ENCUENTROS ACADÉMICOS INTERNACIONALES
organizados y realizados íntegramente a través de Internet



Oferta de trabajo, demanda y salarios en la Escuela Clásica de pensamiento económico

Juan Carlos Rodríguez Caballero
Universidad de Valladolid
e-mail: jcrc@eco.uva.es

1. Introducción

El objetivo de este trabajo es presentar de manera ordenada la visión que tenían los economistas clásicos del mercado de trabajo y articular sus ideas en un corpus sistemático. Se exponen e interpretan los conceptos de oferta y demanda de trabajo de los economistas clásicos; las ideas clásicas sobre los procesos de determinación de los salarios y la cuestión de las diferencias salariales.

Los economistas clásicos analizaron los problemas del mercado de trabajo desde dos enfoques distintos. El primero de ellos estaba basado en un modelo de crecimiento muy general y muy agregado en el que los ajustes malthusianos de la población son un elemento clave y en el que el concepto de salario de subsistencia tiene plena vigencia. Este enfoque se usaba para analizar las grandes tendencias seculares de la economía como la evolución de la tasa de beneficios, los cambios a largo plazo en la distribución de la renta o la tendencia hacia el estado estacionario. El segundo enfoque estaba más centrado en el corto plazo y los elementos clave eran la oferta y la demanda de trabajo.

Este texto fue presentado como ponencia al
PRIMER ENCUENTRO INTERNACIONAL SOBRE
Historia y teoría económica
celebrado del 6 al 24 de abril de 2006

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Esta ponencia se centra en el segundo de los enfoques y trata de articular las ideas que tenían los economistas clásicos sobre la oferta y la demanda de trabajo, sobre la determinación de los salarios y de las diferencias salariales. Todas estas ideas se contemplan bajo el prisma de la ortodoxia económica. Se exponen e interpretan los argumentos sobre estos temas de Adam Smith, David Ricardo, John Ramsey McCulloch, John Stuart Mill y el resto de economistas clásicos ortodoxos. En particular, no se analizan las ideas de Karl Marx sobre la determinación de los salarios ni tampoco la doctrina marxiana de la explotación por considerar que están muy alejadas de la visión del mercado de trabajo que se presenta en este trabajo.



2. Oferta de trabajo, demanda y salarios: el modelo de mercado de trabajo de la escuela clásica.

En este apartado se exponen las ideas clásicas sobre la oferta y demanda de trabajo; estas ideas permiten construir una teoría básica del mercado de trabajo. En general, puede decirse que esta teoría es la que utilizaron los clásicos cuando se enfrentaron a los problemas reales de actualidad en su época como los efectos de la maquinización, la incidencia de las leyes de pobres, la limitación de la jornada laboral, los sindicatos, etcétera.


2.1 La oferta de trabajo en la economía clásica

Para los economistas clásicos la oferta agregada de trabajo en cualquier momento podía considerarse como una parte más o menos fija de la población total. A efectos prácticos, la oferta agregada de trabajo no era más que una constante una vez conocido el tamaño de la población. Los clásicos pensaban, como es natural, que no todo el mundo está en condiciones de trabajar o desea hacerlo. Siempre hay gente demasiado joven o demasiado vieja que no puede trabajar. También hay enfermos, discapacitados y gente que no desea trabajar. Todas estas personas constituyen una fracción de la población total que hay que descontar para obtener la oferta de trabajo de cada momento.

En definitiva, los clásicos pensaban que la evolución de la población total era el determinante esencial de la evolución de la oferta agregada de trabajo. Por tanto, se puede decir que la teoría clásica de la oferta de trabajo era una teoría esencialmente demográfica.

Las bases de esta teoría demográfica las estableció T. R. Malthus, cuyas ideas sobre la población tuvieron una enorme resonancia en su tiempo y fueron aceptadas, en términos generales, por los economistas clásicos ortodoxos. Malthus señala la relación creciente que existe entre el nivel de salarios y el tamaño de la población. Pero también señala, en base a sus conocidos argumentos sobre el crecimiento de la población y sobre los factores que frenan su crecimiento, que no se puede esperar que los salarios crezcan de modo sostenido en el tiempo debido al rápido ajuste que este crecimiento provocaría en la población y, por tanto, en la oferta de trabajo; y ello, sea cual sea el ritmo de acumulación de capital y de aumento de la demanda de trabajo.

Si la acumulación de capital es rápida y la demanda de trabajo aumenta de modo que los salarios crecen durante un período más o menos largo, es de esperar que se acelere el crecimiento de la población y, por consiguiente, el de la oferta de trabajo. Y este crecimiento de la oferta de trabajo hará que los que los salarios bajen hasta alcanzar el nivel de subsistencia.

Del mismo modo se puede pensar que, si por cualquier razón, la acumulación de capital se hace más lenta, los salarios pueden caer temporalmente, incluso por debajo del nivel de subsistencia. Este nivel, según Malthus, depende de los hábitos y costumbres de cada país y viene históricamente determinado. Además es muy difícil que cambie a lo largo del tiempo debido a la “obstinación con que se adhieren las costumbres a toda clase de gente[...]”.


