ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA Y SIGNIFICACIÓN DE LA CIENCIA ECONÓMICA

 

Lionel Robbins

 

NATURALEZA DE LAS GENERALIZACIONES ECONÓMICAS

§ 1. Ya hemos examinado suficientemente el contenido de la Ciencia Económica y los conceptos fundamentales que se asocian a él; pero aún no hemos visto la naturaleza de las generalizaciones con las cuales se relacionan esos conceptos. Tampoco hemos examinado todavía la naturaleza y derivación de las leyes económicas. Este es, pues, el propósito del presente capítulo. Cuando lo hayamos terminado, nos encontraremos en una situación que nos permitirá pasar a nuestra segunda tarea principal: la investigación de las limitaciones y de la significación de este sistema de generalizaciones.

§ 2. El objeto de este ensayo es llegar a conclusiones fundadas en el análisis de la Ciencia Económica tal cual es. Su propósito no consiste en descubrir cómo debiera enfocarse esa disciplina -controversia ésta que puede considerarse concluida, por lo menos entre gente de buen juicio, aun cuando tendremos ocasión de referirnos a ella en passant (1) -, sino más bien a la significación que debe atribuirse a los resultados que ya ha logrado. Al principiar nuestras investigaciones será conveniente, por tanto, que en vez de ensayar derivar la naturaleza de las generalizaciones económicas de las categorías puras del objeto de nuestra ciencia,(2) procedamos, antes bien, a examinar ejemplos tomados del análisis actualmente en uso.

Las proposiciones más fundamentales del análisis económico son las de la teoría general del valor. No importa de qué "escuela" particular se trate; tampoco la disposición que se dé al contenido de la ciencia: el cuerpo de proposiciones que explican la naturaleza y la determinación de las relaciones entre bienes determinados del primer orden tendrán una posición cardinal en todo el sistema. Sería prematuro decir que es completa la teoría de esta parte del contenido de nuestra ciencia; pero es palpable que se ha hecho bastante para justificar que consideremos como establecidas las proposiciones centrales. Debemos proceder a investigar, por consiguiente, en qué descansa su validez.

No debiera ser necesario gastar mucho tiempo en demostrar que no descansa en una mera apelación a la "historia". La frecuente concomitancia en el tiempo de ciertos fenómenos puede sugerir un problema por resolver. La concomitancia no puede considerarse por si misma como una relación causal definida. Pudiera demostrarse que siempre que las condiciones postuladas en cualquiera de los simples corolarios de la teoría del valor han existido en la realidad, se ha observado, también en la realidad, que a ellas le siguen las consecuencias deducidas. Así, por ejemplo, siempre que en mercados relativamente libres se han fijado precios, ha seguido o la evasión o una especie de caos distributivo que asociamos con las "colas" de la última guerra o de las revoluciones francesa o rusa (3) para adquirir alimentos. Pero esto no probaría que los fenómenos en cuestión guardan una relación de causalidad que los ligue entre sí íntimamente. Tampoco proporcionaría ningún fundamento serio para predecir el sentido de sus relaciones futuras. No habría razón suficiente para suponer que "la historia se repite" si falta un fundamento racional para suponer esa conexión íntima. Pues si hay algo que la historia, no menos que la lógica elemental, demuestra de verdad, es que la inducción histórica es la peor base de la profecía si no cuenta con la ayuda del juicio analítico.(4) Dice cualquier pelmazo: "la historia demuestra"... y nos resignamos a la predicción de lo imposible. Uno de los grandes méritos de la moderna filosofía de la historia consiste en que ha repudiado toda pretensión de esta clase y aun considera que la fundamentum divisionis entre la historia y las ciencias naturales consiste en que aquélla no procede por vía de generalizaciones abstractas.(5)

Igualmente claro es que nuestra creencia no descansa en los resultados del experimento sujeto a control. Es del todo cierto que la intervención gubernamental dentro de condiciones de las que podría decirse que tienen cierta semejanza con las condiciones de los experimentos sujetos a control ha ejemplificado en más de una ocasión el caso particular que acabamos de mencionar. Seria muy superficial, sin embargo, suponer que los resultados de estos "experimentos" pueden aducirse para justificar una proposición de aplicabilidad tan amplia, para no mencionar las proposiciones centrales de la teoría general del valor. Es indudable que un grupo de generalizaciones económicas erigidas sobre una base de esta clase resultaría muy frágil. Y, sin embargo, nuestra creencia en estas proposiciones es tan completa como la que se apoyara en cualquier número de experimentos sujetos a control.

Pero, entonces, ¿en qué descansa?

No se requiere un gran conocimiento del análisis económico moderno para comprender que la teoría del valor descansa en el supuesto de que las diferentes cosas que un individuo desea tener poseen para él una importancia diversa y pueden ser dispuestas, por consiguiente, en un orden determinado. Esta noción puede expresarse en varias formas y con diversos grados de precisión, desde el simple sistema de necesidades de Menger y de los primeros austriacos, hasta las más refinadas escalas de valoraciones relativas de Wicksteed y Schönfeld y los sistemas de indiferencia de Pareto, Hicks y Allen. Pero, en último análisis, se reduce a que podemos juzgar si diferentes experiencias posibles son para nosotros de una importancia mayor, menor o equivalente. De este hecho elemental de la experiencia podemos derivar la idea de la sustituibilidad de distintos bienes; de la demanda de un bien en función de otro; de la distribución equilibrada de bienes entre usos diversos; del equilibrio de cambio y de la formación de los precios. Al pasar de la descripción de la conducta de un solo individuo al examen de los mercados, hacemos, naturalmente, otros supuestos subsidiarios: se trata de dos o más individuos; la oferta está en manos de un monopolio o de vendedores múltiples; las personas que intervienen en el mercado conocen o ignoran lo que está sucediendo en otros sectores del mismo; el marco jurídico del mercado prohíbe este o aquel modo de adquisición o de cambio, etc. Suponemos, asimismo, una determinada distribución inicial de la propiedad.(6) Pero el supuesto principal implícito es siempre el de las escalas de valoración de los distintos sujetos económicos. Mas esto, acabamos de verlo,(7) es realmente el supuesto de una de las condiciones indispensables para que haya actividad económica, ya que es un elemento esencial de nuestra concepción de la conducta que tiene un aspecto económico.

Todas las proposiciones hasta ahora mencionadas se relacionan con la teoría de la valoración de determinados bienes. En la teoría elemental del valor y del cambio no se investigan las condiciones de producción continua. Si suponemos que la producción ocurre, surge un nuevo grupo de problemas cuya explicación requiere nuevos principios. Nos hallamos frente al problema de explicar, por ejemplo, la relación entre el valor de los productos y el valor de los factores que los producen: el problema de la imputación. ¿ Cuál es aquí la sanción de las soluciones que se han propuesto?

