BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

CURSO DE TEORÍA POLÍTICA
 

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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e) Evaluación crítica de las teorías del desarrollo político. Las teorias del desarrollo político y la crisis de la modernidad.

Como hemos visto, las teorías del desarrollo político han conocido una gran difusión en los últimos decenios. Es notorio su valor e interés, la cantidad de autores que se han dedicado a acrecentarlas y su significación en el campo de la teoría política.

Creemos, pues, que es oportuno plantear, para concluir este capítulo, una evaluación crítica de estas teorías, porque desde que fueron formuladas la experiencia histórica y los intentos de aplicación han señalado, junto a sus innegables valores, notables debilidades, de las que es importante tener conciencia. El trabajo de J.M. Denquin, entre otros, ofrece pautas muy valiosas en ese sentido (1).

La noción de desarrollo político procede de un calco o trasposición de los modelos de desarrollo económico. Esta transferencia se basa en dos supuestos:

- la idea del desarrollo, que tan fecunda fue en economía, tiene también un contenido específico en política.
- el desarrollo político, a semejanza del económico, se realiza según fases sucesivas, necesarias e identificables.

El primer supuesto es muy cuestionable, porque el mundo de la política es muy diferente del mundo de la economía. En economía se pueden medir resultados según criterios cuantificables, referidos a temas tales como PBN, PBN per capita, tasa de crecimiento anual, etc. Es un campo mucho más concreto (aunque también cabe en él la polémica sobre si hay o no más de un camino posible para el desarrollo económico). De todos modos, en política no hay situaciones semejantes. Hemos visto que los autores que tratan el tema toman como criterio general del desarrollo político el acercamiento y acceso a la democracia en su versión anglosajona. Ésto es, a todas luces, una expresión de etnocentrismo y un juicio de valor arbitrariamente elegido.

El segundo supuesto participa de la misma arbitrariedad, y le agrega otra: esas fases están concebidas como un proceso lineal, único y progresivo. Olvida que la historia real de los pueblos está llena de circunstancias aleatorias, retrocesos y reacciones dialécticas.

Por esas causas, la noción de desarrollo político enfrenta todos los inconvenientes de las teorías deterministas y finalistas de la historia.

No es de extrañar que, habiendo sido construída sobre bases tan débiles, estas teorías hayan producido resultados cuestionables. Los criterios adoptados vincularon al desarrollo político con la diferenciación estructural, con una mayor igualdad social y participación popular, con el aumento de la capacidad del sistema político para manejar situaciones y procesos, y con la secularización cultural, es decir con "el eclipse progresivo de las religiones y las ideologías en provecho de la consolidación del pensamiento racional y pragmático" (Denquin).

Vale decir, adoptaron como criterios los procesos vividos en los países avanzados de Occidente. Desde un punto de vista filosófico, no hay nada que objetar a estos principios, pero desde un punto de vista empírico (y se supone que son criterios para evaluar datos empíricos) se han acumulado tantos ejemplos en contrario que hay que replantear el tema: la perduración de dictaduras plurifuncionales, la existencia de masas irremediablemente apáticas, fenómenos de vigoroso retorno de valores y prácticas religiosos, y más generalmente, rechazos de los modelos occidentales.

El relativo fracaso de estas teorías en cuanto a la generalización de su análisis, ha contribuido a provocar la presente crisis de las Ciencias Sociales, y de la Ciencia Política en particular. Vuelve a plantearse el interrogante sobre el abandono de una ciencia generalizadora de lo social y sobre una vuelta a la historia, tomada como arquetipo del conocimiento de fenómenos específicos y no repetibles. Sobre este dilema cabe hacer, parafraseando a Denquin, dos observaciones y una conclusión: - algunas teorías políticas han fracasado porque sus pretenciones iniciales eran excesivas. Querer explicar el desarrollo histórico con unas pocas variables, supuestamente válidas en todo tiempo y lugar, es realmente una pretensión irrazonable. Sobre una base de generalidades, es evidentemente necesario reintroducir lo específico en los análisis de Ciencia Política.

