BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

DIVERSIDAD CULTURAL Y SUSTENTABILIDAD. TOMO I

Coordinadores: Nicasio García Melchor y Gloria Miranda Zambrano




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Los campesinos

Podemos denominar esta etapa como la reconquista del territorio de las antiguas comunidades indígenas por parte de sus descendientes, para ese periodo convertidos en campesinos. También es la etapa del inicio de la colonización de territorios despoblados, que fueron abandonados por indígenas desplazados hacia lugares más lejanos, o por grupos indígenas exterminados.

Estos descendientes de las antiguas comunidades indígenas, a mediados del siglo XIX, encontraban una situación más holgada frente a las ataduras de la propiedad extensa que los ligaba como fuerza de trabajo, ahora con la posibilidad de establecer sus propiedades familiares en tierras diferentes a las de las haciendas.

Las transformaciones ocurridas durante el siglo XIX representaron una gran inestabilidad para la economía nacional. Las actividades agrícolas de exportación fueron intermitentes y dispersas sin consolidar el beneficio de las inversiones en regiones particulares, salvo en la región de Ambalema en 1870 y en la región cafetera al final del siglo, pero en el resto de la región andina los campesinos libres de compromisos laborales se sintieron impulsados a abrir sus propias parcelas mediante la colonización de nuevas tierras.

La actividad colonizadora requirió de hacer uso de los conocimientos ancestrales y de experimentar en los nuevos espacios abiertos. El clima, el suelo, los ecosistemas diferentes, la fauna y la flora, permitieron descubrirse como beneficios en la salud, en la alimentación, en la economía local, en la fertilidad de los suelos, pero en otros casos no sustentaron el asentamiento de los colonos, siendo motivo de emigración hacia nuevas aperturas. A esto se sumó el desplazamiento causado por el desalojo forzado de terratenientes y comerciantes de tierras como uno de los desencadenantes del conflicto sobre la propiedad de la tierra desde ese periodo. Podemos señalar que la concepción de ecosistema debe ser entendida desde ese momento para comprender sus implicaciones en la estabilidad que ofreció al pequeño propietario. Podía ser favorable a la auto subsistencia o de interés para la gran propiedad, de lo que dependió la estabilidad de las comunidades campesinas en las diferentes regiones del país.

La forma en que los campesinos organizaron sus comunidades reflejó una ética particular: en la visión de sí mismos valorando su trabajo como afirmación de la posesión de la tierra, con los bienes obtenidos de manera directa como medio de vida. Hacia afuera, en las relaciones con los demás grupos sociales pudieron aparecer de manera autárquica, como comunidades independientes con relativa prescindencia de vínculos comerciales y políticos.

La organización de las comunidades campesinas se definió por los rasgos sociales y culturales en cada región, desde los contenidos atávicos hasta las adaptaciones más sutiles y urgentes, pues hace parte de la historia nacional la creatividad y recursividad de las comunidades campesinas en los procesos de adaptación a los diferentes medios geográficos. Por ejemplo, las tradiciones ligadas a las creencias religiosas debieron adaptarse a particularidades geográficas o culturales en el proceso colonizador, puesto que, por ejemplo, la llegada del párroco o la construcción de la iglesia eran eventos que se postergaban hasta la llegada de un camino o la consolidación de un caserío.

La institucionalización de la administración pasaba por el mismo proceso, la vida comunitaria erigía una visión de la naturaleza proveedora con principios de retribución y justicia según el trabajo aplicado en conseguirlos en una ética de autarquía. Esta visión aislaba los referentes equivalentes de otras comunidades validando los símbolos propios. Es evidente que la incursión de la institucionalidad del Estado se llega a considerar en los estudios sociales como una intrusión en los lineamientos organizativos locales sobre aspectos como el uso de la tierra, el comercio basado en buena medida en trueque, el manejo de los recursos naturales, entre otros, que contribuyeron a la funcionalidad de estas comunidades campesinas.

La concepción tecnológica que existe en este periodo en las comunidades campesinas tiene un carácter ambiguo que no favorece su fortalecimiento como grupo social. En el periodo colonial las herramientas mantuvieron el doble carácter de elementos rituales y de instrumentos que no afectaban la tierra por el diseño y la manera discreta en que se utilizaban, la manera de colocar la semilla en el suelo expresaba una consideración simbólica con la madre tierra. Pero esta característica en el marco del capitalismo, es determinante en la baja productividad de estas relaciones sociales precapitalistas, en las que se asocia el escaso desarrollo tecnológico con relaciones de servidumbre.

Los campesinos continuaron su subsistencia en este nivel tecnológico, con lo que en el siglo XX fueron confrontados por la concepción de la economía política que los requería como fuerza de trabajo en las actividades productivas ampliadas. Se introdujo gradualmente un cambio tecnológico para la producción de alimentos en una sociedad que comenzaba a urbanizarse. Históricamente este proceso representaba el traslado del predominio de las relaciones sociales del campo a la ciudad.

