Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.

CAPÍTULO XXXII. - Del comercio de granos.

Considera el vulgo el tráfico de cereales como una especie distinta de comercio en razón de ser los granos y semillas alimenticias artículos de primera necesidad, elementos de toda producción, causa de general carestía ó baratura, principio y fundamento de toda riqueza. Mas a decir verdad, cualquiera que sea su importancia, el tráfico de cereales se ajusta a 1as reglas comunes del comercio, porque la distinta naturaleza de las mercaderías no altera la esencia de los cambios ni modifica las leyes del mercado. Por el contrario, si la libre concurrencia fomenta la pública prosperidad, debe sustentarse esta doctrina con más calor cuando las cosas satisfacen necesidades extremas; Si reinan preocupaciones populares contra los especuladores en granos a quienes tratan unos de usureros y otros de codiciosos que celebran pactos con el hambre, conviene vencerlas y desterrarlas; y si las escaseces y carestías promueven asonadas y motines que ponen en peligro la sociedad, importa precaverlos dando consejos según la ciencia económica para conseguir la abundancia y la baratura de un modo permanente.

No dejará de haber alternativas en el precio de los cereales como en todas las demás mercaderías, y más aun que en ellas, porque la producción es muy desigual. La demanda continúa siendo casi la misma; pero la oferta depende de la voluntad del cielo que envía las cosechas largas ó cortas. Y puesto que mientras dure el mundo habrá años buenos y malos según vengan favorables ó adversas las estaciones, sin que lo pueda evitar ninguna providencia humana (bien que alcance a remediarlo en parte el progreso general de la agricultura), la cuestión se cifra en averiguar cuál de dos sistemas promete mayores ventajas, si la intervención del gobierno en el comercio de granos restableciendo la policía de los abastos, ó la plena confianza en el interés particular bajo el régimen de la libre concurrencia.

Para quien estuviere penetrado de los principios fundamentales de la Economía política, la elección no es dudosa; pero todavía conviene descender al terreno de las aplicaciones para disipar los escrúpulos que tal vez asalten el ánimo del lector timorato. Piden el método y la claridad que examinemos separadamente el comercio interior y exterior de granos, la exportación y la importación.

El tráfico de cereales consiste en comprarlos baratos para revenderlos caros: he aquí su descripción menos favorable.

El tratante en granos compra su cosecha al labrador, y con esto le descarga del cuidado de conservarlos en sus trojes, y le suministra el dinero necesario para aprender nuevas labores que alimentan la producción agrícola: de consiguiente presta dos importantes servicios al productor.

Sustituyendo a los capitales que da los granos que recibe, los guarda y custodia como si fuesen moneda, los transporta al mercado, los esparce y divide consultando las necesidades del consumo. De esta manera ahorra tiempo y trabajo al comprador, le asegura la provisión del pan cotidiano, le procura la comodidad del menudeo, y así favorece al consumidor.

El tratante en granos compra para revender, es decir, que no estanca, no aspira al monopolio. Los que toma un día los conserva en depósito, y otro día los devuelve a la circulación. Revende, porque el labrador no puede esperar al consumidor, ni éste puede atravesar toda la cosecha del labrador. Ambos necesitan un medianero activo é inteligente que concierte sus intereses, una tercera persona cuyo oficio sea allanar las dificultades del contrato y mejorar sus condiciones.

Dicen que el tratante en granos compra barato y vende caro. Expliquémonos. Si se pretende significar que vende más caro que compra, nada más verdadero, natural y justo, porque no puede haber comercio sin ganancia. Si se da a entender que sus utilidades no son legitimas ni razonables, se comete un error muy grave.

Las especulaciones en granos requieren mucha inteligencia y gruesos capitales, y están expuestas a multitud de accidentes que suben ó bajan el precio de los cereales, sin que la previsión humana alcance a evitarlos. Cuando todo sale bien, las ganancias son considerables; pero no siempre la fortuna asiste al especulador, y entonces experimenta pérdidas no menos cuantiosas: de modo que compensando unas con otras resulta un beneficio regular.