- si se ha hecho sentir la influencia y la nostalgia de la historia en la ciencia social, lo contrario también es cierto. El aporte sociológico y politológico ha renovado a la historia, con un esfuerzo de conceptualización que apunta a superar la pura repetición intelectual de lo dado.

"Aplicadas al mismo objeto -dice Denquin- la Historia y la Ciencia Política pueden enriquecerse mutuamente. Competitivas y complementarias a la vez, su encaminamiento paralelo es indispensable para la comprensión de los fenómenos que ellas estudian".

Obedientes a esta orientación, que parece fecunda en posibilidades, vamos a visualizar ahora nuestro tema a partir de un enfoque histórico-cultural. Qué ocurría en la cultura en las últimas décadas? Recientes estudios (2), que sintetizan y elaboran una comprensión del proceso a partir de la elaboración de una gran cantidad de datos empíricos, referidos a países desarrollados, principalmente europeos, consideran que la cultura, en el periodo que va desde 1945 hasta la década de los '80, puede ser denominada "cultura del desarrollo". La misma no ha transcurrido de un modo parejo u homogéneo sino que ha atravesado fases claramente marcadas: Los años '50 fueron los de la "promoción del desarrollo": la reconstrucción de las economías, el despegue industrial, el boom económico, los flujos migratorios internos. Estos procesos se verificaron en medio de una notable estabilidad cultural, con pautas heredadas de localismo, familismo y adhesión a las normas, probablemente como compensación de ese máximo desorden que había sido la guerra. Un difuso "ethos" adquisitivo era regulado por valores inspirados en el "sacrificio cristiano por la familia" y en la típica propensión campesina y pequeño- burguesa al ahorro y la propiedad inmobiliaria. La voz de orden parecía ser "trabaja y ahorra", con gran estabilidad de las instituciones sociales. En nuestros países latinoamericanos fue la época de los populismos (Vargas, Perón) y la culminación de los esfuerzos, prontamente frustrados, por lograr el desarrollo y la autonomía mediante la sustitución de importaciones.

Los años '60 fueron los de la "confianza en el desarrollo". Los resultados evidentes de la reconstrucción económica infundieron una confianza ilimitada en el progreso, consecuencia del pasaje a una era tecnológica: la civilización técnica no sólo iba a resolver los problemas económicos de la escasez sino también todos los problemas humanos, desembocando en lo que se dio en llamar "humanismo tecnológico". Se comienza a manifestar nítidamente un individualismo consumístico inducido por el mismo sistema industrial avanzado, con la consiguiente reducción de la moralidad social altruística. Se intensifica la acción de los medios de comunicación social (especialmente por la difusión masiva de la TV) y los fenómenos de escolarización masiva (y de elevación del nivel de escolaridad obligatoria) son acompañados por una racionalidad y utilitarismo generalizados, con ruptura de tradiciones y un marcado secularismo. En nuestros países fue la época de la experiencia frustrada de los desarrollismos (Frondizi- Kubistchek).

El periodo siguiente (1968-1973) es el del "cuestionamiento al desarrollo". El '68 ha quedado en Europa, y por difusión en el resto del mundo, como un divisorio de aguas cultural, caracterizado por la emergencia de movimientos contestatarios, que cuestionan no tanto al desarrollo en sí mismo sino a las modalidades que fue adquiriendo; además de ser una concreta constatación de su declinación. Prontamente autodenominada "revolución cultural", este movimiento planteó la negación de las estructuras de poder existentes, en abierta oposición al autoritarismo, a la división del trabajo, a la estratificación social, a la selección meritocrática, a las instituciones tradicionales: familia, profesión, empresa, escuela, iglesia. Se trata de la difusión de un sentimiento igualitario y desinstitucionalizador, en un marco de desocupación intelectual y secularización aguda, con modalidades contra-culturales. Como influencia exógena, en nuestros países quedó, como herencia de este proceso, un generalizado sentimiento, sobre todo entre la juventud, sobre la legitimidad del uso de la violencia política ante las reiteradas frustraciones sociales.

