Lionel Robbins
RELATIVIDAD DE LAS "MAGNITUDES" ECONÓMICAS
§ 1. La escasez de determinados medios 
    para la consecución de determinados fines condiciona, como hemos visto, el 
    aspecto de la conducta que constituye el objeto de la Economía. Es claro, 
    por consiguiente, que la condición de escasez de los bienes no es 
    "absoluta". La escasez no significa una mera falta de frecuencia, sino 
    limitación con respecto a la demanda. Los buenos huevos son escasos porque, 
    teniendo en consideración su demanda, no son bastantes para satisfacerla; 
    pero los huevos podridos que, esperémoslo, son muy pocos, no son escasos en 
    el sentido que le damos a la palabra. Son redundantes. De esta concepción de 
    la escasez se obtienen inferencias tanto para la teoría como para la 
    práctica que procuraremos aclarar en este capítulo. 
    
     24. Ver CANNAN, Historia de las Teorías de la Producción y Distribución, II 
    [México: Fondo de Cultura Económica, 1942].
    
    § 2. De todo lo que hemos dicho hasta ahora se desprende que la concepción 
    de un bien económico es, por necesidad, puramente formal.(1) 
    No hay cualidad que haga de las cosas bienes económicos si se les considera 
    fuera de sus relaciones con el hombre. Tampoco la hay que dé a los servicios 
    un carácter económico si se desligan del fin a que sirvan. El hecho de que 
    una cosa o un servicio sean bienes económicos depende enteramente de su 
    relación con las valoraciones.
    
    Así, la riqueza(2) no lo es por sus cualidades 
    sustanciales, sino porque es escasa. No puede definirse la riqueza en 
    términos físicos como pueden serlo los alimentos en función de vitaminas o 
    de su valor en calorías. La riqueza es, por esencia, un concepto relativo. 
    Para la comunidad de ascetas a que nos referimos en el capítulo anterior 
    pueden existir tantos bienes de ciertas clases que en relación con la 
    demanda de ellos cabría considerarlos gratuitos y no riqueza en sentido 
    estricto. La comunidad de sibaritas puede resultar pobre en circunstancias 
    similares, lo que quiere decir que los mismos bienes pueden ser bienes 
    económicos.
    
    De igual manera, cuando se piensa en la capacidad productiva en el sentido 
    económico, no se quiere expresar algo de carácter absoluto susceptible de 
    computarse físicamente. Quiere decirse capacidad de satisfacer determinada 
    demanda, de manera que si esa demanda cambia, la capacidad productiva, en 
    este sentido, cambia también.
    
    Un vívido ejemplo de lo que esto significa nos lo proporciona el informe de 
    Winston Churchill respecto a la situación frente a la cual se hallaba el 
    Ministerio de Armamento a las once de la mañana del 11 de noviembre de 1918, 
    momentos en que se firmaba el armisticio. Inglaterra, después de años de 
    esfuerzos, había alcanzado una organización suficiente para producir 
    materiales de guerra en cantidades sin precedente. Programas enormes de 
    producción se hallaban en diversas etapas. De pronto la situación cambió 
    totalmente. La "demanda" sufrió un colapso: las necesidades de la guerra 
    llegaban a su fin. ¿Qué hacer? Churchill informa que para evitar un cambio 
    brusco se dieron instrucciones de que se terminara todo el material que 
    hubiese sufrido ya el 60% de su transformación. "Así, pues, durante varias 
    semanas después de terminada la guerra nuestras fábricas continuaron 
    vomitando grandes cantidades de artillería y de todos los materiales de 
    guerra."(3) "Era un despilfarro -agrega-, pero acaso 
    prudente." Correcta o no esta última afirmación, nada tiene que ver con el 
    problema que se examina. Lo importante es que lo que a las 10.55 de esa 
    mañana era riqueza y capacidad productiva, a las 11.5 había dejado de serlo, 
    convirtiéndose en una "des-riqueza", en un estorbo y en una fuente de 
    desperdicio social. La sustancia no había cambiado: las armas eran las 
    mismas; igual la potencialidad de las máquinas. Todo era exactamente igual, 
    desde el punto de vista de los técnicos; mas todo era diferente para el 
    economista. Cañones, explosivos, tornos, retortas, todo había sufrido un 
    cambio tremendo. Los fines habían cambiado. La escasez de los medios era 
    diferente.(4)
    
    § 3. La proporción que acabamos de examinar, concerniente a lo que puede 
    llamarse la relatividad de las "magnitudes económicas", tiene importancia 
    para diversos problemas de economía aplicada; tanta, en efecto, que vale la 
    pena interrumpir de vez en cuando el curso de nuestra explicación principal 
    con objeto de examinarlos con mayor amplitud. No puede ilustrarse mejor la 
    forma en que los principios de la teoría pura facilitan la comprensión del 
    significado de los problemas concretos.
    
    En las discusiones contemporáneas acerca de la producción en serie se halla 
    un ejemplo conspicuo de un tipo de problema que sólo puede resolverse 
    satisfactoriamente con la ayuda de las distinciones que hemos venido 
    desarrollando. Esa conquista espectacular subyuga hoy las inteligencias 
    profanas. La producción en serie se ha convertido en un cúralotodo, en un 
    sésamo ábrete. Los ojos asombrados del mundo se vuelven hacia Ford el 
    salvador. Se proclama el más competente de los economistas a quien ha estado 
    boquiabierto mayor tiempo ante los transportadores de Detroit.
    
    Por supuesto que ningún economista en sus cabales desearía negar la 
    importancia que tienen para la civilización actual las posibilidades de la 
    técnica manufacturera moderna. Los cambios técnicos que entregan a la 
    puerta, aun a la de personas comparativamente pobres, los automóviles, los 
    gramófonos y los radios, son en verdad cambios trascendentales. Pero 
    apreciando su significado en relación con un grupo determinado de fines, es 
    muy importante tener presente esta distinción, que las definiciones 
    propuestas en este capítulo explican, entre la mera multiplicación de los 
    objetos materiales y la satisfacción de la demanda. Para usar una jerga 
    conveniente, es importante tener presente la distinción entre la 
    productividad técnica y la de valores. La producción en serie de ciertos 
    artículos, independientemente de la demanda de ellos, por eficiente que sea 
    desde el punto de vista técnico, no por fuerza es "económica". Como ya hemos 
    visto, existe una diferencia fundamental entre los problemas técnicos y los 
    económicos.(5) Podemos tener 
    como evidente que la especialización del hombre y de la maquinaria conduce a 
    la eficiencia técnica dentro de ciertos límites (los cuales, por supuesto, 
    cambian cuando se modifican las condiciones de la técnica). Pero la medida 
    en que semejante especialización es económica depende por esencia de la 
    amplitud del mercado, es decir, de la demanda.(6) 
    Cometería un desatino el herrero de una comunidad pequeña y aislada que se 
    especializara en hacer un cierto tipo de herraduras con el fin de lograr las 
    ventajas de la producción en serie. Después de haber hecho un número 
    limitado de herraduras de una medida, sin duda seria mejor que dedicara su 
    tiempo a producir herraduras de otros tamaños, es decir, unidades 
    adicionales de las que serán solicitadas con mayor urgencia que otras de las 
    que ya ha producido una cantidad grande.
    
