H. EL SIGLO XX: AMARGA COSECHA DE SUBDESARROLLO

1. El sector "externo"

Se estima que del excedente económico producido por y en Chile, alrededor de 9.000 millones de dólares han sido expropiados-apropiados por la metrópoli capitalista mundial en el presente siglo; la suma es igual al valor de todo el capital fijo de Chile en 1964. No debe suponerse, claro está, que en ausencia de esta apropiación exterior del excedente el capital fijo de Chile sería sólo el doble del que es hoy, porque si el excedente económico producido por Chile hubiera podido ser invertido y reinvertido en la economía chilena a lo largo del siglo XX, el capital y los ingresos chilenos serían muchísimos más altos en la actualidad.

Desde que el cobre ocupó el lugar del salitre como principal producto de las exportaciones chilenas, las minas de cobre, hoy propiedad de intereses norteamericanos en un 90 por ciento, constituyen en nuestros días la fuente principal del excedente económico chileno de que se apropia la metrópoli capitalista. Según la OCEPLAN (Organización Central de Planificación, la oficina de planes económicos de la candidatura de Allende en la campaña electoral de 1964), la "gran minería" de propiedad norteamericana gana actualmente alrededor de 750 millones de escudos el año y remite al exterior unos 355 millones. Esto equivale, respectivamente, a unos 250 millones y 120 millones de dólares norteamericanos. Del total de las ganancias producidas por el cobre, el 47 por ciento va a ciudadanos de los Estados Unidos, el 35 por ciento al gobierno chileno, el 13 por ciento a los mineros que lo producen, y el 5 por ciento a unos cuantos empleados de altos salarios. Al tratar de calcular esta y otras apropiaciones metropolitanas directas del excedente económico de Chile, y al medir la correspondiente pérdida chilena de cambio exterior, Novik y Farba, en La potencialidad de crecimiento de la economía chilena. Un ensayo de medición del excedente económico potencial, estiman que esta pérdida fue en 1960 de unos 108 o unos 190 millones de dólares, según la base de medición que se empleó (Novik, 1963: 16-24). Estas sumas representan, respectivamente, el 20 y el 34 por ciento de la importación total de Chile en ese año. En el momento de escribir esto, la prensa informa que la diferencia por libra entre el precio del cobre controlado en forma monopolista por el ficticio mercado de Nueva York, que las compañías norteamericanas utilizan para calcular las regalías del cobre pagaderas a Chile, y el precio en la bolsa del cobre de Londres, asciende a $ 0.20. A las tases actuales de producción y regalías, cada centavo de esta diferencia representa 9 millones de dólares que Chile deja de recibir.

La magnitud de lo que Chile pierde por la apropiación extranjera directa de su excedente económico puede apreciarse también en los siguientes términos: las actuales remesas al exterior suman 150.000.000 de dólares, y los pagos por la deuda exterior una cantidad igual, o sea un total de 300 millones de dólares al año; compárese esta cifra con los 350 millones del déficit de la balanza de pagos chilena, o con los 450 millones de ganancias en divisas que le producen sus bienes de exportación. La deuda de Chile en divisas (la deuda exterior más esa parte de la deuda interior que debe ser pagada en dólares), contraída por las razones que se indican abajo, totaliza 2.430 millones de dólares de Estados Unidos. Suponiendo un interés anual del 4% y una amortización en 20 años sin incurrir en nuevos débitos, para financiar esta deuda se requerirían pagos anuales por valor de 300 millones, o sea el doble de los pegos actuales, ya prohibitivamente altos. Es inevitable, sin embargo, que Chile contraiga nuevas obligaciones exteriores para llevar a cabo sus programas económicos reales y propuestos dentro de la estructura capitalista contemporánea. (OCEPLAN, 1964: 31-33.)

La apropiación metropolitana del excedente económico chileno, que es a la vez causa y efecto de la relación metrópoli-satélite, no es sino un aspecto de la preponderancia metropolitana y la dependencia chilena. En cuanto a lo que se refiere a la generación de subdesarrollo estructural, la creciente incapacidad de Chile para producir todo el excedente económico invertible que su potencial le permite, es, en esencia, muy importante que su pérdida real de excedente en beneficio de la metrópoli, a causa de su estructura metrópoli-satélite capitalista y su creciente dependencia dentro de ella. La posición de Chile respecto de la metrópoli quedó en creciente desventaja con la desaparición, después de 1926, de sus exportaciones de trigo (sector de su economía en que Chile al menos, era dueño de los medios de producción, aunque no controlase el mercado o gran parte de la comercialización) y la drástica reducción de sus exportaciones de nitrato (sector en que, aunque no poseía muchos de los medios de producción, monopolizaba en cierto grado al mercado mundial). En el siglo XX, estos productos de su exportación han sido progresivamente reemplazados por el cobre, producto o renglón en que Chile no posee los medios de producción ni controla el mercado, y su parte de la producción mundial no sólo no es preponderante, sino que es cada vez más pequeña. Al mismo tiempo acepto durante los breves períodos de guerra, Chile, como casi todos los países subdesarrollados, ha adolecido de una continua y marcada declinación en los términos de intercambio.

