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EL PALIMPSESTO DE LA CIUDAD: CIUDAD EDUCADORA

Jahir Rodríguez Rodríguez

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1.3.4. Ciudad y ciudadanía.

La actividad política es fundamental porque habilita a los ciudadanos para ejercer y desarrollar su capacidad de juicio político, la concepción moderna proclama que la ciudadanía es también una identidad; Arendt sostiene que con la modernidad en la esfera pública -entendida como el espacio donde reinan libertad e igualdad; lugar en el que los individuos interactúan mediante el habla y la persuasión, tomando decisiones colectivas-, se ha perdido el auge de lo social, al desvitalizar la ciudadanía misma.

Así, la vida pública es la fuente de revelación de la propia identidad; por su parte, la educación cívica se transforma en una acción discursiva reveladora de la identidad personal; es aquí donde el ejercicio pedagógico de Ciudad Educadora desde la perspectiva política, debe contribuir a forjar la capacidad crítica y el pensamiento libre y autónomo del ciudadano que no es otra cosa que habilitarlo para la formación del juicio político; no obstante, estamos de acuerdo en que la educación no es un simple aprendizaje sino una experiencia múltiple, en donde es indispensable el diálogo para favorecer el pluralismo de las convicciones, la promoción de los desacuerdos racionales y el ejercicio de diversas prácticas sociales.(1)

En razón de lo anterior, Fernando Bárcena propone considerar la noción de ciudadanía como un concepto contestable que, como tal, posee tres características:

1. Es un concepto apreciativo o evaluativo que no se limita a describir sino que indica una norma, que expresa tipos de acciones, conductas, realidades prácticas, cosas que deben hacerse;

2. Es un concepto abierto, sometido a frecuente definición y redefinición, lo cual es consonante con la concepción de ciudadanía como una práctica interpretativa; y,

3. Es un concepto que describe un núcleo intrínsecamente complejo de prácticas de compromiso. (2)

Por otra parte, Touraine, desde un ángulo distinto, llega a afirmar que la noción de ciudadanía es inactual ante el doble movimiento de globalización y privatización que rompe las normas de vida social y política; en las condiciones de desmodernización, desocialización y desinstitucionalización en que viven las sociedades postindustriales, la mediación de la ciudadanía se encuentra en deterioro.(3)

En este orden de ideas, pensar entonces en la formación de un individuo autónomo e independiente, éticamente desarrollado, depende de hasta qué punto es posible un proceso de individualización coherente en relación con el otro semejante y el gran otro, el "ajeno" de las instituciones sociales y de la ciudad.(4)

El mismo Touraine, de acuerdo con su teoría de la desmodernización, sugiere que el individuo ya no se forma asumiendo roles sociales y medios de participación; se constituye por la suma de tres fuerzas: a) imponiendo su deseo de libertad y voluntad individual; b) en la lucha contra los poderes que transforman la cultura en comunidad; y c) en el reconocimiento interpersonal e institucional del otro como sujeto. De esta forma destaca que la relación con uno mismo gobierna la relación con los otros; " lo social...descansa sobre lo no social y no se define sino por el lugar que otorga o niega a ese principio no social que es el sujeto"(5).

La educación, por tanto, al asumir y fortalecer la libertad del sujeto personal, permitiría establecer una escuela del sujeto. Al mismo tiempo, al tener en cuenta la importancia de la diversidad cultural y el reconocimiento del otro, la escuela se convertiría en una escuela de la comunicación.

Desarrollar un pensamiento y una práctica educativa/comunicacional crítica, habrá de significar hoy no sólo romper la trama de lo comunitario y de "des-erosionar" los cuerpos que han sido considerados como" objetos manejables" y susceptibles de ser marcados por sentidos cristalizados, sino fundamentalmente construir en proceso una ciudadanía cuyo sentido no debe clausurarse anticipadamente, sino que debe caracterizarse, construirse y formarse como proceso de lucha por la ciudadanía, en el que se ponen en práctica las mediaciones entre las culturas y las políticas.

