LA ECONOMÍA DEL FIN DEL MUNDO
CONFIGURACIÓN, EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS ECONÓMICAS DE TIERRA DEL FUEGO


Miguel A. Mastroscello

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8.2 UNA VENTANA DE OPORTUNIDAD (¿PERDIDA?)

Cuando en mayo de ese año asumió la presidencia Néstor Kirchner, ganador en la segunda vuelta de las elecciones convocadas por Duhalde, hacía ya varios meses que la economía nacional había iniciado un período de expansión llamativo, con tasas inusualmente altas (en torno al 8% anual) de crecimiento del producto, merced a la conjunción de dos factores: por un lado, la favorable coyuntura internacional representada por la expansión de la demanda de “commodities” y el consecuente crecimiento de sus precios, y por el otro una fase tardía de la ISI determinada por el tipo de cambio alto, que —además de potenciar las exportaciones— afectaba en forma negativa las importaciones de bienes industriales y por ende estimulaba la producción local de varias ramas fabriles. Este fue el punto de partida de lo que el economista Ricardo Arriazu definió como un círculo virtuoso: mejoras en la recaudación impositiva, en la situación fiscal, en el salario, en el empleo, en las ganancias empresarias y en la inversión, y reducciones en la tasa de interés . Puede afirmarse también que ese buen desempeño en cierta forma allanó el camino al Poder Ejecutivo de Kirchner, quien anunció en la campaña electoral que en caso de triunfar confirmaría a Lavagna en su cargo, como en efecto sucedió.

La gestión ministerial dilató todo lo posible la decisión sobre la deuda pública que había sido repudiada en la breve administración de Rodríguez Saa, apuntando a consolidar la situación fiscal y a recomponer el sistema financiero. Como hemos dicho, la firme política monetaria operó con acierto, manteniendo alejado el fantasma de la inflación que en experiencias anteriores había surgido tras la devaluación. Por entonces todavía no había reaparecido el crédito bancario para las empresas, pero estaba claro que dicha herramienta sería necesaria cuando la capacidad ociosa del aparato productivo fuera cubierta y el mantenimiento de la expansión dependiera de nuevas inversiones.

En el frente fiscal, el crecimiento de la actividad tuvo como consecuencia una mayor recaudación impositiva, por lo que también aumentaba en forma considerable la coparticipación de esos recursos a las provincias. Además, las retenciones (impuestos) a las exportaciones, no coparticipables a las provincias, contribuían a consolidar una situación de superávit operativo que no se verificaba desde hacía décadas. Este panorama general del ámbito nacional, tanto en el plano de la producción como en el de la hacienda pública, permitía augurar la apertura de una ventana de oportunidad para la jurisdicción más austral del país.

Las elecciones fueguinas de mediados de 2003 consagraron a la fórmula de una nueva coalición local, el Frente de Unidad Provincial (FUP) integrada por un senador radical que antes había sido intendente de Río Grande, Mario Jorge Colazo, y un empresario de la construcción que había revistado en el justicialismo como asesor de Manfredotti, Hugo Cóccaro. La dupla justicialista Manfredotti-Gallo no consiguió la reelección pese a haber mantenido a duras penas cierto control sobre las desbocadas cuentas públicas, lo cual puede ser atribuido tanto a la impopularidad de las medidas de ajuste como a los mencionados cuestionamientos sobre aspectos políticos e institucionales, lo que había abierto la posibilidad de objetar la legitimidad de aquéllas.

Por otra parte, la conjunción entre un radical y un peronista, que tiempo atrás hubiera sido impensable, no era más que una expresión local de la profunda crisis de representatividad que afectaba a los partidos desde antes del colapso de 2001, y que había desembocado en un descalabro político de proporciones gigantescas. El dato de color estuvo dado por el hecho de pertenecer ambos a la ciudad de Río Grande, cuyo número de habitantes superior al de Ushuaia parece haber sido determinante en la arquitectura electoral de esa alianza: por sobre dudosas coincidencias programáticas o conceptuales, es muy posible que haya primado un pragmatismo que al menos a la luz del resultado de los comicios aparentaba ser exitoso.