    Lo mismo acontece en el mundo entero en un momento determinado; hay límites 
    bien definidos dentro de los cuales la producción en serie de una mercancía 
    de cierto tipo, con exclusión de otros, se ajusta a la demanda de los 
    consumidores. Si esa producción se lleva más allá de estos límites, no sólo 
    habrá despilfarro en el sentido de que la capacidad productiva se usa para 
    producir bienes de menor valor de los que podrían producirse, sino que 
    también habrá pérdidas de carácter financiero para la empresa productora de 
    que se trate. Una de las paradojas de la historia del pensamiento moderno es 
    que en una época en que el crecimiento desproporcionado de ciertas ramas de 
    la producción ha forjado más caos en el sistema económico que en ninguna 
    otra anterior, surja la ingenua creencia de que con la producción en serie 
    saldremos de nuestras dificultades recurriendo a ella siempre que sea 
    técnicamente posible sin parar mientes en las condiciones de la demanda. Es 
    la venganza de la adoración de la máquina, la parálisis del intelecto en un 
    mundo de técnicos.
    
    Esta confusión entre potencialidad técnica y valor económico que, según una 
    frase del profesor Whitehead, podemos llamar la "falacia de la concreción 
    fuera de lugar",(7) también 
    inspira ciertas nociones, que hoy día prevalecen sin razón, respecto del 
    valor del capital fijo. Se cree con frecuencia que el hecho de que grandes 
    cantidades de dinero hayan sido inmovilizadas en ciertas formas de capital 
    fijo hace inconveniente que caiga en desuso si cambia la demanda del 
    consumidor, o si un invento técnico permite satisfacerla en forma más 
    lucrativa. Esta creencia es completamente engañosa si se supone que el 
    criterio de la organización económica es el de la satisfacción de la 
    demanda. Si compro un boleto de ferrocarril para trasladarme de Londres a 
    Glasgow y a la mitad de mi viaje recibo un telegrama anunciándome que la 
    cita deberá tener lugar en Mánchester, no me conduzco racionalmente si 
    continúo mi viaje hacia el norte sólo porque he "invertido capital" en el 
    boleto, capital que ya no puedo recuperar. Es cierto que el boleto sigue 
    siendo "eficiente técnicamente", puesto que me concede el derecho de ir 
    hasta Glasgow; pero ahora mi destino ha cambiado. La facultad de continuar 
    mi viaje hacia el norte ha dejado de tener todo valor para mí. Continuarlo 
    sería irracional. En Economía, como ya lo hacía notar Jevons, lo pasado ha 
    pasado para siempre.
    
    Se hacen consideraciones exactamente similares cuando se trata del actual 
    estado de la maquinaria para cuyos productos ha cesado la demanda o que ha 
    dejado de ser tan costeable, teniendo en cuenta cuanto sea menester, como 
    otras clases de maquinaria. Aun cuando ésta pueda ser tan eficiente 
    técnicamente como lo fué antes de esos cambios, su situación económica, no 
    obstante, es diferente.(8) Es 
    indudable que la disposición de los recursos habría sido diversa de haberse 
    previsto el cambio de la demanda o de las condiciones de costo que 
    condujeron al desalojamiento. En este aspecto no carece de sentido hablar de 
    despilfarro debido a la ignorancia, aunque para ello existen dificultades. 
    Pero una vez que el cambio ha ocurrido lo que ha sucedido antes es del todo 
    indiferente, y es un despilfarro seguir tomándolo en consideración. El 
    problema consiste en ajustarse a la nueva situación. Cuando se hayan tenido 
    en cuenta todas las críticas fundadas a la teoría subjetiva del valor, 
    quedará como uno de sus méritos inconmovibles el enfocar su atención sobre 
    este hecho tan importante para la economía aplicada como lo es en la más 
    pura de las teorías.
    
    Podemos examinar ciertos equívocos en relación con los efectos económicos de 
    la inflación como un último ejemplo de la importancia que para la Economía 
    aplicada tienen las proposiciones que hemos estado considerando. Es un hecho 
    bien conocido que durante los períodos de inflación existe a menudo, por un 
    tiempo, una extraordinaria actividad en las industrias de la construcción. 
    Los tipos de interés artificialmente bajos sirven con frecuencia de estímulo 
    a la reparación general del capital fijo. Se construyen nuevas fábricas; las 
    viejas se reequipan. Esta actividad extraordinaria y espectacular fascina al 
    lego de modo que cuando se discuten los efectos de la inflación no pocas 
    veces se le atribuye esto como una de sus virtudes. Cuántas veces se oye 
    decir, por ejemplo, que si la inflación alemana fué bastante penosa mientras 
    existió, por lo menos hizo posible que la industria alemana se proveyera de 
    un nuevo equipo. En efecto, nada menos que el profesor F. B. Graham ha 
    prestado su autoridad a esta misma opinión.(9)
    
    Pero, por razonable que todo esto parezca, se funda en la misma cruda 
    concepción materialista que las otras falacias que hemos examinado. Pues la 
    eficiencia de cualquier sistema industrial no consiste en la existencia de 
    grandes cantidades de modernísimo equipo sin miramiento de la demanda de sus 
    productos o del precio de los factores de la producción necesarios para su 
    explotación lucrativa, sino en el grado de adaptación de la organización de 
    todos los recursos con miras a satisfacer la demanda. Ahora bien, puede 
    demostrarse(10) que durante las épocas de inflación 
    los tipos de interés artificialmente bajos tienden a alentar la expansión de 
    ciertas clases de producción capitalista en tal medida que, al agotarse el 
    estímulo, no es posible seguir operándolas lucrativamente. Los recursos 
    líquidos se disipan y se extinguen al mismo tiempo. Cuando la crisis viene, 
    el sistema se para en seco con una carga de capital fijo demasiado costosa 
    para hacerlo funcionar lucrativamente y con una merina relativa de "capital 
    líquido" que origina que el tipo de interés sea inflexible y opresivo. La 
    magnífica maquinaria que tanto impresionó a los corresponsales de periódicos 
    sigue allí, pero sus ruedas no producen ninguna ganancia. El material está 
    allí; pero ha perdido su importancia económica. Consideraciones de esta 
    clase pudieron haberse estimado muy lejanas de la realidad durante la época 
    de la inflación alemana o en la de la estabilización; pero comienzan a 
    parecer menos paradójicas después de algunos años de una "escasez de 
    capital" crónica en ese desdichado país.(11)
    
    § 4. Ya es tiempo de volver a consideraciones más abstractas. Tenemos que 
    examinar ahora la influencia de nuestras definiciones sobre el significado 
    de la Estadística Económica.
    
