BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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HOSPITALIDAD EN LA ROMA CLÁSICA

Las influencias griegas sobre la sociedad romana se manifestaron en diversos aspectos políticos y sociales. La hospitalidad, institución de origen griego, es un legado griego que los romanos tomaron, y a la que dieron un alcance mayor. Roma desarrolla la hospitalidad a partir de intereses políticos y comerciales. El paso del tiempo, sin embargo, encuentra que prácticas ligadas a la antigua institución van adquiriendo nuevos significados, análogamente se producían cambios en el espíritu romano. La institución continúa desarrollándose como una cuestión fundamental dentro de la sociedad romana. Así, Julio César nunca rompió sus relaciones de hospitalidad con el padre del poeta Valerio Catulio, pese a los conflictos que pudiese haber tenido con éste último. Y, vinculando la hospitalidad al tema del viaje, puede afirmarse que la primera favoreció la realización y el desarrollo de los segundos.

El huésped-viajero encuentra determinados lugares donde encuentra acogida, donde puede hacer un alto en el viaje y pasar la noche, procurar satisfacer sus necesidades y reemprender camino con el fin de arribar al destino. Según la clase social y la motivación que lleve al viaje, se encuentran diferencias en cuanto a la naturaleza de la hospitalidad. Las clases dirigentes viajaban hacia sus villas de la costa o de la campiña siendo recibido por otros de su misma condición en las propiedades que se encontraban camino a su destino. Un alto ciudadano romano que se dirigía a la campiña podía detenerse en la villa de otro, o en una propia, con el fin de reponerse de las penurias del viaje.

Distinto fue el caso de los viajeros que no se encontraban en aquella situación. Los albergues que se situaban en las orillas de las vías romanas, servían para que pudiera hacer un alto, y continuar camino al día siguiente. Aunque no debe pensarse que los ciudadanos romanos de las clases inferiores eran los que utilizaban este tipo de servicios para dirigirse a algún lugar de descanso. Por lo general, quiénes los utilizaron fueron gente humilde, mercaderes, arrieros, carreteros u otros, que se veían en la necesidad imperiosa de parar en aquellos lugares, por cierto no muy agradables. Estos lugares, albergues o ventas, tenían enseñas, las cuales eran variables según los países, y un nombre: Venta del Camello, Venta de la Gallina, La Gran Águila, y otros que invocaban a Mercurio (quién era el protector de los mercaderes y los viajeros), a Apolo o a Venus.

Brevemente, se intentará brindar un panorama de los cambios acaecidos con respecto a la hospitalidad, elemento fundamental del viaje. En lo tocante a la institución antigua, ha resultado de valía la Historia de Roma de Theodor Mommsem, en particular, su desarrollo de lo concerniente a la hospitalidad.

EL DERECHO DE HOSPITALIDAD EN ROMA

Entre las relaciones de protección y dependencia establecidas entre ciudades, o miembros de ciudades diferentes, encontramos la hospitalidad. La protección que se establece entre ciudades o estados se funda en un contrato y se ajusta a las cláusulas de este. En Roma, es cosa esencial considerar y tratar del mismo modo tanto a ciudades como a individuos; jurídicamente el derecho de ciudad no es más que el derecho individual trasladado a aquella. La hospitalidad formaba parte del ámbito de las relaciones internacionales que emprendieron las ciudades o los estados, en este caso particular, Roma. Dichas relaciones podían ser de dos tipos: sinalagmáticas y unilaterales. Las primeras constituían aquellas en las que el derecho y el deber pueden pertenecer a la vez a una u otra de las partes, es decir, deriva de una relación entre “iguales”; en cuanto a las unilaterales, una sola parte dispensa la protección y la otra sólo la recibe, quedando esta, entonces, incapaz jurídicamente de darla. Es así que, entre las relaciones sinalagmáticas, se encuentra la hospitalidad.

