BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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JUEGOS, FESTIVIDADES Y ENTRETENIMIENTO

La religión y la celebración del cristianismo dieron origen de la celebración de la mayoría de las festividades medievales. La antigua religión romana sobrevivió en la forma de antiguos ritos y costumbres tolerados, aceptados y transformados por la Iglesia. Así, el culto de los santos reemplazó el de los dioses paganos y satisfizo el natural politeísmo de los espíritus; las estatuas de Isis y Horo fueron llamadas de María y Jesús, las lupercales romanas se convirtieron en la fiesta de Navidad, las saturnales se sustituyeron por celebraciones cristianas, las fiestas florales por Pentecostés -antiguo día de los difuntos-, la resurrección de Atis por la de Jesús. Los altares del antiguo culto fueron consagrados a los héroes cristianos; mientras que el incienso, las luces, las flores, los himnos, etc., que eran del agrado del pueblo, fueron transformados por la Iglesia para adaptarlos al ritual cristiano. Del mismo modo, el calendario de los santos cristianos reemplazó a los fasti romanos, y las antiguas divinidades veneradas por el pueblo revivieron bajo los nombres de los santos de la nueva religión.

Los juegos no parecieron tener demasiada importancia durante los inicios del Medioevo. Los únicos dignos de mención por su importancia social fueron los dados y el ajedrez. El juego de dados era conocido y jugado por los aristócratas galorromanos por la época de Sidonio Apolinar, hacia fines del siglo V; el ajedrez, por su parte, era practicado por los nobles celtas y germánicos, por el hecho de ser, además de un juego, un aprendizaje de estrategia y de táctica militar.

La caza y el deporte se aprendían siempre dentro del ámbito familiar. La caza fue, quizá, el entretenimiento más difundido durante los siglos medievales. Entre la nobleza, las cacerías competían con las justas como deporte real; y en Francia, la aristocracia creó todo un sistema para ellas, se le dio el nombre de chasse y se elaboró todo un ritual y una etiqueta complejos. Para la nobleza servía, además, para profundizar el vínculo de familiaridad y de amistad existente entre aquellos animales domésticos que ayudan a cazar. “Esta pasión por la caza y por los animales de caza de montería y altanería era común a todas las etnias de la Galia merovingia y carolingia”. Pero cazar no revestía únicamente un carácter de juego, pues la carne producto de la caza, en una época de ganado mal nutrido y mal seleccionado, contribuía a complementar la alimentación, fundamentalmente de los ricos. Por el hecho de ser una actividad casi necesaria, la caza no fue un monopolio de los estamentos privilegiados.

No obstante, debe mencionarse que la nobleza tendía a acaparar la persecución de la caza en ciertos territorios privilegiados. Por otra parte, para practicar el deporte bajo sus formas más atractiva –caza con galgos, caza con el halcón, etc.- era necesario contar con fortuna, ocios y personas dependientes. Como instrumentos de caza, se utilizaban tanto el arco como el venablo, además de determinados animales.

En lo que hace al resto de los deportes, desde temprana edad el joven aprendía a nadar, correr, caminar y montar a caballo, pues esto resultaba casi indispensable para el desarrollo individual. Del aprendizaje deportivo de este tipo, se desprendía la importancia que tuvieron en occidente los torneos medievales, término genérico que, en el siglo XII, abarcaba el conjunto de los ejercicios guerreros específicos de la caballería. Dichos torneos representaban un verdadero placer de clase para la nobleza, y la originalidad de la era feudal consistió en separar de los combates o populares o militares, a éstos otros tipos de batallas ficticias relativamente bien reguladas, dotadas generalmente de premios y reservada a contendientes montados y provistos de armas caballerescas.

Los torneos, verdadero fenómeno social, muestran tres rasgos principales que marcan su especificidad: un aspecto utilitario; una dimensión lúdica; y un carácter festivo. “(…) el historiador debe saber discernir en los torneos unos orígenes lejanos donde se mezclan el entrenamiento militar, el juicio de Dios, el desafío a combate singular, el enfrentamiento reducido y el juego guerrero. (…) También el historiador debe hacer un esfuerzo para no confundir una fase, por muy limitada que sea, de una operación militar con sus ejercicios de entrenamiento, por una parte, con el desarrollo más o menos teatral y codificado de los encuentros lúdicos, por otra”.

Las ciudades se organizaban de modo de permitir el desarrollo de determinadas actividades recreacionales. Como se ha mencionado, No hay que olvidar que existía la costumbre de acudir a los baños como lugar de encuentro con otros miembros de la sociedad. Dentro de las ciudades medievales podían encontrarse desde campos para jugar a las bochas hasta lugares para tirar al cesto, pasando por sitios destinados al tiro al blanco o para correr carreras a caballos. Precisamente, las carreras de caballos eran muy populares, especialmente en Italia. Del mismo modo, se practicaban muchos otros deportes. La mayoría de los muchachos aprendían a nadar; en el norte, prácticamente todos aprendían a patinar; mientras que en Francia se desarrolló el tenis. También tuvieron sus adeptos la lucha, el pugilato, los bolos y los juegos con pelota, entre otros.

