CAPITULO III
  1. Los hábitos del corazón se enseñan por medio del lenguaje y sus  significados. 
  
El hecho de enseñar a nuestros semejantes, a diferencia de lo que comúnmente se le enseña a los animales, como a un atento chimpancé, que se le entrena para aprender ciertas destrezas, como empalmar dos cañas para alcanzar un racimo de plátanos; en las relaciones humanas, en las relaciones entre los semejantes, lo que enseñamos y aprendemos son significados.
  La enseñanza de los significados se hace por medio de signos, símbolos,  letras, palabras, lenguajes. La antropóloga Leslie White  señala que   la especie humana desarrolló su  capacidad creativa para inventar números,  letras, figuras, palabras, lenguajes,   dotándolos de un determinado significado, para representar  las ideas, los pensamientos, los sentimientos,  los conceptos, las conductas, los sucesos, los hechos, los rituales, etc. 
  La vida humana como lo reafirma Fernando Savater,  consiste en habitar un mundo en el que las  cosas, los hechos, las conductas, las personas, etc., “no solo existen, sino  que también significan, pero lo más humano de todo es comprender que si bien lo  que es la realidad no depende de nosotros, lo que la realidad significa sí  resulta competencia, problema y en cierta medida opción nuestra”.
  Por lo que históricamente encontramos diferentes opciones, distintas  matrices cognoscitivas en que se han elaborado  diversos y particulares mundos simbólicos, con todo un sistema de significados;  como pudimos observar en algunos de los ejemplos anteriores, en el que el  universo de significados  de una niña  mexica, era diferente al de una niña católica de la época colonial en México,  diferente al de una chica renacentista, o al de una chava contemporánea. Para  cada una de ellas, el mundo, la vida, las cosas, los hechos, las personas, las  conductas, tienen un sentido y un significado distinto; cada una de ellas  refleja en sus narraciones autobiográficas, su procedencia y filiación  simbólica, a cada una de ellas se le enseñaron distintos significados,  diferentes hábitos del corazón.
  Los hábitos del corazón, están íntimamente ligados al lenguaje, porque  para transmitirse, para comunicarse, para poder enseñarse, se requiere de una  envoltura verbal que son las palabras. 
  Para Gramsci; “el lenguaje no es solo la suma de palabras gramaticales  carentes de contenido, sino que en el lenguaje se halla contenida una  determinada concepción del mundo”, una filosofía, una cosmovisión de la vida,  de los hechos, de las cosas, etc. Por medio del lenguaje, nos enseñan a  “nombrar el mundo”, a conocer lo que simboliza, lo que significa.
  1.2 El lenguaje: un juego de significados.
  
En sus estudios sobre la infancia, J. Piaget, resalta las significativas modificaciones en la conducta, tanto en su aspecto afectivo como en el intelectual, cuando el niño y la niña han aprendido el lenguaje. Además de todas las acciones materiales que sigue siendo capaz de realizar, el infante adquiere gracias al lenguaje, la capacidad de reconstruir sus acciones pasadas en forma de relato y de anticipar sus acciones futuras mediante la representación verbal, lo que posibilita un intercambio y una comunicación continua entre el niño y los demás, facilitando la enseñanza y acelerando el aprendizaje de los significados.
  Aunque las relaciones de intercambio y de comunicación sin duda existen  ya en germen desde la segunda mitad del primer año, merced a la imitación,  cuyos progresos están en estrecha conexión con el desarrollo sensorio motor. El  lactante aprende poco a poco a imitar, al principio por simple excitación, los  gestos de los demás, los movimientos visibles del cuerpo. Así también, la  imitación de los sonidos sigue un camino parecido, hasta llegar por fin a la  adquisición del lenguaje propiamente dicho, como son palabras, frases  elementales, las que asocian a determinadas acciones, conductas y significados. 
  Mientras el lenguaje no se ha adquirido de forma definida, las  relaciones se limitan solo a la imitación de gestos y sonidos, así como a una  relación afectiva global sin comunicaciones diferenciadas. Con la palabra en  cambio se comparte la vida interior que se está construyendo en la misma medida  en que comienza a poder comunicarse. 
  Con la adquisición del lenguaje por medio del aprendizaje, el niño, la  niña se ve sumergido tan pronto como maneja la palabra, en un juego simbólico,  ya no solo está ante un universo físico, sino ante un universo de significados.  El niño y la niña empiezan a imaginar su propio jardín simbólico, juegan con  los significados, con las palabras, juegan a nombrar el mundo, insistentemente  preguntan; ¿y esto cómo se llama, y esto cómo se dice, y esto qué quiere  decir...?
  
