Lionel Robbins
NATURALEZA DE LAS GENERALIZACIONES 
    ECONÓMICAS
    		
    
    § 1. Ya hemos examinado suficientemente el contenido de la Ciencia Económica 
    y los conceptos fundamentales que se asocian a él; pero aún no hemos visto 
    la naturaleza de las generalizaciones con las cuales se relacionan esos 
    conceptos. Tampoco hemos examinado todavía la naturaleza y derivación de las 
    leyes económicas. Este es, pues, el propósito del presente capítulo. Cuando 
    lo hayamos terminado, nos encontraremos en una situación que nos permitirá 
    pasar a nuestra segunda tarea principal: la investigación de las 
    limitaciones y de la significación de este sistema de generalizaciones.
    
    § 2. El objeto de este ensayo es llegar a conclusiones fundadas en el 
    análisis de la Ciencia Económica tal cual es. Su propósito no consiste en 
    descubrir cómo debiera enfocarse esa disciplina -controversia ésta que puede 
    considerarse concluida, por lo menos entre gente de buen juicio, aun cuando 
    tendremos ocasión de referirnos a ella en passant 
    (1) -, sino más bien a la 
    significación que debe atribuirse a los resultados que ya ha logrado. Al 
    principiar nuestras investigaciones será conveniente, por tanto, que en vez 
    de ensayar derivar la naturaleza de las generalizaciones económicas de las 
    categorías puras del objeto de nuestra ciencia,(2) procedamos, antes bien, a 
    examinar ejemplos tomados del análisis actualmente en uso.
    
    Las proposiciones más fundamentales del análisis económico son las de la 
    teoría general del valor. No importa de qué "escuela" particular se trate; 
    tampoco la disposición que se dé al contenido de la ciencia: el cuerpo de 
    proposiciones que explican la naturaleza y la determinación de las 
    relaciones entre bienes determinados del primer orden tendrán una posición 
    cardinal en todo el sistema. Sería prematuro decir que es completa la teoría 
    de esta parte del contenido de nuestra ciencia; pero es palpable que se ha 
    hecho bastante para justificar que consideremos como establecidas las 
    proposiciones centrales. Debemos proceder a investigar, por consiguiente, en 
    qué descansa su validez.
    
    No debiera ser necesario gastar mucho tiempo en demostrar que no descansa en 
    una mera apelación a la "historia". La frecuente concomitancia en el tiempo 
    de ciertos fenómenos puede sugerir un problema por resolver. La 
    concomitancia no puede considerarse por si misma como una relación causal 
    definida. Pudiera demostrarse que siempre que las condiciones postuladas en 
    cualquiera de los simples corolarios de la teoría del valor han existido en 
    la realidad, se ha observado, también en la realidad, que a ellas le siguen 
    las consecuencias deducidas. Así, por ejemplo, siempre que en mercados 
    relativamente libres se han fijado precios, ha seguido o la evasión o una 
    especie de caos distributivo que asociamos con las "colas" de la última 
    guerra o de las revoluciones francesa o rusa (3) para adquirir alimentos. Pero 
    esto no probaría que los fenómenos en cuestión guardan una relación de 
    causalidad que los ligue entre sí íntimamente. Tampoco proporcionaría ningún 
    fundamento serio para predecir el sentido de sus relaciones futuras. No 
    habría razón suficiente para suponer que "la historia se repite" si falta un 
    fundamento racional para suponer esa conexión íntima. Pues si hay algo que 
    la historia, no menos que la lógica elemental, demuestra de verdad, es que 
    la inducción histórica es la peor base de la profecía si no cuenta con la 
    ayuda del juicio analítico.(4) Dice cualquier pelmazo: "la historia 
    demuestra"... y nos resignamos a la predicción de lo imposible. Uno de los 
    grandes méritos de la moderna filosofía de la historia consiste en que ha 
    repudiado toda pretensión de esta clase y aun considera que la fundamentum 
    divisionis entre la historia y las ciencias naturales consiste en que 
    aquélla no procede por vía de generalizaciones abstractas.(5)
    
    Igualmente claro es que nuestra creencia no descansa en los resultados del 
    experimento sujeto a control. Es del todo cierto que la intervención 
    gubernamental dentro de condiciones de las que podría decirse que tienen 
    cierta semejanza con las condiciones de los experimentos sujetos a control 
    ha ejemplificado en más de una ocasión el caso particular que acabamos de 
    mencionar. Seria muy superficial, sin embargo, suponer que los resultados de 
    estos "experimentos" pueden aducirse para justificar una proposición de 
    aplicabilidad tan amplia, para no mencionar las proposiciones centrales de 
    la teoría general del valor. Es indudable que un grupo de generalizaciones 
    económicas erigidas sobre una base de esta clase resultaría muy frágil. Y, 
    sin embargo, nuestra creencia en estas proposiciones es tan completa como la 
    que se apoyara en cualquier número de experimentos sujetos a control.
    
    Pero, entonces, ¿en qué descansa?
    
    No se requiere un gran conocimiento del análisis económico moderno para 
    comprender que la teoría del valor descansa en el supuesto de que las 
    diferentes cosas que un individuo desea tener poseen para él una importancia 
    diversa y pueden ser dispuestas, por consiguiente, en un orden determinado. 
    Esta noción puede expresarse en varias formas y con diversos grados de 
    precisión, desde el simple sistema de necesidades de Menger y de los 
    primeros austriacos, hasta las más refinadas escalas de valoraciones 
    relativas de Wicksteed y Schönfeld y los sistemas de indiferencia de Pareto, 
    Hicks y Allen. Pero, en último análisis, se reduce a que podemos juzgar si 
    diferentes experiencias posibles son para nosotros de una importancia mayor, 
    menor o equivalente. De este hecho elemental de la experiencia podemos 
    derivar la idea de la sustituibilidad de distintos bienes; de la demanda de 
    un bien en función de otro; de la distribución equilibrada de bienes entre 
    usos diversos; del equilibrio de cambio y de la formación de los precios. Al 
    pasar de la descripción de la conducta de un solo individuo al examen de los 
    mercados, hacemos, naturalmente, otros supuestos subsidiarios: se trata de 
    dos o más individuos; la oferta está en manos de un monopolio o de 
    vendedores múltiples; las personas que intervienen en el mercado conocen o 
    ignoran lo que está sucediendo en otros sectores del mismo; el marco 
    jurídico del mercado prohíbe este o aquel modo de adquisición o de cambio, 
    etc. Suponemos, asimismo, una determinada distribución inicial de la 
    propiedad.(6) Pero el supuesto principal implícito es siempre el de las 
    escalas de valoración de los distintos sujetos económicos. Mas esto, 
    acabamos de verlo,(7) es realmente el supuesto de una de las condiciones 
    indispensables para que haya actividad económica, ya que es un elemento 
    esencial de nuestra concepción de la conducta que tiene un aspecto 
    económico.
    
    Todas las proposiciones hasta ahora mencionadas se relacionan con la teoría 
    de la valoración de determinados bienes. En la teoría elemental del valor y 
    del cambio no se investigan las condiciones de producción continua. Si 
    suponemos que la producción ocurre, surge un nuevo grupo de problemas cuya 
    explicación requiere nuevos principios. Nos hallamos frente al problema de 
    explicar, por ejemplo, la relación entre el valor de los productos y el 
    valor de los factores que los producen: el problema de la imputación. ¿ Cuál 
    es aquí la sanción de las soluciones que se han propuesto?
    
