BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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2. TURBULENCIA EN EL ESCENARIO URBANO

“El bus sube venciendo con dificultad la pendiente, recorre calles estrechas y curveadas repletas de gente y negocios. Desde la calle principal se caminan dos cuadras por un callejón estrecho y finalmente se sube por una cañada. Allí está la casa de los Montoya, el techo de zinc y cartón, las paredes sin revocar, pintadas con cal azul, los San Joaquines florecidos de rojo. Son tres cuartos estrechos. En las paredes están pegados varios afiches de artistas de cine y cantantes de rock. Perdido en un rincón, envuelto en telarañas, hay un cuadro pequeño de la Virgen del Carmen. Del techo, encima de la puerta de entrada, cuelgan una herradura y una penca de sábila, que se acostumbra para la buena suerte…

Alonso Salazar51

“Hemos venido replanteándonos. No somos delincuentes; somos actores políticos, aunque no nos lo reconocen somos actores políticos que venimos desarrollando trabajo comunitario (…) en confrontación tras confrontación”

Comandante Fernando

Milicias 6 y 7 de Noviembre

2.1 Ciudad sin ciudadanos, ciudad desarraigada.

La historia de Medellín, su acelerado poblamiento y su improvisada transformación de villa a urbe da cuenta de las complejidades en la construcción de las ciudades colombianas, las cuales no solamente se articulan como espacios de las posibilidades para la realización de la vida personal y colectiva; también evidencian las profundas transformaciones de lo político en nuestro país, en el que las marcas de violencia se convierten en clave de lectura de la turbulencia urbana y de la crisis en la articulación de nuestra sociedad política.

Crisis y violencia revelan un modo de entrar a habitar la ciudad a la fuerza y de hacer la ciudad a tientas: en medio del traumatismo de los impactos de la violencia sobre la vida personal y colectiva de los campesinos, estos entran a morar en la ciudad sin sentirla suya, identificándola como vía de escape y como oportunidad para conservar la vida. Un espacio en el que se espera que, al menos, las cosas no empeoren.

Así, la entrada del campesinado rural a la ciudad colombiana – como en buena parte de América Latina52-ocurre entre los tránsitos producidos por acciones violentas. La diáspora campesina hacia la ciudad hace que entre 1950 y 1960 las ciudades colombianas dupliquen prácticamente su población53 , produciendo ciudades inmensas pero precarias54; extensas territorialmente y sin embargo políticamente limitadas, desarticuladas incluso, dependientes; ciudades del desarraigo, construidas en el desencuentro entre la política y la ciudad:

En Colombia ciudad y política aparecen divorciadas. Desde el punto de vista de la producción de la ciudad y de la apropiación del espacio, ese divorcio se revela de una manera estremecedora: aunque los distintos sectores de la población (grupos, clases, etnias, etc.) han contribuido, cada uno a su manera, a construir la ciudad, a darle forma y función, son unos pocos los que se reservan abusivamente el derecho de apropiarse del espacio urbano, a disfrutarlo y a ordenarlo según sus intereses, excluyendo a las grandes mayorías que construyen la ciudad "precaria" de la posibilidad de sentirse ciudadanos de igual categoría que los primeros y, en consecuencia, con igual "derecho a la ciudad". Como dice V. Castells a propósito de las ciudades latinoamericanas, "la ciudad dependiente...es una ciudad cuyo espacio es producido por sus moradores como si éstos no fueran los propietarios de tal espacio... La ciudad dependiente es una ciudad sin ciudadanos55 .

La situación de desarraigo de los moradores generalmente guindados a la ciudad no habría permitido construir interacciones ni nexos comunicativos entre los ciudadanos y la ciudad, ni entre los miembros de la ciudad y sus planificadores y administradores. Dicha situación habría sido la ocasión para que se generaran brechas y rupturas entre la ciudad como entorno de la vida urbana y la política como construcción del vivir juntos56; instalándose el desarraigo, habitualmente un producto violento, como nodo modular para que las formas de civilidad propias de un escenario urbano sin violencia no hiciesen tránsito entre nosotros.