Si las utilidades que deja el comercio de granos fuesen superiores a las comunes, tantas personas aplicarían a este tráfico su capital, que haciéndose una muy viva competencia, acabarían por reducirlas al nivel común. La libertad no consiente el monopolio de unos pocos especuladores, porque pronto se aumentaría su número, ni tolera los precios exorbitantes, porque agavillar los granos de un reino ó provincia es imposible. Tal vez logren los especuladores agravar una carestía local pero el mismo tráfico libre de cereales corrige este defecto en cuanto fomenta la producción agrícola, y por otra parte el buen estado de las vías de comunicación y transporte conduce a destruir los mercados pequeños y reemplazarlos con los grandes.

Si la autoridad no consigue que le obedezcan las estaciones; si no logra que las cosechas vengan iguales; si no inventa medios eficaces para moderar el consumo, no puede ni debe tomar sobre sí la responsabilidad de ofrecer a los pueblos el pan siempre barato. La tasa es un atentado contra la propiedad del labrador y del mercader, y además agrava la carestía en vez de remediarla. Con la tasa padecieron las gentes hambres horribles, se atropellaron las leyes y se negó la obediencia a los magistrados. Sólo resta un camino, el de la libertad que favorece el desarrollo de la agricultura, proporciona la oferta a la demanda y propende al equilibrio de los precios en el tiempo y en el espacio.

El libre comercio de granos en lo interior de un reino es una conquista definitiva de la ciencia económica, y nada antigua, pues data de fines del último siglo. Turgot en Francia y Campomanes en España levantaron su voz contra los reglamentos que lo entorpecían y juntándose a la bondad de la doctrina la autoridad de su voto, prepararon las reformas que hoy agradecen los pueblos y alaban los economistas. Antes de ellas la policía de los abastos, las tasas y posturas y las aduanas provinciales, así como las leyes contra los que ocultasen los granos de su cosecha ó los comprasen para acopiarlos y revenderlos, aumentaban la escasez y la carestía de los frutos añadiendo aflicción al afligido.

La agricultura estaba postrada y debía estarlo, porque el precio de todas las cosas depende de la abundancia ó escasez, ó mejor dicho, de la relación entre la oferta y la demanda. La mucha ó poca cantidad de artefactos procede en gran parte de la voluntad del hombre, quien con su diligencia y economía multiplica los productos del trabajo; pero en la agricultura no basta la industria del hombre para que haya copia de cereales.

Siendo el año fértil, baja el precio de los frutos, y el labrador padece miseria, porque no saca ganancia de sus labores, y acaso no rescata los gastos del cultivo.

Siendo estéril sube el precio de los granos, y el labrador percibe una utilidad que parece crecida regulada por el trabajo y capital invertido en la producción; pero en realidad muy moderada, si la consideramos como la justa compensación de pérdidas pasadas ó futuras y de los riesgos naturales de la industria agrícola.

Cuando todas las provincias de un reino de mediana extensión gozan de entera libertad para comunicarse sus frutos, como sucede de ordinario que la cosecha sea en unas abundante y en otras escasa según la diversidad de los climas, de las tierras y de los temporales, el exceso de la producción del norte, por ejemplo, remedia la falta del mediodía, y los terrenos de regadío suplen con sus creces las menguas de los secanos, acudiendo el interés particular solícito y discreto a llevar los cereales del mercado donde están más caros; y si el tráfico interior es libre y fáciles y económicos los transportes, la provisión se ajusta a la necesidad de cada lugar y los precios se nivelan ó tienden a nivelarse. Resulta de aquí un equilibrio permanente en el precio general de los granos que asegurando la legítima ganancia del labrador fomenta la agricultura, y poniendo coto a la salida artificial de los artículos de primera necesidad favorece las artes y el comercio. La libre concurrencia pone en armonía los intereses de los productores y consumidores siempre que la dificultad y carestía de los medios de comunicación y transporte no hagan ilusorios los beneficios de la ley protectora del movimiento natural del comercio.

