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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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9.6. La crisis premeditada

La hipótesis de la crisis premeditada fue utilizada en un trabajo reciente (Galindo, 2010c) y la explicación es la siguiente: Se produce un agotamiento tecnológico; es decir, los sectores mercantiles, incluidas las altas finanzas, son ya poco rentables y los nuevos posibles negocios son muy arriesgados (esos negocios son las biotecnologías y la guerra en Oriente Medio). Las grandes fortunas están muy concentradas y no tienen claro dónde deben ser invertidas, de modo que, para no perder poder adquisitivo, se fomentan políticas deflacionistas. Las grandes empresas ya no están tan interesadas en el consumo privado, porque su gran negocio es parasitar los presupuestos públicos, a través de las privatizaciones, ya sean encubiertas, como son la nueva reforma universitaria, o declaradas, como se planea para Correos y Renfe.

Pero mientras los grandes negocios permanecen estancados, los precios no pueden moverse, pues eso perjudicaría el poder adquisitivo de los grandes capitales: Por eso, se bajan los salarios y las pensiones, se abarata el despido, se organizan huelgas de consumo, se incrementa el IVA y los servicios de electricidad, tasas académicas, etc., se reducen las subvenciones y ayudas, con el pretexto de que no hay dinero, se reduce o anula el déficit público (tan necesario en épocas de recesión),...

Todo esto ha llevado ya a formular la hipótesis de la crisis antropológica. Según destacados economistas, como Vicenç Navarro (2010), no se trata de una crisis meramente bursátil, sino de un problema político que ha desembocado en perjuicios para los más pobres y beneficios para los más ricos. Posiblemente, estemos entrando en un gran periodo de oscuridad intelectual y cultural, como la denominada “Edad Media”, en que la contemplación del más allá deje abandonado en vida al mundo real.

Como se apuntó en la ponencia de 2010, hay indicios culturales y de calidad en los productos y servicios que ya apuntaban a esta crisis; por decirlo de forma resumida, hay descontento. El consumidor se siento indefenso ante las multinacionales; el administrado se siente indefenso ante los altos funcionarios y los políticos; es increíble cómo se ha incrementado el consumo de realidad virtual y de drogas. De la misma forma, el siglo XVII se convirtió en la Edad de Oro de la literatura porque la lectura, junto con el alcohol, era la forma de evadirse de la realidad.

Por eso, esta obra debe publicarse de forma urgente y dejando adrede cabos sueltos, con el fin de abordar con detalle las discusiones, una vez que haya sido leída. No digo que vaya a ser una gran obra del pensamiento humano, pero el rosario de temas que se proponen, con gran dosis de polémica, debería dar pie a reflexiones y críticas profundas. Si las provocaciones contenidas en este libro dejan indiferentes a la mayoría de los lectores, eso significará que hemos entrado en una fase en que cada cual anda ocupado exclusivamente en sus problemas de supervivencia o contemplación y se ha renunciado a la esperanza de solucionar esta crisis.

9.7. EI mito de la involución

Este libro empieza analizando las ideas acerca de la evolución y, en función de los argumentos defendidos, analiza al ser humano en toda su extensión, hasta llegar a su cerebro y, cerrando el ciclo, abordar la evolución de las ideas que ser humano posee acerca de la naturaleza. En un bucle vertiginoso, terminamos con un comentario sobre las ideas del ser humano sobre sus propias ideas y ya lo vamos a dejar aquí, porque la mente humana no da para rizar tanto el rizo. En un esfuerzo más por retorcer el ámbito de análisis, podríamos hablar de las ideas del ser humano acerca de sus propias ideas de la evolución y podemos llegar a la conclusión que lo escrito en este libro no tiene tanto mérito como aparenta, si no fuera por el débil argumento de que empezó a escribirse en los años 90. Hoy en día, la situación de relax entre los países del Este y el Oeste permite tratar el marxismo como un tema epistemológico no-herético y podríamos añadir que cada vez más aceptado por los académicos importantes.

Sin menoscabo del carácter perverso de las reformas educativas corrientes (7.2. y 7.5), es preciso notar que el sistema educativo tradicional era bastante criticable, de hecho, sus grandes defectos se han dejado madurar durante las décadas de los 80 y 90, para que estalle. Ya a principios de los 70, podíamos leer ácidas críticas, como las de Feyerabend: "La idea de que la ciencia... su racionalidad consiste en un acuerdo... no es realista... tiene una visión demasiado simple del talento..." (Feyerabend, 1970: 122). "Obsérvese también hasta qué punto se mezclan en el discurso irrelevantes términos técnicos y llenan las frases de ladridos, gruñidos, aullidos y regüeldos antediluvianos. Se levanta un muro entre los escritores y sus lectores... (132)... el elemento acción... es una presuposición necesaria de cualquier tipo de claridad... (144) ...el sistema actual, cuyo dogmatismo tiene la ventaja de venir atemperado por la deshonestidad, la duda, la cobardía y la indolencia” (147).

