LA ECONOMÍA DEL FIN DEL MUNDO
CONFIGURACIÓN, EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS ECONÓMICAS DE TIERRA DEL FUEGO


Miguel A. Mastroscello

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CAPÍTULO 5 – LA LARGA NOCHE DEL ESTANCAMIENTO (1920 – 1958)

5.1. CONTEXTO NACIONAL: LA INDUSTRIALIZACIÓN SUSTITUTIVA DE IMPORTACIONES

El clima de generalizado optimismo que, como consecuencia de la expansión económica basada en las ventas externas de la producción pampeana, predominaba entre los principales dirigentes argentinos, comenzó a enrarecerse hacia 1914. Ello fue producto de la vulnerabilidad intrínseca del MAE a los cambios climáticos, que obviamente afectaban los rindes agropecuarios, y a las variaciones en la demanda y en los precios internacionales de los productos primarios. Fue así que un par de malas cosechas y el inicio de la Primera Guerra Mundial, impactaron negativamente sobre las exportaciones. Además, la caída en las rentas aduaneras generó un significativo déficit fiscal, que se sumó al comercial; la secuencia siguió con las dificultades para acceder al mercado internacional de capitales y una fuerte restricción de la oferta monetaria, con el consiguiente encarecimiento del crédito, determinando un profundo proceso recesivo (el PBI de 1914 cayó 10.4% respecto del año anterior). No obstante, y en forma paralela, la declinación de las importaciones operó a favor del desarrollo de una incipiente industria, algunas de cuyas ramas—como la textil— lograron también exportar a los países beligerantes.

Durante la década de 1920 hubo una recuperación, a partir tanto de la normalización de los flujos comerciales y de capital por el final de la conflagración bélica, como del impulso a la demanda doméstica provocado por el aumento del gasto público (aunque al costo de un incremento del déficit) y el crecimiento de las actividades industriales. También el sector rural hizo su aporte, esta vez mediante capitalización y aumento de la productividad en la zona pampeana; algo más tarde el proceso fue acompañado por algunas producciones agrícolas extrapampeanas, como el algodón, la vid y la caña de azúcar, en función del aumento del consumo interno derivado del crecimiento poblacional, y al amparo de una política de protección arancelaria. Hubo, además, un repunte de la migración, con el ingreso de un promedio de 100.000 personas por año entre 1923 y 1929.

Pero la restauración del proyecto de la “generación del 80” encontró un escollo insalvable en la Gran Depresión. En efecto, el colapso bursátil y financiero que comenzó en Estados Unidos —provocando en ese país una caída del 30% del PBI y un desempleo del 23%— extendió rápidamente sus consecuencias a Europa y el resto del mundo. Los países europeos, para evitar “contagios” cerraron sus economías, y el comercio mundial se contrajo drásticamente. Esto afectó de manera directa a la Argentina, que dependía de sus exportaciones tanto para sostener el empleo rural como para financiar sus importaciones de bienes de consumo y equipo. El país entraba en una profunda crisis, mientras un modelo de crecimiento tornaba a finalizar.

También comenzaba a eclipsarse la influencia de un sector social. Resulta llamativo que la misma dirigencia política que había impulsado el progreso económico por casi medio siglo, y que además había tenido la visión de darle al país un régimen de sufragio obligatorio y secreto, que garantizaba la representación de las minorías, y una ley de educación pública que serviría de palanca para la movilidad social, no comprendió el carácter de los cambios que se estaban dando en el escenario internacional. Probablemente su “pecado” haya consistido en no advertir la excepcionalidad del contexto —en particular, el crecimiento de la demanda mundial de los bienes primarios que producía la Argentina— que había favorecido al MAE.

La retracción del comercio internacional que sobrevino con la crisis de 1930, transformó en inviable al modelo predominante hasta entonces y determinó un cambio en la estrategia argentina de desarrollo. La respuesta consistió en el fomento a la producción local de manufacturas, a través del establecimiento de un esquema proteccionista, con miras a sustituir la importación de determinados productos por bienes elaborados en el país.

Se conoce como “proteccionismo” a la política de comercio exterior que establece cierto tipo de barreras a las importaciones de determinados bienes. Un mecanismo proteccionista consiste en elevar las alícuotas de los aranceles (impuesto que se aplica a los bienes importados), pero también existen las barreras “para-arancelarias”, que restringen la importación invocando razones sanitarias, de cuidado del medio ambiente, etc. Asimismo, se ha llegado a recurrir al establecimiento de cupos o cuotas de importación, y hasta a la prohibición lisa y llana para las adquisiciones de ciertos bienes en el exterior. De esa forma se procura no sólo proteger a los productores locales de dichos artículos, sino también estimular la elaboración local de manufacturas que hasta ese momento se importaban. Debido a ello, esta etapa de la evolución económica argentina se denomina de Industrialización por Sustitución de Importaciones y es conocida por la sigla ISI.

