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EL PALIMPSESTO DE LA CIUDAD: CIUDAD EDUCADORA

Jahir Rodríguez Rodríguez

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El proceso de formación de los centros.

Existen comunidades urbanas muy fuertes que no se concretan forzosamente en la forma centro, funcionamientos esenciales que no se rigen por esta geometría, sino por la de red, por ejemplo. Podemos preguntarnos si esta realidad es parte de la esencia de la ciudad o si, al contrario, no se debe describir su proceso de formación como un acontecimiento históricamente referenciable.

Es necesario describir este proceso de formación para entender la generalidad de esta forma centro que encontramos en sociedades muy diferentes, para escapar del determinismo espacio-estructural, pero del cual acabamos de percibir, por medio de su designación misma, la ambivalencia epistemológica que pretende que no haya ciudad sin centro ni centro sin ciudad. Hay que comprender cómo, bajo las mismas formas, mediante contenidos idénticos, se establecen procesos de extrema diversidad, según reglas que no revelan forzosamente a qué conducen. Contestamos a esta pregunta afirmando que el centro cristaliza en su seno los elementos más específicos de una sociedad. A la Grecia antigua, a la que pertenece la gloria de la idea política, corresponde desde el punto de vista urbano el ágora. A la ciudad de la Edad Media, que inventa la gestión municipal, corresponde la plaza y su municipio. También se piensa que solamente la política hace "verdaderamente" centro y se lamenta entonces, pero se entiende, la crisis más reciente de las ciudades y sus centros.

En sentido opuesto, también se piensa que las ciudades se han, en todo tiempo, organizado según funciones relativamente sencillas y que permiten comprender, si se desea considerar la época, la distribución entre centro y periferia. Cada barrio, especializado desde el punto de vista de las corporaciones en la Edad Media, es un centro por las otras partes de la ciudad: la función política reúne toda la ciudad en un centro único, más noble. Todo se vuelve cuestión de impacto y de jerarquía funcional. Este razonamiento da cuenta de cierto aspecto de la realidad, pero deja de lado un aspecto más estructural que funcional del espacio como lenguaje(1), pero también más micro social. Es el aspecto de la interacción que nos permite, como fue el caso de la biología al cual este tipo de razonamiento remite, superar las leyes de subordinación de los órganos y de correlación de formas de Cuvier.

Estos principios, sin ser falsos, son insuficientes. Adoptados por los urbanistas, han llegado, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, a propuestas que han quedado tan vivas como esqueletos.

Dicho de otra forma, la regla funcionalista(2) de que la función crea la forma, inspirada en los descubrimientos de la biología de la mitad del siglo XVIII -"la función crea el órgano"- aún pesa sobre el pensamiento urbanístico y el sentido común de la tecnocracia y de la política, y revela, contrariamente a lo que deja esperar el recurso a la ciencia, el saber y el "saber hacer" de una época y solamente de una época, la nuestra. Este tipo de razonamiento está echado, pertenece a la modernidad y no puede describir las formas pasadas de la ciudad y su producción, porque en realidad es producto de una racionalidad y de un universalismo que no le pertenece esencialmente.(3)

En materia social, política y simbólica, la función no es suficiente -sabemos que esta épisteme tampoco lo es en biología- para explicar las bases que han podido servir en el pasado para la construcción y la organización espacial de la vida social. El urbanismo funcionalista reniega de la utopía porque, como el esperanto o el idioma universal de Leibnitz, se enajenó con la idea del universalismo de los usos fundamentales y de los contenidos. Responde a la universalidad de las necesidades, reduciendo lo particular a lo general de una parte. Dirigen los hombres a través de las cosas- aquí su soporte espacial.

Así esta idea de un recubrimiento pedazo por pedazo del concepto general con la realidad empírica, de la forma por el contenido, del espacio por la sociedad, esta creencia ingenua, según la cual los contenidos por sí y su jerarquización podrían solos crear formas, fuera de diferenciaciones y movimientos sociales, ha proporcionado las bases de la legitimación planificadora. Pero no es porque los hombres tengan el mismo tamaño en promedio, que en todo el mundo trabajan, se mueven, descansan, que los establecimientos y el espacio que los acogen y los colocan deban ser los mismos en todas partes.

Esta proyección del concepto funcional sobre la realidad, pudo ofrecer un principio de coherencia, de respeto del ser humano en sus relaciones con la máquina, aunque esta misma realidad, cuando la miramos funcionar en su historia, ofrece principios de inteligibilidad más complejos y menos generalizantes.

El pensamiento funcionalista es democrático porque imagina en todas partes el mismo hombre. El espacio es para él, el soporte, la máquina, el instrumento de un módulo repetido y cuantificado. El espacio, el centro sobre todo, no es más el lugar, como en el pasado, de una cohabitación, de una toma de la sociedad por ella misma.

Es este pensamiento que proporcionó la base racional a la instauración progresiva, a partir del siglo XIX, de un tercer tipo de un centro. La función es la lógica de la época que acaba de precedernos.(4) Una alcaldía está al centro, según este razonamiento, no porque exprese el poder de una ciudad, sus valores comunales, etc., sino porque cubre desde el punto de vista político y administrativo un territorio definido.


1. Sabemos qué destino reservó C. Levi-Strauss al funcionalismo psíquico de Malinowski.
2. Cfr. Ostrowetsdy, Sylvia. La funcionalización del espacio. Francia. 1983.
3. También Roland, Martín. En su obra quiso ver en Grecia el origen del urbanismo funcionalista.
4. No es por nada que todos los poderes son esencialmente funcionalistas. Esta biología superada proporcionó un principio de legitimidad tal que se puede decir que, de hecho, todos los infiernos de la planificación están pavimentados de buenas intenciones.

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