Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE CUARTA. - Del consumo de la riqueza.

CAPÍTULO III. - Del lujo y de las leyes suntuarias.

Es tan vago el sentido de la palabra lujo, que nada tiene de extraño si la opinion de los políticos y moralistas respecto á la bondad ó malicia de esta pasion comun á todos los pueblos y edades, no ha corrido ó no corre uniforme.

Unos entienden por lujo el consumo de lo supérfluo, quedando en pié la dificultad de distinguir lo supérfluo y lo necesario: otros los gastos de pura ostentacion y fáusto, como si á veces no fuesen obligatorios: otros la molicie y el regalo. De aquí que unos lo alaban teniéndoIo por provechoso á la sociedad, y otros lo vituperan por reputarlo causa de miseria y de la corrupcion de las costumbres.

La idea del lujo es esencialmente relativa al grado de civilizacion de cada siglo, á la mayor ó menor riqueza de cada estado, á la dignidad, profesion ú oficio de cada persona. Los príncipes habitan palacios suntuosos, usan ropas exquisitas, dan fiestas espléndidas y están rodeados de una muchedumbre de servidores, y todo esto es vivir segun su condicion; de modo que no es lujo en ellos lo que seria lujo en un simple ciudadano. Lujo es la rica biblioteca que por pura vanidad posée un magnate iliterato, y no lo seria para el hombre consagrado al estudio, al foro ó la enseñanza.

Séneca reprendia como una afeminacion la costumbre que empezó á introducirse en su tiempo, de enfriar las bebidas con nieve. Las camisas fueron objeto de lujo, y hay memoria de haber sido castigados con vergüenza pública algunos insensatos que usaban un vestido tan inútil y costoso. Las chimeneas eran un artículo de lujo en Inglaterra á principios del siglo XVI, y los coches fueron poco despues el blanco de las invectivas de nuestros moralistas que pretendian desterarlos á pretexto de que en ellos corrian peligro la honestidad y recato de las mujeres, y los hombres descuidaban el ejercicio de la gineta, y por eso los llamaban sepulcro de la caballería.

Lujo era entre los Romanos la magnificencia de banquetes, las túnicas de seda, el uso de los aromas, la pompa de los funerales, los festines públicos y demás gastos que servian para satisfacer deseos inmorales ó extravagantes, lisonjeaban la vanidad de los ricos é inquietaban los ánimos de la plebe, dando en rostro con su miseria á los pobres. Esta especie de lujo merece amarga censura, porque nace del desorden de las costumbres, fomenta todo linaje de vicios, consume las riquezas sin fruto y es signo de la decadencia de un pueblo. En tal caso conviene reprimirlo y castigarlo, no en cuanto lujo, sino en cuanto Iicencia y desenfreno que no consiente la moral, ni tolera la justicia, ni permite la buena policía por temor del escándalo y del mal ejemplo.

En la edad media el lujo lleva el sello de la rudeza propia de aquel período de la historia. Muchas armas y caballos, mesnadas numerosas que comen el pan de su señor, fortalezas y castillos bien cercados con sus robustas torres, anchos fosos y puentes levadizas, banquetes más abundantes que delicados, pajes, bufones, trovadores, perros y halcones, joyas y galas, justas y torneos, en esto consistia el lujo de nuestros ricos hombres. Partian su hacienda con los vasallos á quienes favorecian, y aun con los hidalgos y caballeros de menor fortuna que recibian acostamiento del señor, esperando alcanzar en premio de sus buenos servicios mayores mercedes.

En nuestros dias el lujo toma distinto carácter. Fúndase principalmente en procurar las comodidades da la vida, y propende á generalizarlas entre todas las clases de la sociedad. Cuídase ahora más del aseo de las personas y viviendas prefiérense los vestidos limpios y holgados, múdanse segun lo pide la estacion, repárase en que los alimentos sean sanos y nutritivos, y se presta más atencion á la calidad que á la cantidad de las cosas destinadas á nuestro consumo. Hoy los adelantamientos de la industria facilitan al labrador y al obrero el uso de ciertos objetos que por ser caros estaban hace años ó siglos reservados á la gente principal y poderosa. Las ropas de algodón, lino y seda, las medias de punto ó de telar, la carne, el vino, el jabon, etc. son ya artículos de primera necesidad en donde quiera que la civilizacion se halla un tanto floreciente.

