Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.

CAPÍTULO XXXIV. - De la población.

No se escribe de Economía política por el solo placer de multiplicar la riqueza de los pueblos y contemplar su prosperidad, como el avaro contempla con ojos encarnizados sus estériles tesoros, sino con ánimo generoso alentado con la esperanza de mejorar la condición de los hombres. Así es la población un asunto grave, digno del estudio más atento y reflexivo, y tan principal, que usando de la feliz expresión de un escritor, forma la materia viviente de nuestras investigaciones.

Desde tiempos muy antiguos vienen los filósofos, los políticos y los moralistas midiendo la grandeza y el poder de los estados por el número de gentes que los pueblan, y sustentando la doctrina que la multitud de moradores es signo infalible de riqueza, de vigor y buen gobierno, y apoyándola en la autoridad del Sabio entre los sabios que dijo: In multitudine populi dignitas regis, et in paucitate plebis ignominia principis.

Dejemos a los teólogos el cuidado de interpretar el texto, y hablemos a lo profano. Hay en esta manera de pensar un error conocido, porque el valor de la población no debe estimarse sólo por el número de habitantes, sino tomando además en cuenta las circunstancias que determinan su naturaleza. La gente flaca de cuerpo ó de espíritu, inclinada al ocio ó de malas costumbres, antes es carga que alivio del estado; y por eso importa considerar juntamente la cantidad y la calidad de la población.

No, el exceso de población no es un bien, sino un mal, porque engendra la miseria con sus vicios, sus dolores y sus peligros para el orden social. Este exceso es posible aquí ó allí, hoy ó mañana, y conviene evitarlo. Lejos de imitar el ejemplo de los gobiernos que procuraron acelerar el movimiento de la población concediendo premios a los padres de numerosas familias, ó prohibiendo la emigración de los naturales a tierra extranjera, como si la voluntad del hombre pudiera mucho en multiplicar estos prodigios de fecundidad, ó fuera justo cerrar las puertas de la patria a los perseguidos de la desgracia, debemos aplicarnos al estudio de las leyes económicas que determinan las causas de su aumento ó disminución. Si la ciencia no lo demostrase, acreditaría la experiencia toda la vanidad del sistema reglamentario aplicado a promover artificialmente la multiplicación de la especie humana; pero el doble criterio de la ciencia y de la experiencia lo condena como absurdo en la especulación, y en la práctica como remedio ineficaz.

Todos los seres vivientes están dotados por la naturaleza de una potencia virtual de reproducción tan fecunda, que uno solo, no hallando obstáculos a su multiplicación, llegaría en poco tiempo a poblar el universo. Dicen algunos escritores que un pié de maíz puede producir hasta 2,000 granos, y otras plantas, por cada uno de semilla dar hasta 100,000 de cosecha supuestas las mejores condiciones. Los animales, sobre todo los ovíparos, también se multiplican en una proporción casi infinita. Si el arenque ó la sardina no tuviesen tantos enemigos que los devoran a millares y millones, una sola de estas familias llenaría los mares en breve plazo, y aun le seria casa estrecha la inmensidad del Océano.

Lo mismo sucede al hombre. La posibilidad fisiológica de la propagación de la especie humana es casi ilimitada. Cuéntale que habiendo naufragado en 1590 un hombre y cuatro mujeres, y sido todos cinco arrojados a una isla desierta, en el espacio de 77 años que vivieron ignorados del resto del mundo, crecieron hasta el número de 11,000 habitantes. Sea ó no verdadera la tal historia, basta a nuestro asunto considerarla como posible, pues suponiendo cinco matrimonios, la plena pubertad a los 18 años y por término medio seis hijos, podría haberse formado una población de 40,000 almas.

La energía del principio de la población es tan grande y poderosa, que no existiendo obstáculos que la compriman, se dobla en un periodo de 25 años, y no faltan noticias fidedignas que prueban la posibilidad de recibir este incremento en 20, 18, 15, 14 y aun 13 años. W. Petty afirma que siendo las circunstancias muy favorables, la población podría doblarse en 10 años. Nuestro Solórzano, tratando de la población del Nuevo Mundo, acepta el cómputo de Tornielo, quien sacó la cuenta que de un solo matrimonio en el espacio de 210 años, puede nacer una posteridad de 1647,086 individuos (Política indiana, cap. V). Regularmente se desarrolla con bastante más lentitud, y suele doblarse en un periodo de 50 años como en Irlanda, Grecia, Austria y Polonia; de 40 como en Bélgica, Toscana y Cerdeña; de 30 como en Baden y Hungría, ó de 25 como en los Estados Unidos.

