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EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte


Francisco Muñoz de Escalona

 

 

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VI. EVALUACIÓN DEL MODELO CONVENCIONAL

En el capítulo anterior me he referido críticamente a los fundamentos y a la estructura del modelo convencional de economía del turismo. En este capítulo completaré el análisis crítico iniciado en el anterior.

Existen pruebas evidentes de que las llamadas peculiaridades del turismo están enraizadas en el enfoque por el lado de la demanda que implícitamente se aplica pero esas mismas peculiaridades se intensifican en virtud de los fines perseguidos: Estimar los efectos del gasto de los consumidores turistas en la economía del país visitado. Mejorar la información sobre el papel que el turismo juega en las economías nacionales de todo el mundo. Garantizar la credibilidad de las mediciones relativas a la importancia económica del turismo. Así se formulan los fines del modelo en la tantas veces citada obra de la OMT y otros organismos internacionales: Cuenta satélite del turismo: Recomendaciones sobre el marco conceptual (Madrid, 2001) Los tres fines tienen al unísono carácter prioritario. Los expertos se sirven del modelo conceptual para alcanzar los fines citados no para formular las leyes que explican la economía del turismo. Estudian el turismo desde fuera, tratando de conocer y medir sus efectos en la economía, no desde dentro, la naturaleza económica del turismo como actividad productiva previa y asincrónica de la actividad consuntiva.

La manifestación más evidente del enfoque aplicado se encuentra en la insistencia en definir al turista en función de notas diferenciales con respecto a los demás viajeros. Las abundantes y hasta caóticas nociones de turismo que se han aportado durante el siglo XX solo se diferencian en la nota diferencial elegida.

El método de notas diferenciales parece intuitivo pero es sensorialista, basado en la observación superficial de pautas de comportamiento de ciertos transeúntes. Por ello se comprende que lo aplique la gente en todo el mundo en una curiosa sintonía transnacional y transidiomática desde que, hallada la palabra turista por los parisinos, hacia la primera mitad del siglo XIX, se generalizó en todos los idiomas para designar un tipo singular de viajero procedente del extranjero, en especial del Reino Unido, por unos motivos que entonces empezaban a ser habituales y significativos, los placenteros.

Como ya he repetido, el escritor francés Maurice Alhoy fue el primer escritor que, en su Phisiologie des voyagers, obra publicada en 1848, imitó el método popular de las notas diferenciales para definir al turista. Después de él lo aplican todos los expertos, incluidos los lingüistas que tratan las voces turista y sus derivados en sus diccionarios. Sea un simple hablante o un excelso escritor, un pragmático empresario o un eminente experto, todos los que usan la palabra turista le dan el mismo significado, lo que le confiere, sin duda, una gran solidez idiomática, hasta el punto de que tratadistas muy señeros se basaron en este hecho para demostrar que la noción de turista que sostienen es la correcta por estar en sintonía con su significado lingüístico popular. Los expertos que redactaron la obra de la OMT antes citada dicen que en el lenguaje popular los turistas son personas que viajan por motivos de recreo y vacaciones (pero) las definiciones de visitantes y de turistas son mucho más amplias, silenciando que, hasta la conferencia de Ottawa’91, han coincidido plenamente ambas nociones, la popular y la canónica, y que, después de Ottawa’91, siguen coincidiendo más de lo que parece, pues a pesar de que se incluyan todos los motivos, la limitación de no percibir remuneración en el lugar visitado sigue siendo una nota diferencial que mantiene vivo el motivo placentero de antaño.

Lo mismo acontece con la palabra derivada turismo. Todos los que la usan le dan el significado de lo que hacen los turistas, esos viajeros que se distinguen de los demás por una serie de notas diferenciales, entre otras, las relacionadas con las motivaciones que generan el viaje, el tiempo de ausencia del domicilio habitual, la distancia recorrida, la época del viaje, los lugares visitados y las actividades que en ellos realizan. En suma, con la forma de comportarse antes y después del viaje, pero, sobre todo, durante el viaje. Las nociones de turista y de turismo son netamente populares, sí, pero su filiación sociológica es indudable y con esa naturaleza de origen se ha consolidado entre los expertos, aunque obviamente estos le hayan dado un aspecto más formalizado creyendo que basta con hacerlo así para que sean científicas. Pretenden identificar con precisión tanto al sujeto (el turista) como al objeto (el turismo o lo que hace el turista, por qué lo hace y donde lo hace) Solo lo consiguen en virtud del consenso generalizado y muchas veces gracias al contexto en el que se utilizan ambas nociones. No se olvide el origen popular del método explicativo del turismo elevado a científico a partir de las primeras décadas del siglo XX, pero que, a pesar de las abundantes e ingeniosas aportaciones de los expertos para dignificarlo, sigue siendo el mismo, la aplicación de numerosas notas (en general conductuales pero también sociales y económicas) para distinguir al viajero turista de los demás viajeros y de los residentes. De la noción popular de turista deriva la noción popular de turismo como de la noción científica o formalizada de turista deriva la noción científica y formalizada de turismo. Aunque ambas nociones difieran en las notas diferenciales utilizadas, no cabe duda de que coinciden esencialmente, junto con las nociones de los escritores y la de los empresarios.

Los expertos que se aproximaron al conocimiento del fenómeno tratando de aplicar las ciencias económicas añadieron a la noción sociológica y psicológica de turista y de turismo notas diferenciales de carácter técnico y económico, entre ellas, una que consideraron fundamental para el estudio económico del turismo, la de que el turista es un consumidor final diferente a otros consumidores finales por realizar sus gastos de consumo fuera de su entorno habitual. El turista se considera por ello como el paradigma del consumidor final porque cuando consume fuera de su entorno habitual no es más que un consumidor final en estado puro sin mezcla alguna de productor. Además, los gastos en consumo del consumidor turista no se recuperan nunca porque viaja para satisfacer necesidades autónomas, diferentes a las generadas por la realización de actividades negociosas o lucrativas, las cuales sí se recuperan, o se intentan recuperar, vendiendo a buen precio en el mercado los bienes o servicios producidos.

Es en esta relevante nota diferencial en la que, según los expertos, se basa el análisis económico que se hace del turismo. Pero a ella se unió otra más que la reafirmó. La nueva nota diferencial establece que, si bien lo normal es que la renta se percibe y se gasta en el mismo lugar, en el entorno habitual del perceptor - consumidor, en el caso del turista los gastos de consumo se realizan en un lugar diferente a aquel en el que percibe la renta, concretamente en el lugar que visita. Pero, como esta nota es aplicable a cualquier viajero, para identificar al turista a partir de ella hubo que añadir una nota más, la de que el turista consumidor nunca realiza una actividad remunerada en el lugar visitado, incluso aunque viaje por motivos de negocio.

Como se ve, el turista es el paradigma del consumidor final porque, al dejar transitoriamente de ser productor, es única y exclusivamente, eso, un consumidor final fuera de su lugar de residencia porque ha dejado momentáneamente de producir en él.

Los economistas británicos que en los años treinta del siglo pasado acuñaron esta nota diferencial, y los italianos y españoles que la aceptaron durante la segunda mitad del siglo XX, conceden a esta cadena de notas diferenciales una destacada significación económica en la medida en que, entre otros, tiene el efecto de romper la normal y necesaria realimentación de ingresos y gastos en el seno del sistema económico del país al que pertenece el entorno habitual del turista, puesto que el turismo provoca que una parte de la renta que se genera en él se gaste en otro sistema diferente, y que en este estén presentes, auque sea temporalmente, unos consumidores finales anormales, los turistas, cuyos gastos de consumo no pueden ser tenidos en cuenta por el Sistema de Contabilidad Nacional por su condición de no residentes.

Una ruptura parecida tiene lugar como consecuencia del comercio internacional, institución en virtud de la cual lo que se produce en una economía se consume en otra y es generalmente adquirido haciendo uso de las instituciones import – export que establecen canales de comercialización para expedir desde la economía que produce a la economía que consume. En este caso sí es posible estimar el consumo de productos de la economía de referencia por consumidores no residentes en ella gracias a las estadísticas que se elaboran con los datos obtenidos por los servicios aduaneros. Al poner de relieve la ruptura aludida con referencia al turismo y no hacerlo en el comercio internacional se está resaltando algo que sí es específico del turismo, que esta institución implica el desplazamiento del agente que gasta desde el sistema al que pertenece como agente económico (productor y consumidor) y como ciudadano (elector y contribuyente) a otro sistema diferente, en el que no es ciudadano ni productor sino, solo y pasajeramente, consumidor y, más específicamente, consumidor final, nunca intermedio, precísamente por no ser productor. La mayor o menor dificultad de la estimación del gasto in situ por consumidores no residentes en el caso del turismo no es consustancial a la ruptura que tanto preocupa a los expertos de turismo. Solo introduce una dificultad, a veces ciertamente insalvable, a la hora de llevar a cabo su cuantificación.

