BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




Esta página muestra parte del texto pero sin formato.

Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (250 páginas, 730 kb) pulsando aquí

 

 

LA SOCIEDAD FEUDAL Y EL SURGIMIENTO DE LA BURGUESÍA

Las expediciones estimularon el desarrollo de la actividad específica de las ciudades, particularmente, el comercio y la producción de manufacturas. Un historiador afirma que “la revolución comercial de Europa se había iniciado ya en el siglo XI, pero fue en el siglo XIII cuando adquirió verdadera consistencia (…)”. Aún antes, ya hacia finales del siglo X y durante el siglo X se produce un desarrollo inédito de urbanización que otorga a las ciudades, episcopales o no, un nuevo lugar en la vida de los hombres. La ciudad no constituye nada nuevo; lo novedoso es la difusión y expansión de una realidad urbana nueva.

Los centros urbanos que ya existían durante el período romano, volvieron a recuperarse tras el decaimiento generalizado acaecido como consecuencia de las condiciones socioeconómicas de la Alta Edad Media. La explotación y el crecimiento urbano marcan todos los grandes momentos del crecimiento: la ciudad crea la expansión y, a su vez, se beneficia de ella para su propio crecimiento. El viaje facilita la aparición de nuevos núcleos poblacionales, que comienzan a levantarse en los cruces de los caminos o en las proximidades de algún centro de peregrinación. El campesinado, que migraba escapando de los vínculos feudales, fue poblándolas. Entre la ciudad y su entorno rural se establecieron relaciones comerciales más o menos regulares. Del mismo modo, comenzaron a establecerse sólidos vínculos comerciales entre Occidente y Oriente: tanto entre los países europeos católicos con la Bizancio greco-ortodoxa, como entre el Occidente cristiano y el Oriente islámico.

El desarrollo urbano se presenta, a los ojos de los contemporáneos, como un hecho inédito, como un cambio radical respecto al devenir histórico. Y, por lo tanto, no se encontró exento de críticos. El abad Rupert de Deutz (1075-1129) ve la ciudad como un hecho pernicioso, condenando lo que, para él, es el principio mismo de la existencia de la ciudad: el dinero. Específicamente, desarrolla su crítica insistiendo en tres puntos: la ciudad es el dominio del dinero, siendo esto lo que atrae a los migrantes que en ella se instalan; los ciudadanos constituyen una realidad social particular; y Dios nada tiene que ver en eso. Con el correr del tiempo, a lo largo del siglo VII, las reacciones ante la novedad urbana van evolucionando, encontrándose descripciones de ciudades –fuera de Italia, donde existían desde el siglo VIII- cuyo tono no es ya de reproche y de condena, sino que es de fascinación y alabanza. La ciudad se ha convertido, para entonces, en uno de los lugares por excelencia donde transcurre la vida social, resultando un cuerpo autónomo y objeto, en cuanto ser colectivo, de una consideración social. Es a partir de allí que las ciudades se distinguen por su prestigio y reputación, resultando éstos, los elementos que contribuyen a aumentar la propensión de los individuos a trasladarse hacia aquellas.

Al igual que la urbanidad, otros fenómenos sociales contribuyeron a moldear el viaje medieval. Y, entre aquellos, es innegable el rol primordial que cumplieron las cruzadas en los movimientos de individuos.

Las cruzadas, fenómeno que se desarrolla con interrupciones de 1096 a 1278, favorecieron una aceleración del avance comercial, por lo que presentan, innegablemente, profundas influencias sobre el desarrollo de los viajes. “(…) sin error posible, es la aventura fantástica de las Cruzadas lo que acelera el avance mercantil de la Cristiandad y de Venecia”. Fue Urbano II quién asumió la iniciativa de organizar una expedición a gran escala contra el Oriente, bajo la consigna de “rescatar el sepulcro del Señor” de las manos del infiel.

No obstante, contrariamente a lo que algunos historiadores han considerado sobre las causas impulsoras, las cruzadas tuvieron su origen, fundamentalmente, en los diferentes fenómenos de la vida económico-social de los siglos XI al XIII. Asimismo, en la postura de la Iglesia, también primaron razones de índole político-económicas, más allá de aquellas puramente religiosas. La Iglesia –fundamentalmente bajo Gregorio VII- procuraba situarse como una autoridad por encima de todos los monarcas europeos, buscando transformar de modo más palpable su autoridad espiritual en una autoridad terrenal. El papado pretendía apoderarse de las riquezas de la Iglesia ortodoxa griega y extender la influencia católica a Bizancio; además de encontrarse particularmente interesado en el comercio con Oriente. Es así que, entre las causas del desarrollo de las cruzadas, se encuentran algunas más profundas que las que observan muchos de los historiadores, limitadas a la defensa y el triunfo de la cristiandad sobre el infiel.

Previamente a las cruzadas, en el Occidente católico, el orden medieval se había asentado dentro de un ámbito cerrado, en gran medida, sobre sí mismo, casi ajeno a la influencia de otras culturas y civilizaciones. Las cruzadas favorecieron los contactos entre oriente y occidente; sin embargo, no sólo el intercambio fue de tipo comercial: también fluían y se intercambiaban ideas. Claro que el intercambio de valores materiales y espirituales es anterior a las cruzadas, pero el desarrollo de éstas lo aceleró. Además, tuvieron como consecuencia el enriquecimiento de Occidente, gracias al impulso dado al comercio marítimo y a que la tranquilidad interna en los distintos países se vio favorecida.

