CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMERICA LATINA

2. Expansión de la metrópoli y subdesarrollo de América Latina

Con el fin de la guerra de Corea, también terminó esta luna de miel en América Latina. La expansión metropolitana neoimperialista —Ahora a través del capital y el comercio de la corporación monopolista internacional— entró de nuevo en pleno empuje, reincorporo totalmente a América Latina al proceso del desarrollo capitalista mundial, y renovó su proceso de subdesarrollo. Las tradicionales relaciones comerciales metrópoli-satélite de intercambio de mercancías manufacturadas por materias primas en condiciones cada vez más desfavorables para América Latina, las crisis y déficits de Ias balanzas de pagos de los satélites, y los incesantes empréstitos compensatorios de emergencia por parte de la metrópoli, recobraron su vieja importancia. Pero ahora estaban reunidos y agravados, y el subdesarrollo estructural de la América Latina ahondado, por el anhelo neoimperialista de los gigantescos monopolios de apoderarse de las industrias manufactureras y de servicios de América Latina e incorporarlas al imperio privado del monopolio. Entretanto, las grandes masas latinoamericanas empobrecían cada día más.

Los principios esenciales de Ias inversiones del monopolio metropolitano fueron ya analizados con agudeza y perspicacia hacia fines de los años 20, por J. F. Norman en su obra La lucha por América del Sur: "Comparemos la estructura del comercio y las inversiones extranjeras en América del Sur. Las exportaciones de Estados Unidos comprenden principalmente unos pocos artículos de la moderna producción en masa. Automóviles, radios, fonógrafos, máquinas, son unos pocos productos de las industrias en gran escala organizadas recientemente... ¿Quien produce estos artículos? Principalmente los mismos «treinta grandes»... Las importaciones de Estados Unidos desde América del Sur comprenden esencialmente productos de la tierra, minerales, materias primas como petróleo, estaño, café. ¿Quien los produce en América del Sur? En su mayor parte, las organizaciones afiliadas de Ios mismos «treinta grandes» de Estados Unidos. Sus inversiones radican virtualmente en factorías para el negocio de exportación. Gran parte del comercio exterior de Estados Unidos con América del Sur está dominado por las mismas firmas que invierten regularmente en las industrias locales. Estas empresas monstruosas parecen ser las primeras no solo en inversiones sino también en comercio exterior... Todo el intercambio económico con América del Sur parece ser en lo esencial un resultado de la incesante expansión de los gigantes de la industria... Las empresas de los «treinta grandes» operan en todo el mundo, pero tienen sus domicilios oficiales en Estados Unidos. Son ellas las qua manejan las inversiones, y a través de estas la exportación de materiales de producción tales come máquinas o instalaciones de varias clases. Son ellas las que supervisan Ia producción misma, y por ella la distribución de los artículos manufacturados... Tal expansión mundial es típica de la moderna mapa del capitalismo, porque las fronteras nacionales son demasiado estrechas para empresas mundiales". (Norman, 64-66, 61). Hacia 1950, 300 corporaciones norteamericanas aportaban mas del 90% de las inversiones directas de Estados Unidos en América Latina, y desde entonces "el grado de concentración se ha consolidado aún más". (Naciones Unidas 1964a: 233).

En Ia década de 1950, la corporación de monopolio internacional fue mas allá de la simple instalación de la industria extranjera en el recinto de la barrera tarifaria protectora de América Latina, que garantiza altos precios y beneficios. En primer termino, el taller de montaje y Ia organización comercial extranjeras organizan una especie de sistema subsidiario, en el que los medianos y pequeños industriales latinoamericanos producen partes para la ensambladura local por cuenta del monopolio de la metrópoli, que prescribe su proceso industrial, determina su producción, es el único comprador de Ia misma, reduce su propio desembolso de capital apoyándose en la inversión y crédito de sus contratistas y subcontratistas latinoamericanos, y traslada los costos de las superproducciones cíclicas sobre estos fabricantes, en tanto que reserva para si mismo la parte del león en los beneficios de este arreglo, para la reinversión y expansión en América Latina, para remitirla a la metrópoli y a otros lugares de sus operaciones mundiales.