Es frecuente que se resalte en la literatura especializada la función exportadora del turismo sin necesidad de recurrir a las instituciones del comercio internacional. El economista español Manuel de Torres estaba convencido de que el tratamiento más eficaz del turismo es el que lleva a gestionarlo con mentalidad exportadora. Otro experto, esta vez italiano, Alberto Sessa, propuso una visión parecida, pero desde el país del visitante. Según Sessa, el turismo es una exportación de personas. La propuesta de Sessa es más profunda que la de Torres pero sorprende que no la llevara hasta sus últimas consecuencias. Ninguno de los dos se percató de que el turismo y el comercio exterior pueden comportarse como instituciones sustitutivas y, por tanto, competidoras, en numerosas ocasiones, cada vez más a causa de las progresivas mejoras en los medios de transporte y en las comunicaciones.

El turismo rompe aún más que el comercio internacional el circuito económico de ingresos y gastos que se produce en un sistema económico porque el turista es un agente económico que deja en suspenso temporal (en vacación) su condición de productor en el sistema económico emisor, al que pertenece plenamente, y se transforma en un mero y exclusivo consumidor final en el sistema económico receptor, al que no pertenece. De donde se desprende que el turismo genera una especie de transustanciación milagrosa de la naturaleza económica plena que el agente tiene en el sistema al que pertenece (productor, consumidor intermedio y consumidor final) a una naturaleza económica amputada en el sistema que visita (donde exclusivamente es consumidor final).

Si queda claro lo que acabo de decir, quedará claro también que el conjunto de recursos, bienes y servicios al que se denomina oferta turística es identificado en función de un tipo especial de viajero previamente identificado como consumidor y demandante final, el viajero turista, por medio de ciertas notas diferenciales.

Como sabemos, los empresarios (públicos o privados, con o sin fines de lucro) llaman turismo al conjunto de bienes y servicios que ofrecen a los turistas porque es lo que los turistas necesitan para satisfacer sus necesidades y deseos. En este conjunto destacan un subconjunto, el formado por los tres tipos de servicios: accesibilidad, transporte y hospitalidad. La evidencia más primaria muestra que son los más demandados por los turistas. El mejoramiento de la observación puso más tarde de manifiesto que hay otros bienes y servicios que también satisfacen las necesidades y deseos de los turistas y que su prestación deliberada (la oferta) puede ser ventajosa para los empresarios y para el país visitado. Estos servicios recibieron el nombre de oferta turística complementaria para distinguirla de la anterior, que pasó a ser llamada oferta turística básica. En la oferta complementaria se encuentran los servicios culturales, deportivos y recreativos pero pueden entrar otros muchos. La oferta turística se configura así como una lista siempre provisional y abierta, entre otras razones porque se admite que cada turista puede estar interesado por un conjunto diferente de bienes y servicios y porque también se admite que el conjunto de bienes y servicios que interesa a los turistas es diferente en cada lugar visitado.

En conclusión: la función de oferta en la economía del turismo, concebida desde el lado del consumidor, no está identificada y no es posible distinguirla de la oferta noturística.

Aunque es habitual entre los expertos considerar que el turismo es una actividad de servicios, hay que añadir que no solo no es una sino que son varias y que, además, hay otras, las que producen numerosos bienes, también objetivamente indeterminados. La inclusión de bienes en la oferta turística ha sido negada secularmente por los expertos en turismo hasta que a fines del siglo pasado se impuso la evidencia de que los turistas también necesitan consumir bienes en los lugares que visitan.

Para salvar la tradición y no tener que rectificar, el experto italiano Alberto Sessa propuso que el turismo es una actividad de servicios, clasificada por tanto en el sector terciario, en su “etapa final”, que debe ser la que se caracteriza por el uso de servicios de accesibilidad, transporte y hospitalidad. Lo que implica admitir soterradamente que en las etapas anteriores, el turismo también pertenece a los sectores primario y secundario.

Las propuestas derivadas de Ottawa’91 corrigen el tradicional reduccionismo del turismo a los servicios aceptando expresamente que también incluye bienes. Esta conferencia propuso sustituir las antiguas expresiones de oferta básica y oferta complementaria por otras como actividades totalmente turísticas y actividades parcialmente turísticas, o actividades características del turismo y actividades conexas con el turismo. Para ello se aplica un pseudo enfoque de oferta, que no es otra cosa que el persistente enfoque de demanda mal enmascarado en una lista predefinida de actividades productivas orientadas a los visitantes. Se contemplan tres grupos:

Productos característicos del turismo: productos que en la mayoría de los países, y en caso de ausencia de visitantes, dejarían de existir en cantidad significativa, o para los cuales el nivel de consumo se vería sensiblemente disminuido

Productos conexos al turismo: es una categoría residual que incluye aquellos productos que han sido identificados como específicos del turismo en un país pero para los cuales este atributo no ha sido reconocido a nivel mundial.

Productos específicos del turismo: el conjunto de las dos categorías anteriores. La OMT propone una lista provisional de ciento ochenta y ocho productos dejando en libertad a cada país para que designe dentro de ella los productos característicos y los productos conexos. Esta lista es similar a la llamada Clasificación Internacional Uniforme de Actividades Turísticas (CIUAT), en la que se incluyen ciento setenta y siete actividades, de las cuales setenta y cinco son totalmente turísticas y el resto solo parcialmente turísticas. Ambas son listas provisionales, sujetas a revisión empírica por observación de las variaciones en el tiempo y en el espacio del nivel de gastos de los visitantes.

He subrayado en la primera definición expresiones que ponen en evidencia que están hechas desde el lado de la demanda. La segunda podría responder a la aplicación del enfoque o perspectiva de oferta pero en realidad es consecuencia de la aplicación de un criterio estadístico. No creo que se precisen comentarios muy profundos, pero no cabe la menor duda de que todas las clasificaciones aportadas están hechas desde el lado del consumidor visitante. De seguir insistiendo en su aplicación sería aconsejable que la OMT encargara la fabricación de un turismómetro que diera a cada producto (bien o servicios) el grado que le correspondiera en atención a su utilidad para los turistas en cada país visitado. La escala podría ir de 100 a 0, correspondiendo el nivel 100 a los productos que fueran de utilidad a más turistas y en más países y el nivel 0 a los productos que no fueran de utilidad a ningún turista en ningún país. El aparato sería de una indudable utilidad para todos los turistas y en todos los países hasta el extremo de que si pudiera aplicarse a sí mismo marcaría el nivel 100.

Cuando la oferta se identifica de esta forma, en economía se dice que se aplica un enfoque de demanda. Es decir, que definidos los demandantes, se espera que sean automáticamente identificados, en función de ellos, los oferentes y sus ofertas como aquellos que orientan sus negocios a ofrecer (vender) a los primeros los bienes y servicios que demandan (compran) para satisfacer sus necesidades. Los demandantes son agentes que pertenecen a un sistema económico, aquel en el que son agentes económicos normales o completos. Los oferentes son agentes que pertenecen a otro sistema económico diferente, aquel en el que los demandantes son agentes económicos anormales o incompletos.

Espero que haya quedado también claro que la oferta turística está constituida, no por un solo tipo de bien o servicio, como pudiera alguien interpretar, sino por un conjunto heterogéneo de diferentes tipos de recursos, bienes y servicios. Llamo recursos a los elementos del patrimonio natural y cultural, algunos de los cuales son de uso público y son utilizados sin pagar un precio. Llamo bienes y servicios a todos los elementos que son de uso restringido y hay que pagar un precio para adquirirlos o utilizarlos. Y que la heterogeneidad es la consecuencia inmediata e ineludible del enfoque de demanda desde el que se formula el modelo convencional con el que se estiman los efectos económicos del turismo.

