BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

LA CULTUROCRACIA ORGANIZACIONAL EN MÉXICO

José Gpe. Vargas Hernández

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3.- EL COMPONENTE ANGLOAMERICANO.

La influencia más importante y directa que la cultura mexicana recibe en la actualidad, es la proveniente de los Estados Unidos, cuyo impacto en el comportamiento económico, social y político ha sido mayor en los estilos de vida de la llamada clase media mexicana, que a partir de los años sesenta tiene como expectativa a seguir el American Way of Life, modelo que representa la modernidad. Este nuevo componente cultural de orígen anglosajón principalmente, ha sustituído al modelo cultural francés adoptado en el siglo XIX, y que se impulsó durante el porfiriato.

Este componente angloamericano de la cultura mexicana en su versión de modernidad, varios autores la han denominado " americanización". Monsiváis (1992) por ejemplo, la define como " la influencia unilateral y omnímoda" de los Estados Unidos sobre México, y por modernidad entiende "la actualización forzada y muy desigual de la(s) sociedad(es) mexicana(s)", la cual "es objeto de la definición radical desde arriba ("Modernidad es la integración económica con los Estados Unidos, es el Estado puesto a dieta, es la privatización a ultranza, es el incentivo del éxito a escala individual")".

Sin embargo, en las últimas décadas, la influencia cultural angloamericana pareciera que se revierte debido a la complejidad de los procesos de cambio de los diferentes fenómenos económicos, políticos y sociales que están ocurriendo en sociedades que viven el posmodernismo. Es ahora cuando la cultura angloamericana del primer mundo está interesada en un "diálogo intercultural" con las culturas que siempre fueron sus "dominadas", como es el caso de la cultura mexicana. La conclusión lógica es que ambas culturas se comportan interactuando como sistemas abiertos que están en constante interinfluencia y contacto que las aleja del paradigma existente de la virginidad de las culturas.

El escritor Carlos Fuentes, entrevistado por Cayuela (1996), comenta sobre este aspecto: "...Estoy convencido de que se está creando una nueva cultura en la frontera. Una cultura que no nos debe asustar, con su fusión de valores anglosajones y latinos, y que va a darle más vitalidad a las culturas nacionales, tanto de México como de Estados Unidos." Cada vez se despierta más el interés académico por la cultura chicana, la cual ya no es solamente una cuestión de reflexión política, que está trascendiendo las fronteras estadounidenses y está provocando estudios en otras partes del mundo, incluyendo en las universidades europeas, según reporta Molina (1996). El desarrollo histórico de esta cultura chicana sugiere que constituye una cultura con tradiciones que conservan una fuerte identidad, pero esta definición cultural está carente de identidades sociales y políticas.

En este proceso de creación de una cultura chicana, que refleja la vitalidad de la fusión de valores y tradiciones, coincidimos con Monsiváis (1992) cuando argumenta que "A la americanización que es renuncia a las tradiciones nacionales que estorban en el tránsito a la modernización personal y familiar, se opone la americanización que es búsqueda de las claves de lo inteligible, y es defenza ante lo que no se comprende muy bien por el método de la imitación que luego se "nacionalizará"."

Puede ser temprano aún para evaluar los resultados de la influencia cultural anglosajona sobre la cultura mexicana, como producto de la integración económica a través de la celebración del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, pero ya son notorios los cambios efectuados en diferentes elementos culturales. Todavía más notorio es en las transformaciones que están sufriendo nuestras culturas organizacionales, las cuales ya de por sí siempre han estado influídas por las culturas de organizaciones estadounidenses. Pero evaluar en conjunto, en su totalidad, es tarea nada fácil, como por ejemplo, cuál es el impacto que ha tenido en la identidad e idiosincracia, en los valores fundamentales de la sociedad, en el lenguaje, etc.