En Ios últimos años, los monopolios metropolitanos han admitido un paso más en este proceso de integración metrópoli-satélite, asociándose con grupos industriales y/o financieros y aun con instituciones oficiales en las Ilamadas empresas mixtas. En América Latina este proceso es a menudo defendido como protector de los intereses nacionales y aun estimulado como inductor del proceso económico por quienes proponen --generalmente los socios de la "gran burguesía" latinoamericana que con él se benefician, o sus representantes— la participación de México o Brasil en la financiación y control de estas empresas o la "chilenización" (en lugar de nacionalización) del cobre mediante un 25, un 49, o en 51% de participación del gobierno en Ias minas norteamericanas de ese metal.¹ En Estados Unidos, este proceso acaba de ser consagrado en una Carta al pueblo norteamericano del Comité Coordinador Republicano, encabezado por un ex embajador en México, en la que se recomienda esta especie de "asociación" como la mejor Alianza para el Progreso, de "oportunidades verdaderamente iguales", así como las dictaduras militares que "pueden garantizar la estabilidad necesaria, para conjurar el peligro comunista en periodos de transición política y económica".

En esta nueva asociación con el capital y los gobiernos de América Latina los monopolios metropolitanos toman con gusto inicialmente una pequeña participación, que requiere menos capital propio. En realidad, la sociedad extranjera Ilega frecuentemente con poco o ningún capital, pero consigue su aporte en la localidad, respaldada en su reputación internacional y capacidad de crédito.

Así, de acuerdo con el Departamento de Comercio de Estadus Unidos, un 26% del total del capital obtenido y empleado, teniendo en cuenta todas las fuentes de las operaciones de Estados Unidos en Brasil, en 1957, salió de Estados Unidos, y el resto se fomento en Brasil, incluyendo el 36% de fuentes brasileñas fuera de las firmas norteamericanas (McMillan, 205). Ese mismo año, del capital norteamericano de inversión directa en Canadá, el 26% procedía de Estados Unidos mientras que el resto fue también obtenido en Canadá. (Safarian, 135-241 para éste y demás datos sobre Canadá). Ya en 1964, sin embargo, la parte de inversión norteamericana procedente de Estados Unidos había descendido a un 5%, haciendo que el promedio de contribución norteamericana al capital total manipulado por Ias firmas norteamericanas fuese solo de un 15%, durante el período de 1957 a 1964. Todo el remanente de "inversión extranjera" fue obtenido en Canadá a través de ganancias retenidas (42%), reserves para depreciación (31%) y de fondos obtenidos por las firmas norteamericanas en el mercado de capital canadiense (12%). Según una encuesta realizada sobre las firmas norteamericanas de inversión directa que operaban en Canadá durante el periodo 1950-1959, el 79% de las firmas consiguió alrededor de un 25% del capital destinado a sus operaciones allí, el 65% de las firmas consiguió un 50% aproximadamente y un 47% de las firmas norteamericanas con inversiones en Canadá obtuvo todo su capital operativo canadiense en este propio país y no en Estados Unidos. Hay razones para creer que este aprovechamiento norteamericano del capital extranjero para financiar la "inversión extranjera" norteamericana, es mucho mayor aún en los países subdesarrollados, mucho más débiles o indefensas que Canadá.

La principal contribución de Ias corporaciones metropolitanas a la empresa mixta es, pues, un bloque tecnológico de patentes, diseños, procesos industriales, técnicos superpagados y, lo que no es menos importante, marcas de fábrica y campañas de propaganda, la mayor parte del capital de financiación es latinoamericano, como son los impuestos, licencias de exclusividad y otras concesiones y, tal vez lo más importante, la protección aduanera. La corporación internacional monopolista procede entonces a tomar plena ventaja de su monopolio tecnológico, su reserva financiera y su poder político directo o indirecto, para derivar de la empresa común cada vez mayores beneficios que sus socios latinoamericanos, reinvertirlos y ganar su mayor control sobre la empresa, la economía y el país en que opera. Entretanto, los socios latinoamericanos son políticamente castrados y luego utilizados para inclinar a sus gobiernos a crear o mejorar el clima de inversión para el capital "extranjero".

Esta asociación de los monopolios de la metrópoli con los negocios y gobiernos de América Latina —o, más exactamente, esta absorción de Ios últimos por los primeros— no se limita, en ningún caso a la industria manufacturera. Incluye la banca y negocios tales como los de seguros, por supuesto, y se extiende el comercio al por mayor, internacional y doméstico, y al comercio minorista, que se monopolizan cada vez más; a la producción agrícola para el mercado nacional y mundial, atendiendo a la financiación de sus gastos y al control de su producción; a toda clase de servicios, cine, música grabada, noticias para la prensa, radio, televisión y, lo que no es menos importante, a la propaganda (come cualquiera puede comprobar para su placer o su disgusto, ya que el 95% de los productos que se anuncian por las pantallas de televisión de México y otros países de América Latina son de marcas norteamericanas, empaquetados en programas del oeste, del FBI y de contraespionaje de contenido ideológico no precisamente incierto).