Antes aún, en 1921, Spranger criticaba al sistema educativo alemán (a un nivel no-universitario) por ser transmisor del modo de vida eclesiástico, la confesionalidad religiosa y el absolutismo de funcionarios ilustrados (p. 144). Podemos remontarnos hasta unas tablillas de Sumeria, hace unos cuatro mil años, en las que se lamenta el desastre de que los jóvenes sean más ignorantes que la generación inmediatamente precedente (Sagan, 1994: p. 22).

Es posible (aunque tal vez no es posible demostrarlo) que en épocas remotas de la humanidad (digamos, hace 30.000), el promedio de inteligencia (medido, por ejemplo, por la capacidad craneal o el índice de encefalización de los adultos) de la humanidad fuese cuantificable como superior al actual. Aunque sólo fuera por el número de habitantes actuales en la Tierra, el promedio de genios debería ser mucho más elevado que en otras épocas. "Es decir, si entonces había diez personas del calibre de Thomas Jefferson, ahora debería haber... 1.000... ¿Dónde están?" (Sagan, 1995: 461).

Sin embargo, como se ha dicho, los patrones de inteligencia nos los inventamos sin una justificación material, como no sea, la de que los resultados nos favorezcan. Cuando hablamos de evolución, a veces olvidamos que ésta es ciega y que no persigue una finalidad. Como ya se ha expuesto, la única medida objetiva de la evolución es el número de generaciones transcurridas en un cierto tiempo, ya que el grado de adaptación al medio es algo muy subjetivo. La tentación de considerar a unas especies más evolucionadas que otras es a menudo un ejercicio de vanidad, en una (la humana) cuya existencia ha dependido en gran medida de organismos tan simples como los virus. El grado de evolución de las especies no es conveniente que se mida en parecido con la primera persona. En todo caso, si buscamos un criterio objetivo, entre dos especies o razas que provienen de un tronco común debería considerarse más evolucionada aquélla en la que hayan transcurrido mayor número de generaciones, ya que de este modo podemos presumir que ha podido adaptarse mejor a su medio. Esto no es fácil de medir, pues habría que determinar si en una de las estirpes, históricamente, la reproducción siempre comienza a edad más temprana que en la otra, suponiendo igualdad de tasas de supervivencia en las primeras crías. En la actualidad, todo parece indicar que las poblaciones humanas situadas en los países pobres deben ser bastante más evolucionadas que las razas europeas. La prueba de ello es que las razas blancas, ante su inadaptación, explotan los recursos de territorios alejados, en los que incluso no llegan a instalarse, por falta de descendencia, o bien aniquilan a las razas que sí estaban adaptadas a dichos territorios. Casos célebres de aniquilación casi total se han dado en Norteamérica, en las islas del Caribe o en las Canarias.

En el caso de animales sociales muy sofisticados, como el ser humano, las condiciones físicas del medio se vuelven menos relevantes cada vez, para mayor importancia (a efectos de selección natural) de las coyunturas culturales. Los cambios evolutivos, como ya se explicó en 1.2 y 3.1, son acumulativos y por eso el medio social se convierte, con el tiempo, en un agente de selección. Esa selección puede ser un avance, desde el punto de vista moral que podemos tener, o puede ser un retroceso.

Si el hecho de tener cada vez un menor coeficiente intelectual, por término medio, se nos muestra como una involución o una pérdida de facultades humanas, eso no es culpa del ser humano, ni de la evolución, ni mucho menos, de Darwin. Es culpa, primero de los propios test de inteligencia, que no sirven; pero aparte de eso, es signo, en segundo lugar, de lo equivocados que estamos acerca del concepto de ser humano (un producto del azar y la necesidad) y tercero, los humanos prejuicios (creencias) acerca de la cultura como factor de selección. Como ya se dijo, el ser menos inteligente puede ser una ventaja evolutiva, ya que el intelectual está mal visto (y se le intenta asociar con los crímenes, mediante el calificativo de “ideólogo”); en la universidad, por ejemplo, se considera más inteligente ser obediente y hacerse el tonto que ser brillante y ver lo evidente, porque eso sería pasarse de listo; es más exitosa la habilidad para reconocer la autoridad que la de cuestionarla y resulta más rentable atacar de forma ostensible al intelectual que conversar con él.

Si pensamos que no somos el animal descrito en esta obra y que necesariamente nuestra evolución sigue unas normas morales, que nuestra evolución “debe” producirse en una determinada dirección, entonces eso significa que somos animales sociales y establecemos rechazo hacia lo que consideramos involuciones culturales (la pena de muerte, la guerra y el exterminio, la violación, la destrucción del medio ambiente, la hipocresía); pero entonces ¿Qué hacemos practicando un sistema de convivencia basado en el poder de las armas, la guerra imperialista, las cárceles privadas, el ataque contra lo público, el egoísmo y el odio a lo ajeno, el desprecio al pobre y la adulación al poderoso?

Por todo eso, debemos concluir que no somos dueños de nuestro destino y no podemos evitar que la humanidad se convierta en un gran rebaño, reclamo ideal de las posibles inteligencias extraterrestres. En otras épocas, los ensayos solían concluir con mensajes esperanzadores, pero, como dice Dawkins, no podemos confundir lo que desearíamos con lo que pensamos del mundo. Si les ha parecido que este libro es una demostración de intelecto, entonces, me despido de ustedes y me dispongo a extinguirme.


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