En el periodo siguiente, bajo la inspiración de la concepción pragmática aplicada al dominio de la naturaleza, se introducen en el campo unas relaciones diferentes que buscan mayor productividad, las herramientas son metálicas, abren surcos, desyerban, abonan, transforman el suelo, desvinculan el sentido trascendente de las cosmovisiones indígenas para reducir la tierra a un bien económico.

Es el comienzo de un choque cultural que no da tiempo para elaborar una visión completa de la naturaleza al vincularse a la industria, a la tecnología, al conocimiento proveniente de otras latitudes, mediado por los valores urbanos. Es decir, la tecnología se separa de la vivencia directa del productor para responder a otra concepción de la naturaleza que manipula al campesino sin que éste asimile el grado de sometimiento en que lo coloca la herramienta. Una situación en que los valores asociados a la productividad, someten las relaciones sociales, sin mediar en la construcción de valores que representen la adaptación simbólica a la máquina. No se formulan proyectos educativos que permitan asimilar la población a los cambios tecnológicos como una ampliación de valores culturales, con los que la sociedad pueda construir equivalentes simbólicos que la integren en los espacios de la política, la economía, o la misma producción de conocimiento.

Para hacer reconocible su modo de ser, la debilidad de los instrumentos comunicativos los hizo vulnerables, tanto hacia el interior para definir sus particularidades locales, como hacia el exterior en las relaciones con la institucionalidad de la administración pública, dada la limitada consistencia de la experiencia entre el conocimiento y el lenguaje. La experiencia de la realidad para este grupo dependió de la forma en que se vinculó con la naturaleza y así mismo de la forma en que la denominaba.

La ruptura como comunidades indígenas practicantes de un conocimiento tradicional ligado a sus ecosistemas, que luego debe responder a medios diferentes en los que la experiencia no permite la generalización y por lo tanto no se apoya en una formulación abstracta, es un conocimiento empírico que difícilmente se replica en contextos diferentes, lo que explica las dificultades comunicativas que podrían validar su conocimiento como una experiencia científica, aunque fuera válida como experiencia cultural.

Para el grupo hegemónico el problema del conocimiento teórico sobre el contexto cultural, expresa las dificultades que tuvo para liderar una concepción científica válida a través de los diferentes lenguajes como la política, la educación y el conocimiento científico en su pretensión dominante, pues no se comunicó con el proceso de construcción de conocimiento de los campesinos.

La tenacidad con que se aferró el campesino a la tierra es el mayor rasgo que lo caracteriza históricamente. Durante este periodo cobraron sentido los argumentos para actuar con una cierta autonomía, su razón de ser, el fundamento de su existencia, el sentido de los derechos, de la libertad del individuo en un Estado que con la propiedad enuncia su realización como individuo. Pero la situación ambigua lo mantuvo de esa forma, por una parte la debilidad del proyecto hegemónico y por otro la insularidad de las comunidades campesinas bajo formas cerradas de organización social debilitaron su proyecto cultural, político, social y económico en el conjunto de la nación.

En la actualidad estas dificultades evidencian las contradicciones que surgieron al evaluar la viabilidad ambiental de las prácticas agrícolas y pecuarias presentes en diferentes contextos campesinos. Presenciamos los debates sobre la tala de bosque, las rozas o incendios controlados para despejar predios talados y el uso posterior de las cenizas como fertilizantes, los diferentes sistemas de arado, el uso de agroquímicos, la introducción de variedades vegetales y animales de mayor rendimiento económico que quiebran las cadenas tróficas produciendo la simplificación y el debilitamiento de los ecosistemas. Como resultado de la relación de este grupo social con la naturaleza se hace evidente la vulnerabilidad en todas las formas de uso y permanencia en el medio.

Complementariamente se reconoce la fragilidad de las comunidades campesinas en aspectos como la salud, la organización social, las creencias, la asimilación tecnológica, con el eclecticismo asumido al enfrentar un problema nuevo con soluciones provenientes de las tradiciones indígenas, lo que los hace prácticos y aparentemente hábiles en el manejo de la naturaleza que hoy se evalúa si ese aparente conocimiento de la naturaleza es adecuado a la sostenibilidad de estas mismas comunidades. El conocimiento del medio construido por las comunidades en su situación de precariedad revela la fragilidad ante el conocimiento científico que irrumpe en el campo de sus prácticas y conocimientos: las prácticas limitadas a la sobrevivencia muestran la dependencia en el conocimiento del suelo, de las variedades vegetales y animales así como el uso de medicamentos vegetales. Ante el conocimiento de la cultura hegemónica es limitado el acceso para las comunidades campesinas, el Estado no construye un aparato educativo sino hasta entrado el siglo XX, cuando las guerras civiles han terminado y surge la necesidad de estabilizar la economía regional como apoyo al desarrollo de las ciudades, que será la principal transformación ocurrida en la sociedad colombiana. La ética así reconocida se identifica, según Gilbert Hottois, con “la construcción de una relación de humanización progresiva de la naturaleza en cooperación con el hombre, pendiente de no violentarla de manera excesiva”, pero es insuficiente en el desarrollo del conocimiento científico, que da paso a asentar sobre la naturaleza el dominio antropocéntrico .


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