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RUMBO A LA DEMOCRACIA

José López



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Capítulo 10. La rebelión individual

O la materia prima de la verdadera Revolución. De la importancia capital de la actitud personal de cada individuo para cambiar el sistema.

1) Todos tenemos margen para elegir

Es evidente que desde que nacemos nuestra personalidad se va “forjando” de acuerdo con las circunstancias que nos rodean. Nuestras vivencias y la educación que recibimos nos van marcando más o menos a lo largo de toda nuestra vida (al principio más). Pero también es evidente que no todos nacemos con las mismas “características”. Así como dos personas con caracteres potencialmente similares pueden llegar a ser muy distintas en base a sus distintas vivencias o a su distinta educación, dos personas en entornos muy parecidos (incluso con una educación similar) también pueden llegar a ser muy distintas. Ya desde niños aparecen ciertas “tendencias” que pueden ser avivadas o reprimidas por la educación o por las circunstancias. Uno “nace” pero también “se hace”. Es muy difícil (si no imposible) saber hasta qué punto influye la “predeterminación” y hasta qué punto influye la “socialización” en el carácter de una persona. Probablemente incluso dichas influencias no sean fijas ni constantes, en ciertos casos influyen más las circunstancias y en otros las “tendencias”, incluso para una misma persona dichas influencias pueden cambiar a lo largo de su vida (está claro que la infancia por ejemplo es una etapa crítica). En todo caso, siempre existen ambos factores en la determinación del carácter de las personas. Incluso es difícil saber hasta qué punto uno puede ser dueño de sí mismo, de su propia forma de ser. Influyen muchos factores externos e internos que se interrelacionan de forma compleja para determinar nuestra forma de ser. La libertad absoluta no existe nunca, siempre hay factores internos o externos a nosotros que nos condicionan (nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestros defectos físicos o psíquicos, la sociedad, la familia, la clase social, etc.). Pero tampoco la falta de libertad es absoluta, sino sería imposible el cambio, la evolución. Nos movemos en unos márgenes de libertad entre la absoluta falta de la misma (este sería el caso en el que no tendríamos nada que hacer, en el que no tendríamos ningún margen de maniobra, porque nuestra forma de ser vendría determinada al cien por cien por nuestros genes y/o por nuestras vivencias) y el ideal utópico de libertad absoluta (en el que podríamos siempre elegir cómo somos porque naceríamos totalmente libres, sin ningún condicionante, y porque nuestras vivencias no nos influirían, en el que nuestro margen de maniobra sería ilimitado). Todos tenemos siempre algo de margen de maniobra, somos más o menos libres, podemos más o menos elegir nuestra forma de ser, podemos más o menos elegir nuestra forma de comportarnos. Ese “más o menos” dependerá de nuestras “tendencias” y de nuestras vivencias, pero siempre habrá un “más o menos”, siempre habrá cierto margen (que podrá ser, en casos extremos, muy pequeño, pero nunca cero, o muy grande, pero nunca cien por cien). La mayoría de las personas “normales” tiene un margen de maniobra “razonable”.

2) En busca de una sociedad más “civilizada”

Una sociedad civilizada, lo que pretende es precisamente no “explotar” nuestras naturales diferencias sino que más bien “compensarlas”, para convertir nuestra desigualdad natural en una igualdad social (siendo iguales ante la ley, proporcionando igualdad de oportunidades para que la vida en sociedad sea lo más libre posible, etc.). Una sociedad que justifica desigualdades exageradas (no acordes con nuestras desigualdades “naturales”, somos distintos pero no tanto como para serlo tanto social o económicamente) en base a la evidencia de que no todos somos iguales en nuestra forma de ser, en nuestra esencia, o que no las “combate”, no se diferencia mucho de un sistema natural cuya ley básica es la del más fuerte o la de la pura supervivencia (e incluso en ocasiones lo empeora). Como dijo Voltaire, La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona. Lo que diferencia principalmente a una sociedad “civilizada” frente al mundo natural o una sociedad “incivilizada” es precisamente el deseo de hacer un mundo más justo, el deseo de evitar o contrarrestar las injusticias propias de la vida. En este aspecto las llamadas sociedades “civilizadas” tienen aún muy poco de “civilizadas”. En este aspecto muchas sociedades llamadas “primitivas” son (o eran) más “civilizadas” (son, o eran, más igualitarias y más solidarias). En esencia, aún no estamos demasiado lejos del mundo natural del que se supone “huimos” (y lo más preocupante es que la tendencia actual parece indicar que volvemos a “la ley de la jungla”, pero con una “jungla” mucho más compleja que la “natural”). La sociedad debe avanzar aún mucho para conseguir el objetivo de ser más civilizada, los avances en los medios (en la ciencia, en la tecnología) no se han visto acompañados de avances tan “intensos” en los fines (en lo social, en lo político). Como ya expliqué en mi anterior artículo El desarrollo de la democracia, la humanidad tiene el gran reto de conseguir ser más “civilizada”, de garantizar su supervivencia desarrollando el mejor sistema que hasta la fecha hemos “inventado” para convivir en sociedad de forma justa y pacífica: la democracia.

Las revoluciones han conseguido ciertos avances (a veces reales, a veces demasiado teóricos, a veces temporales, a veces “peligrosos” porque simplemente eran “aparentes” y producían posteriormente más conformismo). Pero también han provocado, con el tiempo y sin quererlo, ciertos retrocesos, han dado argumentos al sistema para reprimir o desvirtuar las ideas que permitieron dichas revoluciones.

Muchas veces han supuesto un aparente avance momentáneo para posteriormente convertirse en obstáculo para un verdadero avance continuo. Muchas veces no han supuesto un avance en la emancipación de la humanidad, sino más bien la sustitución de unas alienaciones por otras, la sustitución de un poder por otro, de una clase dominante por otra. Muchas revoluciones han supuesto en realidad una oportunidad para un nuevo sujeto político, para una nueva clase, para tomar el poder en sustitución de otra (la burguesía en la revolución francesa, la clase burócrata de un partido único en ciertas revoluciones “comunistas”, etc). Desgraciadamente, las revoluciones, aun habiendo supuesto ocasionalmente innegables avances, han supuesto también ciertos obstáculos para el avance continuo de la sociedad (por la asociación interesada que ha hecho el sistema entre los medios violentos y los fines, desvirtuando éstos por aquellos) y la mayoría de las veces (por no decir casi todas) no han respondido a las expectativas creadas por el pueblo, por las clases oprimidas. Por esto (además de por la labor de permanente control social que hace el sistema), las revoluciones violentas no parecen ser actualmente la “salida” a los problemas de la sociedad capitalista (aunque en casos extremos quizás se puedan dar las condiciones para que se produzcan, pero más por la desesperación que por la fe en que realmente puedan resolver los problemas de fondo). Algunos de los mayores avances sociales en el mundo los estamos viendo en países que consiguen hacer revoluciones “tranquilas” y pacíficas desde sistemas “democráticos” (aunque dichas democracias sean muy limitadas), desde dentro del propio sistema (cuando éste no puede impedir, a pesar de todo, el acceso al poder político de fuerzas “descontroladas”). Parece que el camino a seguir para poder avanzar socialmente es profundizando en democracia, no tanto rompiendo con los sistemas “democráticos” actuales sino más bien haciéndolos desarrollar hacia auténticas democracias (ver mis anteriores artículos El desarrollo de la democracia y Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI). Pero no nos engañemos, el poder no va a permitir perder el control fácilmente, toma las medidas necesarias para que cuando lleguen al poder político dichas fuerzas “descontroladas”, éstas duren poco en él, o su margen de acción sea muy limitado al tener que “concentrarse” más en “defenderse” que en intentar gobernar y cambiar las cosas, por el permanente acoso al que se ven sometidas, y si las medidas anteriores no dan los resultados deseados, entonces se aplican medidas más “contundentes” para expulsar del poder a dichas fuerzas. El problema es que el sistema tiene cada vez más difícil que esto pase desapercibido ante la opinión pública, cada vez le cuesta más “mantener su disfraz”, pero siempre lo intenta (y la mayor parte de las veces lo consigue tarde o pronto).

3) El control social del sistema

En la actualidad, no parecen darse las condiciones para que el desarrollo democrático se desbloquee (salvo honrosas excepciones). Más bien, al contrario, las “democracias” parecen estar “estancadas” y parecen “desnaturalizarse” cada vez más. Las “democracias” actuales están controladas por ciertos poderes fácticos económicos y políticos que desvirtúan sus principios, que alejan o minimizan la idea de que el poder pertenece al pueblo (ver mi anterior artículo Los defectos de nuestra “democracia”). De hecho, la historia de la humanidad (desde el abandono de la vida “primitiva” por la vida en la sociedad “civilizada”) siempre ha sido una lucha continua entre el progreso social, entre mayor democratización y las fuerzas reaccionarias del poder para mantener el control de la sociedad en su propio beneficio.