2.2 El papel de los incentivos salariales

Los economistas clásicos no llegaron nunca a desarrollar un análisis sistemático de las decisiones individuales de oferta de trabajo. No obstante, sí lograron articular algunas intuiciones importantes en este terreno. En este sentido, cabe destacar las aportaciones de Smith y McCulloch que compartían la idea de que los individuos responden de forma positiva a los estímulos salariales.

En La Riqueza de las Naciones Smith discute cómo influyen los aumentos salariales en el esfuerzo de los trabajadores. Como norma general, Smith establece que “Una retribución generosa del trabajo estimula la reproducción e incrementa la laboriosidad de la gente del pueblo. Los salarios son el estímulo de la laboriosidad, que como cualquier otra cualidad humana mejora en proporción al estímulo que recibe. Una manutención abundante incrementa la fuerza corporal del trabajador y la esperanza de mejorar su condición y de acabar sus días con desahogo y tranquilidad le animan a utilizar su fuerza hasta el máximo.”

En el último párrafo de esta cita parece también apuntarse la idea de que la demanda de ocio sólo adquiere importancia al final de la vida activa del trabajador.

Si suponemos que hay una equivalencia estricta entre unidades de esfuerzo y unidades de tiempo, las observaciones anteriores pueden interpretarse en el sentido de que Smith reconoce la existencia de una curva de oferta de trabajo individual con pendiente positiva. Aunque Smith no es demasiado claro a este respecto: a continuación del párrafo citado anteriormente, Smith reconoce que “algunos trabajadores, si pueden ganar en cuatro días lo necesario para mantenerse durante una semana, permanecerán ociosos los otros tres días.”

En general, parece ser que Smith, no compartía la idea, típicamente mercantilista, de que las subidas salariales reducen los incentivos a trabajar de los trabajadores poco cualificados. Por el contrario, pensaba que en “los oficios inferiores” no existía ninguna inclinación al trabajo y señaló que “[...] el placer del trabajo estriba por completo en su retribución. Quienes antes estén en condiciones de disfrutar de este placer, antes se entusiasmarán con su trabajo y adquirirán el hábito de la laboriosidad”. Como ejemplo de esto citaba el caso de los aprendices de oficios y añadía que el sistema de pagos a destajo era el estímulo más directo e inmediato para un trabajo eficiente.

J. R. McCulloch siguió en la línea marcada por Smith. Creía, como Smith, que los individuos son básicamente ambiciosos y que ello les lleva a responder de forma positiva a los estímulos salariales. McCulloch enfatiza el hecho de que los deseos de los individuos suelen ser ilimitados y ve en este hecho una razón que lleva a la gente a tratar de elevar hasta el máximo su oferta de trabajo. McCulloch se expresaba de la siguiente manera en sus Principios de Economía Política: “Para que los individuos sean laboriosos -para hacer que abandonen el letargo que adormece sus facultades en una condición degradada- deben tener gusto por las comodidades, los lujos y los placeres[...] Siempre que estos gustos estén generalizados, los deseos de los individuos pueden considerarse ilimitados. La satisfacción de uno conducirá a la formación de otro. En las sociedades avanzadas los productos nuevos y las nuevas comodidades se presentan constantemente como motivos para el esfuerzo y como premios del mismo.”

McCulloch reconoce la existencia de una demanda de ocio, pero considera que dicha demanda no es lo suficientemente grande como para neutralizar el deseo de renta que tiene la mayoría de los individuos. Es por ello que la respuesta a mayores salarios es, en principio, un aumento en la cantidad de trabajo ofrecido. Pero McCulloch también reconoce, y aquí es donde está su originalidad, que más allá de un cierto punto, posteriores aumentos en el salario tienen un impacto negativo en la cantidad de trabajo que se ofrece. McCulloch apunta así la posibilidad de una curva de oferta individual de trabajo de pendiente negativa. Aparte de estas intuiciones de Smith y, especialmente, de McCulloch no hubo entre los economistas clásicos, más referencias al análisis de las decisiones individuales de oferta de trabajo.


2.3 La hipótesis del fondo de salarios y la demanda de trabajo

La hipótesis de un fondo, parte integrante del capital, destinado a remunerar a los trabajadores surge de la idea que los fisiócratas tenían del capital –consumo productivo- como un adelanto de los medios materiales de producción y de los medios dedicados al sostenimiento del trabajo empleado en la producción. La necesidad de adelantar los salarios es muy evidente en la agricultura, núcleo de análisis de los fisiócratas, dado el periodo de tiempo que transcurre entre la realización del trabajo y la obtención del producto.

La noción de un fondo salarial previamente acumulado para hacer frente a los pagos a los trabajadores la desarrollaron plenamente Turgot y Smith. A partir de Smith puede decirse que esta idea se convierte en la base de la teoría clásica de la demanda de trabajo.

Los clásicos, en general, pensaban que el stock de capital de una economía estaba formado en su mayor parte por capital circulante; y dentro de esta categoría se creía que la mayor parte eran avances salariales. Esta última expresión no quería decir que el pago de salarios tuviera que hacerse necesariamente al comienzo del proceso productivo. Lo importante era la existencia de un desfase entre la prestación de los servicios laborales y la obtención de un producto y de unos ingresos por ventas.

Si el fondo de salarios es una parte importante del stock de capital, hay que admitir que el aumento del fondo de salarios es una forma de acumular capital. Los economistas clásicos, sobre todo en su análisis del crecimiento a largo plazo, llegaron a identificar la parte con el todo y supusieron que la inversión era una simple ampliación del fondo de salarios.