Quizás nadie mejor que Monsiváis (1992), tiene tanta autoridad en la palabra crítica para questionar los contagios culturales del proyecto de la modernización y la americanización de los últimos años: " ¿Y cómo ubicar el tema de la cultura en el paisaje amenizado por las prevensiones y vuelto festivo por la grandielocuencia de la esperanza? En el Sexenio de las Expectativas, el TLC es algo más que un hecho comercial y político; es, para una minoría en expansión, la vía de ingreso a la religión del Mercado Libre. Poco importa si en lo cultural las industrias aún no son competitivas, sino se tiene capacidad de producción de programas, si el mercado del libro es muy restringido, si las ventajas comparativas son muy aplastantes, si los controles de la tecnología radican por entero en el exterior. Todo esto nada significa. Lo que cuenta es la reverencia ante la mentalidad triunfadora. Y ésta, creo, es la primera y la más resonante de las consecuencias culturales de un Tratado al que todavía, nos aproximamos por fe y no por demostración."

Los procesos de integración económica que la nación mexicana está experimentando, tienen implicaciones culturales, es decir, son procesos de apertura cultural, y por lo tanto, puede reportar grandes beneficios. Por ejemplo, en la entrevista de Cayuela (1996) al escritor Carlos Fuentes, éste afirma respecto de los cambios culturales y la literatura que "...La novela está condenada a mancharse con el lodo de la tribu. Su misión es la de mezclar géneros y ser un reflejo del mestizaje racial y cultural del mundo. Estamos nuevamente en un mundo migratorio, de encuentro de culturas. La propia información instantánea y masiva que caracteriza al mundo actual ....acarrea un encuentro de razas, voces y culturas que para mí es lo que la novela recoge de una manera más definida."

En parte, estos cambios en la cultura son debido al fuerte flujo migratorio de mano de obra mexicana que llegan a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades para insertarse en la modernidad, pero siempre acompañada de una cultura que es "fuerte" en valores, costumbres, tradiciones, lenguaje, religión, música, etc. que proporcionan un aliento fresco en un promisorio mestizaje cultural y racial.

Sin embargo, este flujo migratorio de trabajadores mexicanos que dejan sus casas por "una utopía cruel", al igual que millones que en el mundo emigran en estos tiempos, y que en palabras crudas de Gilly (1996) "huyen hacia los países ricos, hacia los espejismos de las modernidades, llevando consigo su carga de pasado, su sed de comunidad, su desgarramiento porque a su antigua comunidad vuelta inhabitable tuvieron que arrancarse para ir hacia un futuro incierto e inclemente, para ser extranjeros en tierra hostil, en una reproducción sin fronteras de las tragedias humanas de la primera revolución industrial...Una masa de pobres, recelosos, exigentes, desarraigados de su propia cultura...es la lógica de la reestructuración mundial del capital la que los llama hacia esos centros al mismo tiempo que los expulsa de sus antiguas casas". Pero tal vez lo que cause "más confusión en la vida cotidiana" y más "desorden en esu pensamiento" sea la sustitución de su propia cultura.

La expulsión de los migrantes mexicanos de sus casas antíguas, así como de su "pasado y de todas las prácticas culturales que tienen en común", para usar las palabras de Pradelles de Latou (1983), repercute en la afirmación de su identidad cultural. colectiva. Siguiendo el consejo de Sedar Senghor: "asimilar sin asimilarse", Monsiváis (1992) recomienda no solamente a los millones y millones de mexicanos que emigran sino también a todos los mexicanos expuestos a los influjos de la modernidad, a asimilar el impulso de la americanización sin asimilarse.