El sistema siempre ha tenido sus mecanismos de control para perpetuar dicho poder, para evitar perder sus privilegios, para evitar que el bienestar de la mayoría supere al bienestar de la minoría dominante. El control social siempre ha existido, mediante el control del modo de pensar general, mediante el “acaparamiento” del saber y del conocimiento, mediante la alienación del pueblo en todas sus formas, mediante la imposición de una hegemonía cultural que impida “despertar” al pueblo, etc. Dicho control se ha adaptado a los tiempos, han cambiado las formas de controlar, haciéndose más sofisticadas, más sutiles, más disimuladas y por tanto más peligrosas por ser más difíciles de detectar y combatir. Una de las características fundamentales para que el control social sea eficaz, es que no se note, que parezca que no existe. Como dijo Napoleón, con las bayonetas se puede lograr todo menos sentarse sobre ellas, la mejor política es hacer creer a los hombres que son libres. Los medios de comunicación con su sistemática práctica de las conocidas técnicas de desinformación, junto con un sistema educativo que lejos de enseñar a pensar bien (pensamiento libre y crítico) lo que hace es “rellenar” la cabeza de muchos datos (muchos de ellos intrascendentes), es reprimir la curiosidad (o no fomentarla suficientemente), es reprimir la duda metódica (como herramienta imprescindible para la búsqueda de la “verdad”), es no enseñar a razonar (ya ni siquiera a escribir o leer correctamente), son las principales herramientas de control social de la sociedad moderna. El objetivo es muy claro: por un lado evitar que el pueblo piense por sí mismo o por lo menos evitar que piense bien y por otro lado, evitar que esté bien informado. Así se evita replantear el sistema, se evita cambiarlo. Por supuesto este control social existe en todos los niveles de la sociedad en forma de una hegemonía cultural, en forma de una manera de pensar general que beneficia al sistema (es decir a la clase dominante). En este aspecto, el papel de la familia como transmisora de valores morales y culturales y como mecanismo de control de esta sociedad frente a los individuos que no se ajustan a las exigencias productivas del sistema, es fundamental. Y además este control social se acompaña de otras “medidas” como dividir a la clase trabajadora, aislar a los individuos para que no se organicen colectivamente (al mismo tiempo que “agrupándolos” en cuestiones intrascendentes), alienar a la población general “drogándola” con un consumismo ilimitado, no dándole tiempo a hacer otra cosa más que casi sobrevivir, entreteniéndola con actividades intrascendentes y muchas veces innecesarias, etc. Pero la base del control social es el control del pensamiento colectivo, sin éste las otras “medidas” no serían suficientes. El control del pensamiento se basa simplemente en saber cómo funciona nuestra mente para controlarla, así como la física, el conocimiento de la energía nuclear ha servido para construir armas de destrucción masiva, la psicología, la sociología han permitido desarrollar el marketing y la propaganda para conseguir vender productos o ideas, respectivamente. Desgraciadamente el ser humano encuentra rápidamente aplicaciones perversas a los descubrimientos científicos. Incluso los propios avances en el conocimiento, en la ciencia, han sido controlados (más o menos, bien o mal) por las clases privilegiadas para que no pongan en peligro su status quo, condicionando globalmente la evolución del conocimiento humano (por ejemplo obviando o reprimiendo ciertos métodos de conocimiento más eficaces pero que podían poner en evidencia la lucha de clases, como la dialéctica, por ejemplo supeditando la investigación científica a las aplicaciones militares, etc.). El control del pensamiento existe desde antiguo, la filosofía ha servido también para evitar la “creación” de ideas emancipadoras, para distraer la atención, para crear “distancia” entre las ideas y los asuntos “mundanos” (creando un mundo de ideas puramente teóricas y alejadas de la práctica, de la realidad, llegando incluso a veces a negarla, a construir un mundo “virtual” de ideas más “real” que la propia realidad). Ciertas corrientes “filosóficas” han ejercido una función “disuasoria” (cuando se han desvirtuado o bien cuando se han adoptado de forma excesivamente radical). El estoicismo ha fomentado la pasividad, la negación de la dialéctica ha dificultado conocer la “verdad”, el relativismo “radical” ha negado la existencia de ciertas verdades “absolutas” y por tanto la posibilidad de descubrirlas (negando nuestra capacidad de obtener cierta objetividad sobre lo que nos rodea, negando la posibilidad de cambiar el mundo), el determinismo “radical” ha negado nuestro margen de libertad (libre albedrío) afirmando que la libertad nunca existe y por tanto es inútil intentar buscarla, por tanto no somos responsables de nuestros actos, etc. En la filosofía también ha tenido lugar (y sigue teniendo lugar) una guerra sin cuartel entre el sistema, entre ciertos “filósofos” que queriendo o sin querer “sirven” al poder establecido, y aquellos “filósofos” que sin negar las evidencias, sin renunciar a la búsqueda de ciertas “verdades”, intentan aportar cierto optimismo, cierta “luz” para que las ideas sirvan también al hombre para mejorar su existencia (además de para comprenderla). La historia escrita “oficial” ha servido también para resaltar aquellos episodios que interesan y para silenciar o distorsionar aquellos que no interesan (especialmente aquellos hechos relacionados con los intentos de cambiar el sistema, como las revoluciones). La enseñanza “oficial” de la historia se centra más en la relación de fechas, de hechos, de reyes (en la mera enumeración de datos, la mayoría intrascendentes) que en el análisis de las causas de los acontecimientos, de sus consecuencias, de cómo eran las sociedades de las distintas épocas. Si podemos observar que los hechos que ocurren hoy (y que de alguna manera podemos más o menos verificar) ya se distorsionan, si ya hay diferencias (a veces radicales) en la interpretación o en el relato de los mismos (contrastes que se pueden observar sobre todo entre la prensa “oficial” y la alternativa), ¿Qué no se habrá distorsionado de hechos que ocurrieron hace años o siglos? En la cultura “oficial” se “reprimen” aquellos movimientos “peligrosos” y se fomentan aquellos más “inofensivos”, con alguna excepción por supuesto para crear la falsa sensación de plena libertad, esto ocurre especialmente en aquellas artes más “populares”. ¡Cuántas películas de los mismos acontecimientos históricos (y con el mismo “enfoque”) y cuántos acontecimientos históricos sin películas (revoluciones, independencias, descolonizaciones, movimientos populares, guerras civiles, etc.)! Películas “históricas” casi siempre bajo una perspectiva “infantil”, simplista, siempre batallas y conspiraciones “personales”, como si los acontecimientos no tuvieran un trasfondo social, como si el pueblo nunca hubiera protagonizado ningún acontecimiento, como si nunca hubiera habido revueltas, como si nunca hubiera habido conflictos entre el pueblo llano y el poder. Muchos de los acontecimientos más interesantes de la historia han sido simplemente obviados por el cine (por el arte más popular de nuestros tiempos), salvo algunas honrosas excepciones. Por otro lado, es evidente que la religión ha sido (y sigue siendo aún, aunque ya menos) una de las herramientas más poderosas de control social de todos los tiempos. La verdadera guerra de la humanidad (guerra que lleva produciéndose casi desde su existencia) por su emancipación, por su paso de una sociedad “natural” de la “ley de la jungla” a una sociedad “civilizada”, por una sociedad más justa, es una guerra ante todo (aunque no exclusivamente) ideológica. Es una guerra de ideas, de pensamientos, de información.

a) Técnicas de desinformación

Particularmente importantes en el control social actual son las técnicas de desinformación usadas en los medios de comunicación de masas, por lo que conviene hacer un breve repaso de algunas de las mismas. Según la Wikipedia, desinformación es el acto de silenciar o manipular la verdad.

Existen muchos procedimientos para desinformar a la población o para hacerla pensar de cierta manera (propaganda). Por parte de la publicidad pública de un régimen político o de la publicidad privada por medio de hoax (intento de hacer creer a un grupo de personas que algo falso es real), "filtraciones" interesadas o rumores, "sondeos", estadísticas o estudios presuntamente científicos e imparciales (pero pagados por empresas o corporaciones económicas interesadas), uso de "globos sonda" o afirmaciones no autorizadas para inspeccionar los argumentos adversos que pueda suscitar una medida y anticipar respuestas y uso de medios no independientes o financiados en parte por quien divulga la noticia o con periodistas sin contrato fijo.

La desinformación se sirve de diversos procedimientos retóricos como demonización (identificar la opinión contraria con el mal, de forma que la propia opinión quede ennoblecida o glorificada, se trata ante todo de convencer con sentimientos y no con razones a la gente), esoterismo (la tendencia al enigma y al oscurantismo en la expresión sibilina, ambigua, enredada y cercana a razones que no atan ni desatan, así que cualquier interpretación es plausible y por tanto errada, se suprime cualquier conclusión lógica y se deja el poder de interpretación en manos de quien está y las posiciones en que estaban sin iniciar ningún camino y negando toda posible evolución o pensamiento), presuposición (la suposición previa sin fundamento), falacia (razonamiento aparentemente "lógico" en el que el resultado es independiente de la verdad de las premisas, la aplicación incorrecta de un principio lógico válido, o la aplicación de un principio inexistente), mentira (el ministro de propaganda nazi Goebbels decía que Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad), omisión (obviar noticias “peligrosas” porque atañen al “núcleo” del sistema), sobreinformación (contar con demasiada información para tomar una decisión o para permanecer informado sobre un determinado tema), descontextualización (sacar algo de su contexto), negativismo (la oposición o resistencia verbal), analogía (comparación o relación entre varias razones o conceptos), metáfora (el uso de una expresión con un significado distinto o en un contexto diferente al habitual), desorganización del contenido, adjetivos disuasivos (adjetivos contundentes y negativistas que obligan a someterse a ellos y excluyen el matiz, usados en pro del descrédito del oponente), reserva de la última palabra u ordenación envolvente que ejerce la información preconizada sobre la opuesta, etc.