La versión más estricta de la hipótesis del fondo de salarios lleva a considerar dicho fondo como una cantidad fija perfectamente determinada al principio de cada período productivo y dedicada incondicionalmente a los pagos de salarios. El gasto total en mano de obra es pues una constante a corto plazo, lo que implica una demanda de trabajo en forma de hipérbola rectangular.


2.4 Fondo de salarios y mercado de trabajo

La integración de todas estas ideas sobre el fondo de salarios, que básicamente hacen referencia a la demanda de trabajo, con lo ya expuesto de la oferta laboral da lugar a la llamada doctrina del fondo de salarios. Esta doctrina, que puede considerarse una teoría muy elemental del mercado de trabajo, alcanzó su pleno desarrollo con economistas clásicos posteriores a Ricardo, como J. R. McCulloch, N. W. Senior y, sobre todo, J. S. Mill. Aunque pueden encontrase pequeñas diferencias en el modo de formularla por cada uno de estos autores, un buen resumen de las características esenciales de la misma se puede encontrar en los siguientes párrafos que J. S. Mill escribió en sus Principios:

“Así, pues, los salarios dependen principalmente de la demanda y de la oferta de trabajo; o, como se expresa con frecuencia, de la proporción entre el capital y la población; entendiendo por población el número de personas que integran la clase trabajadora, o más bien de las que trabajan por un salario; y por capital, sólo el capital circulante, e incluso ni aun la totalidad de éste, sino sólo aquella parte que se emplea en la compra directa de trabajo.
[...] los salarios no sólo dependen de la proporción relativa entre el capital y la población, sino que no pueden bajo la regla de la competencia, ser afectados por ninguna otra cosa. Los salarios (queremos decir, como es natural, el salario medio) no pueden subir si no es por un aumento de los fondos totales empleados en dar ocupación a los trabajadores o por una disminución del número de éstos que compiten para la obtención de un salario; ni bajar, a no ser, bien por una disminución de los fondos destinados a pagar el trabajo o por un aumento del número de trabajadores que se ha de pagar.”
Es decir, la demanda de trabajo de cada momento juntamente con la oferta, que se supone fija a corto plazo, determinan el salario de equilibrio. Así pues, se puede decir que el salario de cada período se obtiene dividiendo el fondo de salarios entre la fuerza de trabajo.

Esta doctrina tan simple nos permite explicar bastante bien las ideas clásicas sobre la evolución de los salarios a largo plazo. Podemos afirmar que dicha evolución depende de dos fuerzas: por un lado, de la tasa de acumulación de capital, que rige los aumentos del fondo de salarios y por tanto los aumentos de la demanda de trabajo; y por otro lado de la tasa de crecimiento de la población, que gobierna las variaciones de la oferta de trabajo y se explica a través de los principios malthusianos.

La trayectoria de los salarios a lo largo del tiempo diferirá según sea la importancia relativa de cada fuerza.

Si las fuerzas de acumulación del capital dominan a las del crecimiento demográfico, los salarios crecerán y tendremos el caso de las economías en expansión a las que se refería Adam Smith. Según él, las economías en expansión se caracterizan por salarios crecientes situados por encima del nivel de subsistencia lo que a su vez se traduce en un crecimiento demográfico acelerado. El mejor ejemplo de esta situación lo constituían las colonias inglesas en Norteamérica y la propia Inglaterra de su tiempo.

Si el crecimiento demográfico es siempre lo suficientemente acelerado como para compensar los efectos de la acumulación del capital, los salarios no se mantendrán por mucho tiempo por encima del nivel de subsistencia y tendremos una evolución en la línea de Malthus y Ricardo. Según ellos, no se puede esperar que los salarios crezcan de modo sostenido en el tiempo debido al rápido ajuste que este crecimiento provocaría en la población y, por tanto, en la oferta de trabajo; y ello, sea cual sea el ritmo de acumulación de capital y de aumento de la demanda de trabajo. Los salarios tienden a situarse a largo plazo en torno al nivel de subsistencia. En concreto, Ricardo al construir su modelo de crecimiento, consideró los salarios como una constante a largo plazo. Esa constante era aparentemente el nivel de subsistencia.

En general, los economistas que siguieron a Ricardo (McCulloch, Senior y J. S. Mill) aceptaron la tesis de que los salarios tendían a la larga hacia el nivel de subsistencia aunque relativizaron este concepto al acentuar la nota sociológica. Puede decirse que, a pesar de las matizaciones de estos autores, se mantuvo la línea argumental de Ricardo. En términos de J. S. Mill, “esta suposición (de Ricardo) es lo bastante exacta para que pueda admitirse para fines científicos abstractos[...]”.


2.5 La doctrina del fondo de salarios y la sustituibilidad entre factores productivos

La hipótesis del fondo de salarios tal y como se ha planteado anteriormente no considera las posibilidades de sustitución entre los distintos componentes del gasto de los capitalistas (consumo, inversión en capital fijo y fondo de salarios). Sin embargo, podría ocurrir que el fondo de salarios aumentara o disminuyera en un período dado a costa de la inversión en capital fijo; o bien a costa del consumo de los capitalistas. Los economistas clásicos, sobre todo a partir de J. S. Mill, sí que repararon en estas posibilidades de sustitución e intentaron incorporarlas a la teoría del fondo de salarios. Pero podemos afirmar que no lograron dar a esta cuestión un tratamiento sistemático.

