ENSAYOS SOBRE LA HISTORIA, LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO I

Movimiento, cambio, interconexión,  interacción dialéctica

            “Casi a un tiempo estudiaba diversas cosas, en las que unas embarazaban a las otras. Porque claro está que mientras se mueva la pluma descansa el compás y mientras se toca el arpa sosiega el órgano, porque como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener prefecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede lo contrario. Yo de mi puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una facultad lo suelo entender en otro  que parece muy distante; y esos propios, al explicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes... Y quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que diversos estudios no sólo no estorban, se ayudan dando luz y abriendo camino  para unos y otros,  por variaciones, eslabones y engarces, de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto...”
                                                           Sor Juana Inés de la Cruz

            En este hermoso fragmento escrito por Sor Juana, nos enseña como existen variaciones, eslabones, engarces entre los diversos estudios,  unidos en admirable trabazón y concierto;  así también podemos afirmar que  existen engarces, interconexiones, interacciones dialécticas  entre la ciencia,  la tecnología, la cultura,  la  política, la economía, la filosofía y la educación, lo que produce constantes variaciones y cambios. Estas constantes variaciones, modificaciones se presentan en movimiento, a veces lento o más acelerado, no se dan aisladamente como unidades independientes, sino en relación e interacción  entre sí; las cuales se empalman y se conjugan dialécticamente, en una síntesis de múltiples determinaciones, en las distintas circunstancias históricas. Por lo que un cambio en las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales;  en la filosofía,  en la educación,  en la ciencia y tecnología, se refleja también en las relaciones personales, en las relaciones sentimentales o viceversa; lo que muestra una influencia recíproca, una interconexión ,  una interacción en las diferentes áreas de las relaciones humanas..
            Para poder comprender estos cambios, estos movimientos interrelacionados dialécticamente,  nos puede ayudar la observación de ejemplos históricos de larga duración que suceden en el acontecer de cien, doscientos años o más, como los cambios interconectados que se desarrollaron en Europa, principalmente en  Inglaterra y Francia  al correr de los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando nuevas miradas generaron nuevos conocimientos.
            La mirada a los cielos universales, a su bóveda celeste y al posicionamiento de los astros, causó todo un movimiento dialéctico revolucionario, que se sintió en gran parte de la sociedad, en lo público, en lo privado, en las casas, en el lenguaje, en las relaciones sentimentales.