Como es bien sabido, el principio fundamental de explicación, complementario de los principios de la valoración subjetiva en la teoría más estrecha del valor y del cambio, es el llamado a veces ley de los rendimientos decrecientes. Ahora bien, ésta es simplemente una forma de plantear el hecho evidente de que los diferentes factores de la producción se sustituyen unos a otros de un modo imperfecto. El producto aumentará, pero no proporcionalmente, si se aumenta la cantidad de trabajo sin aumentar la cantidad de tierra. Para lograr una producción doble sin aumentar al doble tanto la tierra como el trabajo, es necesario aumentar en más del doble uno de los dos factores. Esto es obvio. Si no fuera así, todo el trigo del mundo podría obtenerse de una hectárea de tierra. Esto se deduce asimismo de consideraciones más íntimamente relacionadas con nuestras concepciones fundamentales. Debe definirse una clase de factores escasos como la que integran los que se substituyen mutuamente de una manera perfecta. Es decir, la diferencia entre los factores debe definirse esencialmente como una capacidad imperfecta para sustituirse entre sí. La ley de los rendimientos decrecientes, por consiguiente, se desprende del supuesto de que existe más de una clase de factores escasos de la producción.(8) El principio complementario de que los rendimientos pueden aumentar dentro de ciertos límites se desprende también de manera directa del supuesto de que los factores son relativamente indivisibles. Sobre la base de estos principios y con la ayuda de supuestos subsidiarios semejantes a los ya mencionados (la naturaleza de los mercados y el marco jurídico de la producción, etc), es posible construir una teoría del equilibrio de la producción.(9)

Volvamos a consideraciones más dinámicas. La teoría de las ganancias, en el sentido restringido del término en que se le viene usando en la teoría reciente, es, por esencia, un análisis de los efectos de la incertidumbre en cuanto a la futura disponibilidad de bienes escasos y de factores escasos. Vivimos en un mundo en el que las cosas que necesitamos no sólo son escasas, sino que su acaecimiento mismo es materia de duda y conjetura. Proyectando para el futuro tenemos que escoger, no entre cosas ciertas, sino entre una serie de probabilidades estimadas. Claro es que la naturaleza de esta misma serie puede variar, surgiendo, por consiguiente, no sólo una valoración relativa de diferentes clases de incertidumbres entre sí, sino también de series distintas de incertidumbres similarmente comparadas. De estos conceptos pueden deducirse varias de las más complicadas proposiciones de la teoría de la economía dinámica.(10)

Y así podría proseguirse. Demostraríamos que el uso del dinero puede deducirse de la existencia del cambio indirecto y que la demanda de dinero puede deducirse de la existencia de las mismas incertidumbres que acabamos de examinar.(11) Podríamos examinar las proposiciones de la teoría del capital y del interés y reducirlas a conceptos elementales del tipo que venimos discutiendo aquí; pero es innecesario prolongar más la discusión. Los ejemplos que hemos examinado bastan para dejar establecida la solución que buscamos. Las proposiciones de la teoría económica, como las de toda teoría científica, son evidentemente deducciones de una serie de postulados. Los principales de ellos son todos supuestos que en alguna forman entrañan hechos simples e indiscutibles de la experiencia relativa a la forma en que la escasez de bienes, objeto de nuestra ciencia, se manifiesta en el mundo de la realidad. El principal postulado de la teoría del valor es el hecho de que los individuos pueden disponer sus preferencias en un orden determinado y que de hecho así lo hacen. El postulado principal de la teoría de la producción no es otro que el de la existencia de más de un factor de la producción; el principal de la teoría de la dinámica es el hecho de que no estamos seguros de las escaseces futuras. No son éstos postulados cuya contrapartida en la realidad admita una prolongada discusión en cuanto se entienda plenamente su naturaleza. Para establecer su validez no necesitamos expertos controlados; constituyen tan a menudo nuestra experiencia diaria, que exponerlos es cuanto necesitamos para reconocerlos como evidentes. El peligro consiste, en realidad, en llegar a considerarlos tan obvios que pase a creerse que nada importante puede derivarse de su examen cuidadoso. Sin embargo los complicados teoremas del análisis dependen en última instancia de postulados de esta clase. Y la aplicabilidad general de las más amplias proposiciones de la Ciencia Económica se deriva de la existencia de las condiciones que esos postulados suponen.

§ 3. Por supuesto que es cierto, como hemos visto, que el desarrollo de aplicaciones más complicadas de estas proposiciones supone el uso de una gran diversidad de postulados subsidiarios respecto a las condiciones del mercado, al número de quienes intervienen en el cambio, al estado de derecho, al mínimum sensible(12) de compradores y vendedores, etc., etc. La verdad de las deducciones que se hagan de esta estructura depende, como siempre, de su consistencia lógica. Su aplicabilidad a la interpretación de una situación particular depende de que en ella existan los elementos postulados. Es asunto por investigar si la teoría de la competencia o del monopolio es aplicable a una situación determinada. En la aplicación de los principios económicos debe tenerse tanto cuidado al investigar la naturaleza de nuestro material, como se tiene en la aplicabilidad de los principios generales de las ciencias naturales. No se presume que cualquiera de las muchas posibles formas de las condiciones de competencia o de monopolio deben existir siempre necesariamente; pero si bien es importante entender cuántos son los supuestos subsidiarios que surgen por fuerza a medida que nuestra teoría se hace más y más complicada, igualmente lo es entender con qué amplitud son aplicables los principales supuestos en los que descansa. Como ya hemos visto, los principales lo son siempre y cuando existan las condiciones que dan origen al fenómeno económico.

Podría sostenerse que consideraciones de esta clase debieran capacitarnos para descubrir la falacia implícita en una opinión que ha desempeñado un gran papel en discusiones habidas en la Europa continental. Se ha afirmado a veces que las generalizaciones de la Economía son esencialmente de carácter "histórico-relativo", que su validez se limita a ciertas condiciones históricas y que, fuera de éstas, nada tienen que ver con el análisis del fenómeno social. Este punto de vista es un error peligroso. Sólo podría aceptársele mediante una deformación tan completa del uso de las palabras que llegaría a ser totalmente equívoco. Es muy cierto que para aplicar con fruto las proposiciones más generales de la Economía es importante completarlas con una serie de postulados subsidiarios derivados del examen de lo que a menudo puede legítimamente calificarse de material relativo. Es indudable que, a menos que así se haga, se cometerán graves errores; pero es inexacto que los principales supuestos sean histórico-relativos en el mismo sentido. Verdad es que descansan en la experiencia y que se refieren a la realidad; pero es una experiencia de un grado tan amplio de generalidad, que los supuestos quedan colocados en una clase muy diferente a la más propiamente llamada histórico-relativa. Nadie, en realidad, impugnará la aplicabilidad universal de un supuesto como el de la existencia de escalas de valoración relativa, o el de los diferentes factores de la producción, o el de los diversos grados de incertidumbre respecto del futuro, aun cuando puede haber lugar a discutir el mejor modo de describir su exacta naturaleza lógica. Y nadie que haya examinado realmente el tipo de deducciones que pueden lograrse de semejantes supuestos puede poner en duda la utilidad de partir de este plano. Sólo una falta de comprensión de esto y una preocupación demasiado privativa por los supuestos subsidiarios, puede dar lugar a sostener la opinión de que las leyes económicas se hallan limitadas a ciertas condiciones de tiempo y espacio que tienen un carácter puramente histórico, etc. Santo y bueno si semejantes puntos de vista se interpretan sólo en el sentido de que las aplicaciones del análisis general suponen la aceptación de supuestos subsidiarios de naturaleza menos general, y de que antes de aplicar nuestra teoría general a la interpretación de una situación particular debemos estar muy bien seguros de los hechos. Estará de acuerdo con nosotros todo profesor que haya observado a los buenos estudiantes superintoxicados con la excitación de la teoría pura. Aun puede admitirse que a veces es justificada la crítica que los mejores historiadores enderezan a los economistas clásicos; pero son del todo equívocas si se interpretan, como ha sucedido notoriamente en la historia de las grandes controversias metodológicas, en el sentido de que las amplias conclusiones derivadas del análisis general son tan limitadas como sus aplicaciones particulares, es decir, que las generalizaciones de la Economía Política sólo fueran aplicables al caso de Inglaterra durante la primera época de la reina Victoria y otras cosas parecidas. Hay, quizá, un sentido en el cual es correcto decir que todo conocimiento científico es histórico-relativo. Tal vez en alguna otra existencia todo ello sería inaplicable; pero, si es así, entonces necesitamos un nuevo término para designar lo que normalmente se llama histórico-relativo. Lo mismo por lo que se refiere al conjunto de conocimientos que es la Economía general. Si es histórico-relativo, entonces necesitamos otra palabra para describir lo que se conoce como estudios histórico-relativos.

