Las guerras en Argentina y su influencia en la economía
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ISLAS MALVINAS, SU HISTORIA, LA GUERRA Y LA ECONOMÍA, Y LOS ASPECTOS JURÍDICOS SU VINCULACIÓN CON EL DERECHO HUMANITARIO

Bruno Tondini

 

 

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VI.2.- Las guerras en Argentina y su influencia en la economía.

VI.2.1.- La Independencia, el reconocimiento de las Provincias Unidas del Río de La Plata por Gran Bretaña y su costo económico.

Cuando finalizaron las guerras napoleónicas, en 1815, el mercado de Londres, que había financiado los gastos de guerra, se encontró con una capacidad de mandamiento vacante que rápidamente se orientó hacia la periferia.

Los bancos de inversión, interesados en colocar e! dinero para cobrar las comisiones por intermediación, salieron a ofrecer créditos a potenciales acreedores mediante la oferta de bonos de la deuda en el mercado.

Parte de los capitales disponibles provenían de las grandes fortunas, pero una parte estaba formada también por los ahorros de pequeños rentistas y pensionados de guerra, a los cuales los bancos de inversión les vendieron títulos de la deuda pública de países que recién se independizaban y que, en muchos casos, pagaron poco y tarde .

Como señala el historiador canadiense H. S. Ferns : "Desde la Revolución de 1688 un creciente sector de ingleses que poseía ingresos superiores a sus necesidades corrientes había descubierto que era posible prestar dinero al Estado sin perderlo (...). Después de Waterloo, varias operaciones financieras terminadas con felicidad en ei continente europeo fomentaron la creencia de que los ingleses podían prestar con seguridad dinero, no sólo a su gobierno, sobre el que la clase acreedora tenía alguna influencia sino también a gobiernos extranjeros, sobre los que no tenía ninguna". Según Ferns es necesario tener en cuenta este cuadro para entender por qué a comienzos del siglo XIX muchos hombres con sentido común "se sintieron de pronto impulsados a invertir considerables sumas en los títulos de un gobierno recién nacido en una remota comunidad, de la cual no conocían casi absolutamente nada de primera mano".

Esta historia se remonta necesariamente a los albores de la Patria. Sus protagonistas, sus causas, su enmascaramiento, así como los instrumentos y modos de operar resultan inexplicables si no volvemos nuestra mirada a aquel 25 de mayo de 1810.

Si avanzamos más allá de las figuritas escolares y el cuadro del Cabildo con la plaza cubierta de paraguas, nos encontramos con que ese día ingresa a nuestro escenario político una burguesía comercial anglo-porteña, que resultará una de las principales protagonistas en esta historia de nuestro endeudamiento externo.

Los antagonismos son tajantes ese día de mayo de 1810. Por un lado, los representantes del absolutismo retrógrado, "los godos" (virrey, oidores, síndico, burocracia colonial, así como un sector de la fuerza armada) y los viejos comerciantes "registreros", usufructuarios del monopolio comercial, con sus esclavos, escudos y abolengos (los Álzaga, Beláustegui, Pinedo, Martínez de Hoz, Ocampo, Sáenz Valiente, Ezcurra, Santa Coloma, Oromí, Lezica y tantos otros). Por otro lado, un heterogéneo frente antiabsolutista, democrático, revolucionario. En éste, coexisten sectores claramente diferenciados: a) la pequeña burguesía jacobina (abogados como Moreno, Castelli, "Pancho" Planes, Belgrano; médicos como Argerich); b) trabajadores y empleados (estatales como Beruti, gráficos como Donado, un cartero como French, todos ellos activistas, como Dupuy, Arzac, Orma, Cardozo y tantos otros); c) sacerdotes populares como Alberti, Grela y Aparicio; d) sectores medios de tendencia moderada (desde propietarios y burócratas hasta militares como Saavedra); y e) una emergente burguesía comercial ligada al puerto de Buenos Aires.

