BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


LOS ECOSISTEMAS COMO LABORATORIOS. LA BÚSQUEDA DE MODOS DE VIVIR PARA UNA OPERATIVIDAD DE LA SOSTENIBILIDAD

Glenda Dimuro Peter


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2.8. LA MODERNIDAD REFLEXIVA

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Algunos autores como Beck y Giddens hablan de una modernidad reflexiva, donde el hombre empieza a darse cuenta de los riesgos y peligros de sus actitudes, reconociendo la existencia de una imprevisibilidad se sus acciones. La modernidad reflexiva es algo “nuevo” que incorpora y desincorpora la tradición. Es una destrucción creativa “donde un tipo de modernización destruye otro y le modifica” (Beck, 1997, p. 12) En este sentido, la modernidad reflexiva representa un periodo de auto afrontamiento con los efectos y riesgos de los efectos del proceso de modernización, o sea, la sociedad del riego es reflexiva y en la medida en que reconoce estos riegos y su imprevisibilidad, “se exige una auto reflexión en relación a las bases de la cohesión social y un examen de las convenciones y de los fundamentos predominantes de su racionalidad”. (Beck, 1997, p. 19) Este aspecto reflexivo diferencia la modernidad de los tiempos remotos pues no es solamente la tradición la que es reinventada, la reflexividad reformula las prácticas sociales pudendo alterar el carácter de una sociedad.

Muchos consideran la modernidad reflexiva como representante de los contornos de una orden social emergente, supuestamente posmoderna. Los contornos de la modernidad que se presentan como evidencia de los riesgos, de los límites de los sistemas expertos para comprenderlos y, por consecuencia, de la perdida de la hegemonía de la ciencia, en realidad no son características de una supuesta modernidad, pero sí de la estimulación de las consecuencias de la modernidad. Así, toda modernidad es reflexiva a la vez que conoce su inestabilidad frente a la imagen de la perfección a las aviesas.

Cuando la humanidad se hace consciente del peligro de sus acciones para el planeta, nace la conciencia social y se comprende que se vive en la llamada “sociedad de riesgo”. En ella, el hombre se enfrenta al desafío que plantea la capacidad de la industria para destruir todo tipo de vida sobre la tierra y borrar las fronteras frente a amenazas que nos afectan de manera global sin distinción de clases ni jerarquías. El riesgo es respecto no sólo al entorno donde la vida se desarrolla sino también a los sistemas económicos y de organización social que vivimos hoy.

El mundo sufre constantes cambios desde sus orígenes, desde que la arquitectura pasó a ser vista como fuente de protección y la naturaleza como enemiga, que el hombre neolítico abandonó sus hábitos cooperativistas, o que el dinero y el capitalismo fueron inventados. Desde que empezaron los discursos sobre la cultura, el siglo XVIII, los logros humanos fueron separados de la naturaleza, la muerte de Dios fue declarada y la sustitución de lo que es natural por lo artificial admitida. Con la creación del estado nación y de la cultura nacional, nuevos modelos obligatorios fueron creados y residuos de viejos costumbres y hábitos de las minorías fueron eliminados. Hoy en día, ya no se puede hablar en cultura sin llevar en cuenta toda una complejidad, una extensa producción de símbolos y una matriz llena de posibilidades.

Actualmente, el marco de la vida es la velocidad y rapidez con que personas, informaciones y culturas se mueven, y, por lo tanto, otra característica del siglo XXI es la fragilidad y liquidez de las fronteras globalizadas. No enfrentamos una ausencia de valores, sino una multitud de posibilidades de valores y de razones para elegirlos.