  1.3 Enseñar, sembrar palabras, pensamientos, hábitos.
  
Las novelas sobre educación sitúan en un lugar central a una persona que sembró ideas, palabras, pensamientos, sentimientos, en momentos cruciales de la vida como es la niñez y la adolescencia. Agnes Heller resalta la necesidad de tener un buen jardinero junto a uno, ya que juega un papel determinante en la cimentación y modelación del suelo simbólico de nuestra personalidad.
  En la experiencia cotidiana recordamos palabras, frases relevantes,  pronunciadas en momentos decisivos  que  fueron determinantes en la gestación y desarrollo de nuestros hábitos del  corazón; es cuando nos enseñan a dar nombre, significado, sentido a las  conductas, a los hechos, a los pensamientos, a los sentimientos. Pero como  habíamos señalado con anterioridad, el significado, el sentido de la vida, del  mundo, de las cosas, etc, serán distintos, ya que los “jardineros”, los  sembradores, los que enseñan a “nombrar” el mundo, proceden de diversas  matrices cognoscitivas; por lo que sembrarán ideas, pensamientos, sentimientos,  valores, hábitos del corazón,  de acuerdo  a sus creencias, ideologías,  filosofías,  etc, las cuales reflejan su filiación simbólica, como se puede constatar en la  narración de las diferentes infancias, donde las niñas recibieron influencias  diversas ya sea prehispánicas, católicas, humanistas, etc. 
  Cada uno, cada una de nosotras, recuerda algún concepto clave, una  palabra que escuchó repetidas veces, que aprendió e internalizó en la niñez o  en la adolescencia, pronunciadas por alguien que tenía una fuerte influencia  sobre nosotros, un jardinero que sembró semillas de ideas, pensamientos,  hábitos del corazón, para que germinaran y se desarrollaran en nuestro jardín  simbólico. 
  Una de las palabras que escuché por primera vez, cuando estaba por  cumplir los siete años, palabra que escucharía repetida y constantemente,  durante varios años, que ha sido crucial y significativa, que moldeó e  influyó profundamente en la formación de mis  hábitos del corazón y de las relaciones sentimentales con las personas, lo que  motivó también parte de la escritura de este libro, fue la palabra  “antipedagógico”,  concepto que  significa: lo que es contrario al buen arte de enseñar, de educar.
  
  1.4 Buenos  Jardineros.
Esta palabra antipedagógico la aprendí junto con muchas otras, cuando, siendo niña mi papá me enseñaba las letras, los números, lo que las cosas significaban. Aunque yo asistía a la escuela, mi papá se hizo cargo de mi educación, al igual que mi abuelito se había hecho cargo de la suya. Mi abuelito fue el principal jardinero que sembró en el jardín simbólico de mi papá, al igual que mi papá lo haría conmigo.
 