    Como es bien sabido, el principio fundamental de explicación, complementario 
    de los principios de la valoración subjetiva en la teoría más estrecha del 
    valor y del cambio, es el llamado a veces ley de los rendimientos 
    decrecientes. Ahora bien, ésta es simplemente una forma de plantear el hecho 
    evidente de que los diferentes factores de la producción se sustituyen unos 
    a otros de un modo imperfecto. El producto aumentará, pero no 
    proporcionalmente, si se aumenta la cantidad de trabajo sin aumentar la 
    cantidad de tierra. Para lograr una producción doble sin aumentar al doble 
    tanto la tierra como el trabajo, es necesario aumentar en más del doble uno 
    de los dos factores. Esto es obvio. Si no fuera así, todo el trigo del mundo 
    podría obtenerse de una hectárea de tierra. Esto se deduce asimismo de 
    consideraciones más íntimamente relacionadas con nuestras concepciones 
    fundamentales. Debe definirse una clase de factores escasos como la que 
    integran los que se substituyen mutuamente de una manera perfecta. Es decir, 
    la diferencia entre los factores debe definirse esencialmente como una 
    capacidad imperfecta para sustituirse entre sí. La ley de los rendimientos 
    decrecientes, por consiguiente, se desprende del supuesto de que existe más 
    de una clase de factores escasos de la producción.(8) El principio 
    complementario de que los rendimientos pueden aumentar dentro de ciertos 
    límites se desprende también de manera directa del supuesto de que los 
    factores son relativamente indivisibles. Sobre la base de estos principios y 
    con la ayuda de supuestos subsidiarios semejantes a los ya mencionados (la 
    naturaleza de los mercados y el marco jurídico de la producción, etc), es 
    posible construir una teoría del equilibrio de la producción.(9)
    
    Volvamos a consideraciones más dinámicas. La teoría de las ganancias, en el 
    sentido restringido del término en que se le viene usando en la teoría 
    reciente, es, por esencia, un análisis de los efectos de la incertidumbre en 
    cuanto a la futura disponibilidad de bienes escasos y de factores escasos. 
    Vivimos en un mundo en el que las cosas que necesitamos no sólo son escasas, 
    sino que su acaecimiento mismo es materia de duda y conjetura. Proyectando 
    para el futuro tenemos que escoger, no entre cosas ciertas, sino entre una 
    serie de probabilidades estimadas. Claro es que la naturaleza de esta misma 
    serie puede variar, surgiendo, por consiguiente, no sólo una valoración 
    relativa de diferentes clases de incertidumbres entre sí, sino también de 
    series distintas de incertidumbres similarmente comparadas. De estos 
    conceptos pueden deducirse varias de las más complicadas proposiciones de la 
    teoría de la economía dinámica.(10)
    
    Y así podría proseguirse. Demostraríamos que el uso del dinero puede 
    deducirse de la existencia del cambio indirecto y que la demanda de dinero 
    puede deducirse de la existencia de las mismas incertidumbres que acabamos 
    de examinar.(11) Podríamos examinar las proposiciones de la teoría del capital 
    y del interés y reducirlas a conceptos elementales del tipo que venimos 
    discutiendo aquí; pero es innecesario prolongar más la discusión. Los 
    ejemplos que hemos examinado bastan para dejar establecida la solución que 
    buscamos. Las proposiciones de la teoría económica, como las de toda teoría 
    científica, son evidentemente deducciones de una serie de postulados. Los 
    principales de ellos son todos supuestos que en alguna forman entrañan 
    hechos simples e indiscutibles de la experiencia relativa a la forma en que 
    la escasez de bienes, objeto de nuestra ciencia, se manifiesta en el mundo 
    de la realidad. El principal postulado de la teoría del valor es el hecho de 
    que los individuos pueden disponer sus preferencias en un orden determinado 
    y que de hecho así lo hacen. El postulado principal de la teoría de la 
    producción no es otro que el de la existencia de más de un factor de la 
    producción; el principal de la teoría de la dinámica es el hecho de que no 
    estamos seguros de las escaseces futuras. No son éstos postulados cuya 
    contrapartida en la realidad admita una prolongada discusión en cuanto se 
    entienda plenamente su naturaleza. Para establecer su validez no necesitamos 
    expertos controlados; constituyen tan a menudo nuestra experiencia diaria, 
    que exponerlos es cuanto necesitamos para reconocerlos como evidentes. El 
    peligro consiste, en realidad, en llegar a considerarlos tan obvios que pase 
    a creerse que nada importante puede derivarse de su examen cuidadoso. Sin 
    embargo los complicados teoremas del análisis dependen en última instancia 
    de postulados de esta clase. Y la aplicabilidad general de las más amplias 
    proposiciones de la Ciencia Económica se deriva de la existencia de las 
    condiciones que esos postulados suponen.
    
    § 3. Por supuesto que es cierto, como hemos visto, que el desarrollo de 
    aplicaciones más complicadas de estas proposiciones supone el uso de una 
    gran diversidad de postulados subsidiarios respecto a las condiciones del 
    mercado, al número de quienes intervienen en el cambio, al estado de 
    derecho, al mínimum sensible(12) de compradores y vendedores, etc., etc. La 
    verdad de las deducciones que se hagan de esta estructura depende, como 
    siempre, de su consistencia lógica. Su aplicabilidad a la interpretación de 
    una situación particular depende de que en ella existan los elementos 
    postulados. Es asunto por investigar si la teoría de la competencia o del 
    monopolio es aplicable a una situación determinada. En la aplicación de los 
    principios económicos debe tenerse tanto cuidado al investigar la naturaleza 
    de nuestro material, como se tiene en la aplicabilidad de los principios 
    generales de las ciencias naturales. No se presume que cualquiera de las 
    muchas posibles formas de las condiciones de competencia o de monopolio 
    deben existir siempre necesariamente; pero si bien es importante entender 
    cuántos son los supuestos subsidiarios que surgen por fuerza a medida que 
    nuestra teoría se hace más y más complicada, igualmente lo es entender con 
    qué amplitud son aplicables los principales supuestos en los que descansa. 
    Como ya hemos visto, los principales lo son siempre y cuando existan las 
    condiciones que dan origen al fenómeno económico.
    
    Podría sostenerse que consideraciones de esta clase debieran capacitarnos 
    para descubrir la falacia implícita en una opinión que ha desempeñado un 
    gran papel en discusiones habidas en la Europa continental. Se ha afirmado a 
    veces que las generalizaciones de la Economía son esencialmente de carácter 
    "histórico-relativo", que su validez se limita a ciertas condiciones 
    históricas y que, fuera de éstas, nada tienen que ver con el análisis del 
    fenómeno social. Este punto de vista es un error peligroso. Sólo podría 
    aceptársele mediante una deformación tan completa del uso de las palabras 
    que llegaría a ser totalmente equívoco. Es muy cierto que para aplicar con 
    fruto las proposiciones más generales de la Economía es importante 
    completarlas con una serie de postulados subsidiarios derivados del examen 
    de lo que a menudo puede legítimamente calificarse de material relativo. Es 
    indudable que, a menos que así se haga, se cometerán graves errores; pero es 
    inexacto que los principales supuestos sean histórico-relativos en el mismo 
    sentido. Verdad es que descansan en la experiencia y que se refieren a la 
    realidad; pero es una experiencia de un grado tan amplio de generalidad, que 
    los supuestos quedan colocados en una clase muy diferente a la más 
    propiamente llamada histórico-relativa. Nadie, en realidad, impugnará la 
    aplicabilidad universal de un supuesto como el de la existencia de escalas 
    de valoración relativa, o el de los diferentes factores de la producción, o 
    el de los diversos grados de incertidumbre respecto del futuro, aun cuando 
    puede haber lugar a discutir el mejor modo de describir su exacta naturaleza 
    lógica. Y nadie que haya examinado realmente el tipo de deducciones que 
    pueden lograrse de semejantes supuestos puede poner en duda la utilidad de 
    partir de este plano. Sólo una falta de comprensión de esto y una 
    preocupación demasiado privativa por los supuestos subsidiarios, puede dar 
    lugar a sostener la opinión de que las leyes económicas se hallan limitadas 
    a ciertas condiciones de tiempo y espacio que tienen un carácter puramente 
    histórico, etc. Santo y bueno si semejantes puntos de vista se interpretan 
    sólo en el sentido de que las aplicaciones del análisis general suponen la 
    aceptación de supuestos subsidiarios de naturaleza menos general, y de que 
    antes de aplicar nuestra teoría general a la interpretación de una situación 
    particular debemos estar muy bien seguros de los hechos. Estará de acuerdo 
    con nosotros todo profesor que haya observado a los buenos estudiantes 
    superintoxicados con la excitación de la teoría pura. Aun puede admitirse 
    que a veces es justificada la crítica que los mejores historiadores 
    enderezan a los economistas clásicos; pero son del todo equívocas si se 
    interpretan, como ha sucedido notoriamente en la historia de las grandes 
    controversias metodológicas, en el sentido de que las amplias conclusiones 
    derivadas del análisis general son tan limitadas como sus aplicaciones 
    particulares, es decir, que las generalizaciones de la Economía Política 
    sólo fueran aplicables al caso de Inglaterra durante la primera época de la 
    reina Victoria y otras cosas parecidas. Hay, quizá, un sentido en el cual es 
    correcto decir que todo conocimiento científico es histórico-relativo. Tal 
    vez en alguna otra existencia todo ello sería inaplicable; pero, si es así, 
    entonces necesitamos un nuevo término para designar lo que normalmente se 
    llama histórico-relativo. Lo mismo por lo que se refiere al conjunto de 
    conocimientos que es la Economía general. Si es histórico-relativo, entonces 
    necesitamos otra palabra para describir lo que se conoce como estudios 
    histórico-relativos.
    
