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OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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EL OCIO

LA CONCEPCIÓN ROMANA FRENTE A LA CONCEPCIÓN CRISTIANA

Las costumbres de la Roma clásica comenzaron a sufrir modificaciones ya durante el Bajo Imperio, influenciadas por las nuevas situaciones políticas, económicas y espirituales.

Las ciudades italianas y galas, fueron tornándose inseguras durante el período de las invasiones bárbaras sufrida por el Imperio. Los aristócratas se trasladaron a sus villas rurales, abandonando las ciudades, y se fueron rodeando de dependientes campesinos, familias de clientes y auxiliares militares. Asimismo, la obstrucción del comercio obligó a las villas a intentar ser autosuficientes. Los monasterios, por su parte, acentuaron el movimiento centrífugo hacia unidades económicas semi-aisladas, situadas fuera de las ciudades y donde los monjes ejercían oficios y cultivaban el suelo.

De este modo, fue configurándose un nuevo modo de vida, en donde el viaje que realizaban los romanos desde la ciudad hacia sus lugares de reposo rurales y costeros va diluyéndose progresivamente, al igual que va desapareciendo la importancia de las ciudades y los caminos se van volviendo inseguros y dañados por las guerras.

La práctica del termalismo –tan difundida en la Roma clásica- desapareció durante la temprana Edad Media, encontrándose fuentes termales prácticamente solo en determinadas abadías y monasterios. Sin embargo, la existencia de baños públicos en las ciudades continuaba siendo frecuente, acudiéndose a ellos no sólo con fines de aseo, sino también como lugar de reunión social. Se acostumbraba allí a conversar, socializando con otros miembros de la comunidad, a comer y, a veces también, se aplicaban ventosas con el fin de tratar enfermedades como catarros. Esta costumbre es vista por algunos, como Boullón, como un resabio de romanismo, afirmando el arquitecto argentino que dicha costumbre social se llevaba a cabo “un poco a la usanza romana” .

Los cambios en el ocio obviamente también resultaron influenciados por la nueva religión. La introducción del cristianismo, religión de origen oriental, produjo cambios profundos en la concepción hedonista romana. La iglesia católica pasó a jugar un papel trascendente en todos los aspectos de la vida cotidiana. Las costumbres romanas clásicas fueron transformándose progresivamente. Es para destacar el hecho de que, pese a su elevado origen romano, San Benito de Nursia fuese uno de quiénes contribuyó más claramente al cambio cultural que viene siendo marcado, a partir de la condena del otium. Así, el trabajo fue convirtiéndose en una obligación moral, desapareciendo el concepto de ocio.

El cristianismo, al actuar como unificador cultural europeo, se constituyó en el prisma desde el que se observe el mundo. Durante el trascurso de los primeros siglos medievales –y ya desde los últimos años del Bajo Imperio- el cristianismo, como religión oriental de salvación que era, propuso al mundo occidental la recompensa de la vida eterna. Esta se lograría a partir del seguimiento de determinados preceptos, necesarios para poder transitar por la senda de salvación terrenal. Entre aquellos preceptos se encontraban, por ejemplo, la humildad y la renuncia a los bienes terrenales.

En la concepción romana del hombre, las posibilidades de trascendencia se encontraban enmarcadas dentro de la idea de gloria terrenal, predominando la conducta del hombre frente a su contorno real, “sin que pese sobre las conciencias el incierto destino en un mundo ultramoderno en el que el hombre es, como dice Virgilio, “como un aura leve o como un alado sueño”. Se pasó de una concepción de la vida en que el acento se colocaba sobre la vida terrenal, a una nueva en donde la actuación del hombre se relacionaba con la eternidad. “La gloria terrenal –la de los magistrados y los legionarios- comenzó a parecer pálida en comparación con la que ofrecía la bienaventuranza eterna” . La idea de trascendencia es una de las dimensiones propias y características del período medieval, fundada en la creencia de que la vida del individuo –independientemente de sus circunstancias- se encuentra inserta dentro de un sistema universal.

EL OCIO CRISTIANO: LA IGLESIA

La regla de San Benito de Nursia se generalizaría dentro de los monasterios del Imperio Carolingio a partir del año 817. Esta contiene dentro de sus 73 capítulos, distintos preceptos que tratan todos los aspectos de la vida monacal. Dentro de su regla, Benito condena al ocio fundamentándose en que “la ociosidad (otiositas) es la enemiga del alma. En consecuencia los hermanos han de hallarse ocupados en tiempos determinados con el trabajo manual y dedicados en horas también determinadas a la lectura divina” . La condena al ocio y la toma de partido por el no-ocio (neg-otium) es bien clara, resumiéndose en “ora y trabaja” el ideal benedictino.

Una nueva concepción de la vida monasterial contiene, por supuesto, una nueva visión del ocio. Es aquí, entonces, donde puede observarse una clara ruptura con la Roma clásica respecto a la desvalorización del ocio. Ahora, el ocio es motivo de condena, mientras que el trabajo físico penoso se idealiza, conjuntamente con el trabajo intelectual, en solitario o comunitario. La disciplina en el cumplimiento de la regla debía observarse de manera estricta; pero, por su propia naturaleza, resultaba difícil de imponer a todos los miembros, por lo que había que vigilar y controlar el cumplimiento efectivo de los preceptos. Para esto, se había previsto que dos ancianos se encargasen de supervisar el acatamiento de la regla durante la lectura; y, a aquellos no la cumpliesen, reprenderlos en consecuencia.

Sin embargo, cabe aclarar que los no existía una actitud unívoca de los miembros de la iglesia frente al ocio y al trabajo. Khathchikian realiza aquí una división en la que se encontraban “por una parte los dignatarios de la iglesia, que disputaban a los caballeros los privilegios y gozaban de todas las prerrogativas y honores, mientras que en el otro extremo los monjes vivían en la austeridad y el sacrificio”.


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