EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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4. ¿Por qué puede hacerse dinero de papel?

a) El hecho.

Se afirma, pues, que el papel moneda es imposible porque la moneda es canjeable sólo por su "valor" intrínseco, su valor substancial, y es sabido que el papel moneda no posee tal "valor material".

Empero, contra esta afirmación se opone el hecho de que el enorme intercambio mundial de nuestra época se efectúa casi íntegramente a base de papel-moneda o billetes de banco garantizados tan sólo en parte por oro.

Desde cualquier latitud es posible emprender un viaje alrededor del mundo sin gastar o recibir otra moneda que no sea papel moneda o billetes de banco. Alemania, Inglaterra y Turquía son, según tengo entendido, los únicos países civilizados, hoy día, con una circulación monetaria principalmente metálica, en los demás, las monedas acuñadas de oro se ven raramente (1).

En casi todo el mundo el comercio se desenvuelve habitualmente por intermedio de papel-moneda o billetes de banco, así como de moneda subsidiaria. El que desea obtener oro, ha de trasladarse a la capital y pedirlo al Banco de Emisión, donde muchas veces recibe oro en lingotes, previo descuento del agio respectivo. En las transacciones de todas partes, nadie exige el pago en oro, y aun en algunas naciones, como por ejemplo Argentina, Uruguay, Méjico, India, ocurre, que en general no hay monedas de oro que concuerden con la moneda corriente de sus respectivos países. Adquiriendo en Alemania con oro acuñado letras de cambio sobre el exterior, recibimos habitualmente por ellas papel-moneda o - si no protestamos - una bolsa llena de monedas de plata, que desmonetizadas importan una pérdida de la mitad de su “valor material” (según Hellferich).

Ciertamente, la leyenda de esos billetes de banco promete al poseedor el pago de una determinada cantidad de oro, y en esto, precisamente, se basa la opinión general de que aquí no se trata de papel-moneda, aunque esta circunstancia no basta por sí para explicarnos el hecho de que, por ejemplo, a un peso, un franco o un dólar oro correspondan dos, tres y más pesos, francos o dólares en papel moneda. Dos tercios de los billetes de banco en circulación carecen de garantía de oro; la circulación de dos terceras partes de billetes de banco ha de explicarse, entonces, por razones diferentes al de la promesa de conversión. Es necesaria la preexistencia en el mundo de factores que hagan desistir al portador de los billetes de banco de exigir su efectiva convertibilidad. Porque es inexplicable que los acreedores del Banco de Emisión (portadores de billetes) renuncien voluntariamente a hacer valer sus derechos durante 10, 20, 100 años. Han de existir, entonces, fuerzas que durante siglos alejan las monedas de oro de las joyerías.

Procederé luego a descubrir el origen de esas fuerzas. Por el momento quiero sólo dejar constancia de su existencia, para hacer accesible al lector mi tesis de que en todos los países, pese a la leyenda, los billetes de banco no son ya metal-moneda sino simplemente papel-moneda.

Cuando el Estado imprime en un trozo de papel “son diez gramos de oro”, todo el mundo lo cree, y ocurre que el papelucho circula sin impedimento alguno durante decenas de años a la par del oro acuñado y a veces hasta con cierto agio. (2)

Pero si el mismo Estado hubiera prometido en un papel similar la entrega de una vaca lechera todos los tenedores de tales boletas se hubieran presentado al día siguiente con una soga, exigiendo la entrega de la vaca. Mas si bien es cierto que un papelucho puede substituir perfectamente a una cantidad de oro durante generaciones, a través de las más variadas situaciones económicas, ese mismo papel empero no está en condiciones de representar, ni siquiera por veinticuatro horas, a una vaca o a cualquier otro objeto de uso, demuestra que el papel y el oro acuñado son indiferentes en todas sus propiedades esenciales, es decir, que prestan a todos servicios absolutamente iguales, tanto el disco de oro como el papel en su forma de moneda.

Además, si la promesa de conversión fuera la garantía del billete de banco que lo mantiene en circulación, si el billete de banco debiera considerarse como simple reconocimiento de deuda, si el librador fuese deudor y el portador acreedor (como en el caso de la letra de cambio), entonces el Banco de Emisión debería pagar también los intereses a sus acreedores, como sucede, sin excepción, con todos los reconocimientos de deudas; sin embargo, en el caso del billete de Banco, la relación ha sido puesta patas arriba; aquí es el deudor el Banco (librador) que percibe los intereses, y el acreedor (portador) es quien los paga. Para lograr este milagro, para alterar la relación entre el deudor y el acreedor de tal modo que el Banco Emisor pueda considerar sus deudas (los billetes, el derecho de emisión) como capital más valioso, han de estar dotados los billetes de banco de fuerzas singulares capaces de excluirlos de la categoría de los reconocimientos de deudas.

Además, si los billetes de banco deben considerarse como reconocimientos de deudas del Estado, no podemos explicarnos cómo ellos, no obstante no aportar interés alguno a su tomador y estar respaldados tan sólo en 1/3 y no ser amortizables, acusan una elevada cotización en comparación con los demás títulos de los empréstitos públicos a pesar de que estos últimos aportan intereses a sus tenedores y están garantizados por la Administración Pública y los ingresos fiscales. Así, por ejemplo, 100 marcos en billetes, cuyos intereses se abonan por el portador (acreedor) equivalen hoy (1911) a 117 marcos del Empréstito Imperial, que aportan al tenedor un 3% de interés anual.

Sobre la base de estos hechos negamos, pues, que la promesa de conversión sea la que infunde vida a los billetes de banco y al papel moneda común. Afirmamos que en el comercio han de existir fuerzas que desempeñan el rol, que hoy se atribuye, generalmente, al pretendido respaldo (reserva metálica) o a la promesa de conversión; sostenemos que esas fuerzas, aun no reveladas por el momento, que, como hemos visto, convierten un reconocimiento de deuda (billete de banco) en un capital y que obligan al acreedor a pagar intereses al deudor, son bastante decisivas como para cumplir, por si solas, las funciones del dinero en el mercado.