Sin embargo, otros analistas sostienen lo contrario, es decir, que mientras la población de orígen mexicano que vive en los Estados Unidos, conserva una fuerte identidad cultural, por otro lado, abandonan las identidades sociales y políticas "que compiten con su patriotismo estadunidense" como lo afirman, por ejemplo De la Garza y DesPio (1996): "Aunque su repertorio cultural está repleto de tradiciones que incluyen días festivos en honor a la Vírgen de Guadalupe y la Independencia de México, y una iconografía que honra a Moctezuma, Benito Juárez y Emiliano Zapata, desde el final de la guerra entre México y Estados Unidos los méxico-americanos no han definido identidades sociales y políticas que compitan con su patriotismo estadunidense".

Los autores fundamentan la tesis anterior con su argumentación de los resultados de la primera encuesta sistemática de méxico-americanos efectuada en 1968 y con las oposiciones de líderes méxico-americanos a "aquellas iniciativas políticas cuyo fin es destruir cualquier derecho a mantener tradiciones culturales mexicanas o que las descriminan debido a su herencia cultural", concluyendo que "Aunque tienen una actitud positiva hacia México como nación, sus sentimientos a Estados Unidos son mucho más fuertes". Pero esta lealtad cultural a México, como una población étnica, manifiesta variaciones en la intensidad de las respuestas a las políticas en materia cultural, étnica, racial, etc., debido a las diferencias existentes entre los mismos méxico-americanos, como es el caso de los ya nacidos y por lo mismo, aculturados en Estados Unidos, quienes se muestran menos positivos hacia México que los inmigrantes que todavía no se han asimilado a la cultura estadunidense y que sin embargo, también son más positivos a Estados Unidos que hacia México.

La cultura de las organizaciones de la frontera norte del país está sufriendo grandes transformaciones como resultado de la adquisición de formas híbridas que responden a esquemas y patrones de valores y creencias tradicionales, las cuales están siendo influídas rápidamente por el empleo de una nueva tecnología administrativa que promueven una nueva cultura de responsabilidad y compromiso.

Todavía más reciente, Gómez Peña (1990) argumenta que en el año de l989 ha ocurrido un cambio paradigmático en la cultura mexicana: "el eje cultural Oriente/poniente está siendo repuesto por uno que corre de norte a sur. Esa necesidad que tiene la cultura de los EU por reconciliarse con la "otredad" de la cultura de América Latina se ha convertido en el debate nacional ... A pesar del gran espejismo cultural patrocinado por los poderosos, por dondequiera que lancemos la mirada encontramos pluralismo, crisis y asincronicidad. La llamada "cultura dominante" ya no lo es. La cultura dominante es una metarealidad ...Ahora, en 1989, es nuestro deber aceptar que toda cultura es un sistema abierto, que atravieza ininterrumpidamente toda suerte de procesos de transformación, redefinición y contextualización...la única forma de regenerar identidades y culturas es a través del diálogo contínuo con la otredad".

No siempre fue así. La cultura mexicana ha sufrido inumerables transformaciones que debido principalmente a que como todo sistema abierto, a recibido en su historia un gran número de influencias, muchas de las cuales han creado procesos difíciles de asimilación rápida, lo que a su vez a causado profundas crisis de identificación cultural. A este respecto, hay que recordar a Octavio Paz (citado por Sorman, 1992): "Toda cultura nace de la mezcla, del encuentro, de los choques. E, inversamente, las civilizaciones mueren a causa del aislamiento, de la obsesión por su pureza. El drama de los Aztecas, como el de los Incas, nació de su aislamiento total. No preparados para enfrentarse con otras normas que las suyas, las civilizaciones precolombinas se volatizaron en su primer encuentro con el extranjero."

Las crisis de identidad de los mexicanos son recurrentes, según esta línea de investigación, y toman "las formas de disimulo y de máscaras, con las cuales el mexicano se burla de sí mismo, utiliza un lenguaje procaz, tiene desplantes de superioridad y alardes, así como rebeldía. Todos estos mecanismos psicológicos son para ocultar su debilidad, su desconcierto y su confusión, porque el mexicano experimenta inseguridad, temor, busca el anonimato, el disolverse en lo social, en el nosotros" (Espinoza y Pérez: 1994).

