Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE CUARTA. - Del consumo de la riqueza.

CAPÍTULO I.  - De los consumos.

Así como producir significa dar utilidad á las cosas y aumentar de esta suerte la suma de los valores, así tambien consumir equivale á deshacer la obra de la produccion, quitando á las cosas su grado de utiIidad, y disminuyendo la suma de los valores existentes.

Consumo, pues, quiere decir destruccion del valor, ya provenga de un cambio de forma, ya de la desaparicion completa ó modificacion de nuestras necesidades, ya de la sustitucion de una utilidad mayor por otra menor. De todas maneras el consumo es el reverso de la produccion, ó el signo negativo del movimiento industrial en oposicion al signo positivo. Produccion y consumo son el principio y el fin de la riqueza, como vida y muerte son los términos naturales de la poblacion.

Aunque la naturaleza del consumo consiste en la desaparicion de los valores creados con tanto afan y á costa de tanta economía, no debe reputarse como un mal, ni evitarse como una pérdida sin compensacion.

La Economía política no aconseja al hombre producir por el mero placer de acumular bienes, sino crear riqueza para gozar de ella. La produccion y el consumo son dos fenómenos correlativos, lo mismo que son correlativas la oferta y la demanda.

Las riquezas son buenas, porque remedian las necesidades de la vida. Cuando llega la hora de consumirlas, se desvanecen, es verdad; pero la necesidad que nos atormentaba queda satisfecha, y no hay trabajo perdido. El daño estaria en destruir valores sin ninguna utilidad para el consumidor. Los pueblos no deben imitar la conducta del avaro que en el silencio de la noche contempla su tesoro, y se goza en verlo tan crecido, y padece crueles privaciones por no menguarlo, pues al cabo las riquezas son para el hombre y no es el hombre para las riquezas.

Consumo es el uso que se hace de una cosa, sacando el partido conveniente de sus propiedades. Unas veces el uso es inmediato y produce satisfacciones personales, como el pan que extingue el hambre ó el agua que apaga la sed, y otras mediato, como los materiales crudos que se destruyen para fabricar un artefacto. En el primer caso suelen los economistas llamarlo improductivo, y en el segundo reproductivo.

La terminologia, por más que se apoye en buenas autoridades, no está exenta de controversia, ni faltan razones poderosas para combatirla. El consumo verdadero, el único que merece este nombre es el definitivo, porque realmente causa la destruccion de un valor. El reproductivo supone la destruccion de una cosa; pero su valor subsiste incorporado en el nuevo producto. Así pues (dicen algunos economistas) no hay consumo improductivo ó reproductivo, sino que hay ó no hay consumo.

Otros, admitiendo la distincion establecida, proponen que se llame reproductivo el consumo que concurre á la produccion de un valor igual ó superior al destruido, y se cambie el nombre del improductivo en no productivo, reservando aquél para denotar el consumo destructivo ó la destruccion fortuita de valores.

Sin duda es defectuosa la antigua nomenclatura; pero aun está comunmente recibida, y por otra parte carecemos dela autoridad necesaria á reformar el lenguaje de Smith, Say y otros señalados economistas.

Los consumos reproductivos, por más que se multipliquen, no merecen vituperio, pues léjos de disminuir la riqueza nacional, contribuyen á su aumento. Los improductivos deben ajustarse á las reglas de la prudencia.

Lo primero importa que no excedan, en cuanto sea posible, de la renta anual del consumidor, y todavía conviene no consumirla toda para capitalizar los ahorros y acrecentar gradualmente la fortuna pública y privada.

Lo segundo deben preferirse aquellos que satisfacen necesidades reales á los que proporcionan goces puramente facticios; por lo cual son dignos de reprobacion los gastos que originan las fiestas populares cuando falta el pan á los pobres, ó se oprime á los contribuyentes, ó se emplearian mejor los valores en procurar beneficios ciertos y duraderos á la sociedad. Esto que decimos de los pueblos, rige tambien, salvas las diferencias que pide la naturaleza de las cosas, respecto á las familias.

Lo tercero deben posponerse los consumos rápidos á los lentos. Aquéllos acallan tal necesidad por un instante; mas la renovacion del apetito exige la repeticion del consumo, y así van desapareciendo valores tras valores. Estos satisfacen la necesidad de un modo permanente; y aunque cuestan más caros, el gasto es de una vez ó de pocas y al cabo resulta una economía verdadera.

El imperio de la moda destruye ó minora el valor de las mercaderías sin hacer uso de ellas, y acaso sin salir de los almacenes del comerciante. Si han pasado á las manos del consumidor, las desecha por inútiles desde que reina otro gusto en la sociedad, aun cuando existan en la sustancia, sólo porque no se ajustan á las nuevas leyes en todos sus pormenores. Así pues, el consumo será tanto más rápido, cuanto más pronto se sucedan los caprichos de esta reina absoluta de nuestros pensamientos y deseos, causa de graves quebrantos en las fortunas de los particulares y de las naciones.