    Aclarado esto, el punto de vista implícito en la llamada concepción 
    "ortodoxa" de la ciencia desde los tiempos de Senior y Cairnes resulta 
    abrumadoramente convincente. Es difícil averiguar por qué ha habido tanto 
    alboroto, por qué alguien pudo haber creído que valía la pena poner en duda 
    toda la posición. Y por supuesto que si examinamos la verdadera historia de 
    la controversia, se aclara bien que la ocasión del ataque no fué 
    principalmente de índole científica ni filosófica. Puede haber sucedido que 
    de tiempo en tiempo un historiador impresionable haya sido ultrajado por el 
    imperfecto refinamiento de algún economista de segunda fila y, más 
    probablemente, por algún negociante o por un político que repetía de segunda 
    mano lo que suponía que los economistas habían afirmado. En ocasiones puede 
    haber sucedido también que un lógico puro haya sido ofendido por el uso 
    incauto de términos filosóficos de parte de un economista ansioso de 
    reivindicar una serie de conocimientos que creía verdaderos e importantes. 
    Pero en general los ataques no han venido de estos sectores; antes bien, han 
    sido de carácter político. Procedían de personas con intereses políticos que 
    deseaban seguir un camino que habría revelado imprudente el conocimiento de 
    la ley en la esfera económica. Este fué el caso, seguramente, de la mayoría 
    de los líderes de la joven escuela histórica,(13) la brigada de choque del 
    ataque contra el liberalismo internacional en la era bismarckiana. Así 
    ocurre hoy día con las escuelas menores que adoptan una actitud semejante. 
    La única diferencia entre el institucionalismo y el historicismo es el mayor 
    interés del segundo.
    
    § 4. Si el argumento que se ha expuesto antes es correcto, el análisis 
    económico viene a ser, como lo subrayara Fetter,(14) la explicación de las 
    consecuencias que produce la necesidad de elegir en diferentes 
    circunstancias dadas. En la mecánica pura se exploran los efectos que se 
    derivan de que los cuerpos tengan ciertas propiedades. En Economía pura 
    examinamos la de que existan medios escasos susceptibles de usos diversos. 
    El supuesto de las valoraciones relativas, como hemos visto, es el 
    fundamento de todas las complicaciones posteriores.
    
    Se piensa a veces, aun hoy en día, que esta noción de la valoración relativa 
    depende de la validez de determinadas doctrinas psicológicas. Las regiones 
    fronterizas de la Economía son el paraíso de las mentes adversas al esfuerzo 
    que exige pensar con exactitud; por eso, en años recientes se ha consumido 
    en ellas tiempo ilimitado en atacar los llamados supuestos psicológicos de 
    la Ciencia Económica. La psicología -se dice- progresa muy rápidamente; por 
    consiguiente, si la Economía descansa en determinadas doctrinas 
    psicológicas, nada más explicable que cada cinco años, más o menos, se 
    escriban libros vehementes para demostrar que, puesto que la moda ha 
    cambiado en la psicología, la Economía necesita "revisarse desde sus 
    cimientos". Y no se ha desperdiciado la oportunidad, como era de esperarse. 
    Los economistas profesionales, absortos en la agitada tarea de descubrir 
    nuevas verdades, han desdeñado, en general, replicar. Y el público profano, 
    siempre ansioso de escapar a la necesidad de admitir las consecuencias de 
    tener que elegir en un mundo de escasez, se ha dejado embaucar: cree que 
    estas cuestiones -en realidad tan poco dependientes de las verdades de la 
    psicología en boga como las tablas de multiplicar- son todavía cuestiones 
    abiertas sobre las cuales el hombre ilustrado, quien naturalmente no es 
    nadie si no se las da de psicólogo debe desear aplazar su juicio.
    
    Por desgracia, las afirmaciones incautas de los mismos economistas han dado 
    pretexto no pocas veces a semejantes críticas. Es bien sabido que algunos de 
    los fundadores de la moderna teoría subjetiva del valor adujeron la 
    autoridad de las doctrinas del hedonismo psicológico como sanción a sus 
    proposiciones. No así los austriacos. Los cuadros mengerianos fueron 
    construidos desde el principio en términos que no suponían cuestiones 
    psicológicas.(15) Bóhm-Bawerk repudiaba explícitamente cualquier filiación con 
    el hedonismo psicológico y puede decirse que hizo lo indecible para evitar 
    esta clase de errores.(16) Pero los nombres de Gossen y Jevons y Edgeworth, 
    para no decir nada de sus seguidores ingleses, son un recordatorio 
    suficiente de un linaje de economistas muy competentes que tuvieron 
    pretensiones de esa suerte. El libro de Gossen, Entwicklung der Gesetze der 
    menschlichen Verkehrs, invoca, ciertamente, postulados hedonísticos. Una 
    teoría del placer y el dolor antecede a la de la utilidad y el cambio en la 
    Theory of Political Economy de Jevons. Edgeworth comienza su Mathematical 
    Psychics con un párrafo que mantiene la concepción del "hombre como una 
    máquina de placer".(17) Aun se ha intentado presentar la ley de la utilidad 
    marginal decreciente como un caso especial de la ley Weber-Fechner.(18)
    
    Pero es de fundamental importancia distinguir entre la práctica real de los 
    economistas y la lógica que ella supone, y su apología ocasional ex post 
    facto. Los críticos de la ciencia económica dejan de hacer, justamente, esta 
    distinción. Con un exagerado celo suelen revisar la fachada, pero se encogen 
    ante la tarea intelectual de examinar la estructura interna. Tampoco se 
    molestan en enterarse de los modos más recientes de presentar la teoría que 
    atacan. Este procedimiento tiene, sin duda, ventajas estratégicas, pues en 
    polémicas de esta clase los errores de buena fe son un excelente acicate 
    para una retórica efectiva y nadie que se hallase enterado de la reciente 
    teoría del valor podría seguir sosteniendo honestamente que tiene una 
    conexión esencial con el hedonismo psicológico ni con ninguna otra marca de 
    Fach-Psychologie. Si los críticos psicológicos de la Economía se hubieran 
    molestado en hacer estas cosas, habrían percibido con prontitud que los 
    adornos hedonísticos de las obras de Jevons y de sus partidarios son 
    accidentes en la estructura principal de una teoría que, como el desarrollo 
    paralelo de Viena demostraba, es susceptible de presentarse y defenderse en 
    términos en manera alguna hedonísticos. Como ya hemos visto, lo único que 
    supone la idea de las escalas de valoración es que los bienes tienen usos 
    diversos y que éstos poseen una importancia distinta para la acción, de 
    manera que en una situación dada se preferirá un uso a otro y un bien a 
    otro. No discutimos por qué las criaturas humanas atribuyen valores 
    determinados a cosas determinadas. Eso queda reservado a los psicólogos y 
    quizá aun a los fisiólogos. Todo cuanto necesitamos suponer como economistas 
    es el hecho evidente de que diferentes posibilidades ofrecen incentivos 
    diversos y que esos incentivos pueden disponerse según el orden de su 
    intensidad.(19) Los varios teoremas que pueden derivarse de esta concepción 
    fundamental pueden, incuestionablemente, explicar una múltiple actividad 
    social, que ninguna otra técnica podría explicar. Pero lo consiguen sin 
    arrogarse una psicología determinada, sino considerando las cosas que la 
    psicología estudia como los datos de sus propias deducciones. En este caso, 
    como sucede con frecuencia, los fundadores de la Ciencia Económica 
    construyeron algo más universal en su aplicación que lo que ellos mismos 
    pretendieron.
    