2. Movimiento dialéctico: del macrocosmos celestial al microcosmos terrenal.

Mirar los cielos en forma distinta a lo dispuesto por los poderes eclesiásticos y terrenales, era considerado una herejía, la interpretación de la marcha de los astros era un asunto de dogma y de fe. La bóveda celeste se encontraba perpetuamente ordenada, de acuerdo a un arreglo supuestamente divino, por lo que manifestar ideas contrarias a esta organización del cielo, del universo, del sol, de la luna, de la tierra, era considerado un atentado, no sólo al orden celestial, sino también al orden terrenal.
            Los cielos, el universo, el mundo se encontraba  ordenado jerárquicamente, por rangos y lugares. La jerarquía celestial estaba formada por nueve coros de ángeles: querubines, serafines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles. Cada una de estas jerarquías ejecutaba una función definida para el gobierno del universo y estaba asociada de acuerdo con su rango a una de las esferas planetarias para mantenerla en su movimiento apropiado. El rango inferior, el de los  ángeles  propiamente dicho, pertenecía a la esfera de la luna y por consiguiente tenía muchos más que hacer  con los seres humanos situados justamente abajo.
            De manera general había un orden en el cielo y un orden en la tierra, por lo que la jerarquía del cosmos, era reproducida en la jerarquía social. Por lo que según la concepción medieval del mundo, se establecía una inmutable pirámide de posiciones sociales, en cuyo vértice estaba el Papa y el Emperador; le sigue la alta nobleza, el alto clero, la baja nobleza, el bajo clero y al final en la base la gran masa de campesinos siervos. En este orden jerárquico el de abajo le debía siempre obediencia al de arriba, su superior, había un lugar para cada persona y cada persona sabía cuál era su lugar.
            Todo este complejo cosmos estaba ordenado divinamente, ya que en él se combinaban  las incuestionables verdades de las Escrituras y las tradiciones de la Iglesia. Se podía diferir en algunos detalles, pero no cabía duda de que se trataba sustancialmente de la imagen jerárquica de la verdad revelada. No sólo se justificaba este orden jerárquico, sino que se hacía una apología de ésta, ya que se decía que contar con esta organización cósmica y social, era al mismo tiempo práctico, razonable y “hasta sabio, se trata de una construcción celestial inteligente y en armonía completa con el mundo”.
            A la luz de las consideraciones antes hechas, es fácil advertir como un desacuerdo con cualquier porción de la imagen celestial se consideraba como algo mucho más serio que un mejor ajuste intelectual, en rigor era considerado como un ataque en contra de todo el orden social,  la religión y el universo mismo. Por consiguiente se hacía necesario resistirlo con todo el poder de la Iglesia y de la Corona.
            Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Kepler, habían osado mirar el cielo de otra manera, no como algo jerárquico, estático, inmutable, sino con un funcionamiento diferente al expresado en las  divinas revelaciones.
            Nicolás Copérnico publicó en 1543 su libro “Revoluciones de los globos celestes” en el que demostró que la tierra gira alrededor de su propio eje y junto con los demás planetas alrededor del sol. El sistema heliocéntrico  de Copérnico echaba abajo el pensamiento de la Iglesia sobre la tierra como centro del mundo, además de que tradujo las leyes celestiales a un lenguaje matemático. Roma prohibió el libro de Copérnico por ser “absurdo, manifiestamente herético y en contradicción con las sagradas escrituras”.
            Giordano Bruno prosiguió con gran convicción y valentía los estudios iniciados por Copérnico, teniendo que huir constantemente de la inquisición. El consideraba al cosmos infinito en el tiempo y en el espacio, afirmaba que el sistema solar es uno entre el inmenso número de sistemas., en el que hay innumerables cuerpos semejantes a nuestra tierra. No hay entonces un único mundo, una única tierra, un único sol, hay tantos como puntos luminosos vemos sobre nosotros, todos están en el cielo junto con nosotros, por lo que no existen superiores o inferiores. Enseñaba, que el universo no es inmóvil, sino que se encuentra en constante movimiento creador y transformador.
            La veracidad de la teoría de Copérnico y de G. Bruno, fue ratificada de manera fehaciente por Galileo Galilei, quien con ayuda de un telescopio hecho por él mismo, descubrió cuatro satélites de Júpiter, las fases de Venus y la irregularidad de la superficie lunar. Galileo se equivocó cuando supuso que todos se convencerían al mirar el cielo por el telescopio, pero no pudo disminuir la fuerza de los prejuicios, unida a la autoridad que ejercía la Iglesia Católica. Cuando le ofreció a un astrónomo de Padua enseñarle por el telescopio las manchas del sol, éste rechazó el ofrecimiento diciendo: “Hay que creer más a Aristóteles que a los propios ojos”. Galileo le escribe con amarga burla en una de sus cartas a su amigo también astrónomo y matemático: “Mi querido Kepler, cómo desearía que nos riéramos cordialmente, juntos. Hay aquí en Padua un  profesor de filosofía a quien he pedido muchas veces que mire la luna y los planetas a través de mi cristal, pero él se niega a hacerlo. ¿Por qué no estás aquí? ¡Cómo nos reiríamos de esta gloriosa locura! Y más aún si escucháramos a un profesor de Pisa que ante el duque trata de desencantar nuevos planetas de los cielos mediante algún exorcismo”.
