BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

CURSO DE TEORÍA POLÍTICA
 

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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f) La utopía y la ucronía. La utopía y el mito.

(1)Utopía (ningún lugar, lo que no está en ninguna parte) es el nombre que Tomas Moro le dio a una singular obra suya que describe las costumbres, condiciones de vida y organización social del pueblo que habitaría una isla desconocida para los europeos.

Más tarde, por extensión, se dio el nombre de Utopías a otras obras literarias cuyo tema se refiere a sistemas sociales ideales o perfectos, supuestamente liberados de las fallas conocidas.

En una primera lectura las utopías son, pues, intentos de descripción de ideales políticos o religiosos, de improbable realización. Esa apariencia irreal suele motivar juicios peyorativos sobre las utopías. Pero éstas admiten también otra lectura, que las vincula con la necesidad de superar el conformismo para progresar. Bajo la aparente inocencia de la descripción fantasiosa de costumbres de pueblos desconocidos, en realidad se formula una aguda y corrosiva crítica a la realidad política y social, a la estructura económica y las relaciones exteriores de pueblos bien conocidos y cercanos...Las utopías contienen, pues, en sus ropajes de ilusión, una aspiración de cambio y un fermento de acción.

La utopía puede ser considerada como un género literario-político "de reacción" frente a una realidad política, por parte de quienes la consideran irracional, injusta, inhumana, etc. Su planteo suele ser algo así como el "negativo de la fotografía" de la situación que se critica, y muchas veces puede percibirse que los ideales que se proclaman en la utopía, llevados a la práctica producirían otros defectos (no los mismos) pero equivalentes a los que se señalan.

La utopía es ambivalente. Entraña un principio dinámico, en cuanto expresa la aspiración o necesidad de cambiar de rumbo y realizar nuevas metas; pero también constituye un factor de alienación, si aparta al hombre de la realidad y lo invita a refugiarse en la contemplación de un ideal estéril para la acción inmediata.

La utopía se diferencia del mesianismo porque en este último el ideal se realiza por la intervención de un factor exógeno, ya sea un jefe carismático o una acción metafísica providencial. En la utopía, en cambio, el ideal y su realización se plantean como endógenos y estrictamente racionales.

En nuestros días, la utopía se diferencia también de la futurología, porque esta última procura construir una imagen del futuro probable sobre la base del conocimiento de datos positivos del presente, y de las tendencias científicamente constatables de su evolución. La utopía, en cambio, se mantiene en el plano de una ensoñación ideal racional, no vinculada a los datos del presente.

En su obra (1516) Tomas Moro satiriza los vicios de la vida social inglesa, ataca la propiedad privada y la guerra, postula la necesidad de la tolerancia religiosa y señala el desmedido afán de lucro como fuente generadora de la miseria y del malestar social. Esa crítica del presente y esa evasión (hacia el futuro? hacia un lugar sin ubicación?) para algunos autores implica una sobrevaloración del pasado, perdido e imposible de recuperar, o sea una añoranza a-histórica.

Es el caso de G. Sabine (2) que dice: "..ese ataque a la economía de la empresa mercantil estaba motivado, en realidad, por una nostalgia del pasado. Volvía al ideal, ya apenas posible, de una comunidad cooperativa, a la que estaba desplazando la nueva economía".

Hace notar este autor que la idea de Moro sobre la justicia social deriva de la concepción platónica, que ve a la sociedad como un sistema de clases cooperantes; y de la vigencia que esta visión tuvo en la teoría social medieval: esa concepción que ve a la comunidad compuesta por estamentos que cumplen sus funciones y perciben sus debidas retribuciones sin conflictos...y también sin ningún rol para la iniciativa individual, que justamente, para bien y para mal, era el factor dinámico introducido por los nuevos tiempos.

Dice Sabine: "La finalidad moral de una comunidad, tal como la idealizó Moro, era producir buenos ciudadanos y hombres con libertad intelectual y moral, eliminar la ociosidad, subvenir a las necesidades físicas de todos sin excesivo trabajo, abolir el lujo y el derroche, mitigar la riqueza y la miseria y reducir al mínimo la ambición y las exacciones; en resumen, alcanzar su consumación en la libertad del espíritu y adorno del mismo".

Para este autor, la obra de Moro no fue una invocación al futuro sino un eco del pasado, sin horizonte alguno; fue "el canto del cisne de un viejo ideal" más que "la voz auténtica de la época que estaba naciendo".