Fundados en los hechos trascriptos, afirmamos de una manera categórica que puede hacerse dinero de celulosa que, sin promesa alguna de conversión, sin respaldo de mercancía determinada (oro, por ejemplo) lleve la inscripción:

 

“Un peso” (marco, chelín, franco, etc.)

o con más palabras:

“Este papel es por sí un peso”
o:

“Este papel vale en el comercio, en las cajas públicas y ante los tribunales 100 pesos”,

o para expresar mi parecer de una manera más drástica aunque sin pretender mayor claridad:

“Quien presente esta boleta para su conversión al Banco Emisor recibirá allí, sin legitimación:

100 latigazos (promesa de pago negativo).

Pero en los mercados, en las tiendas, recibirá el portador en mercancías lo que asigne la demanda y la oferta; en otras palabras, lo que él pueda canjear en el país con esta boleta, es todo lo que puede pretender”.

Creo haberme explicado con suficiente claridad sin dejar duda alguna acerca de lo que entiendo por papel-moneda.

Examinemos ahora los factores que hacen posible que el pueblo luche por la obtención de papeluchos con las leyendas transcriptas, que para la consecución de los mismos se haya de trabajar rudamente; que se entreguen los productos, las mercancías de "valor-material" a cambio de esa papeletas, que se los acepte en concepto de cancelación de deudas, letras de cambio, hipotecas, y se los guarde a manera de "extractos o conservadores de valores". Veamos las causas de que se derramen lágrimas de noche, buscando la forma de obtener esos trozos de papel para la letra vencida; que se declare en quiebra, se embargue y se deshonre a una persona por el hecho de no haber cumplido con su obligación de entregar papeluchos litografiados a una hora y lugar determinados; y, finalmente, que pueda vivir uno, año tras año "en dulce júbilo" sin perder la fortuna, por el solo hecho de saber invertir esos papeluchos como "Capital".

Revelaremos ahora la fuente misteriosa de la cual toma sus fuerzas vitales para tales actos el papelucho, el papel moneda y el dinero de John Law y otros estafadores inflacionistas, ese horror de los economistas y mercaderes.

 

b) La explicación del hecho.

Si un hombre necesitase y quisiera obtener un objeto cualquiera en poder de otro y de él sólo obtenible se verá por lo general obligado a ofrecer alguna parte de sus bienes para conseguir del poseedor del objeto anhelado su cesión. Tratará, pues, de conseguirlo por medio del cambio. Y a este trueque tendrá que recurrir, aun en el caso de inutilidad del objeto para el poseedor originario. Es suficiente que este último conozca la necesidad apremiante del otro para no cederlo gratuitamente; y hasta sucede muchas veces que un objeto se guarda y se apropia tan sólo porque se sabe que no ha de tardar alguien en necesitarlo. Cuanto más imprescindible le es al otro el objeto, tanto más elevadas serán las pretensiones de su poseedor.

Lo dicho parece hoy algo tan claro natural que muchos hallarán una redundancia el reiterarlo; hasta creo que es esta la primera vez que se escribe tal frase en un tratado de economía. Y, no obstante, se trata aquí precisamente de la ley básica de la economía política actual, del comercio, de las relaciones económicas de los ciudadanos entre sí y con el Estado.

El descubrimiento mencionado, "de resonancia universal", no es menos ingenuo, simple y natural que el descubrimiento de Newton, sobre la ley de gravedad. Por eso tiene en economía política la misma importancia trascendental que se atribuye para la ciencia a la ley de Newton.

Con la toma de posesión o apropiación de un objeto que, no obstante no servirnos, puede, según sabemos o presumimos, servir para otros, perseguimos un sólo fin: poner a éstos en apuros y aprovecharnos de tal circunstancia. En otras palabras, buscamos usurear a los demás.

El hecho de ser mutua esta explotación disimula, quizás, el estado de cosas, pero no cambia nada en lo que se refiere al apuro recíproco de las necesidades del prójimo (3). Este despojo recíproco efectuado con todas las reglas del arte comercial, que forma la base de la vida económica, es el fundamento sobre el cual se desenvuelve el intercambio de todas las mercancías; es la ley básica que determina soberanamente la relación del cambio, los precios de las mercancías. Removiendo esta base se derrumbaría toda nuestra vida económica y no quedaría otro medio de intercambio, que obsequiase mutuamente las mercancías, obrando de acuerdo con prescripciones cristianas, socialistas, comunistas o fraternas.

¿ Ejemplos?
¿Por qué el franqueo para las cartas es mucho más elevado que para los impresos, no obstante ser el mismo, en ambos casos, el servicio prestado por el correo? Pues, porque una carta se escribe generalmente por necesidad, mientras que el envío de un impreso podría suprimirse con la elevación del franqueo. El que escribe una carta se ve obligado hacerla; en cambio, el remitente de un impreso fácilmente prescinde; y es así que el remitente de la carta ha de abonar un franqueo mayor por los mismos servicios.

¿Por qué se venden en Alemania farmacias con existencias de 10.000 marcos de mercaderías por medio millón? Porque el privilegio exclusivo acordado a las farmacias les permite pedir mayores precios por los medicamentos, lo que sería imposible en condiciones de libre cambio. El efecto es el mismo, aunque se reconoce que el Estado ha de exigir una preparación científica al farmacéutico.

¿Por qué suben con tanta frecuencia los precios de cereales en Alemania a pesar de las cosechas abundantes? Porque los derechos de aduana excluyen la competencia, porque el agricultor sabe que sus compatriotas deben comprar sus cereales.

Se dice que las "condiciones del mercado" determinan las fluctuaciones de los precios tratando así de excluir el móvil y la acción personales y buscar un pretexto que justifique tal usara, alegando que los precios se rigen por la oferta y la demanda. ¿Pero qué serían tales "condiciones del mercado", tales coyunturas, tal oferta y demanda, sin la actuación de las personas? Ellas provocan las fluctuaciones de precios, sirviéndoles de instrumento las condiciones del mercado. Esas personas en acción somos nosotros, todos nosotros, el pueblo. Cualquiera que lleva algo al mercado va animado del mismo propósito de pedir precios tan altos como lo permitan las condiciones del mercado. Y cada uno trata de excusarse (así como cada uno está excusado por la reciprocidad aquí ocurrida) invocando las objetivas condiciones del mercado.

Ciertamente quien, con Carlos Marx, afirma que las mercancías se cambian solas y en relación con "su valor", no necesita usurear, no necesita explotar situación precaria alguna, puede reducir al hambre a sus obreros, despojar a sus deudores por la usura sin remordimiento de conciencia, desde que la usura, en ese caso, no la comete él sino el objeto, su propiedad. No es él que cambia, sino el vino que se cambia por seda, trigo, cuero (4). La mercancía efectúa pues el negocio, y eso a base de "su valor".