Aclarado esto, el punto de vista implícito en la llamada concepción "ortodoxa" de la ciencia desde los tiempos de Senior y Cairnes resulta abrumadoramente convincente. Es difícil averiguar por qué ha habido tanto alboroto, por qué alguien pudo haber creído que valía la pena poner en duda toda la posición. Y por supuesto que si examinamos la verdadera historia de la controversia, se aclara bien que la ocasión del ataque no fué principalmente de índole científica ni filosófica. Puede haber sucedido que de tiempo en tiempo un historiador impresionable haya sido ultrajado por el imperfecto refinamiento de algún economista de segunda fila y, más probablemente, por algún negociante o por un político que repetía de segunda mano lo que suponía que los economistas habían afirmado. En ocasiones puede haber sucedido también que un lógico puro haya sido ofendido por el uso incauto de términos filosóficos de parte de un economista ansioso de reivindicar una serie de conocimientos que creía verdaderos e importantes. Pero en general los ataques no han venido de estos sectores; antes bien, han sido de carácter político. Procedían de personas con intereses políticos que deseaban seguir un camino que habría revelado imprudente el conocimiento de la ley en la esfera económica. Este fué el caso, seguramente, de la mayoría de los líderes de la joven escuela histórica,(13) la brigada de choque del ataque contra el liberalismo internacional en la era bismarckiana. Así ocurre hoy día con las escuelas menores que adoptan una actitud semejante. La única diferencia entre el institucionalismo y el historicismo es el mayor interés del segundo.

§ 4. Si el argumento que se ha expuesto antes es correcto, el análisis económico viene a ser, como lo subrayara Fetter,(14) la explicación de las consecuencias que produce la necesidad de elegir en diferentes circunstancias dadas. En la mecánica pura se exploran los efectos que se derivan de que los cuerpos tengan ciertas propiedades. En Economía pura examinamos la de que existan medios escasos susceptibles de usos diversos. El supuesto de las valoraciones relativas, como hemos visto, es el fundamento de todas las complicaciones posteriores.

Se piensa a veces, aun hoy en día, que esta noción de la valoración relativa depende de la validez de determinadas doctrinas psicológicas. Las regiones fronterizas de la Economía son el paraíso de las mentes adversas al esfuerzo que exige pensar con exactitud; por eso, en años recientes se ha consumido en ellas tiempo ilimitado en atacar los llamados supuestos psicológicos de la Ciencia Económica. La psicología -se dice- progresa muy rápidamente; por consiguiente, si la Economía descansa en determinadas doctrinas psicológicas, nada más explicable que cada cinco años, más o menos, se escriban libros vehementes para demostrar que, puesto que la moda ha cambiado en la psicología, la Economía necesita "revisarse desde sus cimientos". Y no se ha desperdiciado la oportunidad, como era de esperarse. Los economistas profesionales, absortos en la agitada tarea de descubrir nuevas verdades, han desdeñado, en general, replicar. Y el público profano, siempre ansioso de escapar a la necesidad de admitir las consecuencias de tener que elegir en un mundo de escasez, se ha dejado embaucar: cree que estas cuestiones -en realidad tan poco dependientes de las verdades de la psicología en boga como las tablas de multiplicar- son todavía cuestiones abiertas sobre las cuales el hombre ilustrado, quien naturalmente no es nadie si no se las da de psicólogo debe desear aplazar su juicio.

Por desgracia, las afirmaciones incautas de los mismos economistas han dado pretexto no pocas veces a semejantes críticas. Es bien sabido que algunos de los fundadores de la moderna teoría subjetiva del valor adujeron la autoridad de las doctrinas del hedonismo psicológico como sanción a sus proposiciones. No así los austriacos. Los cuadros mengerianos fueron construidos desde el principio en términos que no suponían cuestiones psicológicas.(15) Bóhm-Bawerk repudiaba explícitamente cualquier filiación con el hedonismo psicológico y puede decirse que hizo lo indecible para evitar esta clase de errores.(16) Pero los nombres de Gossen y Jevons y Edgeworth, para no decir nada de sus seguidores ingleses, son un recordatorio suficiente de un linaje de economistas muy competentes que tuvieron pretensiones de esa suerte. El libro de Gossen, Entwicklung der Gesetze der menschlichen Verkehrs, invoca, ciertamente, postulados hedonísticos. Una teoría del placer y el dolor antecede a la de la utilidad y el cambio en la Theory of Political Economy de Jevons. Edgeworth comienza su Mathematical Psychics con un párrafo que mantiene la concepción del "hombre como una máquina de placer".(17) Aun se ha intentado presentar la ley de la utilidad marginal decreciente como un caso especial de la ley Weber-Fechner.(18)

Pero es de fundamental importancia distinguir entre la práctica real de los economistas y la lógica que ella supone, y su apología ocasional ex post facto. Los críticos de la ciencia económica dejan de hacer, justamente, esta distinción. Con un exagerado celo suelen revisar la fachada, pero se encogen ante la tarea intelectual de examinar la estructura interna. Tampoco se molestan en enterarse de los modos más recientes de presentar la teoría que atacan. Este procedimiento tiene, sin duda, ventajas estratégicas, pues en polémicas de esta clase los errores de buena fe son un excelente acicate para una retórica efectiva y nadie que se hallase enterado de la reciente teoría del valor podría seguir sosteniendo honestamente que tiene una conexión esencial con el hedonismo psicológico ni con ninguna otra marca de Fach-Psychologie. Si los críticos psicológicos de la Economía se hubieran molestado en hacer estas cosas, habrían percibido con prontitud que los adornos hedonísticos de las obras de Jevons y de sus partidarios son accidentes en la estructura principal de una teoría que, como el desarrollo paralelo de Viena demostraba, es susceptible de presentarse y defenderse en términos en manera alguna hedonísticos. Como ya hemos visto, lo único que supone la idea de las escalas de valoración es que los bienes tienen usos diversos y que éstos poseen una importancia distinta para la acción, de manera que en una situación dada se preferirá un uso a otro y un bien a otro. No discutimos por qué las criaturas humanas atribuyen valores determinados a cosas determinadas. Eso queda reservado a los psicólogos y quizá aun a los fisiólogos. Todo cuanto necesitamos suponer como economistas es el hecho evidente de que diferentes posibilidades ofrecen incentivos diversos y que esos incentivos pueden disponerse según el orden de su intensidad.(19) Los varios teoremas que pueden derivarse de esta concepción fundamental pueden, incuestionablemente, explicar una múltiple actividad social, que ninguna otra técnica podría explicar. Pero lo consiguen sin arrogarse una psicología determinada, sino considerando las cosas que la psicología estudia como los datos de sus propias deducciones. En este caso, como sucede con frecuencia, los fundadores de la Ciencia Económica construyeron algo más universal en su aplicación que lo que ellos mismos pretendieron.