    Pero ahora surge la cuestión de fijar en qué medida es legítimo aun este 
    procedimiento. Debiera ser claro, después de cuanto se ha dicho, que aun 
    cuando no es cierto que las proposiciones de la Economía analítica descansan 
    en una psicología determinada, suponen incuestionablemente elementos que son 
    de naturaleza psicológica o, quizá, mejor dicho, de naturaleza psíquica. El 
    nombre con que a menudo se les conoce -teoría subjetiva o psicológica del 
    valor- lo reconoce, en efecto, explícitamente. Y como ya hemos visto, es 
    evidente que el fundamento de esta teoría es un hecho psíquico: las 
    valoraciones del individuo. En los últimos años, sin embargo, en parte como 
    resultado de la influencia del behaviorismo, en parte a causa del deseo de 
    asegurar la mayor austeridad posible en la exposición analítica, se han 
    levantado voces para urgir que se descarte este armazón de subjetividad. El 
    método científico --se insiste- exige que no se tome en consideración nada 
    que no sea capaz de observación directa. Podemos estimar la demanda tal como 
    se revela en una conducta susceptible de ser observada en el mercado; pero 
    no podemos ir más allá. La valoración es un proceso subjetivo; no podemos 
    observarla. Por consiguiente, queda fuera de una explicación científica. 
    Nuestras construcciones teóricas deben apoyarse en datos que puedan 
    observarse. Tal es, por ejemplo, la actitud del Profesor Cassel;(20) en los 
    últimos trabajos de Pareto(21) hay pasajes que se prestan a una interpretación 
    semejante. Es ésta una actitud muy frecuente entre los economistas que han 
    caído bajo la influencia de la psicología behaviorista, o entre aquellos a 
    quienes atemoriza un ataque de los exponentes de este culto extraño.
    
    A primera vista parece muy admisible. Es muy seductora la afirmación de que 
    nada debemos hacer que no hagan las ciencias físicas; pero es dudoso si la 
    realidad lo justifica. Después de todo, nuestra tarea es explicar ciertos 
    aspectos de la conducta, y es muy problemático que lo podamos hacer sin 
    involucrar elementos psíquicos. Es bien seguro que, plazca o no al deseo de 
    máxima austeridad, si entendemos términos como elección, indiferencia, 
    preferencia y otros semejantes en función de la experiencia interna. La idea 
    de un fin, fundamental para nuestra concepción de lo económico, no puede 
    definirse tan sólo en función de la conducta exterior. Por lo menos la mitad 
    de la ecuación, digámoslo así, debe tener carácter psíquico si hemos de 
    explicar las relaciones que nacen de una escasez de medios y una 
    multiplicidad de fines.
    
    Semejantes consideraciones serían decisivas en la medida en que se acepte 
    como correcta la definición del contenido de la Economía propuesta en este 
    ensayo; pero podría decirse que eran simplemente un argumento para rechazar 
    esa definición y sustituirla por otra que sólo se refiere a cosas 
    "objetivas" y observables, como los precios en un mercado, los tipos de 
    cambio, etc. Esto es claramente lo que encierra el procedimiento del 
    profesor Gasset: el célebre Ausschaltung der Wertlehre.
    
    Pero aun restringiendo el objeto de la Economía a la explicación de cosas 
    observables, como los precios, descubriremos que, en realidad, es imposible 
    explicarlas a menos que invoquemos elementos de naturaleza subjetiva o 
    psicológica. Tan pronto como se formulan específicamente, resulta bien claro 
    que los procesos más elementales de la determinación de los precios deben 
    depender inter alia de lo que la gente piensa que ocurrirá con los precios. 
    Las funciones de demanda -que el profesor Gasset considera nos permiten 
    prescindir de elementos subjetivos -deben concebirse no sólo relacionándose 
    con los precios que prevalecen ahora, o que pudieran prevalecer en los 
    mercados de hoy, sino también en relación con toda una serie de precios que 
    el público espera que prevalezcan en el futuro. Es evidente que lo que el 
    público espera que suceda en el futuro no es susceptible de observación por 
    métodos puramente behavioristas. No obstante, como el profesor Knight y 
    otros han demostrado, es del todo necesario considerar semejantes 
    anticipaciones si queremos entender alguna vez la mecánica del cambio 
    económico. Es fundamental para una explicación cabal de los precios 
    competitivos; resulta indispensable para explicar, aun superficialmente, los 
    precios monopólicos. Es bien fácil presentar esas anticipaciones como parte 
    de un sistema general de escalas de preferencia;(22) pero nos engañamos al 
    suponer que semejante sistema toma en cuenta los datos observables. ¿Cómo 
    puede observarse lo que un hombre piensa acerca de lo que va a suceder?
    
    Precisa concluir, entonces, que habremos de incluir elementos psicológicos 
    si queremos realizar nuestra tarea como economistas: dar una explicación 
    suficiente de todas las cuestiones que cada definición del objeto de nuestra 
    ciencia cubre necesariamente. No podemos dejarlos fuera si queremos que 
    nuestra explicación resulte adecuada. En verdad parece que al investigar 
    este problema central de una de las partes más avanzadas de las ciencias 
    sociales hubiéramos dado con una de las diferencias esenciales entre éstas y 
    las ciencias físicas. No corresponde a este ensayo explorar esos problemas 
    más profundos de metodología; pero puede sugerirse que si este caso es 
    típico -y algunos mirarían el método de la teoría de los precios como muy 
    próximo al límite de las ciencias físicas-, entonces el método de las 
    ciencias sociales que tratan de la conducta -que en cierto sentido es 
    intencionado- nunca podrá ser asimilado del todo al método de las ciencias 
    físicas. No es realmente posible entender los conceptos de elección, de 
    relación recíproca de medio a fin, conceptos fundamentales de nuestra 
    ciencia, por medio de la observación de datos externos. La concepción de una 
    conducta intencionada en ese sentido no entraña por necesidad un 
    indeterminismo final, aunque supone eslabones psíquicos -no físicos- en la 
    cadena de una explicación causal y que por ese motivo no son, 
    necesariamente, susceptibles de observación por métodos behavioristas. El 
    reconocimiento de ello no requiere en lo más mínimo renunciar a la 
    "objetividad" en el sentido de Max Weber. Era esto exactamente lo que Max 
    Weber pensaba cuando escribió sus célebres ensayos.(23) Todo lo que la 
    explicación "objetiva" de la conducta supone (es decir, el wertfrei, para 
    usar la frase de Weber) es la consideración de ciertos datos: valoraciones 
    individuales, etc., cuyo carácter no es meramente físico. El hecho de que 
    esos datos mismos tengan la naturaleza de los juicios del valor no obliga a 
    considerarlos como tales. Para el observador no son juicios de valor. Lo que 
    importa a las ciencias sociales no es si los juicios individuales de valor 
    son correctos en el sentido final de la filosofía del valor, sino si se les 
    hace y si son eslabones esenciales en la cadena de la explicación causal. La 
    cuestión debe resolverse por la afirmativa si la argumentación de este 
    párrafo es correcta.
    
    § 5. Pero ahora surge la cuestión de si las generalizaciones de la Economía, 
    además de descansar en este supuesto fundamental de las valoraciones 
    relativas, no dependen también de un supuesto psicológico más general: el de 
    una conducta completamente racional. ¿No es correcto definir el objeto del 
    estudio de la Economía como el disponer racional de bienes?(24) ¿No puede 
    decirse en este sentido que la Economía depende de otro supuesto psicológico 
    más discutido que los examinados hasta ahora? Es asunto algo intrincado que 
    merece atención, por sí solo y por lo que revela acerca de los métodos de la 
    Economía en general.
    