Esta última nace vinculada al contrabando, en estrecha conexión con los intereses británicos que pugnan por ampliar el libre comercio en esta zona. Se trata de comerciantes "de nuevo tipo", en tanto se hallan fuera del sistema registreril que beneficia a "los godos" y por tanto, se sostienen en la ilegalidad o en permisos precarios para ejercer el comercio. A su vez, se compone de dos sectores: el de los comerciantes de origen hispano-criollo, que ambulan por los márgenes de la ley (Riglos, Aguirre, Sarratea, Rivadavia) y el de los comerciantes ingleses radicados temporariamente en Buenos Aires (Parish, Robertson, Miller, Brittain, Dillon, Twaites, Mackinnon, Wilde, Craig, Billinghurst, entre otros).

En los salones de Ana Lasala de Riglos, Melchora de Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson, los miembros de ambos sectores se encuentran, pactan negocios y arman matrimonios consolidando así un grupo mercantil furiosamente librecambista, que mira hacia el océano y da la espalda al resto de la América indo-hispánica.

La clave del comportamiento de estos comerciantes, en los acontecimientos de mayo de 1810, reside en que los ingleses han sido autorizados, por el virrey Cisneros, a comerciar con permisos transitorios, que vencen el 18 de diciembre de 1809, que son renovados por cuatro meses (al 18 de abril de 1810) y luego por 30 días más (finiquitan el 18 de mayo), fecha en la cual deben levantar sus bártulos e irse con la música a otra parte.

Por esta razón, si Mayo fue -para Moreno y sus amigos- el revolucionario Plan de Operaciones (apropiación de capitales de los mineros altoperuanos, Estado industrial, reivindicación del indio, proteccionismo, democracia política, eliminación de la Inquisición, de títulos de nobleza y de torturas, etc., etc.), en cambio significó, para esa burguesía comercial, solamente comercio libre con Gran Bretaña.

Derrotado el virrey, la dura puja entre los integrantes del frente victorioso culmina -después del relámpago morenista de ocho meses de impulso jacobino y del interregno del conservadurismo saavedrista- con el control de la revolución de Mayo por esa burguesía comercial, en setiembre de 1811, al constituirse el Primer Triunvirato.

De hecho, en 1822 y 1824, el entusiasmo dominó a los financistas británicos. Los hermanos Robertson, unos comerciantes ingleses que se encontraban en Buenos Aires, comenzaron a comprar grandes cantidades de títulos y escribieron a Londres recomendando hacer lo mismo. Poco después los Robertson pudieron vender los títulos con buenas ganancias, éxito que contribuyó a alimentar el interés de los inversores. En 1824 y 1825 la Bolsa de Londres fue inundada por bonos de deuda para el financia miento de proyectos de inversión en Latinoamérica, los cuales, según Ortiz, prometían "ganancias inverosímiles" .

La fiebre de endeudamiento argentino era parte de un fenómeno latinoamericano: en ta década del veinte del siglo XIX América Latina tenía ya una deuda de 26,5 millones de libras esterlinas... es decir que una vez conquistada la independencia política de España ingresó en la dependencia financiera (y comercial) de Inglaterra.

La disponibilidad de crédito dependía, a su vez, de la liquidez disponible en Londres y de las variaciones de la tasa de interés del Banco de Inglaterra: cuando la tasa de interés de Londres bajaba los capitales salían de la metrópoli en busca de mayor rentabilidad, asumiendo riesgos en mercados desconocidos que excitaban la fantasía de los inversores, o en mercados conocidos que tenían una historia de crisis e incumplimientos, pero que ofrecían buena rentabilidad.

El financiamiento de las guerras internas y externas fue una constante a lo largo del siglo XIX. Buena parte del empréstito tomado en 1824 financió el gasto del enfrentamiento bélico con Brasil de 1826-1828. En la década de los sesenta, señala el historiador liberal Ezequiel Gallo, "una parte no despreciable de los empréstitos fue destinada a financiar actividades no productivas, tales como la guerra con el Paraguay (1865-1870)" .