Los clásicos se dieron cuenta de que no se podían ignorar las interdependencias entre inversión en capital fijo e inversión en capital circulante (ampliación del fondo de salarios) que se derivan de las posibilidades de sustitución entre factores productivos. Sin embargo, no percibieron con claridad el carácter sistemático de la relación entre cambios de los precios de los factores productivos y elección de las técnicas productivas. Ellos consideraban, por lo general, que las técnicas productivas venían exógenamente determinadas. Cualquier cambio que pudiera observarse en las técnicas de producción en un momento dado era resultado de las innovaciones acaecidas en el proceso de acumulación del capital; no era la respuesta sistemática a los cambios en los precios de los factores como ocurre en la teoría moderna. Este enfoque dejaba fuera del análisis económico todas las cuestiones relacionadas con la elección de las técnicas productivas, que hoy día son una parte estándar de la microeconomía.



2.6 William Thomas Thornton, la retractación de John Stuart Mill y Francis Amasa Walker: primeras críticas a la doctrina del fondo de salarios

La doctrina del fondo de salarios tuvo ya sus primeras críticas por parte de algunos economistas que normalmente se catalogan como pertenecientes a la escuela clásica. Estas críticas se centraron en el carácter predeterminado que se atribuía al fondo de salarios. Dos casos ilustres fueron los de W.T. Thornton y F. A. Walker.

El pensamiento de Thornton en torno al fondo de salarios está recogido en su obra On Labour. Its Wrongful Claims and Rightful Dues. Its Actual Present and Possible Future. Thornton sostenía que “todo empresario posee una cierta cantidad de dinero, ya sea propia o prestada, con la cual ha de cubrir sus gastos.” No obstante, para él, nada justificaba el carácter fijo y predeterminado del fondo de salarios. Thornton se pregunta: “¿Acaso no puede el empresario gastar más o menos en su familia y en sí mismo?[...] Y de lo que queda, ¿puede determinar o determina con anticipación cuánto va a gastar en edificios, cuánto en materias primas, cuánto en trabajo?.

La idea de Thornton parece ser que todos los componentes del gasto del empresario se determinan simultáneamente y que ninguno de estos componentes puede considerarse predeterminado durante el período de análisis.

Este punto de vista influyó decisivamente sobre J. S. Mill y le llevó a retractarse de sus ideas anteriores sobre el fondo de salarios. La llamada retractación de Mill apareció publicada en la Fortnightly Review en una reseña del libro de Thornton On Labour. Mill se mantuvo algún tiempo apartado de la teoría del fondo de salarios, pero al final volvió otra vez a ella. En la séptima y última edición de sus Principios de Economía Política, revisada en 1871, Mill no incorporó las opiniones adversas a esta doctrina que habían aparecido en algunas ediciones anteriores.

La crítica de F. A. Walker se basó en la consideración de que los salarios se pagan con cargo a la producción corriente y no con cargo a fondos previamente acumulados (capital circulante). Walker desarrolló sus opiniones sobre el fondo de salarios en su artículo “The Wage Fund Theory” publicado en 1875 en la North American Review. En este artículo, después de hacer un repaso de los puntos de vista más destacados sobre el fondo de salarios, Walker planteaba numerosos ejemplos referentes a la agricultura y a la industria manufacturera americana para demostrar que en Estados Unidos existía sincronización entre los flujos de ingresos y gastos de las empresas americanas. Él se expresaba en estos términos: “¿Hasta que punto es cierto que los salarios se pueden considerar avances que se obtienen de un capital (previamente acumulado)? Como hemos dicho, los economistas ingleses, cuando hablan del fondo salarial, suponen que en todos los países se pueden tomar, como estado normal de las cosas, las características de la actual economía inglesa [...]. Pero en todos los países nuevos, exceptuando solamente el caso de las regiones productoras de oro, los salarios se pagan en una medida muy pequeña con cargo al capital, resultado de una industria previa; principalmente se pagan con cargo a la producción corriente. La historia de nuestro propio país ilustra la afirmación anterior; no necesitamos acudir a otros lugares para encontrar ejemplos.”

En este mismo artículo Walker puso de manifiesto claramente la conexión entre los salarios y la productividad de los trabajadores, anticipándose así a la teoría de la productividad marginal. Los salarios podían aumentar en el corto plazo como resultado de aumentos en el esfuerzo de los trabajadores o de mejoras organizativas. Según él, “cada aumento del poder productivo que se logra mediante la invención de maquinaria y las mejoras de los procesos constituye una razón económica suficiente para un aumento inmediato de los salarios.”



3. La cuestión de las diferencias salariales

En este apartado se analiza la teoría clásica de los salarios relativos o, mejor dicho, de las diferencias salariales. Vaya por delante indicar que el interés de los clásicos por esta cuestión fue más bien escaso, si exceptuamos las figuras de Adam Smith y de John Stuart Mill. Y lo mismo podría decirse de los autores neoclásicos del período que va entre 1870 y 1936. Podría decirse, tal vez sin exagerar demasiado, que la teoría moderna de las diferencias salariales, esto es, la que surge en los años sesenta del siglo pasado a raíz de las primeras investigaciones en el campo del capital humano conecta directamente con una serie de ideas que habían permanecido casi inalteradas desde que la época de Adam Smith.