La ciudad actual es corpus y contexto de ciudadanías diversas, multiplicidad cultural y simultaneidad, todo en constante movimiento. Allí, la represión y la tecnología como ordenadores de la ciudad resultan dudosos y nunca como hoy la educación ciudadana tuvo un papel tan importante, porque esta ciudad nueva, inédita, exige soluciones también inéditas: educación urbana, lo que significa enseñar y aprender a convivir en las diferencias, en lo múltiple y en lo simultáneo.

Hoy debemos mirar un corpus heterogéneo de objetos culturales, cual fragmentos arbitrarios que juegan sobre las estructuras inestables: la ciudad del nómada, del pasajero, del acontecimiento efímero y de la extensión homogénea e indeterminada no puede ser investigada desde la rigidez conductista; mucho menos puede ser encasillada en normativas ajenas que intentan reprimir sin comprender. La ciudad adquirió autonomía en el diálogo con el ciudadano: ambos enseñan y aprenden, se relacionan en el concepto de deseo.

La ciudad enseña desde la actualidad y desde la historia, porque en cada uno de los momentos es presente y memoria de sus acontecimientos y de sus espacios, que son el marco, la escenografía para la vida; como los define Norberg-Schulz, los espacios para la existencia.(6)

En esta dirección hay que destacar que nos enseñaron a ver en la ciudad, el resultado de los procesos pero no los procesos; desde Ciudad Educadora como proceso, la tarea es como la señala Kavafis en el poema sobre Itaca: "ojalá que el camino sea largo, -sugiere el poeta de Alejandría-, no apresurarlo y llevar en el pensamiento la ciudad soñada porque a ella se debe el viaje. Por todo esto, la educación, debe estar dirigida más al viaje que al arraigo, más al nómada que al sedentario, porque más enseña el viaje que la estación".(7)

En este propósito construir ciudad y ciudadanía, implica una participación deliberante de todos y cada uno de sus miembros en los destinos y aconteceres de la polis, es ante todo una actitud de ejercicio práctico y decisión colectiva; en esta dirección Aristóteles sostiene:

"Es ciudadano, el individuo que puede tener en la asamblea pública y en el tribunal voz deliberante, cualquiera que sea la polis de que es miembro, y por polis entiendo una masa de ciudadanos que posee todo lo indispensable para satisfacer las necesidades de la existencia".(8)

La relación entre la ciudad y el conocimiento es muy antigua, pero especialmente entre la ciudad y la formación del individuo. De ello es prototipo la ciudad griega con el ágora y la academia (la polis) y la ciudad romana con sus foros y liceos (la civitas); allí se daba la formación académica de la época y la educación pública en el ejercicio del debate político de los ciudadanos.

Pero otro caso especial está en el pensamiento de Kant cuando describe su ciudad y la propone como ideal:

"Una gran ciudad, el centro de un reino, en la que se encuentren los órganos del gobierno, que tenga una universidad (para el cultivo de las ciencias), y además una situación favorable para el comercio marítimo, que facilite un tráfico fluvial tanto con el interior del país como con otros países limítrofes y remotos de diferentes lenguas y costumbres, - una tal ciudad, como por ejemplo Kónisberg a la orilla del Pregel, puede ser considerada como un lugar adecuado para el desarrollo tanto del conocimiento de la humanidad como del mundo: donde dicho conocimiento puede ser adquirido inclusive sin tener que viajar".(9)

El término ciudad y ciudadanía viene de "civitas", como la llamaban los romanos. Era el lugar donde habitaban los ciudadanos, es decir, aquellos a quienes les estaba permitido participar en los asuntos del Estado, que en su versión romana era la misma ciudad, o sea la Ciudad-Estado. Por ello se diferenciaban de los extranjeros (los llamados "bárbaros"), de los esclavos y de otros excluidos de ese espacio y de ese modus vivendi.

En su origen, el concepto de ciudadanía está pues ligado a la participación política, al ejercicio de este derecho. Y la educación del ciudadano, era la educación del hombre para vivir en la sociedad, esto era, para vivir en la ciudad.

