BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

CURSO DE TEORÍA POLÍTICA
 

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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La Teoría de los Juegos.

(1) John von Neumann y Oskar Morgenstern publicaron en 1944 un libro titulado "Theory of Games and Economic Behavior", que puede ser considerado el orígen de la Teoría de los Juegos. En esta obra, los autores mencionados presentaron nuevos enfoques sobre el estudio de las decisiones económicas, políticas y sociales, y más en general, sobre las estrategias para la toma de decisiones.

Este nuevo enfoque se basa en la existencia de notables similitudes entre las situaciones sociales habituales y algunos juegos normados. Estas similitudes -sostiene la teoría- no son accidentales. Los hombres encontramos más interesantes aquellos juegos que evocan prácticas sociales o que permiten representar experiencias sociales bajo la forma simbólica e "inofensiva" de un juego: jugar al ajedrez en lugar de hacer la guerra, jugar al póker en lugar de engañar a los demás en la política o en la vida económica...o como forma de entrenamiento para hacer la guerra o el engaño...

Las similitudes entre los juegos y la vida real se producen -según la teoría- sobre todo en tres aspectos: - la existencia de recompensas y castigos a los jugadores, relacionadas con la racionalidad de sus decisiones; - la dependencia de dichos premios y castigos respecto de la in-teracción de las decisiones de los jugadores; - el estado de incertidumbre e información incompleta en que los jugadores deben tomar sus decisiones.

El paralelismo del juego con la acción política práctica es muy claro. En la vida política, como en el juego, es fundamental: - reconocer el propio interés y actuar en forma adecuada para lo-grarlo; - tomar adecuadamente en cuenta las probables acciones de los ad-versarios y de los aliados; - actuar con prudencia en condiciones de incertidumbre y conoci-miento parcial de los hechos.

Esta teoría parte de la afirmación del valor de los juegos para analizar comportamientos políticos, y sobre esa base analiza prototipos simplificados de juegos como el ajedrez o el póker; calcula las probabilidades de triunfo de cada jugador en cada mano y determina las condiciones para constituir coaliciones ventajosas, evaluando las estrategias alternativas que aumenten las probabilidades de éxito.

En estos juegos, las decisiones se toman en condiciones de incertidumbre. En el póker no conocemos la mano del adversario ni las cartas que vienen en el mazo. En el ajedrez, ignoramos la estrategia del adversario. De manera similar, en política nacional e internacional las decisiones son tomadas, y las coaliciones son hechas y rehechas en condiciones de información incompleta sobre el presente y de incertidumbre respecto del futuro.

La Teoría de los Juegos ha promovido un nuevo modo de pensar en ciencias sociales, que busca llegar a formulaciones "conceptualmente cuantificables",expresables por medio de exactas representaciones matemáticas, lo que obliga a una mayor precisión en la definición de los términos y las operaciones practicables para probar o medir cada concepto. Aquí aparece para nosotros la primera gran duda: si esa precisión que se logre en el juego-modelo de representación de una interacción política se corresponde o no con una precisión semejante en la realidad misma; en otras palabras, si no estaremos forzando demasiado a la realidad para que entre en un estrecho molde rígido de valores y relaciones cuantificadas, de lo que resulte una caricatura más que una representación.Dicho ésto, aceptamos también que las caricaturas suelen representar y hasta enfatizar con acierto los rasgos dominantes de la realidad...pero su valor científico es escaso.

La Teoría de los Juegos afirma, en el ámbito de cada juego, el llamado "supuesto de transitividad": si un caballo vale más que una sota y un rey más que un caballo, un rey vale más que una sota. Ahora bien, en la realidad biológica, psicológica y social muchas veces este supuesto no se aplica, y se dan con frecuencia situaciones "no-transitivas" o "en rizo": A come a B, B come a C pero C come a A. Especialmente en política son muy frecuentes estos casos, que suelen ser usados como modos de contrabalancear poderes: el Parlamento puede destituir al Primer Ministro, pero el Primer Ministro puede disolver al Parlamento y convocar a nuevas elecciones; los votantes pueden derrotar al Parlamento anterior pero el Parlamento puede postergar las elecciones, etc.

De modo semejante cabe analizar en forma crítica las ideas de la Teoría de los Juegos sobre la "transitividad" del sistema de decisiones políticas. La idea de que cada sistema político debe tener una sola instancia final de decisión a veces corresponde a la realidad y muchas otras veces no. Es frecuente, por ejemplo, que los subsistemas estén dotados de autonomía -vale decir, de autoconducción y autocontrol- y que no sean, por lo tanto, completamente transitivos. También es muy frecuente -casi general, diría- que las decisiones sean producto de complejos procesos de interacción entre los elementos del sistema, aunque luego aparezca uno de ellos como promulgador formal de la decisión adoptada.

