LA ECONOMÍA DEL FIN DEL MUNDO
CONFIGURACIÓN, EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS ECONÓMICAS DE TIERRA DEL FUEGO


Miguel A. Mastroscello

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5.4. EL APORTE DE LOS INMIGRANTES ITALIANOS

En 1948 pareció que el gobierno nacional intentaba reaccionar ante ese estado de cosas, cuando a través del decreto Nº 17.460, datado el 16 de junio, el Presidente Perón facultó al Ministerio de Marina a llevar a cabo “un plan de fomento y desarrollo industrial” en Tierra del Fuego. Es posible suponer que la institución armada haya sido la promotora de ese sistema, ya que entre sus miembros se consideró durante mucho tiempo a la región como “propia”.

El programa consistía en una línea de préstamos del Banco de Crédito Industrial, de propiedad estatal, de 10 millones de pesos para financiar la construcción de plantas fabriles, aunque tenía una particularidad: los fondos se entregarían al citado Ministerio, que a su vez proporcionaría a los interesados los materiales y elementos necesarios para instalar sus industrias. Se preveía también la adjudicación de tierras fiscales y, de manera expresa (en el artículo 7º) la concesión de “privilegios y monopolios en la explotación de determinada industria”. También se establecía que el Poder Ejecutivo resarciría al Banco “por los quebrantos que pudiese originar el cumplimiento del presente decreto”, con lo cual quedaba clara la disposición a subsidiar con fondos fiscales los emprendimientos que se fueran a llevar a cabo, en caso que los mismos no generaran el repago de los préstamos.

Pese a su determinación tan vigorosa como explícita, el plan no alcanzaría sus objetivos, más allá de financiar algunos pequeños emprendimientos en los rubros maderero y de envasado de mariscos, puesto que no atacaba las desventajas que la isla sufría como consecuencia de la ya apuntada falta de integración territorial del país. En efecto, nada había en el esquema pergeñado por el gobierno central que planteara una solución a los problemas derivados de un mercado local y regional cuyo raquítico tamaño era a todas luces insuficiente para absorber la producción de las industrias que supuestamente habrían de instalarse, ni tampoco se preveían mecanismos para posibilitar que esa potencial oferta llegara a los distantes centros de consumo. En la práctica, la iniciativa no fue más que una mera expresión de deseos.

No obstante, para la misma época las autoridades nacionales lograron el asentamiento de un importante grupo de inmigrantes en Ushuaia, mediante la asignación de recursos del presupuesto nacional. Se trató de un contrato suscripto con una empresa italiana, propiedad del boloñés Carlo Borsari, para la ejecución de un plan de obras públicas, por el cual el Ministerio de Marina se comprometía a asignar a la empresa trabajos por un total de 20 millones de pesos de la época, a lo largo de un período de cuatro años. Según se afirma en el exordio del decreto Nº 11.569 del 23 de abril de ese mismo año (es decir, anterior al que instauraba el programa crediticio precitado), Borsari poseería una empresa dedicada a construcciones de líneas ferroviarias y obras edilicias y viales, cuya radicación “resultaría altamente favorable, llenando una sentida necesidad de nuestro país en los rubros a que ella se dedica”.

Hay que señalar que, según testimonios recogidos por la historiadora italiana Lucía Capuzzi, se trataba en realidad de una carpintería de Bolonia dedicada a la producción de muebles; además, la misma fuente apunta que la empresa no realizó nuevas inversiones para concretar el proyecto, sino que sólo desmontó las instalaciones y equipos que poseía en su lugar de origen, para trasladarlos al extremo austral del continente americano . La firma fue eximida del pago de derechos aduaneros por la importación de los equipos y maquinarias necesarios para las obras, mientras que se comprometía a traer desde Italia al personal técnico y obrero requerido para la ejecución. Al respecto, en el artículo 4º del convenio se establecía que “todos los obreros y familiares serán sometidos antes de embarcarse a una rigurosa revisación médica” tendiente a impedir el ingreso de “personas con afecciones pulmonares, del corazón y toda otra enfermedad contagiosa (sic), y además personas que padezcan de lesiones que sin ser contagiosas sean conceptuadas como crónicas”. El Estado pagaría los gastos de pasajes y transporte de los efectos personales de los operarios, así como su alojamiento en un buque fondeado en el puerto de Ushuaia hasta tanto se les proveyera de vivienda. En el decreto que aprueba el contrato, el entusiasmo gubernamental en la descripción de la empresa aumenta hasta alcanzar unas proporciones desmesuradas, ya que la considera especializada en “construcciones de edificios, caminos, obras hidráulicas, puentes, hormigón armado y túneles, en zonas frías de Europa”. Todo ello hace posible colegir una gran aptitud de Borsari para ejercer el “lobbying” (comparable quizá a la de Julio Popper), lo que se ratifica cuando se considera la pronta concesión de un préstamo por 1,5 millones de pesos por parte del Banco de Crédito Industrial. Pero, más allá de estas y otras consideraciones sobre la escala de la empresa, es indudable el espíritu emprendedor de su propietario, que tuvo la capacidad de concretar la iniciativa en los términos en que había sido planteada, pese a que el Estado nacional incumplió a su vez algunos de los compromisos asumidos.