  Mi papá fue de  la generación de niños y niñas que nacieron junto con la Revolución Mexicana  en 1910, los cuales por diversos motivos no pudieron asistir a la escuela  primaria, algunos de ellos porque lo impedían las constantes luchas, revueltas  que continuamente interrumpían las clases, pero otros fue debido a los  problemas de salud que se presentaban en aquella época. Así como relatamos  sobre los niños del siglo XVI y XVII, los cuales enfermaban de viruela porque  todavía no se descubría la vacuna para prevenirla, en los inicios del siglo XX  no se conocían ni se habían descubierto los antibióticos, por lo que si un niño  tenía alguna infección no había forma de combatirla; por este motivo muchos  niños y niñas tenían que permanecer largo tiempo en casa sin poder ir a la  escuela.
  A los siete  años, mi papá enfermó severamente, teniendo que estar en cama durante más de un  año, seguido de otros más de convalecencia. Por lo que mi abuelito, amorosa y  gustosamente se hizo cargo de su educación. Le enseñó, las letras, los números,  las matemáticas, le contaba el cuento de la Independencia, de  Miguel Hidalgo, de Voltaire, del siglo de las luces, de Melchor Ocampo, etc.  Además le leía las novelas de Víctor Hugo y de Alejandro Dumas, que tanto le  gustaban a mi papá. Así continuo mi abuelito como su maestro, hasta que mi papá  a los trece años de edad, entró a estudiar al Colegio de San Nicolás de  Hidalgo, la actual Universidad Michoacana. 
  Esta esmerada,  entusiasta  y amorosa  atención que mi papá recibió de mi abuelito;  mi papá la repitió conmigo. Aunque yo iba a la escuela como lo hacen muchos  niños y niñas, lo que a mí más me gustaba, lo más significativo, lo que mejor  aprendía, era lo que mi papá me enseñaba. Nuestro salón de clase era al aire  libre, siempre mirando un pedazo de cielo, tendidos en el pasto del Parque  Hundido, donde llegábamos con nuestros juguetes, que eran los números, las  letras, los cuentos, los libros; así nos la pasábamos jugando muy contentos y  entretenidos. 
  En ese tiempo,  antes de cumplir los siete años, mi papá escogió “La Escuela de la Ciudad de México”, “The  Mexico City Scholl”, donde cursaría la preprimaria, la primaria y la  secundaria, ya que en ella había maestros republicanos, exiliados de España en  México, a los cuales él admiraba mucho, además que también ahí me enseñarían  inglés. Pero aunque tenía esas ventajas, había una serie de métodos y  disciplinas con las que mi papá no estaba de acuerdo, algo que se repetía en la  mayoría de las escuelas. 
  Aquí se inicia la historia de la palabra “antipedagógico”: Para empezar  la escuela me quedaba lejos, por lo que era una de las primeras que recogía el  camión escolar, a las siete de la mañana, una hora antes de entrar a clases  para posteriormente regresarme a las tres de la tarde, una hora después de la  salida. Lo que sumaban ocho horas seguidas, para después de comer, por la tarde  emplear otras dos horas para hacer la tarea, lo que representaba casi un total  de diez horas. Al otro día por la mañana mi mamá con sus atentos y esmerados  cuidados, me tenía que levantar, no digo despertar porque me vestía dormida, me  sentaba en la taza del baño dormida, y por lo lenta que siempre he sido y por  lo mucho que me tardaba en abrir los ojos, tenía que desayunarme a toda prisa  para que no me dejara el camión que pasaba a dos cuadras y es hasta que abría  la boca para tomar mi leche cuando ya despertaba.  Mi papá estaba disgustadísimo y todos los  días me iba a la escuela bajo su enérgica protesta, el repetía y repetía: “esto  es antipedagógico”, como es posible que la obliguen a levantarse tan temprano,  para tenerla sentada tantas horas, encerrada en el salón de clases.  Siempre revisaba lo que me estaban enseñando  para ver si cuando menos empleaban tanto tiempo para que aprendiera cosas  importantes.  También se molestaba  muchísimo porque no me dejaban tranquila en la tarde, dejándome largas tareas  que el consideraba “innecesarias”, porque me quitaban el valiosísimo tiempo  para pasear y jugar, que es la mejor forma de aprender, me decía mi papá.  Y así era día, tras día, año, tras año, hasta  que termine la secundaria, antes de que la secundaria terminara conmigo. 
           En general a mi papá le contrariaban y  le molestaban todos estos métodos, “todo eso es antipedagógico” repetía, esas  no son las formas de enseñar, lo mejor es como dice Montaigne: “los niños  aprenden jugando y divirtiéndose”. Además de esta palabra antipedagógico, por  primera vez escuché el nombre de Montaigne, al que muchos, pero muchos años  después, conocería a través de sus escritos, con quien sentiría  una profunda identificación, cercanía y  gran afecto.
           El significado de la palabra  antipedagógico,  desde esos años de mi  niñez quedó  relacionada a la idea que  tenía de mi tiempo, de la cantidad de horas que alguien pudiera pretender tomar  de mis días para obligarme a hacer largas tareas, trabajos, cosas  “innecesarias” que te puedan quitar la libertad para jugar y aprender.  Posteriormente años más tarde estas ideas las  harían extensivas hacia todos los campos de la vida, por lo que siempre estaría  alerta, para que no se me impusiera nada que fuera antipedagógico, como me lo  enseñó mi papá. 
  Con  anterioridad, definimos la palabra antipedagógico, como aquello que asociamos a  todo lo que es contrario al arte de enseñar, de educar, por lo que, tenemos que  agregar también, otro elemento muy importante a considerar con respecto a los  métodos, formas, modos de enseñar: como es la “tonalidad”, la coloración del  lenguaje que empleamos para enseñar, tonalidad que puede transmitir tonos muy  pedagógicos así como otros decididamente antipedagógicos.
 