La integración vertical y horizontal de una corporación que opera y aún controla varios de estos sectores del mercado latinoamericanos —para no hablar del mundial—, permite por supuesto mayores utilidades en cada uno de los renglones tomado individualmente y en el total de las operaciones. Lo mismo puede decirse de las firmas norteamericanas que operan en América Latina, ya qua los bancos de América del Norte Ies prestan los depósitos latinoamericanos a dichas corporaciones, que compran y venden entre sí y colocan sus avisos en agencias de publicidad norteamericanas, que utilizan su influencia sobre los medios masivos de comunicación de América Latina para presionar por la adopción de medidas económicas y administrativas favorables a Ios intereses de la metrópoli y contrarios a los intereses populares. El monopolio capitalista integrado genera de este modo en América Latina economías exteriores en varios sentidos: exteriores a cualquier sector económico, exteriores a cualquier monopolio metropolitano, y exteriores a cualquier economía latinoamericana, que por consiguiente se descapitaliza aún más en favor de la metrópoli.

Hoy, el desarrollo capitalista está dando un paso más. Habiendo ya evolucionado desde exportador de capital para inversión hasta monopolio que absorbe las economías nacionales de América Latina en el imperio de una corporación, está preparándose ahora para absorber el continente latinoamericano en su conjunto en el monopolio de las corporaciones metropolitanas. Estados Unidos ha comenzado recientemente a fomentar la integración económica latinoamericana, y trata de logrer la formación de un Mercado Común Interamericano, que incluiría a Estados Unidos y Canadá. Aún sin el ultimo, la mayor parte del comercio interlatinoamericano de manufacturas bajo el tratado de Montevideo, es de corporaciones norteamericanas tales como la Kaiser y la General Electric, que pueden así fabricar en un país latinoamericano para exportar a otro. Más allá de estos acuerdos multilaterales de comercio exterior, la metrópoli norteamericana esta entrando también en acuerdos bilaterales, que son una especie de subimperialismo. Estados Unidos parece haber escogido a Brasil en América del Sur —desde el golpe militar de 1964- y en menor grado a México en América Central, como una quinta columna o cabeza de playa económica y política en el continente Americano, desde la cual los monopolios norteamericanos y su gobierno se apropian de los mercados y gobiernos de los países menores, después que su tecnología, su capital y su influencia política han creado allí Ias condiciones expansionistas necesarias. Este desarrollo integracionista o subimperialista agrava, por supuesto, el desequilibrio económico y político, tanto en el interior de estos países como entre sí, tal como lo hace en su conjunto la expansión mundial de los monopolios. (Véase Marini.)

El principal impulso a estas formas neoimperialistas de desarrollo mundial desigual y de subdesarrollo latinoamericano desequilibrado, viene de la expansión y monopolización incesante de las corporaciones internacionales de base norteamericana y su nueva revolución tecnológica. Las consecuencias de este desarrollo capitalista en América Latina van macho más allá de una benévola inversión de capital y una provechosa introducción de adelantos tecnológicos.

La revolución tecnológica de la automatización, la cibernética y la unificación de todo el proceso industrial del monopolio, con el consiguiente y rápido envejecimiento de la maquinaria, su decreciente eficiencia relativa y el exceso de equipo industrial, conducen a la transferencia de equipo ocioso o recientemente obsoleto de la metrópoli a América Latina a menudo sin cambiar de dueño (pero que para efectos impositivos, se descarga de la casa matriz y se carga a las subsidiarias a exorbitantes precios de contabilidad, lo que aumenta artificialmente Ios costos, disimula sus ganancias reales, y ayuda a extraer capital del país receptor).

En América Latina, el monopolio internacional utiliza este equipo y tecnología para competir con los rivales locales y eliminarlos o absorberlos, pues carecen de fondos o proveedores para comprar de Ios mismos o no pueden obtener licencias para importarlos. A esto so le llama elevación del nivel tecnológico de la economía latinoamericana y eliminación de la ineficiencia.

De hecho en todas partes del mundo capitalista, la tecnología norteamericana se hace la nueva fuente del poder monopolista y la nueva base del colonialismo económico y del neocolonialismo político. Así la revista de negocios norteamericana, US News and World Report (69), informa: "De repente el temor es muy real que Europa —que se está quedando cada vez más atras de Estados Unidos en lo que a tecnología se refiere— terminará dentro de un decenio como una «región subdesarrollada»... El resultado, dicen los europeos, es que el continente se está trasformando, tecnológicamente hablando, en una "coIonia norteamericana"... Dice un destacado ingeniero alemán: «Como van las cosas, seremos una región atrasada dentro de 10 años. Entonces nos encontrarán golpeando la puerta de Estados Unidos pidiendo limosnas, igual que cualquier otro país subdesarrollado»".