Pero quien no alcanza a comprender esa cualidad misteriosa especial de las mercancías, el llamado "valor", y quien, por lo mismo, considera el intercambio de los productos como una actividad, las mercaderías y las condiciones del mercado como un instrumento de esa acción, no encontrará, cómo ya hemos dicho, ninguna directriz para tal acción más que el deseo que anima a todos los poseedores de mercaderías: dar lo menos posible y recibir el máximo posible. Observará en cada caso de intercambio, en las conferencias sobre salarios como entre los corredores de bolsa, que todos los interesados se informan sobre las condiciones del mercado, sobre si el comprador está muy necesitado de la mercancía y se cuidará especialmente bien de demostrar su propio apremio por vender su mercancía. En fin, se convencerá de que los principios del usurero son los que rigen generalmente en el comercio, constatando, que entre comercio y usura sólo hay diferencia de medida, pero no de forma. El poseedor de mercancías, el trabajador, él bolsista, cada cual trata de explotar la situación del mercado, del pueblo en general. El usurero profesional dirige sus ataques con preferencia contra una persona; esta es quizás toda la diferencia entre comercio y usura.

Por eso repito: El afán por obtener el beneficio mayor posible, por la prestación menor posible, es la fuerza que rige y domina el intercambio de bienes.

Es necesario dejar esto clara y rotundamente sentado, pues sólo en mérito a su reconocimiento puede concebirse completamente la posibilidad del papel-moneda.

Supongamos, ahora, que Pérez haya logrado en alguna forma la posesión de un papelucho inservible para cualquiera de sus necesidades espirituales o materiales, y que Sánchez se lo pida, dado que podría serle útil, ante tal demanda Pérez no lo cederá gratuitamente.

La necesidad de recompensar ya se encargará de transformar el papelucho en papel-moneda, pues todo lo que se exige del papel-moneda es, ante todo, que importe más que el papel de que ha sido hecho. No ha de adquirirse gratuitamente. El dinero cumple su función precisamente porque siempre lo necesita alguien, debiendo dar algo para conseguirlo (5).

Para explicar la necesidad de que tal papelito se transforme en papel-moneda queda sólo por comprobar que Sánchez efectivamente tiene que adquirirlo de Pérez. Semejante comprobación, empero, no es difícil.

Los productos de la división del trabajo (6), las mercancías, están destinadas de antemano para el cambio, es decir tienen para sus productores el mismo significado que el dinero tiene para nosotros todos: ellos nos son útiles como objetos de cambio. Sólo la perspectiva de poder canjear sus productos (mercaderías) a cambio de otros induce a los productores a abandonar las formas primitivas de producción y recurrir a la división de trabajo.

Para el intercambio de los productos se requiere, empero, un medio de cambio, que es el llamado dinero, pues sin tal medio de cambio estaríamos obligados al trueque (7) que, como sabemos, falla a cierta altura del desenvolvimiento de la división del trabajo. Es fácil imaginar que el trueque supone condiciones harto rudimentarias.

El dinero como medio de intercambio es la base y condición de la desarrollada división del trabajo, de la producción de mercancías. Un medio de intercambio es indispensable para la división del trabajo.

Pero es esencial que la fabricación de ese medio de intercambio sea monopolizado por el Estado. Si cualquier persona pudiera fabricar dinero libremente y hacerlo a su manera, su multiplicidad lo haría inútil para llenar su objeto. Todos declararían a su propio producto como dinero y con ello habríamos retornado al comercio de trueque.

La necesidad de que el sistema monetario sea unitario se desprende del hecho de que en un tiempo el bimetalismo fué considerado superfluo y eliminado. ¿Pero qué habría ocurrido si se hubiera logrado un acuerdo sobre el patrón oro, autorizando la libre acuñación de moneda, con el resultado de circular, entonces, de éstas en todos los quilates? (Tal "acuerdo" ya sería un acto de Estado, pues todo lo que se logra mediante acuerdos forma la materia propia para la construción del Estado.)

Cualquiera sea la forma mediante la cual se consiga la necesaria exclusión de la libertad industrial para la fabricación del dinero, sea por prohibición legal o por dificultades de índole natural para obtener la materia prima (oro, cauris (8), etc.), por procedimiento consciente o insconciente, por resolución solemne del pueblo reunido en asamblea o por exigencias de la economía progresista, lo mismo da, pues aquí se trata de un acto del pueblo soberano y ¿qué otra cosa puede ser un acto tan unánime, sino una ley, un acto de Estado? El medio de cambio lleva, pues, siempre el carácter de una institución pública, y este calificativo lo merece tanto el metal amonedado, como la concha de cauris o el billete de banco. Desde el momento en que el pueblo ha llegado (no importa cómo) a escoger un objeto determinado para medio de cambio, este objeto toma el carácter de una institución pública.

Entonces, o dinero del Estado o ningún dinero. La libertad industrial en la fabricación del dinero es prácticamente imposible. No necesito extenderme más al respecto, porque es una cosa natural (9).

La circunstancia de que hoy se permita libremente a todos la extracción del material del dinero con lo que el material se convierte de hecho en dinero, a base del derecho de la libre acuñación, no se opone a esa frase, pues pese al derecho de la libre acuñación el material del dinero no es moneda de por sí aún, como lo comprueba de una manera decisiva la historia del tálero prusiano. Este derecho de libre acuñación es concedido por ley; no es, pues, inherente al oro y puede ser retirado en cualquier momento por la misma ley. (Como en el caso del patrón plata).

Además, esta libertad industrial de la extracción del material del dinero (oro) existe sólo nominalmente, pues las dificultades para hallarlo anulan tal libertad.

La circunstancia de que, antaño, en otros países poco desarrollados, por ejemplo en Norteamérica durante la época colonial, la pólvora, la sal, el té, pieles, etc. se utilizaran como medio de cambio, no desvirtúa el hecho mencionado, pues se trataba aquí de trueque directo, no de dinero. La sal, (el té, la pólvora; etc.) obtenida a cambio de productos nacionales se consumía en casa y no se destinaba más al trueque. Estos productos no circulaban, y jamás volvieron al punto de procedencia (puerto). Se compraban y se consumían por sus cualidades materiales.