El desarraigo y no la articulación se convierte entonces en la clave para entender la turbulencia del contexto urbano colombiano. La ciudad resulta construida “como se pudo”, sin proyecto, con la prisa de quienes resuelven a tientas los problemas que se les presentan, en medio de la precariedad y las carencias de oportunidades en un espacio en el que no son reconocidos como ciudadanos.

A lo largo de cinco décadas, los asentamientos urbanos en las laderas de Medellín dibujarán la cartografía de las violencias de la cual huyen los que se arriman a la ciudad y marcan las memorias de quienes heredaron el miedo como sustento vital. Estas marcas se imprimen sobre las representaciones del mundo de la vida cotidiana, el cual es comprendido y representado en referencia a las violencias de origen tanto como a las violencias vividas en la conquista por el derecho a la ciudad57 .

Contrapuesta a esta visión de la vida urbana como producto del desarraigo, los modelos normativos58 identifican la ciudad como un escenario que debería caracterizarse por una estructura de relaciones sociales capaces de anular el conflicto o por lo menos de negociarlo, como consecuencia de aquella mayoría de edad de sus habitantes, ciudadanos ilustrados y racionales, prototipos del advenimiento civilizador propuesto por Habbermas para una sociedad compleja de hablantes que se expresan y argumentan razonablemente. Tal actitud favorecería y sería consecuencia de una noción de orden instalada como propósito de la vida urbana, capaz de anular el surgimiento de la violencia tramitando los conflictos por vías formales.

En igual sentido Richard Senettt argumenta que la vida urbana debería significarse en la concurrencia de relaciones sociales y políticas que resolvieran toda forma conflictual a través del entendimiento no violento, mediado en caso extremo por terceros entre los conflictuantes (se supone que el Estado y sus instituciones), en procura de "un fervor social que aliente el avance hacia la edad adulta”, el cual “depende, por tanto y en primer lugar, de asegurarse de que no hay escape de situaciones de confrontación y conflicto"59 .

Dado que en el análisis propio de la ciencia política, de lo que se trata es de “rastrear las huellas de los conceptos políticos, hasta llegar a las experiencias concretas y en general también políticas que les dieron vida”60 , la lectura de nuestra ciudad, la ciudad cosmopueblerina, cuestiona el planteamiento de la vida urbana armoniosa y normada. El paisaje de nuestros acontecimientos no es, definitivamente, el mismo de Chicago o de las ciudades europeas; por ello “es necesario incorporar a nuestra visión el caos, el azar y el desorden”, no solo como elementos actuando en la diversidad de la naturaleza y la cultura, como plantea Fabio Giraldo61 , sino también como elementos ordenadores de nuestras particularidades.

Entre nosotros, el conflicto irresuelto y dilatado, enfrentado violentamente, se ha convertido en una experiencia cotidiana de los habitantes de los barrios, comunas y zonas de una ciudad como Medellín, cuyos índices de violencia y criminalidad en la década de los noventa resultan escandalosos62, al punto que un número creciente de individuos acuden a las armas para dirimir sus conflictos, mientras que grupos de ciudadanos lo hacen para asegurarse la protección de la vida, la recreación, el goce de los espacios de esparcimiento y el disfrute de sus bienes; situación ésta que se concreta en la conformación de los movimientos de autodefensa63 y de Milicias Populares.

¿La situación de violencia entre nosotros evidenciaría que no se ha dado el paso hacia la formación de la ciudad como espacio de la construcción de escenarios racionales y de racionalización de la acción de sus miembros?

¿Significaría igualmente que se adolece de una conciencia pública en torno a los asuntos de la convivencia tejida en el entramado de relaciones civiles, racionales y negociadas?

¿Se pone en juego la figura del Estado garante de seguridad y libertad cuando los ciudadanos se arman o por el contrario ciudadanos armados funcionando como Estado son la consecuencia necesaria del fracaso o por lo menos la debilidad del Estado?

¿Podría pensarse, como argumento justificatorio, que la presencia de la violencia como eje de solución de los conflictos implica una decisión calculada y racional de individuos que sopesan su acción considerando costos y beneficios si se espera a que operen los mecanismos de acción institucionales?

