Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.

CAPÍTULO XXIV. De la industria comercial.

El comercio es el vínculo necesario de todos los demás ramos de la industria y el medianero entre la producción y el consumo. No transforma las cosas que son objeto de la especulación mercantil, salvo en los accidentes de modo, tiempo y lugar. El comerciante registra con su mirada las diversas regiones del globo, observa los parajes donde abundan ciertos productos y donde escasean y los transporta a sus mercados naturales; compra y vende según las ocasiones; acopia los géneros y frutos en la abundancia y baratura para ofrecerlos en la escasez y carestía; almacena gruesas cantidades de un artículo para expenderlo en partidas menores; esta pronto a dar salida a la riqueza estancada en las manos del productor y a satisfacer y adivinar las necesidades, gustos y caprichos del consumidor, y en fin, el comercio vivifica y alimenta el trabajo por medio de los cambios.

En efecto, es el comercio una serie infinita de tratos y contratos, y consiste su esencia en permutar valores entre los individuos, pueblos, provincias ó naciones. Dánse productos a cambio de productos, productos a cambio de servicios y viceversa, y servicios a cambio de servicios. Si bien se repara, esta es la fórmula verdadera del comercio, porque en realidad hay entre el servicio y el producto la misma relación que entre la causa y el efecto. El labrador siembra para el fabricante, y el fabricante teje para el labrador. La división del trabajo hace que el uno sea productor de géneros y el otro productor de frutos; y cuando el labrador trueca su trigo por paño, con el resultado de un servicio propio adquiere el resultado de un servicio ajeno.

Los cambios son una necesidad común a todos los hombres desde la infancia de la civilización y uno de los vínculos más estrechos y poderosos de la sociedad. Con el cambio se enlazan los intereses, se traban amistades, se descubren nuevas tierras, se saca del reino lo que sobra y entra lo que falta, y hay comunicación entre las gentes más remotas, y los pueblos están abastecidos de todo, y el mundo es como una plaza y feria abundantísima, y el hombre sin salir de su patria ni aun de su casa, es como un morador y ciudadano del universo.

En el sentido riguroso de la palabra el comerciar existe, desde que existen los cambios; mas para que constituya una industria especial se requiere que haya personas cuya profesión sea comprar y vender ó traficar con las diversas mercaderías que componen la riqueza de los estados.

La primera condición para que el comercio prospere es la libertad de las transacciones mercantiles. Por ley natural y de gentes (dijeron unos) el comercio es libre y necesaria la permutación de las cosas. Otros llamaron el comercio disposición de la oculta Providencia para sustentar a todos los hombres é inducirlos a contraer parentesco y amistad recíproca, porque siendo el beneficio igual, el trato engendra amor.

El interés privado tan solícito y diligente en la agricultura y las artes, no es menos activo y perspicaz en el comercio. Nadie sabe tan bien como el mismo interesado qué artículos sobran y qué otros faltan, ni compara mejor sus precios, ni calcula con más acierto las vicisitudes del mercado, ni escoge con más prudencia la sazón oportuna de comprar ó vender en poca ó mucha cantidad. Nadie es tan sagaz para prever las necesidades, tan cauto para proporcionar la oferta a la demanda, tan sutil para averiguar la calidad de los géneros y frutos, tan ingenioso para proveer el consuno, y tan económico para reducir los gastos de averías, seguros, comisiones y transportes.

Si mucho importa a la prosperidad del comercio la libertad de los cambios, no importa menos el desarrollo y adelantamiento de la agricultura y de las artes mecánicas. Si cada uno hubiera de bastarse a sí mismo, los hombres no llegarían a sacar partido de la diversidad de talentos y vocaciones, ni de la variedad de tierras y climas, ni en suma de la división del trabajo.

¿Qué progreso deberían esperar la industria agrícola y fabril, si el comercio no se apresurase a dar salida a sus productos a fin de que el labrador y el fabricante, recobrando los gastos de la producción con las legítimas ganancias, pudiesen emplear de nuevo su trabajo y capital en el fomento de la riqueza?

Si el sistema reglamentario aplicado a la agricultura y las fábricas quebranta las fuerzas productivas del trabajo, el capital y la naturaleza, aplicado al comercio engendra todavía mayores males, porque no sólo afecta a este ramo de la industria, sino que trasciende a todos los demás. La acción del gobierno no puede suplir en manera alguna la actividad libre y espontánea de un pueblo entero. La experiencia de los siglos nos enseña que cuando el comercio ge ministerio propio de la autoridad, en lugar de aquella abundancia y baratura que se logra con el curso natural de las cosas, hubo una vida artificial llena de angustias y privaciones.

