C. EL SUBDESARROLLO DEL DESARROLLO

7. Desarrollo imperialista y subdesarrollo capitalista

Para completar nuestro análisis del subdesarrollo brasileño y las crisis política contemporánea del país, debemos proceder a un examen más profundo de las recientes relaciones internacionales de Brasil con la metrópoli capitalista y de sus efectos sobre nuestro problema. Vuelvo a recordar que, aunque las examino separadamente, las estructuras metrópoli-satélite, internacional y nacional, del capitalismo están inseparablemente entretejidas.

Aunque refiriéndonos siempre a mi modelo y mi hipótesis, trataré de ir peso a peso de las causas más superficiales a las más profundas de este subdesarrollo. Celso Furtado, en su libro Dialéctica do Desenvolvimento, publicado en la primavera de 1964, época del golpe, observa y explica "Ias causas económicas de la presente crisis":

Los factores en que se fundaba el proceso de industrialización se agotaron, al parecer, antes de que la formación de capitales llegara al grado necesario de autonomía respecto al sector externo. Este hecho parece indicar que las dificultades que el país ha estado encarando en tiempos recientes son más profundas de lo que al principio se sospechaba. Se tienen pruebas suficientes de que la industrialización acercó mucho a Brasil al punto en que el desarrollo se convierte en un proceso circular acumulativo que crea sus propios medios para mantenerse en marcha. Hasta se puede decir que, de no haber sido por la gran disminución de los términos de intercambio a partir de 1955, Brasil habría llegado a ese punto decisivo en el curso de esta década de 1960. (Furtado, 1964: 120.)

Traducido a nuestros términos, Furtado mantiene, pues, que Brasil estuvo a punto de escapar del círculo vicioso de los lazos capitalistas de metrópoli y satélite, con sus aflojamientos y sus reforzamientos; que a través de un creciente capitalismo nacional, Brasil se zafó casi de la tenaza del sistema imperialista mundial y que fracasó sólo porque después de 1955 sus términos de intercambio declinaron.

Este énfasis en el muy cierto e importante cambio adverso de los términos de intercambio del satélite, que universalmente se subraya en las publicaciones oficiales de los países satélites y las organizaciones internacionales, y hasta en los eruditos estudios de los economistas de la metrópoli capitalista, sirve a menudo para desviar la atención de los problemas y causas fundamentales del subdesarrollo y pobreza crecientes de los países satélites. Además, Paul Baran, entre otros, señaló que para aquellos países cuyo comercio de exportación está principalmente en manos extranjeras, una caída de Ios precios de sus productos de exportación no los daña mucho necesariamente, puesto que las ganancias de ese comercio, reducidas o no, van de todos modos a empresas de la metrópoli capitalista. (Baran, 1957: 231-234) Brasil se encuentra en este sentido en una mejor posición que algunos otros países exportadores de materias primas. No obstante, la importancia que tienen para Brasil las variaciones del precio del café está sujeta hasta cierto punto, como hemos visto, a esta reserva.

La siguiente explicación de la renovada vuelta de Brasil al subdesarrollo intenta ser más amplia. Podemos reconocer en este giro de los sucesos otro ejemplo de una característica del sistema capitalista y de su desarrollo: la norma del fortalecimiento de los lazos metrópoli-satélite que acompaña a la recuperación de la metrópoli. Esta norma provoca en el satélite esfuerzos necesariamente estériles por hacer frente a esa amenaza, una consiguiente estrangulación del desarrollo más autónomo que se acometió en el período anterior y la reorientación del país hacia un subdesarrollo mayor.

En la década de 1950, después del período de involución capitalista activa durante la depresión y la guerra, vimos reaparecer esencialmente la misma norma que observamos durante la depresión brasileña de la primera mitad del siglo XIX, durante los últimos años de esa centuria, después de la expansión del café; durante la década de 1920, después de la involución de la primera guerra mundial, y de nuevo en nuestros días: a) inflación; b) devaluación; c) fluctuaciones de los términos de intercambio; d) financiamiento externo, y e) reintegración de la economía del satélite en la de la metrópoli, renovado ejercicio del poder monopolista metropolitano y nuevo apoderamiento del satélite por la metrópoli. Idénticas características observamos en nuestro examen de los años recientes.

