2. Adam Smith



 

En Inglaterra Hume, en sus Essays (1742), sometió las doctrinas mercantilistas a una crítica demoledora. Como historiador, enfrentóse escépticamente con afirmaciones generalmente aceptadas, como, por ejemplo, la de que el comercio y el tráfico hacían más poderosa a una comunidad. No obstante, el profundizar en el estudio de situaciones de épocas anteriores llevóle accidentalmente a recomendar la adopción de medios en otros tiempos eficaces

en las circunstancias distintas de su época. Así siguió con preocupación el incremento de la Deuda nacional británica; creyóque, o la nación debía destruir el crédito del Estado, o seria éste el que destruiría la nación, y clamaba por volver al Tesoro público de los antiguos.

Pero tampoco el historiógrafo puede pasarse sin la teoría, y por eso vemos a Hume combatir el dogma mercantilista de la importancia del acopio de dinero con el dogma de la teoría cuantitativa: un aumento de dinero conduce únicamente a la elevación de los precios de las mercancías y no representa, en consecuencia, más que una ventaja nominal, o incluso un verdadero perjuicio si se considera que los precios altos dificultan la exportación. Las preocupaciones de los defensores de la doctrina de la balanza comercial para la conservación y el aumento de la riqueza numeraria del país son, para él, inútiles. No sólo como hombre, sino también como inglés, desea Hume la prosperidad comercial de Alemania, España, Italia, y aun la de la más peligrosa de sus rivales, Francia. Con ello Inglaterra saldría más beneficiada que si todos aquellos países quedaran sumidos en la carencia de necesidades, como acontece en Marruecos y Berbería.

Hume observa las excelencias y las fallas de la escuela histórica; a la vez, empero, se distingue, de muchos de sus posteriores representantes, por la circunspección en limitar sus afirmaciones y por el cuidado en sacar consecuencias. Del mismo modo que señaló el camino que introducía en la teoría del conocimiento de Kant, así también su compatriota escocés y amigo Adam Smith pudo apoyarse en sus ideas al desarrollar su ciencia económica.

Adam Smith nació en 1733 en Kirkcaldy (Escocia), y en sus estudios dedicóse principalmente a la Filosofía. Profesor de Lógica y Filosofía moral en Glasgow, compuso en 1759 su Teoría de los sentimientos morales. En 1764 renunció a su cátedra para poder viajar en compañía del duque de Buccleugh. Conoció en París las teorías de los fisiócratas, y de regreso en su ciudad natal en 1766 escribió allí las Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, obra que fué publicada en Londres en 1776. Murió en 1790, siendo enterrado en Edimburgo. Su libro alcanzó resonancia extraordinaria. Según Roscher, en la historia de los dogmas de la economía nacional, todo lo anterior aparecía como una preparación a él, y todo lo posterior era una continuación de él o una oposición (1).

En sus estudios Smith no parte, como los fisiócratas, de la materia de la economía, el suelo, ni de su medio, el dinero, como los mercantilistas, sino del trabajo humano. Demuestra cómo crece su fuerza creadora por la división del trabajo. Pero ¿que es lo que, según Smith, limita esta división? La extensión del mercado. No todo trabajo crea un valor, sino únicamente aquel que labora para el mercado. De igual modo que en su obra sobre la Teoría de los sentimientos morales había partido Smith de la fuerza creadora de estados sociales de los sentimientos, innatos en el hombre, de simpatía por sus semejantes, así pretendía también demostrar aquí cómo la humana criatura, a pesar de que aparentemente no corre sino en pos de su propio bien, se ve forzada, por la libre competencia del mercado, a trabajar simultáneamente para toda la comunidad (2).

El trabajo en que Smith pensó en primer término es el del pequeño industrial independiente. Sólo así podemos comprender sus afirmaciones (I, 6) de que, originariamente, pertenecía al trabajador el producto total de su trabajo, mientras más tarde vióse obligado a admitir que una parte de dicho producto corresponde al capitalista y al terrateniente. La posición del obrero asalariado dependiente es totalmente distinta. El empresario tiene en su mano la dirección del proceso de producción y la valorización del producto. El obrero, según el contrato de salario, no tiene más derecho que a la percepción del sueldo estipulado y en modo alguno puede aspirar a la participación en el producto del trabajo. Su renta es, por consiguiente, derivada, algo así como ocurre con el perceptor de créditos. Smith, al no diferenciar suficientemente las diversas clases de trabajo, independientes y dependientes, creó la base de la futura doctrina socialista, la cual había de impugnar, como una usurpación, la cesión de una parte del salario a los capitalistas y propietarios territoriales.

