don José Jerónimo; que cumplía con gusto  sus  antojos.
  Pero en los últimos años de ese enlace ya no hubo buenos tratos ni menos  felicidad,      por lo que no estaban muy  avenidos la Güera  y su marido.
              Aparte de esta relación  bendecida por la santa madre  Iglesia Católica, Apostólica y Romana, tuvo  otros galantes devaneos en lo que no tercia Dios, pero era lo que le pedía su  alma con sed de amor.
       (vicisitudes de los enamorados; única  solución, disimulo y apariencia.)
  Tuvo la Güera   Rodríguez, sentimental relación con don José Mariano  Beristaín de Souza, que ejercía de canónigo en la Santa Iglesia  Metropolitana, que también tenía el título de Doctor, como se pone en la  portada de su magnífica “Biblioteca Hispano Americana Septentrional, o Catálogo  y Noticias de los Literatos que nacidos, o educados, o florecientes en la América Septentrional  Española, ha dado a luz algún escrito o lo han dejado preparado para la prensa.
  La Güera llevó a  vivir a su casa al señor canónigo dizque (aparentemente) para que trabajara con  sosegada calma en aquellas largas listas que hacía de escritores mexicanos y de  la América   Septentrional, ya que en la suya propia dizque  (aparentemente) no tenían sosiego para dedicarse a sus pacientes estudios  bibliográficos. Estas listas eran seguidas por una pormenorizada enumeración de  las obras que compusieron.
  Para realizar este trabajo movía el señor canónigo un sin fin de papeles  polvorientos y de volúmenes en donde se les mencionaba. Leía insaciablemente  mucho de lo que produjeron esos escritores, para emitir un juicio certero y no  sólo se echaba a pechos sus libros sino hasta los manuscritos que dejaron sin que  fueran a las imprentas, por lo que estaba siempre atareado para componer su  extensa Biblioteca Hispano Americana Septentrional, con la que ha engrandecido  más el nombre de México.
¿Cómo para hacer este dilatado y pacienzudo trabajo iba a tener José Mariano  Beristaín de Souza más sosiego y tranquilidad en la casa de doña María Ignacia  Rodríguez que en la suya propia, esquina que hacían las calles de Tacuba con  las de Santo Domingo?, ¿Qué a caso para trabajar a gusto, traslado a la  residencia de la gentil Rodríguez gran parte de su biblioteca o, al menos los  numerosos cuerpos de libros para no suspender su acuciosa, larga y meritísima  labor? No, por Dios, allí trabajaba contento, contentísimo, con lo que  eficazmente le daba con su fuego, la incomparable y linda señora. Teniendo ella  y el señor canónigo perdidos los sentidos, estando en un puro embelesamiento;  siempre despiertos y ágiles, vivos sus ojos que les relumbraban saltarines de  puro gusto.
              (en secreto, en  silencio,   las citas y los besos furtivos.)
  Una tarde se citaron la   Güera y el Canónigo en el anchuroso templo de la Casa de la    Profesa, un atardecer ya rebosante de noche, sólo el  fulgor de una que otra vela de promesa y de alguna lamparilla veladora delante  de una imagen, ponían su amarillo trémulo en la vasta oscuridad. La llamita de  estas lámparas veladoras, se debatía temblorosa entre aquella sombra fragante  de incienso y de rosas. En esto acertó a pasar por una nave el Prepósito don  Matías Monteagudo y por un rincón en el que se amontonaba más la tiniebla, no  sé que oyó, no sé que vio el bueno del filipense, que parece que tenia ojos  como los de la lechuza, para los que la oscuridad es luz que los alumbran, o  que sus oídos eran los de un tísico, que dicen que estaban tan afinados que  perciben claramente el leve volar de una mosca lejana. El caso que con lo que  oyó y miró dijo el inevitable: “¿Quién anda por ahí? Y sin contestar a la  pregunta salieron de lo oscuro dos cuerpos rapidísimo  como impelidos por un fuerte resorte que se distiende,  y sobre ellos cayó de pronto la claridad trémula de una amarilla votiva y vio  azorado el Prepósito quienes eran los que se ocultaban en aquel impropio  refugio.
  Se embraveció don Matías con un gran coraje, y dijo a los fugitivos unas  palabras duras y exactas y los dos salieron de estampida corriendo más veloces  que disparada saeta, por la ancha puerta que caía hacia San José del Real.
  ¿Para qué ir a platicar en la incomodidad de la Iglesia, si tenían para  esto la muy tranquila soledad de la casa en la que siempre estaban con rostro  halagüeño como si trataran de cosas naturales y fáciles? Tal vez don José  Jerónimo, el marido de la Güera  no los dejó con su enfadosa presencia estar solos, y por eso se fueron a  refugiar en la Profesa,  frontera a su casa, para proseguir conversaciones interesantes.