    Ahora bien, en la medida en que la idea de la acción racional lleva consigo 
    la de una acción propia éticamente hablando, y algunas veces se la usa en 
    este sentido en las discusiones ordinarias, puede decirse desde luego 
    -después se dirá algo más- que en el análisis económico no interviene 
    semejante supuesto. Como acabamos de ver, el análisis económico es wert frei 
    en el sentido weberiano. Los valores que toma en cuenta son valoraciones de 
    individuos. Queda fuera de su alcance si en un sentido ulterior son 
    valoraciones válidas. Si la palabra racionalidad ha de usarse de modo que 
    suponga este significado, entonces puede decirse que el concepto a que se 
    refiere no entra en el análisis económico.
    
    Pero si con el término racional sólo quiere decirse "consistente", entonces 
    es indudable que un supuesto de esta clase debe intervenir en algunas 
    explicaciones analíticas. La célebre generalización de que, en estado de 
    equilibrio, la importancia relativa de las mercancías divisibles es igual a 
    su precio, supone que cada elección final es congruente con todas las demás 
    en el sentido de que si prefiero A a B y B a C, también prefiero A a C. En 
    pocas palabras, que en un estado de perfecto equilibrio queda excluida la 
    posibilidad de obtener alguna ventaja de ulteriores "operaciones de 
    arbitraje interno".
    
    Existe también un sentido más amplio en que el concepto de racionalidad como 
    equivalente de consistencia queda sobrentendido en el examen de las 
    condiciones de equilibrio. Puede ser irracional una congruencia completa 
    entre mercancías en el sentido a que acabamos de referirnos, justamente 
    porque el tiempo y la atención que tales comparaciones tan exactas requieren 
    (en opinión del sujeto económico correspondiente) se pueden utilizar mejor 
    en otra forma. Es decir, puede haber un costo de sustitución del "arbitraje 
    interno" que, más allá de cierto punto, exceda a la ventaja. La utilidad 
    marginal de no preocuparse por la utilidad marginal es un factor que han 
    tomado en cuenta los principales representantes de la teoría subjetiva del 
    valor a partir de Böhm-Bawerk. No es éste un descubrimiento reciente. Puede 
    considerársele en un sentido formal consintiendo un cierto margen (o 
    estructura de márgenes) de incongruencia entre valoraciones particulares.
    
    Es completamente cierto que el supuesto de la racionalidad perfecta figura 
    en explicaciones de esta clase; mas no lo es que las generalizaciones 
    económicas se limiten a la explicación de las situaciones en que la acción 
    es perfectamente congruente. Los medios pueden ser escasos en relación con 
    los fines aun cuando éstos sean incompatibles. El cambio, la producción, las 
    fluctuaciones, todo acontece en un mundo en que las personas no se dan 
    cuenta plena de las consecuencias de lo que hacen. A menudo resulta 
    incongruente (irracional en este sentido) desear la inmediata satisfacción 
    plena de la demanda de los consumidores y, al mismo tiempo, estorbar la 
    importación de artículos extranjeros por medio de tarifas u otros obstáculos 
    parecidos. No obstante, así se hace con frecuencia. ¿Quién se atrevería a 
    afirmar que la Ciencia Económica es incompetente para explicar la situación 
    que se provoca?
    
    Hay un sentido en el cual, por supuesto, la palabra racionalidad puede 
    usarse, sentido que hace legítimo sostener que antes de que la conducta 
    humana tenga un aspecto económico, se supone al menos una cierta 
    racionalidad: el equivalente a conducta "encaminada a un fin". Como ya hemos 
    visto, si no concebimos la conducta encaminada a un fin, es discutible que 
    tenga algún sentido la concepción de las relaciones entre medios y fines que 
    estudia la economía. Así, pues, podría afirmarse que no existirían fenómenos 
    económicos si no existiera una acción con un propósito.(25) Mas decir esto no 
    equivale en manera alguna a que toda acción intencionada sea completamente 
    consistente. En verdad puede afirmarse que cuanto más consciente de sí misma 
    es la acción enderezada a un propósito, más congruente es necesariamente; 
    pero esto no quiere decir que sea necesario suponer ab initio que siempre es 
    congruente o que las generalizaciones económicas se limitan a ese sector de 
    la conducta, quizá pequeño, en que todas las inconsistencias han sido 
    resueltas.
    
    El hecho es, naturalmente, que el supuesto de la perfecta racionalidad en el 
    sentido de completa congruencia es tan sólo uno de los muy numerosos 
    supuestos de carácter psicológico que se introducen en el análisis económico 
    en diversas etapas de su aproximación a la realidad. El de la perfecta 
    previsión, que a menudo conviene adoptar, es de naturaleza parecida. El 
    propósito de estos supuestos no es alentar la creencia de que el mundo de la 
    realidad corresponde a las explicaciones en que figuran, sino el de que nos 
    permitan estudiar aisladamente tendencias que en el mundo sólo operan en 
    conjunción con otras varias, y luego, por contraste y por comparación, 
    volver a aplicar el conocimiento así obtenido a la explicación de 
    situaciones de mayor complejidad. El método de la Economía pura tiene, en 
    este sentido por lo menos, su contrapartida en el método de todas las 
    ciencias físicas que han ido más allá de la etapa de la recolección y 
    clasificación.
    
    § 6. Consideraciones de esta clase nos permiten estudiar también la muy 
    reiterada acusación de que la Economía supone un mundo de hombres a quienes 
    sólo preocupa su propio interés y hacer dinero. Vale la pena examinarla con 
    más detenimiento, por estúpido y exasperante que pueda parecer a todo buen 
    economista. Aunque falsa, hay en ella un cierto recurso expositivo de 
    análisis puro que de no explicarse en detalle puede dar origen a censuras de 
    esta clase.
    
    El absurdo generalizado de creer que el mundo de que se ocupa el economista 
    se halla poblado de egoístas o de "máquinas de placer" debiera quedar 
    aclarado ya después de lo que hemos dicho. El concepto fundamental del 
    análisis económico es la idea de las valoraciones relativas; y, según 
    dijimos ya, si suponemos que los diferentes bienes tienen distintos valores 
    en diversos márgenes, no consideramos como parte de nuestro problema 
    explicar por qué existen esas valoraciones. Las tomamos como datos. Por lo 
    que a nosotros se refiere, nuestros sujetos económicos pueden ser egoístas 
    puros, altruistas puros, ascetas puros, sensuales puros o, lo que es más 
    probable, una mezcla de todos estos impulsos. Las escalas de las 
    valoraciones relativas son tan sólo un medio formal conveniente de presentar 
    características permanentes del hombre tal como es en la realidad. La 
    renuencia a reconocer la primacía de estas valoraciones es simplemente 
    negarse a entender el significado de los últimos sesenta años de la Ciencia 
    Económica.
    
    Ahora bien, las valoraciones que determinan transacciones específicas pueden 
    ser de grados diversos de complejidad. En mi compra de pan puedo estar 
    interesado nada más en la comparación entre el pan y las otras cosas 
    comprendidas en el círculo de cambio dentro del que gasto mi dinero; pero 
    también puedo estarlo en la felicidad de mi panadero, pues entre él y yo 
    pueden existir ciertos lazos que me hagan comprarle el pan y no a su 
    competidor, quien está dispuesto a venderlo un poco más barato. Igual puede 
    suceder, exactamente, al tratar de vender mi trabajo o alquilar mi casa, ya 
    que puedo interesarme sólo en las cosas que recibo como resultado de la 
    transacción, o también en la experiencia de trabajar en una forma y no en 
    otra, o en el prestigio o descrédito, en la sensación de virtud o vergüenza 
    al alquilar mi propiedad de este modo antes que de otro.
    