Se consideran aquí dos cuestiones. En primer lugar, se analiza la teoría de las diferencias salariales expuesta en La Riqueza de Las Naciones; esta teoría se enmarca, esencialmente, en un contexto competitivo. En segundo lugar, se discutirán las aportaciones de John Stuart Mill respecto a la importancia de factores no competitivos en la determinación de las diferencias de salarios.





3.1 La teoría de las diferencias salariales en La Riqueza de Las Naciones

Conviene señalar, antes de analizar la teoría de las diferencias salariales de La Riqueza de las Naciones que, previamente a Adam Smith, Cantillon había apuntado tres razones explicativas de dichas diferencias. Cantillon había señalado que el precio del trabajo era más elevado en los oficios “que reclaman más tiempo para perfeccionarse”, en las ocupaciones “que llevan consigo ciertos riesgos y peligros” y, por último, en las ocupaciones que precisan “capacidad y confianza.”

Estas tres razones las incorporó posteriormente Adam Smith a su análisis de las diferencias salariales, el cual se encuentra principalmente en el capítulo 10 del libro primero de La Riqueza de las Naciones.

Smith insertó sus argumentos en el marco de análisis de un mercado de trabajo competitivo. En este marco Smith destaca la idea de que la competencia tiende a igualar las ventajas netas (suma de las remuneraciones monetarias y no monetarias) entre las distintas ocupaciones y para individuos diferentes. Las diferencias en los salarios que no anula la competencia se justifican, según Smith, por alguna de las cinco razones que él apunta y que exponemos brevemente a continuación.

La primera razón, en términos de Smith, es “la facilidad o dificultad, la limpieza o suciedad, la honra o la deshonra que suponga el empleo.” Esto es, la desutilidad de los distintos tipos de trabajo. Smith entiende por desutilidad del trabajo la fatiga, el carácter desagradable de la tarea y el coste psicológico originado por la actividad laboral. Su idea central es que, ceteris paribus, los trabajos más duros y más molestos conllevan un salario más alto que los más fáciles y agradables. Aquí pueden introducirse también, aunque Smith no lo hizo de forma expresa, elementos externos al propio puesto de trabajo que pueden hacer que éste resulte más o menos atractivo. Por ejemplo, una amplia red de infraestructuras en el entorno del puesto de trabajo o una localización atrayente podría justificar la menor remuneración de un trabajo idéntico a otro localizado en un lugar aislado y poco interesante.

La segunda razón que Smith señaló es “la facilidad, o dificultad, y el mayor o menor coste del aprendizaje”. Smith consideró que los individuos ofrecen un trabajo de mayor calidad como resultado del aprendizaje que se logra a través de la formación en un oficio y a través de la educación en general. Vio claro que si todos los trabajadores no son perfectamente intercambiables, los salarios no tienen por qué ser iguales en las distintas ocupaciones. Y añadió, refiriéndose a los salarios de los trabajadores educados, que: “ Se espera que el trabajo que ha aprendido a ejecutar (un hombre educado a costa de mucho trabajo y tiempo) le repondrá, por encima de los salarios usuales, el coste total de su educación con, al menos, los beneficios ordinarios de un capital equivalente.”

Para Smith, por tanto, las inversiones en capital humano causan diferencias de calidad entre unos trabajadores y otros. La diferencia de salarios entre una ocupación cualificada y otra no cualificada debe reflejar lo que él llamó costes de aprendizaje del oficio. En definitiva, para Smith la educación en general y, en particular, los años dedicados al aprendizaje de un oficio suponen una inversión cuyo coste se recupera a lo largo de la vida laboral. Esta idea apenas se volvió a considerar hasta que fue recuperada por la moderna teoría del capital humano, que se inicia con Gary Becker en los años sesenta del siglo pasado.

La tercera razón determinante de diferencias salariales entre ocupaciones es, según Smith, “la continuidad o eventualidad del empleo”. Según Smith las profesiones cuya demanda fluctúa en el tiempo conllevan remuneraciones irregulares; pero estas remuneraciones son superiores a las que obtienen trabajadores de características similares en empleos más estables. Se produce así una diferencia salarial positiva a favor de los trabajadores que prestan sus servicios en sectores cuya demanda fluctúa respecto de los trabajadores de sectores cuya demanda es más estable. La idea que parece inspirar a Smith para sostener este argumento es que los individuos manifiestan aversión al riesgo cuando valoran la posibilidad de acceder a ocupaciones en las que los rendimientos son irregulares. Así pues, si la generalidad de los trabajadores prefieren las ocupaciones de ingresos regulares a las de ingresos irregulares, en estas últimas deberá obtenerse un salario medio más elevado.

La cuarta razón determinante de diferencias salariales que Smith indicó es “la mayor o menor responsabilidad que se deposite en los trabajadores.” Se refirió de este modo a la responsabilidad que los distintos puestos de trabajo exigen. Según Smith los puestos que exigen mucha responsabilidad conllevan salarios más altos. Ello podría deberse a que la responsabilidad es una carga para el individuo: esa carga aumenta la desutilidad del trabajo y, por tanto, justifica un salario más elevado.