El mismo Celso Furtado señala que la inflación, cuando se combina con circunstancias de devaluación y deterioro de los términos de intercambio, no puede en modo alguno desempeñar la misma función de estimulo del desarrollo que tuvo durante las décadas del 30 y el 40, cuando el tipo de cambio de Brasil y sus términos de intercambio mejoraron y, por así decirlo, proporcionaron un impersonal y automático financiamiento externo de la inflación. (Furtado, 1964: 117-118.) El mismo autor señala, además, que en similares circunstancias de devaluación y deterioro de los términos de intercambio a fines de la década del 50, el financiamiento externo, en forma de empréstitos extranjeros, y las inversiones no pueden salvar la situación, sino, más bien empeorarla. El financiamiento externo mediante préstamos e inversiones no sustituye al financiamiento externo mediante el mejoramiento de los términos de intercambio, mucho menos cuando éstos están en deterioro. En tales circunstancias, la inflación y el financiamiento externo sólo pueden conducir a la consecuencia inevitable del apoderamiento imperialista del país.

Tal fue la consecuencia del similar desenvolvimiento de las fuerzas económicas y políticas a comienzos de siglo; en la década de 1920, bajo la mano rectora del presidente norteamericanófilo Washington Luis, e inevitablemente, durante el desarrollo económico y los programas de economía política de los presidentes Café Filho, Juscelino Kubitschek y sus sucesores, a despecho de todas las otras circunstancias. Así, pues, mi modelo y mis hipótesis se aproximan, al menos, a la explicación del renovado estrangulamiento del desarrollo de Brasil y la reorientación del país hacia el subdesarrollo, acompañado de la recaída en un gobierno ultraderechista que busca (con beneficios para sí mismo) la ayuda del lobo para proteger al pueblo brasileño contra el voraz apetito del mismo lobo.

Pero otras circunstancias refuerzan esta tendencia. Ha habido importantes transformaciones, no de la estructura del sistema capitalista, sino dentro de ella, en los niveles internacionales y nacional brasileño desde 1929, punto de partida de la involución activa de Brasil que ahora ha dado paso al nuevo subdesarrollo.

Entusiastas confesos del capital extranjero y de las más intimas relaciones de Brasil con Estados Unidos, reunidos en la APEC Editora, S. A., publicaron no hace mucho un excelente estudio de la situación:

Gracias a su dependencia pasiva de la balanza de pagos, sostenida por siglos de monocultivo, la economía brasileña ha merecido el nombre de economía "refleje". En el presente pagamos con café nuestro pan, nuestro combustible, nuestra civilización. Durante los últimos treinta años, especialmente en los de la segunda guerra mundial, el proceso de industrialización y diversificación de la economía se ha intensificado; pero el descenso de la producción agrícola frente al aumento de la población, y el progresivo deterioro de los términos de intercambio, prueban que no nos hemos liberado de este círculo vicioso. La industrialización sustituyó muchas importaciones; pero al mismo tiempo nos impuso una dependencia aún más rígida del intercambio, en forma de materias primas, combustibles, piezas de repuesto, máquinas, tecnología y capital. En años recientes, en vez de replegarse ante las naturales limitaciones de la economía, el esfuerzo industrializador se amplió con una afluencia de capital extranjero, no tan atraído por un clima favorable a las inversiones como, principalmente, por claras ventajas arancelarias y por razones de política comercial y de defensa nacional. El aspecto más importante de esta industrialización es el que impone una integración e interconexión más profundas de la economía [con el extranjero] y la hace más vulnerable a los cambios de la suerte. (APEC, 1962: 93.)

