EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

De Sechín a Chimú: la historia vs. la Historia

La historiografía tradicional reconoce unánimemente que en gran parte de la costa norte, en el período 1000 – 1400 dC, floreció la “Cultura Chimú”, que habría alcanzado su apogeo muy probablemente a partir del 1200 dC. Por lo demás, le atribuye ciertamente la autoría a los “chimú” o “chimúes”. Este es, sin embargo, uno de los capítulos en los que –a nuestro juicio– más gravemente se confunde y yerra la historiografía tradicional. Veámoslo revisando una vez más la paradigmática versión tradicional que proporciona el historiador Del Busto. “Los chimús –inicia diciendo en el capítulo correspondiente 85– (...) florecieron (...) al agonizar ese Horizonte Medio” que acabó con la cultura de los habitantes de los valles de Virú, Moche, Chicama y Jequetepeque. Ese horizonte –decimos– no fue otro que el Imperio Wari. Mas, como destacamos en páginas anteriores, queda todavía pendiente de saber si para nuestro historiador el Imperio Wari, además de acabar con la cultura de esos pueblos, los “aniquiló” o exterminó. Dice Del Busto líneas más adelante: “...Tacaynamo (...) fue el verdadero fundador de la nación de los chimús”. ¿Fue? ¿Así de categórico? Quizá no deba dudarse que Tacaynamo arbitrariamente se autoatribuyó también ese portento (al fin y al cabo ¡la “Historia” la escriben los vencedores!). ¿Pero significa eso que la ciencia debe también tragarse tamaña piedra de molino, en la que un hombre, por sí y ante sí, se pretende resumen y síntesis de una historia milenaria? ¿Puede seria y científicamente hablarse de “fundadores de naciones”? No. Las leyendas y las tradiciones de los pueblos tienen todo el derecho de sostener y mantener esos y otros mitos. La ciencia no. Ésta debe reconocer y ponderar cabalmente los hechos objetivos. Si Tacaynamo fue un héroe, no debe recortársele ese reconocimiento, pero tampoco adicionársele gratuitamente frutos veleidosos de la imaginación. ¿O debemos también reconocer a San Martín y Bolívar el mérito de haber fundado la nación peruana? Pero tan o más importante es destacar que, siendo que Tacaynamo no aparece en lo más mínimo en la versión que Del Busto da de la historia de los moche, debe colegirse, necesariamente, que para él, en efecto, moches y chimú habrían sido, pues, dos naciones o pueblos distintos, con historias distintas y, sobre todo, sin vínculos que las unan. En abundamiento agrega que a Tacaynamo: “Se le hacía llegado en una flota de balsas...”. ¿Llegado de dónde y cuándo? –nos preguntamos–, dado que Del Busto no lo hace. ¿Cómo si se ha podido guardar el nombre del personaje no ha quedado el nombre del lugar de procedencia, ni el momento del suceso, que para la Historia habrían sido datos tan o más relevantes? Tampoco él se hace estas interrogantes. ¿Los llegados en balsas encontraron el territorio baldío y desocupado? ¿O conquistaron a sus ocupantes? ¿Y quiénes entonces habrían sido éstos? Nada. Sin preguntas ni respuestas Del Busto discurre hablando del “fundador” y de su hijo Guacri –Caur, y de su nieto Ñancen–Pinco... y así ocho páginas sin mostrarnos el más mínimo antecedente histórico de los chimú. Nos los muestra así, a todas luces, como un pueblo sin ninguna relación histórica con quienes habían ocupado antes, y por milenios, los mismos valles. Del Busto, pues, se hace bastante eco de la tradición chimú. Muy extrañamente, sin embargo, y aunque sin asomo de sorpresa ni explicación, observa nuestro historiador que a Tacaynamo “la tradición chimú identifica” con Naylamp (esto es, el personaje de leyenda que habría también llegado en balsas pero a fundar el pueblo mochica lambayecano). ¿No podría tratarse –como creemos– eventualmente de la misma leyenda, recreada en distintas circunstancias, y en distintos espacios, por distintas élites? O, en su defecto, ¿cómo explicar entonces que los chimú tuvieran una leyenda tan extraordinariamente parecida a la de Naylamp? ¿Acaso una simple coincidencia irrelevante? No, creemos que sí hay explicación. Nada hay en la cultura chimú que permita relacionarla directamente con algún remoto origen geográfico desde el que se hubiera llegado en balsas. Tampoco en las culturas mochica ni moche. Aquélla, sin embargo, tuvo y mantuvo la leyenda de Naylamp. Y ésta tuvo un notable desarrollo naval (que como dijimos antes quizá tuvo su punto de partida