Lo que sí nos parece realmente muy valioso es la formulación de la Teoría de los Juegos sobre el tema de las soluciones o "salidas" de las situaciones. Quienes tenemos experiencia en análisis y evaluación de problemas y proyectos sabemos que nunca hay una sola solución para cada situación, aunque en general suele pensarse que, para cada conjunto de condiciones dadas, hay una solución mejor que cualquier otra. La Teoría de los Juegos, desde los tiempos de Neumann y Morgenstern, va bastante más allá: afirma que las soluciones no son únicas, que siempre hay múltiples soluciones para cada situación y que acaso haya más de una "solución mejor que todas", aunque lógicamente, la cantidad de soluciones estables es siempre necesariamente limitada en cada caso.

Por otra parte, la Teoría de los Juegos ayuda a poner en evidencia las diferencias que existen entre las estrategias que objetivamente tienen más probabilidades de éxito y las estrategias que son subjetivamente preferidas en función de los hábitos, deseos y necesidades del jugador; y concentra decididamente su interés en las primeras. Es una contribución nada desdeñable a la "racionalidad" de las soluciones.

Actualmente, la Teoría de los Juegos presenta restricciones que reducen sus posibilidades de aplicación en el campo de los problemas políticos. Cabe preguntarse, después de tántos años, si esas restricciones podrán superarse. Hasta ahora, la parte más desarrollada de la Teoría de los Juegos es la del juego de dos personas y suma cero, que es la parte menos útil para la Ciencia Política, donde el grueso de los problemas se dan en el contexto de un juego de varias personas y suma variable, ya que aún en el caso de la confrontación entre dos superpotencias dentro de un sistema bipolar, es muy gravitante la presencia y actuación de los demás actores internacionales, aliados o adversarios de uno u otro.

La Teoría de los Juegos es estática: supone que no se producen cambios en las características de funcionamiento de los elementos intervinientes mientras dure el juego, ni tampoco cambios en las reglas. Esto la aparta bastante de los procesos políticos reales, sobre todo en análisis de procesos de larga duración. Otra expresión de su estatismo radica en que ha resultado idónea para construir modelos de representación de procesos de distribución de recursos disponibles, no así para procesos que incluyen la creación de nuevos recursos. Los problemas relacionados con el crecimiento y la innovación quedan fuera de sus posibilidades. Von Neumann y Morgenstern reconocen el carácter estático de su teoría, pero consideran que su desarrollo es necesario para el posterior planteo de cualquier teoría dinámica.

En efecto, un desarrollo posterior intentó el análisis de procesos dinámicos mediante secuencias de juegos, en las cuales el resultado del primer juego determina la naturaleza del juego siguiente, y así sucesivamente. Quizás sea posible, por este camino, elaborar hasta ahora sólo se ha desarrollado con vigor la teoría estática de los juegos, por lo que es muy probable que la mayoría de los investigadores no otorguen una adecuada consideración a los factores dinámicos. Esto quizás no perjudique al póker, pero puede causar mucho daño a la lectura de la política interna o de las relaciones internacionales.

Otra dificultad emerge del tratamiento dado a los valores. La Teoría de los Juegos supone que los valores son definidos desde afuera, que no cambian y que son independientes de los resultados del juego. En realidad, al tomar decisiones políticas hacemos mucho más que jugar un juego: se trata de expresar los propios valores y al mismo tiempo, de sobrevivir como grupo. Casi todas las culturas creen que sus valores son compatibles con su sobrevivencia a largo plazo: tal creencia no siempre resulta verdadera, como lo ilustran con elocuencia numerosos casos a lo largo de toda la historia, desde los antiguos espartanos y los cátaros medievales hasta los caballeros del Sud esclavista norteamericano en el siglo XIX y los nazis en el siglo XX.

La limitación de fondo, para decirlo con mayor precisión y claridad, estriba en que la Teoría de los Juegos valora a las "piezas" en función de las reglas del juego. Cuando esas "piezas" son seres humanos nos encontramos con una seria objeción a la teoría: los seres humanos no derivan su valor de ninguna de sus actividades; son unidades irrepetibles, de valor intrínseco y propósitos múltiples.