Como los fisiócratas, al describir las clases económicas partió Smith de las condiciones de la empresa agrícola; pero de ¡cuán diferente manera caracterizó a los tan exaltados terratenientes, al definirlos como gentes que quieren cosechar allí donde nada sembraron! En cambio, asignó el lugar más alto a los trabajadores, siquiera en su estado primitivo. En una economía evolucionada, empero, el primer sitio corresponde, en su opinión, a Ios capitalistas, los propietarios de las excedencias del trabajo anterior, ya que ellos, al invertir sus capitales en la producción y crear así oportunidades de trabajo, son los que ponen en movimiento la rueda que impulsa toda la economía.

Smith rechaza de manera expresa la idea de que el beneficio sea fruto de la actividad del empresario que dirige la explotación (3). Antes bien procede únicamente del capital, por lo cual debe estar en proporción con la cuantía de la suma invertida en aquel concepto. Las excepciones a esta regla, tales como el lucro más elevado de ciertas empresas como consecuencia de la superioridad que les confieren sobre sus competidores la posesión de secretos profesionales o de privilegios oficiales, o bien derivados de la favorable situación local, no desorientan á Smith en su creencia en la ley natural, formulada por él en consonancia con los fisiócratas, mientras los porcentajes iguales de lucro puedan ser interpretados como el promedio de diversas manifestaciones y apreciaciones particulares.

Al otorgar Adam Smith al trabajo el carácter de creador de valor, en vez de asignar esta propiedad a la tierra, pudo superar el doctrinalismo de los fisiócratas, con su diferenciación entre trabajo productivo del agricultor y labor estéril del industrial y del comerciante. No obstante, al situar el capital impersonal y sus beneficios en el lugar de la actividad del empresario o negociante y Ios suyos, abrió nuevamente la puerta a toda una serie de prejuicios fisiocráticos.

Aun cuando Smith admitía (II, 5, al final) que en el comercio y la industria el individuo, incluso habiendo empezado sin capital, conseguía crearse una fortuna con mayor facilidad que en la agricultura, y aun cuando veía la causa de la preeminencia de las naciones más ricas principalmente en su industria más desarrollada, reconociendo como base de esta ventajosa situación el hecho de que en la explotación industrial el trabajo podíadistribuirse más fácilmente que en la agricultura (I, 1), con todo declaraba en otro lugar que la manera más ventajosa de invertir los capitales ofrecíala la explotación agrícola, atendido a que en ella la Naturaleza colaboraba generosamente, y opinaba que la productividad, menor, de la agricultura (cosa que contradecía a la «Naturaleza») había que achacarla únicamente a las intervenciones inoportunas del Estado.

Esta idea constituye también el fondo de la Historia de la Economía contenida en el libro III de su obra.

Smith se diferenció de Quesnay en el sentido de que no opuso a un justo estado natural todas las desviaciones considerándolas resultado de la torpeza del hombre, sino que procuró hacer justicia a la evolución histórica (4). Ciertamente construyó, de acuerdo con su estimación de las diversas clases de inversión de capitales, un proceso natural de la evolución, según el cual el capital debía dar vida, en primer término; a la agricultura, después a las industrias que trabajan para el abastecimiento del mercado local, en tercer lugar a la industria de exportación, luego al comercio interior y, finalmente, al exterior. Y si no tuvo más remedio que reconocer que el proceso evolutivo de Europa no había seguido aquella trayectoria, que el progreso económico había empezado manifestándose en el comercio y la industria urbanos y sólo más tarde había trascendido a la agricultura; y cuando vió que las naciones modernas cuidaban del comercio colonial y de la industria de exportación antes que del comercio e industria interiores, el hecho parecióle una contradicción a la Naturaleza. A juicio de Smith, esta marcha contranatural de la historia solamente podía ser provocada por las intervenciones parcialistas de los Gobiernos, que entorpecían el libre tráfico en el país a cambio de favorecer la industria y el comercio exteriores. En cambio, las colonias americanas Ie ofrecían una imagen del progreso natural. En ellas el capital era invertido primordialmente en la agricultura, y sólo después y de modo racional en las demás explotaciones. Smith no se dió cuenta de que este desarrollo «natural» de la acción del capitalismo nació en tierras coloniales, pero que en la Edad Media y principios de la Moderna el objetivo había sido precisamente la formación de este capitalismo.