Entre las razones que contribuyen a creer que el turismo es una actividad económica bien definida se encuentran frases como este: El turismo (…) es una actividad que ha crecido sustancialmente durante el último cuarto de siglo como un fenómeno económico y social. La frase la he sacado de una publicación de la OMT. Sorprende que se diga que el turismo “es una actividad” después de haber dicho que el turismo se describe “como las actividades que realizan las personas durante sus viajes (…) con fines de ocio, por negocio y otros motivos”.

Este tipo de frases son muy frecuentes en la literatura de los expertos y también muy peligrosas por su extrema ambigüedad. Citaré otra similar: La última media centuria ha estado marcada por fuertes cambios en tecnología, transportes y comunicaciones (...) Estos cambios han propiciado el desarrollo de nuevas industrias (...) Una de esas industrias, el turismo, ha surgido de improviso y ha conseguido convertirse en una verdadera fuerza en muchas sociedades y países de varias partes del mundo. Aunque no usualmente considerada como una industria cohesionada, el crecimiento del turismo ha sido impresionante desde la segunda guerra mundial. He tomado la frase de la obra de Valene L. Smith y William R. Eadington (edits) Tourism Alternative, Potentials and Problems in the Development of Tourism (University of Pensilvania Press, Philadelphia, 1992, International Academy for the Study of Tourism)

La afirmación de que el turismo es la principal industria mundial contribuye a la creencia de que el turismo es una industria como las demás, formada por el reagrupamiento de establecimientos dedicados a la misma clase de actividad productiva. Pero lo cierto es que el enfoque de demanda identifica una oferta formada por una multitud de industrias heterogéneas.

El enfoque de demanda cae en confusión cuando se intenta aplicar el análisis económico al turismo y lleva a la adopción de medidas y estrategias incorrectas en los negocios.

Teniendo en cuenta la persistencia en la literatura de planteamientos más interesados en defender los intereses de la llamada industria turística que en su investigación científica, podría sospecharse que el mantenimiento de la ambigüedad es más propicio que la precisión y la claridad para conseguir los fines perseguidos. Frases como esta reflejan ese interés: Los países necesitan contar con datos estadísticos consistentes que garanticen la credibilidad de las mediciones relativas a la importancia económica del turismo. La frase es de la OMT. Ante afirmaciones tan sospechosas de parcialidad como estas hay que reivindicar una investigación del turismo científica y totalmente independiente de los intereses, sin duda legítimos, de las industrias privadas y de los organismos que los han asumido corporativamente. Entre otras cosas, porque la mejor defensa de esos intereses es hacer un análisis científico serio, honesto e imparcial.

La composición de la oferta de turismo por diferentes tipos de recursos y de bienes y servicios debe quedar claramente entendida y estar continuamente en la mente del analista a pesar de que después de Ottawa’91 se ha querido distorsionar espacial y temporalmente la oferta y la demanda y aceptar que pueden no coincidir, lo que más que como una singularidad del turismo hay que calificar como una seria anomalía científica que ha de ser corregida cuanto antes. Solo así se evitará caer en la frecuente confusión, en la que caen los expertos en turismo e incluso la legislación reguladora, esta por influencia de aquellos, que hablan de la oferta turística como si fuera un bien o servicio objetivamente identificado y en numerosas ocasiones como si fuera exclusivamente un servicio de hospitalidad y a veces solo hotelero.

Para reafirmar aun más si cabe la forma de identificar el turismo como oferta y las anomalías a las conduce voy a referirme a los razonamientos que hizo José María Fernández Pirla, en 1966, como profesor de los cursos organizados por el Instituto de Estudios Turísticos de España. Fernández Pirla comenzó por reconocer el acusado matiz económico que tiene la actividad turística, razón por la que, en su opinión, exige un estudio previo (¡!) de las condiciones en que la actividad económica turística se desarrolla. Tiene gran interés que Fernández Pirla estuviera reconociendo indirectamente con esta frase que aun no se había formulado una teoría económica de carácter general del turismo. Más adelante demostraré que ni entonces ni ahora existe tal disciplina. Desgraciadamente, declinó trabajar en esa línea y prefirió situarse entre los expertos que aplican el enfoque de demanda al turismo.

A lo que Fernández Pirla se refería era a una teoría económica que considerara, en primer lugar, el turismo como una manifestación de consumo. Demuestra con esto que no conocía la obra que Kurt Krapf escribió en 1953 para postular a una cátedra de la Universidad de Berna y que ya he comentado antes. Sin embargo, y aquí es donde radica su acierto, añadió algo que olvidaban y siguen olvidando los economistas dedicados al turismo: él buscaba una teoría económica del turismo que, en segundo lugar (¡!), considerara al turismo como una manifestación de producción. Lamento que Fernández Pirla no profundizara en el desarrollo de este interesante atisbo. De haberlo hecho cabe la posibilidad de que le hubiera llevado a poner las bases de una teoría económica del turismo que lo concibiera como el output de una actividad de producción perfectamente identificada, como cualquier otra, en función de sus características objetivas. Si lo hubiera hecho habría caído de bruces en la heterodoxia porque entonces era aun más prepotente que hoy la noción canónica. Sin embargo, el mero hecho de hablar del turismo como manifestación de producción sitúa a Fernández Pirla entre los precursores de la visión que vengo propugnando desde 1988, la que aplica el análisis económico al turismo como se aplica a las actividades productivas, concebidas sin excepción desde el lado de la oferta.

El economista español citado reconocía, a mediados del siglo XX, que cuando nosotros hablamos de turismo estamos implicando en este término una gama muy amplia de servicios o incluso bienes, aunque, por razones de economicidad en la expresión, hablamos siempre de demanda y de oferta de turismo.

Por ello aconsejaba que, cuando hablemos de turismo, dejemos claro que estamos hablando de un conjunto de servicios de transporte, de hostelería, de diversiones, incluso hasta de compras de multitud de bienes y de otros servicios. Se refería a aquellos bienes y servicios que, si no fuera por el turismo, no se venderían o se venderían en menor cantidad e incluso a menor precio, con lo que se adelantaba al concepto post Otawa’91 de las actividades características del turismo. Es evidente que para Fernández Pirla, el turismo es ese conjunto de bienes y servicios que compran los turistas, los viajeros y los residentes.

Este era para Fernández Pirla, el concepto del turismo como objeto, es decir, el elemento material del que hablaban los primeros expertos. A partir de aquí, Fernández Pirla abandona la concepción del turismo como producción (oferta, ventas, ingresos) y se engolfa en la concepción del turismo como consumo (demanda, compra, gastos). A partir de aquí deja de ser original para seguir estrictamente el modelo convencional.

No debe de extrañarnos, en consecuencia, que haya expertos que, conscientes del confusionismo reinante, digan que el estudio del turismo es enigmático y bizarro por ser diferente al estudio de los demás sectores de la economía. Algo que aceptan como inevitable y consustancial a las peculiaridades intrínsecas del turismo, al que tienen por ser un fenómeno social especialmente complejo y de difícil y problemático conocimiento que solo es posible conocer, y no de un modo completo, con ayuda de todas las ciencias conocidas, no solo de las sociales (sociología, geografía, psicología, antropología, economía, marketing, filología y otras) sino, también, de las naturales, sobre todo de la biología y la climatología, y también de las ingenierías, así como de la arquitectura, el paisajismo y el urbanismo. Nadie discute hoy que el turismo sea conceptualizado como una materia multidisciplinar, imposible por ello de estudiarse con una sola ciencia, sobre todo si esa ciencia es la economía. Algunos llegan a afirmar (Alberto Sessa, entre otros) que la aplicación de la economía al estudio del turismo debe ser especialmente evitada porque, siendo parcial, impide avanzar en su adecuado conocimiento. Es frecuente oír y leer que la literatura del turismo padece las consecuencias del economicismo, es decir, de una excesiva aplicación de la economía. Quienes sostienen esta opinión confunden economía con afán de lucro, un afán del que para ellos derivan todos los males de este mundo. Ni la economía se reduce a estudiar exclusivamente las actividades realizadas con afán lucrativo ni el afán lucrativo es el causante de todas nuestras desgracias.

A estas posturas lleva la afirmación que hacen algunos estudiosos para quienes, aunque el turismo tiene aspectos económicos, es un fenómeno tan rico que desborda ampliamente la mera economía. Nada que objetar. Tan solo comentar que, si es así como dicen, no sería malo que se aplicara la economía sin caer en graves anomalías y que los estudiosos de otras ciencias apliquen sus métodos y eviten caer, como tan a menudo acontece, en un manejo inadecuado del análisis económico.