            Sin embargo, no sólo la tontería y la ignorancia humana estaba contra la ciencia, sino el poder eclesiástico se oponía a ella. Galileo no se dejó asustar por la condena que la Iglesia hizo de las enseñanzas de Copérnico, por lo que años después publicó su libro “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”, en el que abiertamente defendía sus aseveraciones. La inquisición le llamó por tercera vez ante el jurado. Tenía en esta época setenta años y era conocido en todo el mundo como un gran científico. El alto tribunal se manifestó obstinadamente en contra del progreso humano, y lo condenó a renunciar a su teoría y a humillarse ante la Iglesia.
            La historia del desarrollo del conocimiento es al mismo tiempo la historia de su lucha contra el poder de la Iglesia y la tontería humana. La jerarquía eclesiástica utilizó un arma poderosa, la institución que combatía a  los herejes: la Inquisición.
            La inquisición desarrolló una gran lucha contra los nuevos conocimientos. La Iglesia temía sobre todo a los libros, que después del descubrimiento de la imprenta se difundían entre amplios sectores. En 1491 el inquisidor español Torquemada quemó más de seis mil libros. Después de algunas bulas papales que ordenaban la destrucción de todo lo impreso que no tuviera autorización de la Iglesia, fue elaborado en 1557 un largo y detallado Index de  libros prohibidos, en el que incluían casi todos los escritos que abrían paso al progreso humano.
            En esas difíciles circunstancias nacía la ciencia moderna, hubo un constante enfrentamiento entre la observación, la experimentación y el dogma, entre la razón y la fe, entre las ciencias y las pseudociencias. No obstante el desarrollo de la ciencia continuó, los filósofos se dieron la tarea de buscar nuevos caminos para el estudio de la naturaleza y del universo. Descartes escribe el Discurso del Método; Bacon su Novum Organun (Nuevo Instrumento); Spinoza su “Ética”,  utilizando los procedimientos de la geometría. Locke publica su “Ensayo sobre el entendimiento humano” y Leibnitz escribe también sobre el mismo tema.
            Los científicos dejan de escribir sus tratados exclusivamente en latín y lo hacen también en sus lenguas nacionales. Galileo escribe sus tratados en italiano. Paracelso lo hace en alemán y lo mismo otros filósofos. Así las lenguas nacionales se nutren y expresan los complicados términos matemáticos y filosóficos, surge la literatura científica de divulgación que tiene como objeto dar a conocer los nuevos descubrimientos geográficos, tecnológicos, médicos, históricos, al igual que las ideas filosóficas y las ciencias naturales.  Con frecuencia adquieren la forma de diccionarios, sumarios, selecciones, crónicas, atlas, etc. En ese sentido tienen una importancia muy grande el descubrimiento y la divulgación de la tecnología de la imprenta, así como el surgimiento de rutas internacionales y de nuevos caminos desconocidos, que se convirtieron en rutas de divulgación de la producción literaria.
            La astronomía alcanzó logros revolucionarios, su desarrollo estaba estrechamente ligado al de la navegación y a una medición más precisa del tiempo. El sistema de Copérnico conquista el reconocimiento universal entre los filósofos más adelantados de aquel tiempo; el  descubrimiento por Kepler de las leyes que rigen el movimiento de los planetas, la fundamentación de la mecánica por Galileo, el establecimiento por Newton de las leyes básicas del movimiento mecánico, crean las bases de la nueva concepción científica del mundo y de los cielos, dándole un carácter matemático-mecánico.
            El historiador L. Stone manifiesta que para finales del siglo XVII los astrónomos y científicos físicos matemáticos ingleses, destruyeron las ideas tradicionales de que el universo estaba organizado en forma jerárquica. Aunque muchos científicos, como Leibnitz, negaron enérgicamente que sus descubrimientos fueran en contra del principio jerárquico; de hecho su trabajo tendía a crear dudas sobre la teoría de la Gran Cadena del Ser, que vinculaba a todo hombre, mujer y niño en una red de dependencia y subordinación a la voluntad de otros y finalmente también a las jerarquías celestiales.
            Destruir las ideas tradicionales de las jerarquías celestiales afectaba también las ideas de las jerarquías terrenales, no solo se encontraba amenazada la antigua interpretación medieval del orden del universo y del mundo, sino también el orden social terrenal; puesta en duda aquella, también vacila ésta.
2.1 En movimiento, las jerarquías divinas de los Papas, reyes y mini soberanos de la casa
La tradicional interpretación del mundo se estaba derrumbando junto con las antiguas creencias, en que se  suponía que las jerarquías celestiales habían nombrado al Papa como su representante en la tierra, quien afirmaba haber recibido a ésta, en feudo de Dios, por lo que además era portador de las llaves del cielo, ya que la Iglesia podía dar o negar la absolución o sea la entrada a un nivel superior del cielo.