Con el paso del tiempo, las costumbres respecto de los juegos fueron cambiando, particularmente vinculadas al renacimiento de la vida urbana; y los torneos van derivando en fiestas galantes. El número y la variedad de los juegos fueron aumentando, también a partir de la influencia de otras sociedades. Por ejemplo, el tenis, de probable origen musulmán, o el fútbol, al parecer llegado a Inglaterra, tras pasar por Italia procedente de China. Los espectáculos bien planeados constituyeron una parte esencial de la vida medieval, dentro de los cuales pueden englobarse procesiones religiosas, desfiles políticos, solemnidades gremiales, etc. La vida era especialmente alegre el domingo y durante las festividades solemnes, y, en aquellas ocasiones, el campesino, el mercader y el señor vestían sus mejores galas. Se celebraban festivales por las estaciones agrícolas, por triunfos nacionales o locales, por santos y por gremios.

Las ferias sirvieron también como lugar de recreación para los ciudadanos, organizándose en ellas una serie de espectáculos cumplieron su misión de entretener al pueblo. Además, dichas ferias contribuyeron, en algunas ciudades, al desarrollo de costumbres más liberales. “En París, la feria de Saint-Germain que comienza después de la cuaresma concentra también la vida ligera de la capital para las muchachas, “es el tiempo de la vendimia”, como dice una reidora. Y el juego atrae tanto a los aficionados como a las mujeres fáciles”. Asimismo, fueron comunes también las representaciones en las ferias; pues como se ha mencionado, la feria se había transformado en una especie de lugar de reunión de las compañías de actores.

La mujer

Al igual que los hombres, las mujeres participaban de espectáculos y deportes. Las mujeres practicaban el más aristocrático de todos los deportes: la cetrería, y es así que casi todas las grandes propiedades tenían pajareras que alojaban una buena cantidad de aves, entre las que se encontraba el halcón, la más apreciada de todas, a la cual se enseñaba a posarse en la muñeca del gran señor o de la dama en cualquier momento.

Aunque la intervención femenina en el deporte, por la propia valoración social de la mujer, presenta menor intensidad que la masculina. Las teorías de los eclesiásticos eran, por lo general, hostiles a la mujer: era aún la reencarnación de Eva, que había privado a la humanidad en su conjunto del Edén; era el hombre, no la mujer, quién había sido hecho a imagen de Dios. Para Tomás de Aquino, la mujer debía considerar al hombre como su señor natural, aceptando su dirección, y someterse a sus correcciones y disciplina. El derecho canónico imponía al marido el deber de proteger a su esposa, mientras que la mujer tenía la obligación de obedecer a su esposo. Por su parte, el derecho civil era aún más hostil. Ambos códigos permitían al hombre golpear a la esposa, y significó un adelanto en la situación de la mujer cuando, en el siglo XIII, las Leyes y Costumbres de Beauvais permitían que el hombre pudiera pegarle a su mujer “únicamente con motivo”. Incluso, el matrimonio daba al marido plena autoridad para hacer uso, según lo considerara conveniente, de todos los bienes que su esposa tuviera al casarse.

Esto no implica que no haya habido mujeres de gran protagonismo, ni que en ciertos aspectos se haya celebrado la feminidad. Del mismo modo, la mujer participaba de la vida económica, pese a que algunas ocupaciones –como el ejercicio de la medicina- le estaban vedadas. La mujer noble nunca estuvo encerrada en el gineceo: de igual modo que gobernaba la casa rodeada de sirvientes, podía llegar a gobernar el feudo. A partir del siglo XII, la mujer de la nobleza fue transformándose en un tipo de dama culta, que recibe en sus salones a los miembros de su clase. Es así que la situación femenina fue cambiando con el paso del tiempo; no obstante, incluso durante la Baja Edad Media, las mujeres se encuentran excluidas de realizar determinadas actividades, especialmente en ciudades importantes del norte de Italia, como Florencia. En la Toscana, por ejemplo, la legislación autorizaba al hombre a castigar a su mujer. Sacchetti cuenta la historia de un matrimonio de venteros de la Romaña, en donde cierta noche la esposa se encontraba ayudando a regañadientes y de mal modo al esposo, lo que produjo la indignación de un cliente. Cuando quedó viudo como su patrona, se casó con ella con la única intención de castigarla por la insolencia de aquella vez, hecho que llevó a cabo desde la misma noche de bodas, infligiéndole todo tipo de golpes, insultos y brutalidades. Tras el castigo, la nueva esposa juró y perjuró con la voz quebrada que sería una esposa perfecta. Sacchetti acaba por afirmar que la calidad de las esposas depende enteramente de sus maridos. Allí, en la Toscana, mientras el hombre, de quererlo, podía salir a pasear, cazar, pescar, participar de juegos, mercadear, etc.; la mujer “estando constreñidas en lo que apetecen o ansían por la autoridad de los padres, madres, hermanos y maridos, la mayor parte del tiempo permanecen encerradas en sus cámaras, y sentadas en ellas (…)”.


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