La corporación internacional que controla esta tecnología aumenta así su poder monopolista sobre sus socios latinoamericanos en las empresas mixtas, sobre sus rivales en otras firmas y sobre la economía de América Latina en general. En Ia última, como resultado, la razón capital-trabajo se eleva, aumenta la superproducción y declina el nivel general de salarios. Por estas rezones y porque esta inversión se multiplica grandemente desde el extranjero sin incrementar correspondientemente el poder domestico de compra, es que se hacen más frecuentes y prolongadas las crisis periódicas de sobreinversión, en tanto que el desempleo estructural y cíclico aumenta en América Latina. Cuando ocurren, las firmas latinoamericanas débiles son devoradas por sus compatriotas más fuertes, y estas a su vez son absorbidas a precios reducidos por los monopolios de la metrópoli, aún más grandes y fuertes, para incrementar todavía más el grado de monopolio y de deslatinoamerización. En tanto que durante 1964 el ingreso nacional per capita bajó un 6% en Brasil, su más grande productora de acero fue absorbida por la Bethlehem Steel. (Frank 1965b.) De esta manera, el empleo del equipo existente en América Latina, la dirección de sus nuevas inversiones y la selección de sus importaciones estan determinadas aún más por las necesidades y conveniencias de la metrópoli; y corresponden cada vez menos a las necesidades del desarrollo de América Latina y a las necesidades sociales de su pueblo. (Frank 1966c.)

Este capital monopolista, a más de redituar los beneficios con que la economía latinoamericana es acaparada por la metrópoli, genera por supuesto una remisión aún mayor de utilidades por parte de estas firmas extranjeras y un mayor flujo de capital de América Latina hacia Estados Unidos.²

En efecto, las estimaciones conservadoras del Departamento de Comercio de Estados Unidos muestran que entre 1950 y 1965, el flujo total de capital destinado a inversiones salido de Estados Unidos hacia el resto del mundo, ascendía a 23,9 mil millones de dólares, mientras que la correspondiente entrada de ganancias ascendía a 37 mil millones, dejando una entrada neta, hacia Estados Unidos, de 13,1 mil millones. De este total, 14,9 mil millones afluyó de Estados Unidos a Canadá, mientras que 11,4 se dirigía en la dirección opuesta, con un flujo neto para Estados Unidos de 3,5 mil millones. No obstante, la situación existente entre Estados Unidos y todos los demás países en su mayoría los pobres y subdesarrollados, es totalmente opuesta: 9 mil millones de inversión fluye a esos países, mientras que 25,6 mil millones de ganancias de capital salen de ellos hacia Estados Unidos, con una entrada neta de los pobres hacia el rico de 16,6 mil millones.

El flujo correspondiente del capital de Estados Unidos hacia América Latina fue de 3,8 mil millones de dólares y el flujo desde América Latina hacia Estados Unidos fue de 11,3 mil millones, dejando un saldo desfavorable para América Latina de 7,5 mil millones de dólares. (Magdoff, 29.) Como las corporaciones internacionales evaden impuestos y restricciones cambiarias mediante la sobrefacturación regular de las ventas de la casa matriz y la subfacturación de sus compras a sus subsidiarias de América Latina, parte de sus utilidades quedan ocultas bajo el renglon de costos; y la remisión real de utilidades de América Latina a Ia metrópoli es mayor que la que se registra por los gobiernos latinoamericanos y el de la metrópoli.

Pero las operaciones en el exterior sobrepasan Ias inversiones correspondientes. La remisión de beneficios de inversiones directas de las corporaciones extranjeras le cuesta a América Latina (con la excepción de Cuba) alrededor del 14% de sus ingresos por concepto de exportación de mercancías y servicios. Pero otras transferencias de capital registradas y ocultas están representadas por otro 11% de sus ingresos en divisas, más un 15% adicional por el servicio de su deuda externa, lo que eleva al 40% de sus ingresos en divisas el escape anual de capital latinoamericano. Los pagos de América Latina por otros servicios exteriores, tales como trasporte (10%), viajes al exterior (6%) y otros, absorben un 21% más de su rendimiento, para un gran total de un 61% de las utilidades por comercio exterior de Ia América Latina —más de 6.000 millones de dólares por año, o sea el 7% de su producto nacional bruto, y casi la mitad de su inversión bruta (probablemente más que toda su inversión neta)— que se pagan a los extranjeros —casi enteramente de Ia metrópoli— por estos servicios invisibles prestados, que no incluyen un solo centavo de mercancías físicas para América Latina. No es de extrañar el déficit crónico de la balanza de pagos a pesar del hecho de contar con los recursos adecuados. (Frank 1965a.)