Aunque esta interpretación es perfectamente admisible podemos apuntar otra explicación, en la línea de la interpretación que J. S. Mill hizo de este punto concreto. La responsabilidad puede concebirse como una cualidad que solamente poseen algunos individuos. Puede interpretarse entonces la responsabilidad como un recurso escaso por el que hay que pagar un precio. Por lo tanto, los trabajadores responsables obtienen un salario más elevado porque poseen una cualificación específica. La remuneración más alta que obtienen los trabajadores responsables tendría entonces un componente de renta diferencial.

La quinta y última razón que Adam Smith señaló es “la mayor o menor probabilidad de éxito.” Para Smith las profesiones de rendimientos extremadamente variables e impredecibles suelen estar congestionadas por lo que los salarios medios de estas ocupaciones suelen ser relativamente bajos. En relación con esto Smith parece suponer que los individuos son proclives al riesgo. Smith extrajo esta idea de algunas observaciones casuales del comportamiento de los individuos en los juegos de azar, de la temeridad de muchas conductas y la escasa capacidad que mucha gente tiene para prever los riesgos. Pensaba Smith que los individuos que suelen desempeñar ocupaciones caracterizadas por una incertidumbre extrema en los rendimientos tienden a sobrevalorar la probabilidad de ganancia y a infravalorar la probabilidad de pérdida. Estas profesiones cuentan, por tanto, con una oferta excesivamente abundante que tiende a deprimir los salarios.

A modo de recapitulación puede decirse que la teoría de las diferencias salariales de Adam Smith surge del siguiente principio: siempre que tengamos un conjunto (se entiende que suficientemente grande) de trabajadores perfectamente intercambiables los unos por los otros, y siempre que los trabajos a los que pueden acceder esos trabajadores resulten igualmente atractivos para todos ellos, es de esperar que los salarios de todas las ocupaciones sean idénticos. Las diferencias de salarios en este contexto no se podrían justificar. Si hubiera diferencias entre unas ocupaciones y otras, los trabajadores dejarían de ofrecer su trabajo en las ocupaciones de salarios bajos y las ofrecerían en las ocupaciones de salarios altos. Los movimientos de trabajadores de unos sectores a otros harían, por lo tanto, que el salario fuese homogéneo en todas partes.

De acuerdo con el argumento anterior la existencia de diferencias salariales solo puede explicarse por dos vías: o bien porque no todos los trabajos son igualmente atractivos; o bien porque no todos los trabajadores son perfectamente intercambiables.

En la primera vía encajarían perfectamente la primera, la tercera y la quinta de las razones que señaló Smith. También encajaría la cuarta razón si se adopta la interpretación de que la responsabilidad es una carga que aumenta la desutilidad del trabajo. Por su parte, en la segunda vía se incluirían la segunda razón y también la cuarta si se adopta la interpretación de la responsabilidad como una cualificación específica de los trabajadores.

Para terminar puede señalarse que aunque Smith no construyó una teoría de la demanda de trabajo, su análisis de las diferencias salariales es fundamentalmente correcto. Los cambios en la demanda de una u otra clase de trabajo producen variaciones en los niveles salariales que pueden llevar de forma transitoria a aumentos o disminuciones en las diferencias de remuneración. Pero a la larga los salarios tenderán a ser uniformes para los trabajadores de iguales características; y diferirán cuando los trabajadores sean desiguales en habilidad natural, en educación, en gusto, en actitud frente al riesgo, etcétera.

La existencia de diferencias salariales entre trabajadores homogéneos no podría justificarse en un contexto de competencia perfecta. Sólo tendría sentido si existen desviaciones más o menos importantes del ideal competitivo. La existencia de barreras a la movilidad al trabajo podría, por ejemplo, generar diferencias salariales entre trabajadores homogéneos.

Smith reconoció que la costumbre desempeñaba un papel muy importante en la estructura de salarios. Por ejemplo, el amor a la familia o el apego al lugar de origen podían quitar movilidad a la mano de obra. Lo mismo ocurría con las leyes de pobres y las leyes de asentamiento vigentes en la Inglaterra de su época y con todas las normas restrictivas que imponían los gremios. Smith vio con claridad que todos estos factores institucionales constituían obstáculos para la libre movilidad del trabajo que dificultaban los ajustes competitivos y generaban de manera artificial diferencias salariales. En la segunda parte del capítulo 10, libro primero, de La Riqueza de las Naciones Smith se expresaba en los siguientes términos: “Las enormes desigualdades salariales que solemos encontrar en lugares de Inglaterra no muy distantes entre sí probablemente se deben a la obstrucción que la ley de residencia supone para los hombres indigentes que trasladarían su trabajo de una parroquia a otra de no mediar los certificados (documentos expedidos por las parroquias necesarios para que los indigentes adquiriesen la condición de residentes) [...]. Por lo tanto la escasez de mano de obra en una parroquia no siempre puede compensarse con la abundancia en otras, como sucede habitualmente en Escocia y, según creo, en todas las naciones en donde no hay obstáculos para cambiar de residencia.”

Puede decirse que Smith se limitó a reconocer la existencia de factores institucionales que obstaculizaban la movilidad de los trabajadores. No profundizó ni en las causas ni en los efectos adicionales de esos factores.