El bajo nivel de autoestima y la autodegradación del mexicano son explicados en los estudios de Rodríguez Estrada y Ramírez-Buendía (1992) cuando dice que el pueblo mexicano ha sido un pueblo sumiso y resignado como resultado de que ha sido dominado y reprimido durante toda su existencia. Otro investigador, Díaz Guerrero ( 1970; 1989) sostiene que para mantener su seguridad emocional, recurre a la creación de héroes, personajes, símbolos, instituciones, etc., identificándose con ellos a través de la celebración de ceremonias y de una comunicación que refuerzan el valor de la religión, la familia, las amistades, etc., "...lo que destaca la fuerza social, la cohesión de la familia y las creencias religiosas como fuentes de seguridad."

La familia constituye la base fundamental de la formación de los valores de la sociedad mexicana con una fuerte orientación de clan, más que de equipo, los cuales según Espinoza y Pérez (1994) tienen diferentes connotaciones psicológicas: "para el equipo son importantes la eficiencia y la colaboración, mientras que en el clan, lo son el afecto, la seguridad, la aceptación. Así la familia forma individuos individualistas" Esta afirmación discrepa con los resultados de los estudios de Hofstede (1980), quien encontró que los mexicanos están más orientados hacia el colectivismo que al individualismo.

La cosmovisión de las religiones indígenas se sincretizan con el catolicismo para hacerse presente en rituales que le proporcionan protección frente a las fuerzas inevitables de la naturaleza, como por ejemplo, el día de los muertos se celebra con invocaciones, desafíos, burlas, etc., a la misma muerte. De acuerdo con Espinoza y Pérez (1994), " la religión del mexicano, pensada como un fenómeno psicológico y no como un hecho social, es resultado de una conversión masiva, forzada y acelerada que no pudo dar lugar más que a un mal sincretismo, dogmático que llevó a las masas a la obediencia y a la sumisión, donde subsiste el ritualismo mágico, plagando de superstición, de resignación y de fatalismo".

Para otros autores, como García Ponce, es el signo de la contrarreforma el fundamento de la creación cultural de la historia de Occidente, que "Durante tres siglos Latinoamérica -y en nuestro caso México- comparte con los conquistadores y arrastra con ellos el destino que le impone ese signo. Dueña de una lengua que ha recibido en todo su esplendor, conoce la detención y la inmovilidad por la que pasa esa misma lengua, ese pensamiento, esa cultura, dentro del movimiento general de la cultura de Occidente. El modelo de las jerarquías que rigen ese mundo, que es el mundo hispánico,, que es el mundo de América, parte de la Edad Media y busca quedarse en ella. De espaldas a la reforma y a la afirmación del individuo, desconoce la transformación renacentista, ignora el triunfo de la razón sobre la fe, ve pasar a un lado la Ilustración, desconoce la acción corrosiva del libertinaje sobre el imperio de la razón e ignora la reacción romántica."

Al triunfo del proyecto liberal en México, en la segunda mitad del siglo XIX, se favorece el proyecto para la creación de una cultura nacional, a fín de que según Zaid (1975) se " legitimara y consolidara en forma irrevocable el poder mestizo, frente a los indios, criollos y extranjeros". Este proceso de creación de la cultura nacional requiere de un proceso de integración de los elementos culturales indígenas y españoles, el cual es decrito por Béjar (1979) como: "un proceso que niegue lo indio y lo español, que asimile lo indio y lo español, para que al final del proceso nazca una nueva cultura denominada mexicana que sea única sin dejar de ser india, española u occidental. Como es de suponer, el proceso requiere la integración de las comunidades indígenas a la cultura nacional y por consecuencia, su destrucción en cuanto tales; integrar aquí es destruir."