    Esta emplea dos clases de unidades de cálculo: unidades físicas y unidades 
    de valor. El cómputo se hace por peso y recuento o por valuación, es decir, 
    por toneladas de carbón o por el valor en libras esterlinas que tiene ese 
    carbón. ¿ Qué sentido debe atribuirse a estos cómputos desde el punto de 
    vista del análisis económico?
    
    Lo que ya se ha dicho es suficiente en cuanto al cómputo físico. No es 
    necesario elaborar aún más la proposición de que el cómputo físico puede ser 
    impecable como un registro de los hechos, y, hasta cierto punto, útil, no 
    obstante que para el economista no tenga otra significación que la de una 
    valoración relativa. Sin duda que, admitiendo cierta permanencia empírica de 
    las valoraciones relativas, algunas series físicas tienen una significación 
    directa para la economía aplicada; pero esto es un accidente desde el punto 
    de vista lógico. El significado de las series depende siempre de las 
    valoraciones relativas.
    
    Por lo que se refiere al cómputo en unidades de valor, existen otras 
    dificultades más sutiles que debemos resolver.
    
    Los precios de las diferentes mercancías y factores de la producción son, de 
    acuerdo con la moderna teoría del precio, expresión de una escasez relativa 
    o, en otras palabras, valoraciones marginales.(12) 
    Puede concebirse que, dada una distribución inicial de los recursos, cada 
    individuo que entra en el mercado posee una escala de valoraciones 
    relativas, de manera que el juego del mercado sirve para que se armonicen 
    las escalas individuales y la del mercado, según se expresan en precios 
    relativos.(13) Los precios, 
    por consiguiente, expresan en dinero una gradación de los diversos bienes y 
    servicios que afluyen al mercado. Un precio dado, en consecuencia, sólo 
    tiene sentido en relación con otros precios en vigor en ese momento. Nada 
    significa tomado en sí mismo. Sólo significa algo en la medida en que 
    expresa en dinero cierto orden de preferencias. Como ya lo decía Samuel 
    Bailey hace más de cien años: "Del mismo modo que no podemos hablar de la 
    distancia de un objeto sin referirlo a otro con el cual se relaciona, 
    tampoco podemos hablar del valor de una mercancía sino con referencia a otra 
    con la cual la comparamos. Una cosa no puede ser valiosa por sí misma, sin 
    referirla a otra, del mismo modo que una cosa no puede estar distante por sí 
    misma, sin referirla a otra".(14)
    
    De esto se concluye que el término "magnitud económica", que, por razón de 
    continuidad y para sugerir ciertas asociaciones definidas hemos usado ahora 
    en este capítulo, es, en realidad, muy equívoco. Es verdad que el precio 
    expresa la cantidad de dinero que se precisa dar para obtener a cambio una 
    determinada mercancía, aunque su importancia es la relación entre esta 
    cantidad de dinero y otras cantidades similares. Y las valuaciones que el 
    sistema de precios expresa no son, en manera alguna, cantidades; son un 
    arreglo de cierto orden. Es completamente innecesario suponer que la escala 
    de precios relativos mide otra cosa que no sean cantidades de dinero. El 
    valor es una relación, no una medida.(15)
    
    Pero si esto es así, se deduce que sumar los precios o ingresos individuales 
    para constituir agregados sociales es una operación con un significado muy 
    limitado. Los precios e ingresos, considerados singularmente, son 
    susceptibles de ser sumados como cantidades de dinero gastado, y el total 
    tendrá una significación monetaria definida; pero no lo son como expresión 
    de un orden de preferencias, de una escala relativa. Su suma carece de 
    significado. Lo tienen tan sólo en relación uno con otro. La estimación del 
    ingreso social puede tener un significado preciso para la teoría monetaria; 
    pero más allá de ese límite, sólo tiene una importancia convencional.
    
    Es importante comprender con exactitud tanto el alcance como las Imitaciones 
    de esta conclusión. Quiere decir que una suma comprensiva de precios no 
    significa sino una corriente de pagos en dinero. Tanto el concepto del 
    ingreso mundial expresado en dinero como el del ingreso nominal nacional 
    tienen una significación estricta sólo para la teoría monetaria: el uno en 
    relación con la teoría general del cambio indirecto; el otro con la teoría 
    ricardiana de la distribución de los metales preciosos. Pero, por supuesto, 
    esto no excluye una importancia convencional. Si queremos suponer que las 
    preferencias y la distribución no cambian rápidamente dentro de períodos 
    cortos y que ciertas variaciones de precios pueden considerarse 
    particularmente significativas para la mayoría de los sujetos económicos, 
    entonces podemos conceder sin duda alguna a los movimientos de esos 
    agregados un cierto significado arbitrario que no deja de tener aplicación 
    en algunos casos. Y los mejores estadísticos es todo lo que reclaman para 
    tales estimaciones. Lo único que deseamos es subrayar la naturaleza 
    esencialmente arbitraria de los supuestos necesarios. No tienen una exacta 
    contrapartida en la realidad y tampoco se derivan de las principales 
    categorías de la teoría pura.
    
    Podemos percibir el alcance de todo ello si consideramos por un momento el 
    uso que puede hacerse de semejantes agregados al examinar los probables 
    efectos de cambios drásticos en la distribución. De tiempo en tiempo se hace 
    un cómputo del ingreso nominal total que se acumula en un sector determinado 
    y, con apoyo en esos totales, se hacen estimaciones de los efectos de 
    grandes cambios en una dirección igualitaria. Los intentos más conocidos de 
    este tipo son las estimaciones que han hecho el profesor Bowley y sir Josiah 
    Stamp.(16)
    