Pero ahora surge la cuestión de fijar en qué medida es legítimo aun este procedimiento. Debiera ser claro, después de cuanto se ha dicho, que aun cuando no es cierto que las proposiciones de la Economía analítica descansan en una psicología determinada, suponen incuestionablemente elementos que son de naturaleza psicológica o, quizá, mejor dicho, de naturaleza psíquica. El nombre con que a menudo se les conoce -teoría subjetiva o psicológica del valor- lo reconoce, en efecto, explícitamente. Y como ya hemos visto, es evidente que el fundamento de esta teoría es un hecho psíquico: las valoraciones del individuo. En los últimos años, sin embargo, en parte como resultado de la influencia del behaviorismo, en parte a causa del deseo de asegurar la mayor austeridad posible en la exposición analítica, se han levantado voces para urgir que se descarte este armazón de subjetividad. El método científico --se insiste- exige que no se tome en consideración nada que no sea capaz de observación directa. Podemos estimar la demanda tal como se revela en una conducta susceptible de ser observada en el mercado; pero no podemos ir más allá. La valoración es un proceso subjetivo; no podemos observarla. Por consiguiente, queda fuera de una explicación científica. Nuestras construcciones teóricas deben apoyarse en datos que puedan observarse. Tal es, por ejemplo, la actitud del Profesor Cassel;(20) en los últimos trabajos de Pareto(21) hay pasajes que se prestan a una interpretación semejante. Es ésta una actitud muy frecuente entre los economistas que han caído bajo la influencia de la psicología behaviorista, o entre aquellos a quienes atemoriza un ataque de los exponentes de este culto extraño.

A primera vista parece muy admisible. Es muy seductora la afirmación de que nada debemos hacer que no hagan las ciencias físicas; pero es dudoso si la realidad lo justifica. Después de todo, nuestra tarea es explicar ciertos aspectos de la conducta, y es muy problemático que lo podamos hacer sin involucrar elementos psíquicos. Es bien seguro que, plazca o no al deseo de máxima austeridad, si entendemos términos como elección, indiferencia, preferencia y otros semejantes en función de la experiencia interna. La idea de un fin, fundamental para nuestra concepción de lo económico, no puede definirse tan sólo en función de la conducta exterior. Por lo menos la mitad de la ecuación, digámoslo así, debe tener carácter psíquico si hemos de explicar las relaciones que nacen de una escasez de medios y una multiplicidad de fines.

Semejantes consideraciones serían decisivas en la medida en que se acepte como correcta la definición del contenido de la Economía propuesta en este ensayo; pero podría decirse que eran simplemente un argumento para rechazar esa definición y sustituirla por otra que sólo se refiere a cosas "objetivas" y observables, como los precios en un mercado, los tipos de cambio, etc. Esto es claramente lo que encierra el procedimiento del profesor Gasset: el célebre Ausschaltung der Wertlehre.

Pero aun restringiendo el objeto de la Economía a la explicación de cosas observables, como los precios, descubriremos que, en realidad, es imposible explicarlas a menos que invoquemos elementos de naturaleza subjetiva o psicológica. Tan pronto como se formulan específicamente, resulta bien claro que los procesos más elementales de la determinación de los precios deben depender inter alia de lo que la gente piensa que ocurrirá con los precios. Las funciones de demanda -que el profesor Gasset considera nos permiten prescindir de elementos subjetivos -deben concebirse no sólo relacionándose con los precios que prevalecen ahora, o que pudieran prevalecer en los mercados de hoy, sino también en relación con toda una serie de precios que el público espera que prevalezcan en el futuro. Es evidente que lo que el público espera que suceda en el futuro no es susceptible de observación por métodos puramente behavioristas. No obstante, como el profesor Knight y otros han demostrado, es del todo necesario considerar semejantes anticipaciones si queremos entender alguna vez la mecánica del cambio económico. Es fundamental para una explicación cabal de los precios competitivos; resulta indispensable para explicar, aun superficialmente, los precios monopólicos. Es bien fácil presentar esas anticipaciones como parte de un sistema general de escalas de preferencia;(22) pero nos engañamos al suponer que semejante sistema toma en cuenta los datos observables. ¿Cómo puede observarse lo que un hombre piensa acerca de lo que va a suceder?

Precisa concluir, entonces, que habremos de incluir elementos psicológicos si queremos realizar nuestra tarea como economistas: dar una explicación suficiente de todas las cuestiones que cada definición del objeto de nuestra ciencia cubre necesariamente. No podemos dejarlos fuera si queremos que nuestra explicación resulte adecuada. En verdad parece que al investigar este problema central de una de las partes más avanzadas de las ciencias sociales hubiéramos dado con una de las diferencias esenciales entre éstas y las ciencias físicas. No corresponde a este ensayo explorar esos problemas más profundos de metodología; pero puede sugerirse que si este caso es típico -y algunos mirarían el método de la teoría de los precios como muy próximo al límite de las ciencias físicas-, entonces el método de las ciencias sociales que tratan de la conducta -que en cierto sentido es intencionado- nunca podrá ser asimilado del todo al método de las ciencias físicas. No es realmente posible entender los conceptos de elección, de relación recíproca de medio a fin, conceptos fundamentales de nuestra ciencia, por medio de la observación de datos externos. La concepción de una conducta intencionada en ese sentido no entraña por necesidad un indeterminismo final, aunque supone eslabones psíquicos -no físicos- en la cadena de una explicación causal y que por ese motivo no son, necesariamente, susceptibles de observación por métodos behavioristas. El reconocimiento de ello no requiere en lo más mínimo renunciar a la "objetividad" en el sentido de Max Weber. Era esto exactamente lo que Max Weber pensaba cuando escribió sus célebres ensayos.(23) Todo lo que la explicación "objetiva" de la conducta supone (es decir, el wertfrei, para usar la frase de Weber) es la consideración de ciertos datos: valoraciones individuales, etc., cuyo carácter no es meramente físico. El hecho de que esos datos mismos tengan la naturaleza de los juicios del valor no obliga a considerarlos como tales. Para el observador no son juicios de valor. Lo que importa a las ciencias sociales no es si los juicios individuales de valor son correctos en el sentido final de la filosofía del valor, sino si se les hace y si son eslabones esenciales en la cadena de la explicación causal. La cuestión debe resolverse por la afirmativa si la argumentación de este párrafo es correcta.