            El Papa se ayudaba del emperador para el gobierno de los asuntos terrenales, ya que eran los dos grandes poderes durante la Edad Media. Pero a partir del siglo XVI, los reyes fortalecen su alianza con las ciudades, basada en la coincidencia de intereses. Para ambos era conveniente un Estado central que permitiera el comercio y facilitara las comunicaciones sobre un territorio extenso, por lo que empiezan a surgir los Estados Nacionales.  En la Edad Media, sólo existía un enorme número de feudos más o menos soberanos, que formaban una unidad nominal bajo la dirección del Emperador y del Papa, pero ya entrado el siglo XVI los Estados Nacionales se van consolidando, por una parte absorben la soberanía de los feudos que los integran y por la otra, se independizan del gobierno imperial y Papal. Se cuestiona el derecho del Papa como representante celestial y surge la teoría política del “derecho divino de los reyes”, según la cual los soberanos son los representantes directos de la jerarquía celestial y no están sujetos ni al Papa ni al emperador, por lo que tampoco deben rendir cuentas ante sus súbditos. La frase atribuida a Luis XVI, “El Estado soy yo”, simboliza  la concentración absoluta del poder en el monarca.
            En los Estados nacionales, la sociedad estaba estructurada en varias capas: la nobleza, que a pesar de haber perdido parte de su poderío político conservaba parte de sus privilegios económicos, de sus filas provenían la mayor parte de los altos funcionarios de la monarquía absolutista. El clero estrechamente relacionado con la nobleza, tenía una organización semejante a la de ésta. Las dos capas  privilegiadas, nobleza y  clero, se dividían en alta nobleza y alto clero por un lado y baja nobleza y bajo clero por el otro. Los primeros vivían en la corte disfrutando de los privilegios mientras los segundos llevaban una vida modesta. La tercera capa, el llamado tercer Estado,  estaba integrado por toda la población que no gozaba de privilegios. Su clase más importante era la burguesía comercial y la incipiente burguesía  industrial, la alianza entre estas y la monarquía era la base fundamental del régimen absolutista. La burguesía exigía participar en el gobierno, pero los reyes querían continuar con sus supuestos  derechos divinos, que les otorgaba la total concentración del poder, por lo que las monarquías absolutistas podrían simbolizarse en el lema acuñado por José II de Austria: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, o sea el gobierno actúa a favor del pueblo, pero no permite la intervención de éste en las decisiones. Pero esta supuesta jerarquía y privilegios divinos, este poder que le confería el orden celestial aquí en la tierra, sería ampliamente cuestionada.
            En Inglaterra primero y luego en Francia se dará todo un movimiento cultural que culminará con lo que se conoce como la Ilustración, el cual tenía sus antecedentes en el humanismo renacentista. Este movimiento se apoyaba en los avances de la filosofía natural, de la física, de las matemáticas, de la mecánica; que rompían con las ideas tradicionales sobre el universo organizado en un inmutable y estático orden jerárquico. Por lo que cuestionaban la filosofía política que justificaba el derecho divino atribuido al Papa y a los reyes, tratando  de derrumbarla, por medio de las nuevas ideas vertidas por los filósofos de la Ilustración.
            Este movimiento cultural se inicia con gran fuerza en Inglaterra, uno de sus principales representantes John Locke,  escribe un “Tratado sobre el gobierno civil”, en el que plantea los derechos del hombre, la soberanía del pueblo y la limitación del poder real. Posteriormente en Francia se elabora la famosa Declaración de los derechos del  hombre y del ciudadano: “los hombres nacen y viven libres e iguales bajo las leyes, todos los ciudadanos tienen derecho a cooperar en la formación de la ley, personalmente o a través de sus representantes”. Se  manifestaban en contra de los privilegios de los nobles y los poderes divinos de los reyes; se pensaba en un Estado secular con libertades civiles y garantías.
            A partir de este movimiento nos señala el historiador L. Stone, hubo una gran secularización en parte de la sociedad, desarrollándose una actitud de indiferencia hacia la autoridad del clero, las Escrituras y la teología moral. Una sugestiva pieza de  evidencia de este cambio es la disminución para mediados del siglo XVIII del número de ediciones de la Biblia publicadas en Inglaterra, ya que ahora tenía que competir con las Enciclopedias, atlas, novelas y con un caudal de libros de texto sobre todos los aspectos de la naturaleza y el mundo físico.
            Esta actitud secular se vio reflejada también en el parlamento inglés, por lo que los antiguos discursos de ferviente apoyo a la teoría política del Derecho Divino de los Reyes y de no resistencia a la voluntad de un rey ungido, se fueron abandonando en el transcurso de dos generaciones.  Para 1741 un Tory, David Hume, puede decir que hablar de un rey como representante o vicerregente de Dios en la tierra, solo provocaría risas a cualquiera. Lo que había sido un axioma político aceptado en 1540 y 1640, se había convertido en simple broma en 1740. Por lo que se establecía una nueva tabla de valores seculares, “en que los hombres nacen libres e iguales bajo las leyes terrenales”.