La diferencia entre la posibilidad fisiológica de reproducción y los datos recogidos por la estadística, aun en los pueblos donde es más rápido el acrecentamiento de la población, se explica considerando el límite que ponen a la multiplicación del hombre los medios de existencia. Así la ley económica de la población es la resultante de la ley que preside al movimiento progresivo de la riqueza. Si no hubiera obstáculos a la población en las necesidades del hombre y en la falta total ó parcial de medios de satisfacerlas, llegaría tal tez a triplicarse en un plazo de 26 años; pero habiendo obstáculos (y existen siempre), de su número y fuerza depende que la población camine, con más ó menos prisa, que se mantenga estadiza ó se disminuya.

Entendemos por subsistencias ó medios de existencia las cosas útiles a la satisfacción de las necesidades del hombre que no se limitan al alimento, sino que se extienden al vestido, al hogar doméstico, a las comodidades de la vida según el clima, la condición de las personas, los usos y costumbres de cada pueblo. En fin, subsistencias y riqueza, tratándose de población, todo es uno.

Cuando abundan las subsistencias la población puede crecer con desahogo, y cuando escasean se para ó mengua. Decimos puede crecer, porque la riqueza no es causa necesaria del aumento de la población, sino un estado favorable a su desarrollo. Las causas son el atractivo de los sexos, las alegrías de la familia, el deseo natural de transmitir el nombre ó la fortuna a una posteridad en quien casi perpetuamos nuestra vida, poderosos incentivos del matrimonio y prenda segura de la multiplicación indefinida de la especie humana.

Ahora bien: supongamos una riqueza igual a 1,000 y un consumo mínimo igual a 10: en este caso podrá subsistir, haciendo abstracción de las desigualdades de fortuna, una población equivalente a 1OO. Si la riqueza sube a 1,500, la población podrá llegar a 150; y por el contrario, si la población baja a 500, la población descenderá hasta 50. En términos generales diremos, siguiendo los pasos de un economista moderno, que la suma total de las subsistencias es el dividendo, el número de personas que alimentan el divisor, y la cuota media de cada una el cuociente. Si el dividendo crece mucho, pueden crecer asimismo el divisor y el cuociente, y la población se halla en vías de prosperidad; y si crece el divisor y no el dividendo, mengua el cuociente, y la población entra en un periodo de decadencia.

No basta al economista asentar la máxima que la población camina al compás de la riqueza, sino que debe fijar la proporción entre ambos términos investigando la ley de este doble movimiento.

Malthus, cuyo nombre va unido a la teoría de la población como el de Galileo a la rotación de la tierra y el de Newton a la atracción universal, establece la doctrina que el género humano se multiplica en proporción geométrica, y sólo en proporción aritmética aumentan las subsistencias. Según él, suponiendo que no existan obstáculos a la población, crecerá como 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, y las subsistencias como 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7,8, 9: de consiguiente la relación entre la población y las subsistencias que empezó siendo de 1 a 1, al cabo de dos siglos deberá ser de 256 a 9: grave perturbación del necesario equilibrio entre el hombre y la riqueza.. Resulta pues, que al cabo de dos siglos habría un exceso de población, llegando a ser 28 veces mayor que los medios de alimentarla; y así fomentar los matrimonios siendo ya tan fecunda la potencia orgánica de la multiplicación de la especie humana, además de impolítico raya en crueldad, porque equivale a condenar los que llegan tarde al banquete de la vida a una muerte prematura debiendo perecer al rigor del hambre y la miseria. ¡Terrible decreto de la naturaleza!

No desconoce Malthus la influencia de los obstáculos que retardan el movimiento de la población, antes los señala, clasifica y demuestra. Unos son privativos (dice) y otros destructivos, y acaso con más propiedad, acomodándonos el genio de la lengua castellana, pudiéramos llamarlos preventivos y represivos. Aquéllos obran de una manera anterior, y éstos posterior, porque dificultan la multiplicación del linaje humano disminuyendo el número de los nacimientos, ó aumentando el de las defunciones.

Malthus resume su teoría de la población en las tres proposiciones siguientes:

1. ª La población está necesariamente limitada por los medios de existencia.

2. ª La población crece invariablemente donde quiera que aumentan las subsistencias, a no ser que obstáculos poderosos y manifiestos no la compriman.