Por eso decía Campomanes con tanta verdad y razón que no eran los labradores quienes encarecían el pan, sino los ministros de la justicia con sus violencias para sacar los frutos al mercado, a que respondían aquellos con sus diligencias por esconderlos y sepultarlos en las trojes: que el comprador da la ley en el mercado cuando abundan los granos, y el vendedor cuando escasean: que no es justo, ni conveniente, ni tendrá jamás observancia un mandato de la autoridad que atropelle la libertad natural del comprador y del vendedor: que hay el mismo agravio en obligar al cosechero a vender baratos los frutos en tiempo de escasez, que en compeler a los consumidores a comprarlos caros en tiempo de abundancia; y en fin que sólo la libertad del comercio interior es la balanza para pesar los extremos de baratura y carestía tan perjudiciales al reino (Respuesta fiscal sobre abolir la tasa de los granos.).

Uno de los arbitrios más comunes y al parecer más eficaces para moderar el precio de los cereales, es formar acopios ó graneros públicos por cuenta de la autoridad que compra, guarda y vende los frutos según las vicisitudes del mercado. Sin embargo, este sistema de reservas adolece de muchos y graves inconvenientes. Lo primero exige anticipos y gastos de almacenaje considerables, a que se agregan las pérdidas por averías, la administración descuidada, los reprobados manejos y multitud de abusos propios de toda especulación oficial. Lo segundo el comercio libre teme la competencia de este otro comercio privilegiado, y así limitan los particulares sus negocios, y se aventuran menos y procuran desquitarse con la subida de los precios de los mayores riesgos que corren lidiando con un enemigo tan poderoso.

Buena prueba de la poca ó ninguna eficacia de los acopios tenemos en España donde pasaban de 8,000 los pósitos a principios del siglo, sin que fuesen parte a evitar las carestías. Ni las mejores leyes, ni los más prolijos reglamentos bastaron a impedir que la codicia se apoderase de los granos y caudales, que se repartiesen con pasión y se multiplicasen los créditos incobrables. El gobierno, apurado de recursos y no teniendo ya a donde volver los ojos, tomó de los fondos de los pósitos sumas muy gruesas a título de contribución ó de préstamo que no fueron ni serán reintegradas; y así por esta causa como por las razones arriba dichas no iba descaminado un escritor político del siglo XVII, cuando aseguraba que de los pósitos venían muchos perjuicios a los pueblos y mayor hambre que remedio.

El comercio exterior de granos es objeto de más viva controversia, y así necesitamos remontarnos a las fuentes de nuestra doctrina acerca de la libertad del cambio internacional.

Queda advertido que la prohibición y la protección no se diferencian en el principio, sino en el grado, pues si la una imposibilita, la otra dificulta el comercio. Poner trabas a la importación ó exportación de cereales es rehabilitar el sistema reglamentario en la industria y atentar contra la libertad del trabajo.

El bien de los productores y consumidores aconseja permitir la salida de los granos sin temor de las hambres y carestías En los años buenos la extracción favorece a los labradores que sin el desahogo de los mercados extranjeros, venderían los frutos a precios ínfimos causando su ruina; y en los años malos los precios subidos cierran la puerta a los cereales necesarios al consumo interior. Jamás se lleva a los mercados de fuera sino lo sobrante; y en punto a granos y semillas alimenticias suele ser lo sobrante tan poca cosa comparado con el consumo ordinario de cualquiera nación, que se necesita el concurso de varias para remediar las faltas de una cosecha.

La prosperidad de la agricultura se funda en la ganancia de los labradores, y estos se pierden igualmente en la esterilidad y en la abundancia, si la saca de los frutos no viene en su auxilio. La cosecha escasa aumenta el precio de los granos; pero siendo leve la cantidad que excede a las necesidades del consumo doméstico, apenas basta al labrador de medianas conveniencias para cubrir los crecidos gastos de las labores. La cosecha abundante disminuye los precios, y cuantos más frutos se cogen, tanto más suben las expensas del cultivo, no quedando beneficio alguno al cultivador.