Este breve resumen contiene en germen varias verdades importantes acerca del deplorable estado y tendencia de los asuntos de la economía brasileña. Pero los citados autores atribuyen en general todas las causas de la dependencia brasileña al problema de los términos de intercambio y a la vulnerabilidad para importar a que Brasil queda expuesto con ello. Se echa así a los pobres términos de intercambio mucha más responsabilidad de la que en realidad les corresponde por el subdesarrollo. Las otras causas circunstanciales que estos observadores resumen tienen mayor importancia por sí solas que por su relación con el problema de los términos de intercambio.

Examinemos el problema de la sustitución de las importaciones. La mayor parte del proceso de la expansión industrial brasileña de las últimas décadas se encaminó a producir en Brasil los productos que antes se importaban o los que, siendo nuevos en el mercado mundial, de otra forma tendrían que importarse. La sustitución de las importaciones, ahora que la fuente del monopolio metropolitano no pesa tanto sobre la producción industrial en general, como sobre ciertos ramos de la industria y la tecnología, ha sido ampliamente recomendada a los países subdesarrollados por los asesores económicos metropolitanos como primer y más importante paso hacia la industrialización y el desarrollo. Tal sustitución, sin embargo, cuando se emprende dentro del marco y estructura del sistema capitalista, no conduce a la salvación augurada, sino que por fuera debe ser un nuevo paso hacia una mayor dependencia de la metrópoli y un subdesarrollo estructural más profundo. Y así ha ocurrido en Brasil.

La selección de los productos cuya importación se ha de sustituir por la elaboración en el país, se funda en diversos criterios: gastos de instalación relativamente bajos y tecnología sencilla (esto es lo que generalmente recomiendan los economistas de la metrópoli); bienes cuyo precio en el paja sea alto y cuya producción tenga poca o ninguna competencia, porque un arancel protector restringe su importación; pero, por encima de todo, se sustituye la importación de bienes para el mercado de altos ingresos, único que en una economía capitalista puede tener demanda de ellos. Esta clase de producción industrial puede conducir a corto plazo a mayor demanda e ingreso para ciertos productores; pero no es, evidentemente, Ia clase de oferta que, en analogía con el principio de Say, puede crear a la larga una demanda más amplia.

Este género de sustitución de productos, lejos de reducir la carencia general y la demanda de importaciones por la economía del satélite, las aumenta necesariamente. Es obvio que cuanto más se limita la sustitución de las importaciones a la producción de bienes de consumo, aunque ésta aumente, tanto más se necesitan y deben importarse máquinas y materias primas para producirlos. Cuanto más se amplía y mantiene este proceso, tanto más complejo y costoso es el equipo que debe importarse, y tanto más se limita la escala de ingresos y el número de consumidores potenciales que pueden adquirir los productos terminados.

Las contradicciones internas de la estructura capitalista nacional de metrópoli-satélite imponen limites severos a la ampliación de este proceso de sustitución de las importaciones, y las contradicciones de la misma estructura capitalista internacional hacen aún más costoso e imposible el mantenimiento de siquiera el grado de sustitución ya alcanzado. La estructura capitalista nacional canaliza necesariamente este proceso de industrialización y sustitución de importaciones, supuestamente favorable al desarrollo, hacia una mayor polarización entre la metrópoli nacional y sus grupos privilegiados, de una parte, y los satélites y los grupos metropolitanos nacionales de bajas entradas, de la otra. Estos últimos no llegan a gozar nunca de los beneficios de este tipo de industrialización; pero, a través de los diversos mecanismos polarizantes y la inflación general, se les obliga a pagar Ia mayor parte de lo que aquélla cuesta. Además, estas mismas exigencias del proceso productivo de la sustitución capitalista de las importaciones„ engendran un creciente grado de monopolio dentro del sector industrial mismo, a medida que la expansión se hace más difícil y más empresas débiles sucumben, lo que a su vez agrava aún más el problema.