Los valores de la cultura mexicana que surgen de este centramiento, entre otros, son: solidaridad, cooperación, servicio, lealtad, amor, afecto, cordialidad y confianza. Díaz Guerrero concluye que "nuestra sociedad y cultura son en muchos aspectos, saludables, pero lo serían todavía más si se cultivase un poco más lo que algunos psicólogos sociales consideran de extraordinaria importancia para la verdadera madurez de la cultura, a saber: la llamada doble lealtad".

Otro importante estudio sobre la cultura mexicana destaca que los valores más importantes para los mexicanos son la familia, la religión, la patria y la libertad. El 89% de los mexicanos consideran que es importante mantener la unidad en la familia como base para su felicidad y salud emocional. (Hernández Medina y Narro Rodríguez: 1987).

En 1989 se efectuó la encuesta "Los valores de los mexicanos" (Alduncín Abitia:1989) cuyos resultados mostraron cambios importantes en las actitudes y valores que contradicen muchos de los planteamientos anteriores. Por ejemplo, el 70% de los mexicanos tratan de influir en su entorno y sólo el 30% trata de adaptarse al mismo. El 68% de los encuestados "no están dispuestos a conformarse con la manera en que las cosas se dan o se dieran, saben que el porvenir será mejor que el presente o el pasado, desean crecer y mejorar y hacerse más grandes y poderosos". Las cifras anteriores reflejan el deseo vehemente de cambio en la cultura de una sociedad que se encuentra en período de transición hacia la postmodernidad.

El estudio de Kras (1991) sobre la cultura administrativa en transición de las organizaciones mexicanas, enfatiza la existencia de dos tipos de fenómenos culturales que agrupan valores y creencias comunes:

1.-. Los que preservan los valores y creencias en las instituciones de la familia, la religión, etc., las cuales enfatizan las relaciones interpersonales en todos los actos de la vida cotidiana de los mexicanos.

2.- El conjunto de valores y creencias que obstaculizan los cambios y la modernización de las organizaciones y de la misma sociedad .

Respecto al énfasis que ponen la familia y la religión en las relaciones interpersonales deriva en valores como el reconocimiento y el respeto, Kras (1991) las analiza desde cuatro aspectos:

a.- La persona contra la tarea.

El reconocimiento de la persona como trabajador que realiza una tarea es más importante que la prioridad que se da a la realización de la tarea misma y que sólo considera al trabajador como una simple herramienta fácil de sustituir.

b.-La sensibilidad emocional.

El trabajador mexicano es muy sensible a la crítica que se haga de su persona y de su trabajo, sintiéndose atacado muchas de las veces por las observaciones que se hagan. Para evitar problemas, los administradores han sofisticado el tratamiento de la crítica, mediante el manejo cuidadoso y con mucho tacto de las relaciones humanas.

c.-La etiqueta.

El trato cortés, respetuoso y considerado hacia las demás personas, el cual muchas de las veces es muy formal y protocolario, son el fundamento del comportamiento que se espera en las organizaciones. Ciertos abusos de la autoridad que denigran a los trabajadores, dan como resultado la pérdida de respeto, lealtad y compromiso.

d.-El ambiente laboral.

El trabajador mexicano tiene una propensión a laborar en ambientes de camaradería y amistad, que además le permita balancear sus actividades entre el trabajo y su familia.

Respecto a los valores que constituyen un obstáculo para el desarrollo de las organizaciones mexicanas, Kras (1991) menciona entre otros:

-La concepción del tiempo: el mexicano tiene como una característica del manejo del tiempo, la impuntualidad.

-El alto valor que se otorga a los valores tradicionales centrados en el individualismo, en donde no existe el trabajo grupal o en equipo, salvo como concepto.