Siempre debían reponerse de nuevo. La caracteristica esencial del dinero consiste, empero, en que no se compra por su materia, sino por su condición de medio de cambio; en que no se consume sino que tan sólo se usa para el intercambio. El dinero debe circular eternamente; ha de volver siempre a su punto de partida.

Para ser considerado como dinero debería el paquete de té, después de su llegada de China, haber circulado durante algunos años por las colonias de Norteamérica, retornando de nuevo a China, como es el caso del actual dólar de plata americano, que partiendo tal vez de Colorado, emprende por vía comercial su camino a China. Vaga durante años en ese país y regresa oportunamente por vía comercial, sirviendo así para pagar los salarios en las minas de plata de Colorado. Además, el paquete de té aumenta de precio, a medida que se aleja del puerto, todos los gastos de flete y comerciales así como los intereses recargan su precio mientras que el dólar de plata mencionado, después de haber realizado quizás diez veces la vuelta al mundo, puede ser revuelto al obrero de la mina al mismo precio a que se le había entregado originariamente. En casi todos los países se encuentran monedas metálicas de una antigüedad de cien y más años, que, tal vez, han cambiado 100.000 veces de poseedor, sin que a ninguno de ellos se le hubiera ocurrido consumirlas, es decir, fundirlas por su contenido de plata o de oro fino. Han servido durante muchos años como medio de cambio. 100.000 poseedores no vieron en ellas oro sino dinero; ninguno necesitó su material. Su característica, precisamente, es que el material del dinero es indiferente para el poseedor. Esta indiferencia absoluta nos explica cómo monedas de cobre, tóxicas, cubiertas de óxido, monedas de plata desgastadas, monedas de oro relucientas, papeluchos multicolores circulen a la par.

Algo distinto que con el té ocurre con las conchas de cauri que se utilizan en el interior de Africa como medio de cambio y que se parecen ya más al dinero. La concha de cauri no se consume. Los compradores permanecen más indiferentes ante ella que ante el té y la pólvora. Ella circula y no requiere ser repuesta y hasta puede llegar a veces a su punto de partida: la costa. A veces se utilizan por las muchachas negras, con fines ajenos al dinero, como adorno, pero su importancia económica no se basa más en aquella aplicación. La concha de cauri, al no ser desplazada del mercado por otro medio de cambio, hubiera seguido como tal, aun en el caso de no ser utilizado ya en calidad de adorno para mujeres. Ella hubiera llegado entonces a ser medio de cambio puro, dinero verdadero, como es en el caso de nuestras monedas de cobre, de níquel, de plata y de nuestro billete de banco, que no admiten, por su parte, otra función económica que no sea la de medio de cambio. Y podríamos llamarlo también, como en el caso de la moneda actual, dinero público o siquiera dinero social, con la restricción que damos al concepto de Estado en condiciones tan poco desarrolladas. La monopolización de la fabricación de moneda por el Estado estaría aquí, análogamente al sistema del patrón oro, asegurada por la imposibilidad de producir las conchas libremente, dado que ellas se encuentran a la orilla del mar, a enorme distancia. (El cauri, como el oro para el europeo, pude obtenerse únicamente por vía comercial, por intercambio).

Pero si es así, si la condición indispensable para la división del trabajo ha de ser mi medio de cambio, o sea la moneda, si tal medio de cambio es sólo imaginable como oficial, es decir, moneda fabricada y fiscalizada por el Estado, regida por una legislación especial monetaria, entonces cabe preguntar: ¿qué haría el productor con sus mercancías si al llevarlas al mercado no encuentra ahí otro dinero que el papel-moneda, por ser ese el único dinero que fabrica el Estado? Pero si el productor lo rechaza (por no estar de acuerdo, tal vez, con la teoría clásica del valor) tendría que renunciar igualmente a todo intercambio y volver a su casa con las papas, los diarios, las escobas, etc. Debería renunciar a su oficio, a la división de trabajo en general; pues, ¿cómo podría adquirir algo si no ha vendido nada por no aceptar el dinero lanzado a la circulación por el Estado? Resistiría tan sólo durante 24 horas a su teoría de valor, protestándo contra el “engaño” del papel moneda, y luego, doblegado por el hambre, la sed y el frío, se verá obligado a ofrecer sus mercancías a cambio de papel-moneda, que el Estado rubricó con la leyenda:

“El portador, al presentarse al Banco, recibirá
- 100 latigazos; -

en cambio, en los mercados, obtendrá la cantidad de
mercancías determinada por el juego de la oferta y demanda.”

El hambre, la sed y el frío (a los que se añaden, además, los recaudadores de impuestos obligarán a quienes no puedan retroceder a la economía primitiva (hoy la regla sin excepción para los ciudadanos de un Estado moderno) y que desean seguir con la división del trabajo, con su oficio, a ofrecer sus productos a cambio de papeluchos emitidos por el Estado, es decir, hacer demanda de papeluchos con sus mercancías. Y esta demanda, a su vez, conducirá a que todos los poseedores de papeluchos no nos los cedan gratuitamente, sino que pedirán lo que les permitan las condiciones del mercado.

Los papeluchos se transformaron, pues, en papel moneda:

1º. porque la división del trabajo ofrece grandes ventajas;
2º. porque mediante la división del trabajó se fabrican productos que son útiles para su productor tan sólo como objetos de cambio;
3º. porque el intercambio de productos, a cierta altura de desarrollo de la división del trabajo, se hace imposible sin medio de cambio;
4º. porque el medio de cambio por su naturaleza se concibe tan sólo como dinero público y social;
5º. porque el Estado, de acuerdo con nuestra concepción, no suministra otro dinero que no sea papel-moneda;
6º. porque los poseedores de mercancías se han visto ante la alternativa de aceptar papeluchos del Estado en cambio de sus mercancías, o, de lo contrario, renunciar a la división del trabajo, y finálmente,
7º. porque los portadores de tales papeluchos no los cedían gratuitamente, tan pronto se les ha revelado el apremio de los poseedores de mercancías, forzados a ofrecer éstas a cambio de aquéllos.