Al igual que en otros pueblos, en un primer momento, la hospitalidad representó en Roma el modo simple y primitivo de protección. Como se ha mencionado anteriormente en el trabajo, la institución puede rastrearse lingüísticamente en otros pueblos. Precisamente es la palabra hostis la que designa al extranjero protegido por la hospitalidad; pudiendo observarse una semejanza con la expresión latina hospes: la primera expresión, se aplica al extranjero enemigo, mientras que la última se aplica al extranjero admitido a la hospitalidad. Hostis, en su sentido original, comprendía la idea de una recepción de completa igualdad.

Ya pudo observarse la protección primaria que recibía el extranjero que llegaba pidiendo acogida en una determinada sociedad; por ejemplo, se ha mencionado lo que sucedía en la sociedad griega en tiempos homéricos: el huésped gozaba allí de protección divina. En Roma, sucedía algo parecido con quiénes llegaban a la ciudad con la que no se tenía un tratado de alianza. Al extranjero que viajaba hasta Roma, se le brindaba protección por un número de días, y, a partir de allí, se lo dejaba reemprender viaje. Esta era una relación y un lazo de tipo pasajero.

Distinto es el caso de lo que sucedía con el hospitium. Este era un lazo de derecho permanente, instituido para el extranjero y practicado entre ciudades independientes, y que presentaba, la mayor parte de las veces, reciprocidad efectiva. El derecho más importante de la hospitalidad era la protección efectiva y la asistencia jurídica a la que se podía apelar en caso de necesidad; el anfitrión debía preservar al hospedado de todo perjuicio y ayudarle a conseguir el objeto que se proponía con su viaje. Formalmente hablando, la hospitalidad obedecía a las reglas del contrato consensual, por proceder del consentimiento prestado por ambas partes expresa o implícitamente, mediante actos que lo demostrasen. Entre individuos de dos ciudades distintas, los contratos internacionales son puramente de hecho, no exigiendo el juramento. Otra cuestión formal que aparece, es el cambio de los símbolos o de las escrituras. Un viajero guarda el símbolo de la casa en la que tuvo acogida; de ese modo, lo lleva consigo, lo exhibe y comprueba que coincida con el guardado en casa de aquel a quién lo presenta. El signo del derecho del hospitium era la tessera, o el sumbolus o sumbolum, el cual acostumbraba a cambiarse entre los particulares que participaban del hecho, el anfitrión y el huésped. Es a los griegos a quién debe atribuirse la utilización de los contratos internacionales de hospitalidad y quiénes influyeron a los romanos en este aspecto, siendo simbolum y tessera palabras griegas.

Los derechos de las relaciones privadas de hospitalidad son difíciles de determinar, perdiéndose los usos en el tiempo. El hospitium terminaba cuando uno de los contratantes hacía saber que se retiraba; cuando alguno se negase a ejecutar una de las cláusulas del contrato; o, muchas veces, la ruptura de la tessera indicaba la renuncia al contrato. El huésped obedece la disciplina de la familia; mientras que fuera de la casa obedece a las leyes locales. Podían asistir a los juegos en una tribuna levantada sobre el comitium, al lado de los senadores.

Por su parte, los contratos de hospitalidad pública estaban grabados en dobles tambas de bronce, de las cuales cada parte guardaba su original; Roma depositaba su ejemplar en el templo de la buena fe romana (fides populi romani), cerca del templo de Júpiter Capitolino. Los derechos comprendidos en el hospitium publicum sí se conocen claramente, a diferencia de lo que sucede con las relaciones privadas. Este, daba derechos no sólo al titular, sino también a sus representantes, ciudad o individuo. El cuestor era quién debía proveer los derechos del contrato, que incluía recibir al huésped en un edificio público (villa publica) o asignarle un alojamiento gratuito y enteramente libre, y se le suministraba todo el mobiliario y la vajilla necesaria para los baños y la cocina. Finalmente, recibían el numus, a título de verdadera prestación, que consistía en objetos de valor variable según la importancia de los beneficiarios. Se le entregaba, además, la sportula y cierta suma para comprar lo necesario. Cabe aclarar que Roma ponía atención en el número de huéspedes, con el fin que no se multiplicasen y pudiesen ocasionar problemas económicos; no obstante, con el paso del tiempo, la importancia de los donativos fue aumentando.


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