Acontece con la concepción científica (o formalizada) del turismo como con la noción de turista, que tanto se matizó que se hizo inaplicable para los fines a los que se destina, y hubo por ello que rechazarla, y optar por otras menos ambiciosas, más descriptivas y, por consiguiente, también más económicamente operativas, aunque todavía no se ha llegado hasta las últimas consecuencias del proceso iniciado hace años. De modo similar, los desarrollos teóricos exquisitamente formalizados que se acostumbraban a hacer antes de la década de los setenta, fueron sustituidos por otros más descriptivos y pragmáticos, lo que parece conveniente, pero dejan a la materia, en la práctica, en manos de empresarios y funcionarios públicos acuciados por los problemas diarios, y, en el plano académico, en manos de disciplinas como la geografía y el marketing, descriptivas, más bien pragmáticas y escasamente abstractas, alejándola de la economía y la sociología. Se ha reaccionado tan indiscriminadamente ante el exceso de teorizaciones que en el pasado abrumó la investigación del turismo que hoy ha quedado totalmente desguarnecido del más elemental contenido teórico, del que cabía esperar una crítica razonable del pasado teorizante y del presente pragmático y capaz de resituar la investigación sobre las premisas adecuadas al método científico.

El rechazo a planteamientos teóricos no es nuevo entre los expertos del turismo como queda recogido en el capítulo III, pero, desde que el marketing y la geografía son las disciplinas hegemónicas en el estudio del turismo, los escasos reductos teóricos que quedaban han sido arrasados en su casi totalidad. Ante una situación como esta debo recordar que solo disponiendo de una adecuada conceptualización teórica del turismo es posible seguir avanzando en su conocimiento si realmente aspiramos a resolver problemas prácticos. Solo el correcto planteamiento de un problema garantiza una solución óptima porque, como ha dicho alguien, nada hay más práctico que una buena teoría.

Una de las muchas reducciones que en aras del pragmatismo han realizado los expertos del turismo ha sido la de creer que el turismo es un servicio y que por tanto forma parte del terciario. Es una creencia implantada por el marketing y tan generalizada está ya que nadie la cuestiona. De esta creencia se pasa a la convicción de que la rama del marketing aplicable al turismo es la que se especializa en los servicios. Recordemos que Sessa se esforzaba, ya en la década de los setentas, llevado por la influencia creciente del marketing, a decir que el turismo, en su última etapa, es una actividad de servicio. Servicios son, en efecto, el transporte y la hospitalidad, así como los guías y otros muchos, como los de salud, policía, cambio de moneda extranjera, intérpretes, recreación, exposiciones, actividades culturales, etc. Lejos quedan las enseñanzas de los primeros expertos, para quienes el turismo como oferta está formado por un heterogéneo conjunto de recursos, bienes y servicios como consecuencia inevitable del implícito enfoque de demanda aplicado. La reducción de la oferta de turismo a un conjunto previamente seleccionado de servicios no tiene fundamento lógico o teórico. Es solo el resultado de una aproximación pragmática alcanzada a través del rechazo a las concepciones teóricas aplicadas en otros tiempos, equivocadas, es cierto, rechazadas y sustituidas por un consenso implícito y oportunista entre expertos practicones, cuando lo que se debió hacer es refutarlas y formular un modelo explicativo mejor fundamentado evitando las incoherencias del anterior.

La cuestión es bien clara: si no se modifica el enfoque de demanda latente en la concepción de la oferta de turismo no es posible reducir la oferta a un conjunto mayor o menor de servicios. El enfoque de demanda que late en la noción de la gente, noción que hicieron suya los primeros expertos del turismo con algunas aportaciones en la misma línea, les condujo a concebir al turista como un consumidor final específico por desplazado temporal o pasajeramente fuera de su domicilio habitual. Pero, por muy específico que sea, el turista como consumidor final desplazado es idéntico a otros consumidores finales desplazados y también a los consumidores finales no desplazados o residentes en el lugar de referencia.

Como ya observaron algunos expertos, en base a esta noción teórica, que no obstante sigue latente en la noción de los pragmáticos, no es posible identificar con la precisión requerida la oferta a la que insistimos en llamar turística. Dicho de otro modo, es evidente que la oferta turística es igual que la oferta no turística. Si algún lector no lo comprende, o no acepta, la identidad a la que el enfoque de demanda conduce entre oferta turística y noturística, propongo hacer un sencillo razonamiento que tiene el inconveniente de necesitar una exposición previa para no economistas.

A mediados de los años treinta del siglo pasado, dos economistas norteamericanos, Clark y Fisher, coincidieron, cada uno por su lado, en agrupar las actividades productivas de un sistema económico en función del grado de transformación de los productos. Ambos propusieron formar tres grupos o sectores. La clasificación tuvo tanto éxito que ha logrado pasar al lenguaje ordinario. Hay economistas que hablan de estos tres sectores como si tuvieran un carácter casi ontológico, como si fueran consustanciales a la naturaleza de los productos o mercancías. Los tres grandes “sectores” son:

Sector primario: incluye las ramas productivas que se basan en la extracción (en sentido amplio) de lo que ya existe, como la agricultura, la ganadería, la silvicultura, la minería y la pesca. Es el sector abastecedor de materias primas del sector secundario.

Sector secundario: incluye las ramas productivas que transforman los productos obtenidos por las ramas productivas del sector primario (considerados como materias primas o productos semielaborados) en otros productos diferentes porque incorporan más valor añadido actual (trabajo) y acumulado (capital). Es el sector de la industria transformadora incluida la construcción de edificios.

Sector terciario: incluye todo lo demás incluido el conjunto de actividades encomendadas al sector público (el gobierno o administración de la res pública). Es un sector tipo cajón de sastre, en el que se incluyen auténticos servicios (bancos, seguros, gestorías, seguridad, comercios, alojamiento, refección, mensajería, enseñanza, salud) junto con otros que encajan mejor en el sector secundario (electricidad, agua, telefonía, transportes, radiodifusión y talleres de reparación entre otros). La inclusión de ciertas ramas productivas en este sector obedece a criterios arbitrarios que han terminado por ser admitidos de un modo generalizado)

Decir que la oferta de turismo pertenece al sector terciario es postular contra toda lógica y por simples razones de operatividad que está formada solo por servicios de transporte, alojamiento, refección, comunicaciones, recreación, espectáculos e intermediación (agencias de viajes) olvidando, o relegando a lugares secundarios, otros bienes y servicios que también adquieren los turistas (los de los bancos, compañías de seguros, ciertos tipos de comercios, los de salud y muchos otros bienes y servicios ofrecidos por el sector privado y por el sector público (los de seguridad, de inmigración e información, entre otros) si hablamos solo del turismo de ocio.

Pero el sistema productivo de un país no solo puede ser clasificado con enfoque de oferta. También puede ser clasificado con enfoque de demanda. Si lo hacemos así, podemos configurar los siguientes sectores:

Sector de bienes de equipo: incluye a los productores que venden sus fabricados a otros productores

Sector de bienes finales: incluye a los productores que venden sus fabricados a los consumidores finales

Sector de servicios a las empresas: incluye a los productores que venden sus servicios a otras empresas.

Sector de servicios finales: incluye a los productores que venden sus servicios a las familias

Cada uno de ellos puede subdividirse en dos:

Sector exportador: incluye a los productores que venden sus fabricados a clientes localizados en el exterior

Sector doméstico: incluye a los productores que venden sus fabricados a clientes localizados en el interior

A efectos de lo que pretendo demostrar, el sistema productivo de un país se puede clasificar aplicando un enfoque de demanda en dos grandes sectores:

Sector residencial: incluye a los productores que venden bienes y servicios a los residentes permanentes

Sector turístico: incluye a los productores que venden bienes y servicios a los residentes pasajeros o turistas, la antaño llamada población flotante.

Podría haber configurado también el sector de los viajeros noturistas, pero para lo que quiero demostrar no es preciso hacerlo.