Sin cuestionar del todo lo que Sabine afirma, creemos que también es posible otra lectura, y reconocerle a Moro el talento de percibir "la parte mala de lo bueno" en los cambios que su época inauguraba; las consecuencias negativas e indeseables de los nuevos procesos en curso, a los que por cierto señaló con mucha precisión y lucidez, como lo advirtieron quienes sintieron sus intereses lesionados y dispusieron su muerte...

Algo como ésto sin duda pensaba Jean F. Revel cuando escribió:" ...el defecto de las soluciones utópicas no es un irrealismo innato sino todo lo contrario. El inventor del ideologismo "utopía" es más realista que los estados a quienes critica y, en tanto hombre político, mucho más realista que su contemporáneo Maquiavelo. En efecto, el análisis por cuyo medio explica Tomas Moro en "Utopía" la crisis agrícola inglesa de comienzos del siglo XVI, las causas del robo y la mendicidad, el absurdo del sistema penal británico y el origen de las guerras, demuestra un espíritu tan concreto que se le creería debido a un tecnócrata de raza. En este caso, el irrealismo no estriba en el modelo que Moro opone a las aberraciones de los príncipes de su tiempo, sino en su convicción de suponer que su modelo -por justo y razonable- seducirá a los hombres, modificará inextrincables situaciones de hecho y regenerará los complicados inconscientes de gobernantes y gobernados" (3).

Utopía quiere decir "ningún lugar"; va de suyo que si algo no está en el espacio, tampoco está en el tiempo, y en ese sentido, toda utopía es una ucronía. Pero Charles Renouvier, autor de una curiosa y sugestiva obra titulada "Ucronía: la utopía en la historia" le da un significado diferente, y entiende por ucronía una especie de ensayo histórico, relativo a un pasado supuesto pero no puramente imaginario. Es como un ejercicio sobre "cursos alternativos" de la historia, que identifica y evalúa políticamente los procesos causales fundamentales de la historia real.

Renouvier supone que ciertos hechos pudieron ser variados de su curso concreto y temporal por acaeceres que fácticamente no ocurrieron pero que "hubieran podido ocurrir".

Realiza, pues, un razonamiento del tipo "lo que hubiera ocurrido si hubiera pasado tal otra cosa" (algo que suele fastidiar mucho a los historiadores profesionales), y sobre esa base plantea una historia de Europa y del Oriente suponiendo que el cristianismo no hubiera penetrado en occidente, con todas las consecuencias y derivaciones de tal premisa.

La intención de la ucronía es la misma intención crítica de la utopía, pero parece haber tenido menos repercusión que su homóloga.

Es curioso observar que las utopías, aunque son expresión de ideales políticos opuestos a la arbitrariedad y la injusticia, en general presentan un esquema rigurosamente reglamentado, planificado, previsto; el conjunto suele ofrecer una apariencia sospechosamente totalitaria...Sin embargo, los utopistas evidencian una marcada hostilidad hacia las instituciones históricas totalizadoras. Al parecer, no legitiman los totalitarismos "reales" porque no son racionales.

En relación con ésto, es interesante anotar los comentarios que hace R. Ruyer (4) sobre las características generales de las utopías sociales. Las principales son:Dirigismo: usamos esta palabra para expresar esa vigilancia perpetua a que los utopistas someten al hombre, ese sistema donde todo está reglamentado y controlado. Dice Ruyer que "..la mayoría de los utopistas creerían faltar a todos sus deberes si dejaran algo librado al juego del equilibrio natural...no sólo suprimen la libertad económica de compraventa, de producción y de intercambio. Atacan también la libertad moral, familiar, artística y científica."Hostilidad hacia la naturaleza: observa Ruyer que "la utopía es antinatural. Su preferencia por la simetría, por la uniformidad, la traiciona..." y comenta que los hombres que habitan las utopías y sus instituciones ofrecen un panorama semejante al de esos idiomas artificiales, "bien construidos", que pretenden corregir los "equívocos" y "defectos" propios de las lenguas naturales...pero que no logran expresar como ellas los ricos matices de lo humano.

Simetría: muy relacionado con el anterior; comenta Ruyer que los mundos utópicos son simétricos, dispuestos con marcada regularidad "..como un jardín a la italiana o a la francesa...".

Otros rasgos complementarios de los anteriores son: uniformidad, creencia hipostasiada en el poder de la educación, colectivismo, aislamiento, austeridad, eudemonismo colectivo, humanismo, proselitismo, pretensión profética.