La modernidad líquida en que vivimos hoy es caracterizada por la instantaneidad de los hechos y por la individualidad humana. El hombre posmoderno es solitario y excesivo, vive una búsqueda incesante por sus intereses personales frente a los colectivos. La calidad de vida es un sinónimo de confort y tener es siempre mucho más importante que ser. El ser en conjunto ya no existe, los individuos cuidan de las ciudades donde ya no hay más ciudadanos preocupados con el bien común. En un mundo incierto e imprevisible, donde todo es desechable y puede ser reemplazado por otro nuevo, incluso las personas, esta es la política de vida que es adoptada, sea deliberadamente o por falta de otras opciones. El dicho “hasta que la muerte nos separe” ha cambiado para “mientras estemos satisfechos”. El mito del crecimiento sin freno es alimentado por la idea de desarrollo que tenemos hoy, que busca solamente ganancias económicas para una mejor calidad de vida individual, y no se preocupa con el desarrollo mental y social de los ciudadanos.

La diversidad y la riqueza de las culturas y relaciones sociales, frutos de la supuesta evolución de nuestra especie humana, no han contribuido del todo para el desarrollo del animal hombre. Hemos logrado tratar el medioambiente natural como una parte distinta, separándonos definitivamente de la naturaleza y de nosotros mismos (dividiéndonos en razas, naciones, grupos). Las individualidades y separaciones no son reflejadas apenas en las relaciones sociales o en cómo nos relacionamos con el medioambiente, sino también en el soporte artificial creado por el hombre y que llamamos de ciudades.

Este es un esbozo del panorama actual, visto principalmente desde el ámbito social. La sostenibilidad solamente podrá tornarse operativa en los sistemas humanos cuando el hombre posmoderno sea capaz de reflexionar y darse cuenta de los riesgos y peligros de sus actitudes y empezar a reformular sus prácticas individualistas a otras, ciudadanas y respetuosas con las otras especies del medioambiente. El sistema mundo en el que vivimos fue diseñado por el hombre y puede ser perfectamente rediseñado. A través de un cambio de paradigmas esta tarea puede empezar a dar resultados y la sostenibilidad en nuestras ciudades y sistemas humanas, lograda.

Al cuestionar y contestar los pilares fundamentales de la sociedad moderna, la crisis ecológica del mundo globalizado aparece en las últimas décadas como el reto más grande de la humanidad. La creencia en el progreso ilimitado, la superioridad de los patrones de generación del conocimiento en la ciencia occidental, la fuerza del sistema capitalista y del libre comercio (que revolucionan todos los días los medios de producción, trayendo en “bienestar” y la “calidad de vida” para la población individualista) viene agotando los recursos naturales y son los responsables por la eclosión de la actual crisis ecológica de la cual formamos parte. Decididamente, el proyecto moderno ha fallado y nuestras atenciones están centradas en la relación de interdependencia entre ser humano y naturaleza, tan abandonada en tiempos modernos.

Todo y cualquier cambio de paradigma ocurre en forma de rupturas descontinúas y revolucionarias. Los cambios de paradigmas en la física forman parte de una transformación cultural más amplia, donde se observa que el cambio no ocurre solamente con relación a las ciencias, sino también en el campo de lo social.

Un paradigma social puede ser definido como “una constelación de concepciones, de valores, de percepciones y de prácticas compartidas por una comunidad que da forma a una visión particular de la realidad, que constituye la base de cómo una comunidad se organiza.” (CAPRA, 1997, p. 25) El paradigma que actualmente está retrocediendo dominó nuestra sociedad moderna occidental durante muchos años, influenciando todo el globo. Dichos paradigmas tenían una visión del mundo como un sistema mecanicista, compuesto de bloques de construcción elementales, donde el hombre era una máquina que luchaba constantemente por su existencia, un mundo donde los recursos naturales eran ilimitados y el progreso debería ser alcanzado de cualquier manera a través del crecimiento económico y tecnológico.

El nuevo paradigma puede ser llamado como una visión holística del mundo, una mirada que cree en un mundo todo integrado y no como una colección de partes disociadas. También puede ser llamado de visión ecológica, si el término ecología fuera utilizado bajo un concepto más amplio y profundo que el usual. El cambio consiste en el reconocimiento de los valores propios de la naturaleza, dejando de ser simplemente el exterior, el entorno, para convertirse en el centro de nuestro pensamiento, reconociendo el conjunto complejo de relaciones de los ecosistemas de los cuales el hombre forma parte, pero no lo domina.


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