3.2. Aportaciones de John Stuart Mill: el concepto de grupos no competitivos

J. S. Mill retomó las ideas anteriores de Smith sobre los factores determinantes de las diferencias salariales en el capítulo 14 del libro segundo de sus Principios.

Puede decirse que, en general, Mill aceptó los argumentos de Smith y la idea de que el ajuste competitivo tiende a igualar las ventajas netas para distintas ocupaciones e individuos.
No obstante, también realizó algunas aportaciones originales. Éstas se refieren fundamentalmente a la importancia de los factores no competitivos como generadores de diferencias salariales y a la interpretación de algunas diferencias salariales como renta diferencial.
Mill admitió íntegramente las explicaciones de Smith sobre tres de los cinco factores determinantes de diferencias salariales que se han señalado en el apartado anterior: la desutilidad de los diferentes empleos, la regularidad o irregularidad del empleo y la incertidumbre extrema de los rendimientos de algunos tipos de empleo.

En cuanto a la responsabilidad como factor que conlleva un salario más elevado la argumentación de Mill introdujo, como se ha señalado anteriormente, la interpretación que la considera una cualidad especial de los trabajadores. Para Mill la responsabilidad (o grado de integridad) que se requiere en algunos empleos es una condición que muy pocos trabajadores poseen. En este contexto Mill supo ver que el concepto de renta no tenía por qué estar restringido a la tierra y que podía aplicarse a cualquier otro factor, incluyendo el trabajo. El trabajador responsable no era más que un factor productivo con un empleo específico. La diferencia salarial que obtienen los trabajadores responsables se puede interpretar como una renta diferencial que remunera a un factor productivo por encima de su coste de oportunidad.

En cuanto a las diferencias de capital humano como factor determinante de diferencias salariales, Mill compartió el argumento de Smith. Los gastos en educación y el coste de aprender un oficio suponen una inversión que lleva a que se produzcan diferencias de calidad entre unos trabajadores y otros. La diferencia de salario entre una ocupación cualificada y otra no cualificada debería reflejar, por tanto, el coste de la inversión realizada.

Pero Mill añadió algunas ideas nuevas respecto al papel de la educación en la generación y mantenimiento de diferencias salariales. Mill vio que la falta de educación aislaba de la competencia a los trabajadores de algunas profesiones. Al menos una parte de la diferencia de remuneración que obtienen los individuos educados tiene su origen, según Mill, en algún tipo de barrera institucional que impide a los individuos acceder a la educación.

Mill consideraba que la simple adscripción a una determinada clase social funcionaba como la principal barrera institucional a la movilidad del trabajo. Por ello se expresaba en los siguientes términos: “En realidad, hasta ahora ha sido tan completa la separación, tan violenta la línea de demarcación entre las diferentes clases de trabajadores, que casi equivale a una distinción hereditaria de casta, reclutándose casi siempre los que han de llenar cada oficio entre los hijos de los que ya pertenecen al mismo, o a otros de la misma categoría social [...]. En consecuencia los salarios de cada clase se han regulado hasta ahora por el aumento de su propia población, más que por la población general del país.”

Mill veía, además, que el propio sistema educativo de la Inglaterra de su tiempo contribuía a acentuar la importancia que tenía la pertenencia a una clase social para explicar el nivel de ingresos de cada individuo. Podría decirse que, por un lado, la competencia actuaba como una fuerza niveladora únicamente dentro de los conjuntos de ocupaciones adscritos a una misma clase social. Por otro lado, la falta de educación funcionaba como freno a la movilidad laboral entre cada uno de esos conjuntos de ocupaciones y creaba, según Mill, grupos no competitivos en el mercado de trabajo.

Hay que destacar sin embargo que Mill no creía que esta situación fuese irreversible. Mill se expresó al respecto en estos términos: “si bien es cierto que, por regla general, la remuneración del trabajo calificado, y, en especial de cualquier trabajo que requiere una buena instrucción, es de naturaleza monopolista, por efecto de la imposibilidad en que se encuentra la masa del pueblo de obtener esa instrucción, no es menos cierto que la política de las naciones, o la generosidad de los particulares, hizo mucho en tiempos pasados para contrarrestar los efectos de esa limitación de la competencia[...].”

Mill añadió que un sistema educativo adecuadamente regulado podía convertirse en un instrumento de nivelación social. La difusión de la educación permitiría la destrucción de las barreras institucionales a la movilidad del trabajo. Pero Mill no pensaba en un sistema de educación pública y gratuita. Él mantenía que “un gobierno no debe de pretender el monopolio de la instrucción , ya sea en sus grados más bajos ya en los más altos; no debe ejercer ni su autoridad ni su influencia para inducir a la gente a recurrir a sus maestros con preferencia a otros, y no debe conceder ventajas especiales a los que han recibido su instrucción del estado.” Mill defendía un sistema educativo en el que la educación básica fuese obligatoria y en el que el Estado diera un apoyo pecuniario (a través de subvenciones o becas) a las familias más pobres de forma que estuviese garantizado para todo el mundo el acceso a la educación básica.

4. Resumen final

La mayoría de los autores clásicos razonaron en términos de un mercado de trabajo agregado en el que los elementos fundamentales eran la oferta y la demanda y en el que se presuponía un mecanismo competitivo para la determinación de los salarios.