Respecto de la estrategia frente a los riesgos de perder y las posibilidades de ganar, la Teoría de los Juegos recomienda la llamada "minimax", que consiste en tratar de perder lo menos posible aún a riesgo de que la ganancia sea también mínima. Se trata, evidentemente, de una estrategia defensiva y poco audaz, que suele inspirar desagrado a los verdaderos jugadores. Por ese lado, la Teoría de los Juegos no ha resuelto el problema de la toma de decisiones, ya que, aunque el minimax puede ser defendido como el comportamiento más racional, es bastante evidente que ese tipo de condiciones rara vez se da en la vida real.

Un buen ejemplo de lo cuestionable que resulta la Teoría de los Juegos cuando se pretende usarla como instrumento metodológico de la toma de decisiones, es el libro de Morton Kaplan "System and Process in International Politics" (1957) (2). Kaplan, si bien es consciente de las insuficiencias de la Teoría de los Juegos, la considera "el mejor instrumento de que se dispone para el análisis de los problemas de estrategia" y que su empleo "incrementará verosímilmente las probabilidades de éxito de una política". Estas son pretensiones bastante excesivas y objetables, especialmente en lo que se refiere a las aplicaciones prácticas de la teoría analizadas en el capítulo "Estrategia y Arte del Estadista", en forma de un análisis puramente teórico, muy alejado del ámbito de la adopción real de decisiones.

La Teoría de los Juegos, en su planteo original, supone que toda la información pertinente para el juego está disponible y que su empleo puede hacerse sin limitación de tiempo o de costo. Estos supuestos resultan poco realistas en política.

Pese a las críticas que puedan hacerse, el interés de los teóricos por la Teoría de los Juegos se justifica por la clarificación conceptual que por esa vía se ha logrado en varios campos importantes de la investigación social: - la teoría de la negociación; - los estudios sobre conflictos internos y externos; - los estudios sobre relaciones de poder.

La Teoría de los Juegos, en su versión original, se presta muy bien para el análisis de juegos de suma cero, en los que cualquier ganancia de uno de los participantes significa una pérdida para el otro. Es apropiada, por lo tanto, para situaciones de antagonismo despiadado de intereses, como es, por ejemplo, un duelo. En ese sentido, es de temer que su uso desprevenido lleve a proyectar sobre la realidad las características del juego, y a ver en todo conflicto una confrontación irreductible de intereses que sólo puede resolverse por el aniquilamiento de uno de los adversarios, sin considerar las posibilidades de compatibilización transaccional por negociación ni la mutua necesidad de la presencia del otro, que son las situaciones realmente típicas de la vida política real.

Un enfoque más avanzado, más refinado, consiste en considerar que los dos contrincantes tienen intereses antagónicos y a la vez intereses en común, como dos superpotencias, en un sistema bipolar, que mantienen complejas relaciones de conflicto y colaboración. El estudio de este tipo de situaciones es característico de la obra de Thomas C. Schelling, especialmente "The Strategy of Conflict" (3).

El estudio de Schelling sobre el conflicto muestra la utilidad de la Teoría de los Juegos como instrumento de clarificación conceptual. El trabajo de Schelling es una contribución importante, tanto a la Teoría de los Juegos en sí como a la demostración de su utilidad para la Ciencia Política. Schelling deja de prestar atención a los juegos de puro conflicto (que son los que en general apasionan a los matemáticos) y centra su interés en los juegos llamados "de regateo" o "de motivos mezclados"; vale decir, aquellos en los que se combina el conflicto con la mutua dependencia; mucho más semejantes, por lo tanto, a las situaciones que se producen en la realidad política.

El trabajo de Schelling intenta, en forma muy brillante, hacer un análisis racional de la política internacional, basada en la amenaza como mecanismo de disuasión. Schelling sostiene que las amenazas sólo tienen sentido entre actores que tienen importantes intereses en común. No es precisamente útil en el caso de la "hostilidad pura" y de los "intereses absolutamente contrapuestos" sino justamente cuando los "intereses mezclados" producen esas complejas relaciones de colaboración y de conflicto a que aludimos páginas atrás.

Las amenazas -sostiene Schelling- son efectivas en función de su intensidad y de su credibilidad. Cuando la ejecución de tales amenazas implica un alto precio para el que las formula, o para el entorno global de ambos contendientes -como es el caso de la amenaza de emplear armas atómicas- el problema radica en cómo tornar verosímiles tales amenazas. En este sentido -dice Schelling- quizás resulten ventajosas para la negociación la torpeza, la temeridad, la ineptitud para prever el propio daño, así como el hecho de crear situaciones que tiendan a escapar del propio control.