Algunas de las técnicas más habituales de la retórica de la desinformación son:

• Apelación al miedo. Un público que tiene miedo está en situación de receptividad pasiva y admite más fácilmente cualquier tipo de indoctrinación o la idea que se le quiere inculcar; se recurre a sentimientos instalados en la psicología del ciudadano por prejuicios escolares y de educación, pero no a razones ni a pruebas.

• Apelación a la autoridad. Citar a personajes importantes para sostener una idea, un argumento o una línea de conducta y ningunear otras opiniones.

• Testimonio. Mencionar dentro o fuera de contexto casos particulares en vez de situaciones generales para sostener una política. Un experto o figura pública respetada, un líder en un terreno que no tiene nada que ver… Se explota así la popularidad de ese modelo por contagio.

• Efecto acumulativo. Intentar persuadir al auditorio de adoptar una idea insinuando que un movimiento de masa irresistible está ya comprometido en el sostenimiento de una idea, aunque es falso. Se da por sentada una idea mediante la falacia de la petición de principio. Esto es así porque todo el mundo prefiere estar siempre en el bando de los vencedores. Esta táctica permite preparar al público para encajar la propaganda. Es preferible juntar a la gente en grupos para eliminar oposiciones individuales y ejercer mayor coerción, principio de mercadotecnia o marketing que ejercen los vendedores.

• Redefinición y revisionismo. Consiste en redefinir las palabras o falsificar la historia de forma partidista para crear una ilusión de coherencia.

• Demanda de desaprobación o poner palabras en la boca de uno. Consiste en sugerir o presentar que una idea o acción es adoptada por un grupo adverso sin estudiarla verdaderamente. Sostener que un grupo sostiene una opinión y que los individuos indeseables, subversivos, reprobables y despreciables la sostienen también. Eso predispone a los demás a cambiar de opinión.

• Uso de generalidades y palabras virtuosas. Las generalidades pueden provocar emoción intensa en el auditorio. El amor a la patria y el deseo de paz, de libertad, de gloria, de justicia, de honor y de pureza permiten “asesinar” el espíritu crítico del auditorio, pues el significado de estas palabras varía según la interpretación de cada individuo, pero su significado connotativo general es positivo y por asociación los conceptos y los programas del propagandista serán percibidos como grandiosos, buenos, deseables y virtuosos.

• Imprecisión intencional. Se trata de referir hechos deformándolos o citar estadísticas sin indicar las fuentes o todos los datos. La intención es dar al discurso un contenido de apariencia científica sin permitir analizar su validez o su aplicabilidad.

• Transferencia. Esta técnica sirve para proyectar cualidades positivas o negativas de una persona, entidad, objeto o valor (individuo, grupo, organización, nación, raza, patriotismo...) sobre algo para hacer esto más (o menos) aceptable mediante palancas emotivas.

• Simplificación exagerada. Generalidades usadas para contextualizar problemas sociales, políticos, económicos o militares complejos.

• Quidam. Para ganar la confianza del auditorio, el propagandista emplea el nivel de lenguaje y las maneras y apariencias de una persona común. Por el mecanismo psicológico de la proyección, el auditorio se encuentra más inclinado a aceptar las ideas que se le presentan así, ya que el que se las presenta se le parece.

• Estereotipar o etiquetar. Esta técnica utiliza los prejuicios y los estereotipos del auditorio para rechazar algo.

• Chivo expiatorio. Lanzando anatemas de demonización sobre un individuo o un grupo de individuos, acusado de ser responsable de un problema real o supuesto, el propagandista puede evitar hablar de los verdaderos responsables y profundizar en el problema mismo.

• Uso de eslóganes. Frases breves y cortas fáciles de memorizar y reconocer que permiten dejar una traza en todos los espíritus, bien de forma positiva, bien de forma irónica.

• Eufemismo o deslizamiento semántico. Reemplazar una expresión por otra para descargarla de todo contenido emocional y vaciarla de su sentido (por ejemplo: "limpieza étnica" por matanza racista, "daños colaterales" en vez de víctimas civiles).

• Adulación. Uso de calificativos agradables, en ocasiones inmoderadamente, con la intención de convencer al receptor: (por ejemplo: "Usted es muy inteligente, debería estar de acuerdo con lo que le digo").

Asimismo los principios de la propaganda (atribuidos principalmente a Goebbels) son los siguientes:

• Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

• Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

• Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.

• Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

• Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.

• Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad.

• Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

• Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

• Principio del silenciamiento. Acallar las cuestiones sobre las que no se tiene argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

• Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

• Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.

Las técnicas de propaganda y desinformación son muchas (aquí sólo se han indicado algunas de ellas) y bien conocidas (se basan en la psicología y la sociología) por los profesionales de la prensa, de la política, del marketing, por todas aquellas personas que trabajan para “vender” ideas o productos a grandes conjuntos de personas. Incluso a veces, consciente o inconscientemente, cualquiera de nosotros recurre a dichas técnicas cuando necesita convencer a alguien de algo (sobre todo cuando no dispone de argumentos claros y convincentes). En la prensa “oficial” se nos vende una idea de la realidad que parece creíble gracias a un hábil manejo del lenguaje, de las palabras, de las imágenes, de los sonidos. La prensa “oficial” deforma la realidad, ocultándola, presentándola de cierta manera, mezclando sutilmente la información con la opinión, desviando la atención hacia cuestiones secundarias, evitando el análisis a fondo y sobre todo mostrando una única visión del mundo (la del poder que controla la prensa) impidiendo que dicha visión pueda ser contrastada con otras visiones críticas (que perjudican al poder). Sin embargo, nada es infalible, y es posible “combatir” la desinformación, primero conociéndola y “desenmascarándola” y segundo contrastando la “información” recibida con la razón, con el sentido común, con la realidad de nuestro entorno, con nuestra experiencia, con la información de otros medios (especialmente de la prensa alternativa accesible en Internet). Es fundamental contrastar versiones o visiones opuestas, sin considerar si son mayoritarias o minoritarias. La verdad no está necesariamente del lado de las versiones mayoritarias (por ejemplo durante milenios la idea mayoritaria era que la Tierra era el centro del Universo y esa idea era totalmente errónea). Las contradicciones permiten poner en evidencia las mentiras y las ideas falsas o equivocadas. Es imperativo buscar activamente versiones o visiones distintas de las oficiales. La mejor forma de contrarrestar la desinformación es manteniéndose alerta, desconfiando, pensando, razonando y observando, nunca recibiendo ninguna información de forma pasiva . En definitiva aplicar el método científico en nuestra vida cotidiana (el contraste de la teoría con la práctica, con la realidad) es una de las armas más poderosas para no sucumbir a la manipulación de la verdad. El pensamiento crítico es el “pasaporte” al pensamiento libre. Es importante estar lo mejor formado e informado posible (es decir son importantes las aptitudes), pero sobre todo es imprescindible mantener una ACTITUD activa de rebeldía para limitar los efectos de la desinformación (aunque nunca se pueden impedir completamente).

b) Límites del control social

A pesar de los grandes esfuerzos que ha hecho siempre el poder por derrotar a las ideas “peligrosas”, éstas han permanecido, pueden haberse producido periodos “oscuros” en los que parecían definitivamente “exterminadas”, y sin embargo, al cabo del tiempo volvían a surgir. Han cambiado las “formas” de dichas ideas, pero en esencia se mantiene una idea clara de emancipación, de libertad, de progreso social, de justicia, de bienestar de la mayoría, de democracia. El poder lo único que ha podido hacer es posponer los anhelos de libertad e igualdad del pueblo, ha tenido que ceder un poco, ha tenido que readaptarse para sobrevivir, en ocasiones ha tomado la iniciativa para intentar “afianzarse definitivamente” (como ocurre en la actualidad). Pero el poder no ha podido, a pesar de todos los esfuerzos, de todos los medios empleados, de todo el dinero invertido, anular el espíritu humano, que a pesar de sus defectos, también tiene sus virtudes. El poder no ha podido anular ni controlar al cien por cien el pensamiento humano. Y esto es así, entre otras cosas, por la naturaleza dialéctica de éste. Es una cualidad del pensamiento humano cuestionarse tarde o pronto lo tenido por verdadero. Como se suele decir, las mentiras tarde o pronto (muchas veces tarde) son descubiertas. Afortunadamente, nuestra forma de ser no viene determinada al cien por cien por nuestras vivencias ni por nuestras características intrínsecas, siempre hay cierto margen de maniobra. Por esto, el sistema no ha podido, ni probablemente podrá nunca, controlar totalmente el pensamiento humano, el carácter de las personas. Lo ha podido controlar en un grado bastante importante (demasiado importante), pero no total. Siempre hay un pequeño núcleo de “resistencia” que puede representar un “peligro”. El problema surge cuando el “resurgimiento” de las ideas ocurre demasiado tarde. En la actualidad, estamos en un momento crítico de nuestra historia en el que se hace urgente dicho “despertar” (momento en el que somos como “monos con ametralladoras”, tenemos una tecnología demasiado desarrollada para lo poco avanzados que estamos social y políticamente, podemos destruir nuestro planeta varias veces y aún no hemos aprendido a convivir en paz). Afortunadamente, en este mismo periodo histórico tenemos un nivel de consciencia más “global” (a pesar de los esfuerzos del sistema porque dicha globalización sea estrictamente económica) provocado por un desarrollo tecnológico que incluso ha “desbordado” las previsiones del poder en cuanto a sus consecuencias sociales. Internet está proporcionando por primera vez en la historia de la humanidad la posibilidad de “democratizar” el acceso a la información, al conocimiento, al saber. Y esto es muy peligroso para el sistema, es justo lo que ha estado intentando evitar durante toda la historia. Con los medios actuales de comunicación (Internet fundamentalmente), se pueden propagar ideas, se pueden contrastar informaciones, se pueden convocar manifestaciones masivas populares (sin que intermedien los poderes o las organizaciones clásicas de participación ciudadana, es decir casi sin “intermediarios”), se pueden facilitar las labores de organización de los movimientos populares, etc. El sistema lo sabe y ya está empezando a tomar “medidas” para controlar Internet (ya empieza a hablarse de la “guerra cibernética”, se empiezan a censurar ciertos sitios web, se empieza a demonizar y desprestigiar la red de redes, se intenta banalizar su uso, desde luego nunca se habla de las posibilidades de aumentar la democracia con ella por ejemplo, se intenta controlar los principales puntos de acceso a la web como Google o la Wikipedia, se intenta atacar a la prensa alternativa o libre, etc.).