La verdad de que el papel-moneda puede fabricarse de celulosa ha sido demostrada en todas partes irrefutablemente, y yo podría pasar de inmediato a estudiar la cuestión, "cuánto puede y debe reportar en mercancías un papelucho a su poseedor". Pero la importancia del problema me obliga a tomar en consideración los prejuicios que se oponen a la noción de papel-moneda y a demostrar lo ilusorio de los mas importantes. Confío conquistarme la deferencia de los lectores perspicaces, que si bien coinciden conmigo en la solidez de los argumentos transcriptos, temen, acaso, que las premisas sean incompletas y puedan originar, tal vez, el fracaso de las conclusiónes. Requiero, no obstante, la plena convicción del lector para seguir construyendo sobre la prueba aportada (10) que el dinero de celulosa, el dinero sin "valor corporal", el papel moneda puede realmente emitirse con cualquiera de los rótulos indicadadas. Es esta la premisa indispensable para entenderme, en adelante, con el lector. Sí no fuera tan cierto, como que el muerto calla, que del papel puede hacerse dinero, todo cuanto diga en adelante se derrumbaría como utópico.

Podría haberme facilitado la tarea, al igual que otros atormentados en la explicación del enigma del papel-moneda; podría haber dicho: que el Estado exige el pago de tasas e impuestos en papel-moneda. Si el Estado despacha estampillas de correo sólo a cambio de papel-moneda por él emitido: si exige el pago de pasajes y fletes ferroviarios únicamente en papel-moneda; si los derechos aduaneros y las matrículas escolares, la leña de los bosques y la sal de las salinas fiscales, etc. no pueden pagarse más que con papel-moneda público, entonces cada poseedor de ese papel lo guardará como objeto valioso, no cediéndolo gratuitamente. El Estado prestaría al portador servicios en lugar de oro. Un servicio múltiple en lugar de unilateral. Entonces serían esos servicios los que dan vida al papel-moneda.

Pero con esta explicación no iríamos muy lejos, como lo veremos, y nos encontraríamos de nuevo como todos los reformistas monetarios y fabricantes de papel-moneda ante la misma muralla infranqueable. Quien no ha comprendido el verdadero fundamento del papel-moneda - esos son los siete puntos enunciados -, no podría reducir ni un solo fenómeno económico a su razón determinante.

En la primera línea de las "pruebas" contra la viabilidad del papel-moneda nos encontramos con la afirmación, vale decir la piedra de toque de los metalístas: "La mercancía puede canjearse tan sólo por mercancía, porque nadie cederá un objeto útil por otro inútil (papelucho)".

Con esta frase deslumbrante, que parece la evidencia misma, y que todos los tratadistas orillaron cuidadosamente, quizás porque no podían dominar ese paralogismo, se ha podido separar siempre al papel-moneda como una aspiración irrealizable y mantener a los investigadores científicos, desde el principio, alejados del problema.

Bien: mercancía sólo puede cambiarse por mercancía. Esto es indudablemente cierto, pero, ¿qué es mercancía? Es el fruto de la división del trabajo, y tales frutos son útiles para sus productores como medio de intercambio únicamente, no para el aprovechamiento personal según ya hemos demostrado. ¿Qué haría un chacarero con 1000 toneladas de papas; qué un tejedor que explota centenares de telares con su producto, si no pudieran venderlos, si no les sirvieran de medios de intercambio?

Según esta definición, la frase "mercancía sólo puede venderse por mercancía"' tiene ya otro sentido, pues significa en primer lugar, y la expresión mercancía lo encierra tácitamente, que lo que se cambia no tiene utilidad para su dueño o su productor. Se requiere, pues, que lo recibido en cambio de la mercancía también sea útil para su poseedor. ¿Y no es ésto el caso del papelucho? ¿No es el papelucho, prescindiendo de sus cualidades como moneda, un objeto completamente inútil?

Por consiguiente, la frase “mercancía sólo puede cambiarse por mercancía” se convierte así en una prueba, ya no en contra, sino en favor de la teoría del papel-moneda, apuntando en contra y no en favor del metal-moneda.

¿Y cómo es con el argumento: "nadie cede un objeto útil a cambio de uno inútil? ¿No está eso en abierta contradicción, con el enunciado "mercancia sólo puede canjearse por mercancía”? La afirmación se refiere a mercancías y la mercancía es, para su dueño, siempre una cosa inservible. Pero el argumento ya no menciona mercancía, sino cosas útiles, artículos de consumo. Aplicada a nuestros ejemplos, la frase mencionada significaría: Las papas pueden cambiarse por el paño, porque dado su valor corporal las primeras son objetos útiles al chacarero y el segundo al industrial. Y esto es evidentemente un contrasentido. ¿Qué podría hacer, repito, el tejedor con tanto paño?

Ahora bien; aunque este raciocinio sea equivocado, no por eso varía la exactitud de la afirmación de que mercancía sólo puede canjearse por mercancía, y para aplicar al papel-moneda esta tesis, deberemos demostrar que el papel-moneda es tan mercancía como todas aquellas cuyo intercambio ha de promover. Bien entendido que el trozo de papel-moneda, el papelucho multicolor con la leyenda extravagante: "En la Administración Monetaria, sin legitimación alguna se dispensará al portador 100 latigazos, en el mercado, empero, obtendrá el portador en mercancía la cantidad que logre negociar", estará dotado con todas las cualidades propias de una mercancía, tan importante como lo es el dinero. No queremos para el papel-moneda propiedades prestadas, ficticias, transferidas. Tampoco hemos de reconocer al papelucho calidad de mercancía, por el hecho de prometer el Estado al tenedor un rendimiento ajeno a sus funciones de moneda. Al contrario, queremos conducir al lector a que subraye la frase aparentemente contradictoria,

“El papel-moneda es mercancía químicamente pura, y es el único objeto que ya nos es útil como mercancía”.

¿Qué condiciones debe reunir una cosa para ser considerada como mercancía?

1º. Debe ser demandada, es decir ha de haber alguien que quiera o necesite tenerla, y que esté dispuesto a dar por ella en cambio otra mercancía.

2º. Para que se produzca tal demanda, es necesario que sea útil al comprador, pues de lo contrario no se busca ni se paga nada por ella. Por esta razón no son mercancías las pulgas, los yuyos ni cosas por el estilo, ni tampoco aquello que no tenga dueño. Pero, cuando el objeto es útil (bien entendido para el comprador y no para el poseedor) y es imposible conseguirlo gratuitamente, se habrán llegado todas las condiciones que convierten una cosa en mercancía.