Aunque Brasil, como ya vimos, no dedicó su producción industrial a estos bienes de consumo únicamente, su norma para la sustitución de las importaciones no se desvió, en esencia, del caso extremo aquí tratado, y su desarrollo industrial ha sufrido el destino de rigor. Para adoptar una diferente norma de sustitución de las importaciones y evitar este destino, empezando por la industria pesada de bienes de producción y la manufactura de equipos intermedios en vez de la industria ligera de bienes de consumo, como hizo la Unión Soviética, Brasil tendría que tener una distribución del ingreso y, por ende, una norma de consumo, muy distintas a las de un país capitalista satélite, o bien otra distribución del poder político, con la consiguiente libertad para asignar las inversiones conforme a otros criterios que la inmediata demanda de los consumidores. Esto es demasiado ajeno a la naturaleza esencial de un país capitalista.

Este proceso de sustitución de las importaciones, por tanto, lejos de reducir la necesidad de importar, la aumenta. Además, tiende a elevar el costo de las importaciones, a medida que se hace necesario importar equipos técnicamente más complejos, más adelantados, más monopolizados y, por consiguiente, más costosos, de la metrópoli. No obstante, esta sustitución de las importaciones no puede llegar jamás al punto en que el satélite cesa de depender de la metrópoli en cuanto a máquinas, tecnología y materias primas esenciales, punto que tal callejón sin salida industrial deje al país satélite de la producción de esas necesidades, en vez de acercarlo.

Así, la CEPAL observa que, si bien "en el período posterior a la guerra ... las limitaciones del sector externo fueron considerablemente menores en Brasil que en otros países de la región... a la luz del estudio de los principales artículos seleccionados puede llegarse a la conclusión de que no ha habido proceso sustitutivo alguno de bienes de capital en conjunto". (Economic Bulletin, 1964: 38.)

Allí al mismo tiempo la norma de la importación deviene en extremo rígida. Por ejemplo, mientras en 1952, su mejor año del período posbélico, gracias al conflicto coreano, los pagos de Brasil al exterior por importaciones esenciales como combustible, trigo, papel de imprenta y amortizaciones de deudas, equivalieron al 25% de sus ganancias en divisas, hacia 1959 esas mismas demandas consumían el 70% de las divisas, dejando sólo un 30% para todas las otras importaciones. (Economic Bulletin, 1964: 15.) En ese mismo año, Brasil dedicó el 50% de sus importaciones a equipos industriales y productos intermedios de metal, y otro 25% a productos no metálicos, por lo que puede verse fácilmente que las importaciones absolutamente esenciales impuestas a la economía brasileña por su estructura de satélite subdesarrollado exceden con mucho su capacidad para importar. (Economic Bulletin, 1964: 22.) Se prohíbe así a Brasil la importación de nuevos tipos de máquinas que pudiera necesitar para desarrollarse en otra dirección más ventajosa, y se le obliga a recurrir al financiamiento externo para satisfacer hasta sus más esenciales necesidades actuales de importación.

Estas contradicciones, bastante serias ya, de los esfuerzos del satélite por industrializarse mediante la sustitución de las importaciones, se agudizan y producen aún más subdesarrollo por su ineluctable combinación con otras facetas de las expoliadoras relaciones metrópoli-satélite. Una de éstas es el deterioro de los términos de intercambio. Evidentemente, las dificultades de la sustitución de las importaciones, a cauza de los mayores costos y otros factores, se agravan cuando los precios declinan, como ha ocurrido desde 1955, y los medios de pago de las importaciones disminuyen o no aumentan bastante. Se acude entonces, ineludiblemente, a los empréstitos extranjeros. Pero éstos, en Brasil, sólo pueden alejar temporalmente al lobo, a la vez que lo hacen más rapaz a largo plazo. El endeudamiento exterior trae aparejada la necesidad de dedicar más divisas cada vez a la amortización de los préstamos. Pone asimismo al deudor más a merced del acreedor, quien se aprovecha de esta dependencia satélite para arrancar más y más concesiones, con la amenaza de no renovar los empréstitos o de no prorrogar el vencimiento de los pagos, cuando, como es inevitable, Brasil no puede pagar. Se ha puesto, por tanto, a Brasil, en una posición de servidumbre forzosa ante el acreedor norteamericano, que se conviene así en dueño del país, y esta servidumbre no difiere, en esencia, de la que ata a los campesinos de todo el mundo a sus terratenientes y prestamistas.

