Las actitudes como forma concreta de la conducta
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA Y SUS APLICACIONES

  Ramon Ruiz Limón

 

 

 

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Las actitudes como forma concreta de la conducta

La conducta de los sujetos se manifiesta en actos, esto es, en formas de realización concreta, de expresión rigurosa de su peculiar manera de ser.

Como manifestación externa de la personalidad, la conducta ostenta caracteres que resultan inconfundibles respecto de la estructura personal en que se originan; de ahí, precisamente, la posibilidad de conocimiento de la persona, a través de su conducta.

Pero la conducta, en general, es sucederse de actos; y éstos, originan un modo peculiar de agruparse en pequeños núcleos, en unidades parciales del comportamiento psicológico, que vienen a significar, y en forma perfectamente tipificada, la característica del sujeto frente a determinadas situaciones, ya sean habituales, ya sean ocasionales. Estos conjuntos operativos de actos simples, que se estructuran en unidades complejas de conducta, son las actitudes; son, por tanto, expresiones de una naturaleza íntima del sujeto, proyectadas hacia el ambiente, que si bien puede ser físico, preferentemente es humano. Las actitudes frente al mundo físico, pueden confundirse con reacciones orgánicas, o satisfacción de necesidades vitales; en cambio, las actitudes frente al mundo humano, pueden traducirse en participación subjetiva, resultante del matiz y la intensidad como hayan operado, en el núcleo personal, las variadas motivaciones.

Las actitudes demuestran el estado de la persona, o las relaciones de ésta frente al medio que la envuelve; cualquiera que sea este estado, o el estilo de estas relaciones, las actitudes manifiestan, en general, o una situación personal de equilibrio, o un estado de desajuste. Y ese equilibrio, como ese desajuste, se refiere, sobre todo, a la proyección de la unidad personal.

Hay, por lo tanto, formas típicas de conducta que significan satisfacción, éxito, realización cabal, ausencia de problemas; a esas modalidades de la conducta se les llama actitudes satisfactorias, y constituyen el estado normal de la actuación de los sujetos, la satisfacción plena de los afanes individuales, el cumplimiento eficiente de los mecanismos de ajuste con el exterior.

Pero también suele darse modalidades de conducta, expresivas de una falta de armonía entre el núcleo personal y el ambiente, de un fracaso en el intento de autorrealización, de un desajuste entre los caracteres individuales y los reclamos externos, de una insuficiencia en las disposiciones para llevar adelante el afán proyectivo del sujeto; se conoce como actitudes frustradas, a estas formas de actuar, que acusan, sobre todo, la insatisfacción del propio instinto del yo.

En relación con las actitudes frustradas, pueden identificarse formas especiales y fragmentarias de conducta, que acusan la insuficiencia del comportamiento psíquico frente a la potencialidad o al proyecto de la intimidad personal.

Semejante formas deficientes de conducta, pueden reconocerse como atributos de las actitudes frustradas, y son: la agresión, que puede ser entendida como un mecanismo de defensa; la regresión, o cambio de sentido y de contenido en la actitud asumida originalmente; la fijación, o incapacidad para adoptar formas nuevas de conducta;y la resignación, comparable con la apatía, en que el sujeto, impasible, no se dispone a buscar rumbos nuevos a su actuación.

En las actitudes ha de verse, por tanto, la manera peculiar como cada uno manifiesta su propio ser, y cómo ese ser se proyecta en el ambiente. Aunque las actitudes son cambiantes, en razón de las situaciones, y como consecuencia de los hechos que las motivan, generalmente se reconoce una persistencia en los estilos de actuar, esto es, una uniformidad en el comportamiento psíquico, capaz de caracterizar a la persona.

Representan las actitudes, la expresión de un estado anímico propio del sujeto; pero esa expresión también corresponde a su misma naturaleza intima; son, por tanto, el equivalente externo, de una compleja unidad íntima que se conoce como vivencia. Las actitudes, pues, están vivenciadas, es decir, son la expresión viviente del estado de ánimo en que se halla el sujeto; manifestaciones auténticas de la compleja estructura que en dimensión temporal, adopta la personalidad en determinadas ocasiones y bajo peculiares condiciones.

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