El periodo 1973-1980 se caracteriza por la "desconfianza en el desarrollo". La crisis energética originada en la guerra del Yom-Kippur, y la consiguiente crisis económica insuflaron temor por el futuro, inseguridad en la posibilidad misma del desarrollo, ansiedad y malestar. Las actitudes individuales y grupales oscilan entre el consumismo y la austeridad, entre el hedonismo y la parsimonia, mientras se difunde la cultura de masas y la manipulación sistemática de la opinión.

Los años '80 han visto resurgir una "esperanza en un nuevo de-sarrollo", pero más cauta y no exenta de incertidumbre. En algunos aspectos pareciera plantearse un retorno a los años sesenta, con su orientación meritocrática y eficientística, su profesionalidad y su consumismo; pero al mismo tiempo aparecen nuevos rasgos: predominio de la subjetividad, policentrismo existencial, preocupación por la calidad de vida y por la atención al ecosistema. Nuestros países vivieron en la mayoría de esos años procesos muy distanciados en algunos aspectos de las pautas admitidas en el resto del mundo occidental ( violencia guerrillera, terrorismo de estado); y patéticamente (en cuanto falsa imitación) semejantes en otros, como el consumo y el eficientismo. También se vivió la crisis del autoritarismo tecnocrático y el retorno a la democracia, en condiciones que lo tornan más preñado de espectativas que de realidades.

En el mundo desarrollado, el inicio de los noventa parece caracterizarse por una difusa incertidumbre, una gran prudencia prospectiva y una nueva visión, no dicotómica y de creciente interdependencia sistémica.

Cuál ha sido la manifestación de las teorías del desarrollo político en ese cambiante ambiente cultural? En los primeros estudios, allá por la década de los '50 predominaba una óptica etnocéntrica y estática: se medía el nivel de desarrollo de cualquier sistema político por comparación con un patrón fijo: el de las democracias occidentales anglosajonas.

También era dominante la hipótesis de que a un determinado estadio de desarrollo económico-social corresponde un determinado estadio de desarrollo político. De allí se sacaba la consecuencia (prescriptiva y propiciadora del statu-quo) de la imposibilidad o inoportunidad de acelerar el desarrollo político si no se lo acompaña de una aceleración congruente del sistema económico.

Las décadas de los '60 y los '70 fueron las de máxima expansión de las teorías del desarrollo político, que experimentaron un interesante proceso de integración de aspectos: el desarrollo como modernización (R. Bendix, S. Verba, R. Packenham, S.N. Eisenstadt, G. Almond); el desarrollo como institucionalización (K. Deutsch y S.A. Huntington); el desarrollo como incremento de la capacidad del sistema político (Diamant y Organski); hasta llegar al desarrollo visto como modernización más institucionalización que incrementa la capacidad del sistema (Weiner, Horowitz, y sobre todo Helio Jaguaribe, autor a nuestro juicio de la formulación más elaborada y completa).

Por otra parte, con el tiempo se superó el inicial enfoque etnocéntrico y se llegó a considerar al desarrollo político como un proceso de ajuste o adaptación del sistema político (en cualquier etapa o modalidad de su historia) a las funciones que se requieren de él según las condiciones estructurales de cada sociedad (3).

La vigencia de las teorías del desarrollo político fue reduciéndose a medida que cundía esa "cultura de la incertidumbre" que parece ser el signo distintivo de la post-modernidad; a medida que los planes elaborados daban resultados distintos de los esperados (por ejemplo, la industrialización que aumenta la dependencia en vez de disminuirla); o a medida que ocurrían hechos que nadie pudo prever a tiempo: la derrota de los EE.UU. en Vietnam y la de la U.R.S.S. en Afganistán, la caída del Sha de Irán y la emergencia de una República Islámica fundamentalista, la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana, el colapso de los "socialismos reales" del este europeo y de la propia U.R.S.S., etc.