El contexto de enero de 2004 en que le tocaba asumir, permitía augurar al gobierno de Colazo y Cóccaro si no brillo o lucimiento, al menos unas más que razonables posibilidades de llevar a cabo una gestión superadora de las anteriores. A las buenas noticias provenientes del ámbito nacional se agregaban el dato de un complejo industrial local que, aunque todavía con capacidad ociosa, estaba tecnológicamente actualizado y disponía de plantas modernas y en buenas condiciones de mantenimiento, junto con las evidencias de una ola de inversiones y un crecimiento de la demanda para el sector turístico que parecían no encontrar sus respectivos techos. Ambas actividades prometían ser capaces de liderar una expansión que se extendería a otros rubros, y por cierto que eso fue lo que sucedió desde fines de 2002 para continuar en los años siguientes, según creemos haber demostrado en los dos primeros apartados de este capítulo.

El problema no estaba en el ámbito privado sino —una vez más— en el plano de las finanzas públicas, donde varios indicadores coincidían en señalar la fragilidad del esquema. Sin embargo, también allí aparecían ventanas de oportunidades, tales como el crecimiento de la coparticipación federal al que ya aludimos y la predisposición de las autoridades nacionales a posibilitar que las provincias reordenaran sus finanzas . El panorama hubiera merecido una consideración particular por parte de la nueva administración, ya que el desempleo si bien estaba en baja, rondaba todavía el 10%, mientras subyacían tensiones en el plano gremial (en particular, con los sindicatos estatales) que podían condicionar el de por sí escaso espacio de maniobra del gobierno en materia de política fiscal.

Las primeras medidas del gobernador entrante enviaron señales contradictorias a la sociedad. Por un lado, nombró ministro de economía a Raúl Berrone, cuyo desempeño como funcionario de carrera en la administración le permitía aquilatar gran experiencia y probada solvencia en materia presupuestaria y financiera, al par que le sumaba al gobierno sus buenos contactos en el ámbito del gobierno nacional con los niveles técnicos de la Subsecretaría de Relaciones con las Provincias. Pero esa decisión a priori acertada fue tomada al mismo tiempo que otra tan sorprendente como de inciertas consecuencias: el aumento del número de ministerios, de cinco a once, lo que a su vez generó la creación de numerosas secretarías, subsecretarías y otras reparticiones. Esto no podía menos que provocar severas dudas tanto respecto de la posibilidad concreta de llevar adelante una administración prudente y eficaz, como del futuro de las cuentas públicas, debido a las dimensiones del aparato estatal, que ya no eran sólo preocupantes sino que amenazaban con crecer.

Por otra parte, la praxis política de Colazo exhibió enseguida otras características distintivas. Quizá pretendiendo darle una dinámica de la que a todas luces la administración hasta entonces había carecido, el gobernador tomó como paradigma de su gestión el reemplazo o la rotación con inusitada frecuencia de los ministros y secretarios. En forma paralela, confrontó de modo abierto tanto con una Legislatura en la que no contaba con mayoría, como con los intendentes de Ushuaia y Río Grande, que no pertenecían a su agrupación; en este último nivel, la disputa se tornó agria, centrada en torno al desarrollo de las obras públicas y la coparticipación de fondos.

Las llamas de ese estilo hiperactivo y por momentos beligerante se propagaron demasiado pronto a las propias filas, alcanzando al mismo vicegobernador. Como consecuencia de la dura puja entre los máximos funcionarios gubernamentales, Berrone (vinculado políticamente a Cóccaro) debió dejar el elenco ministerial a escasos dos meses de haber asumido, habiendo podido plantear sólo los lineamientos de un programa de créditos subsidiados para pequeños emprendimientos productivos junto con algunas medidas que procuraban oxigenar las comprometidas finanzas estatales, con lo que al menos se logró evitar que ese año hubiera que recurrir a la ayuda nacional.

El tiempo transcurría sin que el gobierno atinara a encontrar un rumbo definido en materia económica. Así, la ventana de oportunidad parecía a punto de cerrarse.


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