    Nuestra concepción de las escalas de valoración relativa considera todo 
    esto. Y las generalizaciones que describen el equilibrio económico se 
    formulan en una forma que lo destaca de un modo explícito. Todos los 
    estudiantes de primer año, desde los días de Adam Smith, han aprendido a 
    expresar el equilibrio en la distribución de grados concretos de trabajo en 
    función de una tendencia, no para aumentar al máximo las ganancias nominales 
    o en dinero, sino las ventajas netas de las diversas soluciones a la mano.(26) 
    Como ya hemos visto, también la teoría del riesgo, y su influencia sobre el 
    mercado de capitales, depende en esencia de supuestos de esta clase. Pero a 
    menudo es conveniente, por necesidades de la exposición, arrancar de la 
    primera aproximación de que la valoración es de un orden muy simple y de que 
    en un lado existe una cosa que se desea o se ofrece y en el otro el dinero 
    que ha de obtenerse o darse a cambio de ella. La aclaración de ciertas 
    proposiciones complicadas, como la teoría de los costos o el análisis de la 
    productividad marginal, permite una economía de los términos. No hay la 
    menor dificultad para prescindir, en el momento oportuno, de estos supuestos 
    y pasar al análisis expuesto en términos de completa generalidad.
    
    Esto, pues, es cuanto existe tras el homo oeconomicus: el supuesto ocasional 
    de que en ciertas relaciones de cambio todos los medios, por así decirlo, 
    están de un lado y del otro todos los fines. Si, por ejemplo, para demostrar 
    las circunstancias dentro de las cuales se forma un precio en un mercado 
    limitado, se supone que en él compro siempre al que me vende más barato, 
    ello no quiere decir en manera alguna que en mí actúan necesariamente 
    motivos egoístas. Por el contrario, es bien sabido que la relación 
    impersonal postulada se observa en su forma más pura cuando los fiduciarios, 
    cuya situación no permite el lujo de relaciones más complicadas, tratan de 
    conseguir las mejores condiciones para lo que administran: el negociante es 
    alguien mucho más complicado. Todo esto significa que mi relación con los 
    comerciantes no entra en mi jerarquía de fines. Yo (que puedo actuar por mí 
    mismo, o en nombre de mis amigos o de alguna institución cívica o de 
    beneficencia) los miro como meros medios. De otro modo: si se supone -como 
    se hace normalmente para demostrar por contraste todo cuanto traen las 
    influencias en equilibrio- que siempre vendo mi trabajo en el mercado más 
    caro, no puede suponerse que el dinero y mi propio interés son mis objetivos 
    finales, pues bien puede ser que yo trabaje a beneficio de alguna 
    institución filantrópica. Sólo se supone, por lo que se refiere a esa 
    transacción, que mi trabajo es apenas un medio para lograr un fin, sin que 
    pueda ser considerado como un fin en sí mismo.
    
    Si se aceptara más esta idea, si se comprendiera más generalmente que el 
    hombre económico sólo es un artificio de la exposición -una primera 
    aproximación usada con mucha cautela en una etapa de la argumentación, la 
    cual, ya en pleno desarrollo, ni se utiliza ni se requiere en modo alguno 
    como justificación de su método- seria poco probable que existiera semejante 
    espantajo universal. Por supuesto que, en general, se cree que tiene una 
    mayor significación, que se esconde tras todas esas generalizaciones de "las 
    leyes de la oferta y la demanda", mejor llamadas teoría de la estática 
    comparativa, cuya explicación es con tanta frecuencia hostil al deseo de 
    poder creer en la posibilidad de repicar y andar en la procesión. Y por esta 
    razón se le ataca con furia. Si fuera el Hombre Económico el que cierra la 
    entrada al país de las hadas, entonces sí parecería que un poquillo de 
    psicología -no importaría mucho de qué marca- pudiera esperarse que la 
    abriera de par en par. Cuánto prestigio, qué fama de una penetración 
    realmente honda en la motivación humana, no debiera esperarse de semejante 
    espectacular revelación!
    
    Esta creencia, por desgracia, es hija de una falsa interpretación. Los 
    postulados de la teoría de las variaciones no suponen a los hombres animados 
    sólo por la idea de ganar o perder dinero. Lo único que suponen es que el 
    dinero desempeña una parte en la valoración de las opciones dadas y que si 
    en una posición de equilibrio el incentivo del dinero varía, las 
    valoraciones de equilibrio tienden a alterarse. El dinero no puede ser 
    considerado como un factor predominante en la situación que contemplamos. 
    Los postulados, entonces, son aplicables en la medida en que aquél juega 
    algún papel.
    
    Una simple ilustración aclarará esto plenamente. Supongamos que se concede 
    un pequeño subsidio a la fabricación de un artículo que se produce en 
    condiciones de libre competencia. Su producción tenderá a aumentar de 
    acuerdo con teoremas bien conocidos. La magnitud del aumento dependerá de 
    consideraciones de elasticidad que no necesitamos examinar. Ahora bien, ¿de 
    qué depende esta generalización? ¿Del supuesto de que sólo consideraciones 
    de una ganancia monetaria animan a los productores? De ninguna manera. 
    Podemos suponer que toman en consideración todas las "otras ventajas y 
    desventajas" con las que nos han familiarizado Cantillon y Adam Smith. Pero 
    si suponemos que antes de que se concediera el subsidio existía una 
    situación de equilibrio, también debemos suponer que su concesión debe 
    romperlo. Esta supone un empeoramiento de las condiciones en que el ingreso 
    real se obtiene en este renglón de los negocios. Es una proposición muy 
    elemental la de que la demanda tiende a aumentar si el precio se reduce.
    
    Existe, quizá, un refinamiento de esta conclusión que necesita presentarse 
    de manera explícita. Puede muy bien suceder que no se observe ningún 
    movimiento primario si el cambio de que se trata es muy reducido.(27) 
    ¿Contradice esto a nuestra teoría? De ningún modo. La idea de las escalas de 
    valoración no supone que cada unidad física de una mercancía que cae dentro 
    del alcance de la valoración efectiva debe tener por fuerza una 
    significación propia para la acción. Dentro del supuesto de la jerarquía de 
    las opciones, no ignoramos el hecho de que debe alcanzarse el mínimum 
    sensible para que el cambio sea efectivo.(28) Las alteraciones de uno o dos 
    centavos en un precio pueden no afectar los hábitos de un sujeto económico 
    determinado; pero esto no quiere decir que una modificación de un peso no 
    sea efectiva. Tampoco quiere decir que, dada la limitación de recursos, la 
    necesidad de gastar más o menos en una cosa no afecta inevitablemente la 
    distribución del gasto, aun si en el renglón de gastos directamente afectado 
    permanece inalterable la cantidad demandada.
    
    § 7. La naturaleza del análisis económico parecerá más clara a la luz de 
    todo lo que se ha dicho. Consiste en deducciones derivadas de una serie de 
    postulados de los cuales los más importantes son hechos casi universales de 
    la experiencia en todos los casos en que la actividad humana tiene un 
    aspecto económico; el resto lo constituyen supuestos de naturaleza más 
    limitada y descansan en las características generales de situaciones 
    particulares o tipos de situaciones para cuya explicación ha de usarse la 
    teoría.
    
    A veces se piensa, sin embargo, que semejante concepción es esencialmente de 
    carácter estático, que sólo se refiere a la descripción de posiciones 
    finales de equilibrio, dejando fuera de su campo las variaciones. Un 
    conocimiento de esta clase tiene muy escaso valor explicativo, puesto que el 
    mundo de la realidad no se halla en estado de equilibrio, sino, antes bien, 
    tiene la apariencia de cambio incesante. Esta creencia, que evidentemente 
    comparten muchos, necesita examinarse más.
    