en el mismo hecho que dio lugar a la citada y famosa leyenda). Sería pues mucho más remoto –como se vio bastante atrás– el origen de la leyenda náutica que reivindicaban los chimú. Y se remontaría tan atrás como el episodio que explica el extraordinario parecido entre los monolitos olmeca y sechín, que hemos atribuido hipotéticamente al probable origen centroamericano de estos últimos, que llegando en balsas dieron origen a la leyenda náutica. Podemos pues volver a plantear nuestra hipótesis sobre el viejísimo vínculo de filiación que uniría a los olmecas y sechín con mochicas y moches y, en definitiva, con los chimú (véase a este efecto el Anexo N° 9 en la página siguiente). Volvamos sin embargo sobre el texto de Del Busto, que sin haber explicitado en lo más mínimo alguna probable relación histórica entre moches y chimú, de repente, otra vez de sopetón, tras un largo desarrollo sobre detalles de la Cultura Chimú, nos sorprende afirmando: “Los chimús se expresaron en la lengua de sus antecesores los [moches–mochicas]”. “Antecesor” significa “anterior en el tiempo” y no necesariamente denota antecedente filial o ancestro. Pero en este caso sí significa esto último. De lo contrario no se podría explicar que los nuevos ocupantes, los chimú, tuvieran el mismo idioma que sus predecesores, los moches–mochicas. Éstos, pues, necesariamente fueron sus padres y quienes les enseñaron el idioma. Así, los moches, que según Del Busto habían sido “aniquilados” por los ejércitos de Wari (Perú Preincaico, p. 278) ahora nos son presentados como “antecesores” de los chimú (idem, p. 293), y sus maestros del idioma. No habrían sido entonces aniquilados. Mas queda una posibilidad lógica para salvar la aparente inconsistencia: que, en represalia por su resistencia a la conquista, el Imperio Wari hubiera aniquilado sólo a la población masculina de los moche o a la población masculina adulta. No es tampoco forzado plantear esa posibilidad porque bien se sabe que, siglos más tarde, los ejércitos imperiales inkas cometieron ese tipo de genocidio en más de una ocasión. Si así hubiera ocurrido, los enigmáticos balseros chimú, con Tacaynamo en proa, habrían llegado pues a un territorio mestizo chanka–moche y lo habrían conquistado. Pero ahora cómo explicar entonces el hecho absolutamente insólito de que los conquistadores terminaran hablando el idioma del pueblo conquistado? Y más aún, en un período tan breve. ¿Podemos explicarnos cómo y por qué en este caso –aunque también en muchos otros– la historiografía tradicional llega a tan lamentables enredos, incongruencias e inconsistencias? A nuestro juicio es bastante más simple de lo que parece. Todo parte del hecho de que arbitraria y antihistóricamente las versiones clásicas de Historia se niegan a admitir explícita y claramente que los moches, conjuntamente con otros pueblos, en guerra de liberación, liquidaron al Imperio Wari. Pero como éste había liquidado a la élite moche a la que derrotó, fue una nueva, a su turno, la que llevó a cabo la guerra antiimperialista y, obviamente también, la reconstrucción de su propia historia. Así la historia tiene la continuidad, coherencia y verosimilitud que le ha quitado la historiografía tradicional (al presentándonosla en compartimentos estancos –”culturas” y “horizontes”– sin relación filial e histórica entre antecesores y herederos). Así no es necesario apelar al “languidecimiento” de las culturas (Del Busto, p. 222). Ni a la “muerte” de los horizontes (idem, p. 118, p. 279). Y menos a sacar de la manga, aquí y allá, “invasiones bárbaras”. Y para terminar esta larga digresión, ¿cómo explicar que los gentilicios “moche” y “mochica” fueran finalmente sustituidos por “chimú”? Tal parece que los “chimú” –que conocieron primero los inkas y luego los españoles– llamaban “Chimor” a su valle más importante, o, más probablemente, a todo el territorio que dominaban. Posiblemente, pues, en el quechua de los inkas que los conquistaron en el siglo XV, el sonido fue convertido en “chimós”, vocablo que a su turno los conquistadores y cronistas españoles entendieron como “chimús”. Desde la caída del Imperio Wari hasta su conquista por el Imperio Inkas, la nación chimú tuvo un desarrollo extraordinario. Más aún, alcanzó a constituirse en la protagonista del único imperio exclusivamente costeño que se conoció en los Andes.

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