Cabe preguntarse porque las utopías, en general expresión de ideales políticos de libertad, hacen tanto hincapié en los factores ordenadores. Creemos que la respuesta es: porque percibían la realidad política de su tiempo como caótica, desordenada y arbitraria, y para quien tiene esa percepción, la libertad pasa por el orden. Cualquiera que conozca la historia de la época de oro de las utopías (principios de la Edad Moderna) y de otros momentos de florecimiento utópico, sabe que los poderes políticos aplicaban prácticamente en todas partes esa política que, en lenguaje actual, llamaríamos "de terrorismo de estado". Tenemos experiencias recientes al respecto, que nos permiten comprender aquellos sentimientos: no es sólo la habitualidad de la violencia, no es sólo el abuso del poder; es también la imprevisibilidad de la represión y la incertidumbre del propio destino, hágase lo que se haga.

Finalmente, plantearemos algunos comentarios sobre la relación entre la utopía y el mito. García Pelayo (5) hace notar que el mito es indivisible: hay que tomarlo o dejarlo en bloque; mientras que la utopía puede ser desmontada y asumida o aplicada parcialmente. Por ese motivo la utopía puede ser factor promotor de reformas sociales, mientras que el mito lo es, en general, de revoluciones.

El mito es temporal; su tiempo es heterogéneo y complejo y se desarrolla por lo general en tres "momentos" sucesivos: la época de la servidumbre y la miseria; la época de la catástrofe y el sacrificio; y la época de la plenitud y el cumplimiento. La utopía, en cambio, es atemporal; su consumación no depende del tiempo, sino del cumplimiento de ciertas condiciones o premisas.

El mito, dice García Pelayo, "tiene una idea cósmica del espacio": el cumplimiento del mito se extenderá sobre todos los hombres, en un espacio único, sustento de una sociedad universal. La desmesura espacial del mito contrasta con la estrechez espacial de la utopía, cuyo espacio ideal es una pequeña y remota isla.

En la configuración espacial del mito hay un centro de irradiación "de las cosas últimas sobre el orbe todo". Ese centro, esencial en la concepción espacial del mito, es, en el caso de los mitos religiosos, "la localización de la hierofanía", y en el caso de los mitos seculares o políticos, "el punto de irrupción de la carga acumulada por la historia". La isla de los utopistas, en cambio, no funciona como un centro de irradiación del orden nuevo hacia el mundo, sino más bien como un experimento en escala reducida; como "una planta piloto", dice García Pelayo.

El mito y la utopía se vivencian desde una actitud interior muy diferente. El mito se vive existencialmente; la utopía se piensa siguiendo un orden lógico "en el que los hombres aparecen como apéndices necesarios a un sistema geométrico".

Pese a tales diferencias, puede una utopía convertirse en mito? García Pelayo responde que sí, porque "en el fondo de toda utopía hay una idea mítica", pero bajo ciertas condiciones: "mediante un cambio en la significación y función de sus contenidos".

No es extraño, por ejemplo, que ese cambio se produzca cuando lo concebido como utopía por un intelectual es apropiado por las masas; y al pasar de la razón a la emoción, la utopía cambia de estructura y de función hasta transfigurarse en mito.

García Pelayo describe esos cambios: "basta para ello que lo concebido como sistema de conceptos se transforme en masa de imágenes, que la visión analítica se convierta en sintética, que la verdad de razón se mude en verdad de fe, cuyo cumplimiento se espera con certeza tras una lucha final, es decir que de una pretensión de verdad mental se transforme en verdad vital indisolublemente unida a la existencia de un grupo; que el pensamiento se haga movimiento; que su aceptación se sitúe más allá de toda demostración lógica, y que, como consecuencia de todo ello, sea capaz de promover procesos de integración y de desintegración en el campo social y político".

Por último, cuándo se producen esos cambios? Cuando los pueblo deben enfrentar situaciones de intensa frustración histórica, de amargura y desesperación, que convocan la emergencia del mito, el cual, entonces, puede estructurarse con materiales utópicos.


(1) En parte, es resumen de un capítulo de: Alfredo Mooney y Eduardo Arnoletto "CUESTIONES FUNDAMENTALES DE CIENCIA POLITICA", Alveroni ed., Córdoba, 1993.

(2) G. Sabine "HISTORIA DE LA TEORIA POLITICA", FCE, México, 1984.

(3) Jean F. Revel, en L' Express, 6/1/69, París.

(4) Raymond Ruyer "L' UTOPIE ET LES UTOPIES", PUF, París, 1950.

(5) Manuel García Pelayo "MITOS Y SIMBOLOS POLITICOS", Taurus, Madrid, 1964.

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