§ 5. Pero ahora surge la cuestión de si las generalizaciones de la Economía, además de descansar en este supuesto fundamental de las valoraciones relativas, no dependen también de un supuesto psicológico más general: el de una conducta completamente racional. ¿No es correcto definir el objeto del estudio de la Economía como el disponer racional de bienes?(24) ¿No puede decirse en este sentido que la Economía depende de otro supuesto psicológico más discutido que los examinados hasta ahora? Es asunto algo intrincado que merece atención, por sí solo y por lo que revela acerca de los métodos de la Economía en general.

Ahora bien, en la medida en que la idea de la acción racional lleva consigo la de una acción propia éticamente hablando, y algunas veces se la usa en este sentido en las discusiones ordinarias, puede decirse desde luego -después se dirá algo más- que en el análisis económico no interviene semejante supuesto. Como acabamos de ver, el análisis económico es wert frei en el sentido weberiano. Los valores que toma en cuenta son valoraciones de individuos. Queda fuera de su alcance si en un sentido ulterior son valoraciones válidas. Si la palabra racionalidad ha de usarse de modo que suponga este significado, entonces puede decirse que el concepto a que se refiere no entra en el análisis económico.

Pero si con el término racional sólo quiere decirse "consistente", entonces es indudable que un supuesto de esta clase debe intervenir en algunas explicaciones analíticas. La célebre generalización de que, en estado de equilibrio, la importancia relativa de las mercancías divisibles es igual a su precio, supone que cada elección final es congruente con todas las demás en el sentido de que si prefiero A a B y B a C, también prefiero A a C. En pocas palabras, que en un estado de perfecto equilibrio queda excluida la posibilidad de obtener alguna ventaja de ulteriores "operaciones de arbitraje interno".

Existe también un sentido más amplio en que el concepto de racionalidad como equivalente de consistencia queda sobrentendido en el examen de las condiciones de equilibrio. Puede ser irracional una congruencia completa entre mercancías en el sentido a que acabamos de referirnos, justamente porque el tiempo y la atención que tales comparaciones tan exactas requieren (en opinión del sujeto económico correspondiente) se pueden utilizar mejor en otra forma. Es decir, puede haber un costo de sustitución del "arbitraje interno" que, más allá de cierto punto, exceda a la ventaja. La utilidad marginal de no preocuparse por la utilidad marginal es un factor que han tomado en cuenta los principales representantes de la teoría subjetiva del valor a partir de Böhm-Bawerk. No es éste un descubrimiento reciente. Puede considerársele en un sentido formal consintiendo un cierto margen (o estructura de márgenes) de incongruencia entre valoraciones particulares.

Es completamente cierto que el supuesto de la racionalidad perfecta figura en explicaciones de esta clase; mas no lo es que las generalizaciones económicas se limiten a la explicación de las situaciones en que la acción es perfectamente congruente. Los medios pueden ser escasos en relación con los fines aun cuando éstos sean incompatibles. El cambio, la producción, las fluctuaciones, todo acontece en un mundo en que las personas no se dan cuenta plena de las consecuencias de lo que hacen. A menudo resulta incongruente (irracional en este sentido) desear la inmediata satisfacción plena de la demanda de los consumidores y, al mismo tiempo, estorbar la importación de artículos extranjeros por medio de tarifas u otros obstáculos parecidos. No obstante, así se hace con frecuencia. ¿Quién se atrevería a afirmar que la Ciencia Económica es incompetente para explicar la situación que se provoca?

Hay un sentido en el cual, por supuesto, la palabra racionalidad puede usarse, sentido que hace legítimo sostener que antes de que la conducta humana tenga un aspecto económico, se supone al menos una cierta racionalidad: el equivalente a conducta "encaminada a un fin". Como ya hemos visto, si no concebimos la conducta encaminada a un fin, es discutible que tenga algún sentido la concepción de las relaciones entre medios y fines que estudia la economía. Así, pues, podría afirmarse que no existirían fenómenos económicos si no existiera una acción con un propósito.(25) Mas decir esto no equivale en manera alguna a que toda acción intencionada sea completamente consistente. En verdad puede afirmarse que cuanto más consciente de sí misma es la acción enderezada a un propósito, más congruente es necesariamente; pero esto no quiere decir que sea necesario suponer ab initio que siempre es congruente o que las generalizaciones económicas se limitan a ese sector de la conducta, quizá pequeño, en que todas las inconsistencias han sido resueltas.

El hecho es, naturalmente, que el supuesto de la perfecta racionalidad en el sentido de completa congruencia es tan sólo uno de los muy numerosos supuestos de carácter psicológico que se introducen en el análisis económico en diversas etapas de su aproximación a la realidad. El de la perfecta previsión, que a menudo conviene adoptar, es de naturaleza parecida. El propósito de estos supuestos no es alentar la creencia de que el mundo de la realidad corresponde a las explicaciones en que figuran, sino el de que nos permitan estudiar aisladamente tendencias que en el mundo sólo operan en conjunción con otras varias, y luego, por contraste y por comparación, volver a aplicar el conocimiento así obtenido a la explicación de situaciones de mayor complejidad. El método de la Economía pura tiene, en este sentido por lo menos, su contrapartida en el método de todas las ciencias físicas que han ido más allá de la etapa de la recolección y clasificación.

§ 6. Consideraciones de esta clase nos permiten estudiar también la muy reiterada acusación de que la Economía supone un mundo de hombres a quienes sólo preocupa su propio interés y hacer dinero. Vale la pena examinarla con más detenimiento, por estúpido y exasperante que pueda parecer a todo buen economista. Aunque falsa, hay en ella un cierto recurso expositivo de análisis puro que de no explicarse en detalle puede dar origen a censuras de esta clase.

El absurdo generalizado de creer que el mundo de que se ocupa el economista se halla poblado de egoístas o de "máquinas de placer" debiera quedar aclarado ya después de lo que hemos dicho. El concepto fundamental del análisis económico es la idea de las valoraciones relativas; y, según dijimos ya, si suponemos que los diferentes bienes tienen distintos valores en diversos márgenes, no consideramos como parte de nuestro problema explicar por qué existen esas valoraciones. Las tomamos como datos. Por lo que a nosotros se refiere, nuestros sujetos económicos pueden ser egoístas puros, altruistas puros, ascetas puros, sensuales puros o, lo que es más probable, una mezcla de todos estos impulsos. Las escalas de las valoraciones relativas son tan sólo un medio formal conveniente de presentar características permanentes del hombre tal como es en la realidad. La renuencia a reconocer la primacía de estas valoraciones es simplemente negarse a entender el significado de los últimos sesenta años de la Ciencia Económica.

Ahora bien, las valoraciones que determinan transacciones específicas pueden ser de grados diversos de complejidad. En mi compra de pan puedo estar interesado nada más en la comparación entre el pan y las otras cosas comprendidas en el círculo de cambio dentro del que gasto mi dinero; pero también puedo estarlo en la felicidad de mi panadero, pues entre él y yo pueden existir ciertos lazos que me hagan comprarle el pan y no a su competidor, quien está dispuesto a venderlo un poco más barato. Igual puede suceder, exactamente, al tratar de vender mi trabajo o alquilar mi casa, ya que puedo interesarme sólo en las cosas que recibo como resultado de la transacción, o también en la experiencia de trabajar en una forma y no en otra, o en el prestigio o descrédito, en la sensación de virtud o vergüenza al alquilar mi propiedad de este modo antes que de otro.