Así considerado el lujo debemos aplaudirlo como un bien público y privado. En primer lugar despierta necesidades que estimulan la produccion sin ofensa de la moral, pues cuando el deseo de gozar está moderado por la razon, podemos gozar sin escrúpulo de conciencia. Enhorabuena censuremos y reprendamos el refinamiento de los placeres y los gastos excesivos; pero dentro de los límites de la templanza y economía, disfrute cada uno de su riqueza. Si el mundo se hubiese de gobernar por el ascetismo, deberíamos sofocar casi toda la industria y prescribir la ociosidad á los pueblos. Esparta nos da cumplido testimonio de cómo la severidad de las leyes y la aspereza de las costumbres engendran la barbarie. El hombre necesita gozar, y si desterramos el lujo, abriremos la puerta á los vicios más groseros y sensuales.

En segundo lugar constituye el lujo un fondo de reserva con el cual se acude al remedio de los accidentes imprevistos, y se hace rostro á la tempestad que se desencadena. Supongamos que sobreviene una mala cosecha, y que se aumenta el precio de los granos y de todos ó casi todos los artículos de primera necesidad. El hombre cuyo diario alimento se compone de pan, carne, patatas y vino, puede retirar de su mesa tres objetos de su habitual consumo ántes de rendirse á la miseria; pero si sólo se sustenta con patatas, no cabe ya más economía, y cuando este medio de existencia escasea, empiezan las privaciones insoportables.

Los bienes del lujo no son puros, puesto que se hallan mezclados con males dignos de tomarse en cuenta. Puede el lujo enseñorearse de nuestra voluntad, enervar el cuerpo y el espíritu con la molicie y el regalo, despojarse de la fuerza necesaria para combatir la adversidad y fomentar pensamientos bajos y ruines. Puede, siendo inmoderado, extirpar los hábitos de una vida modesta y sencilla, apagar el deseo de hacer economías y sembrar la discordia entre los ricos y los pobres.

Hay, sin embargo, escritores que defienden el lujo como favorable al progreso de las artes y al bienestar de los pueblos, contra los economistas que sin condenar el uso legítimo de las riquezas, prefieren el consumo reproductivo al improductivo. Los primeros dicen que los bailes y las fiestas de la corte y otros gastos semejantes fomentan el comercio y procuran trabajo á las clases laboriosas. Todo el dinero que cuestan, vuelve á caer, como una lluvia de oro, sobre los artesanos y mercaderes. La caridad más discreta y provechosa es la que precave la indigencia, dando trabajo y promoviendo la venta de los productos de la industria. Los economistas que reprenden los gastos de mero lujo, predican el ayuno, la abstinencia y los harapos.

Esta falsa teoría no es tan inocente que deba pasar sin correctivo, porque induce á extraviar la opinion en daño de las personas ricas, pero no amigas del lujo, y persuade á los gobiernos que no hay inconveniente ni peligro en aumentar los sueldos de los empleados con tal de obligarlos á desplegar grande ostentacion y fáusto.

Es un error vulgar de tristes consecuencias atribuir á la prodigalidad y profusion de los gobiernos y particulares un influjo favorable á la industria y al comercio. Estos gastos salen del bolsillo de los contribuyentes y se aplican á un consumo improductivo. Si aquéllos no hubiesen pagado la cuota adicional que se les ha exigido, ahorrando una parte mayor de sus rentas habrian dado impulso al consumo reproductivo. Del primero (ya lo sabemos) nada queda: del segundo queda un valor igual ó superior al destruido. Así pues, el uno enriquece, y el otro empobrece la nacion; de modo que fomentar oficialmente el lujo, léjos de ser un acto de caridad, debe reputarse un acto de imprudencia. Los economistas no recomiendan la mortificacion de la carne cuando censuran los gastos estériles y desordenados: desengañan á todo el mundo combatiendo añejas preocupaciones. A sus ojos el lujo es bueno, si denota un bienestar comun que rebosa, si no tiene otra regla que la libertad y la responsabilidad del consumidor, y en fin si la autoridad se abstiene de intervenir en pro ni en contra.

Resulta de lo dicho que el gobierno hace mal en fomentar el lujo; pero tambien hace mal en reprimirlo. Sin embargo fué doctrina muy corriente entre los políticos y moralistas de los siglos pasados que el príncipe tenia el derecho, y aun el deber, de moderar los gastos particulares dictando leyes y reglamentos suntuarios, á ejemplo de Roma durante la República y el Imperio, y de los reyes más famosos de la edad media.