    Es muy cierto, por otra parte, que las proposiciones elementales del 
    análisis económico son descripciones de un equilibrio estacionario. 
    Principiamos por examinar condiciones no de completa quietud como en la 
    estática -de la cual, por analogía, se toma con frecuencia el nombre de esta 
    parte de nuestro estudio-, sino condiciones en que las diversas "corrientes" 
    de actividad no muestran tendencia a cambiar, o que sólo cambian dentro de 
    un ciclo recurrente.(29) Así, pues, podemos examinar las condiciones de un 
    simple mercado en que las fundamentales de la oferta y la demanda no se 
    alteran día a día, e inquirir en qué condiciones las cantidades cambiadas 
    diariamente permanecen invariables aunque las partes que intervienen en el 
    cambio se hallen en libertad de variar sus convenios de compraventa. O bien, 
    podemos considerar el caso en que la producción tiene lugar, pero en el cual 
    los datos fundamentales -es decir, las valoraciones de los sujetos 
    económicos, las posibilidades técnicas de la producción y la oferta final de 
    factores- no cambian, e inquirir dentro de qué condiciones no habría 
    tendencia a que cambiara la corriente de la producción. Y así sucesivamente.
    
    No hay necesidad de ensayar toda la lista de posibilidades, pues cualquiera 
    de los libros de texto más rigurosos -Lecciones de Economía Política, de 
    Wicksell, o los Eléments, de Walras, entre otros- proporcionan ejemplos de 
    lo que examinamos.
    
    Pero es del todo equivocado suponer que nuestras investigaciones se limitan 
    a estos preliminares esenciales. Una vez que hemos investigado con rigor las 
    condiciones de las corrientes constantes y, de aquí, hemos aprendido a 
    entender por contraste las condiciones en que las corrientes tenderán a 
    modificarse, podemos dar un paso más en nuestra investigación y examinar las 
    variaciones.
    
    Podemos hacerlo en dos formas. En primer lugar, comparar las posiciones de 
    equilibrio suponiendo pequeñas variaciones en los datos. Así, por ejemplo, 
    podemos suponer la creación de un impuesto, un descubrimiento que modifique 
    los métodos técnicos, un cambio de gustos, etc., y ensayar descubrir en qué 
    aspectos difiere una posición de equilibrio de otra. El llamado análisis 
    clásico, imperfecto como descripción completa de estados finales de 
    equilibrio, proporciona una gran variedad de útiles comparaciones de 
    diferencias de esta clase. Esta parte de nuestra teoría ha sido llamada con 
    frecuencia la teoría de la estática comparativa.(30)
    
    Pero podemos ir más lejos: no sólo comparar dos estados finales de 
    equilibrio suponiendo variaciones determinadas, sino también intentar trazar 
    el camino realmente seguido por las diferentes partes de un sistema si se 
    conoce un estado de desequilibrio. Este es, por supuesto, el significado del 
    análisis del "período" de Marshall. Dentro de esta categoría cae también una 
    gran parte de lo más importante de la teoría monetaria y bancaria. Y al 
    hacer todo esto no suponemos que sea necesario el equilibrio final. 
    Suponemos que en diferentes partes del sistema funcionan algunas tendencias 
    hacia la restauración de un equilibrio respecto a ciertos puntos de 
    referencia limitados. Pero no necesitamos suponer que el efecto combinado de 
    estas tendencias será por fuerza equilibrador. Es fácil concebir 
    configuraciones iniciales de los datos que no tienen una tendencia hacia el 
    equilibrio, sino que, antes bien, tienden a una oscilación acumulativa.(31)
    
    En todo esto, como es evidente para quien se halle enterado de los métodos 
    del análisis económico, es fundamental el conocimiento de los principios 
    estáticos.(32) Examinamos el cambio comparando las pequeñas diferencias de 
    equilibrio o los efectos de diferentes tendencias hacia ese equilibrio, pues 
    es difícil ver qué otro procedimiento podría adoptarse. Pero deberá ser 
    igualmente obvio que estudiamos estos problemas estáticos no por sí mismos, 
    sino con objeto de aplicarlos a la explicación del cambio. Existen ciertas 
    proposiciones de economía estática que son importantes por sí solas; pero 
    apenas se exagera al afirmar que su significación principal reside en su 
    aplicación a la economía dinámica. Estudiamos las leyes del "reposo" con 
    objeto de entender las leyes del cambio.
    
    Pero ahora la cuestión surge: ¿no podemos siquiera ir más allá? ¿Las 
    operaciones dinámicas descritas hasta aquí se relacionan con el estudio de 
    los efectos de determinadas variaciones de los datos? ¿No podemos abandonar 
    todo esto y explicar los cambios mismos de los datos? Esto da origen a 
    cuestiones que pueden ser examinadas más convenientemente en otro capítulo.
    
    
    		
     
    
     
    13. Compárese MISES, Kritik des Interventionismus, 55-90. 
    1. Ver más abajo § 4, y capítulo v, § 3.
    
    2. Ver STRIGL, op. cit., pp. 121 ss., para un ejemplo de una semejante 
    derivación que logra sustancialmente resultados similares.
    
    3. Si algún lector de este libro duda de la exactitud de los hechos, debe 
    consultar el trabajo sobre los recientes experimentos ingleses relacionados 
    con la aplicación de semejantes medidas, British Food Control, por sir 
    William BEVERIDGE.
    
    4. "La noción vulgar de que los métodos seguros en asuntos políticos son los 
    de la inducción baconiana -que el verdadero guía no es el razonamiento 
    general, sino la experiencia específica-, se mencionará algún día entre las 
    características más inequívocas de una pobre condición de las facultades 
    especulativas de cualquier época en que se haya acreditado. . . Debe 
    enviarse a aprender los rudimentos de alguna de las ciencias físicas más 
    fáciles a todo aquel que use un argumento de esa clase. Semejantes 
    razonadores ignoran el hecho de la pluralidad de causas en el caso especial 
    que proporciona el ejemplo más señalado de ello." (John STUART MILL, Logic, 
    X, 8.)
    
    5. Ver RICKERT, ob. cit., 78-101, Dic Grenzen der Naturwissenschaftlichen 
    Begriffsbildung, Passim. Ver también MAX WEBER, op. cit., passim.
    
    6. Para todo esto ver las luminosas observaciones del doctor STRIGL, Die 
    Okonomischen Kategorien und die Organization der Wirtschaft, 85-121.
    
    7. Ver I, § 3.
    
    8. Ver ROBINSON, Economics of Imperfect Competition, 330-31 (la Economía de 
    la Competencia Imperfecta, Madrid, Aguilar). Por mi parte, aprendí 
    inicialmente esta forma de expresar las cosas en una conversación que tuve 
    hace varios años con el profesos Mises. Pero, que yo sepa, la señora 
    Robinson es la primera que expone la cuestión tan sucinta y claramente en 
    letras de molde. Creo que el libro de la señora Robinson ha contribuído 
    enormemente a convencer a muchos, escépticos hasta aquí, de la utilidad y 
    significación de la clase de razonamiento abstracto que arranca de 
    postulados muy simples, materia de la presente discusión.
    
    9. Ver, por ejemplo, la Theorie des Produktion, de SCHNEIDER, passim.
    
    10. Ver KNIGHT, Risk, Uncertainty and profit (Riesgo, Incertidumbre y 
    Beneficio, Madrid Aguilar); HIcKs, "The Theory of Profit" (Economica, 31, 
    170-190).
    
    11. Ver MISES, The Theory of Money (Teoría del Dinero y del Crédito, Madrid, 
    Aguilar), 147 y 200; LAVINGTON, The English Capital Market, 29-35; HICKS, "A 
    suggestion for Simplifying the Theory of Money", Economica, 1934, 1-20.
    
    12. Ver p. 137.
     
    
    14. Economic Principles, IX, y 12-21.
    
    15. Ver MENGER, Grundsätze, 1ª ed., 77-152.
    
    16. Ver Positive Theorie des Kapitals, 4ª ed., 232-246.
    
    17. Mathernatical Psychics, 15.
    
    18. Para una refutación de esta opinión, ver MAX WEBER, "Die 
    Grenznutzenlehre und das psychophysische Grundgesetz" (Archiv für 
    Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, XXIX, 1909).
    