En principio responder estas preguntas daría la razón a Richard Senett, si se afirma que el tejido social no habría podido ser hilado entre nosotros por falta de aquel fervor social que logra tramitar y dirimir conflictos por las vías del derecho y no por las de los hechos violentos. La tesis de que no habría sido posible que construyéramos un proyecto de nación que arropara el territorio nacional y las diferentes facciones regionalistas aporta matices significativamente importantes a esta afirmación64, mucho más cuando se acude al patrioterismo de los tiempos neogranadinos para ondear de éste la bandera de valores y principios pretendidamente identificadores.

Sin embargo esta idea de Senett no considera que en los asuntos problemáticos de la violencia urbana, a la par con un enfoque de los problemas estructurales de la ciudad, se deban interpretar también los problemas en la construcción de una sociedad en la ciudad.

Así, se entiende que Fernando Carrión afirme que entre nosotros,

La sociedad urbana en su conjunto aún no ha procesado los conflictos de su crecimiento, de la falta de cobertura de servicios, equipamientos y transporte, de la presencia de nuevos actores emergentes, de las nuevas formas de relación entre el campo y la ciudad, o del fenómeno de la informalización y la marginalidad en tanto exclusión de decisiones e inclusión diferenciada a la justicia. Pero también, porque la ciudad, en la mutación que está viviendo como ámbito privilegiado de lo público, está produciendo nuevas formas de sociabilidad que no logran cimentarse65 .

Como consecuencia de esta construcción provisional, aceptada como el signo persistente de la no consolidación de formas de sociabilidad nuevas, se advierte cómo la presencia cada vez mayor de hechos delincuenciales, el estado de inseguridad generalizado, y la alta impunidad sobreviniente, evidencian la inexistencia o debilidad de un entramado social que se exprese por vías institucionales. De la misma forma se vuelve patente la incapacidad de los organismos de justicia y de la fuerza pública para construir e imponer un orden capaz de dirimir conflictos.

La provisionalidad y la carencia se instalan como indicadores de la situación de desarraigo, desidentificación y escaso sentido de pertenencia del habitante de la ciudad. Así, la precariedad no habría permitido construir nexos comunicativos ni patrones sociales de civilidad en la ciudad, ni –como se ha dicho-entre los miembros de la ciudad y sus planificadores y administradores. Ello sería ocasión para que formas de acción fundamentadas en la resolución institucional de los conflictos en un escenario urbano cohesionado no hiciesen tránsito entre nosotros, y en su lugar se privilegiaran salidas de hecho caracterizadas por el recurso a las armas como garantía de justicia, cuyos efectos se pueden observar en las actuales formas de las violencias en la ciudad.

En ello se evidencia igualmente que el Estado colombiano no ha podido expresarse como un poder disuasor para los actores violentos, pese a contar con la prerrogativa constitucional del monopolio de la coerción66 . Tampoco habría podido implantarse como imagen de cohesión social nacional y menos aun habría gestado una cierta percepción de orden en el modernizado escenario urbano ni en la agreste geografía rural colombiana.

Entre nosotros, como veremos, la figura estatal se ha desgastado producto de la continuada desatención de sus responsabilidades, y por la disputa de la pretendida capacidad monopólica no sólo en el uso de la fuerza67, sino también en el monopolio de la tributación y de la justicia68, generando el que la palabra y la sangre69 se sucedan a disimulo del Estado, que se sostiene en un mercado iterativo entre la legalidad y las violencias.

En la situación de desarraigo y precariedad como signo citadino y presencia difusa del Estado, se puede identificar el sustento de la aparición de alternativas de ordenamiento social parapoliciales y paraestatales, en cuya proliferación encontramos, como plantearé más adelante, los ejes nodales desde los cuales resulta posible pensar la violencia urbana y la aparición de ciudadanos armados en las principales ciudades de nuestro país, y en particular, en Medellín.

Es en un escenario urbano producido con ciudadanos que se hacen a sí mismos a contrapelo del Estado, autoconvocados en las luchas por el reconocimiento de sus derechos, con una institucionalidad erosionada y cuestionada, como se construye la ciudad cosmopueblerina en la que el poder político no resulta suficiente para constituir un orden generalizado y cede terreno a actores capaces de procurarse mayores ámbitos de influencia.


 

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