Si tomamos los tres sectores que resultan del enfoque de oferta y los dos últimos sectores que resultan del enfoque de demanda, tendremos la siguiente tabla de doble entrada, que espero que sea fácilmente entendible incluso por quienes solo tienen ligeras nociones de notación matemática:

(Cuadro 1)

Desde el enfoque de demanda del modelo convencional, la oferta de turismo se identifica, inexorablemente, por medio de la siguiente identidad:

Oferta turística (no residencial) ═ ∑X21, 22, 23

La tabla muestra que la oferta turística se compone de los productos elaborados por ramas productivas incluidas en los sectores primario, secundario y terciario.

La oferta residencial viene identificada por la identidad

Oferta no turística (residencial) = ∑X11, 12, 13

Compuesta igualmente por productos elaborados por ramas productivas de los sectores primario, secundario y terciario.

La pregunta es inmediata: ¿En qué se distingue la oferta turística de la oferta residencial?

La respuesta es doble: Cualitativamente, en nada. Cuantitativamente, según el nivel de gastos de cada colectivo de consumidores demandantes.

En el libro de Manuel Fraga Iribarne, ministro español de turismo antes de la democracia, El debate nacional (Planeta, 1981), se puede leer esta frase reveladora: Lo que el turismo necesita para consolidarse es:

• seguridad ciudadana

• convivencia pacífica, agradable y alegre

• buenas infraestructuras de sanidad, transportes comunicaciones, etc.

• defensa de la naturaleza y del patrimonio artístico y cultural

• suministros abundantes y económicos de elementos de sana alimentación

Candorosamente, el ex ministro, que fue profesor universitario y en la actualidad es presidente del gobierno regional gallego, termina su pensamiento con esta frase: En definitiva, (lo que el turismo necesita es) todo lo que una sociedad necesita para vivir bien, con buenas maneras y con alegría de vivir. Como el lector puede comprobar, ninguna referencia a la producción de algo que sea específico y diferente. Para Fraga como para los expertos que le asesoraron, turismo y noturismo son una y la misma cosa. He aquí la paradoja o, si se quiere, el absurdo en el que cae un pensamiento que aspira a recibir el calificativo de científico. Habrá que preguntar al eminente autor de la frase y a quienes la sostienen si la teoría que late en ella permite diferenciar la oferta turística de la oferta noturística.

Si el modelo convencional lo aplicamos a una ciudad concreta cabe la posibilidad de que los gastos de consumo de los turistas superen a los gastos de consumo de los residentes. Existen ejemplos reales de esta situación. Son las ciudades que algunos llaman “destinos turísticos”. En USA se puede citar la ciudad de Las Vegas; en Europa, Montecarlo, Capri o Benidorm; en América Latina, Bariloche o Punta del Este. Pero no existe ningún país de cierto tamaño en el que el gasto turístico supere al gasto residencial. A escala global, es indudable que la oferta residencial desborda en muchos enteros a la oferta turística. ¿En que se basa la Organización Mundial del Turismo para afirmar que la industria turística es la primera industria mundial? La OMT ha mostrado en las últimas décadas la misma resistencia a corregir el enfoque de demanda con el que se conceptualiza el turismo que la AIEST para rectificar la mostrenca definición de turista que defendió durante medio siglo.

En 1991, con motivo de la Conferencia Mundial de Turismo de Ottawa (Canadá), la OMT se convenció de que había que adoptar una nueva conceptualización del turismo. Así lo divulgaron a los cuatro vientos sus funcionarios. La propuesta de revisión quedó recogida en una nueva definición de turismo y en la llamada Clasificación Internacional Uniforme de las Actividades Turísticas (CIUAT) La nueva definición canónica es la siguiente: Turismo es el conjunto de actividades que realizan las personas durante sus viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual por un periodo de tiempo inferior a un año con fines de ocio, negocio y otros motivos. Se advierte el cuidado puesto en no referirse a los turistas, tal vez para no caer como en otras ocasiones en las habituales definiciones tautologías, pero la frase utilizada no es más que una nueva definición de turista basada en notas diferenciales y en la que se abandona aparentemente el sentido estricto en el que tantos años se insistió para asumir, solo formalmente, el sentido amplio que tanto se rechazó en el pasado.

La CIUAT propuesta en Ottawa consta, como ya he dicho, de 177 actividades, de las cuales 75 son “plenamente turísticas” y las demás (102) “parcialmente turísticas”. No ha habido, pues, cambio alguno en la conceptualización que desde hace casi siglo y medio se aplica al turismo, una conceptualización en la que es manifiesto el enfoque de demanda, gracias al cual se puede decir que todos o un amplio conjunto de los bienes y servicios que produce el sistema productivo son o pueden ser turísticos, es decir, que sirven o pueden servir para satisfacer necesidades de los turistas… ¡y de los residentes y de los viajeros noturistas!

El enfoque de demanda aplicado a la identificación de la oferta turística hace del turista una especie de Midas al asumir que los bienes y servicios que toca se convierten en productos turísticos. Una transustanciación más entre las que se operan por el turismo cuando se concibe desde la demanda.

Ya he dicho en el capítulo anterior que la versión post Ottawa’91 del modelo convencional de economía del turismo, practica una distorsión espaciotemporal entre la oferta y la demanda de turismo. La publicación oficial de la OMT en la que me he basado para exponer la versión post Otawa’91 en el capítulo anterior presenta una tabla de doble entrada sospechosamente parecida a la que presento más arriba. Digo sospechosa porque es la primera vez que veo este tipo de tabla en la literatura ortodoxa del turismo, porque no se hace la más mínima mención al trabajo de Información Comercial Española en el que la publiqué hace quince años y porque este trabajo fue silenciosa pero imperiosamente rechazado por la OMT.

La tabla que la OMT propuso en 2001 tiene dos sectores horizontales o de demanda: el sector de visitantes y el sector de no visitantes

Y tres sectores verticales o de oferta: Sector de productos característicos del turismo, sector de productos conexos con el turismo y sector de productos no específicos del turismo

El primer sector es denominado también producción principal (sospecho que es el que incluye las 75 actividades totalmente turísticas de la CIUAT) Los dos últimos son agrupados para denominarse producción secundaria (que es posible que incluya las 102 actividades llamadas parcialmente turísticas de la CIUAT)

Tanto la producción primaria como la secundaria constituyen las denominadas actividades específicas del turismo (tal vez por error, la publicación las llama características) de las que dice que hacen referencia “exclusivamente a los productos que son de naturaleza turística”, una nueva denominación que aumenta la ya insoportable confusión terminológica.

La tabla repite tres veces los tres sectores de oferta. Es curioso que no explique la razón que lleva a esta repetición, pero sospecho que refleja los tres tipos de entidades que contempla el modelo al servicio del consumo turístico de los visitantes: Las empresas con fines de lucro, las administraciones públicas y las instituciones sin fines de lucro al servicio de los hogares.

Puedo aventurar otra interpretación, aunque menos verosímil por no remitir a tres grupos sino solo a dos: Productores que no pertenecen a la categoría de actividades características del turismo y productores que sí pertenecen a esta categoría.

Y aun quedaría otra interpretación: Productores de los productos adquiridos antes y después del viaje, obviamente localizados en el país del entorno habitual del visitante, productores de los productos adquiridos en el viaje, por supuesto localizados en el país visitado, y productores de los productos adquiridos fuera del contexto de un viaje específico, localizados en cualquier país menos en el visitado. En cualquier caso, los tres tipos de entidades con sus correspondientes sectores verticales (característicos, conexos y no específicos) aportan en total nueve sectores verticales a los efectos de lo que se llama pomposamente análisis desde el enfoque del consumo turístico y también análisis desde la perspectiva de la demanda.

El llamado análisis desde el enfoque de la oferta turística y también análisis desde la perspectiva de la oferta solo contempla uno de estos grupos de tres sectores verticales.

Esta es la consecuencia de lo que he llamado distorsión espaciotemporal que la versión post Otawa’91 practica entre la oferta (actividades específicas del turismo) y la demanda (consumo turístico de los visitantes)

A continuación reproduzco la tabla de doble entrada que propone la OMT, tal vez como alternativa a la que yo propuse en 1988, ya que la similitud con ella así parece indicarlo. La reproduzco de un modo reducido, es decir, introduciendo solo un grupo de los tres grupos de sectores verticales, por razones de comodidad, pero no se olvide que la fuente incluye dos cuadros más iguales al remarcado con líneas dobles.

(Cuadro 2)

La expresión “producto turístico”, generalizada en la literatura del turismo hasta niveles casi paranoicos desde que el marketing se aplicó al estudio de esta materia, no significa nada, o, lo que es lo mismo, significa lo mismo que producto noturístico.