Que el papel-moneda llena la primera condición ya lo hemos visto cuando demostramos que el dinero, y eso si, el dinero oficial, el una premisa indispensable de la división desarrollada del trabajo y que todos los poseedores de mercancías, por la naturaleza de su posesión, se verán obligados a ofrecer aquellas a cambio de papel-moneda, o sea a demandar papel-moneda, en caso de no emitir el Estado otro dinero. Si en Alemania se procediera hoy con el oro, como se hizo con la plata, si se le reemplazara por papel-moneda, todos los poseedores y productores de mercancías tendrían que inclinarse bajo el yugo de ese papel-moneda y a demandarlo a cambio de sus productos. Y hasta podría decirse que la demanda de papel-moneda sería exactamente tan intensa como lo es la oferta de mercancías, determinada, a su vez, por el volumen de la producción. El papel-moneda cumple, pues, de la manera más efectiva, con la condición No. 1 de una mercancía.

Petróleo, trigo, algodón, hierro, son sin duda támbién objetos con pronunciado carácter de mercancías: pertenecen a los artículos de venta más importantes del mercado. No obstante, la demanda de estas mercancías no es tan apremiante como la del papel-moneda. Todo el que produce hoy mercancías y que ejerce, pues, un oficio, vale decir, quien ha abandonado el sistema de la economia primitiva, introduciendo la división del trabajo, mantiene con sus productos la demanda de un medio de cambio, - todas las mercancías sin excepción, materializan la demanda de moneda, es decir, de papel-moneda, cuando el Estado no fabrica otro, - pero no todos los poseedores de mercancías invierten el dinero obtenido par sus productos en la adquisición de hierro, petróleo, trigo. Por otra parte, hay muchos substitutos del hierro, petróleo, trigo, en tanto que la moneda no tiene otro substituto que la economía primitiva o el trueque, y esta se tomaría en consideración recién, cuando el 90% de nuestra actual población, que debe su existencia a la división del trabajo, hubiese muerto de hambre.

La demanda de papel-moneda se origina, pues, por la cualidad mercantil propia de todos los productos de la división del trabajo. La división del trabajo, el génesis de la mercancía es la fuente inagotable de la demanda de dinero, mientras la demanda de las demás mercancías está mucho menos arraigada.

La razón de la demanda de una cosa puede explicarse naturalmente sólo por el hecho de que el objeto demandado (en este caso el papel-moneda) preste algún servicio al comprador (no al poseedor), vale decir, que le sea útil (punto No. 2).

Y aquí pregunto: ¿No es una cosa útil ese papelucho cuadrangular, policromo, ascendido al rango de dinero, el único reconocido oficialmente, por ende el único posible medio de cambio?

¿No es, acaso, de utilidad ese papelucho que permite al obrero, médico, profesor, rey, cura, cambiar sus productos o servicios, completemente inservibles para sí mismos, por bienes de provecho directo ?

Claro que no debemos pensar aquí, como sucede generalmente, en lo corporal de la moneda, en el papelucho como tal, sino en el, trozo de papel investido de sus prerrogativas oficiales, de medio de cambio. Hemos de imaginarnos el dinero como un producto, un producto de fabricación privilegiada amparado por la ley, y producido exclusivamente por el Estado.

Es claro que si despojamos al papel-moneda de su calidad esencial de medio de cambio, único legalmente reconocido y prácticamente autocrático, no nos queda más que un trozo inservible de papel. Pero ¿no sucede lo mismo con la mayor parte de las cosas, cuando prescindiendo de su uso, se considera tan sólo la materia de que consta? Si raspamos los colores de un cuadro al óleo, aplastamos con el martillo una moneda, rompemos un tintero, una taza, ¿qué nos queda? Desperdicios sin valor. Considerando una casa como un montón de ladrillos, la corona del rey como metal, un libro como papel, en síntesis, contemplando en todas las cosas nada más que la materia, tampoco veremos en la mayoría de ellas cosas de más valor que un papelucho.

Nosotros no utilizamos el piano como leña, ni la locomotora como hierro fundido, ni el papel-moneda como papel pintado. ¿Por qué, entonces, se habla siempre de tira de papel cuando se trata del papel-moneda? ¿Por qué no hablamos del medio de cambio?

Consideramos todas las demás cosas teniendo en cuenta su destino, y si procediéramos análogamente con el papel-moneda, veríamos que no se trata de un simple trozo de papel, sino de un producto de suma importancia, indispensable, del más útil e importante de los elementos de consumo.

Importa poco que su fabricación no origine casi gasto alguno, tampoco buscamos en las demás cosas adquiridas la sangre y el sudor de los obreros.

¿Ha originado, acaso, la superficie edificada de la ciudad de Berlín, valuada en miles de millones, un sólo centavo de gastos de producción?

Prescíndase, pues, totalmente del papelucho al contemplar el papel-moneda, habitúese a considerarlo como algo indispensable, beneficioso, y, además, monopolizado por el Estado. Sin dificultades se aceptará, entonces, el papel-moneda como un objeto de utilidad, dotado de todas las propiedades de la mercancía, y en lugar de ver en su existencia una contradicción con la teoría de que "una mercancía puede ser sólo reembolsada con otra mercancía", se verá en el papelmoneda una nueva confirmación en ella.

Quien quiera tomarse la molestia de hojear lo escrito sobre la materia, encontrará, que la moneda ha sido generalmente considerada no como un producto destinado a muy determinados fines (medio de cambio), sino como una materia prima con destino industrial (joyería), que sólo accidental y transitoriamente actúa como moneda. Y eso que circulan en algunos países y hasta hace poco circulaban también en Alemania, monedas metálicas acuñadas hace 100 o 200 años, mientras que mercancías de un año suelen figurar ya por anticuadas, con una apreciable desvalorización en los inventarios de los comerciantes.

Si la moneda no fuera más que una materia prima para fines industriales, todos la comprarían como se compra cualquier otra mercancía, es decir, sólo con la condición de poderla vender nuevamente con interés y beneficio. Ahora bien; imagínese aquel dólar ya mencionado que partiendo de las minas de Colorado y habiendo vagado 10 o 20 años por la China, se utiliza de nuevo para el pago de salarios en las minas de Colorado, entregándolo así al obrero que lo ha extraído, acrecentado en su largo camino con intereses, fletes y ganancias. Y, sin embargo, habría sido indispensable este recargo, si todos hubieran adquirido el dólar por la plata que contiene, si nadie hubiera obtenido de él otro beneficio accesorio, como ser el cambio de sus productos por artículos de uso corriente.