La exportación de cereales mantiene los precios en los años buenos y no agrava la carestía en los años malos, porque no permite que la abundancia excesiva envilezca los granos, ni aumenta la escasez con su salida a los mercados extranjeros. La prohibición de exportar podrá pasar como una concesión a las preocupaciones del vulgo, un calmante de las pasiones populares, un acto de prudencia para evitar desordenes y tumultos; pero no es una solución al problema económico del pan barato. Nada impide con tanta eficacia la saca de los granos como su alto precio después de una mala cosecha. Además, la exportación y la importación no son incompatibles porque puede suceder, por ejemplo, que España exporte cereales por los puertos del Océano y los importe por los del Mediterráneo, con lo cual se aleja el temor de las carestías. Y si todas las naciones cerrasen la salida a los granos durante un año generalmente malo, ó si unas respondiesen ó otras con represalias mercantiles, cierto que el abastecimiento de los pueblos correría gran peligro, y al pánico de hoy sucederían verdaderas y crueles hambres.

Conviene ilustrar la opinión y persuadir a las gentes que si no hay extracción de frutos la agricultura no prospera, y no prosperando nunca gozaremos de abundancia permanente. Por el contrario, prohibiendo la salida de los granos se arruinan los labradores, consumen su capital, abandonan sus tierras, mendigan en vez de labrar los campos ó emigran de su patria en busca de la fortuna que ésta les niega, sucede la escasez y sobreviene una perpetua carestía.

¿Y qué diremos de la importación? La ciencia clama por la libertad y el vulgo pide la prohibición. Entre estas opiniones extremas se levanta la voz de los hombres que se honran a si mismos con el dictado de prácticos por excelencia, solicitando la protección.

Hemos asentado que entre la protección y la prohibición no hay más diferencia que entre lo más y lo menos, el todo y la parte; de modo que la cuestión queda reducida a optar por la restricción ó la libertad.

Dicen que la agricultura es causa primera de toda riqueza, y que por tanto es necesario protegerla. Este argumento envuelve una defensa disimulada de la fisiocracia, y seria inútil refutar tan añeja doctrina. Los ejemplos de Holanda, Ginebra, Génova y Venecia, y también de nuestra Barcelona durante la edad media, que sin agricultura ó con agricultura muy escasa llegaron a la cumbre de la riqueza y prosperidad, nos demuestran que las artes y oficios no son menos fecundos, y que el comercio puede suplir la falta de cosechas propias. En Holanda principalmente el pan nunca está caro ni barato, porque nunca hay escasez ni abundancia de granos. Como la provisión de sus mercados no depende de la irregularidad de las cosechas, los holandeses no padecen carestías ni temen las hambres.

No queremos decir con esto que deba descuidarse la agricultura allí donde la tierra convida con sus frutos, sino que puede vivir un pueblo contento y seguro, aunque necesite comprar las sustancias alimenticias al extranjero. En tal caso empleará todos sus capitales y todo su trabajo en la producción fabril y comercial, y aplicará una parte de su riqueza al consumo interior, y otra parte a procurarse granos en cambio No será por eso más ni menos dependiente ó tributario de extrañas naciones, porque la demanda y la oferta suponen valores iguales. La dependencia y la independencia son siempre recíprocas y mutuamente se anulan.

Enhorabuena fomente el gobierno la agricultura, si la naturaleza ayuda los esfuerzos del hombre; pero ¿será justo, conveniente y eficaz prohibir la importación de los cereales extranjeros, ó dificultarla estableciendo derechos protectores?