    19. Ya se ha reiterado bastante -III, § 4- que esto no supone la posibilidad 
    de medir valoraciones.
    
    20. The Theory of Social Economy, 1ª ed. inglesa, I, 50-51 (Economía Social 
    Teórica, Madrid, Aguilar).
    
    21. Particularmente en el artículo sobre "Economie Mathématique", en 
    Encyclopédie des Sciences Mathématiques, París, 1911.
    
    22. Ver, por ejemplo, HICKS, "Gleichgewicht und Konjunktur" (Zeitschrift für 
    Nationalökonomie, IV, 441-455).
    
    23. MAX WEBER, "Die Objectivität socialwissenschftlichen und 
    socialpolitischen Erkenntnis: Der Sinn der Wertfreiheit der soziologischen 
    und ökonomischen Wissenchaft", en Gesammelte Ausfsatze zur Wissenschaftlehre.
    
    24. En su interesante panfleto titulado Economics is a Serious Subject, la 
    señora Joan Robinson me reprocha no haber hecho esta limitación. (La palabra 
    que usa es "prudente", pero creo que no discutirá la interpretación que doy 
    a su significado.) Es cierto que en diversas fases he hilvanado una actitud 
    negativa frente a semejante proposición; pero no me referí al problema 
    explícitamente por temor de que se dijera que examino demasiado los 
    problemas laterales. Ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. El 
    párrafo siguiente es un intento de datar en forma más positiva esta 
    cuestión. Es, sin embargo, un problema cuya solución presenta muy serias 
    dificultades y estoy muy lejos de creer que ofrezco un análisis definitivo.
    
    25. Es en este sentido, según creo, en el que el profesor Mises usa el 
    término cuando afirma que toda conducta (Handeln) debe concebirse como 
    racional por oposición a las reacciones meramente vegetativas (Grundprobleme 
    der Nationalökonomie, 22 y 24). La insistencia del profesor Mises en este 
    uso del término es consecuencia necesaria de su insistencia en que la 
    conducta no debe dividirse de acuerdo con patrones éticos para los 
    propósitos de las ciencias sociales. Es decir, que no debe dividirse en 
    racional e irracional, dando a estas palabras una significación normativa. 
    Quienes han criticado al profesor Mises suponiendo que usa la palabra en 
    otros sentidos, no han puesto realmente suficiente atención en el contexto 
    de su reiteración. Se supone gratuitamente que el autor de Kritik des 
    Interventionismus no se ha dado cuenta de que la conducta puede ser 
    irracional en el sentido de incongruente.
    
    26. Ver CANTILLON, Essai sur la Nature du Commerce (Ed. Higgs), 21 (Ensayo 
    sobre la Naturaleza del Comercio en General, México, Fondo de Cultura 
    Económica, 1950. Adam SMITH, Riqueza de las Naciones, I, X; SENIOR, 
    Political Economy, 200-216; McCULLOCH, Political Economy, 364-378; J. S. 
    MILL, Economía Política, 5ª ed., I, 460-483; MARSHALL, Principios, 8ª ed., 
    546-558, para tomar una muestra representativa de lo que debía ser 
    considerada como la más genuina tradición inglesa. Ver WICKSTEED, 
    Commonsense of Political Economy, Primera Parte, passim, para una versión 
    moderna de estas doctrinas.
    
    27. Por movimiento primario debe entenderse un movimiento en la línea de 
    producción afectada; por movimiento secundario, expansiones o confracciones 
    del gasto en otras líneas. Como se dice después, algunos movimientos 
    secundarios son casi inevitables.
    
    28. Compárese WICKSTEED, op. cit, Segunda Parte, I y II.
    
    29. El profesor Souter, en sus interesantes observaciones sobre la relación 
    entre la estática y la dinámica (Prolegomena to Relativity Economics, 
    11-13), parece suponer que la posibilidad del cambio recurrente dentro de un 
    equilibrio estacionario pasa desapercibida a quienes operan con este 
    concepto. Me atrevo a creer que es un error. Los cambios de esta clase han 
    sido tomados en cuenta. En la descripción que hace el profesor Schumpeter de 
    una sociedad estacionaria en el capítulo I de su Teoría del Desenvolvimiento 
    Económico [México, Fondo de Cultura Económica, 1944], no se supone, en 
    verdad, que el trigo se cosecha todo el año, y las complicaciones 
    particulares de este concepto de equilibrio intertemporal las ha examinado 
    con gran amplitud el profesor HAYEK en su artículo "Intertemporale 
    Gleichgewicht System", Weltwirtschaftliches Archiv, 28, 33-76.
    
    30. La frase, según creo, se debe al doctor SCHAMS. Ver su "Komparative 
    Statik" (Zeitschrift für Nationalökonomie, II, 27-61); pero el procedimiento 
    arranca desde la época de los economistas clásicos, según se indicó antes.
    
    31. Ver el luminoso artículo del Dr. ROSENSTEIN-RODAN, "The Rôle of Time in 
    Economic Theory" (Economica, nueva serie, I, 77).
    
    32. El profesor Souter no ha entendido correctamente mi actitud hacia 
    Marshall a este respecto, sin duda a causa de la crudeza de mi exposición. 
    Una vez tuve el atrevimiento de decir que consideraba la condición 
    estacionaria como un instrumento teórico superior al método estático ("On a 
    Certain Ambiguity in the Conception of Stationary Equilibrium", Economic 
    Journal, XL, 194). Sin embargo, con esto no quise decir que consideraba el 
    análisis del equilibrio estacionario como un fin en sí mismo, y superfluas 
    las investigaciones dinámicas en el sentido que se indica, lo cual, por 
    supuesto, era la principal preocupación de Marshall. Aplaudo cordialmente 
    los grandes méritos que el profesor Souter reclama en esto para Marshall. En 
    muchos aspectos lo único que hacemos es reconquistar penosamente el terreno 
    que él conquistó hace treinta años. Y convengo, como ya lo he subrayado más 
    arriba, que la razón de ser de las investigaciones estáticas es la 
    explicación del cambio dinámico. Todo lo que quiso decir en las frases que 
    el profesor Souter objeta con tanto vigor era que si queremos llevar 
    adelante estas investigaciones dinámicas, estaríamos mejor dotados si nos 
    empapamos de todas las consecuencias del completo equilibro estacionario, y 
    no si nos aventuramos con un conocimiento obtenido del examen de posiciones 
    parciales de equilibrio. Convengo que sería erróneo hablar de que Marshall 
    no estuviera enterado de las complicaciones de una completa 
    interdependencia, aun cuando creo que con frecuencia pasaba por alto algunas 
    cosas que subsecuentes investigaciones han aclarado, razón por la cual me 
    inclino a convenir que con objeto de estudiar diversas clases de cambio 
    tenemos que hacer abstracción -como lo hacía Marshall- de todas las remotas 
    posibilidades de interdependencia. Pero si creo legítimo afirmar que es 
    mejor hacer esto habiendo precisado y reconocido explícitamente todas las 
    dificultades, que proceder directamente a resolver los problemas dinámicos 
    dejando que el lector se provea intuitivamente de los fundamentos estáticos. 
    No creo mancillar la alta estimación que todas las personas juiciosas deben 
    sentir por Marshall, al sostener que la Economía habría progresado más de lo 
    que ha progresado si en lugar de considerarlos como una carga que había que 
    evitar a sus lectores hubiera él establecido rigurosamente todos los 
    supuestos de su método; hemos tenido que reaprender tantas cosas que no 
    creyó que valiera la pena establecer explícitamente. Sin duda que aun esto 
    es discutible. Es fácil comprender el deseo de ser inteligible para algunos 
    representantes competentes del mundo de los negocios, quienes, a pesar de su 
    competencia, se mostrarían impacientes por la rigurosa severidad del 
    análisis; y los profesores, por lo menos, deben estar agradecidos a Marshall 
    por haber producido una obra que impedirá a los principiantes verse 
    arrastrados por el camino de las matemáticas fáciles; pero es muy difícil no 
    estar de acuerdo con Keynes en que es una lástima que Marshall no publicara 
    otras monografías semejantes a Papers on the Pure Theory of International 
    and Domestic Values. ¿Estará en desacuerdo con esto el profesor Souter?