Existen varias causas por las que el sistema no ha conseguido “doblegar” definitivamente el pensamiento humano, por las que no ha sido posible anular por completo el espíritu de lucha, las ansias por la libertad, por la justicia. Entre ellas podemos citar: • Las características propias del ser humano (pensamiento dialéctico, naturaleza social, rebeldía innata de ciertas personas, sentimientos como la solidaridad, los recuerdos de familiares que sufrieron opresión, etc).

• Las evidencias de los hechos, de la realidad (por mucho que nos quieran “comer el coco” los hechos son evidentes: seguimos viviendo en una sociedad injusta donde mucha gente no puede ni siquiera sobrevivir en condiciones dignas mientras unas pocas personas tienen tanto dinero que no saben qué hacer con él). • La imposibilidad de tenerlo todo controlado (si ya es compleja la mente humana, no digamos ya la sociedad compuesta por muchas mentes humanas que se interrelacionan de forma compleja).

• La aceleración de los avances tecnológicos y científicos (que imposibilitan tener previstas las consecuencias sociales de dichos avances y pillan “desprevenido” al poder).

• La memoria histórica de la sociedad (aunque ésta se puede distorsionar, aunque se puede “reescribir” la historia, siempre queda alguna información “descontrolada” que puede “contagiar” a la “oficial”, aunque sea con el tradicional “boca a boca”).

• Los conflictos entre poderes (el poder nunca está totalmente “unido”, las diferencias entre distintos poderes o entre distintas facciones y su enfrentamiento siempre han permitido su mutuo “desenmascaramiento”, el conflicto entre ellos permite que salgan a la luz sus respectivos “trapos sucios”, el contrapeso de un poder por otro poder limita sus respectivas influencias, en este aspecto cualquier época donde no existe ningún contrapoder, donde no existe más que una superpotencia mundial, donde no existe más que una ideología dominante, es especialmente peligrosa).

• La resistencia (más o menos organizada) que siempre ha existido (y sigue existiendo) a someterse al poder dominante, al opresor. Éste es quizás uno de los factores más importantes por los que el sistema no ha podido nunca imponerse al cien por cien. La resistencia de unas pocas personas con nombres y apellidos (que incluso a veces han pagado su resistencia con la muerte). Personas que han resistido por su inquebrantable rebeldía, por su extraordinario coraje, por su honestidad para con los demás y para consigo mismos, para con sus conciencias. Personas que han supuesto ejemplos a seguir tanto en su época como en épocas posteriores (no hay nada más peligroso para el sistema que un héroe asesinado, que un mártir, que un mito).

4) El sistema nos afecta a todos y lo hacemos entre todos

No nos sirve de nada (aunque en ciertos momentos pueda parecernos lo contrario) “mirar para otro lado”, esperando que “no nos toque a nosotros” (porque tarde o pronto “nos toca” de una u otra manera), no nos sirve de nada “mirarnos el ombligo” para no ver a nuestro alrededor, porque tarde o pronto nos “salpica”. No podemos impedir vivir en el sistema y por tanto no podemos impedir que nos afecte su (mal) funcionamiento (justicia, vivienda, trabajo, seguridad, etc.). Es fundamental no perder de vista que los primeros perjudicados de un sistema injusto y alienante somos nosotros mismos, somos sobre todo el pueblo, la “mayoría silenciosa”. Nos afecta a todos (o a casi todos), nos concierne a todos.

En la magnífica película Vencedores o Vencidos que trata sobre los juicios de Nüremberg, el juez nazi interpretado por Burt Lancaster le dice al juez norteamericano (interpretado por Spencer Tracy) que le acaba de condenar por crímenes contra la humanidad, que él no pensaba que el nazismo iba a llegar a los extremos que llegó, a lo que le responde Tracy que el juez alemán ya posibilitó que el nazismo llegara a esos extremos en el momento en que condenó a sabiendas de que las personas condenadas eran inocentes. Esta frase resume perfectamente la idea de la “complicidad popular” en el funcionamiento del sistema. En el momento en que “no queremos ver”, en el momento en que empezamos a “colaborar”, en el momento en que empezamos a renunciar a nuestros principios más básicos, en el momento en que nos “vendemos”, empezamos a ser “cómplices” de lo que pueda pasar. No es de extrañar que el nazismo haya ocurrido, es más, no sería de extrañar (si nada lo remedia, si no hay un cambio radical en la actitud general de la gente) que pueda volver a ocurrir.

Las palabras del pastor protestante alemán Martin Niemöller ilustran muy bien la “complicidad” de cada individuo con el sistema al que pertenece:

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.

Está claro que el sistema fomenta, entre otras cosas, la pasividad, el conformismo, etc.

También está claro que hay cierta gente que tiene mucho poder y por tanto tiene mayor responsabilidad en la situación actual. Pero es simplista decir, como dicen algunos, que la manera de ser general del pueblo es SÓLO consecuencia de eso, indudablemente el pueblo contribuye con su ACTITUD a que el sistema le someta fácilmente. No creo en una visión del sistema donde la gente no tiene NINGÚN margen de elección ante la recepción de ideas o "mensajes" de un "Gran Hermano" que lo controla TODO y es el ÚNICO responsable de todo. Siempre hay cierto margen de maniobra. De hecho, muchas veces a pesar de los grandes esfuerzos que hace el sistema por concienciar a la gente (en algunos casos con buenas intenciones), no lo consigue. Por ejemplo, las insistentes campañas para evitar los accidentes de tráfico, no han conseguido erradicar las malas costumbres de muchos (de demasiados) conductores (aunque se ha conseguido disminuir la siniestralidad). El conductor que a pesar de todas las campañas, a pesar de todas las noticias de accidentes que ve en la tele, a pesar de las multas que pueda recibir, a pesar de que es evidente que no le conviene, a pesar de toda la “presión” que recibe del sistema, decide por su cuenta seguir haciendo el “cafre”, está usando su margen de maniobra (aunque, desgraciadamente, en lo que no debe). ¡Cuánta “rebeldía” se ve en la carretera y qué poca se ve en el trabajo! Cuántas veces se justifica a la gente, se la “defiende” diciendo que no puede ver televisión de calidad porque no la hay, no porque no la demande (y al mismo tiempo se obvia que los canales que emiten programación de mayor calidad cultural son los menos vistos). ¿Es que no tenemos margen de maniobra para cambiar de canal? ¿Es que no podemos dejar de ver la telebasura? Cuando uno ve cómo funciona su comunidad de vecinos, en la que la mayoría de éstos “pasa de todo”, en la que los pocos que intervienen muchas veces lo hacen de forma cobarde contra los “débiles” (contra los que están ausentes), en asuntos intrascendentes (al mismo tiempo que obvian los importantes) y de forma negativa creando mal ambiente de vecindad, en la que los pocos que intentan hacer algo positivo son siempre los mismos y muchas veces son encima los “malos de la película”, puede identificar los males generales de este mundo. La actitud de la gente es tan generalizada que puede observarse en cualquier grupo humano, independientemente de su tamaño. Los problemas de una comunidad de vecinos son un reflejo de los problemas del mundo pero a mucho menor escala. El problema del mundo es que hay unos pocos que intentan hacer algo bueno y positivo (aunque son cada vez menos porque acaban “tirando la toalla”, acaban “rindiéndose”, no pueden “nadar contracorriente” mucho tiempo porque cansa mucho), unos pocos que hacen cosas malas (siempre es más fácil generar “caos” que “orden”) y sobre todo una mayoría que no hace absolutamente nada, que consiente que “la minoría mala campe a sus anchas”. Es una simplificación desde luego, pero que no anda muy lejos de la razón de fondo de porqué el mundo va como va. Como decía Einstein, La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa. La prueba más palpable de que tenemos cierto margen de maniobra es que gente como yo, un simple ciudadano de a pie con un nivel de estudios mayor que la media pero ni mucho menos "especial" ni "extraordinario" esté aquí preocupándose de cuestiones que a la mayor parte de la gente (de su entorno o no) ni le preocupa. El mundo está lleno de gente que tiene elevadísimos niveles de estudio pero que no hace nada para mejorarlo, más bien al contrario. Una de las claves de porqué yo estoy aquí ahora mismo es mi ACTITUD, no tanto mi inteligencia ni mi nivel cultural, ni la cantidad ni la calidad de información de la que dispongo acerca del sistema (por otro lado todos ellos bastante "normales"), es decir no tanto mis aptitudes (con "p"). Los problemas que me da el sistema no vienen sólo de mi interacción con los organismos públicos, sino que también me los encuentro día a día en mi vida cotidiana, en mi interacción con gente corriente (cuando hago una obra en mi casa, cuando acudo a una reunión de mi comunidad, cuando estoy en mi trabajo y "choco" con mis compañeros, que a veces dan incluso más problemas que mis jefes,..). Yo veo una actitud GENERAL en todos sitios, los políticos, los poderosos no son más que un reflejo de la sociedad (o viceversa). Hacen lo mismo que la gente corriente pero a mayor escala. Podríamos estar elucubrando eternamente sobre si "es antes la gallina o el huevo", sobre si la gente es como es porque el sistema es como es o al revés. Pero lo importante es darse cuenta de que el sistema no es un ente "abstracto" sino que lo hacemos entre todos, que hay un conjunto de interrelaciones en ambos sentidos entre el sistema y cada individuo. El sistema lo hacemos entre todos y todos somos RESPONSABLES (en mayor o menor medida indudablemente) de su funcionamiento, no podemos "escaquearnos" de nuestra parte de responsabilidad redirigiéndola hacia "el Gran Hermano". Hasta que no admitamos esto no podremos realmente cambiar las cosas porque siempre esperaremos a que alguien lo haga por nosotros, a que el sistema cambie por sí solo o a que surja "por arte magia" un nuevo sistema mucho mejor de las “cenizas” del anterior. Si el sistema no cambia, nosotros no cambiamos, pero el sistema no puede cambiar si nosotros no cambiamos. Y no nos sirve de nada derrocar el sistema actual para implantar un nuevo sistema que inevitablemente volverá a reproducir los defectos del sistema anterior si no lo evitamos, si no cambiamos. Un "nuevo" sistema que se limita a cambiar el "aspecto de sus vicios", que se limita, muchas veces, a sustituir unos poderes deleznables por otros no menos deleznables (y a la historia podemos remitirnos).