Guárdense, pues, los gobiernos de intervenir oficiosamente en la contratación, porque con estas providencias inoportunas y acaso temerarias se acostumbran los pueblos a vivir bajo la perpetua tutela del estado, desmayan en el trabajo, piden un remedio imposible a su miseria, y culpan a los ministros y consejeros del príncipe en los tiempos de escasez y carestía hasta de las inclemencias del cielo, como si pudiese mandar al sol que madure las mieses, ó a las nubes que se desaten en lluvia y rieguen los campos; y a falta de motivos verdaderos, la imaginación se ceba en abusos imaginarios. Así se siembra el descontento y estalla la cólera de los pueblos, dando pretexto las esperanzas burladas a turbar el orden y concierto de la sociedad con menoscabo de todo linaje de riqueza, porque en los días de peligro los capitales se esconden, se despiden los obreros, los artículos de primera necesidad suben de precio, el dolor se aumenta y el mal verdadero se agrava con el pánico que se difunde.

La libertad del comercio precave estas crisis lastimosas, ó por lo menos suaviza sus efectos y los hace pasajeros. Sin duda que la libertad de! comercio no es una panacea universal para esperar de ella el remedio a todos los males económicos, pues no impide, por ejemplo, la subida de los granos, cuando ocurre una mala cosecha; pero si la ley permite la importación, se templa la escasez de un pueblo con la abundancia de otros.

Esta doctrina condena la intervención del gobierno en el comercio, y con mayor severidad todavía la política de traficar en nombre y por cuenta del estado. Asimismo condena las contribuciones directas ó indirectas que aumentan con exceso los gastos de la producción y van encareciendo sucesivamente los productos hasta dificultar ó imposibilitar su despacho, las tasas y posturas, la obligación de vender en sitios determinados, la prohibición de revender y otras limitaciones semejantes que lleva consigo la antigua policía de los abastos, y sobre todo los monopolios ó privilegios exclusivos y prohibitivos.

En efecto, el monopolio es el sistema opuesto a la libre concurrencia. El monopolio es injusto porque despoja al hombre de la libertad natural de comprar y vender, paraliza el movimiento progresivo de la industria, surte los mercados con calculada parsimonia, fuerza a comprar caros los artículos de peor calidad y sacrifica de todas maneras el consumidor al productor. En vez de la armonía de todos los intereses legítimos, establece un antagonismo cruel y violento; en vez de procurar la riqueza, fomenta la miseria. Ganan ciertamente los privilegiados; pero no son ganancias lícitas y honestas, hijas de la mayor actividad ó inteligencia del trabajo, sino beneficios aleatorios, pues se logran a expensas de los no privilegiados. El monopolio equivale a una contribución que paga el hombre activo al perezoso, y significa la recompensa legal que se ofrece por los esfuerzos empleados, no en promover y adelantar un ramo cualquiera de la industria, sino en impedir que otros lo promuevan y adelanten.

La concurrencia es la expresión del respeto debido a la libertad del trabajo y a la propiedad privada. Desata las fuerzas productivas enfrenadas con el monopolio, estimula a buscar la perfección de todas las obras del arte, sugiere procedimientos económicos reduce el precio de las cosas a su nivel natural, derrama los bienes de la abundancia y premia a cada uno en razón de sus servicios a la industria. Las ganancias del productor salen del fondo inagotable de la naturaleza cuya cooperación gratuita crece con las invenciones y mejoras, y convida a disfrutar de estos beneficios a todo el mundo. Sin duda que la libre concurrencia es una guerra declarada entre los hombre como productores; pero ellos mismos perciben los frutos de la victoria en su calidad de consumidores. Sucede en la sociedad lo que en la naturaleza, que hay un desorden aparente y un orden verdadero; y así la discordia de los intereses particulares en el régimen de la libertad de concurrencia, explica el predominio del interés general.

Negar al gobierno la intervención en los cambios, no es rehusarle la potestad de dictar reglas de policía que no llevan por objeto restringir la justa libertad del comercio, sino protegerla contra los abusos posibles y frecuentes. Comprobar los pesos y medidas, prohibir que se vendan alimentos nocivos a la salud, velar sobre la adulteración de las bebidas y castigar cualesquiera fraudes que una ilícita especulación puede inventar, son actos de buen gobierno. La probidad ayuda mucho a fundar el crédito, y el crédito facilita las operaciones del comercio; de modo que el vendedor de mala fe es un enemigo declarado de la libertad mercantil que nada tiene de común con la licencia.

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