Otras dos formas de control monopolista metropolitano son las inversiones y la tecnología extranjera. Cada una de éstas bastaría por sí sola para engendrar un subdesarrollo creciente en Brasil y otro satélite. Combinadas con el factor de la sustitución de las importaciones dentro de la estructura total, condenan a Brasil al subdesarrollo capitalista.

Celso Furtado habla como sigue del papel de las inversiones extranjeras y contradice con ello su anterior atribución del renovado subdesarrollo brasileño al deterioro de los términos de intercambio:

La nueva clase capitalista industrial... encontró... en las concesiones a los grupos extranjeros la línea de menor resistencia mediante la cual resolver los problemas que de tiempo en tiempo surgían... Ha habido un extenso proceso de desnacionalización de la economía, el cual, con independencia de los efectos de otros factores, conduce inexorablemente a la estrangulación externa. Surgió así la contradicción entre los intereses generales del desarrollo nacional y los intereses particulares de las miles de firmas controladas por grupos extranjeros, las que operaban con gastos atados a costos más o menos estables de cambio exterior. Frecuentemente se supone aún que este problema puede resolverse "recuperando la confianza del extranjero" y atrayendo nuevos capitales foráneos. Ésta es, sin duda, la más aguda contradicción interna del desarrollo de Brasil al presente y, también, la que la clase gobernante está menos preparada para resolver. (Furtado, 1964: 133.)

No cabe duda que Furtado ha puesto aquí el dedo en una parte de las relaciones subdesarrollantes de metrópoli-satélite que con demasiada frecuencia conviene olvidar o dejar de lado.

No debe confundirse la industria en Brasil con la industria nacional, puesto que la primera incluye una proporción significativa y creciente de compañías extranjeras y, por tanto, de control foráneo. Las firmas extranjeras, especialmente norteamericanas, como vimos, entraron en Brasil para establecerse en la industria interior, en la década del 20. Esta clase de penetración se efectuó aceleradamente incluso durante la depresión de los años 30. En 1936, por ejemplo, mientras se fundaban 121 empresas brasileñas, se creaban 241 extranjeras, 120 de ellas norteamericanas. (Guilherme, 1963: 41.) Este proceso ganó en rapidez y proporciones durante la década del 50 y en la presente. Las firmas extranjeras son casi siempre empresas muy grandes, integradas vertical y horizontalmente sobre una fase plurinacional, por lo que disponen de un importante poder monopolista hasta en el mercado mundial. No es extraño que rápidamente absorbieran a sus rivales pequeños y convirtieran en satélites económicos a sus competidores, abastecedores y compradores brasileños. He estudiado este proceso con más detalle en Sobre los mecanismos del imperialismo: El caso del Brasil. (Frank, 1964 b.)

La conducta de estos monopolios extranjeros dentro de la industria brasileña sirve, pues, en esencia, para reforzar la condición de satélite y la dependencia de éste y de la economía en general. Además, la naturaleza y alcance de las inversiones y las actividades productivas extranjeras impone a la industria brasileña y a la economía en general necesidades de importación de tal clase y cantidad que aumentan en grado sumo la rigidez de la selección brasileña de bienes para importar, y hasta privan a los brasileños de la oportunidad de decidir qué bienes importar. Las inversiones extranjeras agravan así el problema de la sustitución de las importaciones, a causa del control que llegan a ejercer sobre la industria brasileña, a la vez que retiran cantidades importantes de capital —siempre más que el que  aportan, como demostré en el mencionado articulo y en otro anterior titulado: Las relaciones económicas entre Brasil y Estados Unidos (Frank, 1963 b)— o de excedente económico que no puede, por tanto, ser invertido en Brasil y cuyo retiro del país agrava, aún más, la balanza de pagos y el problema de la sustitución de las importaciones.