Raúl Scalabrini Ortiz reproduce esta opinión del vizconde de Chateabriand, ministro de negocios extranjeros de Francia, bajo el reinado de Luis XVIII, de su libro El Congreso de Verana:

“De 1822 a 1826, diez empréstitos han sido hechos en Inglaterra en nombre de las colonias españolas. Estos empréstitos- el uno llevaba al otro- habían sido contratados al 75% (...) Inglaterra desembolsó una suma real de 7 millones de libras, pero las repúblicas españolas han quedado hipotecadas en una deuda de 20.978.000 libras (...) Resulta de estos hechos que en el momento de la emancipación, las colonias españolas se volvieron una especie de colonias inglesas” .

El saqueo y la dominación política aparecen, pues, como objetivos de la deuda externa desde el principio de su historia. Asimismo, la inversión financiera -como ocurrirá un siglo y medio después- obedece al "excedente de ahorros que creó la paz de 1815 en Europa" , es decir, un exceso de liquidez que se coloca en el exterior.

En julio de 1824 el gobierno de Buenos Aires inició la gran carrera del endeudamiento externo tomando un préstamo por un millón de libras esterlinas que, en principio, estaba destinado a financiar obras y políticas públicas. Los prestamistas descontaron los intereses y amortizaciones a pagar por dos años y las comisiones, por lo cual el gobierno recibió sólo 570 mil libras.

El escándalo es tan enorme que algunos arguyen que el empréstito fue una extorsión de los británicos a cambio de reconocer nuestra independencia pues, efectivamente, poco después, el 2 de febrero de 1825, Woodbine Parish (tío de los muchachos Robertson) y el ubicuo Manuel García firman el "Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Inglaterra y las Provincias Unidas del Río de la Plata." (Según el artículo segundo de este tratado, se establece entre ambos países "una recíproca libertad de comercio", liberándose nuestro territorio a los comerciantes británicos y, asimismo, liberándose el territorio inglés para los inexistentes comerciantes criollos y gozando "los habitantes de ambos países de la franqueza de llegar segura y libremente con sus buques (que ellos tienen y nosotros no) y cargas a todos aquellos parajes, puertos y ríos (...) como así también ocupar casas y almacenes para los fines del tráfico".

Asimismo, por el art. 13 "los subditos de Su Majestad Británica residentes en las Provincias Unidas tendrán el derecho de disponer libremente de sus propiedades, del mismo modo que los comerciantes criollos podrán disponer de las propiedades (que no tienen) en todo el territorio de Gran Bretaña".)

Hay algunas discusiones sobre como se efectuó la remesa de los fondos, y si el pacto suponía la entrega en oro metálico. Lo cierto es que sólo llegaron al Río de la Plata 96.613 libras en oro, y el resto en letras de cambio contra comerciantes ingleses y otros vernáculos que supuestamente debían pagarlas. Los intermediarios de la operación, negociaron los títulos en Londres al 85%, es decir que se quedaron con una ganancia de 120.000 libras.

Para los británicos los préstamos a Latinoamérica no eran sólo un negocio financiero sino una forma de consolidar las redes de influencia de su imperio. En agosto de 1828 Lord Ponsonby, primer ministro británico en las Provincias Unidas del Río de la Plata, escribe al gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego: "Vuestra Excelencia no puede tener ningún respeto por la doctrina expuesta por algunos torpes teóricos de que 'América debería tener una existencia política separada de la existencia política de Europa'; el comercio y el común interés de los individuos han cerrado lazos entre Europa y América, lazos que ningún gobierno ni tampoco acaso ningún poder que el hombre posea puede ahora disolver. Y mientras esos lazos existan. Europa tendrá el derecho y ciertamente no carecerá de los medios ni de la voluntad para intervenir en la política de América, por lo menos en la medida necesaria para la seguridad de los intereses europeos" .

El financiamiento de las guerras internas y externas fue una constante a lo largo del siglo XIX. Buena parte del empréstito tomado en 1824 financió el gasto del enfrentamiento bélico con Brasil de 1826-1828.

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