Las facilidades comerciales de pago en América Latina han declinado al mismo tiempo y en parte como resultado del capitalismo monopolista examinado arriba, ya que la política de precios de las corporaciones monopolistas internacionales y su determinación de la estructura económica de América Latina afecta negativamente las condiciones comerciales de la última. Entre 1950 y 1962, los precios de las importaciones latinoamericanas, se elevaron en un 10%, pero los precios de sus exportaciones cayeron en un 12%; de modo que, en tanto que sus importaciones se elevaban un 42%, sus exportaciones tenían que hacerlo un 53%. (Naciones Unidas, CONF.: 32.) En consecuencia, América Latina perdió el 25% del poder de compra que deriva de sus exportaciones, equivalente al 3% de su PNB. (Naciones Unidas, CEPAL 1964b: 33.) Esta pérdida del 3% de su PNB por concepto de comercio, agregada a Ia de 7% del PNB por concepto de servicios, o aun solamente el 5% (40% de utilidades sobre divisas) por concepto de pagos financieros a extranjeros, equivale del 8 al 10% de su PNB, que duplica o triplica probablemente el monto del capital que América Latina está dedicando a inversiones netas. Como base de comparación, el desembolso total para Ia educación desde el kindergarten hasta la universidad, pública y privada, asciende en América Latina a solamente 2,6% de su PNB. (Lyons, 63) Si se agrega, además, el porcentaje de PNB y el múltiplo de inversión neta que adicionalmente se pierde por concepto de mano de obra y recursos ociosos actualmente en América Latina —comparados con los que se hubieran obtenido con la continuación de su industrialización de los años 30 y 40 y el periodo de la guerra de Corea—, tenemos que las perdidas de exceso invertible de América Latina, causadas por el neoimperialismo, se elevan aún más, quizá duplicándolas otra vez. Y si pudiéramos edemas calcular la desviación y abuso del trabajo y capital latinoamericanos engendrados por la absorción neoimperialista de la economía de América Latina y su dedicación al desarrollo monopolista mundial de la metrópoli —en lugar de serlo al desarrollo económico propio—, tendríamos una medida más exacta del desvío que sufren los recursos latinoamericanos, de su desarrollo económico perdido y del subdesarrollo estructural que el capital monopolista del neoimperialismo ha generado en Ia América Latina de hoy.³

Este desarrollo neoimperialista de condiciones desmejoradas do comercio, déficits crónicos y crisis recurrentes en Ia balanza de pagos de América Latina, así como la creciente necesidad de carreteras, energía y personal técnicamente entrenado para el servicio de los establecimientos de la metrópoli en ella, la ha llevado a crear toda una sopa de letras con las instituciones financieras que manejan estas situaciones y atienden estas necesidades. Algunas de ellas son organizaciones de las Naciones Unidas, como el Banco Mundial (BIRF) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Otras son independientes, como el GATT; y varias, formal o efectivamente dependencias de Estados Unidos, como el Eximbank, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), etc. Aunque hay entre ellas alguna especialización de trabajo, todas ejecutan esencialmente las mismas funciones en América Latina: apoyar la incorporación de la inversión financiera de ese continente a la estructura del capitalismo monopolista de la metrópoli, sin pagar por ella, pero financiando los inevitables déficits resultantes, o las nuevas necesidades de infraestructura y personal técnico, atendidas por la Alianza para el Progreso en el desarrollo social del capital humano (última especulación económica de la metrópoli que ahora lo recomienda como lo más importante en todo desarrollo); y a menudo financiando también los costos de inversión en América Latina de las corporaciones que total o parcialmente pertenecen a Ia metrópoli, que reciben directamente estos empréstitos, o indirectamente a través de los gobiernos. Algunos observadores autorizados han caracterizado algunas de estas instituciones. La Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, dice: "Las operaciones de crédito del Eximbank [o del gobierno de Estados Unidos] y del BIRF [o Banco Mundial de las Naciones Unidas] siguen restringidas a empréstitos para proyectos concretos. Se sostiene que esto se debe al deseo de ambos bancos de combinar su conocimiento técnico con los de los prestatarios en la necesaria investigación y estudio previos..., también para posibilitar un control más estricto sobre el empleo de los fondos... En tercer lugar, el Eximbank y el BIRF han tratado por largo tiempo de evitar hacer préstamos que puedan competir con el capital privado extranjero. Esto redundó en un plan de créditos concentrado sobre todo en la infraestructura más bien que en la industria." (Naciones Unidas, CEPAL 1964a: 239-240.) En su obra Inversión privada y oficial de Estados Unidas en el exterior, Raymond Mikesell (477, 482) llega a afirmar que "el Banco [Eximbank] es fundamentalmente un instrumento de la política de Estados Unidas... Las consideraciones políticas pecan demasiado en la concesión de los empréstitos e incluso en las investigaciones iniciales u oficiales de los prestatarios extranjeros". Después de citar a Mikesell, Ias Naciones Unidas observan que "es por tanto evidente que el Eximbank debe ser considerado como un instrumento básico de la política exterior de Estados Unidas". (Naciones Unidas, CEPAL 1964a: 252.) Por muy diplomáticamente que quisieran, estos observadores calificados hablan muy claramente de como y por que estas instituciones metropolitanas controlan y dirigen la economía y la política de América Latina. Bajo la amenaza de suspender esta financiación creando balanzas de pago insostenibles y crisis políticas, estas agencias de crédito de la metrópoli literalmente chantajean a los gobiernos de América Latina, cada vez más dependientes, para obligarlos a adoptar políticas monetarias y fiscales y planes de inversión prescritos para ellas por la metrópoli, en beneficio de la última.