Nuestra concepción de las escalas de valoración relativa considera todo esto. Y las generalizaciones que describen el equilibrio económico se formulan en una forma que lo destaca de un modo explícito. Todos los estudiantes de primer año, desde los días de Adam Smith, han aprendido a expresar el equilibrio en la distribución de grados concretos de trabajo en función de una tendencia, no para aumentar al máximo las ganancias nominales o en dinero, sino las ventajas netas de las diversas soluciones a la mano.(26) Como ya hemos visto, también la teoría del riesgo, y su influencia sobre el mercado de capitales, depende en esencia de supuestos de esta clase. Pero a menudo es conveniente, por necesidades de la exposición, arrancar de la primera aproximación de que la valoración es de un orden muy simple y de que en un lado existe una cosa que se desea o se ofrece y en el otro el dinero que ha de obtenerse o darse a cambio de ella. La aclaración de ciertas proposiciones complicadas, como la teoría de los costos o el análisis de la productividad marginal, permite una economía de los términos. No hay la menor dificultad para prescindir, en el momento oportuno, de estos supuestos y pasar al análisis expuesto en términos de completa generalidad.

Esto, pues, es cuanto existe tras el homo oeconomicus: el supuesto ocasional de que en ciertas relaciones de cambio todos los medios, por así decirlo, están de un lado y del otro todos los fines. Si, por ejemplo, para demostrar las circunstancias dentro de las cuales se forma un precio en un mercado limitado, se supone que en él compro siempre al que me vende más barato, ello no quiere decir en manera alguna que en mí actúan necesariamente motivos egoístas. Por el contrario, es bien sabido que la relación impersonal postulada se observa en su forma más pura cuando los fiduciarios, cuya situación no permite el lujo de relaciones más complicadas, tratan de conseguir las mejores condiciones para lo que administran: el negociante es alguien mucho más complicado. Todo esto significa que mi relación con los comerciantes no entra en mi jerarquía de fines. Yo (que puedo actuar por mí mismo, o en nombre de mis amigos o de alguna institución cívica o de beneficencia) los miro como meros medios. De otro modo: si se supone -como se hace normalmente para demostrar por contraste todo cuanto traen las influencias en equilibrio- que siempre vendo mi trabajo en el mercado más caro, no puede suponerse que el dinero y mi propio interés son mis objetivos finales, pues bien puede ser que yo trabaje a beneficio de alguna institución filantrópica. Sólo se supone, por lo que se refiere a esa transacción, que mi trabajo es apenas un medio para lograr un fin, sin que pueda ser considerado como un fin en sí mismo.

Si se aceptara más esta idea, si se comprendiera más generalmente que el hombre económico sólo es un artificio de la exposición -una primera aproximación usada con mucha cautela en una etapa de la argumentación, la cual, ya en pleno desarrollo, ni se utiliza ni se requiere en modo alguno como justificación de su método- seria poco probable que existiera semejante espantajo universal. Por supuesto que, en general, se cree que tiene una mayor significación, que se esconde tras todas esas generalizaciones de "las leyes de la oferta y la demanda", mejor llamadas teoría de la estática comparativa, cuya explicación es con tanta frecuencia hostil al deseo de poder creer en la posibilidad de repicar y andar en la procesión. Y por esta razón se le ataca con furia. Si fuera el Hombre Económico el que cierra la entrada al país de las hadas, entonces sí parecería que un poquillo de psicología -no importaría mucho de qué marca- pudiera esperarse que la abriera de par en par. Cuánto prestigio, qué fama de una penetración realmente honda en la motivación humana, no debiera esperarse de semejante espectacular revelación!

Esta creencia, por desgracia, es hija de una falsa interpretación. Los postulados de la teoría de las variaciones no suponen a los hombres animados sólo por la idea de ganar o perder dinero. Lo único que suponen es que el dinero desempeña una parte en la valoración de las opciones dadas y que si en una posición de equilibrio el incentivo del dinero varía, las valoraciones de equilibrio tienden a alterarse. El dinero no puede ser considerado como un factor predominante en la situación que contemplamos. Los postulados, entonces, son aplicables en la medida en que aquél juega algún papel.

Una simple ilustración aclarará esto plenamente. Supongamos que se concede un pequeño subsidio a la fabricación de un artículo que se produce en condiciones de libre competencia. Su producción tenderá a aumentar de acuerdo con teoremas bien conocidos. La magnitud del aumento dependerá de consideraciones de elasticidad que no necesitamos examinar. Ahora bien, ¿de qué depende esta generalización? ¿Del supuesto de que sólo consideraciones de una ganancia monetaria animan a los productores? De ninguna manera. Podemos suponer que toman en consideración todas las "otras ventajas y desventajas" con las que nos han familiarizado Cantillon y Adam Smith. Pero si suponemos que antes de que se concediera el subsidio existía una situación de equilibrio, también debemos suponer que su concesión debe romperlo. Esta supone un empeoramiento de las condiciones en que el ingreso real se obtiene en este renglón de los negocios. Es una proposición muy elemental la de que la demanda tiende a aumentar si el precio se reduce.

Existe, quizá, un refinamiento de esta conclusión que necesita presentarse de manera explícita. Puede muy bien suceder que no se observe ningún movimiento primario si el cambio de que se trata es muy reducido.(27) ¿Contradice esto a nuestra teoría? De ningún modo. La idea de las escalas de valoración no supone que cada unidad física de una mercancía que cae dentro del alcance de la valoración efectiva debe tener por fuerza una significación propia para la acción. Dentro del supuesto de la jerarquía de las opciones, no ignoramos el hecho de que debe alcanzarse el mínimum sensible para que el cambio sea efectivo.(28) Las alteraciones de uno o dos centavos en un precio pueden no afectar los hábitos de un sujeto económico determinado; pero esto no quiere decir que una modificación de un peso no sea efectiva. Tampoco quiere decir que, dada la limitación de recursos, la necesidad de gastar más o menos en una cosa no afecta inevitablemente la distribución del gasto, aun si en el renglón de gastos directamente afectado permanece inalterable la cantidad demandada.

§ 7. La naturaleza del análisis económico parecerá más clara a la luz de todo lo que se ha dicho. Consiste en deducciones derivadas de una serie de postulados de los cuales los más importantes son hechos casi universales de la experiencia en todos los casos en que la actividad humana tiene un aspecto económico; el resto lo constituyen supuestos de naturaleza más limitada y descansan en las características generales de situaciones particulares o tipos de situaciones para cuya explicación ha de usarse la teoría.

A veces se piensa, sin embargo, que semejante concepción es esencialmente de carácter estático, que sólo se refiere a la descripción de posiciones finales de equilibrio, dejando fuera de su campo las variaciones. Un conocimiento de esta clase tiene muy escaso valor explicativo, puesto que el mundo de la realidad no se halla en estado de equilibrio, sino, antes bien, tiene la apariencia de cambio incesante. Esta creencia, que evidentemente comparten muchos, necesita examinarse más.