Los especialistas en marketing que trabajan para las llamadas empresas “turísticas” introdujeron la expresión “producto turístico”, no utilizada en la literatura anterior a los años setenta. Llevados por su pragmatismo a ultranza, al aceptar de los expertos que les precedieron que ciertas empresas de servicios son las empresas “turísticas”, no tuvieron inconveniente en llamar a sus servicios “productos turísticos”. Más tarde decidieron que los servicios no son productos sino “servuctos” y que a la producción de servicios hay que llamarla “servucción”. Hace años que los servuctivos dejaron de insistir, pero estuvieron muy cerca de conseguir el éxito.

Los expertos en turismo hicieron suya la noción de turista de la gente, esta noción de turista, a pesar de sus transformaciones en manos de los estudiosos, nunca se despegó de las notas diferenciales sobre la que está construida para diferenciar a los turistas de otros viajeros: la búsqueda del placer, el descanso, la recreación, la curiosidad, el deporte por afición y las diversiones (siempre dentro de la más estricta eutrapelia). Como el turista es un vacacionista, alguien que disfruta de ocio o tiempo libre, no puede ser un productor o un negociante. Si el turista no es un productor no puede ser otra cosa más que un consumidor. Pero no un consumidor intermedio sino un consumidor final, el consumidor que consume para satisfacer sus necesidades, no por afán de lucro o para hacer negocios rentables.

Aunque se abandonó la noción estricta, turismo de ocio, y se admitió la noción amplia, turismo de ocio y negocios, cualquiera que sea la noción aceptada, el turismo es siempre concebido como un conjunto de ramas productivas orientadas al turista como consumidor final.

El conjunto de ramas productivas que forman la oferta de turismo es, en principio, el mismo conjunto de ramas productivas que forman la oferta de noturismo. Caso de que no coincidan no existen criterios que permitan distinguirlas. La oferta de turismo no queda, pues, identificada aplicando el enfoque de demanda. Si la función de oferta no está identificada no se puede aplicar el análisis económico al estudio del constructo turismo, me refiero al análisis microeconómico. Pero, sorprendentemente, se aplica, como demuestra, por ejemplo, que Krapf dijera que la demanda de turismo está sujeta a la ley de sustitución, como si el turismo fuera un bien o servicio objetivamente identificado.

El turismo no es, en efecto, una industria cohesionada, pero ¿no es más claro decir que el turismo es un conjunto de industrias de los tres sectores clásicos de la economía?

Las alusiones equívocas al turismo como una industria cohesionada se refuerzan con las que lo confunden con la industria hospitalaria y más precísamente con la hotelera, que, como dije en el capítulo I, suelen ser empresas verticalmente integradas.

Junto al reduccionismo de la oferta turística a las empresas hoteleras persiste la visión indiscriminada de llamar turismo a todo lo que se ofrece en un “destino”, sobre todo si el destino es “turístico”.

Frente al reduccionismo práctico de unos está el generalismo teórico de otros, entre los que hay que citar al experto español, Luis Fernández Fuster, uno de los más convencidos generalizadores del turismo.

Los expertos, aunque profesan la noción canónica, lo hacen a través de un planteamiento no explicitado que se desprende de ella. Fernández. Fuster, como antes Pulido, entiende por turismo no solo el conjunto de relaciones que tienen lugar en un lugar como consecuencia de la estancia de turistas sino también el soporte material de las mismas. Pulido, como economista, se ocupa del gasto que hacen los turistas gracias a la existencia de esos soportes o infraestructuras. Fernández. Fuster, como filósofo, profesaba una concepción universalista, ajustada a la definición clásica.

Si se aplica el análisis económico sin cuestionar la noción canónica de turismo, una opción lógica es utilizar el modelo general de Walras / Pareto, o la versión matematizada que de él dio Wasilly Leontieff, denominado modelo input – output o de relaciones interindustriales En España, el Gabinete de Estudios Económicos del Instituto de Estudios Turísticos elaboró la primera tabla input-output de la “economía turística” española. La tabla se construyó bajo la dirección de Ángel Alcaide Inchausti, uno de los cuatro economistas que construyeron la primera tabla input-output de la economía española, referida a 1954, en 1957.

Para los no economistas diré que el modelo económico de relaciones intersectoriales que formuló el economista polaco naturalizado en USA Wasilly Leontieff que le llevó a ganar un premio sueco de Economía equivalente al Nobel, se basa en la gran maraña de intercambios que diariamente tiene lugar en un sistema económico entre todos los productores entre sí y entre los productores y los consumidores. Los intercambios entre productores se llaman en economía demanda intermedia o consumo intermedio, y los que hacen los productores y los consumidores, demanda final o consumo final. El consumo intermedio son gastos de las empresas que se anotan en sus cuentas como costes de producción. El consumo final es el gasto que hacen las familias en la cobertura de sus necesidades de primer orden (vitales) y de orden sucesivo (semivitales y de lujo)

El sistema económico de producción y consumo de la economía se representa por una tabla de doble entrada en la que figuran los productores agrupados de acuerdo con cierta similitud o semejanza entre los productos obtenidos y los consumidores finales (las familias) como oferentes de mano de obra y como demandantes de los productos de las empresas. Una tabla de relaciones industriales puede tener un número variable de “sectores” productivos y consuntivos, cuantos más sectores tenga mejor representado estará el sistema de referencia, pero si tiene un número grande su coste será muy alto y su manipulación requerirá disponer de gran capacidad de cálculo.

El modelo de relaciones intersectoriales cubre con mayor o menor precisión toda la economía (las empresas productoras, las familias consumidoras y el sector público como productor y consumidor) Por esta razón, los estudiosos del turismo con enfoque de demanda vieron en el modelo input – output la posibilidad de prestarse mejor que otros modelos parciales a la estimación del gasto total y desglosado por partidas realizado por los turistas, gasto que, obviamente, coincide con los ingresos que tienen las empresas por sus ventas a los turistas. La dificultad no es otra que la insuficiente precisión de las estadísticas para conocer los gastos de los turistas y las ventas de las empresas a los turistas. Aun así se construyen tablas input – output para numerosas economías nacionales y regionales. Su eficacia podría ser grande. El que finalmente tengan una eficacia limitada e incluso en algunos casos discutible depende como digo de la baja calidad de los datos disponibles.

La primera tabla input-output de la economía turística española corresponde a 1970 y se publicó en 1975. Después de han construido otras. La segunda se refiere a 1974 y se publicó en 1977. Posteriormente se han elaborado dos más, la de 1978, publicada en 1981 y la de 1982. Posteriormente se construyó una más, de nuevo por desglose de la “general”, pero hoy parece haber pasado esta moda, al ser sustituida por otra técnica contable, basada en la construcción de cuentas satélites al Sistema de Contabilidad Nacional. El Instituto Nacional de Estadística trabaja en las cuentas satélites del turismo para aportar estimaciones ajustadas de la aportación de la economía del turismo al PIB por creer que son más fiables que las derivadas de la tabla input – output.

El mero hecho de elaborar unas tablas de relaciones intersectoriales presupone, aunque no se explicite, aceptar la concepción canónica del turismo. Como ya dije en el artículo publicado en 1988, una consecuencia lógica del enfoque usual en el estudio del turismo lo constituye la elaboración de tablas de relaciones intersectoriales de la economía turística, que no pueden ser otra cosa que tablas I-O en las que se utiliza una sectorización que desglosa más los sectores considerados como oferta turística (alojamientos, restauración, transporte de viajeros, agencias de viajes, etc.). En la página 14 de la tabla española de 1974 se dice que el turismo, en su amplia proyección humana, presenta un conjunto de caracteres (económico, político, legislativo, urbanístico, etc.) que, en todo tratamiento en profundidad, no deben ser ignorados.

Más adelante, los autores afirman que, al elaborar la tabla, aplicaron una concepción del turismo exclusivamente económica, delimitando “con objetividad” las actividades o “sectores” de la misma, aunque, en algunos casos, eran actividades que no planteaban dificultades, como era el caso de la hostelería, el transporte y las agencias de viajes, a pesar de que incluso en estas tuvieron serias dificultades al comprobar que no toda su producción es necesariamente turística. Pero las verdaderas dificultades las tuvieron al considerar las que llaman actividades dirigidas menos contundentemente al consumo de los turistas.