Qué futuro hay para estas teorías que, de un modo u otro, terminan siempre desembocando en intentos diversos de "ingeniería social"? Pensamos que a corto o mediano plazo tienen poca vigencia, no así a largo plazo. Sostenemos la "hipótesis?" de que hay una clara correlación entre la emergencia de determinadas corrientes o temas en el campo teórico de las Ciencias Sociales (y casi nos atreveríamos a decir, de las ciencias en general) y los trasfondos cosmovisionales e ideológicos que, como ámbitos culturales generalizados, "signan" (en el sentido de cargar de significación) las diversas épocas. A su vez, esos trasfondos emergen como respuesta intelectual-emocional a las experiencias que los pueblos atraviesan en su historia, y encarnan proyectos superadores de las dificultades vividas, que al realizarse en parte satisfacen y en parte frustran las espectativas sentidas, motivando nuevas respuestas cosmovisionales y nuevas teorías... Por eso, casi siempre es cierto que, como decía Heráclito, todo marcha hacia su contrario...

Si hay que ahondar en los sentimientos y actitudes existenciales básicas generalizadas de las poblaciones para detectar las fuentes nutricias de los nuevos trasfondos cosmovisionales e ideológicos que más adelante darán fundamento a nuevas teorías científicas, es del mayor interés explorar los rasgos distintivos del cambio cultural actualmente en curso, tal como se reflejan en recientes trabajos empíricos sobre la materia (2).

Se detectan allí algunos elementos relativamente nuevos, indicadores de cambios y de probables tendencias futuras: Un primer rasgo es la provisoriedad. La realidad es lo que está aquí y ahora, el conocimiento importante es el conocimiento pragmático, el énfasis puesto sobre el presente. Hay coincidencia plena entre acto y sentido, acompañada de un sentimiento de indeterminación respecto del futuro, que provoca reacciones diversas: retraerse del futuro, por miedo; refugiarse en el pasado, por melancolía; deseo de un futuro liberador, en busca de alivio. Ocasionalmente el futuro es visto como posibilidad o esperanza, pero siempre acompañado de un sentimiento de precariedad vital. La variabilidad es considerada como lo normal y los vínculos humanos se construyen "no para siempre".

Otro rasgo es la a-centricidad. Se produce una multiplicación y diferenciación de los centros de referencia o pertenencia, una pérdida "del" centro. La tendencia es a organizar la vida en torno a una pluralidad de centros de interes. Cesareo destaca bien como esa pluricolocación individual se relaciona con la emergencia de una "cultura en mosaico", una "cultura como simulacro", una "cultura figural" o de la imagen. Mientras tanto, la intensa movilidad horizontal y vertical de las personas hace del localismo una pertenencia simbólico-expresiva antes que real.

El rasgo siguiente es denominado por Cesareo, posibilidad. Se ha producido un incremento generalizado de posibilidades de elección y una explosión de relaciones humanas, pero contrabalanceadas por la incertidumbre respecto de las normas, y una disminución de la capacidad subjetiva de elegir.

La subjetividad expresa la marcada tendencia a buscar la satisfacción de los deseos, el culto de sí mismo, la búsqueda de la autorrealización personal. Hay una actitud selectiva y exigente; una no aceptación de situaciones no satisfactorias, que se manifiesta en fenómenos tales como la desocupación voluntaria y la personalización de los itinerarios formativos; la educación es vista como un camino de autorrealización y se ha acentuado mucho la conciencia del derecho a la subjetividad (los llamados "derechos psíquicos" de la nueva normativa). Naturalmente, tan elevado nivel de espectativas conduce frecuentemente a intensas frustraciones, por lo que también han aumentado notablemente los niveles de ansiedad y depresión.

Finalmente, el rasgo que, quizás más que ningún otro expresa el sentimiento y la actitud existencial básica de la post-modernidad, el desencanto: predomina una visión desencantada del mundo, con pérdidad de la gravitación sobre la vida de entidades sobrehumanas y emancipación de la dependencia respecto de todo otro. Hay también, por otra parte, una pérdida del sentido de la vida; y la religiosidad, si bien no se ha perdido del todo, se ha vuelto difusa, con proliferación de nuevas experiencias religiosas (dentro o fuera de las iglesias tradicionales). Se trata sobre todo de una privatización de la esfera religiosa, y de una creciente indiferencia en relación con las jerarquías eclesiásticas.