2.2.  El cambio, el movimiento se detiene en  el umbral del hogar

“The Bride Bush”

       

“Si alguna vez tuviereis el propósito de ser una buena esposa y vivir tranquilamente, pensad lo siguiente: mi esposo es mi superior, no es igual a mí, es mejor que yo, tiene autoridad sobre mí y me gobierna; la naturaleza le ha dado esta autoridad, Dios se la ha dado”
                                                                                        
       Si bien en el siglo  XVIII era de risa y ya nadie creía en el derecho divino y el poder absoluto del monarca soberano, no sucedía lo mismo en los hogares, con los mini soberanos de la casa, ya que la nueva filosofía política se había detenido en el umbral del hogar. Adentro reinaba el antiguo orden celestial, como si los siglos y la ciencia se hubieran detenido y se estuviera viviendo en épocas atrasadas, como cuando se hacía una analogía en la que se comparaba la autoridad del esposo y padre de familia, con la autoridad del rey. Según la jerarquía celestial de la Gran Cadena del Ser, al monarca se le veía como un súper patriarca y al padre como un mini soberano.
       Es así como lo pensaba en el siglo XVII, el rey Jacobo de Inglaterra, cuando informó a sus algo dudosos súbditos que él era “el padre de todo su pueblo”. Apoyado por la publicación de un libro de R. Mocket, “God and the King”, en que hacia énfasis en la idea de que todos los súbditos eran hijos del rey y por lo tanto  estaban obligados por el quinto mandamiento a honrarlo y obedecerlo. Jacobo I  estaba  tan encantado con las ideas de este  libro,  que ordenó que fuera estudiado en las escuelas,  en universidades y   en las casas,  para que también dentro del hogar  los esposos y padres de familia recibieran también por parte de la esposa e hijos obediencia y subordinación desmedida, aún a costa de su propia vida. En las homilías y catecismo, en folletos y revistas  se empeñaron en la tarea de difundir el mensaje, como el publicado en The Bride Bush, donde se les recordaba a las mujeres que su esposo es su superior, es quien las gobierna, porque la naturaleza y Dios le han dado esa autoridad.
       Estas atrasadas creencias, seguían reinando en el hogar, por lo que la nueva teoría política del Estado y la teoría política de la familia, marchaban con rumbos distintos, en forma opuesta; lo que motivó que  varias mujeres empezaron a protestar en Inglaterra, apoyándose en los conceptos vertidos por John Locke en su libro “The Two Treatises of Gobernment”, donde manifestaba  que el poder del padre y esposo tiene que ser limitado y temporal, y que éste no podría tener derecho del poder de vida y muerte sobre la esposa e hijos.. Planteaba la necesidad práctica de remodelar la teoría política del poder del Estado, así como modificaciones en la teoría sobre el poder del mini soberano de la casa. Este asunto empezó a ventilarse en Londres, en algunos círculos culturales, e incluso se llevó al escenario teatral.
       Mary Astell se preguntaba; “¿Si no es necesario el poder absoluto del Estado, por qué si lo es en la familia? ¿O si lo es en la familia porqué no en el Estado? ¿No es una parcialidad extrema de los hombres sostener y practicar ese arbitrario dominio en sus familias, que ellos aborrecen y rechazan del Estado?.En la obra de teatro “The Provoked Wife, Lady Brute pregunta: “Si las relaciones entre el rey y el pueblo han cambiado, ¿por qué no cambian también entre el marido y la mujer, esa teoría de moda que ustedes rechazan, que es ahora su escarnio es sólo apta para nosotras?