En otro estudio de Eva Kras (1990) al hacer una comparación entre gerentes mexicanos y norteamericanos, la investigadora concluye que algunas de las características sobresalientes de los directivos mexicanos son:

a.- Hipersensibilidad

La alta sensibilidad puede interpretarse como que el directivo mexicano es "muy delicado" por sus reacciones emocionalmente fuertes cuando se le implican en situaciones de crítica personal o en donde reconoce que pueda perder alguna posición . Según la investigadora, esta hipersensibilidad del líder y del grupo, debe ser atendida por el estilo de liderazgo.

b.- La fuerte lealtad del trabajador mexicano es a un individuo, nunca a una organización.

Para los católicos, el trabajo es un castigo divino por el pecado original, que se resume en la sentencia bíblica "ganarás el pan con el sudor de tu frente", es porýÿÿÿ

tanto considerado el trabajo como una necesidad para conseguir los medios para el disfrute de la vida. El trabajo tiene que hacerse agradable, fomentándose las celebraciones y convivencias en grupo. La lealtad del trabajador mexicano se fundamenta en el jefe que le provee de lo necesario para este estilo de vida y con quien se identifica para la obtención de un máximo de satisfactores y beneficios de la organización. Es por lo mismo, más fuerte la lealtad al jefe que a la misma organización.

Ser responsable tiene un alto valor entre los administradores mexicanos. Un estudio de Díaz-Guerrero y Szalay (1991) explican el significado que tiene la palabra responsabilidad entre los administradores mexicanos: "La responsabilidad lleva una fuerte preocupación por la gente, los amigos y otras personas...se ve menos como una selección individual y más como una necesidad y una obligación social".

En una descripción comparativa de los sistemas de negociación japonés y latinoamericano, realizada por Ogliastri (1992) de la Universidad de los Andes, se narran las entrevistas con investigadores y directivos japoneses que han vivido en México y con directivos de orígen mexicano que han vivido en el Japón. Las percepciones sobre las semejanzas y diferencias de las dos culturas organizacionales, la mexicana y la japonesa, quedan como testimonios y observaciones, como por ejemplo: "Las relaciones familiares y de amistad son muy importantes en ambas culturas. Por ejemplo, para ir a que te atiendan a una oficina tienes que usar intermediarios, de otra manera no te toman en serio. El valor de la familia en las dos culturas es muy alto, es un círculo que proteje al individuo. Pero en México además lo proteje de la ruda competencia del trabajo." (Ogliastri: 1992)

Muchas entrevistas realizadas por el autor, son más impresiones con imprecisiones en la información, reduciendo su carácter científico al plano meramente anecdótico, como en la siguiente afirmación: "Los japoneses regañan mucho a sus empleados, y como los mexicanos son muy orgullosos, la amonestación no produce cambio de comportamiento sino conflicto". (Ogliastri: 1992) En una entrevista del autor al representante de Agrícola Mexicana en Tokio, éste relata: "Todos los mexicanos tenemos la mancha mongólica en la espalda. Tenemos mucho más que ver copn los japoneses que con los anglosajones; como decía un autor, somos "vecinos distantes". En particular mis vecinos del norte, somos físicamente muy parecidos a los japoneses. ¿Usted sabía que el segundo apellido de Porfirio Díaz era Mori? Pero ellos no son dados al contacto y a la amistad personal en el curso de una negociación tanto como nosotros." (Ogliastri:1992)

Más recientemente, de Forest (1994) describe los valores que moldean la conducta de los administradores mexicanos diciendo que " Los trabajadores mexicanos generalmente no tienen como prioridad las condiciones laborales donde la auto-expresión, la amplitud de acción y la responsabilidad independiente sean motivadas. Más bien, los mexicanos valúan las condiciones de trabajo donde los supervisores tienen entendimiento, mantienen su distancia y se dirigen formalmente a los trabajadores...El paradigma de las condiciones de trabajo ideales es la familia." Por tanto, dar autonomía a los empleados puede ser interpretada por ellos como un abandono irresponsable de los administradores, mientras que decirle a un administrador que no concede oportunidades y autonomía para la autoexpresión de los empleados puede entenderse como un mensaje positivo por el administrador tradicional.