Ésta es la principal actividad en América Latina del Fondo Monetario Internacional de Ias Naciones Unidas. Durante dos décadas, el FMI ha impuesto en decenas de casos devaluaciones y políticas monetarias asfixiantes, estructuralmente inflacionistas, a los gobiernos latinoamericanos. Mientras el FMI se sirve de justificaciones basadas en la teoría clásica del comercio internacional y de la política monetaria, para oscurecer su política chantajista —a la que se llama exigir responsabilidad de los gobiernos latinoamericanos— los principales efectos evidentes de esta política en América Latina han sido las devaluaciones recurrentes de sus monedas que alteran en contra de América Latina Ias reglas comerciales del juego y rebajan para los monopolios de la metrópoli el precio del acaparamiento de la economía latinoamericana a través de la inversión; Ia convertibilidad forzosa de las monedas latinoamericanas, que permite a los monopolios internacionales convertir fácilmente sus utilidades en América Latina en dólares y oro; los obligados empréstitos de otra instituciones de la metrópoli, aparte de los empréstitos compensatorios a corto plazo del FMI y de los créditos que vienen atados con cuerdecitas económicas y políticas; simultáneamente, el desempleo y la inflación estructurales de la economía de América Latina que, con las devaluaciones, favorecen a los propietarios nacionales y extranjeros a costa de los obreros y empleados, cuyos ingresos reales se ven reducidos; y, por último, pero lo que no es menos importante, el consecuente deterioro de sus términos de intercambio y el empeoramiento de sus déficits de la balance de pagos, que hace repetir el ciclo y aumentar la dependencia del FMI y otros instrumentos de inversión y crédito de la metrópoli, acompañada de una más fuerte dosis de remedios del FMI y de política neoimperialista básica para América Latina, en una viciosa espiral interminable.

Este espiral se refleja en el hecho de que Ia cuota que América Latina debe dedicar al servicio de su deuda externa se eleva cada vez más, del 5% de sus ingresos de divisas en 1951-1956, al 11% en 1956-1960; al 16% en 1961-1963 (Frank 1965a.) Gracias a Ia Alianza para el Progreso, el servicio de Ia deuda latinoamericana es hoy indudablemente aún más gravoso, y se elevará inevitablemente en el futuro; aunque, de acuerdo con un comunicado de la Associated Press de 5 de abril de 1965, "el Eximbank está retirando anualmente de América Latina 100 millones de dólares más de los que presta".

Dondequiera que las contradicciones económicas y políticas internas de los países de América Latina, creadas por este desarrollo neoimperialista, no pueden ser sostenidas por más tiempo dentro de los límites del estado democrático burgués (en el que cada país se encuentra ahora ocupado por su propio ejercito y policía, que -con entrenamiento técnico, orientación política, asesores y equipos militares de Estados Unidos— reprimen las demostraciones de obreros, estudiantes y otros grupos contra la orientación económica y política del gobierno), o donde su solución lesione demasiado. Los intereses de la metrópoli, la misión de resolverlas se asigna a una dictadura militar. Ésta, invariablemente, procede a rebajar el ingreso de la mayoría y a ampliar aún más las concesiones a los intereses metropolitanos y los privilegios de sus socios comerciales y aliados políticos de América Latina y a contener la resistencia popular mediante el asesinato, el exilio o la prisión de sus lideres y el terror sobre el pueblo mismo. Que estas medidas económicas y políticas en América Latina son parte integrante del desarrollo y Ia política neoimperialista, queda atestiguado con las propuestas metropolitanas de ayuda militar a América Latina (que se duplicó por el presidente Kennedy en el primer año de su administración) y por las declaraciones de los funcionarios del gobierno norteamericano (tales como las de los expertos en asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado del presidente Johnson) de que no todos los golpes militares son iguales: unos son más iguales que otros.