Lo que Adam Smith presintió justo y conveniente para su época, aquella libre economía de tráfico que debía aportar el futuro, lo señaló como un imperativo de la Naturaleza. Smith demostró la insuficiencia y la improcedencia de las disposiciones del sistema imperante, sistema que, partiendo de la teoría de la balanza comercial, pretendía regular y limitar el tráfico en todas partes. El mercantilismo culminó en el sistema colonial; por eso la política comercial de la época es el blanco de sus críticas más acerbas. Smith rechazó toda limitación del tráfico colonial, sosteniendo que si las colonias británicas eran más prósperas que las españolas debíase a que en ellas reinaba más libertad. También arremetió violentamente contra las grandes sociedades coloniales privilegiadas, partiendo del concepto de la superioridad de la pequeña explotación en la libre competencia. Si cada cual trabajase solamente para sí, su producción daría el rendimiento máximo. También en la agricultura creía Smith en las ventajas de la pequeña explotación, contrariamente a las opiniones de los fisiócratas.

Debía demostrarse que la libertad de comercio redundaba ante todo en beneficio del gran empresario comercial o industrial. Tan ajeno se sentía Smith a la defensa de estos intereses, que si reclamaba la libertad de comercio hacíalo precisamente con el fin de acabar con los privilegios de aquellos grandes explotadores en beneficio de la agricultura y de los trabajadores. Si recordamos que las leyes de entonces tendían a mantener al obrero bajo el dominio del empresario, que la estabilización de los salarios, del salario máximo, servía para impedir el alza de las remuneraciones, comprenderemos que Smith esperase un mejoramiento de la situación del obrero, procurando suprimir la intervención del Estado. En modo alguno era contrario a una intervención en favor del obrero, como lo prueban sus elogios a la prohibición del pago del salario en mercaderías (Trucksystem), así como no creía tampoco en que la libertad de comercio pudiera perjudicar a la agricultura. Lo elevado de los gastos de transporte protegería al agricultor contra toda posible competencia exterior; argumento éste que List adujo más tarde contra los aranceles del trigo. Era mucho más probable que el librecambio aportase a la agricultura todos los capitales de que artificialmente la privaban las leyes entonces vigentes.

No falta quien ha interpretado canto aversión al Estado la oposición de Smith a la intervención de la autoridad en la vida económica. Nada mas erróneo. La separación de las tareas de gobierno de las actividades económicas individuales (es decir, una especie de división del trabajo) debía redundar en beneficio del Estado y de los ciudadanos a la vez, haciendo posible a ambos la realización más eficaz de las finalidades propias de cada uno. Si Smith arremetió con tanta energía contra la Compañía de las Indias Orientales, fue por haber creído que la reunión en su mano de funciones económicas y de gobierno tendría por consecuencia hacer de la institución un mal comerciante a la par que un mal estadista. No reparó en que estas Compañías eran criaturas a imagen y semejanza del desenvolvimiento del poder del Estado en aquella época. Si éste transfirió su acción a unas empresas privadas, hízolo porque no se hallaba en condiciones de llevar a término su misión en aqueIlas lejanas tierras. Sólo un Estado fuerte podía hacerse cargo de la empresa. Un Estado potente y una empresa fuerte son las condiciones previas del librecambio. Del mismo modo que la iniciativa privada asumió al principio funciones de gobierno, así también en otras regiones el Estado hubo de empezar por formar el espíritu de empresa por medio de sus providencias proteccionistas y de privilegios. Pese a todo lo que separa a Smith de los mercantilistas, no podemos pasar por alto lo que con ellos le une. Aquéllos y él quisieron la economía del tráfico, como elemento que proporciona mayor bienestar al individuo y mayor fuerza al Estado. Los mercantilistas se interesaron por desarrollar la economía del tráfico desde sus principios, y a tal fin fomentaron la asistencia del Estado y la reglamentación del intercambio. Smith abogó por una economía del tráfico plenamente desenvuelta y cuyo pleno desarrollo únicamente podía lograrse por medio de la libertad de comercio.