Estos vínculos entre las firmas extranjeras y nacionales en la economía brasileña interna, y no hablemos de las empresas mixtas de capital extranjero y nacional —que siempre acaban por convertir el socio nacional en satélite del socio extranjero, a la vez que éste se ahorra el capital aportado por aquél—, atan también, claro está, a la burguesía brasileña, incluida la nacional, a la metrópoli imperialista. No pocas veces crean intereses comunes al explotar conjuntamente al pueblo de Brasil y al incrementar la satelización y subdesarrollo de la economía del país, y por mucho que en un caso u otro puedan chocar los intereses de los poderosos extranjeros con los de los impotentes brasileños, éstos vienen a quedar más dependientes y más satélites de aquéllos. Con todo, estas inversiones y este predominio extranjeros, que estrangulan el desarrollo brasileño, como ve Celso Furtado con acierto, no son más que un elemento de la estructura metrópoli-satélite, cada vez más subdesarrollante y monopolista, del sistema capitalista y contemporáneo.

La tecnología intercede en estas conflictivas relaciones y ayuda a generar en el satélite un subdesarrollo aún más profundo. La tecnología se está convirtiendo rápida y crecientemente, en la nueva base del monopolio metropolitano sobre los satélites. El significado de este cambio puede verse con más claridad relacionándolo con mi modelo y con la transformación dentro del sistema de metrópoli y satélites a que éste se refiere.

Durante la era mercantilista, el monopolio metropolitano se ejercía a través del monopolio comercial; en la era del liberalismo, el monopolio metropolitano vino a ser la industria; en la primera mitad del siglo XX, el monopolio metropolitano se desvió cada vez más hacia la industria de bienes de capital. La producción de bienes de consumo de la industria ligera fue entonces más factible para los satélites. En la segunda mitad del siglo XX, la base del monopolio metropolitano parece estar desviándose crecientemente hacia la tecnología. Ya los satélites pueden tener hasta industria pesada en sus países. Hace 100 o aún 50 años, tal industria pesada pudo haber emancipado a algún satélite de la dependencia de su metrópoli; lo habrían convertido en otra metrópoli y en una potencia imperialista. Pero ningún satélite pudo escapar entonces del monopolio metropolitano de la industria pesada. Sólo la URSS lo consiguió, abandonando para siempre el sistema imperialista y capitalista y adoptando el socialismo.

En nuestros tiempos, no obstante, la industria pesada no basta ya para quebrantar este dominio monopolista de la metrópoli, porque este dominio dispone ahora de una nueva base: la tecnología. Esta tecnología se presenta de varios modos: automatización, cibernética, tecnología industrial, tecnología química, o sea la sustitución de las materias primas del satélite por los productos sintéticos de la metrópoli; tecnología agrícola, la importación por los satélites "agrícolas" de productos comestibles de la metrópoli industrial, y, como siempre tecnología militar, que incluye tanto la tecnología de las armas nucleares y químicas como la de la guerra contra guerrillas. Que un satélite capitalista desarrolle una tecnología rival es, en nuestros tiempos, mucho más difícil e improbable que lo que fue el desarrollo de una industria ligera o pesada en los tiempos en que éstas eran la base del monopolio metropolitano. Dentro de la estructura del sistema capitalista, por tanto, Brasil y otros países satélites dependen en la actualidad de la metrópoli mucho más que antes. Y nada permite creer que la metrópoli capitalista utilizará en el futuro su dominio monopolista de los satélites de otro modo que como en el pasado. Lejos de ello, ya se divisan pruebas de que también en este sentido, el capitalismo monopolista procederá en el futuro como procedió en el pesado.