El dinero, y especialmente el papel moneda, puede considerarse como la mercancía que ostenta en su forma más pura las propiedades que caracterizan a la mercancía, ya que el dinero, principalmente el papel-moneda, se utiliza sólo como mercancía (mercancía de canje). No se adquiere la moneda - como es el caso, de otras mercancías - para consumirla en la fábrica, en la cocina, es decir lejos del mercado.

La moneda es y será mercancía; su utilidad consiste exclusivamente en su empleo como mercancía de canje. Todas las demás mercancías se adquieren para el consumo (haciendo abstracción de los comerciantes, para quienes mercancía y moneda son siempre mercancías). Se confecciona la mercancía para la venta, pero se la compra para el consumo. Se venden mercancías, y se compran artículos de uso corriente. Sólo la moneda se adquiere exclusivamente como mercancía. Sólo la moneda ya nos es útil como mercancía (es decir, como medio de cambio). El dinero, y en primer lugar el papel-moneda, es, pues,

la única mercancía útil.

Los partidarios del metálico conciben el metal-moneda por lo común como materia prima para la joyería. "Un marco - dice el apologista del bimetallismo, Arendt -, es la 1392ª. parte de una libra de oro" y los partidarios del patrón oro no tenían motivo alguno para rebatir una opinión que quitó a su defensor todas las armas para la defensa de su causa.(11)

Los que hasta ahora defendían la idea del papel- moneda, los que debían haber desvirtuado, desde luego, esta patraña, se conforman con orillar la cuestión, como el gato que da vueltas en derredor de la comida caliente. No comprendieron aún con toda claridad que el dinero es de por sí, sin considerar su materia, un objeto útil, indispensable. Así se explica que al redactar la leyenda del papel-moneda, se vieran precisados a prometer al portador, aparte de la actividad monetaria, una recompensa, (oro, interés, trigo, tierra, etc.). El intercambio de mercancías que sólo es factible mediante la moneda, no les bastaba, evidentemente, para asegurar adquirentes e interesados al papel-moneda.

Constituye una excepción la leyenda del papel-moneda emitido por la Provincia de Buenos Aires en 1869, en que por primera vez, según me consta, ha sido declarada como moneda la nota monetaria (es decir, el billete, un papelucho impreso), sin que se prometa al portador conversión alguna

La inscrición decía:
La Provincia de Buenos Aires
reconoce este billete por
un peso
moneda corriente. - 10 de Enero de 1869

No pude averiguar si esta inspripción es la resultante de una comprensión exacta o si es una simple inscripción de emergencia como la del papel-moneda argentino actual, que promete al portador el pago de un peso a la vista: “La Nación pagará al portador y a la vista 100 pesos moneda nacional”, contrasentido evidente, pues un peso moneda nacional no es más que el mismo peso-papel. El Banco promete, pues, devolver al portador el mismo billete que recibe.

Una proposición que surge siempre de nuevo hasta en nuestros días: el Estado emite papel-moneda en cantidades suficientes para adquirir toda la propiedad territorial y así resolver de un golpe la cuestión social fundamental, vale decir, devolver al pueblo la renta territorial. La Propiedad territorial sirve, pues, de respaldo al papel-moneda, pero respondiendo a los fines de la causa, no se devuelve más al portador quien debe conformarse con la garantía, como se conforma, según se cree, con que los billetes de Banco estén respaldados por oro. (Esto no es, en absoluto, el caso, pues el portador de los billetes se conforma con la función que éstos desempeñan como medio de cambio. Si no fuera así, retiraría de inmediato el oro, como hacen los joyeros cuando lo necesitan para trabajarlo). En esta proposición, completamente infundada bajo todo aspecto de la técnica monetaria, se ha olvidado por completo de que la acción de facilitar el intercambio de mercancías es ya función apreciable del papel-moneda y que mientras la aseguremos (para lo cual es suficiente no crear otra moneda), toda otra función es superflua.

La dificultad para la comprensión perfecta del concepto "dinero" estriba en que la utilidad que le adjudicamos es completamente independiente de su matería. El dinero requiere tan sólo de la materia, para que sea visible y palpable, para que podamos constatarlo y transferirlo, y no, acaso, porque esperemos algo de su parte substancial ¿Cómo podría, entonces, mantenerse durante años en circulación una moneda acuñada? ¿Cómo podría circular un bilete aunque sea por 24 horas? Lo que importa es la cantidad del circulante, pues de ella depende, en parte, la magnitud de la oferta de dinero y la cuantía de mercancías susceptibles de ser negociadas. El dinero no posee en sí propiedades corporales, por lo menos de efectos activos, y nadie se extrañaría, si faltasen totalmente. En Alemania se prefirió el oro a la plata por el solo hecho de tenerse que dar 16 veces más mercancía por un kilo de oro que por un kilo de plata. Por recibirse 16 veces menos de material monetario, se prefirió el oro a la plata.

Con respecto a todos los artículos de consumo, el comprador se dice: cuanto más, tanto mejor. Empero, en lo que se refiere al material monetario sucede lo inverso: cuanto menos, tanto mejor. En el caso del dinero basta que le pueda contar, todo lo demás es una carga inútil.

Se compra la miel por su buen gusto, la cerveza porque emborracha, el lastre por su peso, el metro por su determinada longitud, la medida de litro por su capacidad; pero a la moneda no se le exige ni buen gusto, ni peso, ni volumen, ni cuerpo, ni nada que proporcione una satisfacción personal inmediata. Adquirimos el dinero como mercancía y como tal nos desprendemos de ella.

La indiferencia del pueblo respecto a las propiedades corporales del dinero se aprecia en el hecho de que por cada 1000 individuos tomados al azar apenas uno sabría la cantidad de gramos de oro fino que le corresponde por un Peso, y quien lo dude puede hacer fácilmente la prueba.

De aquí la conveniencia de dotar al dinero del menor número posible de propiedades corporales; por eso, al elegir la materia prima para el dinero, se llegó casi inconscientemente y paso a paso a escoger el oro, una materia prima que, entre todos los cuerpos del universo, es en cuanto a propiedades, de una pobreza franciscana. ¡Qué miseria la del oro frente a las propiedades de cualquier otra mercancia, por ejemplo, de un martillo, un libro, un canario!