    Ahora bien, en la medida en que tales estimaciones se contraen a determinar 
    el monto inicial de poder de gasto disponible para la redistribución, son 
    valiosas e importantes. Y esto es, naturalmente, todo lo que han pretendido 
    los distinguidos estadísticos que las han presentado. Más allá de este 
    límite resulta fútil atribuirles una significación precisa, pues, por el 
    hecho mismo de la redistribución, las valoraciones relativas se alterarían 
    por fuerza. El conjunto del aparato productivo sería diferente. La corriente 
    de bienes y servicios tendría una composición diversa. En efecto, si 
    pensamos un poco más en el problema, podemos ver que un cálculo de esta 
    clase tendrá que sobreestimar muy burdamente la cantidad de fuerza 
    productiva que semejantes cambios pondrían en libertad, pues una proporción 
    importante de los elevados ingresos de los ricos se debe a la existencia de 
    otros ricos. Los abogados, los médicos, los propietarios de precios únicos, 
    etc., disfrutan de ingresos elevados porque existen otras personas con 
    grandes ingresos que estiman sus servicios en mucho. Si se redistribuyen los 
    ingresos nominales, su lugar en la escala relativa sería completamente 
    diferente, aunque la eficiencia técnica de los factores afectados fuera 
    igual. Con un volumen constante de dinero y con una velocidad constante de 
    la circulación, es casi seguro que el principal resultado inicial sería una 
    elevación de los precios de los artículos que consume la clase trabajadora. 
    Los cómputos en dinero -pesimistas como suele frecuentemente suponérseles- 
    tienden a encubrir esa conclusión, tan obvia como resulta del censo de 
    ocupaciones. Si computamos la proporción de la población que por ahora 
    produce ingresos reales para el rico y que podría destinarse a producir un 
    ingreso real para el pobre, veríamos con facilidad que el aumento disponible 
    sería insignificante. Es probable que caigamos en la exageración si 
    ensayamos obtener mayor precisión mediante cómputos hechos en dinero, y 
    cuanto mayor sea el grado de desigualdad inicial, mayor será el grado de 
    exageración.(17)
    
    § 5. Otra consecuencia del concepto del valor como expresión de un orden de 
    preferencia es que las comparaciones de los precios no tienen un significado 
    exacto, a menos que sea posible el cambio entre las mercancías cuyos precios 
    se comparan.
    
    De ahí se concluye que comparar los precios de una mercancía determinada en 
    diferentes épocas del pasado es una operación que, por sí misma, no da 
    necesariamente resultados que tengan un significado nuevo. El hecho de que 
    el pan costara el año pasado 5 centavos y éste cueste sólo 3, no significa 
    por fuerza que la escasez relativa del pan durante este año sea menor que la 
    escasez relativa del mismo el año pasado. Lo que tiene interés no es la 
    comparación entre los 5 centavos del año anterior y los 3 de éste, sino la 
    comparación entre los 5 centavos y el resto de los precios del año pasado, y 
    la comparación entre los 3 centavos y los otros precios de! año actual, pues 
    son éstas las relaciones que trascienden a la conducta; son las únicas que 
    suponen un sistema unitario de valoraciones.(18)
    
    En una época se creyó que podrían evitarse estas dificultades corrigiendo 
    los precios individuales por razón de las variaciones en el "valor del 
    dinero". Y puede admitirse que esas correcciones bastarían si permanecieran 
    inalterables las relaciones entre cada mercancía y todas las demás, excepto 
    la que se considera, alterándose tan sólo la oferta del dinero y la de manda 
    u oferta de esa mercancía particular. Es decir, si las relaciones originales 
    de los precios fueran:
    
    Pa=Pb=Pc=Pd=Pe..... . (1)
    
    y en el siguiente período:
    
    Pa=½Pb=½Pc=½Pd=½Pe........ (2)
    
    entonces la cuestión sería simple y la comparación tendría algún sentido. 
    Pero semejante relación es imposible excepto como resultado de una serie de 
    accidentes compensatorios. Esto no se debe tan sólo a que la demanda y las 
    condiciones de la producción de las otras mercancías pueden cambiar, sino a 
    que casi cualquier cambio concebible, real o monetario, acarrea diferentes 
    cambios en la relación de un bien particular frente a cada una de las otras 
    mercancías. Es decir, que excepto en el caso de un accidente compensatorio, 
    cualquier cambio conducirá no a un nuevo conjunto de relaciones del mismo 
    orden de la ecuación (2), sino más bien a un conjunto de relaciones del 
    orden siguiente:
    Pa=½Pb=¼Pc=¾Pd=Pe........ (3)
    
    Desde hace tiempo se ha admitido que ésta debe ser la situación cuando hay 
    cambios reales. Si la demanda de a cambia, es muy improbable que la demanda 
    de b, c, d, e,... cambie en una forma tal que el cambio de la relación entre 
    a y b sea equivalente al cambio de la relación entre b y c . . . y así 
    sucesivamente. Con los cambios de la técnica los factores de la producción 
    que se liberan de la producción de a no se distribuirán probablemente entre 
    b, e, d, en proporciones tales que se conserve Pb:Pc::Pc:Pd... Pero, como 
    puede demostrarse por un razonamiento muy elemental,(19) 
    lo mismo sucede cuando se trata de cambios "monetarios". Es casi imposible 
    concebir un cambio "monetario" que no afecte en forma diferente los precios 
    relativos; pero si así fuera, la idea de una "corrección" precisa de los 
    cambios de precios en el tiempo es ilusoria.(20) 
    La conclusión de Samuel Bailey sigue siendo válida: "Cuando decimos que un 
    artículo tuvo en una época tal valor, queremos decir que se cambiaba por una 
    cantidad determinada de otra mercancía; pero la expresión es inaplicable al 
    hablar de una sola mercancía en dos épocas diversas".(21)
    
    Es importante entender el significado exacto de esta proposición. No niega 
    la posibilidad de relaciones de precios intertemporales. Es bien claro que 
    en todo momento la anticipación de lo que serán los 
    precios futuros influye de manera inevitable en las valoraciones actuales y 
    en las relaciones mutuas de los precios.(22) 
    Es posible cambiar bienes presentes por bienes futuros, y puede concebirse 
    una dirección equilibrada de los cambios de precios a través del tiempo. 
    Esto, además de cierto, es importante; pero aun cuando hay y debe haber una 
    conexión entre los precios actuales y las previsiones de los precios 
    futuros, no existe una conexión necesaria o una relación recíproca de valor 
    importante entre los precios actuales y los pasados. La concepción de una 
    relación de equilibrio a través del tiempo es hipotética. Sólo puede 
    entenderse en la medida en que las previsiones resulten justificadas. Los 
    datos cambian a lo largo de la historia, y aun cuando en cada momento puede 
    haber tendencias hacia un equilibrio, no obstante, ese equilibrio hacia el 
    cual se encaminan esas tendencias no es el mismo de momento a momento. 
    Existe una asimetría a través del tiempo. El futuro -es decir, el futuro 
    aparente- afecta al presente; pero el pasado no viene al caso. Los efectos 
    del pasado son ahora, simplemente, parte de los datos. Por lo que se refiere 
    al acto de valoración, lo pasado es para siempre pasado.
    
    Aquí, de nuevo, como en el caso de las consideraciones que hicimos respecto 
    de los agregados, no se tiene la intención de negar la utilidad práctica y 
    la importancia de las comparaciones de ciertos precios en el tiempo, o el 
    valor de las "correcciones" de estos precios con ayuda de números índices 
    convenientemente preparados. No se discute seriamente que la técnica de los 
    números índices es de gran utilidad práctica para ciertas cuestiones de 
    economía aplicada, por una parte y, por otra, para la interpretación de la 
    historia. No se niega que pueda llegarse a conclusiones prácticas 
    importantes dada la inclinación a hacer suposiciones arbitrarias respecto al 
    significado de ciertos precios. Todo lo que se desea subrayar es que 
    semejantes conclusiones no se derivan de las categorías de la teoría pura y 
    que por fuerza presuponen un elemento convencional que depende de suponer 
    cierta constancia empírica de los datos(23) o de 
    juicios arbitrarios de valor respecto de la importancia relativa de ciertos 
    precios particulares y de ciertos sujetos económicos.
    
