DERECHO: ¿CUÁL DERECHO?
DE LA CONSTITUCIÓN BURGUESA A LA CONSTITUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA

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Álvaro Bedoya Salazar

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4.1 La doctrina Monroe, ¿positiva o negativa?

La Doctrina Monroe, de contenido claramente anticolonialista, tiene su origen en el mensaje del presidente James Monroe al Congreso de 1823, que se resume en lo siguiente: Que cualquier tentativa de reconquista y de colonización de los países liberados de la América Hispano-Portuguesa sería considerada por Estados Unidos como una amenaza y un golpe a su propia independencia.

Esta proclama se presenta como expresión de solidaridad continental, y así lo fue en la realidad, aunque el comportamiento de Estados Unidos, sobre todo a partir de la guerra hispano-norteamericana de 1898, lejos ya de ser solidario con los países del sur, se torna cada vez más agresivo y expansionista.

Ya se habían dado puntadas en tal sentido, cuando en 1848 la casta gobernante gringa decidió dar un primer golpe imperial al ordenar a sus tropas invadir a sangre y fuego el territorio de México, anexándose después de la victoria los Estados mexicanos de Tejas, Nuevo Méjico, Alta California, Arizona, Nevada y Colorado –donde ya se daba de hecho, hay que reconocerlo, una activa colonización estadounidense, por medios económicos, extensión territorial igual al territorio actual de la República Mexicana.

Sobre este tema dice el profesor Luis Guilaine, en su obra La América Latina y el imperialismo americano, lo siguiente:

La iniciativa del presidente de los Estados Unidos correspondía entonces al sentimiento de todas las nuevas Repúblicas del sur y del nuevo imperio del Brasil, que adhirieron luego a la doctrina de solidaridad proclamada por Washington.

Además esta doctrina no ha sido una concepción espontánea del presidente Monroe. Ya en 1810, el chileno Juan de Egaña, y en 1815, el gran demócrata norteamericano Henry Clay, habían formulado el tal principio cuya proclama ha sido sugerida más tarde, según dicen, por el colombiano Torres al presidente Monroe. También fue inspirada por Canning, el hombre de Estado liberal inglés, quien juzgando la América perdida irremisiblemente para Gran Bretaña, había resuelto hacer caer el proyecto de reconquista de la Santa Alianza sobre América española enderezando contra ella la oposición de los Estados Unidos.

Así pues, en el origen, la doctrina Monroe era un principio defensivo inspirado únicamente a salvaguardar y a garantizar solidariamente la independencia de todos los nuevos Estados del Continente americano contra una vuelta ofensiva de Europa, que había sido echada de él.

Las tres Américas descansaron unánimemente en esta doctrina tutelar y protectora que consolidaba su libertad; pero la ilusión americana no tardó en desvanecerse desde la mitad del siglo XIX. América Latina pudo hacer la engañosa constatación de que, si la Doctrina Monroe protegía su integridad contra las ambiciones coloniales de Europa, esta doctrina no le daba ninguna garantía contra las empresas expansionistas e imperialistas de la Republica anglosajona que la había proclamado.

En 1845 el Presidente de los Estados Unidos, Polk, amplifica y fija la Doctrina Monroe, por medio de declaraciones prohibiendo cualquier cesión de territorio, aun voluntaria, y la aceptación de un protectorado por un Estado cualquiera del hemisferio americano. Es entonces cuando empieza a descubrirse la Doctrina Monroe: pues esta cesión de territorio y esta aceptación de protectorado no son prohibidas por la doctrina así amplificada, sino tocantes a una potencia no americana; pero no se opone a ella en lo que concierne a las relaciones de las Repúblicas americanas entre sí. El mismo presidente Polk infligió la primera y cruel experiencia de ello a Méjico en tiempo de la guerra de 1848 y del Tratado Guadalupe-Hidalgo, por el cual los Estados Unidos vencedores obligaron a México a ceder toda la región norte de su territorio desde Tejas hasta California. Polk hasta pensó tomar el Yucatán, estado del sur de México.

El principio formulado por la Doctrina Monroe –“América para los americanos”– tomaba ya el carácter de una espada de dos filos, sirviendo a la vez para defender a las Repúblicas suramericanas contra Europa y para sujetarlas a la República protectora. Terminó siendo traducido así: “América para los americanos… del Norte”.