  Por lo que pronto el chisme y los rumores, le llegaron a don José  Jerónimo. Supo tal y cuales cosas, de seguro mentiras, y vio tales y cuales  otras, de seguro amplificadas a figuraciones, y malició algunas más, que esas  si podían ser, ya que la imaginación no tiene riendas que la detengan, y como  este señor era dueño de un temperamento impulsivo y claderoniano, le dio de  golpes a su gentil esposa.
  La Güera  impertérrita no soportó los malos tratos de su marido que le dejaban moretones  en el rostro y en otras partes del cuerpo, por lo que la Güera pidió la separación.
  Así también el marido demandó a la Güera Rodríguez,  formándose un abultado expediente, este mamotreto, de varios folios es el tomo  582 del ramo Criminal, en donde se pide la separación conyugal.
  La Güera se  encantó con esa inquebrantable y buena determinación de su marido que más  oportuna y excelente no podía ser, pues ansiaba romper la coyunda que le tenía  unida a su esposo.
  Pero don José Jerónimo dio las razones por las que solicitaban la  separación, y ninguna de ellas era un grano de arroz. La acusó por “sacrilegios  adulterinos excesos que con el más lamentable abandono de su conciencia y honra  había cometido” diciendo que la   Güera no guardó el debido decoro en su matrimonio y que salía  las más de los días y las más de las noches, a quien sabe que negocios y  afanes, por lo que él se llenó de inquietudes, nacidas del irregular manejo que  su mujer tiene en su casa, en la que muchas veces lucía trajes escandalosos e  indecentes.
                                  ( verdades a  medias) 
  La Güera negó  todo, pero denunció a su esposo porque éste intentó matarla dándole un tiro con  una pistola. A lo que el marido contestó que en realidad lo que quiso era darle  sólo un simple susto, pues la pistola con la que disparó no tenía balas,  únicamente pólvora y tacos de sebo, nada perjudiciales fuera de que ensucian un  poco donde caen y ni siquiera al tirar del gatillo dio chispa, no sonó el  disparo con el que quería hacer temblar las carnes de espanto. 
  El proceso se prolongó varios meses, en el que uno y otro se inculpaban  mutuamente, sin que se diera la sentencia. Pero la que sentenció este  escandaloso asunto, que fue la comidilla en los estrados, rebóticas, en las  tertulias del Parián y en las alacenas del portal de Mercaderes y de Agustinos,  fue la señora muerte, ya que mientras se llevaba a cabo el pleito, se envió a  Querétaro, comisionado con su regimiento, a don José Jerónimo, pero estando  allá, éste cayó enfermo de un mal del hígado, que poco a poco lo hicieron  rendir la vida, con lo que ya la separación con doña María Ignacia Rodríguez  fue definitiva.
                        ( las apariencias, el  disimulo)
  La Güera al enterarse padeció con  una muy “moderada pena”, la muerte de don José Jerónimo su marido, pero para no  dar más tema a las fáciles chismerías, la tuvo que rebozar con un poco de  tristeza y con luengos lutos, porque:
               “La mujer ha de ser  buena,
                  y parecerlo, que es  más”.
(Hace decir Miguel de Cervantes a Ocaña en la jornada I de la Entretenida).
Las novelas, la literatura, reflexiona Hortensia Moreno, tratan de los  personajes que se han salido del orden sentimental impuesto, de su  normatividad. Por eso las buenas novelas no están comprendidas en la lista de  enseñanzas que se ha elaborado para dirigir la educación  institucional. Las buenas novelas son buenas  porque se mueven en múltiples direcciones, porque exponen diversas maneras de  ser, de tal forma que la literatura en lugar de orientar el sentido de las  relaciones sentimentales, dentro del terreno de lo “adecuado”, “ideal” y  “correcto” en concordancia con el discurso oficial; en lugar de describir la  sumisión a una norma impuesta, nos habla precisamente de las dificultades que  ciertos seres humanos experimentan para evadir absurdas y ridículas  imposiciones.
  Por lo que las “buenas” novelas forman parte de esa otra educación, la  de ruptura con el orden sentimental, que en la época colonial se enseñaba en  silencio, discretamente, sobre entendida, soterrada con la escasa literatura  prohibida, que llegaba clandestinamente a las manos de la sociedad novohispana.  Dentro del índice de libros prohibidos por la Inquisición del Santo  Oficio, se encontraban un gran número de novelas, sobre todo francesas.
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