    § 6. La interpretación de la estadística económica no es el único sector de 
    los estudios económicos al que afecta esta concepción del objeto de nuestra 
    ciencia. La disposición y elaboración del cuerpo central del análisis 
    teórico también se modifica de manera considerable. Este es un ejemplo 
    interesante de la utilidad de esta clase de investigación, partiendo de la 
    intención de expresar con más precisión el objeto de nuestras 
    generalizaciones llegamos a un punto de vista que nos permite no sólo 
    señalar lo que es esencial y lo que es accidental en ellas, sino también 
    expresarlas de modo que su contenido esencial reciba mucha mayor fuerza. 
    Veamos cómo acontece esto.
    
    El estudio tradicional de la Economía, por lo menos entre los economistas de 
    habla inglesa, se inicia con una investigación de las causas determinantes 
    de la producción y la distribución de la riqueza.(24) 
    Se divide a la Economía en dos partes principales: la teoría de la 
    producción y la teoría de la distribución, cuya tarea ha sido explicar las 
    causas que determinan la magnitud del "producto total" y las que determinan 
    las proporciones en que se distribuye entre los diferentes factores de la 
    producción y entre las varias personas. Pocas diferencias han existido en 
    cuanto al contenido de estos dos grandes sectores; pero siempre las ha 
    habido grandes acerca de la colocación de la teoría del valor. En general, 
    sin embargo, hasta fechas muy recientes, ésta ha sido la principal línea 
    divisoria de la materia de nuestro estudio.
    
    Ahora bien, es indudable que existe un argumento prima facie sólido en favor 
    de este procedimiento. Como el profesor Cannan afirma,(25) 
    los problemas en que estamos interesados desde el punto de vista de la 
    política social, son -o por lo menos aparentan ser- los que se relacionan 
    con la producción y la distribución. Si examinamos el establecimiento de un 
    impuesto o la concesión de un subsidio, las cuestiones que procuramos 
    investigar (ya sea que entendamos o no lo que queremos) son: ¿Cuáles serán 
    los efectos de esa medida sobre la producción? ¿Cuáles sobre la 
    distribución? Natural era, por consiguiente, que en el pasado los 
    economistas trataran de disponer sus generalizaciones para dar respuesta a 
    estas dos preguntas.(26)
    
    No obstante, nos parecerá muy explicable que desde este punto de vista la 
    división tradicional tenga deficiencias muy serias si tenemos presente lo ya 
    dicho respecto a la naturaleza del objeto de nuestra ciencia y a la 
    relatividad de las "magnitudes" que examina.
    
    No debiera ser necesario a estas alturas referirnos a lo inadecuados que 
    resultan los diversos elementos técnicos que casi inevitablemente se 
    deslizan dentro de un sistema forjado sobre este principio. Todos hemos 
    sentido, con el profesor Schumpeter, una sensación casi de vergüenza por las 
    increíbles banalidades de la llamada teoría de la producción: las tediosas 
    discusiones acerca de las diversas formas de propiedad de la tierra, de la 
    organización de las fábricas, de la psicología industrial, de la educación 
    técnica, etc., etc., que se presentan aún en los mejores tratados sobre 
    teoría general arreglados sobre ese plan.(27)
    
    Existe, sin embargo, una objeción más importante a este procedimiento: la de 
    su necesaria imprecisión. Las generalizaciones científicas, si aspiran a la 
    categoría de leyes, deben ser susceptibles de expresarse con toda exactitud. 
    Eso no quiere decir, como veremos en un capítulo posterior, que lo sean con 
    una exactitud cuantitativa. No necesitamos dar valores numéricos a la ley de 
    la demanda para colocarnos en una posición que nos permita usarla para 
    deducir de ella consecuencias importantes. Necesitamos, sin embargo, 
    formularla de modo que nos permita ligarla a relaciones formales capaces de 
    ser concebidas con exactitud.(28)
    
    Ahora bien, como acabamos de ver, la idea de cambios en el volumen total de 
    la producción no tiene un contenido preciso. Es posible, si se desea, 
    atribuir ciertos valores convencionales a determinados índices y decir que 
    un cambio de la producción se define con un cambio de este índice. Para 
    ciertos propósitos esto puede ser recomendable, aunque no hay ninguna 
    justificación analítica para este procedimiento, ni se desprende de nuestra 
    concepción de bien económico. No puede llegar a tener el rango de una ley la 
    clase de generalización empírica que puede hacerse en relación con las 
    causas que afectarán la producción en este sentido. Una ley debe referirse a 
    conceptos y relaciones definidas, y un cambio del volumen de la producción 
    no es un concepto definido.
    
    En realidad, hasta ahora no ha sido elaborada una "ley" de la producción en 
    este sentido que verdaderamente merezca ese nombre.(29) 
    Siempre que las generalizaciones de los economistas han llegado a tener el 
    carácter de leyes, no se han referido a nociones tan vagas como el producto 
    total, sino a conceptos perfectamente definidos: el de precio, oferta, 
    demanda, etc. El sistema ricardiano que constituye a este respecto el 
    arquetipo de todos los subsecuentes es, esencialmente, un examen de las 
    tendencias hacia el equilibrio de cantidades precisas y de relaciones 
    recíprocas. No es un simple accidente que las generalizaciones de la 
    Economía hayan adquirido la forma de leyes científicas siempre que sus 
    discusiones se refieren a tipos separados de bienes económicos y a 
    relaciones de cambio entre bienes económicos.(30)
    
    Los economistas tienden en los últimos años a abandonar más y más el orden 
    tradicional. Ya no se emprenden investigaciones para descubrir las causas 
    determinantes de las variaciones de la producción y de la distribución; se 
    investiga, más bien, conocidos ciertos datos iniciales, lo concerniente a 
    las condiciones del equilibrio de diversas "magnitudes" económicas;(31) 
    también lo relativo a los efectos de las variaciones de aquellos datos. En 
    lugar de dividir el cuerpo central del análisis en una teoría de la 
    producción y en otra de la distribución, tenemos una teoría del equilibrio, 
    una teoría de la estática comparativa y una teoría del cambio dinámico. En 
    lugar de considerar el sistema como una máquina gigantesca destinada a 
    elaborar un agregado de productos y en vez de proceder a investigar qué 
    causas hacen que ese producto sea mayor o menor y en qué proporciones se 
    divide, lo consideramos como una serie de relaciones interdependientes, 
    aunque conceptualmente discretas, entre los hombres y los bienes económicos. 
    También investigamos en qué condiciones esas relaciones son constantes y 
    cuáles son los efectos de los cambios, de fines o de medios, en los cuales 
    median y cómo ha de esperarse que tengan lugar esos cambios en el transcurso 
    del tiempo.(32)
    