Lo cuarto conviene extender y fomentar los consumos colectivos por su mayor economía en comparacion de los individuales. Una biblioteca pública puede sustituir con ventaja á muchas bibliotecas privadas por ricas y copiosas que sean. El alimento diario de una comunidad religiosa ó de la tropa que se aloja en un cuartel, preparado en una cocina comun, suple la falta de cien ó mil cocinas, y concilia los extremos de bondad y baratura.

El clima, la condicion de las personas, los hábitos, usos y costumbres de cada pueblo y otros accidentes de la naturaleza y la sociedad, determinan la cantidad y calidad de los consumos segun los tiempos y lugares. El grado de policía y cultura de las naciones aumenta las necesidades y de consiguiente multiplica el consumo. En ninguna parte del mundo se ama el comfort tanto como en Inglaterra; y este anhelo de bienestar y de procurar á la familia toda comodidad y regalo, dá origen á una multitud de muebles y utensilios, de cuidados domésticos y delicadezas de la vida que no echan de ménos otras gentes extrañas á una civilizacion tan refinada.

La medida del consumo es el valor, no la cantidad ni la calidad de los productos. El valor se consume una sola vez para siempre; y cuando se reproduce, es que ha transmigrado de una cosa en otra, pero realmente no se ha consumido.

Todo el mundo es consumidor, porque nadie puede vivir sin gastar ó destruir las riquezas que son fruto de su trabajo, ó adquirió mediante el cambio con otros productores. Verdaderamente no existen dos clases distintas, una de productores y otra de consumidores que suelen algunos, con malicia ó imprudencia, pintar como enemigos perpétuos y encarnizados. Todos somos productores y consumidores al mismo tiempo, salvo los mendigos que imploran la caridad pública, y los hombres ociosos y criminales que ponen á contribucion la hacienda ajena.

Son muy distintos los efectos del consumo improductivo y reproductivo, aunque á simple vista no lo parezcan. Para juzgar con acierto del resultado de ambos consumos importa compararlos.

Los efectos aparentes y transitorios del consumo reproductivo son muy otros que los reales y duraderos. La demanda que provoca esta especie de consumo alimenta la industria sin desviar los capitales de su camino, engendra una prosperidad sólida y positiva, derrama la abundancia y baratura por todas partes, conserva los hábitos de laboriosidad y economía, y casi siempre cede en aumento de la riqueza pública.

El consumo improductivo implica asimismo una demanda que pone en movimiento el capital y el trabajo y obra como un estimulante de la produccion. La demanda no nace propiamente del consumo, sino del deseo ó necesidad de consumir. Disminuye la riqueza; pero consumiéndola se aprovecha. Otra cosa seria si el consumo perteneciese á la clase de los destructivos, esto es, si la riqueza pereciese por la inundacion, el incendio, la guerra, etc., porque no satisface ninguna necesidad ó deseo; y aunque excita por de pronto alguna demanda y aviva un poco la produccion, padecen menoscabo los medios de adquirir y resulta una pérdida sin compensación.

Cualesquiera que sean las ventajas del consumo reproductivo sobre el improductivo, debe el gobierno abstenerse de toda intervencion con el objeto de acelerar el uno ó retardar el otro. La inclinacion de los particulares al ahorro ó á la disipacion nace de multitud de causas que huyen á la perspicacia de la autoridad ó están fuera de su alcance. Moderar el gasto de las personas y familias es cosa que se ha intentado muchas veces, y siempre en vano.

La produccion favorece el consumo, y el consumo estimula la produccion con este contínuo flujo y reflujo de la riqueza. La necesidad excita la actividad del hombre, le despierta de su letargo y sacude la pereza de sus miembros; pero en balde le atormentarian los más vehementes deseos de consumir, si careciese de productos que ofrecer en cambio. La necesidad es madre de la industria, el principio de toda produccion y el fin de todo consumo. Los salvajes apénas conocen necesidades, y así viven y mueren en la miseria, cuidándose poco de lo presente y nada de lo venidero. Para vencer sus hábitos de indolencia é infudirles amor al trabajo, es preciso fomentar sus necesidades con el aguardiente, la pólvora, las armas, las ropas, las cuentas de vidrio y otras mil bujerías: medios á veces nada conformes á la moral. En lugar de maldecir la necesidad deberíamos bendecirla, como orígen de todos los bienes que la civilizacion nos procura.

La prosperidad de los pueblos se funda en el equilibrio de la produccion y el consumo. Si el consumo improductivo de tal nacion llegára á suspenderse (cosa imposible), la produccion cesaria, porque no tendria objeto: si se debilitase, se quebrantaria, y en ambos casos quedaba señora del campo la pobreza.

El consumo tiene puertas muy anchas por lo mismo que las necesidades del hombre no conocen límites, y su sed de gozar es inextinguible. Cuando el consumo no devora todas las riquezas existentes, no digamos que la produccion es demasiada, sino al contrario muy exígua. Aparte de ciertos accidentes pasajeros como el temor de una guerra, las discordias civiles, leyes insensatas ó gabelas onerosas que turban el órden económico, es regla general que la produccion alimenta la produccion, porque no hay demanda sin oferta equivalente.

Divídense además los consumos en públicos y privados: éstos satisfacen las necesidades particulares, y aquéllos remedian las colectivas del estado.

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