La riqueza de los pueblos (escribian) consiste en el oro y plata; y si los metales preciosos se consumen en gastos frívolos, ó se sacan del reino en pago de ropas y mercaderías extranjeras, la nacion se desangra. El desórden en galas y convites, y el lujo en general, engendra la molicie y afeminacion y corrompe las costumbres. Es preciso vivir con moderacion y templanza para restablecer la virtud antigua é impedir la disipacion de las haciendas, porque el dinero es el nervio del estado, y sin él todo se atenúa y enflaquece.

Los príncipes (añadian) tienen obligacion de poner límite y raya á la prodigalidad de sus vasallos, como los médicos prescriben la dieta á sus enfermos. Tasando los gastos superfluos é impertinentes, los ricos emplearán su caudal en edificar, labrar y plantar, y los hombres se aplicarán á los ministerios industriales de más utilidad y provecho.

Aunque no faltaron otros que saliesen á la defensa del lujo, alegando que si todos se retirasen con avaricia á no gastar más de lo preciso, cesarian el comercio, artes, rentas y ciencias y todos vivirian en contínua ignorancia y miseria, prevaleció la opinion de los amigos de las leyes suntuarias.

Los gobiernos tenian entónces una altísima idea de su autoridad, y reglaban los actos más sencillos de la vida civil como tutores de los pueblos. El vulgo pensaba lo mismo y tal vez iba más allá. Así fué que en España suplicaron con instancia los procuradores de Cortes al rey que pusiera coto al desórden de los gastos, y se publicaron muchas y diversas pragmáticas prohibiendo el uso de los coches, limitando el exceso de los trajes, de las dotes, de los banquetes y comidas, de los muebles y adornos de las casas, de los lacayos y mozos de espuela, de las bodas y misas nuevas, de los entierros, honras y lutos. Llamaban con mucha jactancia capítulos de reformacion estos minuciosos reglamentos para moderar la demasía de los gastos, porque esperaban los ministros y consejeros del príncipe restaurar con ellos la riqueza de la monarquía y mejorar las costumbres: vana esperanza, pues la verdad es que las costumbres reforman ó estragan el lujo.

La ineficacia de los ordenamientos de Cortes y de las pragmáticas reales se colige del mismo empeño que habia en renovarlas y repetirlas. Burlábanse con astucia, ya que no podian contradecirse con violencia, y toleraban los magistrados lo que no alcanzaban á corregir á pesar del rigor de las penas. Duró esta porfía siglos enteros, y no quedó el principio de autoridad muy á salvo, como habrá de suceder siempre que se manda con intemperancia, ó cosas de imposible ejecucion, ó contrarias á los deseos y hábitos de todo un pueblo.

Y en verdad la policía del lujo no conduce á ningun buen resultado. Por de pronto descansa en un principio opuesto á toda justicia, porque nada parece más conforme á la razon y la equidad natural que cada uno disfrute de sus bienes sin permiso de la autoridad. Añádese que la prohibicion irrita el apetito, y que la vigilancia sobre los contraventores es imposible.

En suma, las leyes suntuarias son inútiles, porque siempre se eluden: vejatorias, porque llevan la inquisicion al seno de las familias: imposibles, porque deben variar todos los dias. El único remedio eficaz contra los excesos del lujo está en nuestros medios ordinarios de existencia, en la rectitud de la opinion y en la pureza de las costumbres.

Los impuestos suntuarios ofrecen el inconveniente de poner en pugna el interés moral con el fiscal. Si el gobierno tuviese el ánimo de combatir el vicio de la embriaguez gravando el consumo de los vinos y licores, acabaria por preocuparse en favor de la renta y alegrarse de su progreso.

Prevalecieron estos arbitrios cuando reinaba una grande oscuridad en la ciencia económica. Hoy ni se condena toda suerte de lujo, ni se confia en la tutela de los gobiernos. El interés individual debe ser la regla de los consumos; y más vale tolerar algunos excesos, que atentar contra la libertad y la propiedad de los ciudadanos, medio seguro de oprimirlos y secar al mismo tiempo los manantiales de la riqueza, porque si el trabajo no tiene su recompensa en el goce ¿ quién se fatiga para producir?

Si aceptamos los reglamentos administrativos como un medio de contener la prodigalidad, procede en rigor aplicarlos á la represion de la avaricia. Así de consecuencia en consecuencia, el gobierno se constituye en árbitro de nuestra fortuna, fuente de la moral y en fin dictador supremo, enemigo de toda libertad.

Los consumos privados siguen la progresion de la riqueza nacional; y conforme van los pueblos adelantando en todos los géneros de industria, el gasto de las personas y familias crece, porque nuevas necesidades exigen nuevos medios, y nuevos medios despiertan nuevas necesidades.

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