BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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LA HOSPITALIDAD MONASTERIAL

Tras la caída del Imperio Romano, las sociedades urbanas fueron encontrándose, progresivamente, en un proceso de descomposición. Durante la Edad Media se forjó un nuevo orden, una visión del mundo temporal que concretaba la visión y la acción de la cristiandad, tanto en el espacio como en el tiempo.

A lo largo de toda Europa Occidental fue desarrollándose la institución monasterial, guardando características comunes entre sí. La causa de esto hay que encontrarla en que todos los monasterios compartían modos de vida y valores comunes. Es decir que eran muy similares tanto el ambiente como la cultura de los distintos monasterios, a pesar de las diferencias geográficas que los separaban. Por ende, las diferencias y las individualidades pierden peso, y quedan relegadas frente a un fenómeno que unifica la cultura. En este sentido, puede hablarse de una Europa unificada culturalmente por el cristianismo pese a las divisiones políticas, al sistema feudal, a la carencia de los medios de comunicación y a las guerras.

Los monasterios constituyeron centros económicos y culturales, fundamentalmente hasta el siglo XI. Básicamente, se trataba de sitios que cumplían funciones tanto temporales como sacras; y engendraron en torno a ellos una serie de nuevos asentamientos. Como unidades socio-económicas, competían entre sí para ver cuál de ellos obtenía más reliquias para mostrarlas a fieles generosos: la posesión de reliquias famosas contribuía a la fortuna de una abadía o iglesia.

Los monasterios contaban con dependencias destinadas al alojamiento de huéspedes, lo cual constituía un deber sagrado: para la tradición cristiana, la recepción de un extraño se convierte en la recepción del propio Cristo. “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”. Ya en el siglo VIII los monjes habían establecido hospicios en los pasos de los Alpes; algunos monasterios, por su parte, tenían grandes hosterías que resultaban capaces de alojar a 300 viajeros incluyendo establos para sus caballos. Según la regla de San Benito , había que dar limosna y hospitalidad a todo el que lo pidiese, dado que “todo huésped que llegue será recibido como si fuera Jesucristo”; así, la regla disponía que el abad “no hará distinción de personas en el monasterio… No será preferido un hombre libre a uno venido de servidumbre, de no ser que exista alguna razón distinta y razonable para ello. Pues, tanto si somos libres como siervos, todos somos uno en Jesucristo… Dios no hace distinción entre las personas”.

No obstante, dentro de los monasterios, tampoco existía siempre buena predisposición hacia el viajero o el extranjero. Como ya se ha marcado, es de destacar la actitud oscilante respecto a la hospitalidad, que existía hacia aquel dentro de la sociedad. En los monasterios, también se expresará aquella actitud oscilante:

“En realidad, esta comunidad de mesa, a pesar de la importancia que se le atribuía, no conseguía “digerir” en determinados casos al extranjero, siempre sinónimo más o menos de enemigo (…)” .

Es de destacar que a partir de este tipo de servicio ofrecido por el monasterio, hubo estudiosos e investigadores del turismo y la hotelería en el siglo XX, que consideraron a la hotelería moderna como hija de la hospitalidad monasterial, como, por ejemplo, el suizo Ed. Guyer-Freuler.


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