Una reciente investigación realizada por Stephens y Greer (1995), los autores tratan de clarificar la importancia que tiene la comprensión de las diferencias culturales en las alianzas de las organizaciones estadounidenses y mexicanas, en tecnologías, procesos, etc. Estas diferencias culturales pueden conducir a conflictos si los administradores no desarrollan las capacidades para enfrentarse a los retos derivados de los valores culturales implicados, tomando como base las investigaciones de Hofstede: la distancia del poder, el evitamiento de la incertudumbre, individualismo/colectivismo y masculinidad.

En lo concerniente a la distancia del poder como una variable de la cultura organizacional, las últimas investigaciones han demostrado que los mexicanos tienen más voluntad para aceptarla. El estilo administrativo mexicano, caracterizado por ser paternalista y autocrático, es confirmado en la investigación de Stephen y Greer (1995), quienes encontraron que la cultura de las organizaciones mexicanas es más blanda que la norteamericana, reflejándose en el aspecto informal de una dualidad formal-informal de los estilos administrativos, ya que existe un acuerdo amplio entre los investigadores, de que entre supervisores y subordinados mantienen una gran distancia profesional y social, con un trato muy respetuoso entre ellos. Así los mexicanos valoran la observancia de su status en las organizaciones, la que se refleja en una menor tolerancia en la apertura e intensidad en los estilos gerenciales participativos.

En las organizaciones mexicanas, se manifiesta la tendencia a la centralización en los procesos de toma de decisiones, influída por factores como las diferencias de status y de tareas entre los administradores y subordinados. En cuanto a la impresión administrativa, los ejecutivos entrevistados por los investigadores, enfatizaron la importancia que éstos conceden a los indicadores de status social, encontrando que existe un acuerdo amplio de que los administradores y trabajadores mexicanos, considerados como un grupo, enfatizan las apariencias y cuidan más las formas que la sustancia.

El valor cultural evasión de la incertidumbre definido por Hofstede como el grado en que las situaciones ambigüas e inciertas son consideradas como amenazantes, es más grande en México que en Estados Unidos, según las conclusiones de los estudios de Stephens y Greer (1995). La cultura de las organizaciones mexicanas valoran más la conservación de los empleos, evitando en lo posible tomar riesgos innecesarios que impliquen su pérdida, debido a los altos costos de liquidación y por las enormes dificultades para conseguir otro empleo mejor. La seguridad y la confianza interpersonal como valores organizacionales son muy bajos en México, lo que conduce a establecer acuerdos no muy realistas y a problemas de entendimiento y comunicación enfatizados por un estilo gerencial autocrático que no facilita la comunicación de los niveles inferiores hacia los niveles superiores.

Los investigadores concluyen que en una cultura que refleja dualidades de los valores, como la de México, la cual pone un alto valor en las relaciones y la confianza mutua y se actúa en forma diferente, resultan muchos problemas difíciles de resolver, como resultado de operar con dos contratos: el psicológico entendido como "contrato viviente, dinámico, informal, que refleja las negociaciones diarias que enfatiza el contexto operativo" y que estan importante como el contrato formal.

Siguiendo con la conclusiones sobre la tercera variable de los estudios de la cultura de las organizaciones mexicanas, medida en un continuo individualismo-colectivismo, se ha encontrado que es más colectiva que la estadounidense, concediéndose mucha importancia a las relaciones interpersonales para la realización de todo tipo de negociación, en cuyas interacciones se "reflejan la dualidad formal/informal ", preocupándose por las situaciones particulares de las partes involucradas. Así se desarrolla un fuerte espíritu de equipo que promueve adaptaciones muy rápidas al trabajo grupal en las organizaciones, a tal grado que sus miembros se consideran ser parte de una gran familia. La orientación de la cultura mexicana hacia el colectivismo, facilita una implementación, mantenimiento y utilidad más efectiva de los grupos de trabajo, a pesar de que la distancia del poder es muy alta.

