Uruguay un destino incierto claves
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Algunas Claves

Se tenía razón cuando se sostenía que un régimen parlamentario es insostenible cuando la representación legislativa se encuentra fragmentada y es inexistente el funcionamiento de partidos que actúen internamente en forma  democrática. No había sido creado aún el voto constructivo de confianza que hace al actual parlamentarismo alemán....

Y lo comprendió asimismo Lorenzo Batlle cuando su primera invocación como gobernante: la unión de todas las fracciones coloradas, intentándolas aunar en la gestión gubernamental. De ahí la distribución de altos cargos que debió hacer. Repitiendo lo instrumentado por Venancio Flores.

A su vez, la posición de éste último era correcta cuando su renuncia. Se debía separar la estabilidad gubernamental del personalismo en el ejercicio de la Presidencia de la República. Situación que busca concretar Batlle con el funcionamiento orgánico del Partido Colorado primero, agregándole después la integración pluripersonal del Poder Ejecutivo, que habilitaba además a un funcionamiento continuo de las colectividades políticas..

Esto y la denominada política de partido. Para el desarrollo de ambas era menester contar con un partido de funcionamiento orgánico permanente. Debido a esto, la organización partidaria debe ser considerada un pilar del Batllismo. De otro modo no existiría tampoco explicación alguna para conflictos que empezaron y terminaron por conformarlo como un grupo político diferenciado, dentro del Partido Colorado.

Por ello, la situación actual, de estado vegetativo partidario, es imposible de adecuar a cualquier interpretación que se haga de la colectividad política forjada por Batlle y Ordóñez. Es cierto que, sustancialmente, tampoco las políticas gubernativas implementadas, estrechadas por la orientación externa y garantizadas por la prioridad dada al accionar financiero.

Se nos dirá, la lucha por la libertad ha sido una constante. Nadie lo duda, aunque también de otras agrupaciones y partidos. ¿Qué significó la Revolución del Quebracho (1886)[i] si esa lucha no es un patrimonio común de la larga mayoría de integrantes de nuestra nacionalidad?

Algo parecido podemos decir del bregar por las conquistas sociales o el nacionalismo económico, aún cuando el círculo anterior se reduciría sensiblemente. Y el radicalismo reformista de Batlle no conociera par.

Se podría argumentar que el Colegiado es la nota característica. La conclusión sería que antes de 1913 no hubo Batllismo, sin perjuicio de recordar la iniciativa que tuvo el nacionalista Martín Aguirre a ese respecto[ii], diez años antes, en el intercambio de ideas por una reforma electoral realizado en el Ateneo del Uruguay. En estas reuniones participaba - junto a importantes personalidades políticas del momentos – el ya presidente Batlle y Ordóñez.

Y significaría además, que es después de 1913 en que el Batllismo se asentaría, con Batlle en el poder y el bloqueo, sostenido por los senadores antocolegialistas, que obstaculizó el proceso de cambio.

La despersonalización del poder es una de las claves del Batllismo – al igual que el nacionalismo económico, la resolución ordenada de los problemas sociales y el impulso al avance científico y tecnológico, pilares del modelo de país que se buscaba concretar.

 Batlle había sostenido una posición cuando el colectivismo, la que era anti-régimen y anti-gobierno, pero no anti-sistémica[iii]. Luego sería anti-régimen, pro-gobierno - cuando el golpe que derriba las Cámaras colectivistas, aquellas elegidas fraudulentamente - y es quien usa de la palabra en nombre de la multitud convocada para derribar dicha estructura de poder y ofrecerle el apoyo popular a Juan Lindolfo Cuestas.

Era colorado, decidida e indiscutiblemente liberal, esto es, para el caso, inclusivo, integrador en lo que refería al sistema político[iv].

[i] Sería un error pensar que quienes se levantaron entonces contra el gobierno militar representaban el unánime sentir nacional. El pensamiento de Santos era, y continuó siendo en términos colorados, pilar de núcleos políticos importantes que preferimos llamar anti batllistas para simplificar su calificación. Por ejemplo, casi cuarenta años después de aquellos hechos, en la publicación Bandera Colorada de Rivera se afirmaba en su número 4 de 1925: ”Batlle. La única vez que tomó las armas para combatir en las cuchillas, lo fue en contubernio con los blancos y para luchar contra un ejército colorado”. 

[ii] Lo planteado por Martín Aguirre refería a una vía de coparticipación partidaria en la marcha del gobierno que no significara la división territorial del país.

Si bien es cierto que el término coparticipación ha tenido diversos significados, en los hechos, esa idea no se compadecía con la que luego sostiene Batlle y Ordóñez de integración pluripersonal del Poder Ejecutivo. Se trataba, en éste último caso de despersonalizar el poder pero de llevar adelante las ideas programáticas de un partido de mayoría consolidada. Es decir, no circunstancial, de ahí que quisiera también la renovación anual y parcial de dicho Cuerpo para enervar la posibilidad que alianzas de puntuales conveniencia o meramente electorales pudieran afectar la acción gubernativa como tal. 