La economía chilena depende crecientemente de los intereses y veleidades de la economía metropolitana, y cada vez es más sensible a ellos. Los intereses de la metrópoli extranjera, mediante su posesión y control del sector de la aportación cobrífera chilena, ejercen hoy sobre Chile un grado de influencia económica, y no digamos política, mayor que el que tuvieron sus precesores. La economía chilena y su desarrollo potencial padecen cada vez más por el desarrollo contradictorio de la economía capitalista, entremezclada y dependiente de la economía capitalista mundial que dirige la metrópoli. Habiendo sido productor de equipo esencial en el siglo XIX, Chile tiene que importar hoy el 90 por ciento de lo que invierte en instalaciones y equipos. Físicamente dotado de vastos recursos en carbón mineral, petróleo e hidráulicos, Chile, no obstante, tiene que importar combustibles. Habiendo sido en otro tiempo uno de los mayores exportadora de trigo y productos pecuarios, hoy depende en sumo grado de la importación de víveres de la metrópoli. En 1950-54, Chile tuvo que importar de los Estados Unidos un promedio anual de $ 90 millones en comestibles, principalmente trigo, carne y derivados lácteos, que una vez fueron y todavía podrían ser producidos en Chile. Hacia 1960-1963 el promedio anual de la importación de víveres había subido a 120 millones (OCEPLAN, 1964: 54). Esta suma debería compararse con los 450 millones de ganancias en divisas que Chile obtiene de todas sus exportaciones de mercancías. Las necesidades chilenas de alimentos importados subirán a unos 200 millones de dólares anuales en 1970, ritmo de crecimiento que, como en el pasado, es considerablemente mayor que el de los ingresos por las exportaciones. Esto significa que una proporción cada vez más grande de la ya insuficiente disponibilidad de divisas de Chile tendrá que ser destinada a la importación de víveres.

La experiencia de Chile en el siglo XX revela de modo dramático las consecuencias contrarias al desarrollo y generadoras del subdesarrollo que resultan de su participación en la estructura metrópoli-satélite del sistema capitalista mundial. Chile fue uno de los países más fuertemente golpeados por la depresión de los años 30, y su capacidad para importar cayó de un índice de 138,5 en 1928 a 26,5 en 1932. A despecho de su posterior recuperación parcial y de todos los serios esfuerzos hechos desde entonces en el campo de la producción industrial, la disponibilidad per cápita de mercancías continuaba en 1950 por debajo del nivel de 1925 (Johnson, 1964). Desde entonces ha declinado todavía más, y los ingresos reales de la gran masa de personas de bajas entradas han disminuido.

Estas no son consecuencias chilenas de una recuperación inadecuada de la economía capitalista en el nivel mundial. Por lo contrario, como lo indica nuestro examen de la historia económica chilena, la recuperación misma de la metrópoli ha sido siempre la que ha detenido el desarrollo de Chile y de otros satélites. Estimulada por la depresión y por la menor importación de productos industriales a causa de la guerra, la producción industrial chilena aumentó un 80 por ciento entre 1940 y 1948, pero sólo un 50 por ciento entre 1948 y 1960. Esto es, en el anterior período de ocho años la tasa de crecimiento anual no acumulativa de producción industrial fue del 10 por ciento, y en los doce años posteriores a la recuperación metropolitana, dicha tasa descendió al 4 por cento. Desde 1960 la tasa ha bajado a cerca de cero, y a veces ha sido negativa.