  2. Tonalidades, coloraciones  del lenguaje en la enseñanza.
  
Además de los contenidos de la enseñanza, existen los métodos, las formas, los modos, los tonos para enseñar. Para Fernando Savater, el tono con que se debe realizar la tarea educativa, la transmisión del conocimiento, es en tono optimista: “Si bien se puede escribir con verdadero pesimismo, criticar al sistema educativo, a sus contenidos, a la falta de recursos económicos destinados para la educación, así como también podemos sentir algunas veces, como individuos y como ciudadanos que las cosas están del color característico de la mayor parte de las hormigas negras, muy negras; cuando se trata de educar, hay que ser optimistas. Porque educar es creer en la capacidad de aprender y en el deseo de saber que la ánima, es creer que los seres humanos podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento”
  Además del muy  pedagógico tono optimista, existen muchos otros, como lo muestra Julián Marías  en su libro “La   Educación Sentimental”, el nos dice que al hablar nos  expresamos con diversas tonalidades; si esto lo aplicamos al tono con que  transmitimos el conocimiento, se puede decir, como nos indica el autor, que  enseñamos: “fríamente, opaca, cordial, irritada, autoritaria, apasionada,  amorosa, destemplada  o entusiastamente.”
  Como se mencionó  anteriormente, los pensamientos y sentimientos, para poder expresarse con mayor  claridad y nitidez, requieren de una envoltura verbal que es la palabra, pero  además el tono con que se pronuncian éstas, les da un acompañamiento, una  textura, una coloración que nos hace ver la vida en rosa, optimista brillante,  alegre, o azul triste, verde esperanza, negra apesadumbrada, o completamente  gris opaca, etc. 
  Esto implica un  amplio repertorio de variedad de tonalidades, de matices; por lo que se puede  enseñar con: alegría, tristeza, adustez, jovialidad, severidad, broma,  aspereza, suavidad, sequedad, afectuosidad, etc. 
  A lo largo de la  historia en las diferentes matrices culturales, encontramos distintas  tonalidades en la enseñanza, como en la novela sobre la educación de José  Joaquín Fernández Lizardi, escrita en 1819, donde contrapone los métodos de la  educación tradicional, a los métodos de la educación “ilustrada”, que se  proponía como lo ideal, derivado de algunas ideas pedagógicas de la Ilustración con los  que sería educada la niña Pudenciana, en el cuento de la Quijotita, que mi papá  me contaba.
     La Quijotita y su Prima
  José Joaquín Fernández de  Lizardi
  (Primera Edición, México  1819)
“Cada instante tenía yo con que divertirme y que notar en la diferencia de dos educaciones dadas a un tiempo, en una misma casa a dos niñas iguales en edad y parentesco. Cada familia de estas dos gobernaba su casa y educaba a sus hijas a su modo. La niña Pomposita fue enviada a la amiga (a la maestra) bien temprano, y la niña Pudenciana permaneció en casa hasta los cinco años cumplidos, en cuyo tiempo la puso su papá al cuidado de una señora que unía a sus finos principios un talento no vulgar, una virtud sólida y un carácter propio para aya o maestra de niñas.
  Tenía pocas  alumnas, porque sabía que el cuidado repartido entre muchos discípulos o educandos,  tocables a nada y vale más educar y enseñar a diez, que mal a veinte; lo que no  se aprende bien nunca se sabe bien y más vale ignorar una cosa del todo que  saberla mal; porque el que aprende mal, tiene dos trabajos cuando quiere  aprender bien; uno es saber bien lo que le enseñan y otro olvidar lo que  aprendió mal; esto cuesta mucho trabajo; pues lo que se imprime primero,  especialmente en la niñez, con dificultad se olvida, por lo que la maestra  basada en estas máximas, estaba en continua observación sobre sus pocas  discípulas. 
  Para enseñarlas  jamás empleaba el rigor ni la dureza. Su carácter afable era propísimo para  inspirarles amor, confianza y respeto. Las niñas tratadas con método tan suave,  pocas veces dejaban de corresponder a los deseos de esta buena señora, quien no  las hacía estar sentadas muchas horas, como era la norma general, lo que podía  llegar a ser una verdadera tortura. Porque había maestras que amarraban a las  niñas con cuerdas a sus sillas para que no se levantaran hasta que aprendieran  la lección. 
  Ya se deja  entender que allí no se conocía el azote ni la palmeta para nada; mucho menos  había la pésima costumbre de picar a las niñas con las agujas ni lastimarlas  con el dedal cuando por falta de aplicación o de talento no hacía bien su  tarea. Estas niñas estaban acostumbradas a sólo ser tratadas con dulzura.
  Tal era la  conducta y modo de pensar de la maestra a cuyo cuidado fió la enseñanza de su  hija Pudenciana. Difícil es concebir el trabajo que le costaría hallarla,  porque de estas maestras no hay abundancia. Pero ¿qué trabajo no se debe  emprender para que se eduquen las hijas dignamente?”. 
  Podemos notar  después de leer este fragmento, como el corazón de estas niñas se acostumbró,  se habituó, a sólo ser tratado con dulzura y suavidad, tonalidad muy  pedagógica, que bien empleó su maestra para enseñar. 
  Habituarse,  acostumbrarse a ser tratada desde la niñez en tonos pedagógicos: cordiales,  amables, suaves, entusiastas, joviales, dulces, afectuosos etc., es aprender a  no aceptar, en las diferentes áreas  de  la vida, ser tratada antipedagógicamente, con tonos autoritarios, gélidos,  ásperos, ácidos, amargos, etc. Al igual que estas niñas, mi corazón se habituó  a ser tratado en el tono suave, amable, dulce y entusiasta con que me enseñaba mi  papá. 
  Como refiere el  refrán castellano: “Más se consigue con una gota de miel, que con una tonelada  de hiel”.
  2.1 Sensibilizar para formar dulces hábitos  del corazón.
           