       La incompatibilidad de la teoría de los divinos mini soberanos domésticos, con la nueva teoría política, hizo que los teólogos morales se vieran forzados a modificar su posición. El obispo Fleetwood  declaro que  la nueva filosofía política,  en efecto minaba la idea tradicional de que por  derecho divino se le otorgaba al esposo la absoluta autoridad  sobre la mujer y los hijos.
       Todas estas ideas repercutirían también en la modificación de las estrictas reglas jerárquicas que se mantenían en el interior del hogar, sobre todo aquellas que predicaba el teólogo  puritano Willian Gouge, en que insistía que las esposas debían dirigirse a sus maridos como un superior,  en forma respetuosa como ”mi señor esposo” y que debían evitar expresiones como: “lindo, corazón, corazoncito, amor, mi alegría, querido, mi vida, pollito”, etc., así como expresiones igualitarias como llamarlo por su nombre.
       El conservador John Sprint objetaba la práctica de las mujeres de llamar a sus maridos por sus nombres “como si los consideraran no muy por encima de sus propios sirvientes”, ya que esto significaba una falta de esa deferencia y respeto a un superior, ya que las jerarquías deberían preservarse. El asunto de cómo llamar al marido era muy discutido, cómo  dirigirse al mini soberano de la casa fue muy debatido, por lo que muchas mujeres decidieron hacer cambios, empezándolos a tratar igualitariamente por su nombre y adoptando términos cariñosos. Roto el orden jerárquico celestial y terrenal, se rompía el hielo en casa y en el lenguaje sentimental.
            Conocer los cambios, los movimientos de los astros, gracias a los estudios de Copérnico, Kepler y Galileo,  produjo movimientos en el orden celestial y  terrenal, en el orden familiar y  personal y también en el supuesto orden sentimental, todo eslabonado en una interacción e interconexión dialéctica.

           Podríamos pensar que a partir de las ideas de la ilustración, con la secularización de los Estados, se había barrido con las antiguas ideas medievales, con las ideas autoritarias derivadas de los derechos absolutos y divinos que supuestamente otorgaban las deidades celestiales. Se podría pensar que son cosas del pasado, de otras épocas, de otras culturas, pero no, Fabricio Mejía y Carlos Monsiváis, nos alertan ante el advenimiento de las renovadas teologías del “derecho divino”, que legitiman y exaltan el autoritarismo y como gran parte de la sociedad se apega a este discurso en lo público y lo privado, con gran energía tanto ritual como verbalmente, así lo refleja el fragmento de un libro escrito en estos oscuros tiempos: “La familia (el Estado) es como una empresa en la que existen lineamientos y políticas establecidas por los directivos. Estas políticas no se discuten, se cumplen. A  mí me ha tocado  ser el directivo, la autoridad en esta familia. Una autoridad es alguien con la facultad de darte instrucciones y que sin saberlo, es instrumento divino para indicarte el camino recto. El problema que tenemos con la autoridad es nuestro orgullo. Quien se opone a la autoridad se rebela contra la orden de Dios y los rebeldes atraerán a sus vidas la perdición. De modo que les guste o no, yo pongo las reglas, fue Dios quien lo ha dispuesto así para que nada cambie, ni nada se mueva”.

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Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)

Este libro es producto del trabajo desarrollado por un grupo interdisciplinario de investigadores integrantes del Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural (IISEHMER).
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