Frente a ese esquema de actitudes existenciales básicas, los modelos de comportamiento y las orientaciones valorativas se caracterizan, según Cesareo, por una aceptación positiva o resignada de la modernidad, el empleo habitual de las nuevas tecnologías y la concreción de la "aldea global" preanunciada hace ya tantos años por M. McLuhan. La posesión de bienes es vista como condición de integración social, y si bien los objetos incorporan modelos de consumo, se ha debilitado bastante su condición de símbolos de status.

Pero también han hecho su aparición tendencias relativamente nuevas, como el neo-arcaismo (gusto por la rusticidad y las cosas viejas) y el ecologismo, vivido como contracultura con fuertes repercusiones políticas. Las cosas más importantes de la vida son la familia (sentida como red de solidaridades concretas y no como institución), otros vínculos directos y el trabajo, sentido como valor condicionado a la propia autonomía y autorrealización. Son menos importantes, en cambio, el compromiso social y religioso y la actividad política. Los nudos problemáticos de esta dinámica existencial individual y grupal, según Cesareo, giran en torno a la "cultura de la incertidumbre" (asumida sin dramaticidad, como un elemento fisiológico del sistema, que no asombra ni provoca aprensión); la "racionalidad", que está en crisis, señalada por un menor absolutismo de la razón, el fin de las ideologías fuertes, el debilitamiento de los intentos proyectivos y la inseguridad existencial; y la "ética" en la que se percibe una nueva necesidad de justificar, de legitimar, el comportamiento, con gran variedad de respuestas morales y una separación cada vez más neta entre la moral privada y la moral de la convivencia social.

Aunque estas observaciones provienen en su mayoría de material empírico relevado en países desarrollados de Occidente, creemos que, al menos en parte, son aplicables en nuestros países, no tanto como consecuencia de la realización de procesos semejantes, sino más bien como consecuencia del efecto-demostración, del contagio mental, de la aculturación que tantas veces nos coloca en la patética posición de "estar de vuelta antes de haber ido".

Ese magma cultural es terreno poco propicio para las formulaciones teóricas orientadas hacia aplicaciones de "ingeniería social". No es casual que en lo político-económico vuelvan en estos tiempos a resurgirlos planteos teóricos inspirados en la "mano invisible", en una dinámica intrínseca de las fuerzas sociales actuantes en la historia. Habrá que esperar (como ya ocurrió en el pasado) los resultados negativos o indeseables de tales procesos para que, por "enantiodromia" (como diría Sábato) vuelvan a plantearse nuevas necesidades y actitudes que conduzcan, en la práctica social, a algún "neo-socialismo", o "neo-cooperativismo"; y en el campo teórico, a la difusión de nuevas teorías del desarrollo político...

Por otra parte, apuntamos en beneficio de nuestra hipótesis sobre la correlación entre la actividad científica teórica y los telones de fondo culturales, y entre éstos y los sentimientos y actitudes básicas de los grupos humanos sacudidos por la historia, la siguiente observación: hasta no hace mucho se sostenía que las teorías científicas debían ser capaces de describir, explicar y predecir hechos relacionados con su contenido. En la producción más reciente, es bastante notoria una generalizada tendencia a abandonar la predicción como actividad científica, justamente cuando se difunde esa "cultura de la incertidumbre" de que hablamos, y se reiteran las constataciones de muchos hechos (demasiados hechos) que ocurren sin que hayan sido predichos por teoría alguna...


(1) Jean-Marie Denquin "SCIENCE POLITIQUE", PUF, París, 1991.

(2) Vincenzo Cesareo et al. "LA CULTURA DELL'ITALIA CONTEMPORANEA. TRASFORMAZIONE DEI MODELLI DI COMPORTAMENTO E IDENTITA SOCIALE", Ed. Fondazione Giovanni Agnelli, Torino, 1990.

(3) Helio Jaguaribe "DESARROLLO ECONOMICO Y POLITICO", FCE, México, 1974.

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