Ciertas pautas de comportamiento de los niños, los presidiarios y los dementes recluídos en manicomios, así como ciertas técnicas de los secuestradores y los chantajistas -dice Schelling- pueden ofrecer lecciones valiosas para el manejo de la política exterior.

Realmente, es estremecedor pensar que durante años el destino del mundo estuvo en manos de gente nutrida con tales enfoques. Moral aparte, el límite para el empleo de estas técnicas está en que no funcionan en una relación prolongada, a lo largo de muchos años, con encuentros intensos y repetidos. Un desplante ocasional, un arrebato momentáneo, pueden sorprender alguna vez al adversario y permitir la obtención momentánea de alguna ventaja; pero no produciría el mismo efecto una sucesión de desplantes, que más bien ocasionaría la propia ruina. En este sentido, el brillante trabajo de Schelling debe ser interpretado más bien como una exploración intelectual de las posibilidades-límite de técnicas que sería ingenuo, y probablemente muy perjudicial, pretender aplicar en forma directa y, sobre todo, repetida.

En la realidad de la vida personal, los juegos tienen un límite, un término: los niños recogen las bolitas o la pelota y se van, cada uno a su casa. La política internacional, por el contrario, es un "juego interminable": los beneficios obtenidos en un momento dado difícilmente se mantengan o se repitan en otros momentos; ambos contendientes aprenden con el juego y mejoran su estrategia, etc.

Un factor decisivo en lo que respecta a la eficacia de las amenazas -que Schelling no menciona y que Deutsch destaca mucho- es la probabilidad de que el comportamiento que la amenaza intenta inhibir ocurra de todos modos: la necesidad y la motivación, intensamente sentidas, pueden llevar a no creer en amenazas, a no tomarlas en cuenta e incluso a reaccionar mediante conductas de violencia "preventiva". Cuando Schelling analiza los motivos del comportamiento en política exterior, distingue entre comportamientos inspirados en la racionalidad y comportamientos motivados por el despecho. Pero justamente, hay que tener en cuenta, como hace Deutsch, que las frustraciones repetidas aumentan la probabilidad de respuestas irracionales o despechadas. El temor o la tensión no siempre inhiben la conducta: también pueden producir reacciones agresivas.

En base a los supuestos de la Teoría de los Juegos se construyó, en tiempos de la "guerra fría", una "teoría de la disuasión", que proponía, por ejemplo, frustrar al adversario mediante un gran temor y luego confiar en su serena racionalidad para nuestra propia supervivencia. El análisis de los supuestos de la "teoría de la disuasión" revela una mezcla de la tradicional Teoría de los Juegos con elementos de la ideología nacionalista tradicional. Una manifestación concreta de ésto puede encontrarse en la estrategia del "equilibrio del terror", cuyos puntos de partida son los siguientes: - las aptitudes de los adversarios se mantienen estables en el tiempo; - las consecuencias de posibles cambios tecnológicos o económicos son desdeñables; - es muy baja la probabilidad de que se produzca una guerra acci- dental o inducida; - es mínima la probabilidad de que se produzca el comportamiento que se procura inhibir mediante amenazas verosímiles; - es despreciable el rol del interés nacional vital del adversa- rio y puede confiarse en su capacidad de actuar racionalmente aún mientras recibe amenazas intensas y verosímiles.

Esta estrategia supone, de un modo tácito o subyacente, la existencia de una asimetría o diferencia oculta en la manera de ser de los norteamericanos respecto de otros pueblos, como los rusos o los chinos. Se supone, por ejemplo, que las amenazas humillantes intimidan a los rusos e irritan a los norteamericanos, lo que condujo la conflictiva relación varias veces al borde de situaciones que hubieran hecho víctima del conflicto a toda la humanidad.

Una "teoría de la disuasión", para ser eficaz, tiene que ser útil, no para un encuentro aislado o para una breve crisis, sino para una larga interacción conflictiva. La teoría que acabamos de describir, dominante durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta, presenta notables carencias y una gran debilidad en sus fundamentos intelectuales (para no hablar de los morales) y fue, en efecto, reemplazada por otras, especialmente por la teoría de la "coexistencia pacífica", que fue posible cuando ambos bandos reconocieron que la existencia del adversario era un hecho histórico duradero.