3.ª Estos obstáculos particulares, y todos los demás que debilitan la fuerza preponderante de la población y la obligan a ponerse al nivel de las subsistencias, pueden referirse a tres causas, la continencia voluntaria, el vicio y el infortunio (Essai sur le principe de la population, liv. I, chap. 2.).

La teoría de Malthus fue piedra del escándalo para unos y para otros blanco de rudos ataques y motivo de acaloradas controversias. Dejando aparte las exageraciones de la nueva escuela cuya culpa no tanto debe recaer sobre Malthus, cuanto sobre sus discípulos que forzaron el pensamiento del maestro, la ciencia económica reconoce por verdadera la tendencia progresiva del hombre a multiplicarse, la relación necesaria entre la población y las subsistencias y la eficacia de los obstáculos preventivos y represivos.

No admite el paralelo de las dos proporciones aritmética y geométrica, ni debe interpretarse con rigor matemático, sino como una fórmula clara y sencilla para demostrar que la fecundidad del hombre tiende a vencer la fecundidad de la riqueza. Así queda a salvo el principio de la población, pues siempre será verdad que la población encierra en sí misma fuerzas casi infinitas de reproducción, mientras que la tierra es limitada, y limitados por tanto las subsistencias.

Supongamos que mediante el rompimiento de tierras incultas, el aumento de capital, la aplicación de un trabajo mayor y el progreso en el arte del cultivo, la producción agrícola de España se doble en 25 años. Es bien seguro que no llegará a cuadruplicarse en los 25 siguientes, y mucho menos guardará esta proporción en los otros 25, porque las tierras que se labran cada vez son más estériles, el capital cada vez se forma con más lentitud, y el trabajo cada vez exige esfuerzos más penosos y obtiene menor recompensa. Sucede en la agricultura que a cada aumento de trabajo y capital corresponde un incremento de producción como en toda industria; pero no proporcional a la suma añadida, sino inferior y en progresión descendente. Dadas, pues, estas dos tendencias desiguales, el desnivel de la población y las subsistencias es fatal y necesario. Que la crisis tarde un siglo ó diez siglos en presentarse importa poco, porque los años son momentos en la historia de la humanidad, y porque la ciencia no se cuida del tiempo ni del espacio. Además, no basta hacerse esta reflexión para la tranquilidad de los gobiernos que deben precaverse contra todo exceso relativo de población, posible y aun fácil en un país y en un período determinado.

La progresión descendente de que hemos hablado se contiene durante un período más ó menos largo, cuando a beneficio de invenciones, de sistemas más perfectos, de máquinas poderosas y otros medios que sugiere la industria, el trabajo llega a ser más productivo. La libre importación de cereales equivale a la introducción de un nuevo método de cultivo que permite obtener de la tierra mayor cantidad de frutos a costa de un trabajo menor. Sin embargo, al cabo de algún tiempo la ley compuesta del aumento sucesivo de la población y la disminución, también sucesiva, de las subsistencias recobra su imperio.

No es menos verdadera la teoría de los obstáculos que completa el pensamiento de Malthus. Todos los preventivos proceden del vicio ó de la razón, y todos los represivos del vicio ó la miseria.

Como éstos se derivan de tan malas fuentes y se resuelven en otras tantas causas de mortalidad, conviene huir de ellos y refugiarse en los preventivos, descartando los viciosos, por ejemplo, el libertinaje, la prostitución, la poligamia, la esclavitud, etc., y quedándose con sólo el razonable ó la continencia voluntaria. Tal es su conclusión.

Levantóse un clamor general contra Malthus, porque (dijeron sus adversarios) recomendar la continencia es ir contra la ley divina del crescite et multiplicamini, olvidando que la Sagrada Escritura ensalza la virtud de la castidad. Si en todos los actos de la vida debe el hombre hacer uso de la prudencia ¿no será lícito mostrarla al contraer matrimonio, evitando los inconvenientes que nacen de celebrarlo en edad prematura, ó entre personas que carecen de los medios necesarios a sustentar las cargas de una familia? ¡Cuánto mejor es no dar la vida a nuevos seres semejantes a nosotros, que arrojar al torbellino del mundo generaciones tras generaciones y precipitarlas en los abismos de la muerte, sin poner descanso entre la cuna y el sepulcro! Tan esencial es la prudencia en cuanto al matrimonio que en algunos pueblos de Europa, desconfiando la ley de la previsión individual, ha querido suplirla con la previsión del estado, y ha prohibido el casamiento sin previa información de que cuentan los esposos con medios de ganar la vida y mantener los hijos.