Y aun esta protección no evitó a las Repúblicas hispanoamericanas un número de intervenciones europeas, a las cuales no hicieron los Estados Unidos ninguna oposición, tales como el bombardeo de las costas de Chile por la armada del almirante español Méndez Núñez en 1864, la expedición francesa a México y aun en el principio de este siglo (el XX), el bloqueo pacifico de las costas de Venezuela (1902-1903) por las armadas inglesa, alemana, e italiana, con el fin de apremiar al dictador Castro a que diese satisfacción a las reclamaciones extranjeras. (…) Los americanos del Norte tienen una mística particular, se puede decir, positiva, un ideal utilitario que los lleva a creer que su política del dólar es en cierto modo su famosa Golden Rule extendida a todo el Continente. Ellos mandarían reinar allí así, como una nueva edad de oro, la paz y la prosperidad material bajo su tutela inspirada de lo que llaman Goodwill, su buena voluntad, y admiran muy sinceramente que las Repúblicas del sur no se enseñen del todo prontas a hacer a esta política, a este ideal, el generoso sacrificio de su independencia nacional.

A pesar de las intenciones tan benévolas de la política del dólar, las Repúblicas latinas no pueden olvidar sin embargo que es esta misma política que arrastró a Panamá a Colombia, a pesar del Tratado de 1848, y que mostró que la gran República anglosajona no vacila en violentar el derecho y en desplazar un tratado, cuando lo quiere su interés superior, que representa ella de buena gana como siendo él de la humanidad.

Se aclara que: El tratado al cual se refiere el profesor Luis Guilaine, es el firmado entre la Nueva Granada y Estados Unidos de América en Bogotá el 12 de diciembre de 1846, canjeado en Washington el 10 de junio de 1848, sobre garantía, neutralidad y libre tráfico por el istmo de Panamá. Este tratado fue violado por los Estados Unidos en 1903, respaldando a un puñado de vende patria para desmembrar a Colombia, impidiendo que ejerciéramos nuestra soberanía en el istmo. Se conoce en la historia como tratado Mallarino-Bidlack.

Es esta política imperialista inaugurada por el robo de Panamá, desmembrado a la fuerza de Colombia, lo que inaugura una nueva época en el Hemisferio, en contravía de la Doctrina Monroe. Época que ha sido llamada neocolonial, puesto que el dominio estadinense se ejerce de preferencia por medios económicos, ante todo la exportación de capital y el control de los mercados y los recursos estratégicos.

En 1861, los Estados del Norte declararon la guerra contra los separatistas estados del Sur, que se negaban a abolir la esclavitud. El enfrentamiento, denominado Guerra de Secesión, duró cuatro años y terminó con el triunfo de las fuerzas del Norte.

La guerra dio un impulso vertiginoso a la industria militar, como lo narra Julio Verne en su novela De la tierra a la luna. Dice en su primer capítulo:

Fundado el Gun Club, puede imaginarse lo que produjo en el terreno de la artillería el genio americano. Las máquinas de guerra adquirieron dimensiones colosales, consiguieron enormes distancias y produjeron un número de víctimas hasta entonces desconocido, por ejemplo, el cañón Rodman, que alcanzaba doce kilómetros y era capaz de aniquilar a 150 caballos y 300 hombres, o el mortero inventado por J. T. Maston, secretario perpetuo del Gun Club, cuyo disparo de prueba, por error, mandó al otro mundo a 337 personas.

La anterior cita, traducida a buen romance, significa que en el Gun Club se formó y se especializó la panda imperialista yanky, que han cometido toda clase de vejaciones contra nuestros pueblos; y es este, y no otro, el obstáculo primordial que no ha permitido que Colombia se desarrolle y crezca en beneficio de su pueblo, y que las garantías normativas sean la verdadera representación de nuestra vida independiente, de los derechos y libertades de los asociados sin ninguna injerencia extranjera.

Con el Tratado de París, firmado entre la España derrotada y la Unión Norteamericana, Estados Unidos se adueñó de Puerto Rico y sometió a Cuba, mediante la Enmienda Platt, a una especie de protectorado. Washington se arroga imperialmente el “derecho” de registro e intervención en los asuntos internos y externos de la nueva República. Después, el 18 de noviembre de 1903, el presidente Teodoro Roosevelt se toma a Panamá, territorio inalienable de la patria colombiana, y se apodera de la Zona del Canal, esgrimiendo un leonino documento, conocido como Tratado Hay-Bunau-Varilla. Las tropas estadounidenses invadieron también a Haití y a República Dominicana, sometida a registro financiero, y más tarde a Nicaragua, obligando al gobierno a firmar un tratado que le entregaba a Estados Unidos el control de una franja de su tierra con el objetivo de construir otro canal interoceánico. Fue a punta de fusil como Washington logra controlar todo el movimiento en el Caribe, las Antillas y el Golfo de Méjico.