Los granos, como subsistencias y como primeras materias, deben estar baratos, pues su carestía produce la carestía de todas las cosas necesarias ó útiles a la vida. La concurrencia regula el precio de los cereales y estimula a mejorar el sistema de cultivo y los métodos de labranza. Del monopolio resultan el encarecimiento de los frutos y el abandono a la rutina y a las prácticas viciosas nacidas en la infancia de los pueblos y perpetuadas por la incuria de los labradores. Sin el aguijón del interés individual no hay esperanza de progreso en ningún ramo de la industria, ni concordia posible entre los productores y los consumidores.

Un derecho protector significa una prohibición limitada, un monopolio condicional. Influye la protección, por más racional que sea, en turbar las condiciones normales del mercado. El libre comercio de granos establece la proporción conveniente entre la demanda y la oferta, y el derecho protector resucita los efectos de la tasa.

La protección a la agricultura es una manifiesta rebelión contra el principio incontestable de la libertad del trabajo, porque si el gobierno por un acto de potestad arbitraria favorece al labrador, perjudica al fabricante; y así se protegen los trigos a costa de los algodones, salvo el pensamiento de proteger los algodones a costa de los trigos, y comunicándose el privilegio quedan todos iguales, sino contentos, imponiendo doble carga a los consumidores.

El derecho protector en beneficio de los cereales equivale a una contribución sobre los artículos de primera necesidad que la Economía política condena como contraria al desarrollo de la riqueza y onerosa a las clases más pobres y miserables. El precio de los granos debe subir hasta satisfacer los gastos de la producción con más la legítima ganancia del labrador; y el derecho protector no permite que este precio descienda y se fije en su nivel natural.

El carácter del derecho protector es ser un privilegio temporal, y sin embargo se prorroga de año en año y de siglo en siglo, convirtiéndose en perpetuo. Su fin es conjurar los peligros de la concurrencia asegurando a las naciones atrasadas en la agricultura la posesión de sus mercados interiores, y todas se confiesan flacas y temen la rivalidad de la misma flaqueza.

La protección termina en fijar un precio de monopolio en vez del precio de la libre concurrencia. Hay pues, una carestía legal donde debiera reinar la baratura, y no sólo suben los granos más de lo justo y razonable, pero también adquiere la propiedad territorial una estimación superior a la que le corresponde según la ley económica del equilibrio entre todos los valores. A la sombra de la protección se ponen en cultivo tierras menos fértiles, se violenta la producción agrícola, se tuerce el curso del trabajo y capital, se fomentan intereses onerosos a la nación, y los cereales producidos en circunstancias desfavorables determinan el precio de los producidos en circunstancias favorables. De esta manera, sin ser la tierra estéril, participa el pueblo de los efectos de la esterilidad.

No son los labradores quienes más se aprovechan de la carestía artificial introducida por el derecho protector, sino los especuladores de granos que hacen un comercio do monopolio, cuando recaban del gobierno nuevos derechos para afirmarse en la posesión exclusiva de los mercados coloniales. Entonces puede mezclarse el fraude en sus transacciones, comprando cereales extranjeros para convertirlos en harinas nacionales, y lograr por estos malos caminos una ilícita ganancia de que no reporta ningún, beneficio la agricultura.

Témese que la concurrencia libre destruya la agricultura nacional; mas no se repara que ninguna nación agricultora dejó nunca, ni dejará de producir los granos necesarios a su consumo. Los mercados interiores se abastecen siempre con más facilidad y economía por los labradores de la comarca que por el comercio extranjero. El exceso de las distancias, la dificultad de los transportes, la escasez de los sobrantes, la lentitud de los envíos, el temor de llegar tarde y exponerse a las alternativas de los precios, sino paralizan, entorpecen el movimiento mercantil que procede de extrañas naciones. Puede la importación surtir efecto en los mercados litorales, y en esto no hay daño alguno, porque también son los más ocasionados a la exportación; pero las provincias mediterráneas apenas notarán el flujo y reflujo de un comercio cuya fuerza se quebranta en los obstáculos que presentan las vías de comunicación. Cuanto más se internan los granos, tanto más se encarecen, y menos pueden dañar a la producción agrícola, considerando que un convoy de cereales encierra poco valor en mucho volumen.