Para nosotros el término ciudadanía ha estado asociado a la democracia burguesa parlamentaria. Sin embargo es necesario afirmar que el ejercicio de la ciudadanía es tan importante para este tipo de democracia como para cualquier proyecto de transformación política que se desee emprender. De hecho, ello se ha mantenido por siglos aún con índices precarios de participación electoral, como hasta hace poco se conocían en Colombia. En cambio ha sido el principal obstáculo para que florezcan alternativas políticas progresistas.

Pero la ciudadanía no se refiere solo a los grandes asuntos del Estado sino y sobre todo a los problemas cotidianos, a la participación en la regulación del uso del espacio público, a la normatización justa de las relaciones del Estado con los ciudadanos. En una palabra, la ciudadanía pasa por la construcción y el fortalecimiento de la civilidad, de la sociedad civil.

"El ciudadano se construye en la participación política sobre el destino de la sociedad. Sin una participación en la vida pública no es posible construir la ciudadanía: el ciudadano debe, como pensaba Aristóteles, ser aquel que es capaz de gobernar y de ser gobernado. Por consiguiente el proyecto de ciudad debe tener como eje articulador la construcción de una nueva ciudadanía" (10)

Esto se concreta en la participación, por diversos mecanismos, en la toma de decisiones sobre cuestiones de interés común:

"La autonomía política de los ciudadanos debe expresarse en la auto-organización de una comunidad que se da sus leyes mediante la voluntad del pueblo. La autonomía privada de los ciudadanos debe por otra parte - señala Habermas- cobrar forma en los derechos fundamentales que garantizan el dominio anónimo de las leyes".(11)

Pero esta condición de ciudadano, bien sea formada en acto pedagógico o desarrollo político en el escenario de la ciudad, hoy tiene que consolidar y profundizar la democracia, la cohesión social, la equidad, la participación, en suma, la moderna ciudadanía.

En los propósitos anteriores, podemos percatarnos de que el reto pedagógico es enorme. Y no es otro que el de contribuir mediante procesos de movilización social y política, entendidos también en clave educativa, a formar sujetos políticos universales en tanto locales, con identidades simultáneas y cambiantes.

No estamos ante un pre-requisito de ciudadanía política, es decir, no se trata de construir primero las condiciones sociales y económicas para vivir con dignidad y luego, ahí sí, ocuparse de los problemas de interés común. Estamos ante un proceso simultáneo. En el acto de dotarse de las condiciones referidas, de construir una ciudad más al alcance de su mano, se constituyen los sujetos autónomos que ejercen una ciudadanía plena.


1. Este pensamiento desarrollado hace algunas décadas por Hannah Arendt, hoy es abanderado por la UNESCO. Véase: La educación encierra un tesoro, informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, presidida por Jacques Delors, capítulos 2 y 8, Santillana, UNESCO, 1996.

2. BARCENA, Op. cit. p. 157 y ss.

3. Cfr. TOURAINE, Alain. ¿Podemos vivir juntos?. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 1997.

4. Esta concepción antropológica del progreso humano, planteada originalmente por Hegel, la explica Paul Ricoeur como el tránsito por los estadios de individualización, identificación e imputación, a través de lo cual el individuo se asume como Yo, y luego como ipse (sí mismo). Propuesta que no se distancia de la de Hannah Arendt respecto de la formación del sujeto como actor social: en ambos casos la concepción de identidad narrativa es fundamental. Individuo e identidad personal, en: Sobre el individuo, Barcelona, Paidós, 1990. p. 67 y ss.

5. TOURAINE, Alain. Op. cit. p. 74.

6. Cfr. SCHULZ, Norberg. Significado de la arquitectura occidental. Electra. Milán. 1977.

7. Citado por: PERGOLIS, Juan Carlos. Ciudad y ciudadanía. En: Rev. Nómadas. Bogotá, 1998.

8. ARISTOTELES. Política, libro tercero. Altaya. Barcelona. 1993. cap I.

9. KANT, Emanuel. Antropología. En: Sentido pragmático, prólogo. l988.

10. GIRALDO, Fabio. En: Pensar la Ciudad. TM Editores, Bogotá, l996. p. l8

11. HABERMAS, Jürgen. El nexo interno entre estado de derechos y democracia. En: Rev. Ensayo y error No. 4. Bogotá. 1999. p. 15.


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