En cuanto a la teoría clásica de la oferta de trabajo hay que señalar que es una teoría esencialmente demográfica. Los clásicos estaban interesados fundamentalmente en la evolución de la población total. Ellos creían que conociendo la evolución de la población total se conocía la evolución de la oferta de trabajo. No obstante, entre los escritos clásicos sobre oferta de trabajo pueden encontrarse algunas referencias al papel de los salarios como incentivos al trabajo. En este sentido, cabe destacar las aportaciones de Smith y McCulloch que compartían la idea de que los individuos responden de forma positiva a los estímulos salariales. McCulloch además apuntó la posibilidad de una curva de oferta con pendiente negativa cuando reconoció que la respuesta a mayores salarios, más allá de un cierto punto, podía tener un impacto negativo en la cantidad de trabajo ofrecido.

Por otra parte, la teoría clásica de la demanda de trabajo se construye a partir de la noción de fondo de salarios. La idea de un fondo, parte integrante del capital previamente acumulado, destinado a remunerar a los trabajadores, la desarrollaron plenamente Turgot y Smith. Esta hipótesis, en su versión más estricta, llevó a los economistas clásicos posteriores a considerar dicho fondo como una cantidad fija al comienzo de cada período productivo y dedicada incondicionalmente al pago de salarios. De este modo el gasto en mano de obra se considera una constante a corto plazo, lo que implica una demanda de trabajo en forma de hipérbola rectangular.

La integración de la noción del fondo de salarios, básicamente la demanda de trabajo en la economía clásica, con la oferta de trabajo da lugar a la llamada doctrina del fondo de salarios, una teoría muy elemental del mercado de trabajo que alcanzó su desarrollo pleno con autores como McCulloch, Senior y, sobre todo, John S. Mill. De acuerdo con estos autores, la demanda de trabajo de cada momento juntamente con la oferta, que también se supone fija a corto plazo, determinan el salario. Dicho de otro modo, el salario de cada período se obtiene dividiendo el fondo de salarios entre la fuerza de trabajo.

Esta teoría elemental permite explicar también las ideas clásicas sobre la evolución de los salarios a largo plazo. Por un lado, la evolución de la demanda de trabajo, según los clásicos, viene determinada por la tasa de acumulación del capital, que gobierna los aumentos del fondo de salarios; por otro lado, la tasa de crecimiento de la población, que explican a través de los principios malthusianos, gobierna las variaciones de la oferta de trabajo. Entonces, la evolución de los salarios a largo plazo dependerá de la importancia relativa de cada fuerza. Si las fuerzas de acumulación de capital dominan a las fuerzas de crecimiento demográfico, los salarios crecerán y se mantendrán por encima del nivel de subsistencia. Este sería el caso de las economías en expansión de Smith. Si el crecimiento de la población compensa los efectos de la acumulación de capital, los salarios no estarán mucho tiempo por encima del nivel de subsistencia. Tendríamos así la evolución de los salarios a largo plazo postulada por Malthus y Ricardo que, posteriormente, relativizaron autores como McCulloch, Senior y John S. Mill.

Respecto a la cuestión de las diferencias salariales las aportaciones durante el período clásico fueron muy significativas, aunque se debieron solamente a dos figuras: Adam Smith y John S. Mill. Smith insertó sus argumentos en el marco de análisis de un mercado de trabajo competitivo. En este marco Smith destaca la idea de que la competencia lleva a que se igualen las ventajas netas (la suma de las remuneraciones monetarias y no monetarias) entre las distintas ocupaciones y para individuos diferentes. La existencia de diferencias salariales únicamente se explica por dos vías: (a) porque no todos los trabajos son igualmente atractivos; y (b) porque no todos los trabajadores son perfectamente intercambiables. En la primera vía encajarían perfectamente tres de las cinco razones que ofreció Smith para explicar las diferencias salariales en La Riqueza de las Naciones: la desutilidad de los distintos tipos de trabajo, el carácter irregular de los rendimientos obtenidos en las distintas ocupaciones, y la incertidumbre extrema en los rendimientos de algunas ocupaciones. También encajaría la cuarta razón que aparece en La Riqueza de las Naciones, el grado de responsabilidad que exigen los distintos puestos de trabajo, si se interpreta la responsabilidad como una carga para el individuo que aumenta la desutilidad del trabajo. En la segunda vía encajaría la segunda razón que Smith destacó en La Riqueza de las Naciones: el coste de la formación en un oficio y de la educación en general; y también encajaría aquí el grado de responsabilidad en el puesto de trabajo, si consideramos la responsabilidad como una cualidad que sólo poseen algunos individuos.

John S. Mill aceptó, en general, los argumentos de Smith sobre las diferencias salariales. No obstante, también ofreció alguna explicación original como la interpretación, señalada en el párrafo anterior, de la responsabilidad como una cualidad especial de los trabajadores. Mill añadió también algunas ideas nuevas respecto del papel de la educación en las diferencias salariales. Según él, y en contraste con Smith, la educación que se impartía en las escuelas de su tiempo, más que un mecanismo de nivelación social era un instrumento para la perpetuación las diferencias de clase. De todas estas ideas surge la teoría moderna de las diferencias salariales en los años sesenta del siglo pasado, a raíz de las primeras investigaciones en el campo del capital humano.



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