La teoría de la coexistencia pacífica planteó un complejo sistema de relaciones de colaboración y conflicto entre las dos superpotencias. Por un lado, conservó el "equilibrio del terror", basado en la "capacidad del segundo golpe" (quien es atacado por sorpresa y con éxito, aún en esas condiciones conserva la capacidad de aniquilar al agresor, lo que hace racionalmente impensable la agresión directa). Por otro lado, desarrolló una serie de relaciones de colaboración (venta de trigo subsidiado, intercambio tecnológico, colaboración espacial) así como de acción conjunta frente a algunos conflictos en el resto del mundo. Esas relaciones incluyeron también cierta prescindencia en los conflictos planteados en las áreas de influencia exclusiva de cada uno de ellas, excepto la posibilidad de formular declaraciones declamatorias de fuerte contenido ideológico y de ayudar clandestinamente y por vías indirectas, con armas, dinero e información, a los insurrectos de cada bando.

La reciente crisis económica y política del bloque socialista, especialmente de la URSS; la virtual y frágil hegemonía de los EE.UU., respaldada sólo por su potencia militar, sin apoyo de otras fuentes de poder (económico, tecnológico, cultural); la emergencia de otros centros de poder en el mundo (Comunidad Europea, Japón, China); son todos factores que están cambiando rápidamente el escenario internacional, que evoluciona desde un esquema bipolar, a través de una transitoria fase monopolar hacia un esquema probablemente tripolar. Es obvio que las estrategias basadas en una Teoría de los Juegos simple, de dos contrincantes, que pudo ser apta en algunos momentos del pasado para ese mundo bipolar que emergía de los acuerdos de Yalta, ya resultan notoriamente insuficientes.

En el libro de William R. Riker "Theory of Political Coalitions" (4) encontramos un modo muy formal de utilizar la Teoría de los Juegos: adoptar un modelo formal y contrastar las conclusiones derivadas de él con los datos empíricos, para obtener generalizaciones aplicables en otros estudios. Al mismo tiempo, presenta interesantes novedades en el uso de la teoría: el modelo formal adoptado por Riker es un juego de N jugadores y de suma cero; los jugadores son racionales, tienen información perfecta y pueden realizar pactos (coaliciones) entre sí, pero Riker amplía la noción de racionalidad al caso en que los jugadores, en lugar del ya comentado "minimax", opten por estrategias más audaces, que lleven a una posibilidad de mayor ganancia...o de mayor pérdida.

El principal objetivo del trabajo de Riker es mostrar algunos de los principios que rigen la formación de coaliciones en el seno de los grupos: - el principio del "tamaño"; - el principio "estratégico"; - el principio del "desequilibrio".

El principio del tamaño sostiene que los participantes de un grupo sólo forman coaliciones del tamaño que creen necesario para asegurar su triunfo, y no mayores. Entraña afirmar que no hay un impulso integrador superior a la necesidad de asegurar el triunfo individual de los participantes. Este principio se complementa con el llamado "efecto información", según el cual cuanto menor es la información disponible, tanto mayor es el número de coaliciones que se busca formar y que exceden el tamaño mínimo. Es algo así como una aplicación de aquel principio general de que a mayor incertidumbre, mayores resguardos.

El principio estratégico o "de la ventaja estratégica" sostiene que, si en un estadio cualquiera del juego, unas protocoaliciones pueden formar una coalición mínimamente vencedora, tendrán una ventaja estratégica, que consiste en que pueden llegar a un acuerdo sobre el modo más ventajoso de distribuir las ganancias. Entre jugadores racionales, esta ventaja garantiza a quienes ocupen esa posición en el penúltimo estadio del juego, que pertenecerán en el último estadio a la coalición vencedora.

El principio del desequilibrio es la consecuencia del logro de la ventaja estratégica. Este principio destruye la suposición de que una política racional es estable bajo cualquier circunstancia. No hay ningún sistema de equilibrio de poderes que garantice la estabilidad. Las fuentes del desequilibrio son los cambios en la relación de poder entre los elementos del sistema, debidos a factores endógenos y exógenos y a las pretensiones acrecentadas de quien se perfila como vencedor.


(1) Eugène J. Meehan, op. cit. Ver también Karl Deutsch: LOS NERVIOS DEL GOBIERNO, México, FCE, 1985.

(2) Morton Kaplan: SYSTEM AND PROCESS IN INTERNATIONAL POLITICS, John Wiley and Sons, 1957, especialmente los cap. XI y XII.

(3) Eugène J. Meehan, op. cit.

(4) Eugène J. Meehan, op. cit.

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