El capitalismo monopolista neoimperialista ha penetrado o incorporado rápida y efectivamente la economía, el gobierno, la sociedad y la cultura de América Latina. Al igual que el colonialismo, y el imperialismo que le antecedieron, esta penetración neoimperialista en América Latina ha encontrado, ahora en mayor grado, viejos grupos de intereses creados, aliados y sirvientes de Ios intereses de la metrópoli. Monopolizan cada día más la economía latinoamericana y reparten entre si los despojos de la explotación del pueblo de América Latina, y en menor grado los del pueblo de la metrópoli. Pero el neoimperialismo ha ido más lejos. La satelización económica de la industria latinoamericana conduce inevitablemente también a la satelización de su burguesía. La política industrial nacionalista de los años 30 y 40 ya no existe, porque un numero creciente de industriales latinoamericanos son ya, o lo serán próximamente, socios, funcionarios, abastecedores y clientes de las empresas y grupos mixtos, que nublan y oscurecen los intereses nacionales de América Latina y —lo quo es más importante— atan cada vez más fuertemente sus intereses personales a la cola del perro neoimperialista, que Ia mueve. La mal llamada burguesía nacional latinoamericana, lejos de hacerse más fuerte e independiente, a medida que la industria se desarrolla bajo Ia dirección de Ia metrópoli, se hace más débil y más satelizada o dependiente cada año.

Sin embargo, el desarrollo del capitalismo monopolista no sólo ata económicamente a la metrópoli Ia burguesía de América Latina mediante Ia satelización de sus establecimientos industriales comerciales y financieros. El neoimperialismo, como vimos arriba, sateliza la economía latinoamericana en su conjunto y la hunde cada vez más en el subdesarrollo estructural. Como la metrópoli se apodera de una porción creciente de los más lucrativos negocios de América Latina y somete al resto a tremendas dificultades económicas, a la burguesía que vive de estos negocios menos lucrativos no le queda otra alternativa que luchar —aunque en vano— por su supervivencia, agravando en precios y salarios el grado de explotación de su pequeña burguesía, obreros y campesinos, con el fin de exprimir alguna sangre adicional; y a veces, tiene que recurrir a la coacción militar directa para lograrlo. Por esta razón, casi toda la burguesía latinoamericana se ve obligada a contraer alianzas políticas con la burguesía metropolitana, esto es, someterse: tienen algo más que un interés básico común en defender el sistema de explotación capitalista. Es que no puede ser nacional o defender intereses nacionalistas y oponerse a la usurpación extranjera en alianza con los obreros y campesinos de América Latina —como lo indica la idea del Frente Popular—, porque la misma usurpación neoimperialista está forzando a la burguesía latinoamericana a explotar aún más a sus supuestos aliados obreros y campesinos, obligándola así a privarse de este apoyo político. En tanto que la burguesía de América Latina persista en esa política de precios y salarios que explotan a los trabajadores y reprima sus Iegítimas demandas para alivio de esta creciente explotación, no podrá recobrar su apoyo para enfrentarse a la burguesía de la metrópoli así como la ineficiencia económica de esta explotación impide el ahorro domestico para inversión y obliga a la burguesía a mirar hacia el exterior en busca de capital.

Por consiguiente, el neoimperialismo y el desarrollo del monopolio capitalista están empujando a toda la clase burguesa en América Latina a una alianza económica y política y a una dependencia aún más estrechas respecto a la metrópoli imperialista. La tarea política de invertir el desarrollo del subdesarrollo latinoamericano corresponde por tanto a los pueblos mismos, y la ruta del capitalismo nacional o estatal hacia el desarrollo económico está ya destruida para ellos por el neoimperialismo actual.

1. La revista Visión (89) afiliada a las norteamericanas Time y Life hace notar:

"En términos generales, las grandes empresas están más dispuestas que las pequeñas a dar la bienvenida al capital extranjero. Ciertas asociaciones de pequeños fabricantes, particularmente en México y Brasil, se manifiestan incansablemente contra la instalación de empresas competidoras con capital extranjero.

"No es esta la actitud de los industriales de mayor vuelo. Su idea es que Ias empresas de capital extranjero aumentan el empleo nacional, aumentando por consiguiente el mercado interno para toda clase de prodctos y ayudando a Ia vez a suavizar las presiones sociales. Al mismo tiempo reconocen que las firmas extranjeras traen consigo nuevas técnicas nuevos métodos que pueden asimilar."