El progreso de la civilización disminuye la eficacia de los obstáculos preventivos y represivos al desarrollo de la población. Por un lado aumenta la riqueza y el bienestar de las gentes, mejora las costumbres, multiplica los cuidados de la higiene y de la salubridad general, mitiga los efectos de las escaseces y carestías, y en fin remueve muchos de los estorbos a la propagación de la especie humana, y por otro combate las causas de la mortalidad. En prueba de ello obsérvese cómo en los tiempos modernos se ha prolongado la vida probable y la vida media del hombre en todas las naciones ricas y cultas.

Llamase vida probable al término regular de la existencia de los individuos nacidos en un año, cuyo término se averigua notando la edad a que suelen quedar reducidos a la mitad de los nacidos los sobrevivientes, por ejemplo: si al cabo de 25 años de cada 100 nacidos sobreviven 50, la vida probable será de 25 años. La vida media es el término proporcional de estos mismos individuos, y resulta de adicionar los años que cada uno ha vivido, y dividir la suma total de edades por el número de defunciones, por ejemplo: si 100 personas fallecidas en diversas edades han vivido colectivamente 3,600 años, la vida media será de 36 años. El aumento de la vida probable y la vida media es un signo de prosperidad y buen gobierno; pero este mismo beneficio complica el problema de la población.

Entre los obstáculos represivos ó destructivos que se cuentan como más eficaces están la guerra y la peste con sus grandes mortandades. La guerra, por sangrienta y larga que sea, no disminuye la población de un modo sensible, antes agrava el daño del exceso con respecto a las subsistencias, porque ocasiona gastos enormes, destruye capitales é interrumpe el trabajo agravando la miseria de los pueblos. La peste todavía influye menos en la despoblación del mundo, porque deja intacta la riqueza, y la riqueza existente da lugar a nuevos matrimonios, y nuevas generaciones colman el vacío de los que perdieron la vida al rigor de la epidemia. Como abundan las subsistencias, el principio de la población recobra y aun redobla su energía, y pronto se restablece el perdido equilibrio.

En resolución, Malthus señaló con el dedo los peligros de una población exuberante, los males de las leyes prohibitivas y de la contribución de pobres, las consecuencias de la imprevisión como causa de miseria, los errores de la caridad legal y la ineficacia de los premios y recompensas ofrecidas al matrimonio. Su libro es una protesta continua de la doctrina del interés individual contra la intervención del gobierno. Repele la acción coercitiva de la autoridad, y proclama la libertad del individuo regulada por la prudencia. Seria rebajar la dignidad del hombre equipararle a los animales útiles cuya multiplicación solicitamos con industria. El matrimonio se contrae ó no se contrae según las determinaciones de nuestra voluntad, y no mediante la intervención del gobierno. Las únicas influencias legítimas en este caso son las de la religión, la moral, el interés privado y la autoridad paterna.

Si la ley de la población pudiese dominar sin obstáculos que la moderen y repriman, la tendencia llegaría a convertirse en hecho universal y absoluto; pero hay en la sociedad y en la naturaleza misma fuerza contrarias a la propagación de la especie humana que nos permiten abrigar la consoladora esperanza de que el mundo no perecerá por el hambre.

A la ley fisiológica de la generación del hombre opone la Providencia otra ley fisiológica en la multiplicación indefinida de las plantas y animales; y así como no permite al arenque henchir los mares, no consentirá al hombre llenar la tierra. Los gérmenes de la vida están compensados con los estragos de la muerte, el vicio crece al lado de la virtud, el lujo se levanta en medio de la miseria y en todas partes alterna el mal con el bien. El mundo es ancho, y de cierto se acabará antes que el hombre llegue a cumplir por entero el precepto del Génesis.

Si el progreso de la civilización pudiera ser tal que el hombre alcanzase aquel estado de perfección ideal por que suspira, hallaría dentro de si mismo fuerzas bastantes a contener el exceso de la población. Siendo imperfecta la sociedad, los obstáculos a la multiplicación del linaje humano existirán siempre en mayor ó menor grado, y templarán la energía de aquel principio, acreditándose que el bien y el mal, como la luz y las tinieblas, contribuyen a mantener el orden de la creación. Todos podemos vivir sobre la tierra, y todos cabemos debajo del sol.

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