En una primera fase, se desarrollaron principalmente aquellas ramas industriales que —dada la dotación de recursos y la tecnología disponibles— eran más sencillas de sustituir: alimentos, bebidas, textiles, madera, cuero y tabaco; Ferrucci designó a esta etapa como la “ISI fácil”. Estas ramas, que constituyen la llamada industria liviana, no requerían de grandes capitales ni tecnologías complejas, y el país no necesitaba importar los insumos, ya que los producía localmente. En un determinado momento, en torno a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la coyuntura internacional resultó favorable para esta estrategia, por lo que a principios de los años cincuenta la Argentina llegó a autoabastecerse de los productos industriales mencionados. Es decir, había logrado sustituir las importaciones de los mismos por su producción local.

No obstante, el país seguía dependiendo del exterior para la obtención de otro tipo de bienes manufacturados, propios de la industria pesada, designación que abarca a las ramas productoras de bienes de capital y de insumos industriales críticos, con requerimientos tecnológicamente complejos y de grandes flujos de inversión; estos bienes, por cierto, eran necesarios para sostener el funcionamiento de la industria liviana existente. Tal dependencia fue afrontada en una segunda etapa, la “ISI difícil”, orientada a ramas de sustitución más complicada: productos químicos y petroquímicos, siderurgia, maquinaria, vehículos, metalurgia, etc. Ello requería inversiones importantes, tecnología de cierta sofisticación y mano de obra bien capacitada. En otras palabras, el país se orientaba a producir nuevos bienes, para lo cual necesitaba mejorar tanto la calificación de los trabajadores como la organización de las empresas.

También se produjo un cambio en el rol asignado al Estado, procurándose suplir con su intervención en los asuntos económicos, las carencias en materia de capitales que padecía el país. Si el MAE respondió al predominio de los enfoques liberales u ortodoxos (aunque, como se ha visto, no de un modo dogmático), la ISI tiene una deuda intelectual con las ya mencionadas postulaciones de Keynes y también con el industrialismo de un economista argentino hoy poco conocido, pero de gran influencia en su época: Alejandro Bunge (1880-1943). Enviado por su padre a estudiar ingeniería en Alemania, el joven Bunge conoció allí las ideas de Friedrich List, el precursor de la escuela de pensamiento historicista y —aunque liberal en términos generales— defensor de la intervención del Estado para posibilitar la industrialización. De regreso en la Argentina, Bunge fue docente universitario, investigador y funcionario público, además de directivo en varias empresas. Organizó la Dirección Nacional de Estadísticas (antecesora del INDEC) y representó al país en diversos foros internacionales. Fundó la prestigiosa “Revista de Economía Argentina”, desde la cual propulsó un modelo industrialista alternativo al MAE. En su obra “Una nueva Argentina”, publicada en 1940, expuso su “teoría del abanico”, demostrando que la densidad poblacional y la calidad de vida disminuían a medida que aumentaba la distancia con los grandes centros urbanos de la Pampa Húmeda.

Pocos años después, este tipo de planteos industrialistas fue defendido también por una corriente de economistas latinoamericanos que dio origen al llamado “estructuralismo”, cuyo principal exponente fue el argentino Raúl Prebisch (1901-1986), nombrado en 1948 secretario ejecutivo de la CEPAL . Críticos del papel desempeñado en el ámbito del comercio internacional por los países de la región, lo cual determinaba según ellos una relación “centro-periferia” con las naciones industrializadas que generaba la dependencia de aquellos respecto de estas últimas, los estructuralistas propugnaban la necesidad de superar ese esquema mediante la sustitución de importaciones y la implantación de mecanismos proteccionistas.

El Esquema de la ISI

Condiciones

Determinantes Abrupta caída de las exportaciones, escasez de divisas.

Necesidad de producir localmente bienes manufacturados para consumo

Dotación de recursos

• Primera etapa 1930-1952: ISI “fácil”

Proteccionismo Sustitución de ramas livianas

• Segunda etapa 1952-1990: ISI “difícil”

Proteccionismo  participación estatal Sustitución de algunas ramas pesadas


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