    Esta tendencia, como ya hemos visto, aunque en su forma más completa es en 
    verdad moderna, tiene su origen en la primitiva literatura de la economía 
    científica. El Cuadro Económico de Quesnay era esencialmente un intento de 
    aplicación de lo que ahora se conoce con el nombre de análisis del 
    equilibrio. Y aunque la gran obra de Adam Smith profesaba tratar de las 
    causas de la riqueza de las naciones, e hizo, en realidad, muchas 
    observaciones muy importantes en cualquier historia de la economía aplicada 
    sobre la cuestión general de las condiciones de la opulencia, no obstante, 
    desde el punto de vista de la historia de la economía teórica, el logro 
    central de ese libro fué su demostración del modo en que la división del 
    trabajo tendía a mantenerse en equilibrio mediante el mecanismo de los 
    precios relativos. Esta demostración, como lo ha comprobado Allyn Young,(33) 
    está en armonía con el aparato más refinado de la moderna escuela de 
    Lausanne. La teoría del valor y de la distribución fué realmente la parte 
    fundamental del análisis de los clásicos, aun cuando ensayaran esconder sus 
    propósitos bajo otros nombres. Y la teoría tradicional acerca de los efectos 
    de los impuestos y de los subsidios siempre se presentó en términos 
    consistentes del todo con el procedimiento de la estática comparativa 
    moderna. Así, pues, si bien la apariencia de la teoría moderna puede ser 
    nueva, su substancia es continuación de lo que era más esencial en la vieja. 
    La disposición moderna simplemente hace explícitos los fundamentos 
    metodológicos de las teorías anteriores y generaliza el procedimiento.(34)
    
    A primera vista podría pensarse que estas innovaciones corren el riesgo de 
    resultar demasiado austeras y que suponen la renuncia a una teoría de 
    conjunto genuinamente luminosa. Semejante creencia sólo podría apoyarse en 
    un desconocimiento de las potencialidades del nuevo procedimiento. Puede 
    afirmarse con seguridad que no hay nada que encajara dentro del viejo marca 
    que no pueda exponerse más satisfactoriamente dentro del nuevo. La única 
    diferencia consiste en que en todas las fases del nuevo ordenamiento nos 
    damos cuenta exactamente de las limitaciones y el alcance de nuestro 
    conocimiento. Si nos salimos de la esfera del análisis puro y adoptamos 
    cualquiera de los supuestos convencionales de la economía aplicada, sabemos 
    con exactitud dónde nos encontramos. Nunca corremos el riesgo de tomar como 
    una deducción de nuestras premisas fundamentales algo que se ha deslizado al 
    recurrir a un supuesto convencional.
    
    Podemos tomar como un ejemplo de las ventajas de este procedimiento el 
    tratamiento moderno de la organización de la producción. El viejo era muy 
    poco satisfactorio: unas cuantas generalizaciones rígidas acerca de las 
    ventajas de la división del trabajo tomadas de Adam Smith y quizá ilustradas 
    con unos ejemplos de Babbage; en seguida, unas extensas divagaciones sobre 
    las "formas" industriales y el "emprendedor", con una serie de observaciones 
    rigurosamente anticientíficas y gratuitas sobre las características 
    nacionales y, quizá, concluyendo con un capítulo sobre localización. No hay 
    necesidad de insistir en la mediocridad de todo esto; pero quizá sea justo 
    precisar con exactitud sus considerables deficiencias positivas. Sugiere que 
    desde el punto de vista del economista la "organización" es una cuestión 
    interna de disposición industrial (o agrícola) -si no interna para una firma 
    determinada, sí para "la" industria- si bien, como podría haberse esperado, 
    muy rara vez se define satisfactoriamente lo que es "la" industria. Al mismo 
    tiempo, tiende a dejar completamente fuera el elemento regulador de toda la 
    organización productiva: la relación recíproca de precios y costos. Esta 
    cuestión se estudia en un sector diferente: el del "valor". Como casi todo 
    profesor de estudiantes educados en los viejos libros de texto puede darse 
    cuenta, el resultado era que una persona podía tener un extenso conocimiento 
    de la teoría del valor y de sus copiosos refinamientos y estar en aptitud de 
    discurrir muy ampliamente acerca del tipo de interés y sus posibles 
    "causas", sin siquiera haber entendido la parte fundamental que desempeñan 
    los precios, los costos y los tipos de interés en la organización de la 
    producción.
    
    Esto es imposible en el tratamiento moderno. En él la discusión de la 
    "producción" es una parte integral de la teoría del equilibrio. Se demuestra 
    cómo se distribuyen los factores de la producción entre la producción de los 
    diferentes bienes por el mecanismo de precios y costos; cómo, dados ciertos 
    datos fundamentales, los tipos de interés y los márgenes de precios 
    determinan la distribución de los factores entre la producción para el 
    presente y la producción para el futuro.(35) La 
    doctrina de la división del trabajo, tan desagradablemente tecnológica hasta 
    ahora, se convierte en un rasgo integral de una teoría del equilibrio móvil 
    a través del tiempo. Aun el problema de la organización y administración 
    "internas" llega a tener relación con una red externa de precios y costos 
    relativos; y puesto que ésta es la forma como las cosas funcionan en la 
    práctica, lo que a primera vista parece la mayor lejanía de la teoría pura, 
    de hecho nos procura un acercamiento mucho mayor a la realidad.
    
    
    
    1. Por supuesto que las concepciones de cualquier ciencia pura son por 
    necesidad puramente formales. Sólo obtendríamos una orientación general si 
    intentáramos describir la Economía por deducción de los principios 
    metodológicos generales, en lugar de describirla como resulta de considerar 
    lo que es esencial en su objeto; pero es interesante observar cómo, 
    arrancando de la inspección de un aparato que realmente existe para resolver 
    problemas concretos, llegamos al fin, por las necesidades de una descripción 
    exacta, a concepciones de plena conformidad con lo que se espera de una 
    metodología pura.
    
    2. El término riqueza se usa aquí como equivalente de un flujo de bienes 
    económicos; pero creo que es claro que ofrece grandes desventajas el usarlo 
    así. Sería bien paradójico tener que sostener que la riqueza disminuiría si 
    los bienes económicos, gracias a su multiplicación, llegaran a convertirse 
    en bienes "gratuitos". Por eso en cualquier delimitación rígida de la 
    Economía el término riqueza debería evitarse. Aquí se le usa simplemente 
    para esclarecer las consecuencias de las proposiciones un tanto remotas del 
    párrafo precedente para fines de discusión diaria.
    
