Capítulo EL CAPITALISMO Y EL MITO DEL FEUDALISMO EN LA AGRICULTURA BRASILEÑA

B. LA AGRICULTURA CAPITALISTA

1. Capitalismo y subdesarrollo

Para comprender realmente la agricultura subdesarrollada, debemos comprender el subdesarrollo. Y para esto debemos investigar el desarrollo de ese subdesarrollo. Sí, desarrollo del subdesarrollo, porque el subdesarrollo, a diferencia quizás del no desarrollo, no antecedió al desarrollo económico ni surgió espontánea ni repentinamente. Se desarrolló a la par con el desarrollo económico, y así continúa ocurriendo. Es parte integrante del indivisible proceso evolutivo por el que ha pasado este planeta en los últimos cinco siglos o más. Por desdicha, hasta ahora sólo se ha prestado atención, casi exclusivamente, a la parte del proceso relativo al desarrollo económico, tal vez porque nuestra ciencia, tanto su rama burguesa como la marxista, surgió en la metrópoli junto con el desarrollo económico mismo.

No es posible, claro está, elaborar aquí toda una teoría del subdesarrollo, pero es esencial tomar nota de algunos fundamentos del proceso. El primero es que este proceso ocurrió bajo una sola forma dominante de organización económica y política a la que se llama mercantilismo o capitalismo mercantil. Un segundo fundamento es que, en cada paso del camino, esta forma de organización concentró en grado sumo el poder económico y político, y también el prestigio social, en lo que se ha venido a conocer por monopolio. Tercero, los efectos han sido extensos —universales pudiera decirse—, y aunque muy diferentes de un lugar o grupo a otro, han sido siempre extremadamente desproporcionados. Este tercer factor (la universalidad) es el que presta al segundo (la concentración) su importancia. Porque también existe concentración, por ejemplo, en el feudalismo. Pero el feudalismo concentra la tiera en cada feudo separado y no en una economía más amplia, en tanto que el término monopolio, en su sentido moderno, se refiere a la concentración en un todo universalmente interconexo. Además, esta combinación de relaciones universales monopolistas es la que necesariamente produce desigualdad, no sólo del factor monopolizado, sino de otras relaciones también. Cuarto, nos enfrentamos aquí a un proceso, y como éste continúa, sus efectos también. Así, pues, la desigualdad continúa aumentando (Myrdal, 1957), y asimismo el desarrollo y el subdesarrollo económicos.

El desarrollo capitalista ha entrañado la monopolización de la tierra y otras formas de capital y del trabajo, el comercio, las finanzas, la industria y la tecnología, entre otras cosas. En diferentes épocas y lugares, el monopolio ha tomado diversas formas y ha tenido distintos efectos al adaptarse a las diferentes circunstancias. Pero aunque es importante distinguir las peculiaridades, como la agricultura brasileña, es más importante aún no perder de vista otros aspectos fundamentalmente similares. Sobre todo, es importante tener en cuenta, donde sea posible, cómo las otras partes del proceso capitalista mundial determinan la que se estudia y viceversa.

La dualidad o contradicción desarrollo-subdesarrollo del capitalismo recibe hoy la mayor atención, por supuesto, a nivel internacional de los países industrializados y de los subdesarrollados. La metrópoli europea comenzó realmente a acumular capital hace varios siglos. Su expansivo sistema mercantilista se extendió a otros continentes, donde impuso en diferentes lugares y tiempos formas de organización económica acordes con las circunstancias. En la cordillera americana que corre desde la Sierra Madre, en el norte, a los Andes, pasando por el istmo, encontró imperios bien organizados de pueblos civilizados, con riquezas minerales listas para llevar a casa. En África encontró trabajo humano que utilizó para abrir las tierras bajas latinoamericanas, particularmente Brasil. Este expansión no sólo contribuyó al desarrollo económico de la metrópoli, sino que también dejó sus huellas en otros pueblos, cuyos efectos estamos presenciando aún. Entre los aztecas y los incas destruyó civilizaciones enteras. Pero aunque el capitalismo penetró en estas tierras y las vinculó a las fuerzas metropolitanas que han determinado la suerte de aquéllas, algunos de esos pueblos encontraron protección parcial aislándose en las montañas. En Brasil se implantó toda una sociedad nueva, mezcla de tres razas e incontables culturas, grano para el expansivo molino capitalista metropolitano. Cualesquiera que fueran la formas institucionales trasplantadas al Nuevo Mundo, o surgidas en él, su contenido era determinado inevitablemente por el mercantilismo o capitalismo.

