CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMERICA LATINA

B. DEL COLONIALISMO AL IMPERIALISMO

3. Expansión imperialista y subdesarrollo latinoamericano

El período anterior prepara la irrupción del imperialismo y sus nuevas formas de manejo del capital, tanto en la metrópoli como en América Latina, donde el libre comercio y las reformas liberales habían concentrado la tierra en pocas manos, creando así una mayor fuerza ociosa de trabajo agrícola y fomentando gobiernos dependientes de la metrópoli, que abrían ahora las puertas no sólo al comercio sino a las nuevas formas de inversión del capital imperialista, que rápidamente tomaba ventaja de estos desarrollos.

La demanda metropolitana de materias primas y su lucrativa producción y exportación para América Latina, atrajeron el capital privado y público de esta última hacia la expansión de Ia infraestructura necesaria para esta producción. En Brasil, Argentina, Paraguay, Chile, Guatemala y México (hasta lo que sabe el autor, pero probablemente, también en otros países), el capital domestico o nacional construyó el primer ferrocarril. En Chile, dio acceso a las minas de nitrato y cobre, que iban a convertirse en las principales abastecedoras de fertilizantes y metal rojo del mundo; en Brasil, a los cafetales cuyo grano abasteció casi todo el consumo global, y así en todas partes. Solo después que demostraron ser negocios brillantes —como una y otra vez ha acontecido en la historia de América Latina— y después de que Inglaterra tenía que encontrar salida para su acero, entró el capital extranjero a estos sectores a hacerse cargo de la propiedad y administración de estas empresas inicialmente latinoamericanas, mediante la compra —a menudo con capital latinoamericano— de las concesiones de los nativos.

Un argentino, por ejemplo, pregunta: "¿Como se financió el desarrollo después de Caseros? ¿Con los recursos nacionales, o con el capital extranjero, según lo preconizaban todos los organizadores?... Pues, en efecto, el desarrollo posterior a Caseros se hizo entre nosotros con recursos nacionales y no con capital extranjero... entre 1852 y 1890 Argentina se procuró la mayoría de los elementos del progreso moderno, por sí sola: los restantes ferrocarriles que habían de integrar la red nacional (el nordeste de Entre Ríos, el central-norte de Córdoba a Tucumán, el Andino, etc.), el alumbrado a gas, los tranvías de tracción a sangre, en la capital y el interior, el puerto de Buenos Aires... Inicióse en 1877 un movimiento de traspaso de empresas nacionales a compañías extranjeras. Caso primero y típico, o modelo de operaciones posteriores, fue la venta de la Compañía de Consumidores de Gas de Buenos Aires... [que fue] vendida a The Buenos Aires Gas Company Limited, junto con el convenio que aquélla tenía con Ia municipalidad de la capital argentina, sin desembolsar un centavo. El pago se efectuó de este modo: la sociedad inglesa mandó imprimir acciones con títulos en inglés, por un valor igual al capital de Ia compañía de consumidores, más un paquete de actiones por cinco mil libras, para giro del negocio (porque hasta de eso carecía) y que emitió cuando tomó posesión de la fábrica que compraba tan cómodamente... El único capital británico invertido en The Buenos Aires Gas Company Limited era el papel y la impresión de los títulos que se entregaron a los accionistas de la compañía porteña traspasada, más bien que vendida, a la entidad radicada en Londres. Entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX Argentina traspasó en forma similar el Ferrocarril Oeste (cuya historia narrada por Scalabrini Ortiz ha quedado clásica), el de Entre Ríos, el Andino, a empresas británicas que en la mayoría de los casos no invirtieron sino el dinero necesario para promover el negocio, for promotion". (Irazusta, 71-74. Para una inversión extranjera semejante pero posterior, véase Frank, 1964).

En Chile, John N. North, trabajador británico carente de toda fortuna, llegó a ser el legendario "Rey del Nitrato" por la compra que hizo de los bonos de las minas y el ferrocarril —depreciados por la guerra del Pacifico,— por el 10% de su valor nominal, que pagó con 6 millones de dólares que le prestó el Banco Chileno de Valparaíso. Su verdadera inversión vino más tarde, cuando ya había hecho miIlones: 100.000 libras en la guerra civil que con la asistencia de Ia Marina Real de Su Majestad derrocó al presidente Balmaceda, cuyo programa de gobierno iucluía la nacionalización de Ias minas de nitrato y el empleo de sus beneficios en el desarrollo industrial y agrícola de Chile, en vez del de Gran Bretaña. (Frank, 1966).