    3. The World Crisis, v, 33-35.
    
    4. Quizá valga la pena hacer observar cómo nuestra práctica difiere en este 
    punto de la que parece desprenderse del procedimiento del profesor Cannan, 
    quien, después de definir la riqueza como bienestar material, tendría 
    lógicamente que sostener que los ingleses no producían durante la guerra. El 
    profesor Cannan sale de la dificultad sosteniendo que lo que produjeron eran 
    productos, no bienestar material. (Repaso a la Teoría Económica, 46.) Desde 
    el punto de vista de las definiciones que hemos adoptado, no se concluye que 
    dejaran de producir, sino simplemente que no producían para satisfacer las 
    mismas demandas que en la época de paz. Desde cualquiera de estos puntos de 
    vista resulta clara la incompatibilidad de las estadísticas materiales de la 
    guerra y de la paz; pero, desde el nuestro, resalta con mayor claridad la 
    persistencia de las leyes económicas formales.
    
    5. Ver antes pp. 57-64.
    
    6. Allyn YOUNG, "Increasing Returns and Economic Progress" (Economic Journal, 
    XXXVIII, 528-542). Sobre el sentido en que es correcto usar el término 
    "económico" en relación con esta cuestión, ver el cap. VI.
    
    7. Science and the Modern World, 64.
    
    8. Compárese con PIGOU, Economics of Welfare (3a ed.), 190-192; la Economía 
    del Bienestar, Madrid, Aguilar. Quizá valga la pena hacer notar que la mayor 
    parte de las discusiones contemporáneas del llamado problema de los 
    transportes omite por completo estas consideraciones elementales. Si existe 
    un subsidio oculto para los autotransportes por la vía del presupuesto de 
    gastos públicos para caminos, es cuestión que atañe al ministro de Hacienda. 
    No es un buen argumento para hacer que el público viaje en tren cuando 
    prefiere hacerlo por carretera. Si queremos conservar los ferrocarriles que 
    son incosteables dentro de las condiciones actuales de la demanda, debemos 
    concederles un subsidio como si se tratara de monumentos antiguos.
    
    9. Exchange, Prices and Production in Hyperinflation: Germany 1920-23, 320: 
    "Por lo que se refiere a la producción, las estadísticas dan un escaso apoyo 
    para sostener que los males de la inflación no fueron otros que males de la 
    distribución." El profesor Graham admite de mala gana en su conclusión que 
    "la inversión en bienes duraderos tomó un aspecto extraño en las etapas 
    posteriores de la inflación", aun cuando parece creer que la "calidad" del 
    equipo puede deteriorarse sin detrimento de su "cantidad".
    
    10. Ver MISES, Teoría del Dinero y del Crédito (Madrid: Aguilar, 1936), v; HAYEK, La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico (Madrid: Espasa-Calpe, 
    1936), y Prices and Production; STRIGL, "Die Produktion Unter der Einflusse 
    einer Kreditexpansion" (Schriften des Vereins für Sozialpolitik, 173, 
    187-211).
    
    11. Ver BONN, Das Schicksal des Deutschen Kapitalismus, 14-31; BRESCIANI-TURRONI, 
    Il Vicendi del Marco Tedesco.
    
    12. Ver capítulo IV, § 2.
    
    13. Para una descripción cabal de este proceso, ver especialmente WICKSTEED, 
    Commonsense of Political Economy, 212-400.
    
    14. A Critical Dissertation on Value, 5.
    
    15. Es fundamental percibir la naturaleza ordinal de las valuaciones que un 
    precio supone. Es difícil exagerar su importancia. Con una navajada de Occan 
    se expulsan para siempre del análisis económico los últimos vestigios de! 
    hedonismo psicológico. La concepción se halla implícita en el uso que hace 
    Menger del término Bedeutung en su exposición de la teoría del valor, aunque 
    el mérito principal de su presentación explícita y de su elaboración 
    subsecuente corresponde a escritos posteriores. Ver especialmente CUHEL, Zur 
    Lehre von den Bedürfnissen, 186-216; PARETO, Manuel d'Économie Politique, 
    540-42, y HICKS y ALLEN, "A Reconsideration of the Theory of Value" (Economica, 
    1934, 51-76). En este importante artículo se demuestra que las más refinadas 
    concepciones de la teoría del valor, complementaridad, sustituibilidad, 
    etc., pueden abordarse sin recurrir a la noción de una función de utilidad 
    determinada.
    
    16. BOWLEY, The Division of the Product of Industry; STAMP, Wealth and 
    Taxable Capacity.
    
    17. Esto, por supuesto, no es necesariamente así. Si en lugar de gastar sus 
    ingresos en los costosos servicios de doctores, abogados, etc., el rico 
    tuviera la costumbre de gastarlos para sostener un amplio séquito de 
    allegados a quienes sostuvieran los esfuerzos de otros, el cambio en los 
    ingresos nominales podría liberar factores que, desde el punto de vista de 
    las nuevas condiciones de la demanda, representaran mucha capacidad 
    productiva. Pero, en realidad, no ocurre en esa forma. Aun si el rico 
    mantiene, en efecto, un gran séquito, sus cortesanos dedican la mayor parte 
    de su tiempo a cuidarse los unos de los otros. Cualquiera que haya vivido en 
    una casa en que hubiera más de un sirviente reconocerá la fuerza de esta 
    consideración.
    
    18. El examen clásico de todo esto sigue siendo todavía el capítulo de 
    Samuel BAILEY, "Sobre la comparación de mercancías en diferentes épocas" (op. 
    cit., 71-93). Bailey exagera a tal grado que no menciona las relaciones del 
    valor anticipadas a través del tiempo; pero su posición es inexpugnable en 
    todo lo demás y sus demostraciones son de lo más elegante que pueda hallarse 
    en el campo todo del análisis teórico. Aun el más blasé puede resistir 
    apenas un estremecimiento ante la exquisita delicadeza con que exhibe las 
    ambigüedades de la primera proposición de los Principios de Ricardo. Uno de 
    los daños efectivos que se han causado al progreso de la Ciencia Económica, 
    por solidaridad con los clásicos ingleses, y quizá por sus ataques a Ricardo 
    y a Malthus, es haber dejado en el olvido la obra de Bailey. Difícilmente 
    puede tomase por una exageración sostener que la teoría de los números 
    índices se emancipa apenas hoy de los errores en que no habría caído de 
    haber atendido a la proposición fundamental de Bailey.
    