Debemos esforzarnos por derrocar el sistema actual pero también debemos esforzarnos por construir uno nuevo que evite los problemas del anterior. Es peligrosa la idea de eludir nuestra parte de responsabilidad porque precisamente le hacemos el juego al sistema, en el fondo asumimos su "discurso" de que el pueblo no tiene el poder ni nunca podrá tenerlo porque cada persona es un "ente", un "zombi" sin ninguna opción de elección, sin ninguna posibilidad de tener una conciencia propia.

5) El sistema podemos y debemos cambiarlo entre todos

No nos sirve de nada ser conscientes de la situación, conseguir poner en “evidencia” al sistema, analizar las causas de porqué no funciona, llegar a la conclusión de que es posible y necesario cambiarlo, si a continuación no intentamos cambiarlo de alguna manera, si por lo menos no lo intentamos. El análisis de la situación es imprescindible, pero debe representar un primer paso, no debe ser el fin en sí mismo, es necesario también buscar soluciones e intentar implementarlas.

Si tenemos claro que la forma más razonable de avanzar es desarrollando la democracia, pero también tenemos claro que el sistema va a impedirlo (como siempre ha hecho) por todos los medios posibles (no va a renunciar a perder el control), entonces ¿Qué salida nos queda? ¿Cómo podemos “forzar” la situación? La respuesta es evidente, la única salida que tenemos es, como siempre, LUCHAR.

La lucha por la emancipación debe ser en TODOS los frentes y usando TODOS los medios (pacíficos) posibles. Dichas luchas se complementan y sin todas ellas no puede hacerse una lucha global y total (que es la que se necesita).

a) Colectivamente

Indudablemente es imprescindible organizarse y coordinarse para luchar. La unión hace la fuerza. El “enemigo” es demasiado poderoso para combatirlo exclusivamente de forma individual. La lucha debe ser siempre pacífica y desde dentro del propio sistema siempre que sea posible, siempre que el sistema tenga algún flanco, alguna grieta, y normalmente casi siempre la hay. Puede ser así aparentemente más lenta (si analizamos los resultados a corto plazo) pero a largo plazo puede ser más segura y rápida. La clásica estrategia de dos pasos adelante y un paso atrás, muchas veces se ha convertido en un paso adelante y dos pasos atrás. Es preferible un avance CONTINUO pero SEGURO, que un avance “a saltos” discontinuo con muchas paradas y retrocesos. Esto es como el cuento de la liebre y la tortuga. La experiencia nos ha demostrado que el sistema aprovecha los fracasos para contraatacar con más virulencia y provocar retrocesos importantes y, lo que es peor, para provocar el desánimo generalizado que impida volver a intentar cambios. Evidentemente hay que organizarse a nivel local pero también a nivel internacional, porque la “guerra” es internacional. La izquierda debe aprender de sus errores y emplear otras tácticas en esta “guerra” sin cuartel (ver mi anterior artículo Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI). Pero esta “guerra” debe ser una “guerra” de ideas, las “armas” son las palabras, la inteligencia, la razón, el sentido común, la memoria, el conocimiento, la información .

Hay que empezar a cambiar el sistema desde dentro (intentando reformarlo, pero de verdad, no sólo aparentemente, y sobre todo de forma continua) y simultáneamente hay que empezar a construir un sistema nuevo dentro del viejo (en aquellos ámbitos donde el sistema actual no puede ejercer toda su influencia, en las organizaciones populares, que deben servir de “conejillos de indias”, de “laboratorios de experimentación social”), un sistema nuevo que deberá ir ganando terreno como si fuera una “quinta columna”.

b) Individualmente

Pero además de organizarse colectivamente, también es necesario, es imprescindible un cambio de actitud generalizado de las personas que conformamos el sistema. Es más, sin este cambio de actitud individual y personal, probablemente tampoco será posible la lucha organizada (la verdadera unión de las personas debe sustentarse en la actitud individual de cada una de ellas por dicha unión, en su compromiso personal, en su motivación, en su responsabilidad) o no servirá de nada. El sistema siempre ha intentado anular al individuo, como estrategia elemental de anulación de las masas. La alienación de las masas pasa por la alienación de cada individuo. Por tanto la emancipación social debe pasar también por la emancipación personal. Una revolución que no consigue emancipar a los individuos de una sociedad, lo único que hace es cambiar la forma de alienación de la misma, no la libera. La verdadera revolución social necesita de la “revolución individual”.