Cálculos sobre "rendimientos del imperialismo", tales como el de J. Fred Rippy en su obra Inversiones británicas en América Latina, 1822-1949, tienen en cuenta valores aparentes como "inversiones", y los provechos registrados como "ganancias" probablemente deducen los pagos y gastos de orden político a título de necesarios "costos" de producción, en la exposición de Ia tesis de que el imperialismo realmente "no paga", que Strachey y otros tratan de demostrar.

No obstante, prosiguieron los empréstitos a América Latina. Pero las condiciones impuestas a los bonos comprados en Londres, París, Berlín y Nueva York eran tales, que las sumas de su pago representaban varias veces el valor del capital. Pero muchos de estos bonos no se pagaron, o su pago fue demorado y parcial. ¿Por que, entonces era ofrecido y aceptado este capital, y quién lo pagaba? J. Fred Rippy da parte de la respuesta: "Después de deducidos todos los honorarios, comisiones, descuentos y costos de impresión, y retenidos los intereses de los primeros 18 meses, los latinoamericanos se encontraban próximos al remate de la operación, con dinero en mano equivalente el 60%, más o menos de la deuda contraída. Por una suma neta de 12 millones de libras esterlinas, se habían obligado por más de 21 millones... Cuatro grupos son los beneficiarios más probables de tales inversiones: a) los banqueros y especuladores vendedores de bonos; b) los funcionarios y agentes de Ios países deudores; c) las compañías de navegación; d) los industriales, directivos y otros técnicos de los países inversionistas... Probablemente el beneficio fue el de los banqueros, corredores y exportadores ingleses, y los burócratas concesionarios de América Latina". (Rippy, 11- 22, 32, 173).

Los gobiernos latinoamericanos, además, traspasaron a manos extranjeras empresas y capitales nacionales. Si los gobiernos existentes no se mostraban inclinados a hacerlo, o estaban políticamente incapacitados, pronto un golpe militar con ayuda de la metrópoli instalaba un gobierno militar, que solo requería tres o cuatro años de existencia para dispensar a los monopolios extranjeros concesiones por 99 años, suficientes para que pudiesen operar también durante los gobiernos democráticos, tradición que las dictaduras militares de nuestros tiempos han moderado bajo la dirección del "tío Sam". Por todas partes, "el estado fue reducido a su verdadero papel de maquinaria política para la explotación de la economía campesina en favor de propósitos capitalistas, función real de todos los estados orientales [y latinoamericanos] en la etapa del imperialismo capitalista". (Luxemburgo, 445).

En una palabra, este capital extranjero fue y es aún en gran medida un instrumento que permite a las burguesías metropolitana y satélite enriquecerse y prosperar por la combinación de los ahorros, hoy los impuestos, del pueblo de la metrópoli con el trabajo del pueblo de los satélite. Esto explica la profusa propaganda burguesa alrededor de este capital.

La periodicidad del capital fue —y es— otra pieza en el rompecabeza del desarrollo capitalista en su conjunto. Rippy (11) señala que "el flujo de capital fue muy irregular. La mayor parte del capital británico se traslado a América Latina en la década de 1880 y en el que siguió a 1902". Esto es, se suspendió en la década de depresión que siguió a la crisis mundial de 1893. Al igual que en Ia época del libre cambio, y luego en el siglo XX, el flujo de capital de la metrópoli hacia América Latina lógicamente aumentaba en los momentos de prosperidad, para decrecer durante las depresiones, muy al contrario de Ia teoría según la cual el capital internacional tendría una función equilibrante al escapar de la metrópoli cuando los beneficios son bajos. El capital imperialista fue y es desequilibrante, y contribuye por tanto a agudizar el desequilibrio interno del sistema capitalista. Por cierto que la teoría también sostiene que la función equilibrante automática de Ios mercados hace que el capital fluya de Ias balanzas comerciales favorables a los países deficitarios, y de los ricos a los pobres. El hecho es que operan en sentido contrario y sirven para incrementar el déficit y la pobreza de los satélites de América Latina, en tanto que aumentan el excedente y la riqueza de la metrópoli de Europa y América del Norte.

El significado y "rentabilidad" del capital imperialista no radica en las ganancias netas de las inversión, sino en su papel en el desarrollo y subdesarrollo capitalistas. Encauzó un enorme flujo de capital neto de los países pobres y subdesarrollados de América Latina hacía los ricos, y avanzados de la metrópoli, incluso en tiempos del imperialismo "exportador de capital" de que habla Lenin. Cairncross (180) calcula las exportaciones de capital de Inglaterra en 2.400 millones de libras esterlinas y el ingreso proveniente de su inversión en 4.100 millones entre 1870 y 1913. América Latina suministre a la metrópoli materias primas para la industria y alimentos baratos para sus obreros en condiciones aún más favorables -que Ies ayudaron a rebajar los salarios y sostener Ias utilidades y les abrieron mercados extranjeros para sus bienes de capital y de consumo—, contribuyendo así a mantener sus precios de monopolios y elevadas utilidades, en tanto que se ejercía mayor presión sobre los salarios reales.