Para los mercantilistas era preciso estimular al súbdito con el fin de servir a los fines del Estado; para ellos lo primero era la economía pública, a la cual debía asociarse el cuidado de la economía política. Para Smith, en cambio, lo que estaba en primer plano era el individuo, de cuyo estímulo por medio de la libertad había de resultar, como consecuencia natural, la prosperidad de la nación. Por eso Smith no trata de las finanzas hasta el final de su Iibro: sus reglas deducíanse, para él, de la aplicación de los principios que informan y rigen el sistema económico.

Si el Estado debe renunciar a una economía propia, forzosamente ha de sacar sus ingresos ante todo de los impuestos que establezca, considerando siempre las posibilidades de las clases económicas. La oposición de Smith a Ias rentas públicas procedentes de sus propias posesiones, de los patrimonios, explícase por la mala administración de que eran objeto en su tiempo los bienes del Estado. Esta circunstancia parecía demostrarle que la explotación por el Estado no se hallaba a la altura de la realizada por los particulares. Smith no pensaba en las grandes explotaciones, tales como las que más adelante desarrolló el capitalismo en las empresas de ferrocarriles y otras similares, que sólo pueden explotarse a base de funcionarios y en las cuales éstos actúan con el mismo carácter e igual eficiencia que el empleado privado. Cuando es cuestión, empero, de la competencia de empresas de capitales cuantiosos y que se presten a la pequeña explotación, entonces recomiéndase, aun hoy, la receta de Smith: vender los patrimonios; el particular sacará del suelo mucho mayor rendimiento y los impuestos que se podrán obtener de él producirán al Estado mucho más de lo que rinde actualmente la explotación propia.

Vimos que Smith rechazaba las cargas político-comerciales de las colonias. Pero ¿qué interés tenía Inglaterra en su subsistencia? ¡Un interés financiero! Smith quería obligar a las colonias a contribuir a las cargas del Imperio, pero, para ello, preciso era darles representación en el Parlamento. El hombre a quien tan a menudo se ha acusado de cosmopolitismo, trazó el proyecto de un Imperio anglosajón según el modelo del romano. De todos modos, no pretendía que el centro de gravedad de dicho Imperio radicara en la metrópoli. Si las colonias llegaban un día a sobrepujar a aquélla en capacidad tributaria y defensiva, la sede del Imperio debería trasladarse allí donde mayormente se contribuyese a su conservación. Pero si resultase, imposible lograr que las colonias cooperasen a llevar las cargas del Estado, lo más conveniente era emanciparlas, ya que entonces costaban más de lo que producían. El comercio con ellas subsistiría incluso siendo independientes; la prosperidad que la independencia les aportaría, redundaría en beneficio de la metrópoli, gracias a la mayor capacidad adquisitiva de su mercado.

(1) Gesch. d. National-Oekonomik in Deutschland, pág. 594.

(2) W. WINDELBANDDie Geschichte der neueren Philosophie, 2.ª ed., 1899, I, págs. 350 y ss. — R. EUCKEN, Die Lebensanschauungen der grossen Denker, 6.ª ed., 1905, págs. 376 y ss.

(3) Contrariamente a SMITH, JEAN BAPTISTE SAY, en su Traité d'economie politique ou simple exposition de la manière dont se forment, se distribuent et se consomment les richesses (París, 1803), estimaba la importancia del «entrepreneur», Libro I, cap. 6.

(4) Sobre el sentido histórico y realístico de SMITH, cfr. la crítica de SISMONDI, Nouveaux Principes, I, cap. 7, y GÜLICH, Geschichtliche Darstellung des Handels, der Gewerbe und des Ackerbauess V. S., 183. No hay que olvidar que SMITH escribioantes de la revoIución industrial y agraria.

2.3 Möser y Fichte