Tanto el sector público como el privado revelan creciente incapacidad para generar desarrollo económico o siquiera para detener la profundización del subdesarrollo. La gran dependencia de los ingresos fiscales de las recaudaciones por la exportación del cobre hace que el presupuesto y la capacidad del gobierno para financiar inversiones de capital y desembolsos corrientes sean muy sensibles a la producción de cobre en Chile, a la venta del mineral en el exterior y a la manipulación monopolística controladas desde la metrópoli. Toda declinación cíclica o permanente de las ganancias que Chile deriva del cobre pone en serio aprieto al presupuesto oficial y obliga al gobierno a depender de empréstitos externos o internos, todos inflacionarios, en un vano empeño de mantener sus inversiones de capital o sus desembolsos corrientes. Este recurso inflacionario, especialmente a través de la deuda externa, pone a Chile en una dependencia aún mayor de la metrópoli. Como precio político de esta dependencia, la metrópoli obliga a Chile a continuar —e incluso a iniciar otros nuevas— programas políticos y económicos nacionales que entorpece, aún más la capacidad del país para desarrollarse y profundizan más todavía su subdesarrollo estructural y su dependencia. La creciente incapacidad de Chile, debida a la contradicción capitalista metrópoli-satélite, para producir y satisfacer sus propias necesidades, ha conducido ya a la total dependencia chilena del financiamiento externo de su presupuesto de gestos de capital, y está conduciendo rápidamente también a su dependencia externa para financiar una parte cada vez mayor del presupuesto de gastos corrientes. Esta circunstancia y tendencia alarmantes aumenta la significación de la pérdida anual chilena, a manos de la metrópoli, de 300 millones de dólares (la mitad a cuenta del cobre), siendo de 350 millones el actual déficit de la balanza de pagos.

El sector privado industrial, el comercial y, en ciertos renglones, también el agrícola, son igualmente victimas de la posición satélite de Chile, cada vez en mayor medida; por lo menos, la dependencia y el subdesarrollo de estos sectores están asumiendo formas modernas crecientemente alarmantes. Hoy día la industria de Chile es "arruinada por lo que hace a otros prosperar", en cuanto a la tasa de crecimiento de su producción. El 90 por ciento de las inversiones chilenas en fábricas y equipos consiste hoy en importaciones. Máquinas, combustible, y alimentos componen casi el total de las actuales importaciones chilenas de bienes. Esto sugiere que, a excepción de los comestibles, Ios bienes de consumo de Chile son casi totalmente producidos en el país, y así es en realidad. La observación superficial podría hacer pensar que esto refleja un saludable desarrollo de la sustitución de las importaciones, al menos, el sector de los bienes de consumo producidos por las industrias ligera y mediana. Pero la realidad es que la producción y, en muchos sentidos, hasta el financiamiento y la comercialización de los bienes de consumo industriales de Chile y otros países subdesarrollados son crecientemente dominados por la metrópoli y dependen cada vez más de ella. La mecánica y la organización de esta tendencia reciben particular atención, con respecto al Brasil, en el capitulo V y en Frank, 1963 a. y 1964 b.

Baste sugerir aquí que, a través de filiales de corporaciones metropolitanas, de empresas conjuntas metropolitano-chilenas, de concesiones de licencias, de marcas comerciales y patentes, de agencias publicitarias pertenecientes a la metrópoli o controladas por ella, y de multitud de otros arreglos institucionales, buena parte de la industria chilena de bienes de consumo está llegando a tener una dependencia de carácter satélite de la metrópoli cada vez mayor. Esta satelización directa de la industria de bienes de consumo aumenta a su vez, la dependencia satélite de la economía chilena en su conjunto, porque la hace depender de la metrópoli no sólo en cuanto al suministro de mercancías esenciales y otros elementos de su producción industrial, sino también hasta en la selección de aquellas importaciones cuya especificación ha sido impuesta ya a la economía chilena por el diseño metropolitano del producto final y su proceso de fabricación. Al mismo tiempo, la metrópoli se apropia el excedente económico producido por la industria chilena mediante regalías, servicios, etcétera. Para toda la América Latina, el desembolso por estos "servicios" extranjeros constituye el 61 por ciento de todos sus ingresos en divisas (Frank, 1965 a.). El OCEPLAN concluye a este respecto:

El crecimiento de la industria no ha sido suficiente para jugar un papel verdaderamente altivo en la sustitución de importaciones... Entre 1954 y 1963, por ejemplo, las importaciones industriales aumentaron desde 226,2 a 477,1 millones de dólares, es decir, más del doble (un aumento de 110%), en tanto que la producción industrial interna aumentó en menos de 50%. No puede, pues, atribuirse el lento crecimiento industrial exclusivamente a limitaciones del mercado nacional, puesto que hubo en ese período una expansión de la demanda interna que tuvo que atenderse con mayores importaciones... Aún más, esa falta de repuesta no sólo se dio en el abastecimiento de medios de producción —cuyas importaciones crecieron en más de 120%—sino también en el de bienes de consumo, en que el aumento de importaciones fue del orden del 85%. Con tales tendencias, la economía chilena no ha disminuido, sino que ha aumentado su vulnerabilidad respecto del sector externo (dice interno, seguramente por un error tipográfico). De las importaciones depende hoy día no sólo el abastecimiento de una serie de productos de consumo esencial, sino también de materias primas y productos intermedios que son fundamentales para mantener la actividad de la propia industria, así como la mayor parte de los bienes de capital necesarios para acrecentar nuestra capacidad productiva en todos los sectores de la economía (OCEPLAN, 1964: 73).

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