Las dificultades a las que aludían los autores de la primera TIOT española pueden llegar a ser insalvables como consecuencia del subjetivismo propio del enfoque aplicado al turismo. Los autores de la tabla eran plenamente conscientes de ello. Se vieron en la necesidad de advertir que, tratando de ser muy ortodoxos y dentro de criterios de absoluta pureza, desde el punto de vista económico se entiende, solo tuvieron en cuenta la producción que pudo ser imputada con claridad al turismo, por ser demanda final dirigida hacia los sectores turísticos exterior e interior y la que, aun siendo absorbida por el consumo intermedio, está motivada por viajes o desplazamientos. Las demás no fueron asignadas al turismo, es decir, a la aportación del turismo al Producto Nacional.

Era claro que el equipo que elaboró las Tablas Input Output de la Economía Turística (TIOET) en el IET profesaba la concepción hegemónica del turismo, la noción propuesta por los expertos de los países alpinos, elevada a la categoría de oficial o canónica por la AIEST.

El equipo que construyó la primera tabla española publicó en Estudios Turísticos (nº 49/50) un artículo en el que se lee esta profesión de fe canónica: el turismo no se comporta, desde un enfoque puramente económico, igual que otros sectores de la industria, la agricultura o los servicios. Sus caracteres: heterogeneidad de los productos ofrecidos (repare en la frase el lector), fuerte movilidad de la demanda (se refieren a la movilidad física, no a la económica); consumo "in situ" (en el lugar donde se localiza la oferta, no en el de residencia del consumidor); intensa interdependencia con gran número de ramas productivas (de nuevo pido atención a la frase, extremadamente clara por la referencia a la multisectorialidad productiva a la que lleva el enfoque de demanda, no solo a la mera interdependencia, una característica que tiene también el transporte), alta sensibilidad a todo tipo de cambio, crisis por expansión, etc., configuran al turismo como una actividad muy compleja, de difícil cuantificación de sus efectos y con una más difícil contabilización de sus resultados y productos.

Ni por asomo se les ocurrió, ni a ellos ni a otros expertos de cualquier nacionalidad, ni antes, ni entonces, ni ahora, plantearse si la dificultad que presenta el estudio del turismo es consustancial a la realidad estudiada o una consecuencia de su conceptualización teórica con enfoque de demanda.

Según la noción canónica que sigue presente en la noción pragmática que la sustituyó, la oferta turística es, evidentemente, una magnitud agregada, es decir, una macromagnitud económica.

Si lo que se percibe por simple observación es que los visitantes realizan una compleja demanda de bienes y servicios en los lugares visitados, como ya advirtió Michele Troisi en 1940, es comprensible que surja una oferta igualmente compleja de bienes y servicios en dichos lugares, un conjunto del que pueden formar parte bienes y servicios inexistentes, pero, también, los que ya existían antes de la llegada de masiva de los turistas.

Por ello, en principio, cualquier producto, bien o servicio, ofrecido por las empresas del lugar visitado es susceptible de ser demandado por los visitantes, aunque, como hemos visto, la CIUAT redujo arbitrariamente el conjunto a 177 actividades no todas felizmente turísticas en plenitud a “solo” 75. Pero, como es obvio, todo lo que sea más de una implica caer en el escollo de la no identificación económica. A pesar de tan drástica reducción, en pura lógica, lo mismo da que llamemos turísticos a “todos” o solo a “algunos” productos obtenidos en el lugar de referencia puesto que en ninguno de los dos casos podemos diferenciarlos de los noturísticos. En consecuencia, la llamada oferta turística no está identificada en la literatura convencional, lo que equivale a decir que no es posible aplicar el análisis económico al estudio del turismo. Cuando se aplica, como hacen los expertos, se cae en serias anomalías tanto teóricas como aplicadas. En lugar de corregir el enfoque utilizado o de renunciar a la aplicación del análisis económico, los expertos justifican sus planteamientos aludiendo a la Singularidad, Especificidad y Complejidad del fenómeno turístico. Las tres características apuntadas tienen tanta fuerza que obligan a los expertos a estudiar el fenómeno de un modo que cae en lo paradójico: postulan que hay que utilizar todas las ciencias sociales en el estudio de turismo (la multidisciplinariedad lleva años de moda en el estudio del turismo) y evitar el uso exclusivo de la economía para no caer en peligrosos economicismos. Se considera que la ciencia económica no puede garantizar (por sí sola) un adecuado y holístico conocimiento del turismo.

En los trabajos que desde hace un cuarto de siglo se dedican al turismo, se percibe un soterrado rechazo del análisis económico y de los planteamientos con enfoques teóricos.

Creo de interés ilustrar lo dicho con algunos ejemplos.

En primer lugar me referiré a una obra de gran difusión en España, sobre todo en las escuelas públicas y privadas de turismo. Me refiero a “Marketing Turístico”, obra de la que es autor F. Muñoz Oñate (Madrid, 1994). Podría haber elegido cualquier otra y en cualquier idioma. Si elijo ésta es porque la considero representativa de lo que podemos llamar economía popular del turismo. Según la obra citada, en un sistema turístico la oferta se configura como un conjunto formado por los recursos a disposición inmediata de disfrute inmersos (sic) que tiene el sistema, la infraestructura, equipamientos y servicios puestos específicamente para posibles ofertas del sistema, asequibles y de utilización directa y los productos específicos estructurados y realmente comercializados por acciones de marketing en los mercados. Hay otras variables (sic), continúa el autor, como la seguridad o confianza razonada del disfrute que el cliente posee en cuanto a su creencia de que podrá disfrutar realmente del producto correspondiente. Según Muñoz Oñate, cuando un turista compra un producto turístico, compra algo que está sustentado sobre los conceptos anteriores (¡!) Y, para mayor esclarecimiento de lo dicho, inserta dos tablas numéricas, la primera con datos sobre la capacidad hotelera y establecimientos asimilados a nivel mundial y europeo, y la segunda, con información estadística sobre la oferta turística española, es decir, por hoteles, campings, restaurantes, agencias de viaje, instalaciones náuticas, estaciones de esquí, campos de golf, parques temáticos, parques de atracciones, estaciones termales y casinos. De modo indirecto, la exposición refleja su noción de oferta turística.

Por producto turístico, Muñoz Oñate entiende ante todo un producto de servicios que se compone de una mezcla (en el sentido de amalgama o combinación de partes que sin embargo permanecen individualizadas dentro de la composición) de elementos básicos de la industria turística, gran parte de los cuales son también servicios, aceptando que incluso lo que podemos conceptuar como “la materia” (¿no servicios?), aun considerándola como un todo compuesto de partes, tiene dificultades de definición y de estudio. El llamado producto turístico está tan bien identificado para este experto que no duda en citar las características que lo distinguen de los productos no turísticos. Son las siguientes:

Intangibilidad (los productos turísticos tienen unos componentes tangibles y otros intangibles)

Caducidad (los productos turísticos no son susceptibles de estocaje o almacenamiento)

Agregabilidad y sustituibilidad (la combinación agregada de bienes y servicios constituye “el todo” que se comercializa) El producto resultante es una amalgama de productos y servicios)

Heterogeneidad (al ser muchas las partes que intervienen en el producto turístico, es muy difícil (sic) controlar que todas ellas estén al mismo nivel de excelencia)

Subjetividad (el producto turístico es, en gran medida, subjetivo, depende de las condiciones en que esté el cliente y el prestatario en el momento del consumo)

Individualidad (las satisfacciones que produce un producto son individuales y distintas de unos a otros consumidores, tienen muy pocos factores comunes) (¿?)

Inmediatez y simultaneidad de producción y consumo (si no hay usuario no hay servicio, pues, el producto (turístico) se está creando realmente al mismo tiempo que se está consumiendo)

Pero todavía se pueden añadir otras características, según el experto citado, merecedoras todas ellas de un análisis desde el punto de vista del marketing, por lo que las características del producto turístico alcanzan un total de quince. Todas ellas distinguen, supuestamente, al producto turístico de los productos noturísticos.