Finalmente, la cultura de las organizaciones mexicanas manifiesta una fuerte orientación a la masculinidad, la cual encuentra su expresión de múltiples formas. Existe una negligencia o falta de urgencia en la realización de las actividades que se posponen continuamente en una conducta que se ha llamado con el nombre de el "síndrome del mañana". Por la experiencia que tengo en los programas de desarrollo humano en las organizaciones, no estoy de acuerdo con la conclusión de Stephen y Greer (1995), cuando sostiene que "es fácil adivinar el gran impacto motivacional del entrenamiento en los empleados mexicanos con bajos salarios, ya que ellos ven al entrenamiento como el camino para la superación y movilidad económica y social."

Al contrario, muchos trabajadores de los más bajos niveles operativos en las organizaciones mexicanas, consideran que los programas de entrenamiento, capacitación y adiestramiento, son una carga pesada que se agrega a las actividades y responsabilidades que tienen que soportar, como un instrumento más de control y manipulación y que finalmente no les reporta ningún beneficio. Una conclusión más afortunada es la consideración de que la clase profesional, altamente educada, "exhibe una tremendamente fuerte ética laboral." Los mexicanos conceden mucha importancia a los dominios de la vida en la familia nuclear y extensa, a las relaciones interpersonales, las actividades religiosas y las actividades de esparcimiento que balancean e influyen en sus intereses laborales.

La cultura en las organizaciones mexicanas es una cultura más cálida que muchas otras, en donde la mujer es discriminada en razón de su género y algunas mujeres experimentan el asedio sexual, debido a la percepción de que su rol femenino tiene más desarrollo en un hogar. Sin embargo, las condiciones culturales están modificándose muy rápidamente, y estos fenómenos se manifiestan cada vez menos, sobretodo en aquéllas mujeres que despliegan una conducta laboral más profesional. La llamada "ética del marianismo" se manifiesta en aquéllas mujeres que están contentas con conservar roles contrarios a la "ética machista", y se resisten activamente a abandonarlos. Como consecuencia de estas prácticas, las organizaciones mexicanas tienen preferencia por emplear a los hombres casados primeramente, luego a los hombres solteros, seguido por las tendencias a emplear mujeres solteras y finalmente a mujeres casadas. Por tanto, las mujeres encuentran muchas dificultades para realizar sus actividades en las organizaciones, sobretodo cuando tienen responsabilidades directivas y de supervisión.

La mayor parte de las investigaciones en las organizaciones mexicanas, anteriores a los años ochenta, la cultura es considerada por Krotz como una categoría residual. Por ejemplo, las investigaciones realizadas por Zurcher, Meadows y Zurcher (1965) en bancos filiales un banco estadounidense, encontraron que los administrativos tenían la tendencia a ser particularistas, distanciándose lo más posible de la oficina matriz de estados Unidos, a fin de minimizar presiones universalistas.

En términos generales, se tenía la idea de que la cultura de los miembros de una organización y más concretamente, conforme lo detalla Guadarrama Olivera (1995), "una cierta cultura de los trabajadores o del trabajo, determinada por las condiciones objetivas de los procesos productivos, por el ambiente social en el que vivían y por la preponderancia de los nexoas de sus organizaciones con el Estado y sus instituciones de regulación".

Es en los años ochenta cuando se realizan algunas investigaciones en la industria automotriz, en la planta de vehículos automotores de México, en la planta Nissan de Cuernavaca y en las minas de Taxco, según reporta Quiróz Trejo (1995), hechas por él y otros, en donde llegan a "descubrir la importancia que cobraban la cultura, o los factores culturales, en su relación con las acciones de los trabajadores dentro del proceso de trabajo, así como la relación entre el tiempo de trabajo y el tiempo "libre" extrafabril donde la cultura parecía jugar un papel relevante."


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