Sólo cuando cada uno de nosotros cambie de actitud, cuando queramos realmente cambiar para mejorar, cuando aprendamos a pensar bien (a usar adecuadamente nuestras mejores capacidades mentales), a ser libres (sin necesidad de tutores ni de líderes, sabiendo que nuestra libertad acaba donde empieza la de otros, considerando que sólo seremos verdaderamente libres cuando usemos la libertad con responsabilidad), a respetar al prójimo (aunque lo aborrezcamos o sea radicalmente diferente), a ponernos en el puesto de otros (para comprenderlos mejor), a ser tolerantes, a ser sinceros (para con nosotros mismos y para con los demás, a practicar la sinceridad pero también a valorarla cuando los demás la practican hacia nosotros), a criticar (constructivamente) pero también a encajar las críticas hacia nosotros, a darnos cuenta de que nadie posee la “verdad absoluta” (de que podemos estar más o menos equivocados, de que todo es más o menos cuestionable), a evitar asumir ideas sin criticarlas por el simple hecho de ser verdades “incuestionables” o “aceptadas” (pensamiento crítico), a cambiar nuestras ideas cuando lleguemos a estar convencidos de que eran erróneas (pero al mismo tiempo a ser firmes en nuestras convicciones hasta que ya no estemos seguros de ellas, tampoco se trata de cambiar alegremente nuestros principios sin estar convencidos y tampoco se trata de cambiarlos constantemente “al son que toca” o por interés, así como tampoco se trata de aferrarse a ellos de forma cerrada y a perpetuidad sin dar opción de cuestionarlos), a practicar nuestros principios cotidianamente de forma coherente (predicando con el ejemplo), a respetarnos a nosotros mismos (y a exigir a los demás que nos respeten también, a exigir un trato digno), a tener paciencia para aprender o para enseñar (para cambiar las cosas se requiere de mucha paciencia), a compartir, a esforzarnos (o por lo menos a no acomodarnos en exceso), a tener una visión amplia y general de las cosas (a controlar nuestro egoísmo y nuestro egocentrismo para evitar que nos “nublen la vista”, a no perdernos en los detalles, a evitar que “las ramas no nos dejen ver el bosque”), a “pensar globalmente y actuar localmente”, a pensar más a largo plazo, a reconocer nuestros errores y a rectificar, a pedir perdón (pero sinceramente y coherentemente, evitando volver a cometer los errores por los que nos disculpamos), a aceptar la voluntad mayoritaria (lo cual no significa asumirla ni anular nuestro espíritu crítico o nuestra discrepancia), a ser verdaderos demócratas, a rebelarnos “con causa” (a no consentir las injusticias), a implicarnos, a dialogar y resolver nuestras diferencias pacíficamente, a ser nosotros mismos, a pensar por nosotros mismos (a rebelarnos contra el pensamiento de grupo, contra el miedo a ser diferentes), a ser independientes (a la vez que solidarios y comprometidos), a no dejarnos impresionar por las verdades “emitidas” por las “autoridades intelectuales” (y en vez de ello a intentar entenderlas o rebatirlas), a evitar el elitismo intelectual (a juzgar las ideas sin importarnos quién las dice, sin caer en el error de darles más o menos validez en función de la fama o anonimato de sus autores), a perder el miedo y el orgullo de reconocer que no sabemos (a preguntar en público nuestras dudas), a reconocer que no lo sabemos todo (ni nunca lo conseguiremos, lo cual no impide aspirar a aumentar nuestros conocimientos), a ser humildes (pero no sumisos ni complacientes), a ser inconformistas (a darnos cuenta de que todo siempre es mejorable), a seleccionar lo prioritario frente a lo secundario (no podemos abarcarlo todo), a distinguir entre lo superfluo y lo verdaderamente importante, a no dejarnos engañar por las apariencias o las “etiquetas” (a no juzgar “el contenido por el envoltorio”), a darnos cuenta de que todo nos “salpica” más de lo que creemos (tarde o pronto), a darnos cuenta de que “cualquier día nos puede tocar a nosotros”, a darnos cuenta de que la unión hace la fuerza (de que el sistema no tendría NADA que hacer si estuviéramos unidos), a darnos cuenta de que el problema muchas veces no es tanto la falta de recursos sino su mala distribución, a no dejarnos dominar por nuestros miedos, a tener coraje (a buscar la verdad, contrastando las versiones opuestas de los hechos o de las ideas, aunque pueda poner en entredicho nuestras más firmes “creencias”, y a decirla), a informarnos antes de opinar (a ser prudentes y no opinar cuando no tenemos información suficiente o “sólida”), a buscar siempre el “equilibrio” (tan necesario en todas las facetas de nuestra existencia, por ejemplo tan importante es la teoría como la práctica), a profundizar en vez de “quedarnos en la superficie” (a analizar siempre el porqué de las cosas), a no autoengañarnos con medidas “parciales” (comprendiendo que los problemas no se solucionan con “parches”, comprendiendo que la caridad no resuelve la pobreza, que hay que “atacar” las causas de la misma, comprendiendo que la labor de una ONG no es suficiente, que es necesario exigir a los gobiernos POLÍTICAS que erradiquen el hambre, la violencia,…), a valorar más la calidad que la cantidad (de información, de formación, de comunicación, …), a evitar las prisas (a evitar correr sin motivo, sin necesidad, a darnos cuenta de que estamos inmersos en una “carrera” absurda sin ninguna meta, a darnos cuenta de que es imposible hacer las cosas bien corriendo, de que es preferible hacer poco bien que mucho mal, de que correr nos impide pensar bien), a disfrutar con las cosas sencillas y verdaderamente importantes de la vida sin necesidad de rodearnos de multitud de “cacharros” (a darnos cuenta de que no siempre lo más caro es lo mejor, de que al contrario, las mejores cosas de la vida son “gratis”), a respetar la naturaleza y a disfrutarla, a centrar nuestras energías en lo verdaderamente importante (a emplear nuestro preciado tiempo adecuadamente), a distinguir entre los medios y los fines, a distinguir entre el fondo y la forma, a enfrentarnos a los problemas, a buscar soluciones en vez de quejarnos tanto, a asumir nuestras responsabilidades (en vez de intentar siempre redirigirlas a otros), a ser honestos, a ser coherentes (en vez de criticar a otros lo que luego también hacemos nosotros), a autoexigirnos antes que a exigir a los demás, a trabajar para vivir en vez de vivir para trabajar, a vivir en vez de conformarnos con sobrevivir, a vivir y dejar vivir, a colaborar más que a competir (sin renunciar a cierta competencia “sana” y “moderada”), a darnos cuenta de que “dicen” más los hechos que las palabras (de que las mentiras se pueden poner en evidencia contrastándolas con los hechos, de que la retórica sirve frecuentemente a la mentira), a desconfiar de la demagogia (del falso halago interesado, uno de los principales instrumentos de dominación del poder), a no dejarnos manipular por el poder mediante los patriotismos o los nacionalismos (a darnos cuenta de que, al margen de la natural “identificación” con nuestros semejantes más “cercanos”, de la natural simpatía por lo próximo, las personas de otras naciones son en esencia como nosotros, son seres humanos con ciertas diferencias culturales, pero con unas inquietudes y necesidades básicas idénticas a las nuestras, a darnos cuenta de que la lealtad debe ser para con los principios, para con la verdad, para con el pueblo, para con la democracia, para con los derechos humanos), a respetar las diferencias (a respetar a los seres que son diferentes a nosotros, a no tener miedo a las personas distintas, a las personas de otras culturas o de otros países, a darnos cuenta de que ser distintos no significa ser superiores o inferiores, de que ser mejores en algunos aspectos no nos hace superiores globalmente, a darnos cuenta de que incluso aun asumiendo cierta superioridad, siempre muy discutible, nunca puede justificarse la falta de respeto ni la imposición en base a ella, no respetar nos hace “incivilizados”, es la prueba más palpable de que no somos “superiores”), a evitar las guerras (a prevenirlas, a combatir sus causas, a elegir siempre que sea posible el camino de la paz, de la lucha pacífica), a ……, es cuando realmente podremos cambiar la sociedad.

Sino, no nos sirven de casi nada las revoluciones porque sustituimos unos poderes por otros, porque sustituimos un sistema deleznable por otro que reproducirá sus mismos defectos tarde o pronto (aunque bajo otras formas), porque nos “quedamos a medias”.

Si queremos construir un mundo mejor debemos empezar por cambiar nosotros mismos, debemos empezar por rebelarnos contra todo lo que nos oprime, contra todo lo que nos aliena, contra todos nuestros defectos. Debemos liberarnos de nosotros mismos, de nuestra parte negativa, de nuestros “demonios”, de nuestros “infiernos”.

Muchas revoluciones han fracasado porque al lado de grandes personas que eran diferentes y que practicaban una actitud personal profundamente revolucionaria, profundamente transgresora, porque practicaban una revolución individual contra sus características más negativas como seres humanos, que usaban el margen de maniobra que nos permite evolucionar y cambiar, que luchaban también contra sí mismos, se han visto secundadas por otras personas que lejos de practicar la misma “rebelión individual”, en el fondo lo único que querían era satisfacer sus ambiciones personales, personas que se “vendieron” (no necesariamente al poder anterior sino que a sus propios y peores sentimientos, a los principios que encarnaba dicho poder) y traicionaron los ideales iniciales de las revoluciones. Es necesario un compromiso personal sincero, una responsabilidad individual, una verdadera voluntad por cambiar, por parte de cada uno de nosotros.

Así como la emancipación social (o conjunta) no se producirá por sí sola, la emancipación individual tampoco. Nunca los avances sociales se han producido por sí solos, siempre han requerido un enorme esfuerzo y sacrificio de personas con nombres y apellidos comprometidas PERSONALMENTE (a veces incluso hasta el punto de sacrificar sus propias vidas). El sistema establecido, el poder, nunca ha llevado la iniciativa (al contrario ha intentado siempre evitar los avances, reprimirlos).

Dichos avances siempre han requerido una lucha social (organizada) sustentada en una lucha personal e individual de sus líderes. Siempre han sido pocas personas las que han llevado el verdadero peso de intentar cambiar las cosas. El resto de personas se ha dejado llevar, en el mejor de los casos. Por esto el sistema siempre ha tenido bastante fácil combatir dichos intentos de avances, muchas veces bastaba con “eliminar” a los líderes, y otras veces cuando éstos desaparecían inevitablemente, desaparecían los ideales por los que se luchaba. Ésta sea quizás una de las causas de fondo del fracaso de las revoluciones, sólo ha habido una minoría que ha hecho el enorme esfuerzo de intentar cambiar el mundo. Pero cambiar el mundo requiere un esfuerzo conjunto de la mayor parte de la sociedad. Ésta no puede cambiar realmente si no lo hace la mayor parte de su población. La responsabilidad de cambiar el sistema debe ser compartida por la mayor parte de las personas del que formamos parte, no se puede ni se debe delegar dicha responsabilidad en otros. Mientras la mayoría de las personas no comparta la actitud individual de aquellas personas que han elegido el camino de la justicia, de la paz, de la lucha social por un mundo mejor, en realidad toda lucha está condenada al fracaso. No se puede pedir que el enorme esfuerzo de cambiar el sistema, de luchar contra el poder, recaiga sobre las espaldas de “cuatro” líderes. Además siempre es peligroso depender de pocas personas. Como dijo Bertolt Brecht, Desgraciado el país que necesita héroes. La verdadera emancipación social sólo es posible sin grandes liderazgos, no debemos esperar a que nadie nos libere por nosotros. No podemos emanciparnos sometiéndonos a las autoridades (ya sean las del poder tradicional o las de los liderazgos revolucionarios, las del nuevo poder). No podemos emanciparnos si nosotros mismos no lo deseamos (al desear depender de “pastores” como si fuéramos “ovejas”).

Esto no quiere decir que cada uno de nosotros deba ir por su propio camino de forma totalmente aislada, ni mucho menos. Estamos hablando de una rebelión individual, no individualista, como complemento de una rebelión conjunta o social. Quiere decir que es necesario unirnos para luchar, pero desde una actitud de compromiso y responsabilidad PERSONAL compartida, que es necesario unirnos pero sin anularnos como individuos, sin delegar nuestra forma de ser o de pensar en nadie.