    19. Ver sobre todo HAYEK, Prices and Production, III.
    
    20. No siempre se admite que la dificultad de atribuir un significado 
    preciso a la idea de los cambios de valor cuando hay más de dos mercancías y 
    las relaciones de cambio entre una y el resto no cambian en la misma 
    proporción, no se limita a la idea de cambios en el "valor del dinero". El 
    problema de concebir cambios en el "poder adquisitivo" del lingote de hierro 
    es tan insoluble como el de concebir cambios en el poder adquisitivo del 
    dinero. La diferencia es de carácter práctico. El hecho de que las 
    valuaciones relativas determinen la producción hace innecesario preocupase 
    para fines prácticos de los cambios de poder adquisitivo del lingote de 
    hierro, mientras que, por toda clase de razones, unas buenas, otras malas, 
    estamos obligados a preocupamos bastante de los efectos de los cambios 
    "monetarios".
    
    21. Op cit., 72.
    
    22. Ver FETTER, Economic PrincipIes, 101 ss. y 235-277. También HAYEK, "Das 
    Intertemporales Gleichgewichtsystem der Preise und die Bewegungen des 
    Geldwertes" (Weltwirtschafliches Archiv, 28, 33-76).
    
    23. Como ocurre en las discusiones de los cambios del ingreso real y del 
    costo de la vida. Para todo esto ver HABERLER, Der Sinn der Indexzahlen, 
    passim. La conclusión del doctor Haberler es definitiva: "La ciencia es 
    culpable de traspasar sus límites necesarios (esto es, expresa un juicio de 
    valor) si intenta sentar para otros cuál de dos ingresos reales es el 
    'mayor'. Decidirlo, decidir qué ingreso real ha de preferirse, es una tarea 
    que sólo puede hacer quien lo disfruta, es decir, el individuo como sujeto 
    económico." La traducción es muy libre, pues no existe [en lengua inglesa] 
    un equivalente del muy útil contraste alemán entre Naturaleinkommen y 
    Realeinkommen, a no ser que usemos "ingreso real" [Real Income] como 
    equivalente de NaturaIeinkomen y el "ingreso psíquico" de Fetter en 
    sustitución del Realeinkommen de los alemanes.
     
    
    25. Las cuestiones realmente fundamentales de la Economía son las siguientes 
    por qué todos nosotros, en conjunto, estamos tan bien como estamos, y por 
    qué algunos estamos mucho mejor y otros mucho peor que el promedio." (CANNAN, 
    La Riqueza, 3ª ed., v. [Barcelona: Labor, 1936].
    
    26. Es otra cosa si sus generalizaciones resuelven estos problemas especiaImente el que se refiere a la distribución personal (ver CANNAN, 
    Economic Outlook, 215-253, y Repaso a la Teoría Económica, 253-295; ver 
    también DALTON, Inequality of Incomes, 33-158). El caso es que se creen en 
    la obligación de resolverlas; pero el hecho de que no lo hagan no 
    desacredita necesariamente ni a los economistas ni a sus generalizaciones. 
    Existen vigorosas razones para suponer que causas extraeconórnicas 
    determinan, en parte, la distribución personal.
    
    27. Ver SCHUMPETER, Das Wesen und der Hauptinhalt der Theoretischen 
    Nationalökonomie, 156.
    
    28. Ver EDGEWORTH Mathematical Psychics, 1-6; KAUFMANN, "Was kan die 
    mathematische Methode in der Natiopalökonomie leisten?" (Zeitschrift für 
    Nationalökonomie, 2, 754-779. 
    
    29. La aproximación más cercana a una ley de la producción se halla 
    incorporada en la celebrada teoría del óptimo de la población rural. Arranca 
    ella de la ley perfectamente precisa de los rendimientos decrecientes, que 
    se relaciona con las variaciones de productividad en combinaciones 
    proporcionadas de los factores individualmente considerados y parece lograr 
    una precisión similar en relación con las variaciones de todos los factores 
    humanos en un ambiente material fijo. De hecho, sin embargo, introduce 
    conceptos de promedios y agregados a los cuales es imposible conceder 
    significado sin recurrir a supuestos convencionales. Sobre la teoría del 
    óptimo, ver mi "Optimum Theory of Population", en London Essays in Economics, 
    editado por Dalton y Gregory. En ese ensayo examino las dificultades de 
    promediar, aunque entonces no percibí el alcance completo de la diferencia 
    metodológica general entre una proposición que se refiere a promedios y otra 
    a cantidades precisas. Por eso es insuficiente mi reiteración sobre este 
    punto.
    
    30. Es importante no reiterar con exceso la excelencia del procedimiento 
    pasado. La teoría monetaria, por ejemplo, aunque en muchos aspectos la rama 
    más desarrollada de la teoría económica, ha empleado continuamente 
    pseudo-conceptos de la especie que acabamos de declarar sospechosa: nivel de 
    precios, movimientos de las paridades del poder adquisitivo, etc. Pero es 
    aquí, justamente, donde las dificultades de la teoría monetaria han 
    persistido y sus recientes progresos se encaminan a eliminar toda 
    dependencia de estas ficciones.
    
    31. Sobre los diversos tipos de equilibrio considerados, ver KNIGHT, Risk, 
    Uncertainty and Profit, 143, nota (Riesgo, Incertidumbre y Beneficio, 
    Madrid, Aguilar); WICKSELL, Lectures on Political Economy I (Lecciones de 
    Economía Política, Madrid, Aguilar), y ROBBINS, "On a Certain Ambiguity in 
    the Conception of Stationary Equilibrium" (Economjc Journal, XL, 194-214).
    
    32. Ver PARETO, Manuel d'Economie Politique, 147; también mi artículo "Production" 
    en la Encyclopaedia of the Social Sciences. En la primera edición de este 
    ensayo incluí
    la teoría de la estática comparativa y la del cambio dinámico bajo un solo 
    título, el de "Teoría de las Variaciones". Ahora pienso que es mejor dejar 
    explícitos los dos tipos de la teoría de la variación. Para un mayor 
    esclarecimiento, ver el capítulo IV, § 7.
    
    33. Op. cit., 540-542.
    
    34. El cambio se inicia con la aparición de la teoría subjetiva del valor. 
    Mientras la teoría del valor se expresó con función de costos, fué posible 
    considerar la materia de la Economía como algo social y colectivo, y 
    examinar las relaciones de precio simplemente como un fenómeno de mercado. 
    Cuando se comprendió que estos fenómenos del mercado dependen en realidad de 
    la interacción de elecciones individuales y que los fenómenos sociales 
    mismos en función de los cuales se explicaban -los costos- eran, en último 
    análisis, el reflejo de la elección individual -la valoración de diversas 
    oportunidades (Wieser, Davenport) -, este enfoque principió a ser menor y 
    menos conveniente. La obra de los economistas matemáticos en este aspecto 
    sólo establece de un modo particularmente audaz un procedimiento que es, en 
    realidad, común a toda la teoría moderna.
    
    35. Las mejores exposiciones se encuentran en WICKSELL, Lectures on 
    Political Economy, I, 100-206 (Lecciones de Economía Política, Madrid, 
    Aguilar); Hans MAYER, "Produktion", en el Handwörterbuch der 
    Staatswissenschaften.