¿A qué realidades podemos aplicar las quince características?, ¿a los recursos?, ¿a las infraestructuras?, ¿a los equipamientos?, ¿a los servicios?, ¿a los productos específicos?, ¿a los productos característicos?, ¿a los productos de naturaleza turística?, ¿a las demás “variables”? ¿A hoteles y establecimientos asimilados, o, también a los camping, los restaurantes, las agencias de viajes, las instalaciones náuticas y de esquí, los campos de golf, los parques acuáticos, los parques de atracciones, los museos, los monumentos históricos, los recursos naturales, las estaciones termales y los casinos? ¿Son todas las mismas cosas con nombres diferentes? ¿Se refieren las características a los servicios prestados por medio de estos equipamientos, o a las ciento setenta y siete actividades de la CIUAT? La respuesta correcta es: a cada una de ellas, individualmente consideradas y al conjunto formado por todas ellas. Los expertos más atrevidos presentan un producto con quince características, pero lo menos que puede decirse de él es que se trata de una metáfora porque el supuesto producto no está ni siquiera mínimamente identificado. Como el producto turístico se define desde unas supuestas características del consumidor (el llamado turista), se cae, en el mejor de los casos y como ya hemos dicho, en una magnitud agregada (de la misma naturaleza que el PIB), una magnitud que los economistas estudian con ayuda del análisis macroeconómico.

Desde 1988 vengo denunciando las anómalas consecuencias teóricas y prácticas de la aplicación del análisis microeconómico al estudio de un producto y de una actividad productiva que no están identificados, si se aplica el enfoque de demanda. No es, pues, que el turismo sea extremadamente complejo, como se dice, y que por ello es refractario a la investigación económica. Es que la llamada actividad turística se estudia con un enfoque que hace imposible el uso del análisis económico. Y, sin embargo, a pesar de tal imposibilidad, los expertos no dudan en hacerlo. ¡Incluso utilizando las curvas marshallianas de oferta y demanda que emplea la escuela microeconómica marginalista! ¡Como si la industria turística estuviera objetivamente identificada y fuera homogénea! Pero quizás deba aportar el testimonio de expertos más prestigiosos. Por ejemplo, el italiano Alberto Sessa, quien en 1968 afirmaba que el equipo (material y empresarial) dedicado a la acogida, en una localidad cualquiera, de los eventuales visitantes constituye la oferta turística. Sessa, basándose en G. Colley (1967), propuso su propia clasificación de la oferta turística, no sin antes reconocer con honestidad que no puede ser más que puramente indicativa, puesto que cualquier método de clasificación es obviamente subjetivo y parcial debido a la extrema variedad y complejidad de los elementos que hay que tener en cuenta.

Reparemos en la alusión que se hace a “la extrema variedad y complejidad” como obstáculo que entorpece el estudio del turismo, porque es una constante en la literatura. La clasificación que hizo Sessa consta de seis grandes grupos:

1. Recursos turísticos

2. Infraestructura general

3. Infraestructura turística

4. Equipamiento receptivo

5. Equipamiento recreativo y deportivo

6. Servicios de atención al turista

Observemos que la clasificación de Sessa no difiere sustancialmente de la que propone Muñoz Oñate. Pero, entonces, ¿a que obedece su afirmación de que el turismo en su fase final es una actividad de servicios? La extrema heterogeneidad de los elementos incluidos en cualquier clasificación de la llamada oferta turística (con la que se alude a todo lo que puede ser de utilidad para ese peculiar viajero al que se dio en llamar turista) confirma, sin lugar a dudas, la conclusión a la que he llegado. La resumiré diciendo que el turismo, el producto turístico o la oferta turística (cualquiera que sea la expresión que utilicemos) no está adecuadamente identificado en la literatura convencional. No es posible, por tanto, aplicar correctamente el análisis económico a su estudio.

Es obvio que si no está identificado el producto tampoco podemos identificar la empresa que lo produce. La Doctrina General del Turismo, el corpus teórico vigente hasta mediados de los años setenta, más tarde aparentemente corregido por el marketing, creyó resolver esta anomalía a través de un consenso implícito entre expertos, un consenso que aun sigue en vigor y que ha penetrado en la legislación con la que se aplica la política económica a la actividad.

¿Podemos afirmar que la literatura especializada no ha conseguido, todavía, identificar objetivamente un solo producto (y solo uno) del que se pueda decir de un modo razonablemente preciso que es turístico? Porque todo el mundo reconocerá que no podemos conceder al souvenir el carácter que el experto español Manuel Figuerola Palomo le dio en 1975 como el único producto bien identificado del que podemos decir que es turístico. Es una propuesta tan simple que cae de pleno en la más absoluta ingenuidad analítica. Pero no es esto lo peor. Lo peor es que quien la hizo lo hizo con el convencimiento de que estaba aplicando correctamente el análisis económico pues lo propone en una obra que se titula Teoría económica del turismo escrita sobre la base del texto presentado en la Universidad Complutense de Madrid para obtener el título de doctor en economía, tesis que obtuvo del tribunal la máxima nota. Demuestra tan ingenua propuesta, lo diré una vez más por su hiciera falta, que los expertos en turismo, incluso los que son economistas, se acercan al turismo con enfoque de demanda. El doctor en economía Manuel Figuerola pensaría cuando hizo la propuesta que, como el souvenir, un objeto ciertamente tangible y por tanto, sin duda, un producto, lo compran los turistas, no hay la menor duda de que tiene que es el producto turístico tangible y objetivamente identificable. Es absolutamente evidente que le da el calificativo turístico porque quienes lo compran son los turistas y quienes los producen lo hacen pensando en la compra de los turistas. Es indudable que forma parte del consumo de los visitantes y de las actividades características del turismo.

Puede tener cierta utilidad nemotécnica resumir el modelo convencional que explica la economía del turismo en estos diez puntos o decálogo.

1. La base del modelo es el consumidor o demandante, pero un tipo especial de consumidor final, el que se desplaza desde su lugar de residencia habitual a otro lugar en el que se residencia pasajeramente. Se manejan dos versiones del consumidor final desplazado. La versión estricta define al consumidor final como un viajero, al que se llama turista porque viaja por motivos autónomos o de ocio. La versión amplia define al consumidor final como un viajero por cualquier motivo, generalmente negocioso o dependiente de alguna obligación, siempre que se radique definitivamente y no desarrolle actividades lucrativas permanentes en el lugar visitado. Ambas versiones suelen ir acompañadas de un listado necesariamente casuístico de las actividades a realizar por cada tipo de viajero en el lugar visitado o de residencia pasajera. Los viajeros realizan gastos en bienes y servicios y utilizan recursos de uso libre o sin precio. Cumplen en el modelo la función de demanda de turismo

2. El lugar visitado o de residencia pasajera de los viajeros o visitantes se configura como un lugar y su entorno inmediato siempre que esté alejado del entorno habitual de los viajeros. En este lugar existe un conjunto de recursos, bienes y servicios que satisfacen o pueden satisfacer las necesidades de los viajeros demandantes. Cumplen la función de oferta de turismo.

3. Entre la demanda y la oferta de turismo están los intermediarios, representantes de los demandantes y localizados en los lugares de residencia habitual pero con filiales o concesionarios en los países visitado

4. El modelo convencional mantiene la concepción del turismo como fenómeno social, mimetiza la estructura de los modelos económicos pero sin decantarse claramente por los modelos microeconómicos o por los macroecómicos.

5. Aunque el país de referencia del modelo convencional es el país visitado, el que aporta la oferta de turismo, se perciben en él ciertas connotaciones de globalidad debido a que la demanda es exógena y se localiza en varios países o lugares

6. La oferta de turismo se identifica subjetivamente, es decir, en función de la previa identificación del consumidor demandante de acuerdo con las notas diferenciales que lo distinguen de otros consumidores.

7. El punto anterior equivale a decir que la oferta no está bien identificada ni aun en el caso hipotético de que las notas diferenciales lograran identificar bien al demandante.

8. En tales circunstancias, la aplicación del arsenal metodológico propio del análisis microeconómico ni es posible ni aconsejable, pero, como a pesar de todo se aplica, no es de extrañar que se caiga en graves anomalías.

9. Las anomalías consisten en creer que se conocen las características del llamado “producto turístico” (intangibilidad, imposibilidad de almacenamiento, inexportabilidad, sincronía entre producción y consumo) sin tener ni siquiera noción de lo que es el turismo como actividad productiva diferenciada de las demás

10. Finalmente, si el modelo no identifica la oferta ni la producción de turismo, no es posible saber si es o no la primera industria mundial, una afirmación que se hace comparando cada una de las ramas productivas identificadas con enfoque de oferta con el conjunto de ramas productivas identificadas con enfoque de demanda.


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