Pero, fundamentalmente, transformaron profundamente aquel orden medieval cerrado y feudal. Los principales beneficiados de las cruzadas fueron los puertos y ciudades italianas, que crearon factorías en el Oriente latino para el comercio con el mundo asiático. Génova y Venecia emergieron, desde el siglo XI, como los dos grandes centros comerciales del norte de Italia.

El flujo de bienes e individuos durante el siglo XII, convirtió al Mediterráneo en la gran arteria del tráfico comercial con Levante , y el empeño por dominar las regiones decisivas para el comercio resultó el incentivo que animó a las monarquías de Occidente a participar en las cruzadas, donde cada vez las razones religiosas tenían menor peso (como lo demostraban los proyectos respecto a Constantinopla). La segunda cruzada no tuvo ningún resultado práctico, resultando un fracaso tanto para los organizadores como para los participantes. Mientras tanto, las fuerzas del mundo musulmán iban en aumento, y el sultán Salah ad-Din (más conocido como Saladino) conquistó en 1887 Jerusalén. La llegada de la noticia a Occidente produjo una enorme impresión, organizándose una tercera cruzada; no obstante, ésta acabó en derrota de los de los cruzados, negociándose la paz en 1192. Saladino accedió a que durante tres años los peregrinos y comerciantes pudiesen visitar la ciudad santa.

Con el paso del tiempo, en Occidente iba perdiéndose el entusiasmo por las cruzadas, que acabaron por convertirse en simples aventuras feudales, de rapiña, que respondían a cálculos políticos totalmente secularizados. Ya durante los años cincuenta del siglo XIII, las colonias cruzadas sirio-palestinas avanzaban rápidamente hacia su final, escindidas por una lucha político-social.

En los siglos XI-XII, en algunos centros urbanos, se intensificaron los estudios de derecho canónico y civil. La enseñanza se desarrollaba tanto en escuelas monásticas –como, por ejemplo, las de San Víctor y Santa Genoveva en París, o la de Monte Cassino en Italia-, como en escuelas episcopales –Canterbury, Durham, Londres, París, Orleans, Toledo, etc.-, donde se continuaba enseñando el Trivium (Gramática, Retórica, y Dialéctica) y el Quadrivium (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía) junto a estudios básicos de teología. En el siglo XII, las escuelas episcopales obtuvieron un claro predominio sobre las monásticas, destacando por su espíritu innovador.

Las ferias son un tipo de encuentro público para el intercambio de bienes distinto al que se denomina comúnmente bajo el nombre de mercado, pues mientras el mercado se lleva a cabo una o dos veces por semana, las ferias se realizan una o dos veces al año. Sus características se diseñaron en los siglos XII y XIII, produciendo la llegada hacia aquellas, sobre todo, de comerciantes extranjeros. Las ferias fueron aumentando su importancia con el devenir del tiempo.

Sin embargo, esto no quiere decir que tengan su surgimiento por estos años medievales. “Las ferias son antiguas instituciones (…). En Francia, acertada o equivocadamente, la investigación histórica remonta sus orígenes más allá de Roma, hasta la época lejana de las grandes peregrinaciones celtas. El renacimiento del siglo XI, en Occidente, no sería la salida de cero (que se señala de ordinario) puesto que subsistían todavía restos de ciudades, de mercados, de ferias, de peregrinaciones (…)” . Las ferias, específicamente las grandes ferias, movilizan las economías de vastas regiones. Cada feria tiene su propio ritmo, su calendario, distinto a los de las ferias vecinas. Los productos que se podían vender y adquirir en ellas eran variados, desde animales (como mulas) hasta telas, pasando por hilos, lanas, etc.

No obstante, conviene hacer una diferenciación entre las ferias campesinas, minúsculas y de pocos productos ofertados, y las verdaderas ferias, como las que se llevaban a cabo en París o en Lyon. Si se hace referencia a la cuestión estrictamente económica, lo esencial de la feria es la actividad que llevan a cabo los grandes comerciantes. Su clientela es ciudadana y, por lo tanto, el desplazamiento de individuos que asisten a las ferias es un desplazamiento de ciudadanos, aunque dichos desplazamientos –si bien son importantes- no son numéricamente masivos. Las ciudades en las que se celebraban ferias eran lugares donde las tabernas, las posadas y los albergues veían llegar en determinadas épocas del año, una clientela extranjera, pues quiénes asisten a las ferias debían alojarse en la ciudad. Así, las ferias contribuyeron a la creación de una oferta de servicios destinadas a la satisfacción de los desplazamientos, implicando el desarrollo de infraestructuras de servicios.

Las ferias contaban con una enorme participación popular. Se desarrollaban allí entretenimientos que podían presenciarse durante la celebración de aquellas; asimismo, la feria se transformaba en el lugar de encuentro de la compañía de actores. Es así que se producía una importante afluencia hacia determinadas ciudades.

El viaje fue adquiriendo importancia progresiva durante estos tiempos. Puede afirmarse que, desde el siglo X al XV, se advierte un aumento en el número de viajeros, del mismo modo que se observan tanto cambios en las formas de viajar, como en los significados del viaje en sí.


Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles
Enciclopedia Virtual
Biblioteca Virtual
Servicios