El oro no ha sido proclamado moneda ni por su color ni por su peso, ni por su contenido, ni afinidades químicas, ni por su sonido, ni por su olor, ni por su sabor. El oro no se oxida, ni se pudre, ni crece, ni pincha, ni quema, ni corta, no tiene vida, es el símbolo de la muerte. En el material del dinero no buscamos propiedades eficaces, sino perfectamente, ineficaces. El mínimo posible de propiedades corporales, es lo que el pueblo exige del dinero.

La substancia que compone el dinero es mirada con una frialdad análoga a la del comerciante que contempla mercaderías. Si bastara tan sólo la sombra del oro, entonces se preferiría esa sombra, como lo demuestra decisivamente la preferencia que se dispensa al billete de banco.

Cuanto más ineficaces sean las propiedades de una materia, tanto más ventajas positivas tendrá como material monetario. Esto es todo el misterio del patrón papel.

Suele decirse que la estimación general de que gozan los metales nobles ha sido la causa para convertir el oro y la plata en dinero. Creo, al contrario, que la indiferencia general de parte de los productores ante esos metales, ha conducido al acuerdo de los hombres para su reconocimiento como dinero. Es mucho más fácil concordar sobre una cosa indiferente, neutral, que sobre propiedades que dadas las distintas predisposiciones individuales actúan sobre nosotros de una manera diferente. De todas las cosas existentes tiene el oro la menor cantidad de cualidades, la menor aplicación en la industria y la agricultura. Ante ninguna materia permanecemos tan indiferentes como ante el oro; por eso fué tan fácil proclamarlo dinero.

El oro tiene aplicación en la industria joyera; pero precisamente los que usan el oro como medio de cambio, los productores, los obreros, los chacareros, los artesanos, los comerciantes, el Estado y los tribunales, no tienen, por lo general, necesidad de joyas. Las jóvenes pueden tener predilección por el oro, (frecuentemente tan sólo porque el oro es dinero), pero las jóvenes que no producen mercancías tampoco tienen necesidad de medio de cambio ni originan una demanda mercantil de dinero. Y no ha de dejarse librado al criterio de las muchachas determinar lo que deba utilizarse como dinero. El más importante medio de circulación, la condición esencial de la división de trabajo, las finanzas del Estado, no han de fundarse por cierto, sobre los individuos economicamente débiles, sobre los caprichos de jóvenes coquetonas.

El rol desempeñado por la parte material del dinero puede compararse fácilmente con el del cuero de "la pelota" para los jugadores de football. A éstos no les preocupan en lo más mínimo las cualidades substanciales de la pelota, ni mucho menos su propiedad. Remendada, sucia, nueva o vieja, todo les es indiferente; basta que la pelota sea palpable y visible para que se inicie le match. Tratándose de dinero sucede lo mismo: Tenerlo o no, es una lucha continua, sin descanso, en pro de su consecución, no porque sea imprescindible la pelota, el dinero por sí, el material monetario, sino porque se sabe que otros quieren obtenerlo y que para eso deberán sacrificarse. En el football consiste este sacrificio en puntapiés, en el dinero en mercancías. Esta es toda la diferencia. Y los amantes de las definiciones concisas, se sentirán contentos, al decir yo: La moneda es el "football" de la economía política.

 

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(1) Desde que fué escrito esto (1907) han desaparecido ya de la circulación las últimas monedas de oro.

(2) En Suecia se pagaban en 1916 por 100 coronas de papel moneda 105 coronas oro. Todas las materias substituyentes que aparecieron durante la guerra fueron caras y de calidad inferior, dejando un amargo recuerdo. Sólo el substituto del oro, el papel-moneda, nunca provocó suspiros por la paz.

(3) No es necesario de ningún modo pensar aquí en mendigos. El multimillonario Rockefeller se encuentra en esta "situación precaria" cada vez que los substitutos para alumbrado obstaculizan la venta del petróleo. También Krupp se encuentra a veces en "situación precaria" cuando necesita, para el ensanche de su establecimiento, el terreno de un pequeño campesino.

(4) “El Capital”, tomo 1, pág. 3.

(5) Las teorías burguesas y socialistas niegan tal necesidad de recompensa, y han de negarla, pues según aquellas, todo canje de productos se realiza de acuerdo con sus equivalentes, de acuerdo con su "valor corporal" y su "materia de valor", mientras que nosotros consideramos que el papelucho en cuestión carece de valor de cambio, de "valor corporal" y de "materia de valor". (Lo mismo da que uno alcance o no el sentido de esos términos). En el intercambio, una mercancía podría canjearse tan solo por aquel valor que ella misma posee (valor intrínseco.) - así dice la "teoría clásica del valor"- y si semejante papelucho careciera de valor de cambio, quedarían descartados el cambio y toda recompensa. Para tal cambio, para la "medición" del equivalente, no habría ninguna "medida de valor", lo mismo que "ninguna unidad de valor" para el "cálculo" del equivalente. Papel moneda y mercancías serían simplemente unidades incomparables.

(6) Entiéndese por división del trabajo aquel trabajo que produce objetos de cambio, o sean mercancías, en oposición a la economía primitiva que está orientada hacia la satisfacción inmediata de sus necesidades. La división del trabajo en la industria que consiste en que la producción de las diversas mercancías se descompone en partes es sólo la división técnica del trabajo, y no ha de confundirse con la división económica del trabajo.

(7) Trueque: intercambio directo de mercancías sin intervención de dinero.

(8) Cauri: concha del mar que sirve como moneda en el Africa.

(9) Tratándose de material monetario natural, se elimina la libertad industrial, optando por un material (oro, cauris) escaso y raro.

(10) Previsoramente repito aquí que he tratado hasta ahora la posibilidad de hacer papel-moneda, sin ocuparme de las ventajas que ese dinero pudiera tener frente a la moneda metálica. Esto lo trataré más adelante.

(11) M. Chevalier, La Moneda (La Monnaie), Paris 1866, pág. 36: “Debo insistir en esta concepción fundamental, que define el dinero de otro modo, es decir que las monedas acuñadas son simplemente barras metálicas, cuyo peso y quilate son garantizados”.