Sensibilizar es estimular la formación de hábitos del corazón “de miel y no de hiel”, es enseñar a ser sensible, es hacer un llamamiento, una invitación a sentir, pensar, actuar de acuerdo a este ideal educativo.
           Existen algunos  proyectos de sensibilización,  uno de los más significativos es el que  impulsó la UNESCO. Con  la colaboración de investigadores, educadores y organizaciones civiles,  elaboró diversos materiales didácticos,  carteles,   folletos,  películas,  guías de apoyo para los maestros de primaria  y secundaria, para facilitarles la enseñanza de hábitos del corazón que fomenten  la paz y la no violencia, que promuevan la miel y no la hiel.
           Dado que en los últimos años de la  infancia y los primeros de la adolescencia, es el periodo en el que surgen con  más frecuencia desencuentros, conflictos, que por imitación, se expresan en  forma violenta, es imprescindible, poner énfasis en el aprendizaje de  soluciones dulces y constructivas, que no lastimen a los demás, ni a sí mismos,  ni a la naturaleza, ni al entorno que se comparte. 
         Para   este propósito se han diseñado diversos   materiales educativos  como el de  “Parachoques contra la violencia” de Arthur Kanegis, en el que propone la  enseñanza de una canción para que los niños y niñas puedan cantar, bailar,  reflexionar y aprender  hábitos dulces y  pacíficos y no enfrentar con violencia los conflictos.
           “Escápate de la pelea/ si te quieren  lastimar/ y nublar el corazón/ recuerda que de la oscuridad/ surgen los  colores/ y del día nublado/ cae la lluvia/ que hace crecer flores/ cuídate de  los provocadores/ usa la razón/ congélales el bastón/ si no haces caso de las  bobadas/ poco a poco/ se irán quedando en nada/ ponte el parachoques contra la  violencia/ no aceptes los ataques/ observa al perturbador/ a veces la ocasión/  se presenta en el momento peor/ y hasta los que atacan/ nos dan vigor/ haz un  esfuerzo de imaginación/ mejor que la fuerza y la provocación/ busca la  potencia de la razón/ así tendrás una fuerza infinita/ muchísimo mayor que la  dinamita/ ponte el parachoques contra la violencia/ no creas nunca en la  dominación/ invéntate una solución feliz/ mantente firme, sin armas, ni  estacas/ mejor haz la paz con un juego de palabras/ escribe un cuento en que al  final/ todos puedan  gozar y reír.”
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