En America Latina, este mismo comercio y capital imperialista hizo más que incrementar el valor de producción, comercio y beneficios por la acumulación de cerca de 10.000 millones de dólares de Estados Unidos de inversiones en esa zona. La metrópoli imperialista utilizó su comercio y su capital para penetrar en Ia economía de América Latina y utilizar su potencial productivo mucho más completa, eficiente y exhaustivamente en favor del desarrollo de la misma metrópoli, que de lo que fueron capaces Ias metrópolis colonialistas. Como anotaba Rosa Luxemburgo sobre un proceso similar, "despojadas de todos sus eslabones oscurecedores, estas relaciones consisten en el hecho simple de que el capital europeo ha absorbido totalmente Ia economía agrícola egipcia. Enormes extensiones de tierra, trabajo y producción sin número, afluyendo como tributos al estado, han sido convertido por último en capital europeo, y acumulados". (Luxemburgo, 438).

En realidad, en América Latina el imperialismo fue más lejos. No solo se sirvió del estado para invadir la agricultura, sino que tomó posesión de casi todas las instituciones económicas y políticas para incorporar la economía entera al sistema imperialista: los latifundios crecieron a un ritmo y en proporciones desconocidos en la historia, especialmente en Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba, México y América Central. Con la ayuda de los gobiernos latinoamericanos, los extranjeros se adueñaron -casi por nada— de inmensas extensiones de sierra. Y donde no se apropiaron de la tierra, fueron dueños de sus productos, porque la metrópoli también tomó el control y monopolizó el intercambio de los productos agrícolas y de la mayoría de los demás. Tomó posesión de las minas latinoamericanas y aumentó su rendimiento, agotando a veces recursos económicos en pocos años, como los nitratos de Chile. Para exportar las materias primas de América Latina e importar sus equipos y mercancías, la metrópoli estimulo la construcción de puertos, ferrocarriles y otros servicios con recursos públicos. Las redes ferroviaria y eléctrica, lejos de ser verdaderas redes, irradiaban y conectaban el interior de cada país, y a veces de varios países, con el puerto de entrada y salida, que a su vez estaba conectado con la metrópoli. Hoy, 80 años después, permanece aún mucho de este esquema exportación-importación, en parte porque el ferrocarril todavía está orientado en esa forma, pero principalmente porque el desarrollo urbano, económico y político orientado hacía la metrópoli —que el imperialismo del siglo XIX generó en América Latina—, dio origen a intereses creados que, con el apoyo de la metrópoli, mantuvieron y expandieron este desarrollo del subdesarrollo latinoamericano durante el siglo XX.

Implantada en la era colonial y ahondada en la del librecambio, Ia estructura de subdesarrollo se consolidó en América Latina con el comercio y el capital imperialista del siglo XIX. Se convirtió en una economía monoexportadora primaria con sus latifundios y su proletariado rural expropiado y aun con un lumpen-proletariado explotado por una burguesía satelizada actuando a naves del estado corrompido de un antipaís: "México bárbaro" (Turner); las "repúblicas bananeras," de América Central, que no son sino "países compañía"; "la inexorable evolución del latifundio: superproducción, dependencia económica y crecimiento de la pobreza en Cuba" (Guerra y Sánchez); "Argentina británica", y "Chile patológico", del que el historiador Francisco Encina escribió en 1912, bajo el titulo Nuestra inferioridad económica: causas y consecuencias: "Nuestro desarrollo económico de los últimos años presenta síntesis que evidencian una situación realmente patológica. Hasta mediados del siglo XIX, el comercio exterior de Chile estaba casi exclusivamente en manos de los chilenos. En menos de 50 años, el comercio exterior ha asfixiado nuestra incipiente iniciativa comercial; y en nuestro propio suelo nos elimino del comercio internacional y nos desalojo, en gran parte, del comercio al detalle... La marina mercante... ha caído en triste dificultades y sigue cediendo campo a la navegación extranjera aun en el comercio de cabotaje. La marina de las compañías de seguros que operan entre nosotros tienen su casa matriz en el exterior. Los bancos nacionales han cedido y siguen cediendo terreno a las sucursales de los bancos extranjeros. Una porción cada vez mayor de bonos de las instituciones de ahorro está pasando a manos de extranjeros que viven en el exterior".

Con el desarrollo del imperialismo del siglo XIX, el capital extranjero vino a jugar un papel casi equivalente al del comercio exterior en Ia tarea de uncir a America Latina al desarrollo capitalista y de transformar su economía, sociedad y formas de gobierno hasta que Ia estructura de su subdesarrollo estuvo firmemente consolidada.

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