Podremos delegar en cierta medida, es necesario siempre de alguna manera delegar para poder organizarse, siempre es necesario cierto liderazgo, pero debemos hacerlo siempre con una actitud abierta y alerta ante los acontecimientos, ante los resultados de nuestra delegación, sin que ésta sea un “cheque en blanco eterno”. Quiere decir que además de colaborar con organizaciones populares que luchen por la verdadera democracia, también podemos luchar individualmente usando los medios a nuestro alcance (por ejemplo Internet) para difundir activamente ideas, para debatir, para luchar en el “frente de las ideas”. Hay que propagar la idea de la necesidad de avanzar en democracia a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo, además de acudir a asambleas o a manifestaciones en la calle. Hay que ser ACTIVO también a nivel individual.

Asimismo es muy difícil (aunque no imposible) emanciparnos individualmente sin ninguna ayuda externa, indudablemente el contexto influye. Pero tampoco debemos esperar a que se produzcan las condiciones ideales porque probablemente éstas nunca vendrán. Hay que empezar a hacerlo incluso en condiciones adversas. Esto requiere esfuerzo, pero en algún momento se tiene que romper el círculo vicioso de que el sistema no cambia si no cambiamos los individuos y de que los individuos no cambian si el sistema no cambia (y el sistema no cambiará “desde arriba” porque precisamente “arriba” no quieren cambiarlo, necesitan evitar cambiarlo). Podemos intentar empezar a cambiar en nuestra vida personal, además de en nuestra vida social o política. En el día a día. Lo fundamental es empezar a rebelarnos, empezar a practicar la rebelión individual.

Rebelándonos contra la apatía, contra el pesimismo, contra la pereza, contra la obsesión por el dinero (una vez sobrepasado cierto umbral no nos hace necesariamente más felices, ¿para qué queremos más dinero si luego no disponemos de tiempo para gastarlo?), contra la codicia, contra la avaricia, contra la envidia, contra la excesiva comodidad (que nos impide rebelarnos porque siempre esperamos a que otro lo haga por nosotros), contra el individualismo (que nos hace perder de vista nuestra naturaleza social), contra el gregarismo (que nos anula como individuos), contra el consumismo (desoyendo la publicidad, quitando el volumen de la tele, comprando sólo cuando realmente lo necesitemos), contra el trabajo alienante (esforzándonos lo mínimo posible, practicando una “venganza silenciosa”), contra la “información” de los medios de comunicación “oficiales” (tomándonos con mucha prudencia la “información” que nos proporcionan, siendo conscientes de que está manipulada y autocensurada, observando cómo funciona dicha manipulación, cómo se dan las versiones de una de las partes y no de la otra, cómo siempre se da “voz” a los mismos, cómo no se analizan las causas de fondo, contrastando la “información” de los medios “oficiales” con la prensa alternativa accesible en Internet, con la realidad que nos rodea, con nuestro sentido común), contra los prejuicios de la hegemonía cultural impuesta (poniéndolos a prueba y en evidencia siempre que sea posible, pensando en vez de creer a ciegas), contra las ideas que el sistema “emite” para dividir a los trabajadores (comprendiendo las causas de las huelgas, comprendiendo que los primeros perjudicados de las mismas son los propios huelguistas, comprendiendo e identificando la táctica que hace el sistema de querer enfrentar entre sí a los trabajadores realzando los inconvenientes sobre la población de las huelgas y a la vez ocultando las verdaderas causas de las mismas), contra las verdades “establecidas” (yendo más allá de lo que se nos dice, practicando la duda metódica, recuperando la curiosidad como motor del conocimiento, no dejando de perder de vista lo importante, impidiendo que nos distraigan con “cortinas de humo”, analizando para conocer las causas de los problemas, relacionando las causas y sus efectos), contra el eufemismo (tan usado en el lenguaje políticamente correcto para suavizar la realidad, para “enmascararla”), contra nuestro papel de meras “marionetas” en las “democracias” actuales (usando nuestro poder de voto adecuadamente, usando la abstención cuando sea necesario, no participando en encuestas absurdas que sólo sirven para legitimar al sistema y hacernos creer que hacen algo por nosotros, no colaborando con la prensa “oficial” haciéndole el boicot, …), contra el corporativismo (que nos impide ser mínimamente objetivos), contra el sectarismo (que nos impide tener una visión de conjunto, que nos limita nuestra independencia y por tanto nuestra libertad), contra el inmovilismo (que impide el cambio y por tanto la mejora, que impide la readaptación a una realidad que siempre es más o menos, en las formas y/o en el fondo, cambiante), contra las injusticias, contra el pensamiento único (buscando activamente visiones o versiones distintas de las “oficiales” para contrastarlas con éstas, atreviéndonos a leer y estudiar ideologías o ideas críticas con el sistema actual, la crítica es el mejor antídoto contra la visión “monocolor” del mundo, la pluralidad de ideas es imprescindible para encontrar soluciones eficaces a los grandes problemas), contra la idea de que no es posible cambiar el mundo (el mundo siempre ha cambiado y por tanto siempre puede cambiarse, pero hay que cambiarlo a mejor, hay que conseguir que los cambios beneficien a la mayoría), contra todo dogmatismo (que anula nuestra capacidad crítica y por tanto nos impide evolucionar ideológicamente), contra la indiferencia, contra la estupidez, contra la falsedad, contra la hipocresía, contra el excesivo orgullo, contra la vanidad, contra las apariencias (teniendo en cuenta que la mayor parte de las veces las apariencias engañan, no dejándonos engañar por cambios superficiales y aparentes que en realidad esconden continuidad en lo esencial, cambios en las formas para ocultar continuidad en el fondo, no dejándonos engañar por “el arte de cambiar todo para que todo siga igual”), contra la intolerancia, contra todo tipo de culto (a las personas, a las ideas, a los objetos, …), contra cualquier forma de integrismo o fanatismo, contra la violencia (de cualquier tipo, sin perder de vista que la violencia tiene muchas “caras”, que mucha violencia física y repentina es la respuesta a otra violencia “invisible”, psicológica, sutil y continua), contra el racismo, contra el fácil recurso de la venganza o del rencor, contra la maldad, contra la competencia desmedida (que anula nuestro sentimiento de solidaridad, que limita nuestra capacidad de colaboración), contra la “uniformización cultural” (que en realidad es la eliminación de una cultura por otra cultura dominante, es “imperialismo cultural”, es la pérdida de las señas de identidad, es la pérdida de las raíces), contra los nacionalismos y patriotismos exacerbados (que siempre sirven al poder, antiguo o emergente, para desviar la atención de los verdaderos problemas, para olvidarnos de que lo importante son las personas, para hacernos creer que hay algo superior a las personas, patriotismo utilizado por el poder para justificarse, para someter y para controlar al pueblo, nacionalismos y patriotismos en nombre de los cuales se han hecho y se siguen haciendo algunas de las mayores barbaridades de la historia de la humanidad), contra todas las guerras (la guerra siempre supone el mayor fracaso de la humanidad), contra el odio (antesala de nuestra propia destrucción), contra la locura de la (auto)destrucción, contra ……

Podemos rebelarnos haciendo el “boicot” al sistema, ejerciendo una resistencia pasiva y “silenciosa” (aunque complementándola con una resistencia activa organizada). Como mínimo, dejando de ser “cómplices” del sistema, dejando de colaborar “ciegamente” con él. Por lo menos, resistiéndonos a que nos cambie, procurando que aun teniéndonos que adaptar a él para sobrevivir, no nos cambie demasiado, no nos haga renunciar demasiado a nuestros principios (llegando a un “equilibrio” , “prostituyéndonos” lo justo). Lo primero es evitar que nos cambie demasiado, es “defendernos” para posteriormente pasar a la iniciativa e intentar cambiarlo nosotros a él, es decir “primero defendernos para posteriormente pasar al ataque”. Como dijo Murphy, Si resistes, vencerás. Esta actitud nos costará más de un disgusto y nos requerirá mucho esfuerzo (sobre todo al principio, luego no tanto), pero afortunadamente, también nos proporcionará una profunda satisfacción interior, una tranquilidad de conciencia (y no por la inexistencia de ésta), una sensación de haber cumplido con nuestro deber más profundo como seres humanos (contribuir a un mundo mejor, o por lo menos no contribuir a empeorarlo), una sensación de no haber renunciado a nuestra forma de ser, de no renunciar a nuestra dignidad, de no ser un “zombi idiotizado” al servicio de un sistema que nos controla. No podemos ser realmente felices si no somos nosotros mismos, si actuamos bajo los dictados de una conciencia superior externa a nosotros. La rebelión individual nos requiere más esfuerzo pero nos redunda en mayor felicidad, en mayor humanidad, en mayor sensación de ESTAR VIVOS. La rebelión individual nos emancipa. Es una lucha personal por maximizar nuestra libertad, por conquistar la mayor libertad posible. La rebelión individual nos permite liberarnos individualmente (o por lo menos nos permite minimizar el control que ejerce el sistema sobre cada uno de nosotros) y de paso puede contribuir a cambiar el sistema (si es realizada conjuntamente por muchas personas, por la mayoría de la sociedad). QUIZÁS no consigamos nada, pero si no hacemos nada entonces SEGURO que nunca conseguiremos nada, y probablemente conseguiremos poco a poco ir “poniendo nuestro granito de arena”, y si somos muchos (si somos cada vez más, a lo mejor ya lo somos sin saberlo, el sistema desde luego se encarga de que creamos que somos “raros” y “únicos”) entonces muchos “granitos de arena” pueden convertirse en “montañas”.