2. La tasa de utilidades de los monopolios de la metrópoli en América Latina es desconocida, pero ciertamente superior al 5% que a menudo se pretende. Los siguientes hechos pueden darnos una idea: la ganancia media sobre eI capital invertido en manufacturas en Estadas Unidos es superior al 10%. Las 200 corporaciones más grandes de Estados Unidos poseen el 57% de los activos pero reciben el 68% de las utilidades; por consiguiente, ganan por encima de la tasa media de beneficio. Las corporaciones que operan en el exterior, que son las más grandes, ganan de dos a cuatro veces más con su capital en el exterior que con el mismo capital en casa; y obtienen un multiplo aún más alto de ganancias por sus operaciones en América Latina que el obtenido por sus operaciones en el exterior (incluidos Europa y Canadá) tomadas en conjunto. (Para fuentes véase Baran y Sweezy, 87, 194-199; Michaels, 48-49: Mandel 11, 86-87; Gerassi calcula las utilidades de las firmas a partir de Ias balances financieros que se publican. Véase también Magdoff.)

3. Novik y Farba han calculado las perdidas del excedente económico de Chile en razón de lo siguiente: a la metrópoli, por cuenta de producción y exportación de cobre solamente, 5% del ingreso nacional; por desempleo, 15%; capacidad industrial ociosa, 8%; producción agrícola inferior al potencial inmediato, 3%, más o menos el 30% del ingreso nacional sacrificado a estos factores de subdesarrollo estructural. Pero, con mucho, la pérdida mayor de exceso económico corresponde a Ia mala distribución del ingreso: la renta percibida por encima del ingreso anual media representa el 37% del ingreso nacional de Chile y, comparada con el nivel de los ingresos bajos, el 50%. Esta distribución del ingreso en Chile y América Latina, que se hace cada vez más desigual, es al mismo tiempo reflejo y causa del alto grado creciente monopolio económico y político, sostenido y generado por Ia presencia de Ia metrópoli en América Latina. Como todo monopolio, produce una vasta distorsión de Ia distribución de los recursos del todo económico, base de la concentración del ingreso de que gozan unos pocos. Esta torpe distribución de los recursos se extienden no sólo a Ia clase de mercancías que se producen —automóviles en vez de camiones, ómnibus y tractores— sino también al medio como se producen: tres docenas de fabricantes extranjeros producen ahora automóviles ensamblados en América Latina para un mercado anual de cerca de 500.000 automóviles, o sea, un promedio de 13.000 unidades anuales por fabricante. Doce firmas montaron ensambladoras en Venezuela, para un mercado nacional de automóviles de 30.000 unidades. En Europa, el mercado promedio por fabricantes es de 250.000 y en Estados Unidos, por supuesto, de una cifra aproximadamente diez veces mayor. (Visión 100.) El capitalismo monopolista que ocasiona esta clase de distribución de los recursos -12 firmas para producir 30.000 unidades en total— y una perdida del excedente que equivale al 50% del ingreso nacional, va ciertamente en interés de los supermonopolios de Ia metrópoli. Pero, contrariamente a lo que a veces se proclama, el mantenimiento y desarrollo de este subdesarrollo de América Latina por parte de los monopolios, es también evidentemente Ia base inmediata de Ia supervivencia económica y política de los más grandes sectores de la burguesía latinoamericana, que es la primera en defenderlo.

4. No puede pasarse por alto que el equipo norteamericano para la policía y las fuerzas antiguerrilleras de América Latina, encargadas directamente de reprimir los movimientos populares, es siempre el más moderno y eficiente dentro del modelo general obsoleto y aún consta de armas o aviones defectuosos, que Estados Unidos deja de emplear pero cuya venta a América Latina pesa en la balanza de pagos, como tan orgullosamente lo señala el secretario de defensa McNamara. (Para esta observación, estoy agradecido a mi esposa, Martha Fuentes de Frank.)

5. Como se observó arriba, la burguesía de Brasil ha estado tratando de encontrar una salida adicional, a través de Ia política exterior "independiente" de los presidentes Quadros y Goulart (que buscaron nuevos mercados en África, América Latina y Ios países socialistas) después que esto era imposible en un mundo ya imperializado, a través de Ia política exterior subimperialista "interdependiente" iniciada por el actual gobierno militar como socio menor de Estados Unidos. El subimperialismo brasileño requiere también bajos salarios en Brasil para que su burguesía pueda entrar en el mercado latinoamericano sobre una base de bajos costos, ya que además el único que tiene un equipo norteamericano obsoleto, aunque aún moderno. En los países subimperializados de América Latina, Ia inversión brasileña también conduce a la baja de salarios, ya que es la única reacción defensiva posible de la burguesía local. De este modo, el subimperialismo también ahonda las contradicciones existentes entre Ia burguesía y Ios sectores trabajadores de cada uno de estos países (Para mayores análisis, véase Marini.)

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