Más tarde, cuando la industrialización y la urbanización metropolitanas comenzaron a demandar más materias primas y más comestibles, se acudió —es decir, se obligó— a las regiones hoy subdesarrolladas a suministrar la parte que los productores primarios metropolitanos no podían producir o se ahorraban con ello tener que producir. A países como India y China, que aún no habían sido explotados de ese modo, les llegó su hora en la fase imperialista, en la que se destruyeron sus industrias rurales, si no directamente su agricultura, para que pudieran absorber mejor el excedente metropolitano de bienes industriales. En nuestros días, la metrópoli capitalizada invierte sus capitales en la producción de tecnología y materias sintéticas que sustituyen a ciertas materias primas, y hasta produce excedentes de otros productos primarios (trigo, etc.), que los países productores primarios, hoy especializados, son obligados a absorber también. En todo sentido, los países periféricos han sido el rabo del perro capitalista metropolitano: se han hundido en el subdesarrollo, particularmente agrícola, mientras que la metrópoli desarrollaba la industria. Pueden encontrarse análisis actuales de este proceso en Baran (1957), Myrdal (1957) y Lacoste (1961).

Este desarrollo simultáneo de la riqueza y pobreza desiguales puede verse también entre regiones de un solo país. Las relaciones entre el norte y el sur de Estados Unidos y entre el sur y nordeste de Brasil, son, en lo fundamental, las mismas que existen entre la metrópoli y sus regiones subdesarrolladas. Pero las relaciones del nordeste con el sur no sustituyen, sino completan, las relaciones con el mundo metropolitano; ese mundo no ha cesado de existir y sus efectos no pueden deshacerse jamás.

El ingreso per capita del nordeste brasileño, una de las regiones más pobres y subdesarrolladas del mundo, es aproximadamente la cuarta parte del que tiene el sur; Piauí, su estado más pobre, cuenta con la décima parte del de Guanabara, asiento de Río de Janeiro. (Desenvolvimiento & Conjuntura, 1959/4: 7-8.) El nordeste (incluyendo a Sergipe y Bahía), con el 32% de la población de Brasil, ganó en 1955, 75.000 millones de cruzeiros, del total nacional de 575.000 millones. Y el ingreso a disposición de sus habitantes fue aún menor, puesto que el área muestra una salida de capitales hacia otras regiones. (Desenvolvimento & Conjuntura, 1957/2: 18-19.) En realidad, el nordeste agrícola, pobre y hambriento de capital, gana divisas que se invierten en la capitalización y bienestar de otras regiones, de las que a su vez importa comestibles, que representan el 30 o 40% de sus importaciones regionales. (Desenvolvimento & Conjuntura, 1959/4: 71.) Hasta lo que gasta en alimentar y educar a sus jóvenes contribuye al desarrollo de otras regiones, porque la mayoría de sus obreros productivos emigran a áreas de mayores oportunidades.

El examen del curso histórico del subdesarrollo del nordeste es esclarecedor. Durante la época del azúcar, su costa era el sector principal, y su interior periférico, subdesarrollado y ganadero, era el abastecedor de carnes del sector exportador azucarero, así como éste era la periferia en vías de subdesarrollo de la metrópoli europea. Con la decadencia de la economía azucarera, todo el nordeste vino a quedar subdesarrollado. El subsiguiente ascenso de la metrópoli nacional de São Paulo descapitalizó aún más al nordeste, así como a buena parte del resto de la economía. Ciertos paulistas gustan de decir que São Paulo es una locomotora que arrastra a veintiún vagones (los 21 estados); olvidan añadir que éstos son los vagones carboneros gracias a los cuales puede andar. Pero decir que una región es más "feudal" y otra más "capitalista" sólo sirve para oscurecer su común estructura capitalista, causante de la desigualdad entre ellos.

Esta dualidad o contradicción desarrollo-subdesarrollo de la sociedad capitalista está acompañada universalmente de la concentración monopolista de los recursos y el poder. En Estados Unidos, la contradicción aparece en las ciudades grandes y las áreas metropolitanas, entre regiones como el norte y el sur, entre lectores como la industria y la agricultura, dentro de los sectores de una misma industria. En la agricultura en 1950, el 10% de las fincas produjeron el 50% de las cosechas, mientras que el 50% de aquéllas producían el 10% de éstas y un millón de los cinco millones de familias campesinas tenían un nivel de mera subsistencia. Y Estados Unidos nunca pasó por ninguna clase de feudalismo. La industria europea occidental exhibe a la vez la tecnología más adelantada —incorporada a carteles internacionales— al lado de fábricas que tienen más de familia que de negocio y talleres de artesanía que nos retrotraen a la Edad Media. Lo mismo encontramos en todas partes de la economía brasileña, como en las propiedades urbanas de Porto Alegre, donde el 0,5% de la población cuenta con el 8,6% de los propietarios, que en conjunto poseen el 53,7% de los bienes raíces. (A Classe Operária, 1963.)

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