Es muy cierto, por otra parte, que las proposiciones elementales del análisis económico son descripciones de un equilibrio estacionario. Principiamos por examinar condiciones no de completa quietud como en la estática -de la cual, por analogía, se toma con frecuencia el nombre de esta parte de nuestro estudio-, sino condiciones en que las diversas "corrientes" de actividad no muestran tendencia a cambiar, o que sólo cambian dentro de un ciclo recurrente.(29) Así, pues, podemos examinar las condiciones de un simple mercado en que las fundamentales de la oferta y la demanda no se alteran día a día, e inquirir en qué condiciones las cantidades cambiadas diariamente permanecen invariables aunque las partes que intervienen en el cambio se hallen en libertad de variar sus convenios de compraventa. O bien, podemos considerar el caso en que la producción tiene lugar, pero en el cual los datos fundamentales -es decir, las valoraciones de los sujetos económicos, las posibilidades técnicas de la producción y la oferta final de factores- no cambian, e inquirir dentro de qué condiciones no habría tendencia a que cambiara la corriente de la producción. Y así sucesivamente.

No hay necesidad de ensayar toda la lista de posibilidades, pues cualquiera de los libros de texto más rigurosos -Lecciones de Economía Política, de Wicksell, o los Eléments, de Walras, entre otros- proporcionan ejemplos de lo que examinamos.

Pero es del todo equivocado suponer que nuestras investigaciones se limitan a estos preliminares esenciales. Una vez que hemos investigado con rigor las condiciones de las corrientes constantes y, de aquí, hemos aprendido a entender por contraste las condiciones en que las corrientes tenderán a modificarse, podemos dar un paso más en nuestra investigación y examinar las variaciones.

Podemos hacerlo en dos formas. En primer lugar, comparar las posiciones de equilibrio suponiendo pequeñas variaciones en los datos. Así, por ejemplo, podemos suponer la creación de un impuesto, un descubrimiento que modifique los métodos técnicos, un cambio de gustos, etc., y ensayar descubrir en qué aspectos difiere una posición de equilibrio de otra. El llamado análisis clásico, imperfecto como descripción completa de estados finales de equilibrio, proporciona una gran variedad de útiles comparaciones de diferencias de esta clase. Esta parte de nuestra teoría ha sido llamada con frecuencia la teoría de la estática comparativa.(30)

Pero podemos ir más lejos: no sólo comparar dos estados finales de equilibrio suponiendo variaciones determinadas, sino también intentar trazar el camino realmente seguido por las diferentes partes de un sistema si se conoce un estado de desequilibrio. Este es, por supuesto, el significado del análisis del "período" de Marshall. Dentro de esta categoría cae también una gran parte de lo más importante de la teoría monetaria y bancaria. Y al hacer todo esto no suponemos que sea necesario el equilibrio final. Suponemos que en diferentes partes del sistema funcionan algunas tendencias hacia la restauración de un equilibrio respecto a ciertos puntos de referencia limitados. Pero no necesitamos suponer que el efecto combinado de estas tendencias será por fuerza equilibrador. Es fácil concebir configuraciones iniciales de los datos que no tienen una tendencia hacia el equilibrio, sino que, antes bien, tienden a una oscilación acumulativa.(31)

En todo esto, como es evidente para quien se halle enterado de los métodos del análisis económico, es fundamental el conocimiento de los principios estáticos.(32) Examinamos el cambio comparando las pequeñas diferencias de equilibrio o los efectos de diferentes tendencias hacia ese equilibrio, pues es difícil ver qué otro procedimiento podría adoptarse. Pero deberá ser igualmente obvio que estudiamos estos problemas estáticos no por sí mismos, sino con objeto de aplicarlos a la explicación del cambio. Existen ciertas proposiciones de economía estática que son importantes por sí solas; pero apenas se exagera al afirmar que su significación principal reside en su aplicación a la economía dinámica. Estudiamos las leyes del "reposo" con objeto de entender las leyes del cambio.

Pero ahora la cuestión surge: ¿no podemos siquiera ir más allá? ¿Las operaciones dinámicas descritas hasta aquí se relacionan con el estudio de los efectos de determinadas variaciones de los datos? ¿No podemos abandonar todo esto y explicar los cambios mismos de los datos? Esto da origen a cuestiones que pueden ser examinadas más convenientemente en otro capítulo.


1. Ver más abajo § 4, y capítulo v, § 3.

2. Ver STRIGL, op. cit., pp. 121 ss., para un ejemplo de una semejante derivación que logra sustancialmente resultados similares.

3. Si algún lector de este libro duda de la exactitud de los hechos, debe consultar el trabajo sobre los recientes experimentos ingleses relacionados con la aplicación de semejantes medidas, British Food Control, por sir William BEVERIDGE.

4. "La noción vulgar de que los métodos seguros en asuntos políticos son los de la inducción baconiana -que el verdadero guía no es el razonamiento general, sino la experiencia específica-, se mencionará algún día entre las características más inequívocas de una pobre condición de las facultades especulativas de cualquier época en que se haya acreditado. . . Debe enviarse a aprender los rudimentos de alguna de las ciencias físicas más fáciles a todo aquel que use un argumento de esa clase. Semejantes razonadores ignoran el hecho de la pluralidad de causas en el caso especial que proporciona el ejemplo más señalado de ello." (John STUART MILL, Logic, X, 8.)

5. Ver RICKERT, ob. cit., 78-101, Dic Grenzen der Naturwissenschaftlichen Begriffsbildung, Passim. Ver también MAX WEBER, op. cit., passim.

6. Para todo esto ver las luminosas observaciones del doctor STRIGL, Die Okonomischen Kategorien und die Organization der Wirtschaft, 85-121.

7. Ver I, § 3.

8. Ver ROBINSON, Economics of Imperfect Competition, 330-31 (la Economía de la Competencia Imperfecta, Madrid, Aguilar). Por mi parte, aprendí inicialmente esta forma de expresar las cosas en una conversación que tuve hace varios años con el profesos Mises. Pero, que yo sepa, la señora Robinson es la primera que expone la cuestión tan sucinta y claramente en letras de molde. Creo que el libro de la señora Robinson ha contribuído enormemente a convencer a muchos, escépticos hasta aquí, de la utilidad y significación de la clase de razonamiento abstracto que arranca de postulados muy simples, materia de la presente discusión.

9. Ver, por ejemplo, la Theorie des Produktion, de SCHNEIDER, passim.

10. Ver KNIGHT, Risk, Uncertainty and profit (Riesgo, Incertidumbre y Beneficio, Madrid Aguilar); HIcKs, "The Theory of Profit" (Economica, 31, 170-190).

11. Ver MISES, The Theory of Money (Teoría del Dinero y del Crédito, Madrid, Aguilar), 147 y 200; LAVINGTON, The English Capital Market, 29-35; HICKS, "A suggestion for Simplifying the Theory of Money", Economica, 1934, 1-20.

12. Ver p. 137.
 

13. Compárese MISES, Kritik des Interventionismus, 55-90.

14. Economic Principles, IX, y 12-21.

15. Ver MENGER, Grundsätze, 1ª ed., 77-152.

16. Ver Positive Theorie des Kapitals, 4ª ed., 232-246.

17. Mathernatical Psychics, 15.

18. Para una refutación de esta opinión, ver MAX WEBER, "Die Grenznutzenlehre und das psychophysische Grundgesetz" (Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, XXIX, 1909).