[iii] A los efectos de lo que queda expresado, entiendo por sistema político el conjunto de instituciones y grupos, con un cierto grado de interdependencia recíproca, existente en un territorio independiente. Por régimen político, las normas e instituciones que regulan el uso del poder público de dicho sistema. Y por gobierno a las personas que ocupan los cargos de las instituciones del régimen y en cuyo nombre pueden actuar. 

[iv] Ni digo que éste punto de vista es el que entiendo como el único con el cual pueden leerse los hechos ocurridos entonces. Sí sostengo que se focalizan aspectos que considero relevantes en la historia del país.

La revolución de 1897 es un caso claro de lo que refiero. No sólo supuso una división de dirigentes del partido Nacional sino que se enajenó el apoyo que podía recibir de grupos colorados decididamente anti colectivistas.

No ocurrió lo mismo cuando la Revolución Tricolor, ni cuando el Quebracho. Todos visualizaban que estaban contra el sistema, contra el régimen y contra el gobierno.

Es con la inclusión de esa precisión que utilizo el término sistema político. Esto es, no aparecía como una reivindicación partidaria, confundiéndose la restauración o ampliación institucional con la toma del poder, en términos excluyentes. Apareciendo esto último como de mayor jerarquía en el conjunto de demandas. De ahí que el anti colectivismo colorado no tenía porqué tener interés alguno en sustituirlo por otro colectivismo o que percibían como oro colectivismo.

Se podrá decir que la reivindicación institucional era una bandera permanente. No tenemos porqué negarlo (aunque sí podría ser relativizada la afirmación, es decir, limitándola a algunos grupos del partido), pero también existía en otros sectores colorados.

No es posible confundir, verbigracia, a Joaquín Suárez con Fructuoso Rivera, ni a Venancio Flores con Gregorio Suárez, ni a Batlle y Ordóñez con la última versión de Feliciano Viera, ni a Máximo Santos con Julio Herrera y Obes, aunque los pares de ejemplos no supongan una continuidad, ni la misma distancia entre ellos.

Continuando con casos del coloradismo, recordemos que hubo muchos Partidos Colorados, y sus diferencias no fueron siempre las mismas. Es posible distinguir una línea – todo lo discontinua que se quiera, que podríamos, sintetizando, indicar que separa los personalistas de lo no personalistas. Y en estos último el valor institucional estuvo por encima de cualquier otra consideración. En los otros, no necesariamente. Del mismo modo, nadie puede negar que el autoritarismo de un Pedro Manini en su tercera versión política (la primera sería la batllista y la segunda, la anti colegialista) tiene profundas diferencias con la concepción tiránica de Máximo Santos. Y éste no admite comparación con Gabriel Terra. En el Partido Colorado aparece el abismo más profundo, la distancia mayor entre líderes, con Santos y Batlle y Ordóñez. Y hoy día tal vez haya más “maninistas” que batllistas. En la dirigencia me refiero.

Decíamos más al respecto: que el movimientismo personalista aparece más o menos fuertemente en los que reconocen en Rivera su único o su gran referente histórico de inspiración, siendo su “contracara” partidaria los colorados orgánicos, quienes creen que su fuente mana cuando el propio Rivera acepta que la institucionalidad está por encima de su voluntad. El Rivera que acata al órgano gubernativo incluso con profundo daño a su propia persona.

 A nuestro juicio, la clásica antinomia caudillos-doctores no permite explicar mucho de lo acontecido. El no distinguir elementos de la amalgama de los partidos históricos dificulta la observación de la realidad.

Asimismo, los grupos políticos denominados como “candomberos” no son intercambiables con la “clientela” caudillista, y los jefes de aquellos no necesariamente eran caudillos... Un ejemplo que vimos en el capítulo anterior puede ilustrar lo que decimos: Lorenzo Batlle es elegido presidente con el apoyo del jefe candombero, Bustamante, empero son los caudillos militares quienes se levantan contra aquél a poco de asumir la Primera Magistratura.

En principio digamos que los “candomberos” no tenían solo una emoción de patria reflejada en el carisma de un líder (el caudillo) sino que era más bien un modo en el que la seriedad con que debían abordarse las cuestiones de gobierno era algo, de común, irrelevante. Esto es, encuentra más parecidos con el populismo en su versión peyorativa clásica – sinónimo de demagogia -, como ya quedó dicho.

El tema, obviamente, obligaría a un desarrollo que una nota no admite. Ni tampoco el objetivo de éste ensayo.

Lo cierto es que una de las preocupaciones de Batlle y Ordoñez, manifestada incluso poco antes de fallecer, era la posibilidad de retorno del “camdomberismo” en el manejo de la cosa pública. Y no se equivocó en el largo plazo.

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