Observan algunos que no debe exponerse un pueblo, en caso de guerra, a ser sitiado por hambre; pero es absurdo imaginar que este pueblo tenga a todo el mundo por enemigo. Si le hostiliza una potencia continental, quedan libres las costas; si una potencia marítima, quedan abiertas las fronteras, y aun cerradas todas las puertas hay mil portillos por donde penetra el comercio sediento de ganancias. Un bloqueo efectivo por mar y tierra, si fuera posible, seria igualmente ruinoso a los beligerantes, y provechoso solamente a los neutrales.

De muchas maneras se puede reglamentar el comercio de granos en lo tocante a su importación; pero nosotros vamos a fijarnos en los medios más frecuentes y principales.

Sucede que el gobierno señala un precio regulador para permitir la entrada de cereales extranjeros, si por regla general está prohibida, y este era el sistema adoptado en España. Cuando los precios llegan al límite establecido por la ley, el gobierno autoriza la importación, y cesa el permiso luego que bajan. Pero es difícil averiguar la existencia del tipo, lenta la información, tardío el remedio. El comercio necesita adquirir la certeza del permiso, hacer los pedidos, fletar buques, navegar, correr borrascas, esperar los vientos y llegar a punto. Cuando nada hay fijo ni estable, porque a la movilidad natural de los precios se añade la movilidad del régimen legal; cuando nada está organizado para un movimiento regular y constante; cuando, en fin, teme el especulador que las puertas abiertas hoy, se le cierren antes de entrar por ellas, la importación no sigue una corriente continua, sino que camina a saltos, la demanda y la oferta rompen su equilibrio y los precios recorren todos los grados.

La escala móvil ó movible es un temperamento que consiste en gravar la entrada de los cereales extranjeros con un derecho protector variable en razón inversa del precio que alcanzan los granos, es decir, alto si están baratos, y bajo si están caros, y en suprimirlo del todo, si la carestía pasa de cierto término. El objeto de esta combinación es evitar las violentas oscilaciones de los precios y obtener un equilibrio perfecto ó una fijeza casi absoluta en el mercado de las subsistencias. El gobierno se preocupa con la idea de la tasa relativa, y participa del error de nuestros abuelos. El comercio no se atreve a correr los riesgos y aventuras de un comercio cuyas pérdidas y ganancias dependen de un arancel lleno de veleidades y caprichos; y por otro lado acredita la experiencia que la escala móvil, lejos de precaver ó corregir las sacudidas de los precios, las provoca y amplifica. Así fue abandonada en todas partes como un mecanismo muy complicado para conseguir artificialmente lo que se logra mejor abandonando las cosas a su curso natural.

En suma, puesto que el gobierno no se resuelva a confiar el abastecimiento de los pueblos al libre tráfico de cereales, seria preferible un derecho de balanza fijo, constante y uniforme al sistema de abrir y cerrar puertas y al viejo empirismo de poner en las manos de la autoridad las llaves de la abundancia. Lo decimos como quien escoge entre varios males el menor; por lo demás no hay vida barata sin pan barato, ni pan barato sin comercio libre, y así repetimos las palabras de Galiani: « El pan es mi amigo y le amo con pasión: venga de donde quiera, sea muy bien venido».

Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles
Enciclopedia Virtual
Economistas Diccionarios Presentaciones multimedia y vídeos Manual Economía
Biblioteca Virtual
Libros Gratis Tesis Doctorales Textos de autores clásicos y grandes economistas
Revistas
Contribuciones a la Economía, Revista Académica Virtual
Contribuciones a las Ciencias Sociales
Observatorio de la Economía Latinoamericana
Revista Caribeña de las Ciencias Sociales
Revista Atlante. Cuadernos de Educación
Otras revistas

Servicios
Publicar sus textos Tienda virtual del grupo Eumednet Congresos Académicos - Inscripción - Solicitar Actas - Organizar un Simposio Crear una revista Novedades - Suscribirse al Boletín de Novedades