Hasta ahora, los testimonios perecen haber sido mejor documentados por los europeos, quienes han sido los primeros en percatarse y alarmarse del problema del monopolio tecnológico. El semanario norteamericano Newsweek informa:

Un funcionario del [banco] Chase Manhattan en Paris calcula que alrededor de dos tercios de las inversiones de Estados Unidos en Europa pertenecen a quince o veinte compañías gigantescas... Norteamericanización o no, a muchos europeos les preocupa de veras la inundación de dólares y el creciente poder de las compañías norteamericanas en la economía de Europa. En Francia, especialmente, los nacionalistas, con el presidente Charles de Gaulle en primer término previenen contra el peligro de la "satelización"; casi no pasa día sin que los políticos o los periódicos digan a los yanquis que recojan sus dólares y se vayan... Para los europeos conocedores, la primacía técnica de los grandes consorcios norteamericanos es, en realidad, el aspecto más inquietante de la invasión de dólares. Una comisión de estudios francesa llegó recientemente a la conclusión de que, en el futuro, la competencia en los precios cederá el paso a la competencia en innovaciones, y la pugna será tan caliente que sólo las firmas de dimensiones internacionales —"o sea, las norteamericanas, principalmente"— sobrevivirán...

Situados en la vanguardia de la oposición europea, los políticos franceses y las publicaciones francesas de derecha, izquierda y centro vienen acusando a Estados Unidos, desde hace tres años, de colonización, satelización y avasallamiento económicos. Las firmas norteamericanas controlan hoy casi toda la industria electrónica, el 90% de la producción de caucho sintético, el 65% de la distribución de petróleo y de la producción de maquinaria agrícola. Hasta algunos de los subcontratistas de la muy secreta force de frappe del presidente De Gaulle son empresas subsidiarias de compañías norteamericanas... "A menos que Europa reaccione y se organice —advierte Louis Armand, el hombre que convirtió el sistema ferroviario francés en el mejor del mundo—, nos estaremos condenando a la colonización industrial. Y, o bien contraatacamos o aceptamos nuestra conversión en vasallos".

Una constante serie de fusiones y adquisiciones agranda los intereses norteamericanos. Uno de los más eminentes banqueros de Alemania se queja: "La rapidez con que los norteamericanos se están engullendo a las compañías europeas pequeñas es positivamente indecorosa." "No podemos sobrevivir a este tipo de competencia de un solo lado —dice un gerente de una empresa petroquímica belga. Nuestros rivales americanos nos llevan mil patentes de ventaja. Estamos destinados a ser absorbidos a largo plazo." Y el presidente de una compañía de Bruselas resume: "Nos estamos convirtiendo en peones de ajedrez manipulados por los gigantes norteamericanos."

Pero en la nueva "sofistificación" de la industria europea, el tamaño es, a veces, menos importante que los resultados de la investigación que ese tamaño hace posible. Así fue puesto en relieve por un ejecutivo de la Olivetti al examinar las alternativas de un convenio con la General Electric. "Nosotros estudiamos con mucho cuidado —dijo— una solución europea. Pero aunque nos uniéramos a Machines Bull, de Francia, y a Siemens, de Alemania [que más tarde firmó un contrato de patentes con la RCA], aún seriamos superados y al cabo eliminados del negocio por los gigantes norteamericanos. Estos problemas no tienen solución europea. El costo de la investigación es muy alto. La brecha de la tecnología trasatlántica que nos separa es un hecho real". (Newsweek, 1965: 67-72.)

Si la brecha de las patentes trasatlánticas es un hecho real y si promete condenar a los países industriales desarrollados de Europa occidental a la colonización, la satelización y el vasallaje, ¿qué perspectivas tiene la débil e industrialmente subdesarrollada economía de Brasil —y no digamos las partes aún más débiles de la economía capitalista mundial— de evitar ese mismo destino u otro peor? Ninguna... dentro del sistema que mantiene la continuidad del subdesarrollo.

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