Además, en las organizaciones que pretendan cambiar el sistema se puede ayudar a realizar dicha rebelión individual a través de la comunicación, del intercambio de experiencias, del debate, del aprendizaje de técnicas que ayudan a pensar bien (y por tanto que ayudan a ejecutar dicha liberación personal), de la concienciación masiva, de la promoción del boicot general al sistema, etc. La rebelión individual es ineludible para cada individuo pero puede compartirse, puede practicarse de forma “coordinada y colectiva”. Indudablemente, hay gente que ya de por sí es rebelde y no tendrá muchas dificultades en realizar dicha rebelión individual (de hecho la practica desde que nació), pero dado que “nacemos pero también nos hacemos” (tenemos cierto margen de maniobra), también podemos aprender a ser más rebeldes, a ser “mejores” rebeldes, a ser rebeldes más “eficaces”. Como dijo el filósofo italiano Domenico Losurdo, Los procesos revolucionarios son procesos de aprendizaje.

No se trata de una rebeldía “ciega” sino de una rebeldía “razonada”. No se trata de una rebeldía “incontrolada”. No es una rebeldía sin causas. Como dijo Walter Benjamin, la revolución no es un tren fuera de control, es la aplicación de los frenos de emergencia. Hay que rebelarse no contra todo sino contra lo que vaya contra nuestro sentido común, contra la razón, contra nuestros mejores sentimientos, contra lo que nos dicta nuestra conciencia. Pero para ello debemos recuperar nuestra conciencia, debemos “redescubrirnos”, debemos “interiorizarnos” recurriendo a lo mejor de nuestras características humanas, es decir, a nuestra capacidad de observar y analizar la realidad que nos rodea (que debe ser siempre nuestro “laboratorio” de pruebas de nuestras ideas o teorías, que debe confirmar o negar nuestra visión de las cosas, como se hace con el método científico para validar o no las teorías), a nuestra inteligencia para intentar explicarnos porqué ocurren las cosas que vemos en el mundo, a nuestra desconfianza natural hacia los poderosos, hacia las autoridades (que nos lleve a preguntarnos siempre a quién beneficia tal o cual idea o hecho), a nuestros mejores sentimientos de solidaridad y humanidad (a ponernos en el puesto de otras personas, especialmente de aquellos que sufren o son oprimidos), a recuperar la compasión (para evitar caer en los mismos errores de los que decimos combatir). En definitiva, se trata de que “despertemos” como seres humanos que somos y que intentemos sacar lo mejor de nosotros mismos e intentemos reprimir o eliminar lo peor de nuestra forma de ser, se trata de rebelarnos contra nosotros mismos también, contra nuestras características más estúpidas y más malvadas, se trata de ser dueños de nosotros mismos, se trata de controlar nuestras vidas, se trata de “mojarnos”. Este es el auténtico “germen” de la verdadera revolución social, la “revolución interior”. Como dijo Manuel Azaña, cuando el pueblo se apasione por sus ideas será la señal del triunfo.

Conclusión

El sistema lo hacemos entre todos los individuos del que formamos parte.

Indudablemente hay una minoría dominante que tiene más poder de influencia sobre el funcionamiento del mismo. Pero dicha minoría no puede controlar al conjunto de la sociedad sin la complicidad (consciente o inconsciente) de la mayor parte de la población. El filósofo inglés David Hume señaló en su teoría política la paradoja de que en cualquier sociedad la población se somete a los gobernantes, aunque la fuerza reside siempre en las manos de los gobernados. Los gobernantes sólo pueden dirigir un país si controlan las opiniones, no importa tanto (aunque importa mucho) de cuántos fusiles dispongan. Esto es así incluso en las sociedades despóticas, o en las más libres. Si el pueblo no acepta las cosas, sus gobernantes están acabados. La única posibilidad de intentar cambiar el sistema debe partir de la mayoría dominada, la minoría dominante, por el contrario, siempre intenta perpetuarlo para perpetuar sus privilegios. El sistema podemos y debemos cambiarlo entre todos. El pueblo debe tomar la iniciativa si desea emanciparse, no puede esperar a que nadie lo haga por él (ni siquiera puede esperar una verdadera emancipación de una “vanguardia” intelectual). La verdadera emancipación debe consistir en hacerlo por sí mismo. Como dijo Salvador Allende, La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Pero dicha emancipación social no puede existir si no se produce a su vez la emancipación de cada individuo, si no se produce una rebelión individual contra el sistema y todos sus “tentáculos” (incluidos los existentes en la propia manera de ser del individuo). Dicha rebelión individual debe ser a su vez “generalizada”, la actitud rebelde que ya tienen (en mayor o menor medida) algunos individuos, debe ser “exportada” o “contagiada” progresivamente al resto de la población. Sólo con una masiva rebelión de la sociedad (como suma de las rebeliones individuales “coordinadas”), puede realmente cambiar ésta. El cambio del sistema es una responsabilidad que debe ser compartida por todos los individuos que pertenecen a él.

Pero dicha rebelión debe ser pacífica, debe ser la recuperación de lo mejor del espíritu humano, lo mejor de su forma de ser, debe ser mejorar potenciando lo mejor de nosotros y reprimiendo lo peor de nosotros. Esta rebelión individual es tan necesaria (o más) como una rebelión organizada y coordinada de las masas, porque supone, no sólo derrocar el sistema actual, sino que además, sustituirlo por uno nuevo que evite reproducir los defectos del anterior, y esto sólo es posible cambiando la manera de ser de cada individuo, aprendiendo a ser de otra manera para construir un mundo nuevo. Obviamente estamos hablando de un cambio profundo en la sociedad, que llevará mucho tiempo, estamos hablando de la “semilla” que debe abonar el “terreno” del cambio de la sociedad, estamos hablando de la “materia prima” de la auténtica Revolución. Realmente estamos hablando de la evolución ética y moral de la humanidad, si ésta no se produce entonces probablemente tenemos muy pocas posibilidades de subsistir como especie. Dicha evolución debemos de alguna manera “forzarla” antes de que sea demasiado tarde (si es que no lo es ya). Hemos evolucionado de forma muy desigual, nos hemos desarrollado tecnológica y científicamente mucho más que social, política y éticamente. La lucha por una sociedad más justa, por su propia supervivencia, debe ser a nivel social pero también a nivel individual. Se necesita una implicación personal, además de social. Una implicación, por supuesto, en la medida de nuestras posibilidades, pero éstas siempre existen, no son nunca nulas. Ambas luchas se complementan y se “realimentan” mutuamente. Como el Che Guevara dijo una vez a Nasser, el momento decisivo en la vida de cada hombre es el momento cuando decide enfrentarse a la muerte. Si la enfrenta, será un héroe, tenga éxito o no. Puede ser un buen o mal político, pero si no enfrenta la muerte, nunca será más que un político. Por mucho que nos rodeemos de personas, por mucho que vivamos en sociedad, por mucho que luchemos conjuntamente con otros, la verdadera lucha por la emancipación es una lucha personal e individual. La rebelión individual debemos practicarla cada día, en nuestra vida cotidiana, no es una revolución pasajera, es una revolución permanente, no es una revolución de grandes hechos históricos protagonizada por famosos “héroes” y en famosas fechas concretas, es una revolución de “pequeños” hechos (de “microhechos”) protagonizada por muchos “héroes anónimos” que se produce cada día sin llamar la atención. Es una revolución “democratizada y silenciosa”. Esto no quiere decir que no pueda o no deba producirse una nueva revolución en el sentido clásico de la palabra, sino que significa que a la espera de que llegue (si es que llega), hay que iniciar entre todos una revolución “tranquila” mediante la implicación personal de cada individuo del sistema, que además puede suponer aumentar notablemente las posibilidades de éxito de esa posible revolución “clásica” futura. El cambio de mentalidad debemos empezar a practicarlo ya mismo cuestionando lo dicho en este mismo artículo (porque todo es cuestionable, aunque no todo es igual de cuestionable), pero haciéndolo con la razón, con la argumentación y sobre todo con la mejor intención. Lo más importante es la VOLUNTAD, es la ACTITUD (más que las aptitudes), que realmente QUERAMOS cambiar el sistema. Si queremos A LO MEJOR podremos, pero si no queremos entonces SEGURO que no podremos. Y si queremos, tenemos que intentarlo. Si lo intentamos A LO MEJOR lo conseguimos, pero si no lo intentamos entonces SEGURO que no lo conseguimos. Lo importante es que todos adoptemos una actitud RESPONSABLE, ACTIVA y COMPROMETIDA. Como se suele decir, peor es arrepentirse de lo que NO se hizo que de lo que se hizo (siempre que no se haga ninguna barbaridad, por supuesto). Podemos empezar a cambiar el mundo cambiando nosotros mismos para cambiar nuestro entorno más inmediato.

Como decía Gandhi, Sé tu mismo la solución y el mundo que tú quieres para los demás. Y como decía Platón, Buscando el bien de nuestros semejantes encontraremos el nuestro.


 

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