Es de suponer el efecto que habrá causado en una comunidad de escasos 2.000 habitantes la llegada del paquebote “Génova”, en octubre de 1948, con un primer contingente de 850 personas —más del 40% de la población establecida— entre trabajadores y familiares, a quienes se agregó otro centenar en septiembre del año siguiente. Al poco tiempo, esos italianos construyeron un barrio de viviendas, al que llamaron “Villaggio Vecchio” (hoy barrio Almirante Solier); a continuación levantaron el “Villaggio Nuovo” (actual barrio Almirante Brown), y una capilla, iniciando un proceso de afincamiento que en muchos casos alcanzaría ribetes de epopeya. En efecto, aunque la empresa Borsari se retiró tiempo después, y pese a que no se cumplió la promesa gubernamental de otorgarles a cada uno una parcela de tierra en forma gratuita, familias como las de Odino Querciali, Dante Buiatti, Luciano Preto, Antonio Favale, Martino Brandani, Adolfo Henninger (quien tenía la nacionalidad austríaca) y Nello Magni, entre varias más, se quedaron en la ciudad, y sus miembros se fueron integrando de modo paulatino a la comunidad local para desarrollar sus actividades. Algunos de ellos ingresaron en la Base Naval o en la Gobernación para ejercer sus oficios, mientras que otros —lejos de sentarse a esperar nada del Estado— se desempeñaron como pequeños ganaderos, tamberos, comerciantes, constructores, mecánicos, obrajeros, camioneros, etc. Habían llegado al extremo del mundo, un lugar de clima riguroso cuyo idioma desconocían y que sólo parecía poder ofrecerles dificultades, pero provenían de un país devastado por la guerra y quizá por eso estaban dispuestos a olvidar el pasado y a sacrificarse en pos de un futuro mejor. Como había ocurrido medio siglo atrás con sus compatriotas en la región pampeana, estaban dispuestos a “hacer la América” a puro esfuerzo.

Los testimonios

“Como ya había sido soldado en la guerra y hasta había luchado en el frente, lo menos que deseaba al llegar a esta tierra donde buscaba la anhelada paz y la prosperidad personal, era recordar aquellos difíciles momentos.”

***

“Mi esposo se hizo fama de emprendedor y fue así como la familia de María y Felipe Romero nos dio unas cuantas vacas en consignación para ordeñar, con el convenio de entregar diez litros diarios de leche. (...) Mi esposo ordeñaba fuera de las horas de trabajo y yo había puesto un horario, de 12:00 a 15:00 cuando los clientes venían a retirar la leche. El resto del tiempo lo empleaba en la limpieza de la casa del Sr. Failoni, quien era el administrador de la empresa, así como en la del padre Antonelli.

“La empresa Borsari construyó un galpón donde funcionaba un comedor y un salón de reuniones y juegos. Al poco tiempo, los pobladores de Ushuaia venían allí a entretenerse junto con nosotros. La ciudad no nos absorbió a los italianos recién llegados, nosotros absorbimos a la ciudad”.

El enfoque demográfico corrobora el diagnóstico del estancamiento de esta etapa. La tasa anual media de crecimiento de la población descendió del fenomenal 90.8‰ registrado entre los censos de 1895 y 1914, a un magro 21.4‰ entre 1914 y 1947. Es el único período en que la tasa se sitúa en el mismo nivel de la media nacional, a la que antes y después siempre superó. También es una época de muy bajos índices de dependencia potencial, marcando la existencia de población migrante y mayoritariamente en edad activa. Y aunque entre 1947 y 1960 la tasa fue mayor que la del período precedente, no sólo se situó por debajo de la del primer lapso considerado, sino que también resultaría inferior a las de los siguientes períodos intercensales hasta 2001. Más allá de estos porcentajes es un valor absoluto el que de manera más contundente refleja la parálisis: en 1947 apenas fueron censados en la isla 5.045 habitantes. .

Por otra parte, y desde un ángulo estructural, se advierte asimismo la extrema debilidad de una economía cuyo PBG a lo largo del período que va de 1946 a 1958, estaba explicado en un 70% por la ganadería y la actividad estatal.


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