19. Ya se ha reiterado bastante -III, § 4- que esto no supone la posibilidad de medir valoraciones.

20. The Theory of Social Economy, 1ª ed. inglesa, I, 50-51 (Economía Social Teórica, Madrid, Aguilar).

21. Particularmente en el artículo sobre "Economie Mathématique", en Encyclopédie des Sciences Mathématiques, París, 1911.

22. Ver, por ejemplo, HICKS, "Gleichgewicht und Konjunktur" (Zeitschrift für Nationalökonomie, IV, 441-455).

23. MAX WEBER, "Die Objectivität socialwissenschftlichen und socialpolitischen Erkenntnis: Der Sinn der Wertfreiheit der soziologischen und ökonomischen Wissenchaft", en Gesammelte Ausfsatze zur Wissenschaftlehre.

24. En su interesante panfleto titulado Economics is a Serious Subject, la señora Joan Robinson me reprocha no haber hecho esta limitación. (La palabra que usa es "prudente", pero creo que no discutirá la interpretación que doy a su significado.) Es cierto que en diversas fases he hilvanado una actitud negativa frente a semejante proposición; pero no me referí al problema explícitamente por temor de que se dijera que examino demasiado los problemas laterales. Ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. El párrafo siguiente es un intento de datar en forma más positiva esta cuestión. Es, sin embargo, un problema cuya solución presenta muy serias dificultades y estoy muy lejos de creer que ofrezco un análisis definitivo.

25. Es en este sentido, según creo, en el que el profesor Mises usa el término cuando afirma que toda conducta (Handeln) debe concebirse como racional por oposición a las reacciones meramente vegetativas (Grundprobleme der Nationalökonomie, 22 y 24). La insistencia del profesor Mises en este uso del término es consecuencia necesaria de su insistencia en que la conducta no debe dividirse de acuerdo con patrones éticos para los propósitos de las ciencias sociales. Es decir, que no debe dividirse en racional e irracional, dando a estas palabras una significación normativa. Quienes han criticado al profesor Mises suponiendo que usa la palabra en otros sentidos, no han puesto realmente suficiente atención en el contexto de su reiteración. Se supone gratuitamente que el autor de Kritik des Interventionismus no se ha dado cuenta de que la conducta puede ser irracional en el sentido de incongruente.

26. Ver CANTILLON, Essai sur la Nature du Commerce (Ed. Higgs), 21 (Ensayo sobre la Naturaleza del Comercio en General, México, Fondo de Cultura Económica, 1950. Adam SMITH, Riqueza de las Naciones, I, X; SENIOR, Political Economy, 200-216; McCULLOCH, Political Economy, 364-378; J. S. MILL, Economía Política, 5ª ed., I, 460-483; MARSHALL, Principios, 8ª ed., 546-558, para tomar una muestra representativa de lo que debía ser considerada como la más genuina tradición inglesa. Ver WICKSTEED, Commonsense of Political Economy, Primera Parte, passim, para una versión moderna de estas doctrinas.

27. Por movimiento primario debe entenderse un movimiento en la línea de producción afectada; por movimiento secundario, expansiones o confracciones del gasto en otras líneas. Como se dice después, algunos movimientos secundarios son casi inevitables.

28. Compárese WICKSTEED, op. cit, Segunda Parte, I y II.

29. El profesor Souter, en sus interesantes observaciones sobre la relación entre la estática y la dinámica (Prolegomena to Relativity Economics, 11-13), parece suponer que la posibilidad del cambio recurrente dentro de un equilibrio estacionario pasa desapercibida a quienes operan con este concepto. Me atrevo a creer que es un error. Los cambios de esta clase han sido tomados en cuenta. En la descripción que hace el profesor Schumpeter de una sociedad estacionaria en el capítulo I de su Teoría del Desenvolvimiento Económico [México, Fondo de Cultura Económica, 1944], no se supone, en verdad, que el trigo se cosecha todo el año, y las complicaciones particulares de este concepto de equilibrio intertemporal las ha examinado con gran amplitud el profesor HAYEK en su artículo "Intertemporale Gleichgewicht System", Weltwirtschaftliches Archiv, 28, 33-76.

30. La frase, según creo, se debe al doctor SCHAMS. Ver su "Komparative Statik" (Zeitschrift für Nationalökonomie, II, 27-61); pero el procedimiento arranca desde la época de los economistas clásicos, según se indicó antes.

31. Ver el luminoso artículo del Dr. ROSENSTEIN-RODAN, "The Rôle of Time in Economic Theory" (Economica, nueva serie, I, 77).

32. El profesor Souter no ha entendido correctamente mi actitud hacia Marshall a este respecto, sin duda a causa de la crudeza de mi exposición. Una vez tuve el atrevimiento de decir que consideraba la condición estacionaria como un instrumento teórico superior al método estático ("On a Certain Ambiguity in the Conception of Stationary Equilibrium", Economic Journal, XL, 194). Sin embargo, con esto no quise decir que consideraba el análisis del equilibrio estacionario como un fin en sí mismo, y superfluas las investigaciones dinámicas en el sentido que se indica, lo cual, por supuesto, era la principal preocupación de Marshall. Aplaudo cordialmente los grandes méritos que el profesor Souter reclama en esto para Marshall. En muchos aspectos lo único que hacemos es reconquistar penosamente el terreno que él conquistó hace treinta años. Y convengo, como ya lo he subrayado más arriba, que la razón de ser de las investigaciones estáticas es la explicación del cambio dinámico. Todo lo que quiso decir en las frases que el profesor Souter objeta con tanto vigor era que si queremos llevar adelante estas investigaciones dinámicas, estaríamos mejor dotados si nos empapamos de todas las consecuencias del completo equilibro estacionario, y no si nos aventuramos con un conocimiento obtenido del examen de posiciones parciales de equilibrio. Convengo que sería erróneo hablar de que Marshall no estuviera enterado de las complicaciones de una completa interdependencia, aun cuando creo que con frecuencia pasaba por alto algunas cosas que subsecuentes investigaciones han aclarado, razón por la cual me inclino a convenir que con objeto de estudiar diversas clases de cambio tenemos que hacer abstracción -como lo hacía Marshall- de todas las remotas posibilidades de interdependencia. Pero si creo legítimo afirmar que es mejor hacer esto habiendo precisado y reconocido explícitamente todas las dificultades, que proceder directamente a resolver los problemas dinámicos dejando que el lector se provea intuitivamente de los fundamentos estáticos. No creo mancillar la alta estimación que todas las personas juiciosas deben sentir por Marshall, al sostener que la Economía habría progresado más de lo que ha progresado si en lugar de considerarlos como una carga que había que evitar a sus lectores hubiera él establecido rigurosamente todos los supuestos de su método; hemos tenido que reaprender tantas cosas que no creyó que valiera la pena establecer explícitamente. Sin duda que aun esto es discutible. Es fácil comprender el deseo de ser inteligible para algunos representantes competentes del mundo de los negocios, quienes, a pesar de su competencia, se mostrarían impacientes por la rigurosa severidad del análisis; y los profesores, por lo menos, deben estar agradecidos a Marshall por haber producido una obra que impedirá a los principiantes verse arrastrados por el camino de las matemáticas fáciles; pero es muy difícil no estar de acuerdo con Keynes en que es una lástima que Marshall no publicara otras monografías semejantes a Papers on the Pure Theory of International and Domestic Values. ¿Estará en desacuerdo con esto el profesor Souter?

Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles